El matrimonio Ortega-Murillo ha cometido crímenes, sin que la izquierda hegemónica haya dicho una sola palabra, porque todo consiste para ellos en retener el poder, al precio que sea.
Ay Nicaragua, Nicaragüita
Raúl Zibechi
La Jornada
¿Cómo hacer para no volverse fascista incluso cuando (sobre todo cuando) uno cree ser un militante revolucionario?” La frase de Michel Foucault describe a la perfección el proceso que sufre Nicaragua.
El gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo decretó una reforma de la seguridad social que, entre otras cosas, impone una reducción de 5 por ciento de las jubilaciones para enderezar las cuentas del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), siguiendo la sugerencia del FMI. La situación económica se ha deteriorado a raíz de la crisis venezolana, pero los daños los pagarán los de abajo.
Como se sabe, la represión se cobró entre 25 y 30 muertos en apenas cuatro días. La Articulación Feminista Nicaragüense denuncia un tipo de represión muy particular, “contra jóvenes universitarios y la población que les apoya activamente, conjugando las fuerzas antimotines de la Policía Nacional con las fuerzas paramilitares integrados por jóvenes supuestamente organizados en lo que ellos denominan Juventud Sandinista.
La mayoría de los muertos fueron baleados por policías antimotines que protegen a los paramilitares. El gobierno clausuró temporalmente los pocos medios de información independientes que todavía subsisten en el país, según denuncian las feministas que definen al gobierno de estos 11 años como patriarcal, excluyente y misógino.
Lo que debemos develar es cómo se ha llegado a esta situación. Cómo ha sido posible que una fuerza política revolucionaria, y jefes que construyeron el Frente Sandinista de Liberación Nacional, se hayan convertido en asesinos de su pueblo. Creo que esta crisis ilumina por lo menos cuatro cuestiones.
La primera consiste en recordar que no es la primera vez que esto sucede con los movimientos revolucionarios en el poder. Es la historia de la Unión Soviética de Stalin, pero es también la terrible historia de Sendero Luminoso, de la guerrilla salvadoreña que asesinó a Roque Dalton por diferencias políticas y que organizó el asesinato de la comandante Ana María. Cuestiones incómodas de las que no se quiere hablar y menos aún aprender.
La segunda es que el matrimonio Ortega-Murillo ha cometido crímenes, sin que la izquierda hegemónica haya dicho una sola palabra, porque todo consiste para ellos en retener el poder, al precio que sea. Cuando Zoilamérica Narváez, hija de Murillo e hijastra de Ortega lo denunció por violaciones en 1998, los partidos miembros del Foro de Sao Paulo no levantaron la voz, ni cuestionaron al denunciado. Cuando la actual vicepresidenta de Nicaragua, la señora de los anillos y las joyas, defendió a su esposo contra su hija para fortalecer su poder, las izquierdas miraron para otro lado.
Tampoco se alzó la voz al firmarse el pacto de Ortega con el derechista Arnoldo Alemán, también en 1998, para repartirse el país y proteger sus riquezas. No denunciaron la alianza con el poder económico, la corrupción escandalosa de la cúpula del FSLN, las amenazas a los opositores de izquierda que son los verdaderos sandinistas, que consideran traidores a la camarilla de Ortega y Murillo.
Probablemente uno de los análisis más lúcidos sobre la degeneración del gobierno lo haya escrito Mónica Baltodano, en la revista Envío en enero de 2014, bajo el título ¿Qué régimen es éste? ¿Qué mutaciones ha experimentado el FSLN hasta llegar a lo que es hoy?. La ex comandante guerrillera apunta cuatro mutaciones en el orteguismo que explican la deriva actual.
Sostiene, en primer lugar, que se ha fortalecido como nunca antes un régimen político y económico en contra de los pobres y en favor de la concentración de riqueza y poder. En segundo lugar, menciona que se ha profundizado la subordinación del país a la lógica global del capital, que se aprovecha de las riquezas naturales y de la mano de obra barata en Nicaragua. La tercera es que el actual sistema económico-social necesita acabar con las resistencias sociales y el régimen de Ortega lo logra ejerciendo un severo control social. Y la cuarta consiste en la concentración de poder en la camarilla Ortega-Murillo.
La privatización del Frente Sandinista fue un proceso que se desarrolló antes que la creación de la oligarquía económico-financiera del Frente, lo que les permitió un control absoluto de las principales instituciones del país, para usar ese poder concentrado para reproducirse, afianzarse e instalarse en la cúspide del Estado por años. Considera que se trata de una simbiosis de los Ortega con el poder económico nicaragüense, entre la burguesía tradicional y la burguesía rojinegra emergente.
La tercera cuestión que ilumina la crisis nicaragüense, es que desnuda la pobreza ética y política de las izquierdas. Más que pobreza, descomposición en toda regla. Todavía hay intelectuales (mercenarios, como dice un veterano militante comunista) que siguen mentando la intervención del imperialismo en Nicaragua para justificar los crímenes. No tengo la menor duda que Estados Unidos alienta a los jóvenes nicas a voltear a Ortega. Pero eso no tiene la menor importancia, porque no estamos para jugar al ajedrez geopolítico sino para defender la vida de los pueblos, esa vida que el gobierno de Managua se empeña en destruir.
La cuarta cuestión es que debemos trabajar arduamente para romper con un dilema de hierro: la política como guerra, aunque sea por otros medios, como dijo Clausewitz y celebró Lenin. La guerra consiste en la derrota y aniquilación del enemigo, con o sin armas. Creo que debemos defendernos de los enemigos, aún con las armas. Pero fundar la política en la guerra (con estrategias, tácticas y con artes militares) es un camino que conduce la lucha por la emancipación hacia un abismo insondable. Nos formamos en esa tradición, pero es hora de repensarla.
Cuando los jóvenes nicas gritan Ortega y Somoza, son la misma cosa, es porque se ha perdido el norte, en aras del poder. Nos queda el ejemplo de kurdos y de zapatistas, que resisten sin convertirse en criminales.