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Conociendo al nada izquierdista vice de López Obrador en México

Hermann Bellinghausen :: 23.07.18

Para bajarle los humos a los izquierdistas burocráticos que de todos lados aplauden al nuevo presidente mexicano.

Vicepresidente Romo
Hermann Bellinghausen
La Jornada

La revista especializada Forbes México publicó en febrero de 2017 una extensa entrevista con el multimillonario Alfonso Romo Garza. Allí se autorretrataba en su compromiso político con Andrés Manuel López Obrador. Hoy que se apuntala para ejercer una influencia decisiva en el próximo gobierno, cuyo gabinete coordinaría, es importante conocerle las ideas. Su presencia podría resultar un obstáculo para que el futuro gobierno le cumpla al México de abajo que quiere autonomía y respeto a sus modos de vida y producción. Como empresario, Romo puede, si le place, apostar por el Brave New World de la manipulación genética vegetal y animal a escala global y con fanfarrias. Pero dedicarse a negocios originales no lo hace distinto de los que han arruinado al país. Él mismo viene de lo que bien llama Ilán Semo “el establishment que fabricó la normalización de lo inimaginable”.

Aunque desciende de familias acaudaladas del norte, Romo creció en Ciudad de México en una familia numerosa, acomodada pero no rica, afiliada al Movimiento Familiar Cristiano. Estudió en el desaparecido Instituto Patria, pero al igual que su amigo y socio Pedro Aspe, lejos de seguir la corriente progresista de los jesuitas a finales de los años 60 se mudó a la órbita del Opus Dei y los Legionarios de Cristo. La ambición empresarial lo regresó a Monterrey. Emparentó matrimonial y millonariamente con una familia poderosa, los Garza Lagüera, y a la llegada del salinismo se convirtió en uno de los más prósperos, ávidos y movidos empresarios de la era neoliberal.

La entrevista con Hiroshi Takahashi ofrece claves de su filosofía, que incumbe a los mexicanos dada su centralidad en el inminente gobierno de izquierda. Allí soltó su polémica frase: vamos a hacer que México sea un paraíso de la inversión. Como si no lo fuera.

Romo conoció a AMLO en 2011, le cayó bien, pero como no estaba seguro contrató a varias compañías financieras para investigarlo, y en el estudio salió mejor que todos, por mucho, aseguró a Forbes. Admitió haber hecho un análisis como si fuera comprar un negocio, pues no quería llevarse sorpresas, como le pasó después de apoyar a los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón en sus campañas.

Banca, construcción, seguros y cigarros quedaron atrás. El Grupo Monterrey lo expulsó, y se le fue encima. Él soñó con ser Monsanto, sólo que Monsanto ya existía, y con DuPont controlaba el mercado global de semillas. Niega haber tenido productos genéticamente modificados, aunque sí muy buenas variaciones genéticas. Asgrow, que era el tercer fabricante de semillas de maíz y el segundo de soya, se la vendimos a Monsanto, porque no hubiéramos podido competir. ¿Qué tal los vegetales? Se clavó en agrobiotecnología a través de Seminis. Los negocios no salieron tal como esperaba, refiere Takahashi, aunque recuerda que en algún momento se hablaba de él como el hombre que controlaba una de cada cuatro semillas que se sembraban en este mundo. Romo precisa: Teníamos 32 centros de investigación en 30 países. Llegamos a controlar 30 por ciento del mercado mundial de vegetales. Lo cual no deja de ser aterrador.

Entonces adquirió tecnología de punta para aplicarla en vegetales. Actualmente trabaja con Nestlé para el mejoramiento genético del café y el cacao, mantiene desde 1992 un centro de investigación con grandes invernaderos en Chiapas, e incursiona en la manipulación del código genético. Podemos cambiar muchas industrias… y hacer un bien a la humanidad enorme. Escribir el código genético es crear vida. Reveló que a través de Synthetic Genomics cultiva pulmones, corazones, páncreas e hígados en marranos, que podrán ser trasplantados en humanos muy pronto con un riesgo mínimo de rechazo, y así evitar los problemas de contrabando.

Nuestro Tyrell-Wallace región 4, protagonista de grandes negocios en los pasados 30 años, admite: no hicimos la tarea. El descendiente de los Madero confiesa: Tenemos 100 años de equivocarnos. Pero seguirá intentándolo. Como otros pares suyos, no parece distinguir entre un país y un casino. Por ahora sus fichas son genéticamente prometedoras, y su poder político apunta a ser mayor que nunca.


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