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Perspectivas de construcción desde abajo en Argentina. ¿Qué sucede con los grupos autoorganizados?

Sergio Zeta :: 17.07.18

Desafíos desde abajo y a la izquierda.

17-07-2018
Crisis económica, feminismo y lucha popular
Algunas claves para repensar la pelea contra el macrismo y por el cambio social

Sergio Zeta
Rebelión

El color verde tiño a la Argentina. Por un lado la gigantesca ola verde por el aborto legal, seguro y gratuito. Por el otro la corrida del dólar como rostro más visible de una crisis que, junto con la masividad con que el pueblo aprovechó la convocatoria al paro por parte de la CGT, constituyen rostros diferentes de una misma realidad.
A la crisis económica se la suele analizar con sus propios parámetros. Que la tasa de interés en los EE.UU., que el déficit fiscal, que el endeudamiento o las Lebac. Todo esto influye y tiene su importancia. Pero son verdades a medias y con ellas, como con un árbol, es posible ocultar un bosque. El bosque oculto es la trama de relaciones sociales contradictorias y antagónicas -es decir, la lucha de clases y sectores de clase en un país capitalista dependiente como el nuestro- que empujan a la Argentina a crisis recurrentes.

Es palpable el malestar y una atmósfera que suele preceder a furiosos estallidos. La reciente quema del edificio de Edesur en Cañuelas por parte de lxs vecinxs es apenas un emergente más de estos tiempos impredecibles. La misma experiencia de cómo el “que se vayan todos” del 2001 se canalizó hacia el sostenimiento del repudiado régimen político opera como uno de los factores retardantes. Pero los pueblos aprendemos y, cuando superemos la fragmentación y desorientación política, no será tan fácil para los de “arriba” quedarse. El pueblo, más temprano que tarde, sabrá barrer con la inmundicia que nos gobierna.

No se trata de futurismo, la insumisión de las mujeres está anunciando el futuro conmoviendo el presente, así como brinda claves para ensayar rumbos alternativos para evitar que, una vez más, sean otros quienes recojan los frutos de la lucha mientras el pueblo sea quien expone su vida. Las izquierdas y organizaciones populares tenemos una gran responsabilidad en aprender y aportar para imaginar y planificar colectivamente otro desenlace.

No escasean dólares, sobran capitalismo y dependencia

Los motivos de fondo de la crisis ya habían comenzado a manifestarse durante el kirchnerismo, incipientemente desde el 2008 y más claramente desde el 2012. Esto no tiene nada que ver con la “pesada herencia” que supuestamente dejó. Porque no se trata de desbarajustes ni de bolsones, aunque los hubo, sino de los factores estructurales de las crisis en la Argentina capitalista dependiente que permanecieron incólumes. Si hasta el 2008 parecieron desaparecer fue por la excepcionalidad del enorme salto en la tasa de ganancia empresaria por la devaluación que golpeó los salarios tras la crisis del 2001 y del fenómeno inédito en más de un siglo de que los términos de intercambio entre los productos primarios y los industrializados favorecieran a los primeros.

Agotadas las condiciones excepcionales, al kirchnerismo le resultó imposible seguir compatibilizando que el capital “se la siga llevando con pala” y el otorgamiento de concesiones al pueblo. La “sintonía fina” y los parches aplicados desde entonces-acuerdos con Chevrón y el Club de París, devaluación y cepo al dólar, veto al 82% móvil para los jubilados y a la ley de glaciares, achatamiento salarial, relanzamiento represivo con Berni, designación de un candidato neoliberal como Scioli- no evitaron una inflación creciente y el estancamiento económico, alargando una agonía que la alejó de las clases dominantes que reclaman enfrentar decididamente al pueblo, al tiempo que minaba las expectativas de sectores populares que pasaron a esperar un “cambio”.

El macrismo asumió para aplicar esas transformaciones de fondo que necesita / exige el conjunto de la cúpula empresarial para superar los límites con que se topa periódicamente el capital en Argentina: una recurrente escasez de divisas y una tasa de ganancia que se niega a crecer ante un pueblo que no se deja explotar como quisieran. El desastre al que nos condujo no se debe a la estupidez del “mejor equipo de los últimos 50 años” (aunque resulta arriesgado negarlo) sino a las limitaciones de la clase capitalista argentina y al odio de clase que contuvieron tanto tiempo.

Ofrecen una mirada parcial quienes buscan las causas de la crisis en que el macrismo estaría gobernando para la especulación financiera y para CEO’s que acumulan para sus empresas. Porque con todo lo que esto tiene de real –Panamá papers, blanqueo, endeudamiento, multiplicación de instrumentos financieros- el gobierno asume y representa los intereses y necesidades del conjunto de la clase capitalista argentina. Las miradas parciales solo abonan a crear expectativas en un supuesto “capital productivo”, facilitando la aparición de supuestas “oposiciones” que devienen en continuidades.

El capital “productivo” –amén del alto grado de movilidad y de integración hoy existente entre todas las formas del capital- apoya y promueva los intentos del gobierno por bajar los salarios y flexibilizar ampliamente el empleo, así como la generación de nuevos ámbitos de extracción de ganancias en lo que debieran ser derechos comunes, como la salud, la educación, el transporte o la energía. La devaluación beneficia al conjunto del capital al achicar el salario aunque golpee el consumo o provoque heridos en su propio seno. Si el capital nunca tuvo patria, en el capitalismo globalizado menos aún ya que puede extraer su plusvalía donde le convenga y realizarla en otra zona del planeta.

