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Tras siete años de guerra, la victoria de Bashar al Assad parece inevitable: ¿Qué será de Siria?

Infobae :: 04.08.18

Consolidación de las milicias kurdas en el norte del país. Esta comunidad étnica, históricamente sometida en Siria, Irak y Turquía, comenzó apoyando a los rebeldes moderados, pero luego se independizó. Sus principales organizaciones armadas son las Unidades de Protección Popular (YPG) y las Unidades Femeninas de Protección (YPJ), que en octubre de 2015 formaron las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), en coalición con guerrillas árabes.
En marzo de 2016, tras varios triunfos, las FDS declararon al norte de Siria como una entidad federativa autónoma, lo cual fue rechazado por el gobierno en un primer momento. Sin embargo, a fin del mes pasado ambas partes acordaron negociar un pacto que permita terminar con la guerra y garantizarle a los kurdos conservar las zonas que conquistaron, aunque sin romper con el Estado sirio.
Los kurdos tienen en su poder poco menos del 30% del territorio.
Los señores de la guerra dominan el país y no quieren el retorno del Estado central, lo que fortalecerá las formas de organización comunitaria en detrimento del proceso de unidad nacional. Tendremos un país fragmentado y la autoridad estatal será limitada en las periferias, especialmente en el norte y en el este.
Este último párrafo suena forzado después de hablar de “victoria” de Assad. Los señores de la guerra, que no nombra el autor del texto, no son los que determinan la fragmentación, sino que la organización comunitaria del confederalismo democrático no requiere el centralismo y autoritarismo del estado

Tras 7 años de guerra, la victoria de Bashar al Assad parece inevitable: ¿Qué será de Siria?

El régimen, que llegó a estar al borde de la caída por el avance de las fuerzas rebeldes, logró recuperar gran parte del territorio perdido gracias a sangrientas campañas que dejaron cientos de miles de muertos. Sin embargo, aún quedan muchos frentes abiertos. El rol clave de Rusia, la lucha de los kurdos, lo que queda de ISIS y la inquietante incursión de Turquía

Por Darío Mizrahi
Infobae
4 de agosto de 2018
dmizrahi@infobae.com

Las piezas de dominó caían a una velocidad aterradora para los dictadores del mundo árabe a comienzos de 2011. En enero fue derrocado Ben Alí, que llevaba 24 años en el poder en Túnez. En febrero le tocó a Hosni Mubarak, que estaba por cumplir 30 en Egipto.

El 15 de marzo estallaron las protestas en la ciudad de Daraa, en el sudoeste de Siria. La caída de Bashar al Assad, que había heredado la presidencia de su padre diez años antes, parecía inminente. Consciente del peligro que corría, respondió con una brutal represión militar. Esa decisión creó las condiciones para que se desatara la guerra civil, convertida luego en una guerra internacional.

El 12 de julio pasado, 7 años, 3 meses y 23 días después del comienzo de la revuelta en Daraa, las tropas del régimen recuperaron el control de la ciudad e izaron la bandera siria. Al Assad empezó a cerrar simbólicamente el círculo que ya venía cerrando con las victorias militares que le permitieron recuperar buena parte del territorio perdido.

“Hubo un mal análisis de la situación en Siria y de la geopolítica mundial por parte de los occidentales que tomaron sus sueños por realidades. El Ejército sirio controlaba sólo una cuarta parte del territorio a principios de 2013 y muchos expertos vieron el final del régimen de Al Assad. Pero era simplemente una retirada táctica, parte de su estrategia de contrainsurgencia. De hecho, siempre conservó la fidelidad de al menos un tercio de los sirios, especialmente de las minorías sectarias, lo suficiente como para mantener al país contra una oposición dividida”, explicó Fabrice Balanche, investigador especializado en Medio Oriente de la Universidad de Stanford y de la Universidad de Lyon, consultado por Infobae.

Entre el virtual colapso del gobierno y su posterior recuperación murieron cerca de 500.000 personas, y más de 12 millones debieron dejar sus hogares, huyendo de la devastación total. Además, estallaron conflictos étnicos y religiosos que antes permanecían contenidos y que va a costar mucho que se resuelvan pacíficamente.

“Sin importar quién gane, en un futuro indefinido Siria seguirá siendo una caldera de odio y resentimiento, gobernada por el miedo y la violencia. El país podrá volver a ser estable como era antes de 2011 si los rebeldes son conquistados, pero el régimen de Al Assad nunca tendrá el apoyo de la mayoría de la población. De todos modos, será mejor que una guerra civil”, dijo a Infobae Andrew Kydd, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Wisconsin-Madison.

Del derrumbe a una victoria sangrienta

A fines de mayo de 2011 la acción de las fuerzas armadas y de seguridad era tan salvaje que ya habían muerto más de 1.000 civiles. La violencia crecía en espiral, porque una porción de los manifestantes se armó para enfrentarse con los soldados del régimen. Gran parte de la comunidad internacional manifestaba su condena a Al Assad y pedía su renuncia para descomprimir la crisis.

