Dedicado al Mallku, Felipe Quispe, y a la guerrera amazónica Marquesa Teco; que abren senderos hacia mundos alternativos.
29.08.2017 11:19
Hermenéutica compleja del conflicto
Dejar los paradigmas heredados
Raúl Prada Alcoreza
Dedicado al Mallku, Felipe Quispe, y a la guerrera amazónica Marquesa Teco; que abren senderos hacia mundos alternativos.
El problema de la modernidad es la ideología; en términos generales, la fetichización de las ideas, que deriva en confundir el mundo efectivo con las configuraciones que componen las ideas[1]. Gastón Bachelard identificó este problema respecto de la ciencia; donde también la ideología juega una mala pasada. Los paradigmas científicos, las teorías, los conceptos, que sirvieron para explicar fenómenos, bajo determinadas circunstancias y condiciones de la investigación científica, se convierten en obstáculos epistemológicos, en otro momento, cuando la relación con el universo, en sus distintas escalas, se extiende y se intensifica, mostrándonos facetas desconocidas antes, evitando el desarrollo de nuevas interpretaciones, más adecuadas. El problema en la actualidad parece más impactante; se trata de obstáculos existenciales, obstáculos que impiden que la vida desprenda sus capacidades, por lo menos, en las sociedades humanas.
Por ejemplo, debido a la recurrencia acrítica de los paradigmas de las ciencias sociales, sobre todo, de la ciencia política, de la sociología y la economía, incluso cuando se lo hace de manera crítica, no deja de ser una recurrencia obstaculizadora; no se logra visualizar, comprender y entender las transformaciones estructurales en las formas de poder logradas, su alcance, su irradiación demoledora, sus características y sus efectos en las sociedades. El seguir enfocando el problema del poder desde los esquematismos dualistas, inherentes en los paradigmas, hace que se siga interpretando la génesis del poder y también su crisis como conflicto entre dos lados opuestos. Esta forma dualista está lejos de ver que posiblemente también los enemigos son cómplices, comprometidos en una paradoja perversa a reproducir el poder y la violencia.
Las categorías de “izquierda” y “derecha” han quedado obsoletas; sin embargo, se las sigue usando como si tuvieran alguna utilidad explicativa en las contingencias y formaciones políticas del presente[2]. En la historia reciente ya se ha visto que la “izquierda” en el poder se comporta como la “derecha” cuando estuvo en el mismo. Las diferencias son discursivas, si se quiere, ideológicas, aunque también de personajes y de convocatorias. Sin embargo la regularidad de conductas preservativas del poder, de recurrencias a la violencia legal del Estado, cuando la emergencia lo demanda, incluso hasta los argumentos de ambas expresiones políticas, aparentemente opuestas, llegan a parecerse, cuando tienen que justificar sus actos cuestionables.
Considerar que un gobierno es “revolucionario” o de “izquierda” porque así se identifica, o definir a otro gobierno como de “derecha” porque así se lo califica y se lo reconoce por su programa y su ideología, es uno de los errores del esquematismo dualista. Un gobierno, en el sentido de gubernamentalidad, es, sobre todo, la forma concreta del ejercicio del poder, la realización concreta del Estado. Pueden distinguirse los gobiernos por sus finalidades; unos perseguir, por ejemplo, el equilibrio económico; otros perseguir, por ejemplo, la redistribución del excedente; sin embargo, cuando los métodos comienzan a parecerse, es cuando hay que tomar más atención en los métodos y no tanto en las finalidades. Reflexionando, ¿si los medios y métodos se llegan a parecer en formas de gubernamentalidad que se reclaman opuestas, no ocurre que las finalidades pierden sentido o, si se quiere, terminan subsumidas a los medios y métodos? Este es el tema. El secreto del poder no está en los fines sino en los medios, métodos y procedimientos.
Para decirlo de otra manera, la pregunta es ¿cómo lo hacemos?, no tanto ¿hacia dónde vamos? Si el hacia dónde vamos va a tener altos costos sociales, muchas muertes, bastantes crímenes, demasiados sacrificios, ese hacia dónde vamos, por más promesa que sea, pierde sentido, pierde cualidad, se desvaloriza, hasta convertirse en una finalidad triste. Por ejemplo, ¿si la justicia es la finalidad, si los costos son tan altos, qué quedaría de la justicia alcanzada?
