El debate de fondo no está en qué por qué Lula y no Temer, por qué Dilma y no otros implicados de la oposición congresal, sino en hasta cuándo los pueblos van a sostener las formas de reproducción del poder, sean de “derecha” o de “izquierda”, para simplificar. El acontecimiento político no puede comprenderse si se lo reduce a la figura esquemática y simplona del movimiento del péndulo; pasa de “derecha” a “izquierda”, después de “izquierda” a “derecha”. Esto es un reduccionismo harto inocente. El tema es que tanto unos como otros participan de la reproducción del circulo vicioso del poder. Entonces se trata de discutir cómo salimos del circulo vicioso del poder.
12 abril, 2018
Las pretensiones del neo-gamonalismo
Raúl Prada Alcoreza
Hemos dicho varias veces que uno de los grandes problemas de las sociedades humanas es que no aprenden de las lecciones históricas, políticas, económicas, que les tocó experimentar; aunque lo hagan más tarde, pierden un valioso tiempo, que muchas veces es largo. Concretamente, refiriéndonos a la llamada “izquierda” dijimos que, en vez de aprender, prefirió mantener su ideología, en distintas versiones, los mismos paradigmas, aunque contrastados por la propia realidad experimentada. Sin embargo, tenemos que decir lo mismo de la llamada “derecha”; tampoco aprende; es más, incluso es más tozuda que la “izquierda”. Ante la crisis de la “izquierda”, ahora, en pleno ingreso al siglo XXI, y el derrumbe de las formas gubernamentales clientelares, cree que esta caída avala sus posiciones recalcitrantemente conservadoras. No entiende que, mas bien, primero sus caídas, la de los gobiernos conservadores, la de los gobiernos liberales, la de las dictaduras militares, la de los gobiernos neoliberales, se debe a la ilegitimidad de sus formas gubernamentales elitistas, ilegitimidad que se manifiesta y se hace patente, cuando el pueblo sale a las calles a enfrentarlas. La “izquierda” también llega a una crisis de legitimidad, aunque lo hace por otro rumbo; por la exacerbada demagogia, por un populismo estruendoso, pero inefectivo, por un derroche de imágenes y de ideología, sin sostén consistente en las composiciones de fuerzas y en las estructuras de poder. Entonces ambas formas de ilegitimidad tienen que ver con el manejo de poder por parte de élites, ya devengan estas de los tradicionales conservadurismos o de las burguesías intermediarias emergentes, ya devengan estas de los nuevos ricos que hablan a nombre del pueblo.
La “derecha”, que no ha aprendido las lecciones, quiere volver a gobernar, en algunos casos ya lo ha hecho, después de la crisis y caída de los “gobiernos progresistas”, de una manera no solo parecida a sus poses coloniales, raciales, pretendidamente “civilizadas”, ostentosamente jerárquicas y autoritarias, aunque al estilo propio, de las clases dominantes, que creen que han nacido para gobernar y enriquecerse a costa del pueblo; pueblo que debe agradecer por su existencia, la de la élite, la de la aristocracia criolla, la de la tecnocracia neoliberal. No entienden que, como se dice popularmente, los tiempos han cambiado; el pueblo no es el mismo que esquilmaron y despreciaron. Están ante un pueblo que ha aprendido a empoderarse, que sabe que la legitimidad la atribuye el pueblo, que el soberano es el pueblo. Aunque se haya equivocado apoyando a demagogos y usurpadores de las luchas sociales, sabe bien claro, donde se encuentran los amos originales, los patrones originales, los déspotas originales, a diferencia de los nuevos amos, los nuevos patrones y los nuevos déspotas, que emergen de las versiones populistas del siglo XXI.
¿Qué buscan con sus amenazas? Como en los más descarnados tiempos de la dictadura militar, despiadada con su pueblo y con los y las rebeldes, empero sumisa con los amos del mundo, sus máquinas de guerra, sus máquinas extractivistas, sus máquinas económicas. De “patriotas” solo tienen ese apego delirante a los símbolos más generales, que se pierden en colores de la bandera o en la idea más engolosinada y abstracta de “patria” y de “nación”, cuando a la nación concreta y a la patria concreta, que radica en el pueblo y en las territorialidades, la dilapidan y destruyen, entregándola a la vorágine escandalosa de las empresas trasnacionales y del capitalismo financiero y especulativo. Militares y potentados de este estilo muestran los dientes, en pleno derrumbe de los “gobiernos progresistas”. No ven que lo que van a desatar es la movilización general, que puede derivar en la insurrección, que puede desatarse como levantamiento armado popular.
