Los pueblos originarios amazigh, llamados bereberes, que han vivido por siglos en todo el norte africano desde Egipto al oeste hasta Mali e Islas Canarias, tienen en este oasis un lugar histórico donde estuvieron Cleoipatra y Alejandro Magno
Un oasis en el desierto egipcio
Personajes históricos como Cleopatra y Alejandro Magno se dejaron seducir por los encantos de Siwa, que ofrece tradición, historia y un entorno único a los visitantes.
domingo, 27 de agosto de 2017
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Llegar a Siwa, a unas 12 horas de El Cairo, no es fácil, pero quien lo hace admite que el largo viaje merece la pena para descubrir una cultura y estilo de vida tradicionales, que se han mantenido a lo largo de los siglos gracias a su aislamiento del resto de Egipto y del mundo.
En el pasado, sólo arribaban al oasis las caravanas de comerciantes que transitaban desde el mar Rojo y el este de África hasta el norte del continente y el Mediterráneo, y los peregrinos que acudían a consultar el oráculo de Amón, al que el propio Alejandro Magno pidió consejo para sus batallas
“Tienes la vocación para la conquista de Egipto, serás el faraón del Alto y Bajo Egipto”, le dijo el sacerdote encargado del oráculo, ubicado en un templo faraónico levantado en el siglo VI a.C. en honor al dios Amón, uno de los más venerados en este periodo.
En la actualidad, poco queda de aquel edificio situado en lo alto de una colina, sobre cuyos restos se construyó siglos más tarde el primer núcleo de viviendas de Siwa -el pueblo de Agurmi- y desde el cual se disfruta de una espectacular vista sobre el oasis, sus palmerales y sus lagos.
ATRACCIÓN TURÍSTICA SIN MUCHOS LUJOS
A poca distancia, se encuentra la fuente de Cleopatra: un manantial de agua dulce en medio de palmeras, al cual los jóvenes del lugar acuden a refrescarse y en el que se cree que la misma reina se sumergió hace más de 2.000 años.
Los habitantes de Siwa son mayoritariamente amazigh (bereberes) y hablan el siwi, una variante local de la lengua bereber, al igual que sus hermanos de Libia, Túnez, Argelia y Marruecos, con los que también comparten otras tradiciones, como el cuscús, un plato que en todo Egipto sólo se puede saborear en este oasis.
En Siwa, las leyendas y la historia se entremezclan con la realidad, que parece haberse detenido en el tiempo en muchos aspectos de la vida cotidiana de los habitantes del oasis.
El medio de transporte más común son los carros tirados por burros, aunque son cada vez más frecuentes los vehículos motorizados, y los turistas pueden alquilar bicicletas para moverse por el oasis y visitar varias atracciones, situadas en torno a la población de Siwa.
En el centro de la localidad se encuentran los restos de la fortaleza de Shali, construida en el siglo XIII para defender el oasis, y que se resquebraja un poco más cada año que pasa debido a que sus edificios están hechos de “kershef”, una mezcla de barro, sal y arena, con hojas y troncos de palmeras.
Las autoridades egipcias no han actuado hasta ahora para salvar este patrimonio histórico, aparte de alguna intervención puntual, aunque algunas de las casas de Shali han sido restauradas por iniciativa privada, sobre todo por extranjeros que se han enamorado de Siwa y su estilo de vida ancestral.
Las viviendas conservan la estructura original: son verticales, estrechas, de varios pisos, con pequeñas ventanas y techos bajos para mantener una buena temperatura en su interior, incluso cuando en el exterior se superan los 50 grados centígrados.
Los visitantes pueden alquilar una habitación en una de estas casas tradicionales, incluso a través de internet, como en el caso del B&B Nanshal, que se sitúa en el punto más elevado de la fortaleza y ofrece unas amplias vistas del oasis que rodea la ciudad.
Faris Hassanein, que gestiona las estancias en Nanshal, explica a EFE que son muchos los que acuden a Siwa y quieren alojarse en el corazón de Shali, donde no disponen “de grandes lujos” pero sí de las comodidades básicas como agua corriente y luz.
Por ello, muchos de los habitantes locales prefieren los edificios más modernos, aunque con menos encanto, que han ido naciendo a los pies de Shali y se han ido expandiendo en las pasadas décadas hacia las periferias del oasis, tal y como cuenta un residente local que se identifica como Mohamed.
El aire acondicionado o la televisión por satélite son algunos de los elementos modernos que han penetrado la cultura de Siwa, que también se está perdiendo en otros aspectos, como el idioma nativo, el amazigh, ya que los niños estudian árabe en la escuela.
UN SPA AL AIRE LIBRE
Para los turistas que desean experimentar la vida tradicional del oasis y disfrutar de la naturaleza, hay varios ecolodge que han surgido en los últimos años, alejados del núcleo urbano moderno, y que se dirigen a un público específico, el cual está dispuesto a pagar cientos de dólares por una habitación sin electricidad, con baños de piedra y muebles de hojas de palmeras.
Además, debido a sus características y recursos naturales, Siwa es “un spa al aire libre”, tal y como lo califica Ashraf Yousef, un egipcio de El Cairo que ha abierto un centro de belleza y terapias naturales a orillas del lago salado, que son los restos de lo que hace unos 50 millones de años era un océano.
“Siwa está a unos 18 metros por debajo del nivel del mar, por lo que hay más oxígeno. Además, el clima seco y el sol son beneficiosos para algunas dolencias”, explica.
Con el barro que se encuentra en el desierto, la sal del lago y otros elementos naturales autóctonos, incluido el aceite de oliva, Yousef ofrece tratamientos y masajes para los que quieran relajarse.
Mientras, para los que busquen un poco de aventura, desde Siwa pueden adentrarse por las dunas del desierto, donde se puede observar fósiles marinos, ya que las aguas saladas cubrían estas tierras, ahora áridas y despobladas.
El oasis también cuenta con innumerables fuentes subterráneas de agua dulce, lo que le ha permitido a lo largo de los años sobrevivir y desarrollarse, a pesar del aislamiento, y ser autosuficiente en algunos aspectos.
Precisamente, del agua de uno de estos manantiales se llenan las botellas de una de las aguas minerales más famosas del país y que toma el nombre de la ciudad: Siwa.
Hasta el día de hoy, la economía local se basa en el cultivo de dátiles y aceitunas, y algunas hortalizas, pero el terreno no es especialmente fértil debido a su elevada salinidad.
La población -unas 30.000 personas- viven sobre todo de esos cultivos, exportando grandes cantidades de dátiles a todo Egipto y más allá.
Otra parte de los ingresos proviene del turismo, que se ha desarrollado en las últimas décadas, aunque sigue siendo una actividad de la que muchos recelan.