Tampoco el capital especulativo es el único responsable de la falta de dólares que en la Argentina es tan recurrente que ha recibido nombre y apellido: “restricción externa”. Ya con el proceso de sustitución de importaciones, la industrialización deformada y dependiente agravó la “restricción externa” a través de la remesa de ganancias, el pago de patentes, la compra de insumos y de tecnología obsoleta a las casas matrices, los subsidios y exención de impuestos, la fuga de divisas. Se agravó cuando en la fase neoliberal del capitalismo, las grandes empresas que controlan la economía argentina dejaron de necesitar consumidores locales para requerir mano de obra barata para exportar hacia los nichos de alto consumo, integrando en los ’90 a gran parte de la mediana y pequeña empresa a sus redes, como en el caso de la Federación Agraria, integrada al circuito sojero. Los pequeños panaderos y comerciantes que cotidianamente aparecen en los medios contando sus penurias, no son parte de ese alabado “capital productivo” sino parte del pueblo trabajador.

Es entonces en nombre del conjunto de la cúpula empresarial que el macrismo vino a intentar cambiar la relación de fuerzas entre las clases y a insertar la Argentina en la geopolítica de los EE.UU., abaratando y flexibilizando al máximo la mano de obra, acordando con el FMI, profundizando la especialización del país en la exportación de bienes primarios (minería, agro, petróleo) o limitadamente industrializados. Y no menor, una transformación educativa y cultural profunda, junto con el desarrollo de un gran aparato represivo adiestrado por fuerzas militares yanquis e israelíes, para intentar lo que ningún gobierno logró por mucho tiempo: terminar con la combatividad del pueblo argentino que no abandona la lucha y viene desgastando al gobierno macrista.

La crisis desatada en los últimos meses tiene más que ver con que el macrismo no pudo revertir esa relación de fuerzas, con el diciembre y marzo calientes, con las luchas moleculares a lo largo y ancho del país, con las peleas de lxs estatales y de los pueblos originarios en las provincias, con las multitudes movilizadas por los derechos humanos y por las reivindicaciones de las mujeres, que con un alza de las tasas de interés en los EE.UU., o el renovado proteccionismo en la economía mundial, aunque hayan sido la gota que rebalsó el vaso.

Así como el temor que la rebelión del 2001/2002 despertó en el empresariado le abrió a Néstor Kirchner la posibilidad de mediar entre ellos para relanzar la acumulación de capital del conjunto, el actual desgaste que el movimiento popular le ocasiona al macrismo –por el que ya pocos se atreven a pronosticar su reelección y se duda de su continuidad- le dificulta encontrar una salida a la crisis ya que desata una pelea entre los intereses capitalistas en la que todos quieren ganar (como evidencian el rechazo de las patronales agrarias a retrasar la rebaja de las retenciones, las peleas del gabinete o la corrida del dólar). La misma clase social que se apoyó en el Estado para apaciguar y canalizar a un pueblo rebelado en el 2001, recurre ahora a los acuerdos con el FMI para intentar disciplinarlo y que sea quien pague los costos.

La derecha en el gobierno despolitiza la crisis como si fuera solo una cuestión económica, de un mercado al que habría que “tranquilizar” (eufemismo por asegurar al empresariado que ganarán a costillas nuestras) para “desarrollar el país y crear trabajo digno”. Oculta que es falso que sea el capital el que crea el trabajo, sino que es el trabajo junto con los bienes de la naturaleza –expropiados ambos por el empresariado- quienes crean el capital.

La brutalidad del acuerdo con el FMI coloca en blanco sobre negro la disyuntiva de esta lucha: o el gobierno y el gran capital derrotan al pueblo o es éste quien les impone una derrota. Las organizaciones populares y las izquierdas estamos impelidas a ser parte de esta pelea y debatir las diversas miradas, las alternativas y unidades necesarias para impulsar la lucha y la acumulación de poder popular. Habrá quienes supongan que levantar un proyecto de país y de sociedad que trascienda al capitalismo patriarcal es un lujo para este momento de ofensiva del capital. Pero sin una propuesta más allá de la reacción a contragolpe, indefectiblemente terminará por imponerse la aceptación resignada del ajuste como alternativa al caos.

Cuando la patria fue realmente el otro

Vale recordar una experiencia inédita de la rebelión popular del 2001: el nacimiento de una “otra política” desde abajo, desde los saberes y voluntad colectiva en un diálogo con el de al lado, el igual. Una práctica política en que la patria era realmente el otro.

Recuerdo cuando el 19 y 20 de diciembre de ese año centenares de miles marchábamos hacia la casa de gobierno, enfrentando la represión y golpeando todo lo que hiciera ruido. El pueblo se hacía escuchar masivamente después de tanto tiempo, con la voluntad de tomar en sus manos el destino del país. En cada esquina se sumaban cientos o miles y eran recibidos con aplausos y abrazos, como se recibe a un hermano.

Organizaciones piqueteras comenzaron a articular porque compartían las calles así como los objetivos políticos de “trabajo, dignidad y cambio social”. “Piquete y cacerola” sintetizó la aspiración a la unidad de quienes, junto con lxs trabajadores de las empresas recuperadas, constituían por entonces el mayor aporte organizativo y político popular.

