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Horizontes comunitario-populares. Producción de lo común más allá de las políticas estado-céntricas (r)

Raquel Gutiérrez :: 28.08.18

Insubordinación, antagonismo y lucha en América Latina.
Índice y Capítulo Primero de su libro

Horizontes comunitario-populares
Producción de lo común más allá de las políticas estado-céntricas
Raquel Gutiérrez Aguilar

traficantes de sueños

Índice
A manera de introducción 13
1. Insubordinación, antagonismo y lucha en
América Latina 17
La noción de «movimiento social»:
breves reflexiones críticas 17
Conocer las luchas desde las luchas mismas 21
Horizontes políticos que brotan desde las luchas contemporáneas: aproximaciones esquemáticas 34
2. Los ritmos del Pachakuti. Breves reflexiones en torno a cómo conocemos las luchas emancipatorias y a su
relación con la política de la autonomía 41
3. Políticas en femenino: transformaciones y
subversiones no centradas en el estado 67
Lógicas de producción de lo común: el contenido de
la política en femenino 73
Estados plurinacionales y heterogéneos esfuerzos de
producción-defensa-reproducción de lo común 80
Conclusión 84
4. ¿Puede ser fértil la noción de «(re)formismo desde
abajo»? Reflexiones desde algunas experiencias de
lucha en Venezuela 87
Algunos hilos de la historia venezolana reciente 91
A manera de conclusión 108
5. Más allá de la «capacidad de veto»: el difícil camino de la producción y la reproducción de lo común 113
La capacidad de veto desplegada abrió paso a un horizonte renovado de reapropiación
de la riqueza social 113
El horizonte de la reapropiación de la riqueza 118
Lógicas de producción de lo común más allá-contra
y más allá del capital y tensiones sistemáticas entre
dos formas políticas contradictorias: la liberal y
la comunitaria 122
Las políticas de lo común abren horizontes de
reapropiación colectiva de la riqueza social 127
6. Pachakuti, libertad y autogobierno 129
Algunas distinciones de Arendt sobre
los contenidos de la revolución 129
¿Podemos pensar la revolución y
lo político bajo otras claves? 133
¿Qué distinciones clásicas son pertinentes a la hora de pensar, nuevamente, las posibilidades de
transformación política? 137
Bosquejando una conclusión 145
Bibliografía 151


A manera de introducción

Horizontes comunitario-populares. Producción de lo común más allá de las políticas estado-céntricas reúne diversos artículos que escribí entre 2011 y 2015 sobre temáticas enlazadas que comparten la preocupación por entender las formas de la política y lo político que se practican y piensan desde abajo, y que se visibilizan tanto en los momentos más enérgicos de la lucha social como en los cotidianos esfuerzos por sostener material y simbólicamente la reproducción de la vida social. La problemática que subyace a todos los textos es la interrogante sobre las potentes posibilidades de transformación política, económica y social bajo un horizonte comunitario-popular que se insinuaron en América Latina a comienzos del siglo XXI y que se han visto empantanadas por la sistemática política de «construcción de Estado» impulsada por los gobiernos progresistas. Estos han relanzado formas renovadas de acumulación de capital en casi todo el continente.
Considero que es valiosa su publicación en un solo volumen aunque casi todos los artículos han aparecido en revistas y libros especializados porque, al integrarse como capítulos de un solo trabajo, los argumentos desarrollados no sólo se refuerzan entre sí sino que exhiben, también, aspectos de las dificultades propias del trabajo del investigador social comprometido con los esfuerzos de lucha comunitaria y popular en nuestro continente.
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Tales dificultades son, cuando menos, de dos clases. En primer lugar, están los problemas con los que se confronta la propia práctica política desde abajo: límites legales y procedimentales que se imponen sobre las propias luchas y las debilitan y confunden, dificultades para formular y expresar con claridad los contenidos y aspiraciones más profundos que se despliegan durante la confrontación, etcétera. Según la perspectiva teórica que sostengo en estas páginas, es muy valioso registrar y analizar sistemáticamente no sólo los alcances sino también las mencionadas dificultades, pues a través de ellas se iluminan rasgos de una política no estado-céntrica cuya clarificación actual es hoy urgente. En segundo lugar, encontramos las complicaciones del sentido común —académico y general— que una y otra vez atrapan la mirada crítica, sujetándola a perspectivas y a cánones argumentales que limitan la comprensión de las más filosas impugnaciones al orden liberal del capital lanzadas desde las experiencias de lucha estudiadas. Es frecuente que importantes claves de intelección de los más potentes y duros esfuerzos por transformar las relaciones sociales, económicas y políticas desde distintos flancos queden ocultos bajo capas de olvido organizadas desde perspectivas estado-céntricas.
