De las preternsiones de verdad.
Cuando alguna ideología vanguardista entra en crisis, ante la contrastación de los sucesos, de los procesos y sus desenlaces, sobrepasada por los horizontes del inalcanzable acontecimiento, los discursos más anacrónicos y conservadores, hasta reaccionarios, pretenden volver a escena, repitiendo los trasnochados argumentos políticos e ideológicos, desgastados y patéticos. Es lo que ocurre ahora, ante el derrumbe de las versiones neo-populistas de ideologías barrocas, ante la decadencia de los llamados “gobiernos progresistas”; versiones rebasadas de conservadurismos recalcitrantes, que se presentan como “anti-comunistas”, pretenden convencer de sus verdades disecadas, aprovechando el derrumbe de la forma de gubernamentalidad clientelar.
Las pretensiones de verdad conservadoras fijan la verdad en el miedo, en la cultura fosilizada, en la anacrónica institucionalidad rebasada, por lo tanto, en la ilusión de que las viejas verdades son como el cimiento de toda verdad posterior y venidera, cuando apenas fueron, en su tiempo, primerizas interpretaciones de las torpes edificaciones del poder.
junio 07, 2018
De las pretensiones de verdad
Raúl Prada Alcoreza
Como lo configuró y definió adecuadamente Jürguen Habermas, la acción comunicativa, donde se encuentra la acción discursiva, se sostiene en su pretensión de verdad. En la teoría de la retórica tiene que ver con el arte del convencimiento; en la teoría de la acción comunicativa tiene que ver también con el convencimiento, empero, logrado en la concurrencia discursiva. Sabemos que la ideología se pretende la enunciación misma de la verdad; entonces, las formaciones discursivas ideológicas concurren en el campo de lucha de las ideas, buscando convencer que dicen la verdad. Hasta ahí, podemos compartir que estamos más o menos de acuerdo, en estas consideraciones de partida; sin embargo, lo que llama la atención es la persistencia anacrónica de ciertos discursos conservadores, que vuelven a la cancha, a pesar de haber sido sobrepasados y evidenciados en su rezago y en sus notables limitaciones. Por ejemplo, cuando alguna ideología vanguardista entra en crisis, ante la contrastación de los sucesos, de los procesos y sus desenlaces, sobrepasada por los horizontes del inalcanzable acontecimiento, los discursos más anacrónicos y conservadores, hasta reaccionarios, pretenden volver a escena, repitiendo los trasnochados argumentos políticos e ideológicos, desgastados y patéticos. Es lo que ocurre ahora, ante el derrumbe de las versiones neo-populistas de ideologías barrocas, ante la decadencia de los llamados “gobiernos progresistas”; versiones rebasadas de conservadurismos recalcitrantes, que se presentan como “anti-comunistas”, pretenden convencer de sus verdades disecadas, aprovechando el derrumbe de la forma de gubernamentalidad clientelar.
No se trata aquí de defender el socialismo real, efectivamente realizado, que se lo confunde con el comunismo, menos defender las versiones ideológicas de los partidos comunistas y de los partidos marxistas; nuestra crítica a la crítica de la economía política ya ha sido difundida, además de publicada, así como nuestra crítica a las pretensiones vanguardistas en política. Enunciamos que el socialismo real no era otra cosa que la otra versión del modo de producción capitalista, que el socialismo real corresponde al discurso que encubre otro camino o la continuidad del camino, con sus curvas, del desarrollo capitalista. En esta perspectiva crítica, dijimos que no puede haber libertad sin justicia, ni justicia sin libertad, las dos ideas, aparentemente contrapuestas, de la ideología liberal y de la ideología socialista. Manejar estas ideas separadamente es abolir una parte de la complementariedad necesaria, entonces, es hacer irrealizable una y otra idea, una y otra finalidad. Se trata entonces de volver a la crítica de las pretensiones de verdad; en el caso que señalamos, de la crítica de las pretensiones de verdad de los discursos anacrónicos recalcitrantemente conservadores.
