Detalles, sensaciones y sentires de y desde Barcelona entrecruzados con experiencias de abajo de otras ciudades europeas.
Una buena presentación del libro. Rogamos que alguien pueda hacernos llegar el link para copiar y publicar aquí el libro completo. Muchos lo agradecerán.
Marina Garcés
Ciudad Princesa
También disponible en eBook
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Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
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www.galaxiagutenberg.com
Primera edición: abril de 2018
© Marina Garcés, 2018
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2018
Preimpresión: Maria Garcia
Impresión y encuadernación: Sagrafi c
Depósito legal: B. 6047-2018
ISBN: 978-84-17088-87-3
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A todas las amigas y amigos,
escuela política,
escuela de agradecimiento
Índice
Prólogo. Aprender de las luchas que no hemos ganado . . . . . . . . . . . . 11
I
Poner el cuerpo
Un nosotros sin nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Abrir una puerta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
El consenso es la censura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Desclasificados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Geografías estrechas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Los afueras de la filosofía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Un mundo solo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Una globalización de barrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Las ciudades en el mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
Cosmopolitismo de los pobres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Un grito de asco contra la miseria cotidiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Espacios de vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
II
Tomar la palabra
El mundo no espera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Pensar juntos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
El peso del compromiso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
Insurrección e institución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
La capital del mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
Entrar y salir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Afectados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
Crisis de palabras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
En nombre propio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
El fin del consenso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
III
Nacer al mundo
No hay cómplices . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
Ciudad dolida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Asesinato en tiempo real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
Trinchera y frontera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Osa poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Enfadarse seriamente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
Ellas y nosotras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209
Banderas Made in China . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
Siempre nuestras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225
Recuerdos de futuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
Epílogo. Ciudad reencontrada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
PRÓLOGO
Aprender de las luchas que no hemos ganado
Aún no hemos nacido,
aún no hay mundo.
Artaud
No sé hasta qué punto hemos luchado realmente. Tampoco sé hasta
qué punto hemos perdido del todo. Sí sé que las ideas y las formas de
vida en las que creo no triunfan, pero que tampoco están perdidas.
La generación de los setenta quería asaltar el cielo y se quemó las alas.
Los que venimos después crecimos entre sus cenizas y vimos cómo se
apagaban los fuegos de sus anhelos y de sus ideales. Algunos pactaron
con el sistema de partidos, con el conformismo privado, con el oportunismo
económico y mediático. Otros se refugiaron en exilios interiores
de muchos tipos. Hubo también quien abrazó la destrucción o la autodestrucción.
Y sólo algunos, pocos, siguieron alimentando las brasas
del pensamiento y del compromiso radicales.
Los que nos politizamos a finales de los años noventa no mirábamos
al cielo si no era para descansar un rato. Nuestros pasos y nuestros ojos
se dirigieron hacia el mundo, hacia este mundo, que ya amenazaba con
síntomas claros de devastación: humana, ambiental, económica, política…
La globalización sólo brillaba, como una luz encendida en Nochebuena,
si se miraba de lejos. Vivido de cerca, el mundo global estaba
lleno de oscuridades, de malestares, de guerras no declaradas, de
fronteras enmascaradas, de violencias privatizadas. Con los zapatistas,
aprendimos a decir que queríamos crear muchos mundos en este mundo,
con los okupas aprendimos a abrir espacios de vida en nuestros
pueblos y ciudades, con la antiglobalización pusimos palabras y colores
a otro mundo posible, con el movimiento contra la guerra recordamos
que, como siempre, los muertos los ponemos nosotros mientras
las guerras siguen siendo suyas, y con el 15M inventamos la expresión
más simple de la radicalidad democrática: «No nos representan». En
12 Ciudad Princesa
medio de todos estos grandes movimientos, leímos autores nuevos y
antiguos, recuperamos la memoria resistente de la Transición española
no explicada, reaprendimos prácticas de cooperativismo, de apoyo
mutuo y de autoorganización que los años ochenta parecían haber
desterrado para siempre, llegó internet y tejimos en la red nuevas relaciones
autónomas y autoorganizadas. Aprendíamos de los hackers y
de la cultura libre. Reinventábamos el feminismo. Descubríamos los
barrios como lugares de implicación, Europa como problema, para
nosotros y para los que desean llegar desde la miseria del mundo, y la
globalización como un destino muy poco común. Experimentamos
mucho, nos inventábamos palabras y prácticas cada día. Atacábamos
la ciudad-empresa y las catedrales del consumo, y convertimos la acción
directa en un arte de calle, a la vez que aprendíamos a cuidar de
nuestros cuerpos, de nuestras vidas, y de los ecosistemas naturales y
culturales maltratados.