El 4 de junio se produjo un punto de inflexión, cuando un grupo de personas incendió un edificio con policías adentro. Mataron a ocho y saquearon el arsenal. En los días siguientes se dieron los primeros enfrentamientos armados de cierta magnitud.

El 31 de julio, unidades que habían desertado de las tropas oficiales formaron el Ejército Libre de Siria (ELS) para combatir al gobierno. Así comenzó la guerra civil. Dos años más tarde, en su momento de máximo esplendor, el ELS tomó la ciudad de Raqqa.

Estados Unidos y otras potencias occidentales empezaron a brindarle soporte logístico, al igual que a otros grupos rebeldes moderados, para propiciar la salida de Al Assad. Por su parte, Rusia e Irán, aliados del régimen, reforzaron el apoyo para evitar la caída.

Acorralado, Al Assad dio un paso más en la escalada de violencia el 21 de agosto de 2013. La Fuerza Aérea bombardeó el enclave de Guta, en las afueras de Damasco, con cohetes que contenían gas sarín. Según la fuente que se consulte, murieron entre 281 y 1.700 personas, casi todos civiles. Fue el primero de una serie de ataques con armas químicas, prohibidas por todas las convenciones internacionales.

Barack Obama, entonces presidente de Estados Unidos, había planteado meses antes que usar ese tipo de armamento sería cruzar una línea roja que lo obligaría a intervenir directamente en la guerra. Cuando el Congreso estadounidense estaba por resolver si autorizar o no el envío de tropas, el gobierno sirio se ofreció a abrir una mesa de negociación para entregar su arsenal químico y Obama congeló la discusión sobre la intervención. Luego se llegó a un acuerdo, pero Siria nunca cumplió.

Al mismo tiempo, en el noreste del país, avanzaba como una topadora una nueva amenaza: el Estado Islámico, ISIS. Surgido como una conjunción de distintas organizaciones extremistas, creció como ninguna otra facción desde el comienzo de la guerra.

Sin importar quién gane, en un futuro indefinido Siria seguirá siendo una caldera de odio y resentimiento
Entre 2013 y 2015 logró controlar grandes extensiones de territorio en Siria e Irak, donde impuso un califato, en el cual ejerció muchas funciones propias de un estado, bajo un régimen de terror inspirado en la Sharia. A diferencia del ELS, con la misma fuerza con la que combatía a Al Assad luchaba contra los demás grupos, y protagonizó una cruzada por la pureza islámica, en la que buscó exterminar a cristianos, kurdos y musulmanes chiíes.

“El gobierno sirio pudo retener el apoyo de todas las minorías y de muchos suníes porque el discurso de los insurgentes se fue volviendo cada vez más sectario y extremista, y las minorías tuvieron que huir de los territorios ocupados por los grupos islamistas. La mayoría de los sirios sigue rechazando las identificaciones sectarias y por eso prefiere al Estado existente y al Ejército”, dijo a Infobae Jörg Michael Dostal, profesor de la Universidad Nacional de Seúl e investigador asociado al Centro de Estudios Sirios de la Universidad St Andrews, en Escocia.

El vuelco definitivo en el conflicto se produjo el 30 de septiembre de 2015, cuando Vladimir Putin asumió como propia la causa de Al Assad y movilizó toda su capacidad militar para destruir a sus enemigos. La necesidad de terminar con el creciente peligro que representaba ISIS le dio un pretexto ideal para usar los métodos más cruentos sin reparos. Con la ayuda de los constantes bombardeos de la Fuerza Aérea rusa, el Ejército sirio fue ganando sucesivas batallas, que le permitieron reponerse definitivamente.

“La respuesta a la pregunta de qué fue lo que cambió se puede resumir en una sola palabra: Rusia. Aunque creo que Putin tenía motivaciones geopolíticas más amplias que salvar al régimen de Al Assad para intervenir, no hay dudas de que eso fue decisivo para torcer el balance de fuerzas en su favor. Especialmente por las vacilaciones occidentales respecto de cuánto apoyo darle a los rebeldes, que además estaban divididos”, sostuvo el diplomático británico Henry Hogger, ex embajador del Reino Unido en Siria, consultado por Infobae

Kydd destacó tres factores que favorecieron a Al Assad y que le permitieron revertir la derrota. “Primero, la población alauita —rama del islam chií— creía que si Al Assad caía podía terminar siendo víctima de un genocidio, lo cual le daba un gran incentivo a combatir. Segundo, el apoyo de Rusia y de Irán. Tercero, que la asistencia de Estados Unidos a los rebeldes no fue convincente, porque temía repetir el caso libio”.

