El equilibrismo político tiene un costo muy alto; mientras más dure, más grande será su devastación. Como el equilibrismo político logra la inercia, la inmovilidad, en el vacío, aunque, paradójicamente, todo se mueve turbulentamente fuera del ojo del ciclón político, parece que esta inercia es compensada por un imaginario político delirante. Es como si para el imaginario político todo ocurriera dentro, en el ojo de la tormenta política, mientras nada ocurre afuera, en la sociedad, en el entorno del ojo del huracán.
Los partidos políticos forman parte del círculo vicioso del poder; están más bien interesados en mantener los circuitos y las órbitas del círculo vicioso del poder, de preservarlo.
En cambio, se puede suponer, que, en el fondo, los sujetos sociales sectoriales, involucrados en el conflicto, estarían interesados en salir del círculo vicioso del poder. También, desde nuestra perspectiva, consideramos que se tienen que construir comunicaciones alternativas, no mediáticas, comunicaciones sociales participativas, donde a los sujetos sociales no se les expropie la palabra, ni por los medios de comunicación, ni por los partidos políticos, que se consideran sus “representantes”.
En temáticas, tópicos y problemáticas sociales nada es imposible. Pues las sociedades mismas son invenciones sociales, económicas, políticas y culturales. Lo que se requiere es inventar otras formas, otros medios, otros métodos; por este camino, inventar otras sociedades, como se lo ha hecho a lo largo de las historias efectivas. Hay que activar, como decía Cornelius Castoriadis el imaginario y la imaginación radicales.
septiembre 12, 2017
Equilibrismo político y gobernar en el vacío
Raúl Prada Alcoreza
Habría que enfocar la crisis política también desde otros ángulos de observación; esta vez, aquellos que visualizan el vació político. La pregunta es: ¿Cómo se puede gobernar en el vació político? El vacío político es como el ojo del huracán. El ojo es la región de condiciones meteorológicas más aplacadas, que se forma en el centro de los ciclones tropicales fuertes[1]. La crisis política puede figurarse como un ciclón, devenido de la convulsión de temperaturas calientes y frías sociales, económicas y políticas. En el referente de la metáfora, a medida que las previas tormentas se forman y se agrupan, la tormenta desarrolla franjas de lluvia, que comienzan a rotar alrededor de un centro compartido. A medida que la tormenta se vigoriza, se forma un anillo de convección más fuerte, a cierta distancia del núcleo de rotación de la tormenta incipiente. Dado que la presencia de tormentas más fuertes y mayores precipitaciones indican la existencia de corrientes ascendentes, la presión barométrica en la superficie comienza a bajar y el aire se acumula en los niveles superiores del ciclón. Esto provoca la formación de un anticiclón, un área de alta presión atmosférica, arriba de la nubosidad central densa. En consecuencia, la mayor parte de este aire acumulado fluye anticiclónicamente hacia el exterior, por encima del ciclón tropical. En el exterior del ojo, que está formándose, el anticiclón en niveles atmosféricos altos intensifica el flujo hacia el centro del ciclón, presionando el aire hacia la pared del ojo; lo que ocasiona un ciclo de retroalimentación positiva. Simultáneamente, una pequeña porción del aire fluye hacia el centro de la tormenta, en vez de fluir hacia fuera; causando el aumento de la presión aérea, hasta el punto de que el peso del aire contrarresta la fuerza de la corriente ascendente del centro de la tormenta. El aire comienza a descender en el centro de la tormenta, creando así un área mayormente sin lluvias, que será el ojo de la tormenta.
La metáfora meteorológica nos puede ayudar a figurar, por analogías de forma, el ciclón político, por así decirlo. Lo que nos interesa, en este juego de analogías, es el ojo del ciclón, donde, tratándose metafóricamente del ciclón político, se forma una especie de vacío en el ojo de la tormenta política. ¿Se gobierna en el vacío político o, mas bien, el vacío es ingobernable? Es decir, el vacío se produce en el torbellino; es el producto de otras fuerzas, que se mueven convectivamente. El vacío depende de la turbulencia, del bucle de la turbulencia. El gobernar en el vacío político es entonces una ficción; una ilusión de los que se encuentran en el ojo de la tormenta política.
¿Qué es lo que hacen los gobernantes cuando se encuentran en estas condiciones, suspendidos en el vacío político? Diremos, como hipótesis de interpretación, que no gobiernan, sino que se comportan como equilibristas. Se sostienen equilibrándose en alianzas provisionales y hasta heteróclitas; juegan con la sumatoria de apoyos, que, por cierto, es una suma vulnerable; que puede desmoronarse cualquier rato. Tejen su nido en un equilibrio inestable, atando cabos, de un lado y de otro; haciendo concesiones, sobre todo, para ganar tiempo y en este tiempo atrincherarse.
El equilibrismo político es ciertamente una habilidad; hay que tener cierto tacto para hacerlo; hay que conocer, de alguna manera, el peso de las fuerzas concurrentes para lograrlo. No se puede confundir el equilibrismo político con la práctica de gobernar, aunque se parezcan en una analogía; el gobierno aprovecha las fuerzas con las que se enfrenta para conducir; en cambio, el equilibrismo político depende de las fuerzas para mantenerse estático.