La hipocresía de las castas dominantes, históricas y herederas de la colonia, en la coyuntura presente, es que señalan como mal irradiante de la corrupción a las prácticas paralelas de los “gobiernos progresistas”, olvidando que todas sus formas gubernamentales, la de sus gobiernos, las practicaron con antelación. Además, que, en la composición de la estructura de poder de la corrupción, que encubrieron los “gobiernos progresistas”, ellos, estas castas, participaron abiertamente. Esta pose moral no se sostiene desde un principio, ni como comedia, pues no solo que se sabe quiénes estuvieron comprometidos en los dolosos comportamientos de sobornos, de prebendas, de desvíos de fondos, de traslados a cuentas privadas, sino que las mismas investigaciones lo han demostrado. Esta pose moral solo es válida para sus castas, pues el pueblo sabe de dónde viene y quienes son los actores.
¿Acaso la confianza de estas castas dominantes tradicionales, sobre todo de sus generales y estrategas, viene de cierta certeza de que el imperio los va apoyar? Incluso ante el espectro de un levantamiento popular, parecen apostar a este apoyo, como en los viejos tiempos. ¿Prefieren destrozar sus países, como ocurrió en los países árabes, donde intervino sinuosamente el imperio, en la forma de la cuarta generación de la guerra? Esta actitud no tiene que ver con el patriotismo, ni ninguna de sus versiones ideológicas, vengan de donde vengan, conservadoras, nacionalistas, socialistas; sencillamente, en términos fácticos y constitucionales es una traición a la patria. ¿No es más conveniente ponerse a dialogar, conformar diálogos de paz antes de la guerra?
La coyuntura es realmente incierta. Lo que no entienden las castas dominantes tradicionales es lo que significan las conquistas sociales, la ampliación y profundización de la democracia, aunque ésta sea formal; lo que significa ampliar los derechos sociales, generar los derechos colectivos y, mucho menos, los derechos de la naturaleza. Estas castas tienen restringida su humanidad a intervalos muy estrechos, donde conciben que humano lleva el nombre de hombre, además se lo imaginan blanco, como ellos de estirpe criolla; ampliando un poco de perfiles mestizos, empero de alcurnia. Los humanos de color no serían exactamente humanos, a no ser que sean sumisos y obedientes; la mujer es la costilla de Adán, entonces fiel esposa y respetuosa, por lo tanto, subordinada. Todo lo que entra en el denominativo de naturaleza es apenas campo de objetos o de cosas, recursos para beneficio y usufructúo del hombre; en la dimensión económica son materias primas. Esta gente concibe la “felicidad” en el beneplácito de los halagos y reconocimientos dados en sus entornos, dados en los sistemas de signos de las castas. Por lo tanto, en los cuadros que se imaginan siempre están en el centro, como patriarcas, llevando adelante las tradiciones, las buenas costumbres, los valores aprendidos, las usanzas recibidas. En este sentido, no entra en sus cabezas la felicidad de los otros, menos la felicidad de las otras. Los otros y las otras son “felices” porque los tienen como íconos de la cultura, de la política, del “saber”, aunque este huele a moho; porque están alrededor de los patriarcas que velan por ellos. Por eso les molesta epidérmicamente ver marchas sociales, ser afectados por expresiones populares; peor aún, si son demandas, más grave cuando son interpelaciones. Cuando lo popular se hace gobierno, con todas sus contradicciones y mezclas insondables, interpretan lo que acaece como señales del apocalipsis. Esto solo puede suceder en el fin del mundo, cuando no hay orden, no hay valores, no hay jerarquías, que se respeten. Odian lo popular en todas sus formas y expresiones. Solo los más perspicaces juegan al gato pardo; se arriman al pueblo, incluso hacen gala de este acercamiento, viendo con buenos ojos estos roces, que confunden con “democracia”. Pero, estos gatos pardos son pocos, incluso pueden incursionar en política y participar de los cambios y transiciones. La mayoría de la casta es conservadoramente recalcitrante.