Escribo este prólogo una tarde de invierno de 2018. El último trimestre,
vivido desde Catalunya, parece haber durado siglos y a la vez
ha sido un relámpago que ha incendiado la historia. Hace tiempo que
el tiempo se ha desbocado. Y con él, el mundo, presente y futuro, parece
entregado a una carrera loca y cada vez más violenta que no sabemos
dónde apunta. O sí: a un futuro que sólo sabemos teñir de negro.
Condición póstuma, lo he denominado en algún escrito: la destrucción
como condición generalizada y el privilegio como refugio temporal de
sus efectos. «Dormíamos, despertamos», dijo el 15M. Pero, ¿dónde
hemos despertado? No dejo de preguntármelo. Hace décadas que
Occidente despierta del bello sueño del progreso, a golpe de guerras,
de devastación ecológica, de nuevos despotismos y de crecientes desigualdades.
Últimamente, mucha gente ha visto rotos sus sueños particulares
de confort y de bienestar, por humildes que fueran. Las crisis
políticas, económicas y de civilización se superponen. Y con ellas, los
anhelos de transformación del mundo hacia sociedades más vivibles y
más justas se convierten en campañas urgentes de reparación de daños
cada vez más irreversibles. Los revolucionarios se transforman en
enfermeros del mundo y los guerrilleros de lo imposible en socorristas
desesperados. Lo más fácil es rendirse al catastrofismo o protegerse en
el particularismo. Pero ¿dónde estamos? ¿Podemos dibujar mapas
que, desde el espacio y el tiempo, nos den las coordenadas de nuestro
ahora y aquí? De estas preguntas han surgido los hilos de este escrito
que he necesitado tejer, a lo largo de los últimos tres años, como una
Aprender de las luchas que no hemos ganado 13
malla para no caer, como una liana con la que seguir avanzando de
árbol en árbol, sin acabar de ver el bosque.
Cuando nos perdemos, hay dos maneras de mirar para saber dónde
estamos: buscar un punto alto para tener una visión general, o repasar
mentalmente el camino recorrido para dar sentido a lo que nos rodea.
Acostumbrada a conceptualizar, esta vez he sentido la necesidad de
explorar la segunda opción: revisitar lo vivido para recoger su sentido.
Por eso este libro es un conjunto de historias y de vivencias que van
trenzando un pensamiento en curso. Empiezan un día muy concreto:
el 28 de octubre de 1996 durante el desalojo de Cinema Princesa de
Barcelona. Y, sin haberlo previsto en el planteamiento inicial, acaba
otro día muy concreto: el 1 de octubre de 2017 en las calles de la misma
ciudad, con la celebración y represión del referéndum de autodeterminación.
Más que acontecimientos históricos, son dos puntos de
inflexión que abren de manera inesperada la posibilidad de elaborar
un sentido no previsto del nosotros. Un nosotros sin nombre, hecho de
todos nuestros nombres. Los hilos que van de unos a otros no trazan
una historia lineal, sino una malla de veintiún años de vida compartida
y aprendida en colectivo. Hay muchas cosas de las que no hablo, evidentemente.
No es porque no las considere importantes, sino porque
no las he vivido directamente.
Lo que presento aquí no es un documento histórico ni una investigación
periodística. Habrá mucha gente que lo pueda hacer mucho
mejor que yo. Es un relato en primera persona que sirve para ir desplegando
una reflexión. No hay voz en off, pues, ni una narradora omnisciente,
sino una voz que es a la vez un singular y un plural: el singular
irreductible de quien vive y piensa cada uno de los momentos y situaciones
que se recogen y el plural de los nosotros que en cada ocasión le
dan sentido. No son tampoco unas memorias personales, aunque sí se
asume la dimensión personal de toda experiencia política. El hilo conductor
es el aprendizaje: ¿qué hemos aprendido? En el aprendizaje se
encuentran la política como transformación, el saber como descubrimiento
y la relación con los otros como compromiso. Y en el aprendizaje
se encuentran, también, el yo y el nosotros. Siempre es alguien
quien aprende. Y siempre es con los otros como aprendemos.
