El de las milicias libias es un fenómeno complejo que crece ante la traumática ausencia de un gobierno capaz de gestionar el Estado. A diferencia de como ocurre en Oriente Próximo, la creciente crisis de identidad tras un cambio violento de régimen no se suple en líneas sectarias –chiíes o suníes– como en Siria o Irak, sino nacionales, como en el caso de las minorías tuareg, tubu y amazigh, o tribales si hablamos de la mayoría árabe del país.
Los amazigh son los originarios y los árabes colonizadores, como los colonos que instaló el estado chileno en territorio mapuche, los tuareg son amazigh.
Un estado fallido siete años después de la caída de Gadafi
Tres gobiernos se disputan el poder, dos en Trípoli y el tercero en Tobruk
Karlos Zurutuza
ABC
02/07/2018 17:07h
Cumplidos siete años desde el levantamiento que derrocó al régimen de Muamar Gadafi, tres Gobiernos se disputan el poder en Libia: dos en Trípoli –uno de ellos respaldado por la ONU– y otro en Tobruk, en el este del país. Cada uno cuenta con una red de alianzas bordadas sobre el tejido tribal libio; unas 140 tribus con ramificaciones que se extienden por todo el Magreb. La creciente inestabilidad en el país ha desembocado en un escenario en el que, según Naciones Unidas, circulan en torno a 26 millones de armas –más de cuatro por cada libio– y donde combaten sobre el terreno alrededor de 2.000 grupos armados.
El de las milicias libias es un fenómeno complejo que crece ante la traumática ausencia de un gobierno capaz de gestionar el Estado. A diferencia de como ocurre en Oriente Próximo, la creciente crisis de identidad tras un cambio violento de régimen no se suple en líneas sectarias –chiíes o suníes– como en Siria o Irak, sino nacionales, como en el caso de las minorías tuareg, tubu y amazigh, o tribales si hablamos de la mayoría árabe del país. A la falta de seguridad se le suma el colapso económico que ha sufrido el país desde 2011.
El desplome del dinar libio unido a los problemas de liquidez para pagar salarios ha llevado a adoptar medidas cortoplacistas como imprimir dinero, algo que no sólo ha disparado la inflación sino que también ha visibilizado aún más la fractura política de Libia. En 2017, Trípoli importaba dinares libios impresos en el Reino Unido mientras que Tobruk recurría a los que llegaban desde Moscú. Los billetes eran exactamente iguales, pero cambiaba la firma del director del banco en cada región. Así, los del este no se admitían en el oeste, y viceversa. A pesar de todo, el dinero de los libios lo sigue gestionando el Banco Central de Libia, un organismo aún milagrosamente independiente gracias al cual sobrevive la mayoría, pero que también les permite seguir matándose entre sí.
El colapso económico se agrava aún más al afianzarse la economía libia sobre un modelo de desarrollo basado exclusivamente en el petróleo desde finales de los 60. Fue entonces cuando el Gobierno se convirtió en el principal empleador, convirtiendo al país en una economía puramente rentista. A su llegada al poder en 1969, Gadafi purgó una estructura altamente corrupta hasta ponerla bajo su control, lo que no impidió que el sistema adoleciera de sus males endémicos: según datos oficiales, los de antes de la guerra, el 85% de los asalariados en Libia pertenece al sector público. Aún hoy son legión los guías turísticos que reciben un salario en un lugar en el que el turismo es un recuerdo de tiempos pretéritos, eso sin mencionar a los 800 funcionarios del servicio de ferrocarril, a pesar de ser Libia el único país del Magreb que carece de línea férrea.