Sin embargo, la realidad efectiva, en la que se encuentran y en la que se despliegan y realizan como castas, es como un atado de contradicciones. Los señores de las castas tradicionales se involucran, secretamente, como en la noche, solapadamente, en lo mismo que se inmiscuyen, embarrándose, los políticos populistas; se implican en el lado oscuro de la economía y en el lado oscuro del poder. Cuando lo hacen, desprenden una especie de esquizofrenia; consideran que viven en mundos paralelos; lo que hacen lo hacen por aventura; sería como el principio de un comportamiento que busca dejar de aburrirse. Los involucrados en este juego paralelo, de manera aventurera, son también pocos; la mayoría lo hace por necesidad; la crisis de las castas, en la modernidad vertiginosa los empuja al pragmatismo más descarnado.
Habría que preguntarse: ¿qué diferencia hay entre unos y otros, entre los corruptos de las castas dominantes tradicionales y los corruptos populistas? La respuesta no está en que hacen lo mismo, pues hacen lo mismo de diferentes maneras. Los de las castas lo hacen para mantener las apariencias; requieren sostener sus altos y renombrados estilos de vida; en cambio, los populistas lo hacen porque desean lo que son las castas dominantes, quieren ser lo mismo. Creen que para ser lo mismo basta el dinero, sumas grandes de dinero.
Ahora bien, entre estos extremos del intervalo social de la corrupción, hay puntos o trazos medios; se trata de los que provienen de la mal llamada “clase media”. Los militares devienen de ahí. En las dictaduras militares las jerarquías castrenses se involucran también en prácticas paralelas de enriquecimiento privado. Era como el cobro a su acción decidida y lapidaria por salvar a la sociedad del “comunismo”. Es más, creen que lo que hacen es más “legitimo” pues son la institución tutelar de la “patria”; concentran en la institución armada del Estado el valor simbólico de la “patria” y son la defensa indiscutible de la “nación”. El problema de esta concepción, que no llega a estructurarse como ideología, sino tan solo como conjunto de pretensiones, entra en contradicción con su quehacer, con sus prácticas y desenvolvimientos. Las dictaduras militares han servido a la geopolítica del imperialismo en plena guerra fría, entregando el país a las incursiones económicas de la hiper-potencia vencedora de la segunda guerra mundial. Esto no es “hacer patria”, como les gusta decir, sino externalizar los recursos y la soberanía a la geopolítica imperialista.
También devenidos de las “clases medias” se encuentran los políticos liberales y neoliberales. Empecemos con los segundos; bajo el manto del ajuste estructural, de requerimiento del equilibrio económico, los gobernantes neoliberales, se aprovecharon de las privatizaciones para hacerse ricos. Los liberales, que son anteriores, incursionaron en estas prácticas paralelas, tan viejas como la misma historia del poder, empero, en escalas mucho menores que los exaltados neoliberales, más jóvenes y audaces.
Estamos entonces ante una variopinta estratificación social de la corrupción, donde se incluyen los populistas y los “izquierdistas”. Ante esta gama no es sostenible ningún discurso de pretensiones moralistas, que pueda mostrarse como ejemplar. Todos están implicados. Entonces, no se trata de señalar solo a parte de esta gama variopinta de la corrupción, sino de desmontar y desmantelar toda la economía política del chantaje. Llamemos a las cosas por su nombre; no es sostenible la inculpación de la corrupción a los populistas, suponiendo que el populismo incentiva la corrupción. La corrupción es tan vieja como el poder, sus genealogías son tan largas y mutantes como las genealogías del poder. Los corruptos no solamente son populistas, tampoco solo “izquierdistas”, son también neoliberales, liberales, militares, conservadores. Entonces no juzguemos la corrupción porque es populista, desde la otra perspectiva ideológica, porque es neoliberal, u otra cosa, sino que la corrupción es eso, corrupción y que los corruptos son corruptos. No busquemos la culpa en lo que dicen que son, en su ideología, sino en las dinámicas y funcionamientos mismos de las estructuras y formas de poder; sobre todo de ejercer el poder.
El debate de fondo no está en qué por qué Lula y no Temer, por qué Dilma y no otros implicados de la oposición congresal, sino en hasta cuándo los pueblos van a sostener las formas de reproducción del poder, sean de “derecha” o de “izquierda”, para simplificar. El acontecimiento político no puede comprenderse si se lo reduce a la figura esquemática y simplona del movimiento del péndulo; pasa de “derecha” a “izquierda”, después de “izquierda” a “derecha”. Esto es un reduccionismo harto inocente. El tema es que tanto unos como otros participan de la reproducción del circulo vicioso del poder. Entonces se trata de discutir cómo salimos del circulo vicioso del poder.