A fines del 2004, con la lucha de los trabajadores del subte a la cabeza, se comenzó a ampliar ese universo con los “flacos” (la contracara de los “gordos” de la CGT) y, en sucesivas oleadas y con diferentes intensidades se fueron sumando las asambleas socio-ambientales, los estudiantes secundarios, los mapuches y pueblos originarios, los colectivos juveniles anti-represivos, los trabajadores de la economía popular, el masivo movimiento de mujeres.

Al calor de estas oleadas fueron madurando organizaciones político-sociales de una nueva izquierda, desde la lucha y los aportes de articulación de este universo popular amplio pero fragmentado.

Con la consolidación del kirchnerismo como rostro progresista del PJ, “la patria es el otro” dejó de ser una realidad, una forma de construir política, para transformarse en slogan de una política hecha desde arriba, desde funcionarios y políticos profesionalizados. Millones de personas fueron restringidas a “marchar” sólo un domingo cada dos años hacia las urnas. Y ya nadie se saludó en las esquinas. Se sabe, el voto es individual y secreto.

Pero el gobierno de Macri parece estar despertando lo que está dormido.

La política se para de cabeza y la “unidad” popular cambia de protagonistas

La oportunidad y necesidad obliga a repensarnos como izquierdas. Habrá quien suponga que esbozar críticas a organizaciones populares en estos momentos de ofensiva capitalista puede hacerle el juego a la derecha. Pero la urgencia por poner en pié una alternativa popular nos obliga a miradas autocríticas y debates sinceros, como merecen izquierdas que -en manos de la juventud del pueblo trabajador- son la única esperanza de una humanidad desquiciada.

Una primera mirada sobre nosotrxs mismxs constata que gran parte de las izquierdas no resultaron indemnes a la “normalización” de la política que trocó el protagonismo popular por el de los aparatos políticos tradicionales. La búsqueda de la imprescindible unidad cambió de actores, los intentos de articulación del pueblo trabajador -con sus múltiples componentes y organizaciones- derivó en la búsqueda de algún partido o aparato con quien aliarse. Ya no se buscó politizar la lucha social sino construir en el terreno que el sistema delega a lo político, el reino excluyente de los partidos y las instituciones.

No sorprende entonces que los “Cayetanos” (Movimiento Evita, Barrios de Pié, Corriente Clasista y Combativa) junto a otros movimientos supongan que ser aceptados por el triunvirato burocrático cegetista sea un paso hacia la “unidad de los trabajadores”, con una mirada incapaz de ver más allá de los aparatos e instituciones. Con similar lógica, estas mismas organizaciones junto al degenarismo y otras que se reivindican de “izquierda popular” conformaron el Frente “En Marcha”, convocando a la “unidad” opositora en presencia de dirigentes de todas las alas del PJ. Entre las presencias hasta hace poco inimaginables, está la de Felipe Solá, quien fuera parte de los gobiernos de Menem y de Duhalde, fue uno de los responsables políticos de la “masacre de Avellaneda” y es hoy un posible candidato de “unidad”.

Asimismo, la coincidente jugada del Papa Francisco de operar para reconstituir bajo su influencia un PJ unido como sostén del sistema ante una posible debacle de “Cambiemos” resultaría ilusoria si no fuera por esa inversión de la política. Centenares de dirigentes de todas las alas del PJ firmando una declaración contra la legalización del aborto es una señal de su avance.

Por su parte el FIT, desde una vereda diferente y sosteniendo el anticapitalismo, rechaza el delirio de levantar una alternativa popular desde la misma trinchera de los enemigos de clase, pero sufre de similar enamoramiento de los aparatos políticos, en este caso los propios, lo que limita su capacidad de abrirse fraternalmente a las iniciativas y agrupaciones de “los trabajadores, las mujeres y la juventud” y de valorar los aportes de los pueblos latinoamericanos, colocando un techo a esa construcción de izquierda.

Una mirada desde lógicas antagónicas con las del sistema –compartiendo la necesidad imperiosa de derrotar a Macri- apunta a que desde las propias luchas se sobrepase lo sectorial que hoy impera y se levanten e impongan propuestas políticas populares, desde la imprescindible articulación de quienes enfrentan la ofensiva del capital, como lxs docentes, trabajadores de los ingenios azucareros, del INTI, Rio Turbio, Chubut, aceiteros, colectivas feministas, comunidades mapuches, asambleas ambientales, entre otros, articulación que necesariamente no puede ser sectorial sino política.

Es al calor de esta intervención política cotidiana que se puede soldar una firme unidad de las organizaciones y colectivos que la impulsen, compartiendo luchas, estrategias, formación política, ensayos de articulación, aportes a nuevos colectivos auto-organizados y a la reconstrucción del pueblo trabajador, instalando una nueva izquierda en todos los terrenos. La fuerza acumulada es chica pero no despreciable. Y si no aparece por el momento en los medios de comunicación masivos, sí lo hace en la vida de sectores de nuestro pueblo.

Encontrar el camino hacia el pueblo impele a las izquierdas a ser parte de la vida y las luchas del pueblo trabajador para dar la pelea por otro país y sociedad. En ese diálogo cotidiano que contrasta con quienes creen que lo progresivo de nuestro pueblo se agota en el kirchnerismo, nos encontramos con compañeros que pueden ser kirchneristas, otros que hastiados votaron a Macri y otros muchos que descreen de todos ellos, incluidas las izquierdas.

