A pesar de que vivimos en una democracia, el poder se está acostumbrando a utilizar su maquinaria contra ciudadanos que, de pronto, se ven desprotegidos y en una situación de absoluta vulnerabilidad. Cabe resaltar la gran desproporción de fuerza en este tipo de situaciones, por ello, no quedará más que unirnos y defendernos con los pocos recursos que disponemos, entre ellos, nuestra palabra y la posibilidad de difundirla en las redes, mecanismos alternativos a los grandes medios de comunicación masivos que, salvo algunas excepciones, suelen inclinarse a favor del poder de turno.
Rocío Estremadoiro Rioja
CARTA ABIERTA A RILDA PACO
Hola compañera, no nos conocemos, pero sabiendo de las amenazas y amedrentamiento desde el poder y la hipocresía y estupidez de alguna gente que arremete contra tu persona, decidí enviarte este mensaje abierto, como una ciudadana de este país.
Sucede, compañera, que, a pesar de que vivimos en una democracia, el poder se está acostumbrando a utilizar su maquinaria contra ciudadanos que, de pronto, se ven desprotegidos y en una situación de absoluta vulnerabilidad. Cabe resaltar la gran desproporción de fuerza en este tipo de situaciones, por ello, no quedará más que unirnos y defendernos con los pocos recursos que disponemos, entre ellos, nuestra palabra y la posibilidad de difundirla en las redes, mecanismos alternativos a los grandes medios de comunicación masivos que, salvo algunas excepciones, suelen inclinarse a favor del poder de turno.
Compañera, en algo ubico lo que debes estar padeciendo porque, hace un tiempo, también en Cochabamba un grupo de ciudadanos hemos recibido amenazas desde el poder con procesos judiciales; nuestro único delito es el amor por la naturaleza. Pero no quiero remitirme en esta misiva a ese caso específico, sino centrarme en lo que estás pasando, en lo que estamos pasando, en la vulnerabilidad de los ciudadanos/as y las mujeres frente al poder.
Comprendo la decepción que debe inundar tu alma en estos momentos. Es decepcionante percatarse que sobrevivimos en un país medio fascista, que no tiene pálida idea de lo que implica la libertad de expresión y menos la libertad de pensamiento, allende de que, a costa de muchas lágrimas, sangre y sudor, la humanidad aprendió que son derechos humanos irrenunciables. Decepcionante es, compañera, advertir que en este contexto no se puede disentir, cuestionar, dudar; que a través de calculadas dosis de dulce y garrote, sólo hay cabida para ovejas y soldados, máquinas constituidas para recibir órdenes o, simplemente, engranajes destinados a una cotidianidad mecánica; que apenas quepa espacio para adaptarse y sobrevivir sin cuestionar mucho; que asfixian “sagradas instituciones” intocables y peor aún si se trata de los dictámenes del poder.
Igualmente, cómo llena de tristeza la arrolladora evidencia de que cunde la ignorancia, la doble moral, la hipocresía, la pechoñería trasnochada, de que a través de su oscurantismo medieval, nos sigan rigiendo las botas y las sotanas, y ello a pesar de, se supone, habíamos superado la época de las dictaduras, ello a pesar de tantos avances a lo largo del orbe y de estar en pleno siglo XXI. Y, al tratar de respirar en semejante coyuntura, ¡qué sensación de encierro! ¡Qué sofocante claustrofobia que pretende recluir nuestro espíritu! ¡Qué ganas de tener alas para volar e irse bien lejos!
Sin embargo, compañera, hay algo todavía más preocupante que nuestra condición de ciudadanos/as vulnerables, y eso está relacionado con nuestra condición de mujeres. Porque no es casual que hoy tus detractores se ensañen con tu condición de mujer. No es casual que los insultos que te dirigen tengan una terrible carga machista y misógina. Menos es casual que se pretenda “defender” la tradicional esfinge de una deidad femenina a la que le es negada la sexualidad, que se arme tremendo escándalo por colocarle calzones a una Virgen, al tiempo de que en el festejo del Carnaval, supuestamente en homenaje a esa deidad, lo que más vemos es, justamente, calzones.
No necesariamente tendrás que coincidir conmigo, pero te comparto estas ideas que, a estas alturas, son ineludibles de abordar.
Los monoteísmos que devienen de la matriz abrahámica (judaísmo, Islam, cristianismo) revisten una fuerte carga misógina, siendo que han atizado y labrado una construcción social basada en el sometimiento femenino y, en especial, de su sexualidad. En ese sentido, se trastoca algo esencial y natural como el sexo y se convierte en lo que hay que maldecir, evitar o dosificar, principalmente en el caso de nosotras, las mujeres. El resultado es evidente, como diría Freud, nos hemos transformado en una cultura enferma, amarga y violenta.
Desde pequeños se nos enseña a ocultar el cuerpo y a sentir culpa por la más mínima pulsión sexual. En el caso de las mujeres, se nos inculca el “recato” como sinónimo de virtud y todavía quedan los opresores que suelen vender al mejor postor (vía matriqui) la virginidad de las hijas. Se nos indica, erróneamente, que nuestras pulsiones sexuales son “menores” a las de los varones y para “hacerse respetar”, nos son prohibidas y/o racionadas. Y de todo ello la deidad de la Virgen es manifestación clarita: Una mujer que para parir, se le fue negada la sexualidad, el placer y, por eso mismo, es “santa”.
En consecuencia, pareciera que las mujeres estuviéramos condicionadas a odiar nuestro cuerpo, porque mientras son abundantes los mensajes que gritan que debemos avergonzarnos de él (no vaya a ser que por su “exhibición”, nos violenten, insulten, denigren o violen), no obstante, al mismo tiempo, nos vemos saturadas con imágenes explícitas del cuerpo femenino como objeto mercantil.
La expresión del Carnaval revela con creces esta tendencia: Mientras se rinde culto a una deidad femenina “virgen”, al mismo tiempo se da rienda suelta a una sexualidad reprimida con todas sus taras, dando paso a una especie de esquizofrenia colectiva. Y, obviamente, a las personas que con libertad y honestidad se refieren al fenómeno, como en tu caso, quieren crucificarlas.
A partir de ese escenario, claro pues, compañera, que colocarle calzones a una Virgen, sacude los esquemas, remueve las estructuras, provoca al poder, incomoda. Por todo ello, ¡felicitarte por tu valentía! ¡Enhorabuena por tu honestidad y rebeldía! ¡Por fin un poco de aire fresco en este sumidero de hipocresías y sometimientos!
Finalmente, compañera, quiero decirte que no estás sola. No sé si somos muchos, pocos o “cuatro gatos”, pero no podemos seguir permitiendo el abuso del poder. No podemos continuar viendo indiferentes o impotentes cómo la maquinaria del poder y el oscurantismo arremete contra ciudadanos, contra derechos humanos básicos, contra la libertad de expresión y pensamiento, contra el derecho a disentir, contra las mujeres. No sé cómo le haremos, compañera, pero no estás sola, no podemos seguir solos/as. He aquí una servidora para lo que requieras, para lo que necesites. Y sé que hay muchos más.
Un abrazo desde el alma, compañera. Un abrazo como ciudadana, como ser humano que consagra la libertad como primera premisa, un abrazo como mujer.
Rocío Estremadoiro Rioja