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Aborto: la radicalidad de la experiencia

Laura Klein :: 09.08.18

Venimos de una mujer embarazada que es un organismo gestante donde la vida se genera, no donde se aloja.
¿qué consideraciones tiene sobre los aspectos científicos para demostrar que hay o que no hay una vida en el embrión?

Yo considero que es vida, pero no tiene derechos. Vida es un corazón latiendo. Una célula mantenida en un congelador es vida. Ahora, efectivamente se puede demostrar de manera científica que hay una vida desde la concepción porque vida hay siempre. Se puede argumentar que el ADN es lo que define a las personas. También se puede mostrar que la persona recién empieza cuando puede ser capaz de vivir autónomamente, que sería cuando es viable el nacimiento. Con argumentos científicos es posible mostrar todas las posturas porque elegís el hito, el momento embriológico que te conviene para la postura que ya tenés tomada. Pero el problema es que no es ese el punto. Por eso, el debate sobre el aborto presentado de esa forma es simplemente una farsa.

Aborto: la radicalidad de la experiencia
Entrevista con Laura Klein

Laura Klein, una de las pensadoras más agudas sobre el aborto, propone una reflexión sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que se debate en Argentina. En esta entrevista, afirma que la experiencia no debe adecuarse ni reducirse a los argumentos y para ello es preciso restituir al debate del aborto el fenómeno del embarazo, ya que es imposible pensar el aborto sin reflexionar sobre la maternidad. Frente a los argumentos liberales sostenidos en la idea de la «autonomía» y el «control» sobre el propio cuerpo, Klein manifiesta un pensamiento más radical, centrado en la experiencia.Sostiene que el debate no debe centrarse en la definición biológica o científica de la «vida» y asegura que la legalización tendría un efecto positivo en la subjetividad social sobre la decisión de las mujeres.

Por Mariano Schuster Agosto 2018 Aborto: la radicalidad de la experiencia / Entrevista con Laura Klein

¿Cómo considera que se está produciendo el debate por la legalización del aborto en Argentina de cara a la votación de la Cámara de Senadores?

En 2005, cuando publiqué el libro Fornicar y matar, las posiciones en favor de la despenalización del aborto eran muy argumentativas y no hablaban de la experiencia. Esto, afortunadamente, ha cambiado. Los argumentos suelen ser simplemente una defensa lógica frente a una acusación o un ataque. Y este me parece un problema gravísimo. Porque si a uno le dicen «¡estás matando a alguien!», naturalmente se gira el eje del debate. Las posiciones favorables a la legalización abandonan el marco de la experiencia y, antes de hablar de la situación del embarazo y del aborto, comienzan, de manera reactiva, a operar como justificaciones. Es decir, a sostener que no se está matando (para lo cual se debe comenzar una discusión sobre si el embrión es o no un ser humano, de definir la vida, etc.). Esto desdibuja la experiencia y pone el debate en un lugar en el que no debería estar.

¿Por qué esa relación con la experiencia es más fuerte que los argumentos cuando se supone que un debate en un ámbito legislativo lo que debe prevalecer es el poder de la argumentación?

Pensar no se limita a argumentar. El argumento es una forma de validación y de legitimación que se basa en la «no contradicción». Se basa en la idea de que «A es igual a A» y el que se contradice esta verdad es, lisa y llanamente, un pecador. Si yo digo: «Pero usted hace cinco años dijo otra cosa», usted en lugar de decir «Sí, he cambiado», comenzará a justificarse.

Pero sucede que la vida es contradictoria. La vida no se reduce al principio de que algo es igual a algo. Nosotros no somos iguales a nosotros mismos. Creo que uno de los grandes problemas se produce cuando comenzamos a defendernos de acusaciones (que la mayor parte de las veces son de mala fe, con saña, con manipulación). Esto nos ubica en un terreno que no es el de la experiencia de la mujer que aborta, si no en el «tema del aborto», como si el aborto fuera una cosa entre las cosas y no un verbo, algo que hacemos las mujeres. Cuando me refiero al terreno de la experiencia no hablo específicamente de la psicológica sino de la vital. Es decir, de la experiencia de decidir tener o no tener un hijo al quedar embarazada. Ese es el debate y no el de definir qué es y qué no es una «vida» o una «persona». En definitiva, cambiamos totalmente de terreno, y en ese cambio de terreno el que gana es el que diseña la cancha, no el que gana el juego.

También aquellos que se manifiestan contra la despenalización del aborto parecen haber cambiado algo en su postura, al menos en su retórica. De declamar ser «favorables a la vida» han pasado a afirmar que desean «salvar las dos vidas».

