Por abajo avanzan las mujeres, como las zapatistas y las kurdas, autoorganizadas en formas de vida comunitaria. Por arriba siguen los poderosos machos abusando del acoso y la violación. Los partidos se instalan en el medio intentando colocar ética y buena conducta al poder, algo imposible.
¿Por qué se tardaron tanto?
Hermann Bellinghausen
La Jornada
Esta pregunta que se escucha repetidamente con relación al escándalo de la temporada en el mundo del espectáculo, ahora que todo en el mundo es espectáculo. El productor Harvey Weinstein acumula decenas de testimonios acusatorios de mujeres famosas o no, jóvenes y no tanto, que van de manoseos y proposiciones indecorosas a exhibicionismo procaz, sometimientos, violaciones y una compleja red de chantajes. El magnate resultó practicante de las múltiples acciones de sexo no consensuado que definen al patriarcado en todas las culturas. Eso es común, y es corriente. Lo notable es que siendo una conducta sistemática, al ser expuesta delata la red de silencios, complicidades y servicios profesionales que se necesitan para solapar una conducta depredadora que con incierta frecuencia es considerada criminal. Lo que hagan los culpables lo arreglan un puñado de dólares a la justicia, a la víctima, a los medios o a quien convenga.
A diferencia de lo que ocurría en el pasado, ahora se suceden denuncias legales, exposiciones mediáticas y escraches contra varones que desde alguna posición de poder han hostigado, abusado y amenazado a mujeres con las que se asocian por razones de trabajo. Conocimos las conductas predatorias del presidente Bill Clinton y el superministro francés Dominique Strauss-Kahn; los vimos aguantar la mirada ofendida de sus cónyuges, la satisfacción de sus rivales, el declive de sus carreras políticas, y a otra cosa.
Estados Unidos posee una cultura peculiar, a la vez puritana y hedonista. Y sexista como la que más. Al mismo tiempo, el feminismo, la igualdad de oportunidades y las reivindicaciones de género son ya parte de la vida social y existe una conciencia, al menos teórica, de la dignidad femenina. También es la cultura madre del showbusiness, en un país donde la industria del entretenimiento resulta indispensable para la felicidad colectiva.
En pocos años se acumularon escándalos e historias en las televisoras británicas y estadunidenses de noticias, deportes, programas de concurso, infantiles y demás donde figuras muy queridas por el público resultaron auténticos vampiros de la carne joven y bella que la misma fama ponía a su disposición. Fue traumático que el “paternal” Bill Crosby resultara un pedófilo y violador serial. El actual presidente de Estados Unidos basa parte de su fama, su infamia y su impunidad desafiante en el abuso de poder sobre las guapas (como figura televisiva y dueño de concursos de belleza hizo y dijo una tonelada de barbaridades que acabaron por blindarlo como candidato), mientras un antecesor suyo, senil y en silla de ruedas, sale a pedir perdón por sus acosos del pasado.
Al final, las consecuencias legales son irrelevantes. Ninguno paga cárcel, aunque sí bastante dinero. Para mucha gente la vergüenza pública es castigo suficiente, aunque las afectadas nunca lo consideran suficiente para sujetos que lastimaron sus vidas. Tolerantes, los machos obstinados ven ahí exageraciones, “linchamientos”, envidia, malentendidos. ¿Qué va del tartamudeo justificatorio de Woody Allen al patético mea culpa de Tarantino?
El patriarcal derecho de pernada no acabó con la abolición de la esclavitud y las independencias en América. En México, hasta hace poco los rancheros del sur disponían de las muchachas indígenas que se les apetecieran. No muy distinto sucede hoy en televisoras, productoras y agencias del espectáculo, en corporativos, espacios políticos, donde sea. Todo, producto de “usos y costumbres” que en última instancia reducen la mujer a objeto y pretexto. Las promesas de éxito, fama y riqueza pasan por el requisito del sexo no deseado.
En México nadie denuncia a los violadores con poder. El imaginario colectivo es rápido en considerar “puta” a cualquier “vieja” que salga con quejas. Resulta increíble que, en medio de una epidemia nacional de feminicidios, violaciones, esclavitudes sexuales y abusos laborales, escolares o familiares, cueste entender por qué “tardan tanto” las víctimas en alzar la voz. De inmediato son vistas como cómplices o culpables. Además, mujer que le mueva a la denuncia en un determinado ámbito, mujer que verá frenada o truncada su carrera.
Más allá del hipócrita espectáculo moralista, el caso Weinstein es importante. El número de famosas protege a las otras mujeres que se atreven a denunciar. No faltan opiniones multiplicadas por las redes sociales como: “¿Tantos años calladas? Pues si no les gustó que devuelvan el dinero que ganaron”. Este y otros casos que rondan estos días podrían educar la conciencia social. ¿Significará que los machos controlen sus injustificables impulsos ante la presencia femenina? ¿Dejarán de ver a la mujer como cosa? La verdadera pornografía sucede en la vida real.