Desde hace décadas, hay un conflicto más o menos larvado enfrenta al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y al Ejército turco. El PKK reivindica la liberación y la emancipación del pueblo kurdo, oprimido desde hace muchos años por las potencias regionales. Inicialmente separatista y del ala dura marxista-leninista, ahora el PKK asegura proponer una alternativa federal.
Nota: esta frase pone en duda las reales intenciones de los kurdos de no sólo proponer, sino efectivar y multiplicar el federalismo horizontal.
KURDISTÁN
Turquía, PKK y civiles kurdos de Irak bajo el fuego cruzado
Desde hace décadas, hay un conflicto más o menos larvado enfrenta al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y al Ejército turco. El PKK reivindica la liberación y la emancipación del pueblo kurdo, oprimido desde hace muchos años por las potencias regionales. Inicialmente separatista y del ala dura marxista-leninista, ahora el PKK asegura proponer una alternativa federal.
PKK en Iraq
SYLVAIN MERCADIER
TRADUCCIÓN RAFAEL CEPA
El Salto
PUBLICADO
2017-12-09 06:40:00
No se cruza con facilidad el puerto de Kortek para acceder a los montes Qandil. A la salida de la ciudad de Sangasar los soldados de la UPK –la Unión Patriótica del Kurdistán– escrutan minuciosamente cada vehículo e interrogan a cada extranjero por la razón de su paso por esta zona. Una vez cumplida esta formalidad podemos sumergirnos en el valle de Barawa que lleva al territorio prohibido. Unos kilómetros más adelante, un checkpoint móvil de centinelas del PKK detendrá nuestro vehículo otra vez. El contraste con el control del UPK es evidente: por un lado, soldados en uniforme militar clásico apostados en garitas y con infraestructuras dignas de ese nombre; por otro, dos jóvenes vestidos con un shirwal caqui, los havals, los camaradas del PKK, envueltos en granadas, con el kalashnikov en bandolera y cemedanii (pañuelo tradicional kurdo) coronando su rostro bronceado. El único medio de comunicación a la vista: un viejo Nokia que se puede desconectar en unos segundos sacándole la batería.
Los drones y la aviación turca rastrean constantemente estos parajes. Basta mencionar el nombre del contacto que nos espera al otro lado del puerto para que las sonrisas vengan a sustituir las miradas vigilantes de los dos guardianes del valle. Antes de dejarnos pasar, una última pregunta: “¿No llevaréis armas por casualidad?”.
Al fondo del valle, el asfalto que serpentea a lo largo del torrente deja paso súbitamente a una carretera que asalta la subida en curvas cerradas, en dirección del paso de Kortek. En unos minutos llegamos al punto más alto del puerto. Unos metros antes nos sorprende un edificio poco común. Bajo un cobertizo en latón se ha construido un monumento dedicado a las siete víctimas del bombardeo turco que tuvo lugar en agosto de 2011. Los restos calcinados del coche en el que se encontraba esta familia en la que había varios niños presiden el monumento. Cincuenta metros más allá del muro carcomido por la explosión, que se ha dejado sin reparar, cuelgan los retratos de las víctimas. Pasado el puerto aparece el monte Qandil en toda su belleza. Las luces doradas de las hierbas secas contrastan con el verde oscuro de las arboledas de robles espolvoreadas en las áridas pendientes.
Algunas señales nos indican que entramos en el corazón de uno de los mayores bastiones del PKK: un gran retrato de Apoii ha sido dibujado en un talud frente a la carretera; sobre las colinas vecinas flotan banderas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Al fondo del valle, extrañamente tranquilo, establecemos contacto con nuestros guías locales, dos havals vestidos de civil. Magros y Dervishiii nos reciben con amabilidad; tomamos asiento en un jeep.
Volvemos a la carretera en dirección de Zargala, una aldea arrasada. Por el camino, Zagros cuenta la historia de este valle que el PKK conquistó por la fuerza a los peshmergas del UPK y del PDK. Durante las guerras fratricidas que enfrentaron a los dos partidos en los años ‘90 el PKK comienza a implantarse en la guerrilla y entra en conflicto con el UPK, que había tomado la delantera a su rival: el primero termina arrebatando el control de la montaña al segundo y no lo volverá a perder desde entonces. Su presencia es tolerada por las dos fuerzas políticas del Kurdistán iraquí, que no se aventuran más allá de sus puestos avanzados. El valle del monte Qandil se convirtió entonces en una base de operaciones altamente estratégica entre Turquía, Irán e Irak. En Zargala todo parece desierto. Aparcamos frente a un edificio en el que la fachada es una gran vitrina; el “monumento a los mártires de Qandil”, precisa un cartel sobre la entrada.
En Qandil, la muerte llega generalmente del cielo, sin prevenir, como un rapaz que se lanza sobre su presa.