Claro, se han aggiornado. Como si el nuevo discurso tratase de «dejar entrar también a la mujer en el derecho a la vida». Hay algo muy extraño en la expresión «dos vidas». Porque la vida no se enumera, la vida es un flujo. Resulta muy alambicado y forzado en decir «hay dos vidas», dado que una mujer embarazada no es «una mujer más un óvulo fecundado». No es «una mujer más un embrión». Eso es no comprender cómo es el milagro de la generación vida y la reproducción sexual. No hay un individuo que cayó dentro del vientre de una mujer. El vientre no es un lugar, no está uno dentro de otro. Esto supone que el individuo está antes que este misterio, que somos hijos antes de ser seres humanos. Venimos de una mujer embarazada que es un organismo gestante donde la vida se genera, no donde se aloja.

En su planteo se reponen algunas categorías muy diferentes a las de la argumentación más tradicional. Me refiero a las categorías de «milagro», «experiencia», y «vida» entendida en términos más abarcativos que los científicos. En ese sentido, ¿qué consideraciones tiene sobre los aspectos científicos para demostrar que hay o que no hay una vida en el embrión?

Yo considero que es vida, pero no tiene derechos. Vida es un corazón latiendo. Una célula mantenida en un congelador es vida. Ahora, efectivamente se puede demostrar de manera científica que hay una vida desde la concepción porque vida hay siempre. Se puede argumentar que el ADN es lo que define a las personas. También se puede mostrar que la persona recién empieza cuando puede ser capaz de vivir autónomamente, que sería cuando es viable el nacimiento. Con argumentos científicos es posible mostrar todas las posturas porque elegís el hito, el momento embriológico que te conviene para la postura que ya tenés tomada. Pero el problema es que no es ese el punto. Por eso, el debate sobre el aborto presentado de esa forma es simplemente una farsa.

Por lo tanto, hay que sacarlo de ahí

Totalmente. Hay que correr el eje porque eso empantana y hace que se atasque dejando millones de papeles, una montaña de artillería argumental muy intelectual pero que no sirve para nada.

¿Dónde hay que ubicar el debate?

Hay que colocar el debate en lo que significa si, habiendo quedando embarazada, una mujer puede o no puede decidir tener o no tener un hijo y si el hecho de decidir no tenerlo la convierte en una criminal. Y ahí tenemos que volver al tema del embarazo. Porque lo que define un aborto no es matar a un embrión. Si así fuera, el descarte de embriones de probeta sería considerado aborto. Tendría de uno a cuatro años de pena, como el aborto. Y si el embrión fuera considerado una persona como cualquiera, habría que poner al aborto dentro de los homicidios y no está catalogado de esa forma. Entonces, ¿qué es lo que define la situación del aborto? El hecho de que hay una mujer embarazada.

Pero usted escribió que incluso dentro de las posturas que están en favor de la despenalización se habla poco del embarazo.

Efectivamente. Y, a veces, se habla de otras cuestiones que debemos repensar. Uno de los argumentos más famosos a favor de la legalización es aquel que sostiene que «el cuerpo es mío y con él hago lo que quiero». Confieso que esto me hizo pensar mucho. Es como decir que «la mujer es la dueña de la casa y el embrión es un inquilino, por lo cual la mujer tiene más derechos sobre ese cuerpo que el embrión». Ahora bien, uno puede tener en su casa a alguien, pero no obligadamente. Esto me parece pavoroso porque, si bien el argumento funciona lógicamente, se vincula directamente a la idea de propiedad privada. Es una idea vinculada fuertemente a la concepción de «individuo». Pero sucede que «somos con otros» antes de estar solos. La idea de la filosofía política moderna es que primero está el individuo y que, haciendo un contrato social, expulsa a los otros como si estuvieran de más y fueran aleatorios. Pero sucede que primero nacemos entre otros.

Esto relativiza la idea de autonomía propia del liberalismo porque considera que ya hay una situación de hecho que constriñe a la mujer. Es decir, el hecho de estar embarazada.

Cuando una mujer se queda embarazada sin buscarlo y decide abortar, ¿cómo podría decir que su decisión de abortar fue libre si no lo fue la de quedar embarazada? ¿Y cómo voy a decir que tengo «control de mi propio cuerpo» cuando me veo forzada a tomar una decisión porque no pude controlar el propio cuerpo, porque no usé anticonceptivo, porque no me sirvieron o porque fallaron? Esta idea de que «soy libre y hago lo que quiero» no es buena en ningún sentido para las mujeres que abortan. Porque la experiencia no es de libertad, sino más bien la contraria. Es la experiencia de quien no quiere tener un hijo y no quiere abortar.