Otro ejemplo, si el objetivo es el “desarrollo” mayúsculo, la revolución tecnológica y el acceso sin restricciones a los bienes de consumo de los estándares modernos, y si para llegar a esta finalidad los costos son la destrucción de los ecosistemas, de la biodiversidad, de los pueblos y sus cohesiones culturales propias, que son como las condiciones de posibilidad de la reproducción humana, ¿qué sentido tiene alcanzar esta finalidad cuando se deja de paso la devastación planetaria?
Pareciera que, en ambos casos, las finalidades se difuminaran en el horizonte ante la vertiginosidad desbordante de crímenes y de destrucciones. Hay pues una equivocación crucial en esta manera dualista de enfocar las problemáticas del presente.
No se trata solo de si las finalidades son ideales y está por verse su realización completa, sino de la relación entre medios y finalidades, todavía manteniendo los términos, obviamente discutibles. La episteme moderna ha concebido la siguiente relación: los medios son instrumentos para alcanzar o realizar el fin; en alguna de las expresiones se habla de medios adecuados a los fines. Eso es, los medios son instrumentos o métodos para alcanzar los fines. A muy pocos se les ha ocurrido cuestionar esta relación supuesta; preguntarse, por ejemplo, si, mas bien, los medios no son los fines y los fines, mas bien, medios. Esta pregunta no debería sorprendernos a la luz de la experiencia de la modernidad, particularmente de la experiencia política en la modernidad. El fin o la finalidad es la promesa, que funciona ideológicamente, devenida de la promesa religiosa; entonces, la esperanza y espera de este cumplimiento permite no solamente el empleo de los medios, sino de justificar el uso de medios cada vez más violentos. Se comprende, entonces, que, de este modo, el fin se convierte en el medio efectivo y los medios son efectivamente el fin perseguido.
Ahora bien, este parece ser el problema crucial. Cuando se trata del desenvolvimiento, del despliegue, del incremento y de la acumulación de medios, incluso de su desmesurada conformación, en lo que respecta al poder; el poder es el fin mismo, además de desarrollar maquinarias cada vez más mecanizadas y atroces, efectivizando el empleo de los medios, métodos y procedimientos del poder. Retomando los términos usados por el esquematismo dualista político, ya se defina el poder como de uso de “izquierda” o de uso de “derecha”, ya se declare como de uso “antiimperialista” o se lo caracterice como de uso “imperialista”, en ambos casos lo que se observa es la marcha compulsiva a contar y desplegar maquinarias de poder demoledoras, implacables, eficaces. Al final, “izquierda” y “derecha”, “antiimperialismo” e “imperialismo” se parecen por el uso de los métodos de poder.
Lo que amenaza a la humanidad, a las sociedades humanas, no es lo que señalan unos u otros discursos, calificando al enemigo, cada uno de ellos, como el mal, sino estos medios descomunales de poder en manos de unos y de otros, los que se nombran como enemigos. Al final los enemigos tienen más en común que diferencias, tienen que defender el monopolio de la disponibilidad de fuerzas con las que cuentan para perpetrarse. Por eso, es indispensable observar e interpretar lo que se ha conformado como dominación en el mundo y en los países. No debería sorprendernos que lo que prepondera es el pragmatismo económico y también el pragmatismo político. En este sentido son concebibles entramados que convierten en concomitantes o cómplices a actores sociales que según la ideología son enemigos.
Uno de estos entramados es el que tiene que ver con la exploración, explotación, industrialización de la energía fósil. Más que la industria misma que usa la energía fósil, como, por ejemplo, la de los automóviles, que podrían adaptarse a otra forma de energía, es la industria de los carburantes la que está preocupada e interesada en mantener prolongadamente el uso y consumo de la energía fósil. Es una burguesía en particular, la que hemos denominado hiper-burguesía mundial de la energía fósil, la preocupada e interesada por imponer el uso indefinido de la energía fósil a las sociedades del mundo, cuando ya hay condiciones tecnológicas y científicas, además de económicas, para usar y consumir energías limpias. Apoyando a esta hiper-burguesía o, mas bien, entrabada con ella, la burguesía mundial de sistema financiero internacional, también está interesada por preservar el uso y consumo de la energía fósil, pues es la que permite el capitalismo especulativo. Y aunque usted no lo crea, como se dice popularmente, son los “gobiernos progresistas”, que han nacionalizado los hidrocarburos, los preocupados e interesados en que se preserve el uso y el consumo mundial de la energía fósil; incluso son los más dedicados defensores de esta energía contaminante, depredadora y destructora de los ecosistemas. Hemos denominado a la casta política de los “gobiernos progresistas” burguesía rentista[3]. Ciertamente no es la única burguesía nacional ni la única forma de gobierno que apuestan a la prolongación de la energía fósil, están también las formas neoliberales de gobierno y las burguesías nacionales tradicionales.