Entonces, ¿si no se gobierna qué ocurre en el equilibrio inestable? Se acopia aire, vale decir, siguiendo las analogías de la metáfora y sacando connotaciones, se acopia la ilusión del poder[2]; es decir, el atesoramiento de montones de fetiches, montañas de fetiches; el fetichismo ideológico llega a extremos desbordantes. Se amontonan acopios dinerarios, se amontonan elefantes blancos, empresas que no funcionan, también empresas fantasmas; se amontonan caretas, máscaras, disfraces, tarjetas de presentación de toda clase; pantallas de publicidad, propagandas de promesas no cumplidas. Se edifican museos de imágenes de victorias pírricas, de simbolismos chutos, de logros carcomidos por dentro; quedando las imágenes como remembranzas de trampas o de simulaciones.
No se gobierna, se equilibra en el vacío; pero, fuera del ojo del ciclón, en todo su contorno turbulento, moviéndose como remolino, todo es devastador. El ciclón político, deja a su paso destrucción. Se trata de la demoledora fuerza desencadenada del huracán político. El huracán político arrasa con todo. No queda nada de pie, por así decirlo, aunque queden ruinas parapetadas. Las instituciones se derrumban por dentro, como en implosiones sucesivas o simultáneas, dependiendo. Las leyes, las normas, hasta la Constitución, se inutilizan. La misma ideología deja de ser convincente. Las estructuras económicas se disuelven, las inversiones se evaporan; los recursos naturales se extraen y se transfieren a los portadores de sus transformaciones industriales. Se dejan cementerios mineros, cementerios hidrocarburíferos, desiertos después de los monocultivos masivos, cuencas contaminadas, tierras infértiles, bosques talados.
El equilibrismo político tiene un costo muy alto; mientras más dure, más grande será su devastación. Como el equilibrismo político logra la inercia, la inmovilidad, en el vacío, aunque, paradójicamente, todo se mueve turbulentamente fuera del ojo del ciclón político, parece que esta inercia es compensada por un imaginario político delirante. Es como si para el imaginario político todo ocurriera dentro, en el ojo de la tormenta política, mientras nada ocurre afuera, en la sociedad, en el entorno del ojo del huracán. Esta inversión de lo que ocurre parece formar parte del equilibrio inestable; para lograr también como un equilibrio en el mundo de las representaciones, en la ideología en acción, se compensa la inercia con el movimiento de la narrativa política.
Ahora bien, el ojo de la tormenta desaparece con el agotamiento del ciclón, cuando se acaba el huracán. No habrá ciclón mientras no reaparezcan las condiciones de convulsión de temperaturas y corrientes que lo desatan. Siguiendo con la metáfora meteorológica, la pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿Cómo se puede evitar que vuelvan a darse las condiciones que desatan el ciclón político? ¿Se trata de lograr la paz política? ¿Cómo se logra esta condición histórica-política-social-económica-cultural? Esta parece ser la cuestión crucial en el presente agitado.
Tomemos un referente aproximado, aunque no sea el caso, el Acuerdo de Paz firmado, primero por las FARC y el Estado-nación colombiano, después con el ELN. Aunque no sea la paz como tal, es un acuerdo, como un comienzo, por lo menos, jurídico político[3]. No sabemos lo que va ocurrir; pero, los acuerdos están dados por las partes. Hasta ahí el referente de la comparación. ¿Se trata de lograr, por lo menos, acuerdos entre todos los sectores sociales involucrados en el conflicto político? Por lo tanto, si fuese así, se trataría de lograr consensos.
Lo delicado de estos consensos es que se trata de consensos entre sectores sociales, no de “representantes” de sectores sociales, sobre todo, no de partidos políticos; que tienen otros intereses. Para lograr consensos sociales se requiere que los partidos políticos se retiren; no son pertinentes este tipo de mediadores, que forman, mas bien, parte del conflicto. Se requiere que los sectores sociales se escuchen, se vean, se huelan, se conozcan y reconozcan. Yendo al extremo, sobre todo, para ilustrar, es como pedir que no haya distorsiones ideológicas. Sabemos que esto es imposible, en las condiciones heredadas de las dramáticas historias sociales en la modernidad; sin embargo, sería de gran apoyo el lograr ciertas aproximaciones a algo parecido a suspensiones de las ideologías.
Los consensos, obviamente, no se logran de la noche a la mañana; se requiere tiempo. Pero, el tiempo aquí es valioso, no tanto porque se tiene que ahorrar tiempo, agotar los temas lo más rápido posible, sino porque se tiene que aprovecharlo; parafraseando a Marcel Proust, recuperando el tiempo perdido. Haciendo memorias; descifrando el presente a partir de miradas retrospectivas. Aprendiendo los unos de los otros. En la construcción de consensos puede haber temas susceptibles de acuerdo, que se logran en un tiempo perentorio; así como temas todavía en discusión; también temas en desacuerdo. Los dos conjuntos temáticos últimos seguirán en debate y deliberación; pero, se puede ir avanzando en transiciones consensuadas.