¿Por qué, entonces, prevalece ese tipo de argumentación que aborda el problema desde una concepción que habla de la «propiedad» del cuerpo?

Creo que esto es lo fundamental y lo que hace que hoy se estén poniendo en tela de juicio los argumentos liberales para sostener la despenalización del aborto. Evidentemente, se fue llegando al argumento liberal para tener un lugar en el derecho. Pero el derecho no es el único lugar donde se juega el aborto. Es más, con el derecho no se resuelve el problema del aborto. Porque con el aborto legal las mujeres seguiremos teniendo que decidir si daremos lugar a una nueva vida en el mundo o no. El trance, por lo tanto, continuará. Esa decisión, de algún modo trágica, amenaza o atenta contra el monopolio de la violencia que tienen las democracias. Porque abortar es una violencia y el Estado moderno administra la vida. Y, en este caso, somos las mujeres quienes decidimos traer una vida al mundo o no. El liberalismo nos condena a quedar sometidos a argumentos jurídicos. Aquí de lo que se trata es de lo que decimos «socialmente» sobre el aborto de modo que podamos albergar, soportar y transitar esa experiencia de una manera que no esté atrapada en el liberalismo. Es decir, sin quedar atrapada en la idea de que «o soy una sometida o soy libre». Ni somos sometidos del todo ni somos autónomos del todo.

Pero la legalización no puede modificar la experiencia. Lo que puede hacer es evitar la criminalización de la mujer que aborta.

Exactamente. Por eso debemos tener bien claro que, incluso después de la legalización, no podremos liberarnos del tema. De hecho, quizás podamos empezar a pensarlo más profundamente. Podremos poner en eje la relación entre aborto y maternidad, algo que yo intento restituir en el debate. Los dos embarazos (el que termina en aborto y el que termina en parto) no son de distinto tipo. Como tampoco lo son los embriones. Quienes están contra la legalización solo están interesados en el embrión que se aborta. Pero no protegen los embriones de las mujeres que quieren tener un hijo. No los protegen, por ejemplo, si durante el embarazo la mujer que quiere tener ese hijo está en condiciones insalubres que la ponen en peligro. No les importa si carece de ácido fólico o si se producen complicaciones severas durante el embarazo. Lo que les importa es que las mujeres no aborten de forma legal. Es decir, prefieren que lo hagan clandestinamente porque eso constituye un castigo. Lo importante de la legalización es, en ese marco, su efecto posterior sobre la subjetividad.

¿Cómo cree que puede operar la ley sobre la subjetividad en relación con este tema?

Creo que, por un lado, es importante en tanto opera contra la culpa y contra la persecución. Saca a la mujer del aislamiento. Y puede producirse una transformación en relación con la idea del «propio cuerpo». Esta idea de que la decisión es simple porque se trata de «mi cuerpo» asemeja al cuerpo a una «cosa». Y no es así. Si yo quiero ir a cortarme una oreja y le digo «córteme la oreja porque soy como Van Gogh y quiero ser artista», no me la cortan porque van siete años presos. Cuando una mujer decide abortar no tiene una sensación de fiesta ni de libertad, no grita «yo hago lo que quiero». Si yo discuto públicamente la cuestión del aborto y digo que «mi cuerpo es mío, controlo mi cuerpo, hago lo que quiero», «decido si tengo hijos o no» y viene una amiga y me dice «quedé embarazada y decidí no tenerlo, voy a abortar», yo no le voy a decir: «no te preocupes, es un puñado de células, tu cuerpo es tuyo, hacé lo que quieras». ¿Por qué no haría eso? Porque detrás de su decisión hay una experiencia trágica. La sangre derramada es la suya.

Por lo tanto, ¿la despenalización podría habilitar una conversación más libre sobre el tema, sin que esté planteado desde un manto de sospecha o de criminalidad?

Claro. Por eso creo que relatar las distintas experiencias que vivieron las mujeres al abortar es importante porque son muy diferentes. En algunas es un alivio, en otras fue una decisión difícil, en otras les pesó. En general, no hay arrepentimiento. Lo que hay es una marca. Así como hay una marca imborrable de tener hijos también la hay de haber decidido no tenerlos. La mujer que aborta no hace una «elección libre» sino una «decisión trágica». Está forzada por algo que no buscó. No vamos a pensar que es libre para desembarazarse y no fue libre para quedarse embarazada. Entonces, ¿somos libres para una cosa y no para la otra? Por lo tanto, no solo no hace una elección libre. Ni siquiera hace una elección. Elegir y decidir no es lo mismo. Yo puedo elegir un lugar al que viajar o puedo elegir un vestido. Pero ¿puedo elegir un amigo o un amor? Yo diría que no. Ante los encuentros que tengo «decido» si les doy curso o no. Es una decisión y por eso es trágica.