Desconfiar de nuestro pueblo e impacientarse para buscar atajos en dudosos aliados de los de “arriba” nunca condujo a la tierra prometida. Más aún cuando no son solo alternativas electorales lo que necesitamos construir. Vale preguntarnos, ¿acaso no necesitamos imperiosamente poner en pié un amplio movimiento popular de ruptura con el FMI y por el desconocimiento de la deuda externa, para liberarnos de su yugo? ¿O un movimiento que trascienda los sindicatos para insertarse en los territorios, por la defensa y transformación de la educación pública y popular? Y por sobre todo ¿no necesitamos trabajar pacientemente pero sin descanso por una confluencia de todo el pueblo trabajador movilizado, con sus organizaciones y colectivos, en un gran movimiento socialista, feminista, libertario y por una patria Nuestroamericana liberada?

La paciente construcción del movimiento de mujeres durante más de 30 años, que en los últimos tiempos hizo asambleas conjuntas multitudinarias, movilizó a millones, convocó a intelectuales y artistas, hizo reuniones en los barrios, confeccionó folletos explicativos, polemizó públicamente, impulsó el proyecto de ley por el derecho al aborto libre y gratuito y obligó en las calles a la cámara de diputados a votar por su aceptación, pero fue más allá, reapropiándose de cuerpos, voluntades y deseos, es un gran ejemplo del que necesitamos aprender en todos los terrenos.

La “unidad” como refundación del pueblo trabajador

La huelga general del 25 de junio fue tan masiva como no se veía hacía años, sacando el debate del terreno de las alianzas y candidaturas “menos malas” para el 2019, para llevarlo al de la lucha para derrotar al gobierno. Pero un paro no alcanza para torcer el rumbo, sería necesario un plan de lucha con propuestas claras, debatidas democráticamente y alternativas a las del capital. Pero nada de eso puede esperarse de la CGT y no es siquiera exigible a estos burócratas que nada tienen que ver con la vida de sus supuestxs representadxs. La vieja disyuntiva se resolvió hace rato y deberá ser “con la cabeza de los dirigentes”.

Pero siendo imprescindible organizarse desde abajo para ello, tampoco alcanzaría con sacar a estos burócratas de los sindicatos, cuya estructura, estatutos, universo que abarca, no responden a la realidad de la actual clase trabajadora, transformada estructuralmente por la triple ofensiva desatada por el capitalismo neoliberal contra el pueblo trabajador.

Por una parte, el ataque en los lugares de trabajo para flexibilizar y disciplinar. Trabajadorxs precarixs, intermitentes, tercerizadxs, desempleadxs, son parte importante de la clase trabajadora que los viejos sindicatos excluyen.

Por otra parte, una ofensiva para reestructurar el conjunto del proceso social de reproducción del capitalismo, penetrando en las casas, los barrios, las comunidades y cada lugar de la vida cotidiana, afectando especialmente a las mujeres que cumplen un rol preponderante en la reproducción del sistema. Los territorios cobran una nueva centralidad, donde se concentran el conjunto de los problemas y desde donde pueden surgir repuestas políticas, de lucha y organización. Los sindicatos se consideran ajenos a estas problemáticas y peor aún, al igual que los gobiernos de turno, acusan a quienes ponen el cuerpo a estas cuestiones de “politizar” la protesta, jugando a favor de la opresión del trabajador y la trabajadora.

En tercer lugar, el capitalismo neoliberal acentuó su carácter colonial y depredador para apropiarse de las riquezas naturales de nuestros países. Los sindicatos no sólo se hacen los desentendidos sino que varios han puesto a jugar sus aparatos contra las asambleas socio-ambientales que surgieron en la pelea contra el saqueo y la contaminación de un modelo extractivista que ya es política de Estado de los sucesivos gobiernos.

Mientras el capital encara su triple ataque contra el pueblo trabajador como una sola y misma ofensiva, desde el pueblo respondemos fragmentadamente y las viejas herramientas se demuestran insuficientes.

La pelea por la construcción de alternativas populares no puede estar desligada de la imprescindible refundación del pueblo trabajador, respetando y aprovechando la diversidad pero combatiendo la fragmentación. La pelea es entonces simultáneamente anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, en todos los ámbitos de la vida colectiva de nuestro pueblo.

Podría pensarse que la vida que podría nacer de tal pelea es una bella pero imposible utopía. Pero el movimiento de mujeres lo ancla a la realidad y está demostrando que se puede.

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Ya este autor nos decía el año 2016:
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06-08-2016

Resistencia popular en tiempos macristas: desafíos desde abajo y a la izquierda

Sergio Zeta
Rebelión

Cada vez con más fuerza -aunque aún fragmentada y reaccionando a contragolpe- brota la rebeldía popular contra la ofensiva macrista, el gobierno de “los ricos”.
El kirchnerismo por su parte aparece cada vez más fragmentado y debilitado, en proporciones tales que puede hablarse de un derrumbe, acelerado por la corrupción de muchas de sus figuras (más allá de la utilización que el macrismo hace de las denuncias), y el abandono de otras de ese espacio, en transas de las que el pueblo y gran parte de su militancia se siente ajena.

