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El fracaso de la izquierda revolucionaria venezolana por superar el burocratismo madurista

Roberto López Sánchez :: 12.01.18

Predominio de la apetencia de cargos burocráticos en muchos cuadros revolucionarios, que terminaron perdiendo todo su “filo” crítico y se subordinaron a un aparato neoadeco que domina la administración pública nacional, regional y local.
Nosotros decimos que la mayoría de los izquierdistas viven esperando el mesías, la vanguardia, y se colocan por delante de las posibilidades de despliegue autónomo de la potencia social independientemente de estado y gobierno.

La derrota, por ahora, del movimiento revolucionario en Venezuela
Por: Roberto López Sánchez | Domingo, 12/11/2017
Aporrea

Hemos dicho en un escrito anterior que la MUD ha sufrido una derrota histórica en Venezuela, luego del 15J (”La MUD sufrió una derrota histórica pero el madurismo no termina de triunfar”, https://www.aporrea.org/actualidad/a254633.html). Lo que nos faltaba por decir es que el movimiento revolucionario también ha sufrido una derrota, aunque la misma pudiera revertirse en un futuro no tan lejano.

Primero es bueno definir que entendemos por movimiento revolucionario, dado que esto se puede entender en múltiples interpretaciones. Para nosotros el movimiento revolucionario en Venezuela es el que recoge las tradiciones de lucha popular que se vienen presentando en el país desde la época colonial, así como las mejores tradiciones de la lucha mundial de los trabajadores contra la explotación capitalista, y de los pueblos, principalmente de Nuestra América, contra todas las formas de dominación imperial.

En cierta forma, Hugo Chávez se movió en esa lógica discursiva, y formalmente en lo programático, aunque sus realizaciones prácticas incluyeron lamentablemente muchos de los vicios y defectos de todas las experiencias reformistas latinoamericanas y mundiales. Hasta el punto de que luego de su fallecimiento, ante la ausencia efectiva de su discurso radical siempre ubicado en los cambios de situación y coyunturas que se iban presentando, quienes quedaron al frente del gobierno lo único de lo que han sido capaces es de profundizar al máximo todos esos vicios y defectos del reformismo pequeñoburgués que por varios siglos han usurpado en Venezuela y Latinoamérica el puesto de los auténticos líderes populares.

El movimiento revolucionario estaba prácticamente desmantelado cuando Chávez ganó la presidencia en 1998. Esa crisis en las organizaciones revolucionarias, aunque tenía su origen en la derrota sufrida en la lucha armada en las décadas anteriores, se declaró como tal a partir del Caracazo en febrero de 1989, cuando la insurrección espontánea del pueblo contra el modelo de capitalismo dependiente puntofijista no encontró a ningún referente organizado en la izquierda que hubiera previsto y hubiera canalizado ese descontento transformado en insurrección.

Ese colapso de los revolucionarios en 1989 facilitó el camino a Chávez para que, luego del 4 de febrero del 92, pudiera capitalizar todo ese descontento popular y finalmente ganara las elecciones del 98. En los hechos, Chávez se presentó ante la historia como una fuerza revolucionaria, que reivindicaba todo ese pasado de lucha popular, incluso con un discurso de mayor profundidad que las recetas eurocéntricas que por décadas habían repetido la mayoría de los partidos de izquierda en Venezuela. Pues juntó en un solo programa el legado patriota de la independencia, la lucha indígena y afroamericana, las tradiciones revolucionarias de las fuerzas armadas venezolanas, la sacrificada lucha armada contra la democracia puntofijista, y los aportes críticos del marxismo a nivel mundial.

Pero la conciencia que demostró Chávez al considerar su propia lucha como expresión de continuidad de todas las manifestaciones anteriores de lucha popular, parece que nunca la obtuvieron Maduro y el resto de dirigentes que asumieron el gobierno a partir de diciembre de 2012.

Chávez cometió un error al imponer un modelo de partido único con el PSUV. La crítica dentro y fuera de Venezuela lo llevó a modificar esa propuesta, dejándola en “partido dirigente”, aunque no fuera único, se permitirían otros partidos de izquierda, pero siempre que estuvieran subordinados al partido dirigente. Casi lo mismo.