Ambos problemas, al combinarse, suelen reinstalar un conjunto de disyunciones excluyentes que, a mi juicio, esterilizan tanto el debate teórico y político como su eventual contribución al despliegue de las luchas en marcha. Una de tales disyunciones excluyentes es la que se abre cuando aparece la polémica sobre el peligro de «participar» en las instituciones políticas formales, esto es, cuando las propias luchas han empujado hacia la apertura de instancias políticas formales, el debate queda sesgado por la disyunción entre incorporarse a ellas o no hacerlo o, en términos esquemáticos de estrategia política, en la clave «participar o no participar» en procesos electorales.
La posición que he sostenido tanto en mi propia práctica política como en la reflexión teórica consiste en reivindicar, una y otra vez, la importancia de que muchos de quienes nos comprometemos en y con las luchas nos mantengamos fuera de las instituciones de gobierno y, desde
Introducción 15
ahí, hagamos un esfuerzo por pensar la ampliación de las posibilidades de transformación radical de lo existente. Sin embargo, me hago cargo, también, del hecho de que casi siempre, cuando los flujos de insubordinación y lucha social alcanzan cierta fuerza, por lo general surgen voces que se deciden a ensayar la vía electoral y a participar en la esclerótica madeja institucional. Es justo ahí donde se suele instalar una contraposición excluyente entre unos y otros que únicamente alimenta la distancia y con frecuencia desdibuja la fuerza alcanzada: unos quedan atrapados en elegantes jaulas legales e institucionales en las cuales sus movimientos quedan constreñidos; los otros, fuera de tales jaulas, quedamos con una amarga sensación de expropiación de lo que había sido posible construir en conjunto. Se vuelve cada vez más difícil, cuando no imposible, cultivar la cercanía y, más bien, se pasa únicamente a gestionar la distancia o a fijar la ruptura.
¿Es posible aportar a la reflexión y al debate, haciéndose simultáneamente cargo del lugar autónomo que se reivindica, se autoproduce y se cuida, sin dejarse atrapar por la trampa de la contraposición excluyente con otros que deciden hacer otra cosa? ¿Les interesará a esos otros escuchar? En todo caso, indagar en tales posibilidades y aprender de ellas todo lo posible es el afán que estructura como eje analítico los artículos de este volumen. Presentarlo y discutirlo en el Estado español es una apuesta.
En este trabajo, para alcanzar el propósito expuesto, pensando siempre desde las luchas contemporáneas más enérgicas de América Latina realizo dos ejercicios: indago en variados y heterogéneos esfuerzos que desde diversos entramados comunitarios se han hecho para transformar las relaciones sociales de explotación y dominio colonial-capitalista y, como parte de ello, critico categorías analíticas y perspectivas políticas que opacan, cuando no ocultan, los aspectos más interesantes de lo que, como novedad e imaginación, brota desde estas experiencias de lucha. Desde esta perspectiva, también repaso las dificultades con las que se han confrontado las colectivas energías vitales de transformación en marcha, en tanto la madeja institucional suele restringir, boicotear o devaluar lo que desde abajo se empuja. Es en dicha tensión donde me sitúo para volver a preguntarme sobre las posibilidades de transformación desde una mirada no estado-céntrica, con la ambición de, quizá, contribuir a nutrir diálogos que iluminen las contradicciones desde ángulos renovados.
Al comienzo de cada uno de los capítulos se indica el lugar donde fue publicado con anterioridad. Únicamente el último, «Pachakuti, libertad y autogobierno», ha sido redactado específicamente para este volumen y se consigna en él un conjunto más o menos ordenado de problemas filosóficos y teóricos que ha sido el eje de mi proyecto de investigación. Respecto a la edición mexicana de este texto, se eliminó el tercer capítulo y se ha incluido «¿Puede ser fértil la noción de “(re)formismo desde abajo”? Reflexiones desde algunas experiencias de lucha en Venezuela».
