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Nicaragua, la revolución en la palma de la mano

Una minúscula :: 03.06.18

Ansiedad, ira, emoción, tristeza, más ira y mucho dolor; así vivo desde la distancia uno de los acontecimientos más importantes de mi país en los últimos 30 años. Soy nicaragüense, radicada en La Paz desde hace casi 3 años; y desde el 18 de abril pasado, Nicaragua vive lo que bien se ha llamado una revolución ética

Nicaragua, la revolución en la palma de la mano

RASCACIELOS
domingo, 03 de junio de 2018 · 00:06
Una minúscula de altura*

Ansiedad, ira, emoción, tristeza, más ira y mucho dolor; así vivo desde la distancia uno de los acontecimientos más importantes de mi país en los últimos 30 años. Soy nicaragüense, radicada en La Paz desde hace casi 3 años; y desde el 18 de abril pasado, Nicaragua vive lo que bien se ha llamado una revolución ética.

Hay mucho que decir para contextualizar este relato adecuadamente, pero de modo muy general les puedo decir que en Nicaragua tenemos al mismo presidente, Daniel Ortega, hace 11 años continuos (sin incluir los 11 años que también estuvo en el poder luego del derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza en 1979). Desde 2017 su esposa, Rosario Murillo, lo acompaña en la vicepresidencia. El partido en el gobierno tiene total control de todos los poderes del Estado, y a lo largo de este período se ha vivido en el país una progresiva reducción del espacio de libertad para la sociedad civil y la disidencia en general. Sin embargo, la gota que derramó el vaso fue la aprobación (vía decreto presidencial) de una reforma a la ley de seguridad social que planteaba como alternativa para salvar el sistema en quiebra (¡otra vez!), aumentar la carga impositiva tanto a empleados como a empleadores y crear un impuesto del 5% a las pensiones de las personas jubiladas. El salario mínimo en Nicaragua oscila entre 909 bolivianos (131 dólares) y 2.033 bolivianos (293 dólares) y depende de la industria.

Esto provocó, a su vez, el surgimiento de un movimiento encabezado por estudiantes de las universidades públicas y privadas, que ha convocado a diversos sectores incluyendo la Iglesia Católica, el movimiento campesino, la sociedad civil y la empresa privada; pero sobre todo, a la ciudadanía: afines al partido de gobierno y opositores, profesionales, obreros, clase media, comerciantes… Una maravilla. La gente unida en medio de las diversidades y adversidades por una causa común: recuperar la democracia y la institucionalidad y hacer de Nicaragua un país para todas y todos.

Y a pesar de tanto, a pesar de que los ciudadanos en Nicaragua sienten, sentimos, las libertades más apretadas, una amiga me contó que esta revuelta le tomó por sorpresa (como a la mayoría, creo). Y quizás precisamente por eso, la reacción fue como baldazo de agua sobre un somnoliento, pues al ver la reacción de la ciudadanía ante la represión, ni ella ni nadie dudó en sumarse a las distintas manifestaciones. No ha sido fácil. Ella estuvo en una concentración que fue reprimida por los antimotines (las fuerzas especiales de la Policía) donde lo más ligero que hubo fueron bombas lacrimógenas. Otra amiga tuvo que resguardarse en la casa de desconocidos cuando la Policía reprimió una de las primeras marchas. Ella y un grupo de ciudadanos se disponían a sumarse a los estudiantes que estaban refugiados en la Universidad Nacional de Ingeniería, cuando la Policía comenzó a perseguirlos para evitar que lo hicieran. Al menos dos horas estuvo escondida gracias a la solidaridad de otras personas, mientras se despejaba la zona y su esposo lograba rescatarla. Todo esto lo compartían en los grupos de chat que se formaron a propósito, al momento que ocurrían los hechos. Claro que muchas de las personas que recibíamos esos mensajes podíamos hacer muy poco; sólo acompañarlas en el miedo, el temor.

Pero también hubo orgullo. Eso sentí, profundamente, a través de quienes están allá. Fue durante una de las marchas, la más concurrida, multitudinaria, cuando una amiga escribía que había decidido quedarse en una esquina para tomar fotos y una hora y 40 minutos después, el río de gente no paraba. Me emocioné como si yo estuviese ahí marchando. Una entre miles. Pero una. Hasta podía sentir el ambiente que aquella amiga describía cuando contaba que en medio de centenares de desconocidos sentías que el que te rodeaba era tu amigo, tu amiga; unos cuidando a otros; todos protegidos por la misma causa. Una familia, cuya casa estaba en plena ruta de la marcha, se dedicó a repartir agua fría a todas las personas que pasaban. Todos, los que marchaban y los que seguíamos la marcha con el teléfono celular en la mano, en cualquier lugar del mundo, éramos familia.

¿Cómo se vive este momento crucial, este momento de profundo amor y transformación, cuando estás lejos?

Cada experiencia debe ser única, claro, y en mi caso debo decir que mi comunidad virtual ha sido vital. Poder compartir, comentar, hacer análisis, disentir, seguir en vivo junto con otras personas los eventos, emocionarnos con las fotos y videos de las marchas que convocaron a cientos de miles de personas en la capital (¡después de años de no poder marchar así!), y ver las más genuinas muestras de solidaridad y desapego de quienes menos tienen. Pero sobre todo, sentirme representada no sólo por gente cercana sino por todos esos desconocidos que resisten día a día desde hace un mes.

También se vive en soledad, porque al final del día soy yo con mi computadora o mi teléfono celular que casi es una extensión de mi cuerpo, interactuando a través de la pantalla. Es muy difícil conciliar mis dos mundos; por un lado Bolivia, donde mi rutina y dinámica no han cambiado en nada y, por otro lado, el país donde nací y viví la mayor parte de mi vida, donde hoy todo es completamente distinto. Reconozco la paradoja de sentir que quisiera estar allí al mismo tiempo que el privilegio coyuntural que implica el no estar ahí. Y lo asumo con la responsabilidad de sacar el mejor provecho a la distancia y aportar de la mejor manera posible, al igual que miles de nicas regados por el mundo.

*“Seres minúsculos” fue el calificativo utilizado por voceros del gobierno nicaragüense para referirse a las personas en protesta desde el 18 de abril pasado.


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