Así como Stalin aplicó al extremo fascista una serie de concepciones erradas formuladas por Lenin, Maduro y compañía han profundizado al máximo las definiciones equivocadas de Chávez. Por eso, desde 2013 Maduro ha intentado desaparecer a todos los partidos del mal llamado “Gran Polo Patriótico”, mediante artilugios ejecutados desde el CNE. Su objetivo claro es permitir solamente la existencia legal de partidos de izquierda que en realidad sean un simple apéndice del PSUV, una franquicia al servicio de la burocracia. Por ello han impedido y seguirán impidiendo la legalización de Marea Socialista. Y supuestos partidos como el PCV, el PPT y Redes sufren presiones extremas para que acepten ese triste papel de franquicias y abandonen cualquier intento de actuación como organizaciones autónomas sujetas a su propio programa y a sus estructuras internas de decisión.

Regresando al punto de la derrota del movimiento revolucionario (y considerando que este análisis lo realizamos principalmente como enunciados, pues podríamos extendernos en muchas páginas que probablemente muy pocos leerán), puntualizamos que durante los años de gobierno de Chávez las fuerzas revolucionarias más o menos dispersas que se encontraban en todo el país actuaron en torno a las iniciativas que marcaba el mismo presidente. No existieron esfuerzos autónomos que, manteniendo en todo momento el apoyo político hacia Chávez, construyeran organizaciones revolucionarias con un programa y una estructura nacional propias, que no dependieran ni del financiamiento del estado ni de las directrices del MVR-PSUV.

Los pequeños nucleamientos nacionales de revolucionarios que sobrevivían, es decir, los restos de lo que fue el PRV-Tercer Camino, la OR-LS, BR, Desobediencia-Proyecto Nuestra América, y los grupos obreristas trotskistas de Valencia-Maracay, no fueron capaces ninguno, ni juntos ni por separado, de levantar una alternativa de organización revolucionaria que apoyando a Chávez se fortaleciera con autonomía y tratara de enarbolar un programa de transformaciones más claro que la siempre confusa propuesta que adelantó el chavismo en el poder.

Donde más se avanzó fue en el desarrollo del Movimiento 13 de Abril, impulsado por lo que había sido Desobediencia-PNA, pero la burocratización inicial de los sectores más jóvenes (asombrosamente la burocracia entró por la juventud en este caso) produjo una ruptura en el pleno de Aroa en el 2005 (donde participaron más de 700 delegados de todo el país), y posteriormente la propuesta de incorporarse o no al PSUV terminó de aniquilar al M13 en el pleno de Carora de 2007.

Líderes históricos del movimiento revolucionario terminaron plegándose totalmente al chavismo gobernante, como ocurrió con Alí Rodríguez Araque (quien ya tenía una práctica de integración al reformismo parlamentario desde la Causa R en los años 90), Fernando Soto Rojas, Julio Escalona y Carlos Lanz Rodríguez. Algunos como Gabriel Puerta no dudaron en aliarse con la derecha proimperialista y se convirtieron en una ficha de los gringos. Otros como Roland Denis y Douglas Bravo optaron por mantenerse distantes y críticos del gobierno chavista (en el caso de Roland hubo una muy breve pasantía como viceministro de planificación en 2002), pero incapaces de articular un movimiento político nacional. Y los líderes obreros como Orlando Chirinos y Stalin Pérez no trascendieron sus posturas obreristas, en las cuales se han mantenido hay que reconocerlo, pero sin poder articular un programa más amplio que abarque al movimiento popular revolucionario en su conjunto (Chirinos ha estado participando en espacios de la derecha pitiyanqui, como el FADES, aunque en ocasiones busca acercamientos a sectores clasistas y revolucionarios).

Ni hablar de los partidos que desde hacía varias décadas habían renunciado a la lucha de clases y se habían incorporado al juego democrático-burgués (MAS, MEP, PCV, Causa R). Estos partidos inicialmente apoyaron a Chávez, pero algunos de ellos rompieron abiertamente en ocasión de la conspiración imperial del 11 de abril de 2002 (como el MAS y Causa R). El PCV y el MEP han funcionado casi todo el tiempo como franquicias al servicio del estado. En el caso del Partido Comunista, la estrecha relación de Chávez con Cuba le sirvió al PCV para adquirir un “prestigio” inmerecido dentro de la juventud venezolana, desconocedora de la trayectoria de conciliación de clases que desde 1966 desarrolló dicho partido.