Confío en que este trabajo pueda resultar útil para quienes no cesan de indagar sobre las más importantes, urgentes y estimulantes preguntas que nos lanza el presente: ¿Cómo contribuir a limitar y superar un orden de explotación y de dominio cada vez más agresivo y violento? ¿Con qué acervo de nociones e ideas resulta mejor aventurarse en ese trabajo? ¿Qué asuntos han dejado en el tintero experiencias pasadas y qué tanto atravesamos una época que nos exige la experimentación y producción de novedades políticas mediante ejercicios, también, de imaginación y esperanza? Espero, pues, contribuir a la discusión que se desarrolla en la Península Ibérica desde la vasta conversación que sobre tales temas mantenemos, también, en este lado del Atlántico.
Puebla (México), febrero de 2017

1. Insubordinación, antagonismo y lucha en América Latina
¿Es fértil todavía la noción de «movimiento social» para comprender la lucha social en América Latina? Este término, sobre cuyo contenido se ha desarrollado un intenso debate durante los últimos años, contiene a mi juicio algunos problemas estructurales. En la primera parte de este trabajo esbozaré brevemente algunas de tales dificultades, sobre todo las que surgen del uso de la noción dentro de teorías no críticas del sujeto. Posteriormente, en la segunda parte, presentaré de manera panorámica los ejes del acercamiento teórico y metodológico a la cuestión del polimorfo despliegue del antagonismo social en América Latina.
La noción de «movimiento social»: breves reflexiones críticas
A la hora de acercarse críticamente a una noción o concepto conviene, casi siempre, entender lo que podemos denominar su «contexto de surgimiento», es decir, dotar a tal noción de densidad histórica y, por lo mismo, política. Un camino para ello es analizar tanto las cuestiones o problemas específicos que la noción o concepto en discusión
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busca clarificar, como mantener a la vista el tipo de acercamiento conceptual o la específica noción a la cual el nuevo término pretende sustituir o completar. Comencemos entonces repasando el contexto de surgimiento de la noción «movimiento social», así como su posterior generalización tanto en el uso cotidiano y mediático de quienes luchan, como en el debate académico.
Cuando a comienzos del siglo XXI en varios países de América Latina resurgió vigorosa la capacidad colectiva de intervenir en asuntos públicos a partir de la movilización social caótica y enérgica que impugnaba y desbordaba el aparato institucional de la democracia procedimental neoliberal, el término «movimiento social», más allá de la manera en la que diversos teóricos principalmente anglosajones lo habían pensado, se volvió de uso común justamente para nombrar esa multiforme capacidad colectiva de insubordinación a lo que se iba imponiendo, de manera diversa, como sistemático despojo de la riqueza social y de la posibilidad de intervenir en la decisión sobre cuestiones públicas. Así, lo que también podemos nombrar como protagonismo social reconstruido, que impugnaba y vetaba ciertas decisiones y planes del capital confrontándose de manera belicosa contra los distintos gobiernos nacionales se denominó «movimientos sociales» o incluso «nuevos movimientos sociales».

Esta manera de nombrar resultaba pertinente para confrontar, en primer lugar, al abstracto y vacío sujeto liberal que designa únicamente a un consumidor que vota o a un votante que consume: el ciudadano/a. A partir de tal crítica, cuestionaba y desordenaba el dispositivo político liberal de la llamada «ciudadanía» volviendo a poner en el centro del debate, no los ajustes al régimen de acumulación de capital transnacional que administran las instituciones políticas democráticas procedimentales, sino las disputas y antagonismos de fondo que continúan desgarrando la reproducción de la vida a lo largo y ancho del continente.
Hablar de «movimientos sociales», entonces, a principios del siglo XXI, en medio del remolino de luchas que agitaba la vida cotidiana en diversos países, restituía con palabras la presencia pública y política de sujetos colectivos de lucha que impugnaban los recurrentes y múltiples despojos de que eran objeto. A mi juicio, esa fue la gran potencia que tuvo el término «movimiento social» por lo cual adquirió notable relevancia durante unos años.