Es este contexto el que hay que tener en cuenta para descifrar el conflicto del TIPNIS y el conflicto de Achacachi. La defensa de los territorios, la defensa de la vida, de los ecosistemas y la biodiversidad, se enfrenta con la hiper-burguesía mundial de la energía fósil, la burguesía mundial financiera y la burguesía rentista nacional. La defensa de los recursos del municipio, de la institucionalidad municipal, de la Constitución y la democracia, se enfrenta contra la forma clientelar y prebendal de gobierno, que ha optado por ejercer el dominio a través del lado oscuro del poder, la economía política del chantaje[4]. Busca mantener su cohesión política mediante la complicidad del saqueo de las arcas, tanto municipales, departamentales, así como nacionales.
La Declaración conjunta del TIPNIS y Achacachi expresa que se defiende la democracia contra la tiranía, que se defiende la vida contra el extractivismo; además señala al “gobierno progresista” como enemigo común. El conflicto entonces es desatado por el modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, que se enlaza adecuadamente con el dominio mundial de la hiper-burguesía de la energía fósil y de la burguesía mundial financiera. El conflicto es desatado por la forma de gobierno clientelar y prebendal, que forman parte de la economía política del chantaje. Entonces, el enfrentamiento de Achacachi es contra el lado oscuro del poder, no solo nacional, sino mundial; pues el lado oscuro del poder no se explica sino por su expansión mundial. Siguiendo con la Declaración conjunta, el enemigo común es la dominación de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, el orden mundial, es decir el imperio. Éste también es el enemigo de los pueblos y las sociedades del mundo; la hiper-burguesía mundial ha declarado la guerra a los pueblos al convertirlos en eternos deudores de una deuda infinita[5]. La guerra tiene que ver con el dominio absoluto de las reservas de los recursos naturales, con el dominio absoluto de los monopolios; monopolios de los mercados, monopolio de la ciencia y tecnología, monopolio militar, monopolio cibernético y comunicacional. Los pueblos solo pueden ser, en estas condiciones de la dominación mundial, el nuevo proletariado nómada, suspendidos sus derechos y desvirtuadas sus organizaciones.
Lo que ocurre con el TIPNIS y con Achacachi, con las resistencias y luchas desatadas, no solamente tiene una irradiación local y nacional, sino tiene una connotación mundial. La resistencias y luchas contra el dominio de la hiper-burguesía de la energía fósil, contra el capitalismo especulativo, contra la burguesía rentista y contra las burguesías tradicionales, son profundamente locales, de acuerdo al concepto de local de Milton Santos, por eso mismo, son integralmente mundiales. Comparten con los pueblos en resistencia y en lucha del mundo contra la dominación fósil y especulativa de la geopolítica del sistema-mundo capitalista.
La muletilla de la conspiración del gobierno ha acusado a las movilizaciones de Achacachi y del TIPNIS, así como a otras organizaciones sociales que se acoplan a la Declaración, de complicidades con la Embajada Norte Americana, aludiendo de que se trata de la constante “conspiración imperialista”. Fuera de desgastada esta muletilla, simplona y nada creíble, lo que llama la atención es que el gobierno devela sus compromisos con las empresas trasnacionales extractivistas, además de su entramado y concomitancia con la hipér-burguesía mundial de la energía fósil y la burguesía mundial financiera del capitalismo especulativo. Devela no solo su complicidad sino su triste papel de agente del imperio.
[1] Ver Imaginación e imaginario radicales. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/imaginaci__n_e_imaginario_radicales.
[2] Ver Espesores del presente; también Espesores coyunturales.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/espesores_del_presente.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/espesores_coyunturales_3.
[3] Ver Paradojas del sistema-mundo.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/paradojas_del_sistema-mundo.
[4] Ver El lado oscuro del poder.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/el_lado_oscuro_del_poder_2.
[5] Ver La inscripción de la deuda.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/la_inscripci__n_de_la_deuda_2.