El esfuerzo más resaltante de unificación programática de una izquierda revolucionaria en el chavismo fue el encuentro de intelectuales organizado por el Centro Internacional Miranda en junio de 2009, el cual reunió a importantes líderes sociales y algunos intelectuales extranjeros (como Juan Carlos Monedero, Marta Harnecker y Emir Sader) para ejercitar una reflexión crítica sobre los errores del gobierno de Hugo Chávez. La brutal reacción mediática del gobierno y del propio Chávez contra ese encuentro no fue adecuadamente respondida por el colectivo participante de ese evento, tal vez influido por la diversidad de posiciones en su seno, pero pensamos también que hubo mucha ingenuidad al creer que las cosas podían resolverse en “espacios internos” del PSUV y del gobierno. Hay que reconocer que la única voz que enfrentó a Chávez dentro de la dirección del PSUV en ese momento fue Muller Rojas, quien incluso renunció a integrar esa estructura, pero su ya debilitada salud le impidió participar en iniciativas políticas alternas.

Somos de la opinión que ya desde ese año 2009 era imprescindible construir orgánicamente una referencia política que se distanciara del PSUV y que mantuviera un apoyo crítico a Chávez. No se hizo, y hoy vemos los desastrosos resultados de esa política de tratar de resolver las enormes diferencias programáticas y de principios en el inexistente marco organizativo del partido de gobierno.

En todos estos años de nacimiento y desarrollo del PSUV se habló siempre sobre el surgimiento de una “tendencia de izquierda” en su seno. En un primer momento personajes como Luis Tascón e Iris Varela se presentaron como sus representantes, así como Eduardo Samán, Freddy Bernal y otros. Dicha tendencia nunca se concretó y muchos de sus supuestos representantes han terminado como los más feroces burócratas y perseguidores de la militancia crítica, como ha ocurrido con Bernal y Varela.

Ya en el período de Maduro, desde el 2013, se desató una persecución interna contra los sectores revolucionarios que aisladamente permanecían dentro del gobierno y dentro del PSUV. En esa purga contrarrevolucionaria fueron sacados del gobierno varios ministros que habían trabajado con Chávez desde un principio, como Héctor Navarro, Giordani y Ana Elisa Osorio. También fueron alejados del gobierno generales que no aceptaron integrarse dócilmente a la estructura corrupta de la burocracia, como Clíver Alcalá. Las esperanzas promovidas por Marea Socialista de conformar una tendencia crítica en el congreso del PSUV celebrado a mediados del 2014 no pasaron de los deseos, pues ninguna estructura partidista se pronunció con propuestas críticas ni cuestionó la expulsión tan vergonzosa de Navarro que hizo directamente Diosdado (recordando la también vergonzosa expulsión de Tascón que promovió el mismo Chávez en el anterior congreso partidista).

Un extraño personaje que durante ese año 2014 se presentaba como el jefe de la supuesta tendencia revolucionaria dentro del PSUV, con supuestos integrantes tanto en la dirección, como en diputados en la Asamblea Nacional, alcaldes, concejales y militantes en todo el país, terminó revelándose como un espía a sueldo de Diosdado y asumiendo cargos subalternos en el gobierno de Maduro. Uno quien al final de su carrera política le ha hecho honor a su papel de policía, en el sentido negativo del término, como delator de revolucionarios.

A partir de 2014 se intenta un nucleamiento de revolucionarios provenientes del chavismo y que han sido desplazados por la burocracia madurista. Esa iniciativa encabezada por el pequeño colectivo político de Marea Socialista (en la cual he participado desde 2007) ha permitido crear la Plataforma en Defensa de la Constitución, integrando allí a algunos de esos ministros y funcionarios que trabajaron al lado de Chávez y fueron totalmente desplazados y expulsados por el madurismo.

Pero hoy debemos reconocer que el esfuerzo intentado desde Marea Socialista y desde la Plataforma no ha logrado impactar en las bases populares. En cambio, hay que reconocer que lamentablemente casi todo el descontento popular existente por los fracasos de la política madurista fueron canalizados por la derecha pitiyanqui de la MUD, lo que les permitió vencer en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, y lo que permitió que durante cuatro meses de este año 2017 intentaran una vía insurreccional para tomar el poder que finalmente terminó fracasando al no poder superar la lucha callejera violenta y ser prácticamente derrotados en ese terreno por las fuerzas de orden público del gobierno madurista.