A varios meses de gobierno macrista, el desinterés de la dirigencia kirchnerista en impulsar la resistencia, escudándose en un aporte a la “gobernabilidad”, no es un dato menor del derrumbe. No les sirvió patear la pelota hacia adelante con un “volveremos” que justificaría tanto la inacción actual como las alianzas más espurias. Las abismales diferencias entre lo que fue la “resistencia peronista” contra la Libertadora –obrera, popular y desde abajo- con el actual “aguante”, resaltan la ajenidad de esta dirigencia con un pueblo que, como puede, viene dando pelea. Y constata, una vez más, que el PJ ya nada tiene que ver con el “hecho maldito del país burgués” y mucho que ver con un partido del poder, garante del orden del capital.

La multitudinaria y ruidosa protesta del jueves 14 de julio contra los tarifazos tuvo ya poco de “volveremos” y mucho de la alegría de un reencuentro con el vecino del barrio y de respuesta colectiva.

Por su parte el macrismo apuesta a combinar consenso y represión para afianzar su proyecto. Si bien, a diferencia del menemismo no cuenta a su favor con un pueblo derrotado para aplicar sus planes profundamente antipopulares, no parte tampoco de cero. Se apoya en lógicas y en un horizonte de “sentido” que ha construido el kirchnerismo para restaurar el orden institucional y la acumulación de capital que la rebelión popular del 2001 puso en crisis. Desde los sectores populares necesitamos poner en cuestión esas lógicas y ese “sentido común” que operan dificultando tanto las resistencias como la construcción de alternativas.

Macrismo y kirchnerismo ¿antagonismo o continuidad?

La “ceocracia” gubernamental con su insensibilidad frente al sufrimiento popular, su desembozada dominación de clase y su desprecio a los pobres: “están los pobres y la gente normal” -afirmó la vicepresidenta Gabriela Michetti sin ponerse colorada- nos produce repudio, bronca e indignación que despiertan una primera sensación de antagonismo de este gobierno respecto al anterior. Pero una mirada atenta descubre -más allá de algunas diferencias que podemos reconocer- importantes continuidades que necesitamos considerar para construir un nuevo rumbo.

La importancia de rastrear estas continuidades no es menor. Incide en la disyuntiva entre aspirar a “volver” a la “década ganada”, (con más o menos críticas a la misma), o luchar por salir del capitalismo -que de humano no tiene el rostro ni nada-, construyendo más articulación y organización popular, prefigurado nuevas subjetividades plebeyas y emancipatorias, nuevas respuestas para nuevos y viejos problemas.

Está claro que algunas de las medidas adoptadas durante el kirchnerismo serían impensables en este gobierno, como los juicios a los genocidas u otras. Pero coincidimos con Alberto Bonnet en que la pregunta sobre ¿qué fue el kirchnerismo? “… no puede responderse seleccionando y amontonando hechos sueltos en los platillos de una balanza imaginaria, ya sean los juicios a los genocidas, la asignación universal por hijo o el matrimonio igualitario, ya sean las ganancias extraordinarias de los empresarios, la megaminería contaminante o la corrupción generalizada. La pregunta reclama más bien una respuesta que involucre una conceptualización de conjunto del kirchnerismo. En este sentido, el kirchnerismo expresó ciertas relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase y las expresó de determinada manera: expresó, más específicamente, las relaciones de fuerzas emergentes de la crisis de acumulación y dominación que culminó a fines del 2001 y las expresó como recomposición de esa acumulación y esa dominación” [1].

Esta conceptualización de conjunto de la política kirchnerista es la que no ven -o no quieren ver- quienes escinden entre “lo bueno y lo que faltó profundizar”, fórmula que es sostenida tanto por organizaciones que de buena fe apoyan al kirchnerismo como por aquellos dispuestos a disputar su herencia.

Por convicción o conveniencia sostienen mitos que impregnaron de legitimidad impostada al kirchnerismo como su supuesta similitud con los proceso de Venezuela o Bolivia.

Sin embargo el kirchnerismo no fue parte de las movilizaciones populares contra el neoliberalismo, a diferencia del chavismo y del MAS en Bolivia. Mientras que en la Argentina el K viene a recomponer el orden previo a la rebelión y movilización popular del 2001, en Venezuela se impulsa una transformación con contenido democrático-radical que llegó a proyectarse como socialismo del siglo XXI y el poder comunal, de modo que solo con gran imaginación, muy buena voluntad y algo de miopía, pueden ubicarse como parte de un mismo “ciclo progresista”. La diferencia entre ambos procesos explica la relativa facilidad con que el macrismo viene desmontando lo que de la estructura kirchnerista favorecía al pueblo, hecho que no se está dando de igual manera en Venezuela, con un fuerte avance de la derecha pero que se enfrenta a fuerzas populares que resisten su embestida.

Desde el primer momento el kirchnerismo se propuso ir hacia “un país donde las posibilidades y la defensa del capital argentino, el empresariado nacional, la producción y el trabajo argentino sean prioritarios” (discurso de Néstor Kirchner en el Encuentro Nacional de la Militancia, Parque Norte, 11/3/04). Para ello no sólo mantuvo sin alteraciones la estructura económico-social heredada del neoliberalismo, no sólo expandió el empleo sobre la base de conservar la precarización laboral que facilita la ofensiva macrista sobre los trabajadores, sino transfirió millonarios recursos hacia quienes “juntándola con pala” formarían ese “empresariado nacional” que desarrollaría el país: los Cirigliano, los Roggio, Taselli, Szpolsky, Eurnekian, López, Báez, Blaquier, Werthein y muchos más. Sin embargo nada de eso significó para el país el surgimiento de un “capitalismo serio” (como si tal cosa existiera) sino de un “capitalismo de amigos” y puso un techo a la disminución de la pobreza o a la solución de los graves problemas de vivienda, salud o educación, entre otros.

