En un México donde ser indígena implica marginación, ruralidad y pobreza la precandidatura de MaryChuy es un logro en sí mismo. Sobre todo que ella, como mujer, sufre una triple opresión: la de la etnia, la de la clase y la del género.
Lo que ‘Mary Chuy’ ha dado al proceso electoral
por Carolina Ortega
26 enero, 2018
Lider Empresarial
Este artículo no es, ni pretende ser, uno más de análisis electoral. Es una reflexión sobre la importancia y lo que significa en nuestra sociedad tener una precandidata como ‘MaryChuy’. Ella, que como muchos otros -¡muchos!- hombres y mujeres aspiran a ser candidatos para ocupar el cargo de Presidente de la República. Ella, que no solo es mujer, es indígena y zapatista.
En un México donde ser indígena implica marginación, ruralidad y pobreza la precandidatura de MaryChuy es un logro en sí mismo. Sobre todo que ella, como mujer, sufre una triple opresión: la de la etnia, la de la clase y la del género.
Hace apenas 10 años que a otra indígena, Eufrosina Cruz, se le restringían sus derechos políticos-electorales por ir en contra de los usos y costumbres de su comunidad. Hito que transformó la esfera jurídica de las indígenas, a quienes se les reconocieron constitucionalmente éstos y otros derechos fundamentales por encima de las tradiciones culturales.
Sin embargo, la realidad de las indígenas mexicanas sigue enfrentándolas a tradiciones culturales perjudiciales y a la invisibilidad social, porque son mujeres, son pobres y son indígenas. Una triple opresión que nunca hemos experimentado el resto de las mexicanas.
MaryChuy, como muchas otras mujeres zapatistas, ha desafiado el statu quo y redefinido su papel como mujer e indígena dentro y fuera de su comunidad. Algo que hasta antes de la insurrección del EZLN parecía incuestionable: la pertenencia de las mujeres en el espacio doméstico; son hijas, luego esposas y finalmente madres, en una especie de destino infalible que no da espacio a la libre voluntad.
El movimiento zapatista integró a sus demandas y lucha social a las mujeres y a sus reivindicaciones, de hecho, es en el seno de este movimiento que por primera vez se habla de la triple opresión que viven las indígenas.
Es cierto que, pese a esta consciencia feminista indígena, la realidad de las indígenas mexicanas no ha cambiado significativamente, empero, la presencia de MaryChuy y otras indígenas en la esfera política nacional es un grato avance.
Uno del que quizá no seamos muy conscientes pues, pese a que México hasta antes de la colonización española era un territorio totalmente indígena, hoy vemos a las personas indígenas como los otros, los diferentes, los que se niegan a ser como ‘nosotros’. Y porque, aunque nos duela reconocerlo, somos un país profundamente racista y clasista.
En una campaña electoral que, según las primeras encuestas, la contienda parece definida entre dos hombres, la presencia de ‘MaryChuy’, mujer e indígena, es símbolo de resistencia, de empoderamiento y de que las sociedades sí pueden transformarse y trascender de sus realidades.