Con esta serena autocrítica, Zibechi sigue ganándose la antipatía de las izquierdas burocráticas del continente.
Raúl Zibechi
12 marzo 2018 0
La credibilidad de “nuestros” medios
Desinformémonos
Las líneas que siguen tienen una intención y crítica y autocrítica, por un doble motivo. Creo que sin crítica no podemos visibilizar las opresiones que sufrimos. Pero sin autocrítica caemos en el inmovilismo y la comodidad de sabernos siempre del lado del bien, lo que nos permite ocultar los errores que, como hemos visto en un siglo de socialismo, en no pocas ocasiones conducen a situaciones intolerables.
El tema es la jornada de lucha protagonizada por amplios sectores del pueblo boliviano el pasado 21 de febrero. El objetivo era defender el resultado del referendo convocado por el presidente Evo Morales, dos años atrás, donde se preguntaba si la población aceptaba la posibilidad de una nueva reelección, lo que le permitiría a Morales presentarse a las elecciones de 2019 y completar así 18 años ininterrumpidos en el cargo.
El resultado fue ajustado. Ganó el No con el 51,3 % de los votos. El gobierno nunca aceptó el resultado y un año después Morales anunció que se postulará a la presidencia cuando el Tribunal Constitucional aceptó que vuelva a ser candidato.
No pretendo entrar en el debate sobre la reelección de Morales, porque el tema son nuestros medios, los medios de comunicación que nos definimos críticos, comunitarios, alternativos o antisistémicos. Los nombres son lo de menos.
Lo que me parece relevante es que el gobierno pase por encima de una decisión de la mayoría de los bolivianos y que nuestros medios ignoren la jornada de lucha. Lo primero es cosa de ellos. Lo segundo nos involucra.
Escribo para medios de México, Argentina, Uruguay y del Estado Español. Ninguno de esos medios, incluyendo éste, recogió la jornada de lucha del 21 de febrero pasado. El medio uruguayo donde trabajé 25 años, que se define como de izquierda independiente y antiimperialista, tampoco publicó nada. Yo mismo, no escribí sobre el tema en ninguna de las columnas que tengo en los diversos medios. Entonces me pregunto: ¿qué nos está pasando? ¿Porqué recogemos aquellas cosas que cuadran con nuestra política y ocultamos aquellas que la ponen en cuestión?
Debo decir que no todos los medios hacen esto. Ahí está aporrea.org de Venezuela, una página vinculada a un partido de izquierda, chavista pero no madurista, donde el lector puede encontrar artículos a favor y en contra del gobierno, lo que parece muy saludable, en particular cuando las cosas no están claras y domina la confusión.
Siento, lo digo en primera persona, que no hemos sido capaces de superar la dicotomía (binarismo) derecha-izquierda, gobierno-oposición, y que tenemos temor de denunciar a la izquierda en el gobierno porque nos pueden acusar de hacerle el juego a la derecha o al imperio o, también, porque algunos realmente creen que criticar a ciertos gobiernos o fuerzas políticas es ayudar al enemigo.
En este punto quisiera plantear tres cuestiones.
La primera es el elevado costo de no criticar. No conocemos otro modo de mejorar lo que hacemos, individual o colectivamente, que la reflexión, el debate, la crítica y la autocrítica. Dejar pasar, cerrar los ojos y confiar en los dirigentes, es un camino seguro al fracaso, a la pérdida de vitalidad y al estancamiento. Sabemos que lo primero que hacen los autócratas, de derecha y de izquierda, es suprimir el debate abierto y franco, silenciar las críticas.
La segunda se relaciona con los resabios de estalinismo que hay entre nosotros. Acusar al que critica de hacerle el juego al enemigo, es el peor camino. Cuando la militancia teme expresar sus opiniones, se abre un silencio sepulcral que nos está indicando que el cuerpo colectivo está colapsando, perdiendo vida.
La tercera consiste en que por este camino dejamos de ser creíbles. Los medios de comunicación anti-sistema se mueren si pierden legitimidad, si quienes nos siguen sienten que estamos faltando a la verdad. Sencillamente, porque dejamos de ser anti sistema. Es absurdo ser críticos con el enemigo y ser acríticos con los nuestros. Es una forma de sabotear los proyectos colectivos por comodidad o, mucho peor, porque al rehuir la crítica estamos lubricando el camino de la nueva clase en formación que se prepara para sustituir a la vieja y decadente burguesía. La historia del socialismo avala esta hipótesis.