De ese movimiento emergió uno de los líderes más interesantes y trascendentales que haya dado el continente: el Subcomandante Marcos. Su consigna pronto comenzó a resonar en México y el mundo: “¿La toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo”.
Marichuy, para sorpresa de muchos, como Marcos, está fascinando a un buen sector de mexicanos. Principalmente intelectuales de izquierda. Y la prensa la sigue a todas partes.
De Marcos, el subcomandante, a Marichuy, la vocera de la tierra
25/11/2017
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Fue en 1994 cuando se produjo lo que nadie en México, ni en el mundo, esperaba: un alzamiento indígena en el país azteca. Estaba inspirado en la legendaria lucha de Emiliano Zapata, emblema de la resistencia campesina durante la revolución mexicana de comienzos del Siglo XX.
Este líder había dado una lucha inclaudicable por la justicia y la tierra para los campesinos e indígenas. Y murió traicionado. Fue el autor de una frase que se ha citado millones de veces desde entonces: “Es mejor morir de pie que vivir arrodillado”.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional encabezó un levantamiento indígena casi un siglo después. Sucedió en Chiapas, el estado más pobre y olvidado de todo el territorio mexicano. También uno de los que más población indígena concentra. Comenzó el 1 de enero de 1994, día en el que entraba en vigencia el Tratado de Libre Comercio entre México y América del Norte.
De ese movimiento emergió uno de los líderes más interesantes y trascendentales que haya dado el continente: el Subcomandante Marcos. Su consigna pronto comenzó a resonar en México y el mundo: “¿La toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo”.
Marcos, el subcomandante y su mito
Marcos se convirtió en una figura casi mítica, tanto en México como en el resto del mundo. Y el movimiento impulsado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional alcanzó una simpatía sin precedentes. Los mexicanos, gobernados durante más de sesenta años por la misma estirpe que venció a Zapata, vieron en ellos una nueva luz.
El subcomandante Marcos, porque “el comandante es el pueblo”, se robó los corazones de miles y quizás millones de personas en México y el mundo. Su apariencia era la de un héroe mítico. Se prsentaba ante el mundo con la cara cubierta por un pasamontañas y fumando pipa. Llegaba en su caballo “Lucero”. Nadie sabía en un comienzo quién era, pero evidentemente se trataba de un líder ilustrado.
Desgranó un discurso maravilloso y desconcertante. Su elocuencia era conmovedora. Le dio a la palabra un lugar central. Sus discursos y sus poesías aún hoy en día se siguen traduciendo a más de cinco idiomas. En su momento fueron publicados principalmente por el diario La Jornada de México.
La lucha de los zapatistas
La lucha del EZLN alcanzó una gran proyección en un comienzo. “No fuimos a la guerra para matar ni para que nos maten. Fuimos para hacernos oír”, decía Marcos. Y vaya que se hicieron oír. El zapatismo se expresó a través de palabras y de símbolos. Rescataba ese halo mítico de los indígenas y su cosmogonía.
En 1996 lograron que se firmaran los Acuerdos de San Andrés. Estos incluían la promesa de reconocer a los indígenas en la Constitución. También el de otorgar nuevos derechos políticos y económicos a este amplio sector de México. Sin embargo, estos acuerdos nunca se cumplieron.
En 2001 los zapatistas iniciaron la “Marcha del color de la tierra” para exigir el cumplimiento de los acuerdos. Era una travesía por todo el país que volvió a encender el interés por ese movimiento. Terminó en el Zócalo de Ciudad de México, donde más de un millón de personas aclamaron a Marcos. Entre ellos, figuras de talla mundial como José Saramago y Alain Touraine.
Pese a todo, las mejoras para los pueblos indígenas jamás se concretaron. Los zapatistas se replegaron. “Nuestra especialidad es esperar y resistir”, dijeron. Hoy están de vuelta. Marcos sigue siendo el líder espiritual del colectivo, pero ahora es otra la protagonista de este nuevo capítulo: María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy.
Marichuy, la voz de la tierra
Marichuy es una médica tradicional de 57 años. Indígena nacida en el sur de Jalisco y candidata de los indígenas y de los zapatistas a la presidencia. Hoy, como en 1994, el objetivo no es alcanzar la presidencia, sino “hacerse oír”. La consigna no puede ser más clara: “El desafío, la irreverencia, la insumisión”. Por primera vez en la historia, México tiene una candidata indígena a la presidencia.
Su candidatura se decidió en el Concejo Indígena de Gobierno, un organismo que reúne a representantes de los indígenas de todas las latitudes. Aglutina a los más pobres, los más desprotegidos, los traicionados sucesivamente por acuerdos que jamás se cumplieron.
Durante la reunión en la que se acordó la candidatura de Marichuy también se estaba discutiendo si la mejor alternativa no sería volver a la lucha armada. Se propuso y se descartó.
¿Un sueño posible?
Nadie cree que Marichuy vaya a ganar la presidencia. “Nosotros nos queremos colar en esa fiesta para echarla a perder, para decir que son una mierda, para decir que esa elección no sirve para nada, pero queremos aprovechar ese espacio porque no tenemos otro, estamos en una situación de guerra”, dice su marido, también activista.
Marichuy es una mujer sabia, curtida en luchas por sus derechos. Madre de tres hijas y esposa de un abogado, también rebelde. Militante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, desde las insurgencias de los primeros días. Para sorpresa de muchos, como Marcos, está fascinando a un buen sector de mexicanos. Principalmente intelectuales de izquierda. Y la prensa la sigue a todas partes.
Se registró como candidata independiente y dijo que no aceptará ni un solo peso para su campaña. Comienzan a seguirla, a escucharla. Está logrando lo que los zapatistas se habían propuesto: que los escuchen. Que sepan que ahí están. “¡Es el tiempo de la voz de los pueblos!”, gritan cuando ven a Marichuy en cualquier escenario. Sin duda, es la voz la tierra.
(Fotos: Am Noticias, Milenio y Guerrilla Comunicacional de México)
por Edith Sánchez