Creemos que esta experiencia confirma que solo el pueblo trabajador puede defender intereses nacionales, concibiendo estos tal como lo expresa Miguel Mazzeo: “ Frente al espacio antiutópico que impone la globalización, frente a sus modalidades de homogenización compulsiva y opresora, pero también frente a la inconsistencia e inviabilidad histórica de los artefactos culturales y las “topías” burguesas, la nación puede reconfigurarse y redefinirse como el espacio de una comunidad construida por los y las de abajo en base a la diversidad, la igualdad sustantiva y el poder popular” [2].

Para construir esa comunidad de los de abajo y el poder popular, no podemos aspirar a “volver” al pasado, aún en alguna pretendida versión mejorada, sino innovar mirando al futuro.

Tarifazo, política energética y resistencia al ajuste

Desde los primeros ataques del macrismo contra el empleo y el salario, los trabajadores lograron frenar en parte la ferocidad de los mismos y obligaron al gobierno a algunos retrocesos momentáneos.

Ahora cobra fuerza la resistencia popular contra los brutales tarifazos que va consiguiendo triunfos parciales y aplazamientos, pero para derrotarlos definitivamente necesita aspirar a un objetivo diferente que sostener lo hecho por el kirchnerismo, en tanto la política del actual gobierno no difiere radicalmente de la que se implementó durante la década pasada.

La política kirchnerista respecto a los servicios públicos se paró sobre dos pilares. El primero fue el estímulo a las empresas prestatarias a través de millonarios subsidios (que nunca se auditaron) y, desde el año 2012, en que se renacionalizó parcialmente YPF, a través del aumento de precios. Desde ese año y fines del 2015 se aplicaron 24 aumentos en la nafta por un total de 137% en la Capital Federal y de 154% en Mendoza” [3]. En el mismo período el precio internacional del barril de petróleo pasó de 106,1 u$s a solo 41,8 u$s, convirtiendo el petróleo argentino en uno de los más caros del mundo. El segundo pilar fue mantener la matriz energética basada en energías fósiles (petróleo y gas), en sintonía con la política de los EE.UU y las corporaciones petroleras, lo que llevó a priorizar Vaca Muerta y a los acuerdos con Chevrón, dejando de lado el desarrollo en energías renovables como la eólica, para las que Argentina tiene condiciones excepcionales.

El macrismo solo tuvo que generalizar y profundizar esta política haciendo caer esta vez, el grueso de los pagos a las empresas, sobre el bolsillo de los consumidores.

¿Puede resultar extraño, entonces, que a pesar de la bronca que genera el brutal tarifazo, la mayor parte de la población acepte desde el “sentido común” los aumentos, aunque cuestionando los porcentajes? ¿Que la reacción sea solo de contragolpe, cuando el macrismo avanza demasiado, dejándole la iniciativa? Esta es otra herencia de la década K.

Para derrotar al macrismo y su tarifazo necesitamos recuperar iniciativa e impulsar alternativas populares que rompan con la racionalidad neoliberal de que todo es mercantilizable. Imponer una auditoría sobre las ganancias de las concesionarias, recuperar el control estatal y de los usuarios sobre los servicios públicos y avanzar hacia energías renovables, diversificadas y no contaminantes. Podemos lograrlo con la organización popular en cada barrio y localidad, partiendo de las necesidades concretas, con la convicción de que la energía es un derecho de todos y todas.

Hace algunos años, frente a una soberanía domesticada e institucionalizada que levantaba el progresismo, movimientos populares independientes acuñamos la frase y el objetivo de “soberanía popular”. Frente a un kirchnerismo que nunca se planteó salir de los marcos en que el imperialismo imponía su política energética, que dejó en manos de las grandes corporaciones y fondos de inversión la producción y comercialización agrícola y alimentaria, que entregó los bienes de la naturaleza a las multinacionales contaminadoras y saqueadoras, y frente al gobierno actual que profundiza tal subordinación al punto de hacer la energía y los alimentos inaccesibles para el pueblo, frente a las necesidades de la lucha que esta situación impone, vale la pena renovar su actualidad.

El capital no sólo busca imponer su agenda sino elige el terreno de las batallas. Se siente cómodo sólo cuando todo se decide entre ministerios, legislaturas o juzgados. Que el pueblo proteste contra la magnitud de los aumentos no les gusta, pero les resulta aceptable. Que se exija la renuncia de algún ministro, como en este caso de Juan José Aranguren, les gusta menos, pero no sería la primera vez que sacrifiquen un peón para dar jaque mate. Pero lo que resulta inaceptable al poder político y económico, es que el pueblo elija también el terreno de las batallas, que la política salga del “palacio” y se discuta en las “calles”. Sin dudas, si renuncia Aranguren, lo festejaremos como un primer triunfo de la lucha popular. Pero no habrá triunfo duradero si el pueblo no debate sus propias alternativas y las impone con la lucha.

Resistencia popular y acumulación de fuerza político-social

A pesar de algunos rasgos comunes del macrismo con los años ’90, la resistencia y lucha popular no puede seguir acumulando fuerzas a través de las mismas prácticas y ejes políticos que fueron acertados durante la resistencia al neoliberalismo.