En segundo lugar, dado que el término en cuestión habilitaba la designación de sujetos colectivos de lucha, permitía la recuperación de añejas tradiciones marxistas de pensamiento y enunciación que durante la década de los años noventa —sobre todo tras el colapso del llamado socialismo real— se habían quedado prácticamente mudas, desarmadas en medio del vendaval liberal. En algunas de las teorías de los «movimientos sociales» —por ejemplo, en la de Touraine en los años ochenta— existían algunos temas que, desde la izquierda, ya habían comenzado a ser discutidos, como por ejemplo, la cuestión de la «no-centralidad» del sujeto obrero en la conformación de las sociedades de fin de siglo. Por otra parte, no únicamente estos argumentos, sino sobre todo el conjunto de luchas protagonizadas por hombres y mujeres indígenas que organizan aspectos relevantes de su reproducción social de una manera no plenamente capitalista, que se desplegaron en diversos países durante los años noventa (en México, Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia, Guatemala, entre otros) contribuyeron a que la noción de clase, entendida groseramente como estrato asalariado formal, se retirara paulatinamente del escenario.
En este sentido, el término de «movimiento social» contribuyó hasta cierto punto a recuperar la posibilidad de entender la historia ya no desde la «lucha de clases», sino a partir de la lucha desplegada por los movimientos sociales.
El punto fuerte de mi crítica a la noción —sobre todo académica— de «movimientos sociales» es que si bien permitió reinstalar la idea de lucha como central para la comprensión del suceso político e histórico, de inmediato sintió la tentación de clausurar la fuerza expresiva del término colapsándola en un concepto cerrado.
El peligro principal de esta clausura conceptual es que vuelve a expulsar la lucha como clave para la intelección del asunto social, colocándola en un lugar secundario. A partir de ello, en diversos países ha ocurrido lo que podemos llamar la «paradoja de la teoría de los movimientos sociales»: lo que pretendía ser una ampliación renovada de la comprensión de la lucha social y de sus potencialidades transformativas —más allá del corsé clasista ortodoxo de corte obrerista que entiende lo político y la política como la conformación de un gran sujeto colectivo centralizado y jerarquizado que disputa el poder del capital mediante la ocupación o toma del estado —, paulatinamente ha reinstalado un calco del esquema argumental anterior, sobre todo en el uso político del término, por la vía de la sustitución de «clase obrera» por la más polisémica noción de «movimiento social». De esta forma, se reinstalaba con otras palabras la lógica argumental que limita la comprensión mucho más amplia de lo político, abierta por las luchas sociales, a una perspectiva estado-céntrica que únicamente recompone ciertas formas de acumulación del capital.
Partiendo de lo anterior, mi intención en las siguientes páginas es exponer brevemente una propuesta teórico-metodológica para la comprensión de las luchas sociales que, a mi juicio, resulta más fértil; en tanto insiste en poner la atención en los rasgos, cualidades y potencialidades que quedan ocultos u opacos mediante el uso del término «movimiento social» (sobre todo en su versión de concepto clausurado).
Conocer las luchas desde las luchas mismas
En esta sección, expondré los rasgos generales de la perspectiva metodológica para comprender los sucesos sociales que he desarrollado desde hace más de una década bebiendo de dos fuentes. Por un lado, adscribo mis reflexiones a la tradición del marxismo crítico o abierto; por otro, se nutren de casi tres décadas de militancia en esfuerzos variados de transformación social y política en Bolivia y México.
Organizo la exposición de mi plataforma teórica en tres acápites. En el primero exhibo mi punto de partida presentando mis supuestos, esto es, las claves primeras que utilizo para la comprensión de los fenómenos sociales y políticos más relevantes. En el segundo, esbozo la específica manera en la cual he abordado el seguimiento y comprensión del despliegue concreto de los antagonismos que desgarran el cuerpo social en múltiples niveles —locales, regionales, nacionales, más allá de las naciones, etc.— argumentando, además, que es desde ahí desde donde se pueden percibir-entender los caminos o vías de transformación política que se ensayan colectivamente desde la lucha. Y, finalmente, en la tercera sección, presento una sinóptica reflexión sobre los horizontes políticos que distingo a partir del seguimiento de las luchas que se desplegaron en América Latina a comienzos del siglo, cuya confrontación se hace evidente, sobre todo, en los momentos más álgidos de movilización y lucha social. En esa sección también argumento que las condiciones de posibilidad de otras formas de lo político —no ceñidas ni plenamente concordantes con los cánones liberales contemporáneos— hunden sus raíces en múltiples y plurales entramados comunitarios de reproducción de la vida.

