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Mujeres: bajo la falda llevamos vaginas

Rocío Estremadoiro Rioja :: 10.03.18

A ver, ¿cuál es la “ofensa”? ¿Colocarle calzones a una Virgen? ¿Qué se supone que llevaba la virgen bajo las faldas? ¿No tenía vagina como cualquier otra mujer? ¿Acaso miles de mujeres no usamos tangas? ¿Eso nos hace pecadoras, malas personas, seres repudiables, entes retorcidos o perversos? ¿Hay que maldecir nuestro cuerpo? ¿Debemos avergonzarnos de esa parte de la anatomía que, allende de darnos placer, nos trae al mundo? ¿No es suficiente con mitificar la figura imposible de una mujer que para parir se le fue negada la sexualidad?

Bajo las faldas llevamos vaginas
Columna

ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA
DE-LIRIOS
Publicado el 07/03/2018

Doña Florípedes, protagonista de la novela de Jorge Amado “Doña Flor y sus dos maridos”, batallaba consigo misma ante ceder a los calores del cuerpo o seguir las “buenas costumbres” y guardar su virginidad para el matrimonio. Su pareja, el célebre Vadinho, la alentó a la praxis amatoria diciéndole: “Si él (Dios) quisiera que uno no yogase (sic) iba y hacía a todo el mundo capado y los nenes nacerían huérfanos de padre y madre”.

Con esta frase se resume con sencillez y dulzura lo natural de nuestra sexualidad, lo que no debería ser motivo de inquietud alguna. No obstante, en su ejercicio histórico, en especial si lo delimitamos a las vertientes culturales abrahámicas que heredamos de la Colonia, el dilema se repite: Mientras la cultura hace todo para frenar o postergar lo más posible la libre realización del sexo, la biología tira para el lado contrario. El resultado son seres humanos que aprenden a aplacar su sexualidad y transmutarla en otras manifestaciones que, generalmente, o vuelven infeliz al sujeto, o “explotan” en comportamientos violentos o patológicos. Otros recurren a una doble moral que distancia lo predicado, de lo hecho. Freud llamó a este fenómeno “malestar en la cultura”, relacionando a la represión sexual con las alteraciones de la psiquis, pero también con comportamientos colectivos como el abuso y violencia sexual (por cierto, tan frecuentes en Bolivia), las tiranías y la propensión a la guerra.

En los últimos días, la hipocresía con la que afrontamos la sexualidad, una vez más, llegó a extremos increíbles con lo que le está ocurriendo a la pintora Rilda Paco. Por pintar la imagen de la Virgen con una tanga roja, una ciudadana está siendo insultada y amedrentada de la manera más burda y violenta, y sólo faltaba que desde las instituciones del Estado, ¡no escaseen los que quieren encarcelar a la artista por expresarse! Y llegando al límite del absurdo mismo, cientos de personas se congregaron en una procesión de “desagravio” a la Virgen “ante tan grave ofensa”.

A ver, ¿cuál es la “ofensa”? ¿Colocarle calzones a una Virgen? ¿Qué se supone que llevaba la virgen bajo las faldas? ¿No tenía vagina como cualquier otra mujer? ¿Acaso miles de mujeres no usamos tangas? ¿Eso nos hace pecadoras, malas personas, seres repudiables, entes retorcidos o perversos? ¿Hay que maldecir nuestro cuerpo? ¿Debemos avergonzarnos de esa parte de la anatomía que, allende de darnos placer, nos trae al mundo? ¿No es suficiente con mitificar la figura imposible de una mujer que para parir se le fue negada la sexualidad?

Lo paradójico es que en pleno siglo XXI está demostrado lo obvio: El sexo (y la desnudez que suele implicar) es una manifestación de la vida totalmente normal, necesaria para la salud mental y física y si implica el consentimiento de todos los involucrados en el acto y no reviste de ninguna relación de fuerza o abuso, ¡es pues placentero! ¡Y, por supuesto, eso nos incluye a las mujeres! ¡Ya basta de hipocresías frente a algo que todos/as hacen, así sea ocultándose!

En el marco de una democracia, se comprende que es importante la tolerancia frente a las tradiciones, costumbres y creencias de los demás. Pero si, a nombre de ellas, violentarán y perseguirán a las personas por referirse al cuerpo femenino y a artistas en el intento de develar una crítica, no esperen a que no reaccionemos defendiendo lo vital, lo básico: nuestra condición de mujeres, de seres vivos, y la libertad de ser y existir. ¡Y a mucha honra!


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