Desde el punto de vista de los aprendizajes, el presente no es la actualidad
ni el pasado está cerrado. El presente es el verdadero tiempo
histórico donde encontramos lo que hemos devenido, todo lo que
no ha llegado a ser y las potencialidades que desmienten la obviedad de
14 Ciudad Princesa
lo que hay. Así es como abordo estos años de vida vivida. No me inspiran
la épica ni la nostalgia. Solamente la necesidad de renovar, una vez
más, el compromiso con el presente y, en concreto, con mi ciudad. Para
hacerlo, hay que entender muchas cosas y agradecer muchas más. Éste
es un libro de compromiso desde el agradecimiento.
La vida me ha dado amigos y amigas, en todos los sentidos inagotables
que tienen estas palabras. Sin ellos, sin ellas, no sé si hubiera
tenido mundo. Quizá hubiera tenido una vida privada más o menos
confortable, una vida laboral más o menos exitosa, una vida cultural
más o menos rica. Quién sabe. O ninguna de estas cosas. Pero la relación
con el mundo me la han dado los amigos. No hay una categoría
separada de la amistad que la recorte del amor ni del parentesco. Amigos
y amigas son todos aquellos con quien se comparte la complicidad
de aprender a vivir juntos. De esto va este libro, también, y por esto
está dedicado a todos ellos y a todas ellas, a todos nosotros. Algunos
han estado a mi lado, del primer día hasta el último, como Santi,
a quien quiero agradecer tanta vida. Otros han entrado y salido, nos
hemos acompañado en trayectos y en intensidades diversas. Como
aquellas estrellas de Nietzsche que componen constelaciones y se borran
cuando llega el día. Otros, pocos, por suerte, se han ido para siempre.
Un recuerdo especial para mi madre, que ya hace quince años que
nos dejó el mundo en nuestras manos, y para Carles Capdevila, con
quien aún cuento para todos los proyectos posibles. En el libro salen
pocos nombres, sólo aquellos que son públicos en la situación a la que
me estoy refiriendo, ya sea porque son autores explícitos de algún
texto o porque intervienen de manera conocida. El resto no los he utilizado
por respeto a la vida y a las historias de cada cual. Lo que explico
es mi vivencia de unos hechos y no he querido apropiarme del punto
de vista de nadie.
Hablar de aprendizajes es hablar de nacimientos, de llegadas, de lo
que está siendo. No creo en los mitos del origen. No hay un primer día
de nada, todo inicio es un retomar y lo que nace es nuevo en la medida
en que transformamos su sentido. Siempre estamos llegando al mundo,
porque nunca estamos del todo en él. Y si nos continuamos esforzando
por hacerlo nuestro y compartirlo, por hacer mundo común, pienso
que es porque otros lo han hecho antes que nosotros. Siempre estamos
recogiendo algún pensamiento, alguna lucha, algún afecto, alguna idea
que ha quedado por continuar. Es lo inacabado como forma de un
compromiso que recoge y continúa, retoma y desvía las vidas y las
Aprender de las luchas que no hemos ganado 15
luchas anteriores, presentes y, si podemos decirlo así, futuras. Cuesta
hablar de futuro. Pero podemos decir que nos queremos volver a despertar
mañana. Es un deseo humano, íntimo y político, para el que
necesitamos herramientas y esfuerzo, pero también ternura y deseo.
Las herramientas, el esfuerzo, la ternura y el deseo en este libro han
tomado la forma de una escritura tentativa que no busca conclusiones,
sino relaciones. No hay recetas, sino retos compartidos. Y no hay una
sola historia, sino una invitación a que mucha gente abra y explique
también las suyas. Una ciudad es esto: el conjunto disonante de nuestras
historias y así es como hablo de Barcelona, la Ciudad Princesa de
este libro. Crónica de ciudad, pues, relato de aprendizajes y ensayo
de pensamiento que he escrito sin guion previo y de manera cruzada
en catalán y en castellano. Es un ejercicio que no había hecho nunca en
un texto largo y que ha sido parte de la experiencia y de la apuesta
política de este libro: desplegar la doble voz e ir de una a otra, escribir
en catalán, reescribir en castellano y retraducir otra vez al catalán. La
experiencia ha sido tan bonita que si la vida me da ocasión de escribir
futuros libros, me parece que ya tendré que hacerlos todos así. Quién
sabe. De momento éste está aquí, como una pequeña brújula de bolsillo
con la que encontrar caminos posibles entre lo imposible y lo necesario.
