En menos de cinco años, la economía venezolana se achicó practicamente a la mitad (una contracción de 47 por ciento). Así, tal cual. Esta semana le tumbaron cinco ceros al llamado bolívar fuerte, que había sido instituido con fanfarrias por Hugo Chávez. La moneda que remplaza al bolívar fuerte se llamará bolívar soberano; sólo que esa mentada soberanía monetaria viene respaldada por una criptomoneda, inventada también por Nicolás Maduro, llamada petro. El Financial Times informa que el tal petro no tiene valor.
Ante tales extremos, Nicolás Maduro propone un paquete de medidas: devaluación drástica de la moneda, aumento a los precios de la gasolina, y un aumento de 3 mil por ciento al salario mínimo. ¿Funcionará algo de todo aquello? No se sabe, pero se trata de medidas extremas que están siendo tomadas por un gobierno que tiene cada vez menos margen de maniobra.
El bolívar, ni fuerte ni soberano
Claudio Lomnitz
La Jornada
La economía venezolana se ha ido ahogando en una marejada de ocurrencias incoherentes, de ideas mal desarrolladas y políticas peor implementadas. El resultado está ya para los libros de texto: Venezuela tiene niveles de inflación comparables a los de la república de Weimar en Alemania, o a los de Zimbabue, y una reducción de su economía que no se había visto en América Latina desde quién sabe cuándo.
En menos de cinco años, la economía venezolana se achicó practicamente a la mitad (una contracción de 47 por ciento). Así, tal cual. Esta semana le tumbaron cinco ceros al llamado bolívar fuerte, que había sido instituido con fanfarrias por Hugo Chávez. La moneda que remplaza al bolívar fuerte se llamará bolívar soberano; sólo que esa mentada soberanía monetaria viene respaldada por una criptomoneda, inventada también por Nicolás Maduro, llamada petro. El Financial Times informa que el tal petro no tiene valor, y alguno de los comentaristas que ellos citan agregó, con un guiño a nuestro sentido de realismo mágico, que respaldar al bolívar con el petro vale más o menos lo mismo que respaldarlo con unicornios, ya que ni el petro ni los unicornios cotizan en los mercados.
Más allá de la devaluación, y de una inflación que en julio llegó a 83 mil por ciento, el gobierno está cayendo en todo lo que antes juró que jamás haría, sólo que lo hace ahora en una situación social extrema, y con poco margen de maniobra. Así, Maduro no se cansaba de repetir que no aumentaría el precio de la gasolina; pero ahora, anuncia que por fin sí lo va a hacer, sólo que la situación es tan mala, que para mitigar el golpe político de un gasolinazo, anuncia que, en una economía parada, aumentará el salario mínimo 3 mil por ciento.
El gobierno está obligado a aumentar los precios de la gasolina. No le queda de otra, por la sangría de recursos que le está costando el contrabando fronterizo de gasolina, pero sobre todo porque la producción petrolera se ha desfondado, y ya no da para subsidiar el mercado interno. Hoy Venezuela produce apenas 1.4 millones de barriles diarios. ¡Es lo que fabricaba en 1947! En tiempos de Hugo Chávez, pese a los precios elevadísimos de venta, la producción petrolera ya se había estancado. Bajo Nicolás Maduro, la producción se ha colapsado.
Otros detalles de los que nunca se iban a hacer, pero que ya se hicieron: desbaratar a Citgo, la compañía refinadora de crudo venezolano asentada en Houston, y que tiene expendios de gasolina en todo Estados Unidos. Hace un par de semanas, una compañía minera canadiense, Crystallex, antigua dueña de una mina expropiada por el gobierno venezolano, ganó un juicio en una corte internacional que le permitió cobrarse con una parte de lo que le iba quedando a Venezuela de Citgo (valor de la apropiación: 1.4 mil millones de dólares). Antes, otra petrolera, la Conoco, había ganado un juicio parecido, y Venezuela tuvo también que pagarle 2 mil millones (Citgo vale 4 mil millones). O sea que la empresa que alguna vez Hugo Chávez calificó como la perla de la corona de la industria venezolana ya se les fue de las manos.
Los resultados sociales son proporcionales al desastre económico, aunque todavía no sean muy fáciles de medir. No hay una cuenta exacta de cuántos venezolanos han salido de su país, por ejemplo, pero la ONU calcula que desde 2014 han salido 2.3 millones. Las estimaciones que se hacen desde Venezuela llegan a alrededor de 4 millones de paisanos que viven fuera de su país. Esas cifras, como dije, no son aún muy precisas, pero sí que son indicativas del tamaño de la tragedia. La diáspora venezolana se perfila como un nuevo sub-proletariado en América Latina, que debe competir por trabajos incluso en regiones que tampoco se caracterizan por la abundancia de empleos; en Colombia, Brasil, Panamá, Ecuador, Perú, República Dominicana… además, de Estados Unidos y Europa. En México se han publicado reportajes de negocios de trata de blancas que han encontrado en las jóvenes venezolanas una fuente de trabajo esclavo, cautivo… La vulnerabilidad es terrible. Incluso los migrantes que alcanzaron a salir a tiempo y que encontraron buenos empleos representan, a fin de cuentas, una fuga de talento que será muy difícil de resarcir.
Ante tales extremos, Nicolás Maduro propone un paquete de medidas: devaluación drástica de la moneda, aumento a los precios de la gasolina, y un aumento de 3 mil por ciento al salario mínimo. ¿Funcionará algo de todo aquello? No se sabe, pero se trata de medidas extremas que están siendo tomadas por un gobierno que tiene cada vez menos margen de maniobra.