Por entonces, la lucha, con “unidad y organización” de los nacientes movimientos piqueteros señalaba un rumbo claro. “Trabajo y dignidad”, objetivos primordiales, no podían obtenerse dentro de los marcos del capitalismo existente sin librar por lo menos enormes batallas; la democracia de base, condición del poder popular, era otro signo distintivo de la nueva izquierda naciente que la emparentaba con todo sector resistente, sea en los barrios, empresas, escuelas o Universidades y “cambio social”, otra idea fuerza de la izquierda independiente que nacía en esas organizaciones de lucha, apuntaba certeramente no sólo contra el gobierno sino también contra el capitalismo en la forma concreta que asumía por entonces, contra el relato neoliberal del “fin de la historia” “el fin de las ideologías” y señalaba la necesidad de transformación revolucionaria del sistema.

Pero en aquellos años no había un “progresismo” que disputara proyecto político. Tampoco lo disputaba la vieja izquierda, incapaz de percatarse del multitudinario cuestionamiento a la democracia representativa, del surgimiento de nuevas formas de hacer política, de los cambios estructurales en la clase trabajadora y en los mecanismos de dominación, así como tampoco se sintió interpelada a sacar conclusiones de la caída del muro o del fracaso de los nacionalismos revolucionarios.

En el escenario actual es primordial avanzar unos cuantos pasos más de los que ya dimos y aprendimos. Junto a la participación y el impulso de las luchas, la politización de las mismas es indispensable. También el enfrentamiento a las burocracias para el desarrollo de la organización popular y de la democracia de base, así como la articulación de los diversos sectores del pueblo trabajador, aún pendiente desde que el grito “piquete y cacerola, la lucha es una sola” fuera congelado durante la década kirchnerista. La disputa política, ideológica y cultural que nos impone el consenso neoliberal y su versión progresista se hace imprescindible.

Estas batallas solo pueden librarse desde la más amplia unidad, paradxs desde nuevas o renovadas formas de organización que como pueblo somos capaces de alcanzar. En su transcurso podrá irse construyendo un amplio movimiento político-social, con toda la diversidad del pueblo trabajador y los sectores oprimidos, hacia una verdadera transformación de la sociedad y el país, en sintonía con los pueblos de América Latina.

Unas palabras sobre la politización

Hoy día hablar de “politización” suele ser fuente de malos entendidos. Los distintos gobiernos que se han sucedido en las últimas décadas con sus gestiones corruptas, mentirosas e indiferentes a las necesidades del pueblo construyeron una idea de la política escindida de las prácticas cotidianas del pueblo trabajador. Para el kirchnerismo “política” fue sinónimo de “regreso del Estado”, expropiándola al pueblo que la había comenzado a ejercer en la resistencia al neoliberalismo y más masivamente con la rebelión popular del 2001, para devolver su ejercicio a la casta de políticos profesionales, a “los que saben”, que -con un partido u otro- gobiernan al servicio del poder económico-político y de su propio enriquecimiento.

Si la rebelión del 2001 había colocado en primer plano la política como algo que excedía al Estado y que refería a como el pueblo tomaba en sus propias manos lo que hacía al interés general, la restauración K volvió a concentrar todo en y hacia el Estado. El pueblo dejó de ser protagonista hasta en los análisis de situación, muchas organizaciones e intelectuales, cooptados o atrapados por un análisis binario de la realidad, redujeron todo a un enfrentamiento entre derechas y gobiernos (así como antes entre democracia liberal y dictadura).

Esto, si bien le permitió al K reconstruir cierta institucionalidad, también fue lo que facilitó, cuando el progresismo chocó con sus propios límites, que vastos sectores populares no vieran otra alternativa que la derecha.

El macrismo y su grupo de asesores que hicieron una buena lectura de todo esto, aprovechó este imaginario sembrado en la sociedad para denigrar la militancia y basó su campaña y actos públicos -profundamente políticos- como producto de una racionalidad técnica y de sentido común en el que la “política” no tendría nada que ver.

Ambos, aún con diferentes discursos, tuvieron y tienen el objetivo de que el pueblo no haga política, con el fin último de frenar el avance de la organización popular por abajo y el consecuente empoderamiento del pueblo.

Cabe mencionar también que sectores de la izquierda comenzaron a hacerse eco de la acusación de “antipolítica” a todo lo que no se refiera directamente a la disputa por el Estado, enfocándose en las campañas electorales como modo de construcción política. Otros sectores de las izquierdas creen que son sus partidos los que tienen el monopolio del “saber” de una política “correcta” y creen que “politizar” es ganar trabajadores para sus filas.

La actual resistencia contra el macrismo abre una nueva posibilidad de que el pueblo recupere el sentido y el ejercicio de la política o, como se popularizó durante la rebelión del 2001, una “otra” política que se proponga, no la conservación de lo existente sino su transformación, construyendo poder popular desde el Estado, fuera del Estado y contra el Estado.

Será desde esas luchas y desde sus organizaciones, que el pueblo podrá imponer sus propias soluciones a los problemas de fondo del empleo, de la educación, del transporte, de la vivienda, de la salud, de la igualdad de género, del medio ambiente. Los legisladores que logren las izquierdas, los partidos, las organizaciones políticas, no deberán buscar canalizar estas luchas sino ponerse a su servicio.