La posición de la Iglesia, hoy marcadamente en contra del aborto, ¿ha sido siempre la misma?

Para nada, es muy reciente la posición actual de la Iglesia.

La iglesia solía condenar el sexo, no condenar el aborto, ¿no es así?

No ha dejado de condenar el sexo, pero le ha sumado un argumento que vale también para los laicos. Y creo que no es fruto de la hipocresía sino producto de la Modernidad. Hasta 1869, la Iglesia afirmaba que el alma entraba al embrión recién a los tres meses. Esta teoría había sido formulada previamente por Aristóteles, quien sostenía que el alma racional y espiritual no podía ingresar en una masa todavía informe, en un cuerpo que todavía no estaba formado. Porque, siempre según él, sería indigno para el alma entrar a un cuerpo carente de forma. Esta argumentación fue retomada por Santo Tomás y, luego, también por San Agustín. Durante casi 2000 años, la Iglesia estuvo en contra de las mujeres que abortaban, pero no por defender ninguna vida si no por atacar la fornicación, que sería tener sexo por placer y no para procrear.

Esta idea supone otro problema que parece incluso peor porque considera al sexo más condenable para la mujer que para el varón.

Esto es muy importante porque es una materia bastante ausente en el debate actual. Hoy se pone al feminismo en un primer plano, pero aparece poco la cuestión del patriarcado. El feminismo es una oposición al patriarcado, y el patriarcado es una estructura jerárquica de dominación entre varones. No es mujeres contra varones. Durante determinadas históricas, el aborto era mal visto dado que se pensaba que el feto era parte del cuerpo de la madre, como una víscera más. Si una mujer decidía abortar contra la voluntad del padre de familia, merecía la muerte. Pero si lo decidía el hombre se lo consideraba como parte de la planificación familiar. En definitiva, el punto estaba en quién decidía sobre esa vida. Si era la mujer la que decidía, podía recibir la pena de muerte.

En relación con este punto, uno de los argumentos que más suelen escucharse contra la despenalización es que no da ninguna potestad al varón para tomar la decisión.

Sí. Pero nuevamente creo que no hay que pensarlo solo en relación con la ley. Siempre sucedió que las mujeres abortamos y por eso es importante legalizar. Pero las mujeres abortan igual y la ley no va a decidir sobre eso. Entonces, ¿por qué el tema del derecho a la paternidad aparece con la ley y no aparecía cuando no se discutía la clandestinidad? Es muy claro que el hombre tiene, aún hoy, un peso enorme en el destino del embarazo de la mujer. Por ejemplo, cuando presiona para que la mujer aborte porque no quiere tener un hijo más o porque se trata de una amante, o porque es la hija y no quiere pasar la vergüenza de tener una hija madre soltera.

Esto es muy interesante. Si el varón acuerda con la mujer realizar un aborto, la mujer sigue siendo criminalizada en situación de clandestinidad. Pero el varón no se ve a sí mismo como un criminal que lo acordó. O, peor aún, en los casos en los cuales el varón le dice «hacete un aborto», la criminal sigue siendo la mujer, no el instigador del supuesto crimen.

Eso se llama patriarcado. Pero cuidado. También las mujeres están en él. Por eso hubo más diputadas que diputados que votaron contra la ley. Ahora bien, veamos el asunto al revés. Supongamos que se aprueba la ley y, dado que las mujeres conquistan un derecho, alguien dice que los varones también deben tener uno. Yo pregunto, ¿cómo sería? ¿cuál es la posibilidad jurídica de implementar una ley para los varones? La única posibilidad jurídica es el derecho de veto. Es decir, que tenga la posibilidad de vetar la decisión de abortar tomada por una mujer. Creo que la mayor parte de los varones que dicen «quiero tener un lugar» no aceptarían, sin embargo, hacer una ley en la que se establezca ese derecho a veto. Sería aún más patriarcal que la prohibición actual.

Laura Klein es licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Escribió poesía y teatro. En 2005 publicó Fornicar y matar, un libro sustancial en el debate sobre el aborto. El libro fue reeditado en 2013 y 2018 bajo el título Aborto: entre el crimen y el derecho. El filósofo Darío Sztajnszrajber escribió en la faja de la última edición del libro que se trata de «la Biblia sobre el aborto».


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