¿En qué se basa esta pretensión de verdad del discurso conservador? A pesar que los discursos conservadores fueron sobrepasados por el discurso liberal durante el siglo del iluminismo, después, en el siguiente siglo, por los discursos vanguardistas, el discurso conservador retorna insistentemente cuando encuentra la ocasión de hacerlo; sobre todo cuando se manifiesta la crisis ideológica, en sus distintas tonalidades y formas. Es cuando cree que es el momento de retornar a las verdades antiguas, inscritas a látigo y con el rigor del respeto a la autoridad de sangre. Hay como un halo de nostalgia por los prejuicios y pretensiones de nobleza; es como volver a las tradiciones afincadas largamente por las familias de abolengo y latifundistas. ¡Aquellos tiempos eran de respeto y de caballeros! Sin embargo, esta es una imagen edulcorada de tiempos de violencia impuesta. Se cree que la diferencia social era “natural”, por herencia. Sin embargo, se olvida fácilmente que esta diferencia la impuso la guerra de conquista. De todas maneras, se trata de una narrativa de casta, que históricamente es insostenible. La historia efectiva se movió de otra manera, muy lejos de este halo; mostrando la desmesura de la violencia de la inauguración y edificación del Estado. El Estado, como orden o pretensión de orden, nace en la premura y exigencias gamonales; no, como cree esta ideología conservadora, en el respeto entre caballeros o en el contrato entre caballeros.
Si este discurso vuelve con pretensiones anacrónicas de verdad en el presente y en la coyuntura aciaga de crisis política, es porque lo impulsa no exactamente una casta retrograda perviviente, sino porque se han afincado prejuicios retrógrados en los esquemas de comportamiento y substratos de los imaginarios sociales. Es sorprendente encontrar estos resabios ideológicos en sectores de las “clases medias”, aunque los combinen con otros imaginarios liberales y modernos. Hay como resabios ideológicos, donde se congregan prejuicios ateridos antiguamente, que emergen precisamente en coyunturas de crisis. Es como si se tratara de una defensa ante la amenaza de la crisis y sus desbordes; se busca no solo volver al orden en lo que se califica de caos, sino de que ese orden debe volver a sus cimientos más antiguos.
Las tonalidades de este discurso conservador son como subidas de tono de los miedos más vernaculares de la antigua casta; se hace manifiesto el racismo acendrado, así como la pretensión de nobleza, que, por cierto, corresponde a una invención genealógica. También se hace notorio el “anti-comunismo”, aunque no se entienda este comunismo, que se lo confunde con el ateísmo o una forma endemoniada de la expropiación sin límites; así como se hace patente el odio a los perfiles y formas de lo popular. Ahora bien, este núcleo de prejuicios suele ocultarse, en ciertos estratos profesionales y de intelectuales, en enunciaciones más elaboradas, que pueden reclamar institucionalidad, respeto a la Ley, eficiencia, profesionalismo, normatividad, incluso reclamar el respeto a las leyes del mercado. Puede, entonces, adquirir la tonalidad retórica de un realismo aconsejable o de un pragmatismo necesario. Sin embargo, a pesar de estos enmascaramientos, se hace patente el prejuicio reclamado de la diferencia social; pues se parte del criterio que el gobierno es tarea de profesionales, de técnicos, de gente que sabe, descartando que esta tarea quede en manos del populacho ignorante.
Esta forma de enunciación más elaborada, apologista de la modernidad y del desarrollo, así como de la institucionalidad y las leyes, olvida que precisamente cuando gobernaron los liberales, es decir, los profesionales, supuestamente apegados a la institucionalidad y a la Ley, también fueron desbordados por los acontecimientos políticos, económicos y sociales. Lo que muestra que ningún conocimiento consolidado y reconocido puede ante la complejidad del acontecimiento. Este rebasamiento del acontecimiento también lo experimentaron los ingenieros de la planificación social, que pretendían, a diferencia de los liberales, un conocimiento histórico, de las leyes de la dialéctica de la historia. En los socialistas, los prejuicios vernaculares están más ocultos, más encubiertos, más enmascarados, pues el discurso socialista se presenta como la voz de los excluidos, explotados, discriminados, marginados y subalternizados. En las versiones populistas, se presentan como la voz del pueblo sin voz. Sin embargo, el prejuicio de la diferencia, por lo tanto del privilegio de mandar, enseñar y conducir, reaparece en estas versiones modernas y vanguardistas. En otras palabras, el conservadurismo recalcitrante no solamente se congrega en la casta con pretensiones de nobleza, sino que se distribuye por dosis en distintos estratos sociales, reaparece como substrato recóndito en distintas formas ideológicas y discursivas, incluso en las pretendidas vanguardias.