Rumbos diversos en las izquierdas

La coyuntura que se vive en el país abre un espacio importante para la izquierda. Sin embargo, este espacio no está logrando intervenir de conjunto y se van delineando por lo menos 3 rumbos diferentes en este espacio.

Esquemáticamente, podemos señalar a una izquierda que apunta a construirse –más o menos críticamente- desde el espacio K y la defensa de las “conquistas”. Sus principales preocupaciones pasan por “hacer política” institucional, coincidentemente con la restauración K. Mientras algunas agrupaciones de la llamada izquierda “popular” pretenden un kirchnerismo sin PJ; otras, como el Movimiento Evita, se integran a la conducción del PJ mientras coquetean con Massa y con agrupaciones de esa izquierda “popular” en sintonía con el Papa Francisco, que viene interviniendo para conformar una oposición sistémica al macrismo.

Otro sector de la izquierda, quienes mayor expectativa despertaron, fueron quienes conformaron el FIT. Pero parece que ya han llegado a su techo. Su práctica y discurso se limita a la mera lucha contra el ajuste, como si el capitalismo, con su crisis civilizatoria, humana, ambiental, se resumiera en un ajuste que, por más terrible que sea, es sólo una parte de los padecimientos que produce el capitalismo en el pueblo trabajador, llegando, incluso, a poner en riesgo la continuidad de la vida en la Tierra. Ninguno de los integrantes del FIT va más allá de la lucha contra el ajuste porque su proyecto de cambio social revolucionario lo resumen en su propia autoconstrucción, desatando una lucha fratricida entre ellos que destruye iniciativas de unidad de lxs trabajadorxs y hunde las expectativas que despertaron. Cuanto más se necesita la unidad, más allá de lo electoral, más convierten al FIT en una cooperativa colectora de votos mientras sus integrantes priorizan sus peleas, aún a costa de intervenir enfrentados en las luchas sociales y malograr iniciativas de unidad del conjunto de las agrupaciones clasistas y de base, como ocurrió con el Encuentro Sindical del 5 de marzo de este año. Lamentablemente que ocurra esto con el FIT es una desgracia, no solo para sus integrantes sino para el conjunto de la izquierda que habíamos considerado su formación, aún con sus límites, como un posible avance para las izquierdas y los sectores populares.

El espacio de la nueva izquierda independiente o “en búsqueda”

Por fuera de estos dos sectores claramente delimitados existe otro espacio, más amplio y difuso. Podemos considerar como parte del mismo a las organizaciones político-sociales que nacieron de los movimientos piqueteros y territoriales que lucharon contra el neoliberalismo, a agrupaciones de trabajadores ocupados como Rompiendo Cadenas o de sindicalismo de base y antiburocráticos entre las docentes, aceiteros, delegados de la línea 60, estatales y otras. También forman parte de este espacio asambleas socio-ambientales, colectivas de género, estudiantiles, culturales, de comunicación, de pueblos originarios. Si bien diferentes, las prácticas denotan similares coordenadas emparentadas con la construcción de poder popular, la democracia de base y una politización alternativa. Seguramente la resistencia parirá otras organizaciones y colectivos, como en su momento parió los movimientos piqueteros, a lo que debemos estar muy atentos e ir ensayando experiencias y acercamientos.

La inserción en las luchas y la búsqueda constante de articulaciones entre ellas son los pilares de los que partir para instalar un espacio de izquierda, diferente al tradicional y al progresismo, sin perder con ello capacidad de diálogo ni apertura, así como potencialidad para instalar agenda popular.

Nos queda el desafío de pensar cómo fortalecer el espacio de una nueva “izquierda en búsqueda”, como la llamó certeramente un compañero, teniendo en cuenta que la clave está en insertarse, pacientemente, en la luchas con el pueblo y avanzar en iniciativas para desandar la fragmentación y dispersión de este espacio.

El espacio de la nueva izquierda independiente podrá avanzar mucho en esta nueva situación de la lucha de clases en tanto sea capaz de insertarse en las luchas de nuestro pueblo e ir articulándose sin sectarismo y en forma movimientista, con perspectivas socialistas, feministas, antimperialistas, de ecologismo popular, latinoamericanistas y radicalmente democráticas. Necesitamos reconstruir la convicción de la necesidad y posibilidad de una nueva izquierda para la construcción del poder popular, que no se opone a la vieja idea de la toma del poder sino la supera, integrándola como momento de un proceso más extenso y complejo.

En un mundo donde desde la caída del mal llamado “socialismo real” solo se habla de mejorar un poco la vida en el marco del capitalismo -con la honrosa excepción de Chávez-, recuperar la utopía que otro mundo es posible se hace vital. Sin ella la mística se transforma en liturgia vacía y se hace imposible cualquier transformación. Necesitamos una izquierda que considere –a diferencia de la cháchara progre- que realmente llegó la hora de ir por todo.

Notas:

[1] Bonnet, Alberto (2015). La insurrección como restauración: El kirchnerismo, 2002-2015. Buenos Aires: Prometeo Libros.

[2] Mazzeo, Miguel (2016). En: http://contrahegemoniaweb.com.ar/revolucion-o-mentira-clase-y-nacion-en-la-independencia-de-nuestra-america/

[3] Observatorio Petrolero Sur. En http://www.opsur.org.ar/blog/2016/06/15/aranguren-el-fusible-de-los-ceos/


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