En el interior, placas conmemorativas recuerdan las tragedias que han ensombrecido el valle. Los retratos de las víctimas están dispuestos en las paredes con algunas líneas para indicar las circunstancias de su muerte. Familiares de víctimas han venido a poner flores y arreglan el lugar. Detrás del edificio se encuentra el lugar de un drama que explica el inquietante silencio que reina en el pueblo. Montañas de ladrillos y tejados de chapa amontonados, una losa de hormigón machacado se desparrama sobre el suelo; más allá, una casa de piedra vieja sufre la misma suerte. Dos ráfagas de un ataque mortal: siete personas murieron intentando salvar a una anciana herida durante la primera. “Los habitantes de esta aldea tienen miedo, han abandonado el valle y se han reunido con sus familiares en Ranyah, a medio centenar de kilómetros de aquí”, precisa Magros. En Qandil, la muerte llega generalmente del cielo, sin prevenir, como un rapaz que se lanza sobre su presa.
El conflicto que opone al PKK y el Ejército turco ya ha provocado centenares de víctimas civiles en las montañas del Kurdistán iraquí. Mandil es una de las regiones más afectadas debido a la larga implantación de los insurgentes. El PKK gestiona incluso algunos ayuntamientos y hace cumplir la ley. “Un árbol cortado, 100 dólares de multa”, continúa Zagros. “La protección de la naturaleza y la toma de conciencia de la necesidad de preservar las plantas es uno de los pilares de nuestro programa político”. La explicación sería completa si mencionáramos la necesidad que tiene el PKK de camuflarse en el paisaje para escapar a la amenaza venida del cielo. Los montes Qandil, si bien áridos, presentan efectivamente una vegetación más densa que muchas de las otras regiones del Kurdistán. Pero en algunas zonas percibimos masas enteras de bosque carbonizado. “Los bombardeos turcos”, comenta Magros. “Incendiaron esta colina hace dos meses y no conseguimos contener el incendio. El ataque no se dirigía contra ninguna instalación precisa. Tiraron contra una arboleda y provocaron un incendio, eso es todo. Los componentes químicos de esas armas contaminan el valle. La tierra queda estéril durante muchos años alrededor de los puntos de impacto”. En una curva, Zagros apaga el motor. Salimos del vehículo y seguimos un sendero que se abre camino entre los robles. Rápidamente llegamos a un claro espectacular: se trata de un cráter de cinco metros de diámetro y tres de profundidad. Árboles antes robustos yacen en pedazos alrededor del orificio.
“Ni los muertos se salvan de las agresiones del Ejército turco”, espeta Zagros
Sin decir una palabra, Zagros arranca el vehículo y continuamos el viaje. Unos kilómetros más adelante aparcamos ante un monumento bien cuidado y rodeado de flores. “Es la tumba de Apê Hesen, el ingeniero que ha construido el cementerio de los mártires”. Pasando un pórtico con los colores amarillo, verde y rojo vivos del Kurdistán y coronado por una estrella roja, entramos en un santuario en homenaje a los mártires del PKK y de sus organizaciones satélite caídos en ejercicio. En el interior, tumbas escrupulosamente alineadas y floridas honran la memoria de decenas de hombres y mujeres muertos, algunos a centenares de kilómetros de allí pero que quisieron ser enterrados en este cementerio convertido en lugar de memoria prestigioso para los combatientes. “Ni los muertos se salvan de las agresiones del Ejército turco”, espeta Zagros. Más abajo del cementerio, un museo fundado en honor de los combatientes ha sido arrasado por los obuses turcos hace poco. También se ha dejado sin reparar. “Las tumbas de los nuevos mártires son austeras por ahora, pero serán acondicionadas como las de los más antiguos en el futuro. Por el momento no queremos hacer demasiadas obras atrayendo la atención de los drones”. Más abajo, un tablero de ajedrez de talla humana ocupa un gran espacio. “Es el lugar de ceremonia para los mártires cuando se les entierra. Pero lo utilizamos cada vez menos para no arriesgarnos a una hecatombe”.
Al salir del cementerio entablamos una conversación sobre los métodos de camuflaje que emplean los combatientes para confundir a los dones turcos. Súbitamente, en plena discusión, mis interlocutores se quedan en silencio. Se quedan inmóviles, concentrados, y levantan la mirada al cielo. “Hay un dron. No hay que quedarse aquí”. En el pickup el walkie-talkie de Zagros chisporrotea intermitentemente. 2Acaba de despegar un avión de una base turca. Puede estar aquí en menos de diez minutos”. Esperamos unos instantes y nos enteramos finalmente de que la zona no está amenazada y que el avión ha bombardeado otra localidad. Al borde de la carretera que sigue el fondo del valle de los montes Qandil nos acercamos a un grupo de aldeanos. “¿Alguno de ustedes ha sufrido daños por los bombardeos turcos?”. Varios de ellos asienten. Uno de los vecinos toma la palabra y nos cuenta su historia: “Mi producción de aves ha sido arrasada y miles de pollos fueron masacrados en unos pocos segundos. Nuestra casa estaba situada a una decena de metros de la granja y quedamos traumatizados por esta experiencia. Un trozo de obús del tamaño de un plato cayó entre mis dos hijos que dormían en la misma cama”. Seguimos a nuestro testigo que nos conduce al lugar del bombardeo. En un claro, escombros de hormigón y chatarra rodean un cráter abierto, aún más grandes que los observados anteriormente.