Esta fase de la guerra coincidió con la consolidación de las milicias kurdas en el norte del país. Esta comunidad étnica, históricamente sometida en Siria, Irak y Turquía, comenzó apoyando a los rebeldes moderados, pero luego se independizó. Sus principales organizaciones armadas son las Unidades de Protección Popular (YPG) y las Unidades Femeninas de Protección (YPJ), que en octubre de 2015 formaron las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), en coalición con guerrillas árabes.

El gobierno sirio pudo retener el apoyo de todas las minorías y de muchos suníes porque el discurso de los insurgentes se fue volviendo cada vez más sectario y extremista
Las FDS, apoyadas por Estados Unidos y por sus aliados, empezaron combatiendo al régimen sirio, pero rápidamente su principal enemigo pasó a ser ISIS. De hecho, entre los dos pulverizaron el califato y lo dejaron reducido a una expresión mínima.

En marzo de 2016, tras varios triunfos, las FDS declararon al norte de Siria como una entidad federativa autónoma, lo cual fue rechazado por el gobierno en un primer momento. Sin embargo, a fin del mes pasado ambas partes acordaron negociar un pacto que permita terminar con la guerra y garantizarle a los kurdos conservar las zonas que conquistaron, aunque sin romper con el Estado sirio.

El avance kurdo motivó la intromisión directa de Turquía en la guerra. Desde hace décadas mantiene un enfrentamiento con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, que pelea por independizarse, tomando parte del territorio turco. El 20 enero de 2018, Recep Erdogan lanzó la Operación Rama de Olivo para expulsar a las FDS de Siria. Las tropas turcas lograron arrebatarles varios municipios y se convirtieron en otro actor clave de esta trama.

“Parece claro que Ankara continuará hasta eliminar a las milicias kurdas”, dijo Balanche. “Las fuerzas occidentales en esta área se encuentran en una situación geopolítica muy incómoda, lo que sugiere que deberían retirarse en los próximos meses, una vez que ISIS sea completamente eliminado”.

Los frentes abiertos en el camino hacia el fin de la guerra

En este momento, la Guerra Siria tiene cinco grandes jugadores. El principal es el Gobierno, que ya es el gran ganador. Controla más del 60% de la superficie total del país, incluyendo las principales ciudades del país: Damasco, Alepo, Homs, Hama y Latakia, entre otras.

“En el oeste del país, las fuerzas de Al Assad se apoderan de los enclaves rebeldes uno tras otro —dijo Balanche—. Guta oriental, el principal bastión de la oposición alrededor de Damasco, fue tomada por el Ejército sirio en abril de 2018. A continuación, fue el turno de la bolsa de Rastan entre Homs y Hama, en de mayo de 2018, y recientemente la provincia de Deraa, en el sur, cuya reconquista acaba de finalizar el 1 de agosto”.

Los kurdos tienen en su poder poco menos del 30% del territorio, aunque es la parte más deshabitada y menos productiva. Bajo su órbita están Raqqa, Qamishli y Hasakah. Las distintas facciones rebeldes, como el ELS, controlan aproximadamente 7% de la superficie siria. El único distrito relevante que les queda es la provincia de Idlib. Turquía suma ya cerca del 2% del territorio, en el noroeste del país.

En el caso de ISIS, la velocidad de su expansión es sólo sólo comparable a la de su caída. Muy lejos de su esplendor, su extensión ni siquiera llega al 1% de la superficie del país. Sólo conserva parte de la región que rodea a la ciudad de Albu Kamal, pero está asediado por tropas del gobierno y de los kurdos.

La confianza entre los sirios de diferentes comunidades y entre las tribus se ha roto. Tomará décadas antes de que se restaure
“La especulación sobre el futuro es difícil —dijo Hogger—. Aunque el régimen retome el control sobre los grandes centros urbanos en la mitad occidental, como parece estar sucediendo, el país continuará territorialmente dividido, con áreas en el nordeste bajo control kurdo y otros enclaves más pequeños dominados por rebeldes yihadistas y por el Ejército Turco. Una estabilidad plena parece muy lejana”.

Los últimos acontecimientos apuntan a que el final de la guerra podría estar cerca. Sin embargo, aún quedan muchos frentes abiertos: la embestida de Turquía contra los kurdos es el mejor ejemplo. Por otro lado, una cosa es que se terminen los enfrentamientos armados a gran escala, y otra cosa muy distinta, mucho más difícil, es que se alcance un orden político mínimamente indisputado.

“La confianza entre los sirios de diferentes comunidades y entre las tribus se ha roto. Tomará décadas antes de que se restaure. Será necesario encontrar una manera para que vuelvan a vivir todos juntos, a pesar de las diferencias. Esto requiere una mejor integración de los árabes suníes en el aparato estatal y el reconocimiento de los derechos culturales kurdos. Pero los señores de la guerra dominan el país y no quieren el retorno del Estado central, lo que fortalecerá las formas de organización comunitaria en detrimento del proceso de unidad nacional. Tendremos un país fragmentado y la autoridad estatal será limitada en las periferias, especialmente en el norte y en el este”, concluyó Balanche.


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