Los consensos suponen aceptación de todos, de todas las partes. Por lo tanto, satisfacción de necesidades diferenciales y sectoriales. No necesariamente de todas; pero, se puede comenzar quizás con las básicas o fundamentales, que cada sector reclame como tales. A lo mejor aquí comienzan los desacuerdos; pero, el poner en mesa los desacuerdos es ya un avance para crear las condiciones de posibilidad de acuerdos en transiciones constructivas.
Lo que hay que aprender del referente colombiano, es que a pesar de la guerra prolongada, que desgarró a la sociedad y al país, a pesar de las posiciones encontradas, contradictorias y antagónicas, a pesar del enfrentamiento bélico, de los enconos acumulados, se ha demostrado que se pueden buscar soluciones de otra manera; llegar a ponerse alrededor de una mesa y discutir. Por más larga que se la discusión, lograr consensos, por lo menos, para los acuerdos. Cuando el enfrentamiento bélico se estanca, cuando la guerra llega a un momento o situación de inercia; donde nadie gana sino todos pierden. Donde no se puede avanzar sino, salvo, obtener más víctimas; lo apropiado parece ser pararla ahí y buscar soluciones a través de otros medios.
Cuando hablamos metafóricamente del ciclón político, no nos referíamos precisamente a la guerra, pues la guerra no es solo un acontecimiento político, sino mucho más, es un acontecimiento bélico, una conflagración, que no puede interpretarse solo desde códigos políticos, pues ingresan otros códigos, que tienen que ver con las máquinas de guerra. Nos referíamos a la crisis política, en el contexto mayor, a la crisis múltiple del Estado-nación. En este caso, hemos partido desconociendo a los partidos políticos como los sujetos de la construcción de consensos. Desde nuestra perspectiva, los partidos políticos forman parte del círculo vicioso del poder; están más bien interesados en mantener los circuitos y las órbitas del círculo vicioso del poder, de preservarlo. En cambio, se puede suponer, que, en el fondo, los sujetos sociales sectoriales, involucrados en el conflicto, estarían interesados en salir del círculo vicioso del poder. También, desde nuestra perspectiva, consideramos que se tienen que construir comunicaciones alternativas, no mediáticas, comunicaciones sociales participativas, donde a los sujetos sociales no se les expropie la palabra, ni por los medios de comunicación, ni por los partidos políticos, que se consideran sus “representantes”. Tampoco se les usurpe sus voluntades singulares a nombre de una supuesta voluntad general, que legitima al Estado, ya sea por los gobernantes, los de la “oposición”, los partidos políticos; por los “voceros”, ya se reclamen de “institucionalistas” o, mas bien, en contraste, de “radicales”. Hay que aprender a construir comunicaciones alternativas y participativas.
Se puede decir que todo esto es utópico y hasta irrealizable. Sin embargo, parece que debemos ser realistas y pedir lo imposible, como postulaban los estudiantes y obreros movilizados en el mayo de 1968 francés, particularmente parisino. Lo imposible es un término absoluto; denota lo irrealizable, lo que no cuenta con condiciones ni posibilidades de realización. Sin embargo, en temáticas, tópicos y problemáticas sociales nada es imposible. Pues las sociedades mismas son invenciones sociales, económicas, políticas y culturales. Lo que se requiere es inventar otras formas, otros medios, otros métodos; por este camino, inventar otras sociedades, como se lo ha hecho a lo largo de las historias efectivas. Hay que activar, como decía Cornelius Castoriadis el imaginario y la imaginación radicales.
[1] Esta región aproximadamente circular suele tener un diámetro de entre 30 y 65 kilómetros; está rodeada por la pared del ojo, un anillo de tormentas convectivas, donde ocurren las segundas condiciones más severas en el ciclón. La presión atmosférica más baja se registra en el ojo, donde puede ser hasta un 15% inferior a la presión fuera de la tormenta. El ojo de los ciclones tropicales más intensos es una región circunvalada por una pared simétrica de torres de tormentas, que se caracteriza por vientos flojos y cielos despejados. En los ciclones tropicales más débiles el ojo no está siempre bien definido y puede estar cubierto por una gruesa región de nubes altas conocida como nubosidad central densa, que a veces también se denomina revestimiento denso central; la cual se destaca por su brillo en las imágenes satelitales. En las tormentas más laxas y embrolladas, la pared del ojo puede no encerrar el ojo completamente; pueden incluso producirse lluvias fuertes en el ojo. Independientemente de estas variaciones, el ojo es siempre el lugar donde se registra la presión barométrica más baja de la tormenta; el área donde la presión atmosférica al nivel del mar es más baja. Ver Ojo (ciclón). Enciclopedia Libre: Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Ojo_(cicl%C3%B3n).
[2] Ver La ilusión del poder.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/la_ilusi__n_del_poder.
[3] Ver La guerra y la paz. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/la_guerra_y_la_paz-libro.