Si la derecha fue derrotada contando con un gran respaldo popular que les permitió incendiar las calles de Venezuela durante cuatro meses, los revolucionarios fuimos derrotados sin siquiera poder presentar batalla, pues nuestras propuestas no han sido escuchadas por el pueblo chavista, el cual ha optado una parte de él por replegarse a sus casas y centros de trabajo y estudio, y otros mantienen un respaldo a Maduro aunque cada vez más crítico y precario, en la medida en que la crisis económica arrasa con todas las políticas sociales que una vez impuso Chávez.

En esta derrota del movimiento revolucionario han influido, a manera de resumen, estos elementos:

· No haber sido capaces a lo largo del período bolivariano (1999-2017) de constituir una organización referente nacional que manteniendo un apoyo crítico a Chávez primero y luego a Maduro, enarbolara claramente un programa de cambios revolucionarios y diera el ejemplo ante el pueblo en los espacios concretos de intervención política a lo largo de todo el país.

· Predominio de la apetencia de cargos burocráticos en muchos cuadros revolucionarios, que terminaron perdiendo todo su “filo” crítico y se subordinaron a un aparato neoadeco que domina la administración pública nacional, regional y local.

· Incapacidad manifiesta de otros que si bien no se plegaron a la burocracia, tampoco supieron aprovechar su condición de dirigentes nacionales para promover espacios de organización de los revolucionarios.

· Ilusionarse con supuestas encuestas probablemente provenientes de la inteligencia progringa, que mantuvieron por años que existía la posibilidad de que sectores críticos del chavismo, como Marea Socialista, podían capitalizar, incluso electoralmente, la desesperanza popular ante la manifiesta incapacidad de Maduro para conducir el país.

· De manera general, el fenómeno de Hugo Chávez en el poder incidió negativamente en todas las organizaciones populares y revolucionarias, desarticuló sindicatos y movimientos cooperativos, disolvió nucleamientos políticos e impuso su propio programa, el cual tenía considerables aportes a la nueva realidad continental y mundial, pero que al mismo tiempo trajo de vuelta conceptos que se creían ya suficientemente criticados y derrotados del llamado “socialismo real” fracasado en la URSS, como la concepción del partido único y del estado como controlador de una economía que sigue siendo capitalista.

· En el caso de los partidos con existencia formal, que tienen “tarjeta” reconocida por el CNE, la mayoría de ellos son vulgares franquicias políticas de la burocracia gubernamental, y los que todavía no lo son se encuentran ante una disyuntiva que pronto los hará definirse al respecto. O rompen formalmente con el gobierno de Maduro y se declaran oposición de izquierda, o regresan mansamente al redil y toman las sobras que la burocracia les ofrecerá.

Hoy en noviembre de 2017, con una crisis económica avasallante que doblega todos los intentos de sobrevivencia del pueblo trabajador, el movimiento revolucionario venezolano tiene en términos de “condiciones objetivas” la posibilidad real de renacer de sus cenizas y retomar la iniciativa política para buscar rescatar la extraviada revolución bolivariana. Ya sea mediante una gran manifestación de calle semejante al Caracazo, ya sea mediante una votación negativa contra los candidatos de la burocracia, ya sea mediante escenarios de rebelión social como los que permitieron la insurgencia de Chávez en la política nacional, el pueblo bolivariano puede voltear la tortilla en cualquier momento.

Pero hasta hoy vemos lamentablemente cómo la burocracia triunfa en todos los escenarios de lucha que se le plantean. Incluso cuando un supuesto “prócer” del proceso como Isaías Rodríguez osa cuestionar la incapacidad manifiesta de la Constituyente para no hacer otra cosa que hablar paja, es derrotado y humillado por un personaje gris que no ostenta mérito alguno salvo su condición permanente de buen burócrata neoadeco, el cual ni siquiera merece ser nombrado.

Figuras como Eduardo Samán y otros candidatos a alcaldes que surgen del chavismo popular y que hoy sufren todo el chantaje y la extorsión del PSUV, tienen la responsabilidad histórica de recuperar las mejores tradiciones de lucha del pueblo venezolano, y no dejarse someter por quienes han pervertido en todos los órdenes el legado de Chávez. Si se van con el rabo entre las piernas, como vergonzosamente lo hizo Isaías, significará que este gobierno madurista todavía tiene mucho que recorrer, hundiendo hasta lo imposible lo que una vez fue esperanza de los oprimidos.

Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 12 de noviembre de 2017


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