I
Un nosotros sin nombre
Nací por segunda vez el 28 de octubre de 1996 en la Via Laietana de
Barcelona. Esa mañana la policía había desalojado el Cine Princesa,
después de siete meses de okupación. Yo no había entrado nunca en
el Cine Princesa, ni en ninguna casa okupada. Pero esa tarde estuve
allí. Estuvimos allí. Un nosotros sin nombre se sintió y se hizo sentir.
No sabíamos quiénes éramos y aún no lo sabemos del todo. Éramos
la ciudad que no cabía en el escaparate. La ciudad no se había terminado
de creer el éxito olímpico. Barcelona era una ciudad que empezaba
a sufrir la especulación y la precariedad, aún impronunciables.
Y nosotros éramos una gente, sólo gente, que no se reconocía en ninguna
sigla, bandera o identidad. En diversas tradiciones, quizá sí. En
historias lejanas y más recientes, también. Pero la Via Laietana, esa
tarde, dejó entrever la posibilidad de tomar una posición que desbordaba
los marcos establecidos y los lugares previstos. Sólo teníamos
el cuerpo. Habíamos puesto el cuerpo, sin saber para quién ni por
qué. «Que nos quiten lo bailao», habían dejado pintado en las paredes,
dentro del Princesa. La realidad se había agrietado y una fuerza
centrífuga casi nos hizo asaltar la comisaría de la Via Laietana. Recuerdo
cómo flotaban los cuerpos, de un lado a otro y sin dirección.
Recuerdo un abrazo que se convertiría más adelante en el abrazo de
un compañero de vida. Recuerdo una pregunta, «¿tienes cita?», que
no entendí, pero que me transmitió complicidad. No teníamos móviles
y esta pregunta significaba que alguien me esperaba al final de la
mani, para saber que todos estábamos bien. ¿Quiénes éramos todos?
¿Por qué yo? Cuando escribo estas líneas han pasado veinte años
desde ese día. Algunos de los que estábamos allí ahora son políticos
de renombre. Otros se han perdido en el anonimato. Algunos mantenemos
vínculos extraños, intermitentes pero fieles. A pesar de nuestras
trayectorias personales, la verdad es que no sé en qué nos hemos
convertido, qué ha sido de nosotros.
20 Poner el cuerpo
Nacer no es empezar nada nuevo. Nacer es un desplazamiento irreversible.
Llegar al mundo, salir de los espacios conocidos, ponerse al
margen y alterar el punto de vista, salir para volver a entrar. Cada uno
de estos movimientos interrumpe la circulación, sabotea lo que estaba
previsto y abre una dimensión impensada. Esto es un nacimiento.
Nada sale de la nada, como aprendí en mi primer curso de filosofía.
Pero hay acontecimientos que hacen que nada vuelva a ser igual.
«Seamos todos okupas. Démonos prisa. Hay infinitas casas por
okupar. Hay infinitos mundos por abrir». Así terminaba una octavilla
que salió poco después del desalojo del Cine Princesa, un texto anónimo
como muchos de los que se hacían en ese momento, escrito por
el entorno que esa tarde me había incluido en su «cita» después de
la manifestación. Con esas palabras la okupación dejó de ser, por lo
menos durante un tiempo, una tribu urbana o un movimiento. Se convirtió
en un gesto radical compartido por mucha gente y por muchos
mundos. La okupación, se viviera directamente o no, pasó a ser el gesto
de abrir espacios de vida en una ciudad que se estaba volviendo
invivible. Escaparate, supermercado, cárcel… aún no podíamos imaginar
lo que estaba por llegar, en qué se convertiría la ciudad bajo
la presión del turismo, con el control de la normativa cívica, tras la
represión de la Ley Mordaza y en medio de la destrucción de la crisis.
Pero ya entonces era una ciudad donde costaba cada vez más respirar.
Abrir espacios de vida fue la consigna y la pragmática de las okupaciones,
de sus espacios, de los barrios que transformaba y de las acciones
y manifestaciones que provocaba.