Por eso, no es sorprendente que en las condiciones de difusión que apertura las llamadas redes sociales, es decir, las telarañas del internet, reaparezcan las emisiones más groseramente conservadoras y recalcitrantes, racistas, machistas, sexistas y hasta fascistoides. Ciertamente, no es lo único que se hace evidente, sino que este discurso recalcitrantemente conservador comparte los circuitos de las redes con otras pretensiones de verdad, no conservadoras, incluso innovadoras. La red cibernética e informática ha amplificado grandemente los alcances de la difusión y, como se dice, lo hace en tiempo real. En la red o redes de la gigantesca telaraña en constante expansión se encuentra de todo; bibliotecas virtuales al alcance de la mano, enciclopedias, diccionarios, información abundante, hasta las más banales elucubraciones especulativas y de los rumores, pasando por toda clase de ofertas y demandas. El espectáculo se ha amplificado y desbordado elocuentemente, haciéndose accesible para todos, obviamente para los que acceden a las herramientas del internet. Las personas se hacen públicas, en las agregaciones de amistades, que no dejan de ser desconocidas. Estamos ante un acontecimiento cibernético, informático y de la virtualidad desbordante, que se podría comparar con el acontecimiento de la imprenta y del periódico, que dieron lugar al nacimiento de la opinión pública; para Benedic Anderson, al acontecimiento de las comunidades imaginadas. En el caso del acontecimiento cibernético e informático, se trata del desborde de la pluralidad de opiniones, que van más allá de lo público, pues articulan distintos niveles y planos, desde los íntimos y privados, hasta los compartidos como espectáculos fugaces y virales, pasando por toda clase de agrupaciones y asociaciones que comparten inclinaciones o curiosidades. Ya no se trata de comunidades imaginadas, como las naciones, sino múltiples conglomerados circunstanciales, provisionales y momentáneos, que hacen patente lo que no se veía cuando se conformaron las comunidades imaginadas; que la comunidad es dúctil y cambiante; que se puede participar, a la vez, en distintas comunidades; que no hay nada permanente ni sólido, sino constantes tránsitos hacia formas de compartir variadas, sino fluidos que vibran según las intensidades y expectativas.
Las condiciones de posibilidad de la comunicación social han cambiado grandemente; las redes han sido utilizadas para contrarrestar el monopolio de los medios de comunicación de masa; para difundir noticias alternativas, más próximas a los hechos cercanos, aunque también hayan sido utilizadas para especular y hacer eco de rumores. Las redes han articulado rápidamente convocatorias, protestas y movilizaciones; aunque también, han permitido difundir elocuentemente los prejuicios ateridos, dichos en las formas más banales y descarnadas.
En plena crisis política, en pleno desenvolvimiento de la crisis múltiple del Estado-nación y del orden mundial, se requiere, más que nunca, del aprendizaje colectivo de las experiencias sociales; por lo tanto, de pedagogías colectivas. Es cuando, se puede aprovechar esta heurística cibernética e informática, además de los medios audiovisuales masificados, para reflexionar colectivamente sobre las problemáticas heredadas, que adquieren una singularidad amenazante en la coyuntura. Sin embargo, los esfuerzos por hacerlo resultan escasos y casi islas perdidas en un océano de banalidades, oasis en el desierto discursivo que no dice nada. La emisión de prejuicios ateridos, que se hacen presente, en estas condiciones de las redes y los medios de comunicación masivos, abruma y oculta los pocos esfuerzos por utilizar esta heurística y tecnología comunicacional para reflexionar, aprender y actuar responsablemente.
El espacio mediático se ha convertido en el espacio de la mercantilización de la palabra y de la imagen; el espacio de las redes no deja de caer en esta desbordante compulsión mercantil. La tecnología comunicacional, en vez de servir para el aprendizaje social y las pedagogías colectivas, es utilizada para hacer proliferante la banalización, empobreciendo la cultura al máximo de la estridencia de las apariencias y de la simulación. Las leyes de comunicación, incluso de los “gobiernos progresistas”, refuerzan estas inclinaciones nihilistas; están lejos de democratizar la comunicación, haciendo accesible al usuario el uso de esta instrumentalidad para participar en la construcción colectiva de la opinión social, de la decisión y de la política.
Cuando reaparecen las pretensiones de verdad del conservadurismo recalcitrante en las redes sociales y en los medios de comunicación, se hace manifiesto que se está atrapado en la desdicha de la consciencia culpable, que no se han resuelto las contradicciones culturales, que se recurre a presupuestos trasnochados, empero ateridos, para encontrar refugio en las cavernas, ante lo que aparece como amenaza incomprensible; cuando se trata, mas bien, de desafíos de la complejidad, sinónimo de realidad. Desafíos que invitan a nuevas adaptaciones, adecuaciones y equilibraciones, transformando las condiciones de posibilidad institucionales. Entonces, las pretensiones de verdad conservadoras fijan la verdad en el miedo, en la cultura fosilizada, en la anacrónica institucionalidad rebasada, por lo tanto, en la ilusión de que las viejas verdades son como el cimiento de toda verdad posterior y venidera, cuando apenas fueron, en su tiempo, primerizas interpretaciones de las torpes edificaciones del poder.