de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), del cual formo parte junto a profesores como John Holloway, Sergio Tischler, Francisco Gómez Carpinteiro, etc. Si bien la responsabilidad por las afirmaciones y reflexiones aquí presentadas es únicamente mía, debo reconocer la profunda influencia que todos estos autores han tenido en mi trabajo y también agradecer el clima de diálogo y discusión del que me nutro en el Posgrado: son quizá los aportes de todos mis colegas los que me permiten ahora presentar mis puntos de vista de manera sistemática. Una primera versión del argumento que sigue se expuso en el Curso de Estudios de Acción Colectiva y Movimientos Sociales organizado por el Centro de Estudios Sociológicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y una parte de él fue publicada en Acta Sociológica, núm.
62, septiembre-diciembre de 2013.
Entender la sociedad como mosaico dinámico de antagonismos superpuestos y razonar desde la inestabilidad
Son dos las ideas que para el estudio de lo social considero como fundamentales:
1. Estudiar los asuntos sociales a partir de sus contradicciones.
2. Rastrear las contradicciones desde el punto de vista de la inestabilidad.
Entender la sociedad como mosaico dinámico de antagonismos superpuestos significa estudiar los asuntos sociales a partir de sus contradicciones, lo cual es una de las propuestas centrales del marxismo. El alcance y la amplitud de las contradicciones a estudiar establece y delimita las diversas corrientes y variantes dentro de tal perspectiva teórica. La especificidad de las corrientes críticas —de las cuales soy parte— es poner el centro de la atención en la lucha, esto es, en la manera en la que el antagonismo social, de manera polimorfa, se despliega en el cuerpo social exhibiendo su calidad desgarrada y presentando sus heterogéneos anhelos de transformación.
Algunas versiones influyentes —por lo general, «cerradas»— de la perspectiva marxista suelen afirmar que estudian los asuntos sociales, también, a partir de la lucha de clases. Sin embargo, la propia expresión «lucha de clases» está compuesta por dos términos: lucha y clases. Desde ahí puede rastrearse un abanico amplio de distinciones organizado en dos grandes bloques: hay una larga tradición sociológica que enfatiza el estudio de las clases y, sólo después, aborda la manera en la que tales clases «luchan». Tal tradición sociológica de corte positivista —que prevalece, entre otras, en la academia anglosajona—así como ciertas escuelas francesas más cercanas al estructuralismo, suelen concentrarse en la delimitación, primero, del «concepto de clase» y, luego, de las «clases» realmente existentes. Se entabla, partiendo desde ahí, una disputa en dos niveles: en primer lugar por el contenido mismo del concepto de «clase»; por otro, de los distintos y variados referentes —realmente existentes— que han de quedar abarcados por el «concepto de clase» una vez aclarado.
En contraposición con tal postura, la tradición crítica coloca el énfasis de la reflexión en la lucha. Sólo desde la lucha, desde su despliegue, desde lo que ésta ilumina y devela, a partir de la sintaxis que exhibe y de la semántica que inaugura, es posible entender y distinguir —en caso de ser relevante— las clases que se confrontan. La contradicción que sistemáticamente se rastrea desde la perspectiva crítica, y en cuyo despliegue se indaga, es aquella entre el hacer y el capital. Se parte desde ahí en tanto se pretende enfatizar las dinámicas de la propia contradicción, en particular las maneras en las que las diversas capacidades de hacer, crear y pensar, anidadas en los cuerpos y mentes de los hombres y las mujeres concretos, son sujetadas por el trabajo objetivado convertido en capital, capturadas por la dinámica de valorización y, a la larga, enajenadas y convertidas en su contrario. Estos son eventos que siempre están ocurriendo y nunca culminan, es decir, nunca están plenamente concluidos, y una y otra vez tales capacidades humanas de hacer y crear escapan, erosionan, se confrontan y limitan los ámbitos de subordinación y explotación en los que quedan sujetos.
Ahora bien, aún entre las posturas críticas que ponen el acento en la comprensión de lo social a partir de la lucha es posible introducir otra distinción que ilumina el lugar específico desde el cual se razona. La lucha social, el despliegue de múltiples confrontaciones que una y otra vez sacuden y tensan el desgarrado cuerpo social —a diferentes escalas espacio-temporales y con distintos alcances de impugnación al orden general impuesto— pueden ser abordados desde el punto de vista de la estabilidad o de la inestabilidad; es decir, o bien desde la aspiración a la tendencial reconstitución-reordenamiento de tal contradictorio cuerpo social como unidad o totalidad pretendidamente estable, a partir del encausamiento y/o gestión de las contradicciones que lo desgarran; o desde la perspectiva de la amplificación de tales contradicciones.