En el grupo de afinidad que empecé a frecuentar cada semana, hablábamos
de «poner el cuerpo». No era terminología técnica, como
sucede ahora cuando las ciencias sociales han incorporado lo que
llaman el «giro corporal» y que ha sido el paradigma que ha venido
a suceder al «giro lingüístico». Era una expresión intuitiva que señalaba
una posición donde, precisamente, filosofía y práctica no se
podían separar.«Poner el cuerpo» significaba que sólo se puede pensar
actuando y que sólo se puede actuar pensando. Es decir, que pensamiento
y acción se transforman y se empujan uno a otro y que no
nos valía, por tanto, la separación entre intelectuales y militantes, entre
grupos de acción y grupos de reflexión, entre academia y movimientos
sociales. Poner el cuerpo significaba, también, exponerse. Arriesgar
no sólo bordeando o traspasando los límites de la legalidad, sino también
de la propia vulnerabilidad. En un mundo de espectadores, clientes
Un nosotros sin nombre 21
y consumidores, la vida sólo podía volver a ser nuestra poniendo el
cuerpo en común, haciendo cosas juntos, compartiendo el espacio y
el tiempo. Okupar, en este sentido, se nos ofrecía como un gesto que se
alzaba contra la privatización de la existencia, de la existencia de cada
uno de nosotros, atacando el corazón de la propiedad privada. Es decir:
de la especulación con los espacios vacíos de la ciudad y de su planificación
capitalista.
Con el paso de los años, «poner el cuerpo» también ha sido la idea
que ha guiado mi pensamiento y mi escritura filosófica. El aprendizaje
de esos años me enseñó a leer y a escribir de otra manera y a entender
que la teoría no representa el mundo sino que es una herramienta para
desplazarnos y para aprender a percibirlo de otra manera. Los conceptos
no capturan sentidos, sino que son llaves que abren caminos, los caminos
de lo impensado. Pero para eso hay que dejarse caer, hay que entrar
en el mundo y encontrar la puerta que no se espera. Toda teoría es
la de un cuerpo involucrado en la realidad que vive y que percibe, que
le afecta y que le concierne. Por esto toda teoría es parcial. Contra esta
insuficiencia inevitable, hemos inventado puntos de vista superiores: la
mirada de Dios, la eternidad de las ideas, el punto de fuga de un futuro
utópico… Son perspectivas que falsean y violentan la realidad porque
pretenden ponernos fuera de ella, allí donde no nos puede tocar, allí
donde no nos puede afectar, allí donde pensamos que la podemos
dominar. De ahí la peligrosa proximidad de la teoría y de los intelectuales
con los poderes fácticos. Aprendiendo a poner el cuerpo, aprendí
a salir de la esfera de la representación para entrar en el espacio del
compromiso. La esfera de la representación funciona sobre la base
del reconocimiento y, por tanto, de la identidad. El espacio del compromiso
sólo depende, en cambio, de nuestra capacidad de afectar y de
dejarnos afectar sin rompernos por el camino.
Mientras hacía estos aprendizajes colectivos, en la calle y en los
centros sociales okupados, empecé en solitario mi primer trabajo
filosófico largo, la tesis doctoral. Más concretamente, en el curso
1996-1997 me matriculé en lo que entonces eran los cursos de doctorado
e inscribí mi primer proyecto aún sin forma, pero sí con un título
que sobreviviría y que me ha acompañado siempre: En las prisiones
de lo posible. En este trabajo abordaba un problema, que era el que
entonces se me clavaba en la piel y en la conciencia: ¿cómo podemos
entender una realidad hecha de posibles y que al mismo tiempo no
podemos cambiar? Esta paradoja era, precisamente, la que presentaba
22 Poner el cuerpo
entonces el capitalismo global: un mundo hecho de posibles al cual no
había alternativa. Un mundo, por tanto, en el que estábamos condenados
a escoger sin poder transformarlo. A medio camino de este trabajo
filosófico, en 1999 el movimiento antiglobalización lanzó al mundo
una consigna: otro mundo es posible. ¿Qué sentido sentido podía tener
ese «posible», en un mundo que había planetarizado las condiciones
de vida del capitalismo y que, por tanto, no dejaba nada fuera? En
la grieta que se había abierto en la Via Laietana esa tarde de octubre
de 1996, habíamos empezado a explorarlo.