“He perdido una fortuna debido a esta destrucción. Estoy endeudado y no tengo los medios para relanzar mi negocio. Las condiciones de trabajo son difíciles, aquí, porque las infraestructuras públicas están limitadas debido a los ataques”. Se une a nosotros un pastor que hace pastar a sus animales en el valle. “Sólo vivo aquí ocho meses al año. Atravesamos la montaña desde Ranyeh en cuando se derrite la nieve y hacemos el camino inverso en cuanto se acerca el invierno. Por el camino, en los tres días de marcha que separan Ranyeh del valle de Qandil, ya he sufrido bombardeos perdiendo una parte de mi rebaño. Los ataques también vienen de los guardias fronterizos iraníes del otro lado de la montaña. A veces llevamos a los animales a pastar en Irán cuando escasea la hierba por aquí y el Ejército iraní nos dispara. Aprendemos a vivir así. Pero tenemos miedo. Es el precio que tenemos que pagar por seguir haciendo lo que han hecho siempre nuestros padres”. ¿Piensa en hacer otra cosa? Se ríe. “¿Hacer qué? No sé hacer nada más. Es nuestra cultura, nuestro orgullo. No me arrodillaré frente a la tiranía de estos invasores. Ocupamos estas montañas y sobrevivimos gracias a ellas desde siempre”.
“Nunca te lo dirán directamente, y sobre todo no delante de los miembros del PKK, pero muchos habitantes de los montes Qandil están cansados de la presencia del PKK. Están hartos de este conflicto
Casi en todos los lugares que visitamos, los habitantes saludan a nuestros guías con un entusiasmo auténtico. El apoyo que les dan parece inquebrantable. Cerca del checkpoint móvil los centinelas sacan la cabeza por la ventana a menudo para dar besos a toda una familia. A veces, sin embargo, un vehículo se acerca sin el menor gesto amigable. “Nunca te lo dirán directamente, y sobre todo no delante de los miembros del PKK, pero muchos habitantes de los montes Qandil están cansados de la presencia del PKK. Quieren seguridad. Están hartos de este conflicto que les cuesta tanto. Su combate es legítimo, pero amenaza de rebote la seguridad de los habitantes… Y el PKK no consigue comprenderlo”, nos confiesa un joven kurdo originario de Suleymanieh, que viaja regularmente a los montes Qandil. “Tengo una gran admiración por ellos –prosigue, pero escucho a los aldeanos y hay un problema que resolver”. ¿A quién culpar? ¿Al Ejército turco que actúa con total impunidad o al PKK que se camufla en zonas habitadas? Los turcos no pronuncian la más mínima excusa durante sus frecuentes atropellos. El PKK está considerado una organización terrorista y los intereses estratégicos del Estado turco excluyen toda perspectiva de una desescalada en este momento. La intransigencia de Erdogan, de hecho, ha puesto fin al alto el fuego que reinó en el Kurdistán durante dos años (2013-2015) y ha relanzado la máquina de guerra.
El pasado 20 de septiembre, siete habitantes de la región de Sheladize, al norte del Kurdistán iraquí, perdieron la vida por un ataque turco cuando pescaban en la orilla de un río. Un dron había detectado la presencia de un grupo importante y el Ejército turco juzgó probable que fueran miembros del PKK. En el lugar del impacto, grandes cantos del lecho del río han volado en pedazos; un gigantesco álamo ha sido arrancado del suelo y reposa unos metros más allá. Dos días más tarde, los familiares, traumatizados, oficiaban una ceremonia a la que asistieron centenares de habitantes de la región. En pleno duelo y conmocionados, aceptan recibirnos a pesar de todo. “¿Quién puede justificar esto? No hay justicia. Estamos abandonados por la comunidad internacional”. Estos aldeanos esperan beneficiarse algún día de una verdadera soberanía.
“Basta ya de ataques, basta de guerrilleros en nuestras montañas. Ya no podemos ir a nuestras fincas, cultivar nuestras tierras”. En este bastión del PDK el tono al hablar del PKK, que ocupa las montañas de la zona, fronterizas con el Kurdistán turco, es mucho menos conciliador. En las proximidades de la aldea, una base militar turca ocupa un bloque de casas. “¿Han pedido cuentas a las autoridades turcas?”, pregunto. “No tienen nada que ver”, asegura uno de los padres de las víctimas. “Barzani [presidente del Gobierno regional del Kurdistán] ha autorizado esta base por la seguridad de nuestro país. Es el PKK quien es responsable de esta situación. Aunque nos gustaría que el Ejército turco cambie de táctica”. Mientras esperan que se haga justicia, los familiares lloran a sus muertos y nos imploran de corazón: “Dígale al mundo lo que pasa aquí, esto tiene que terminar”.
Si bien algunos civiles culpan al PKK, otros solo tienen rencor hacia el Ejército turco. No deja de estar menos claro que Turquía, que recientemente ha retomado su campaña militar terrestre contra la organización revolucionaria en las montañas del Kurdistán iraquí, tiene poca consideración por estos daños colaterales, no obstante bien reales.