Hasta cierto punto, la perspectiva de la estabilidad subyace a las luchas revolucionarias dirigidas a la «toma del poder» entendido no única pero si principalmente como «ocupación» de aparatos e instituciones del estado. Cabe hacer notar que razonar desde el punto de vista de la estabilidad establece una serie de dificultades al propio pensamiento crítico. Por ejemplo, compromete casi inmediatamente la clasificación de las luchas —por lo general distinguiendo entre luchas sociales y luchas políticas— de acuerdo a la ambición totalizante que, supuestamente, las luchas sociales más generalizadas deben —acercamiento normativo— exhibir. Esto es, en tanto se entiende la lucha y su generalización como un proceso de inestabilidad de un cuerpo o complejo social supuestamente estable y tendiente a alcanzar —o a llegar a— otro estado estable, las propias acciones de lucha se clasifican a partir de la manera y cantidad en la que se proponen alcanzar el nuevo momento de estabilidad.
En contraste con lo anterior, mirando desde la perspectiva de la inestabilidad, la cuestión central consiste en la sistemática destotalización de lo que hay y en la reconstrucción parcial de realidades nuevas que serán permanentemente destotalizadas en una especie de camino sin fin, donde el porvenir no habita un hipotético futuro sino que se construye paso a paso disputando el hoy y el ahora en múltiples niveles. Así, la maraña de contradicciones sociales, de flujos de antagonismo y luchas, aun dificultosamente, puede pensarse a partir de la inestabilidad; esto es, desde el conjunto de polimorfas aspiraciones y prácticas políticas que habitan incómodamente el cuerpo social, ocultas y constreñidas por el orden dominante, que se resisten a ser nuevamente contenidas en formas políticas anteriores y que, más bien, se orientan a erosionar y desbordar sistemáticamente tanto los límites morales y políticos inscritos en el imaginario social, como las relaciones mando/obediencia conexas con aquellas fijadas, por lo general, mediante procedimientos particulares con algún nivel de coherencia interna entre sí. Por lo general, mirando lo que las luchas emprenden desde el lugar de la inestabilidad, es decir, desde la disposición a trastocar y subvertir lo que está establecido como fijo e inamovible se puede distinguir cómo lo que casi siempre está en disputa es la reapropiación colectiva —parcial y tendencialmente general— de lo que existe, comenzando por el tiempo y los medios de existencia hasta los llamados «recursos naturales» y todo tipo de riqueza social objetivada.
Pensar las luchas desde la contradicción y desde la estabilidad las suele colocar dentro de la clásica posición estado-céntrica de izquierda; en contraste, entender las luchas como despliegue sistemático de las contradicciones y razonar sobre ellas desde el punto de vista de la inestabilidad sitúa la mirada en el punto exactamente contrapuesto: en el del registro de la tendencial subversión y desborde de los límites anteriormente impuestos que ilumina los diversos, y a veces difusos e incluso contradictorios, horizontes interiores que quienes luchan expresan, explican, practican y promueven. Así, la noción de horizonte interior es central en mi argumento.
A partir de la revisión del trabajo de Bloch, en particular de sus reflexiones sobre lo que él llama «horizonte de deseo» a lo largo de la primera parte de El principio esperanza, bosquejo la noción de horizonte interior de una lucha como aquel conjunto de aspiraciones y anhelos, no siempre lógicamente coherentes entre sí, que animan el despliegue de una lucha colectiva y se expresan a través de ella en un momento particular de la historia. Es un término, pues, para referirme a los contenidos más íntimos de las propuestas de quienes luchan, comprendiéndolos en su dificultoso surgimiento. Enfatizo, además, que tales contenidos, que en su reiterada expresión diagraman y alumbran el horizonte interior de una lucha, con frecuencia son a su vez contradictorios, se exhiben sólo parcialmente, o pueden hallarse antes que en formulaciones positivas, en el conjunto de desfases y rupturas entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que no se dice y se hace, en la manera cómo se expresan los deseos y las capacidades sociales con que se cuenta, etc. La dificultosa comprensión del horizonte interior de una lucha o de un conjunto de luchas es, entonces, un punto central de esta propuesta.
El acercamiento a la lucha como clave central de comprensión no se concentra, como puede verse, en la posibilidad de cierre del proceso de lucha y/o reorganización del cuerpo social a partir del reacomodo de los antagonismos que lo desgarran. Más bien, asumiendo el curso de las luchas como flujos continuos aunque intermitentes de tales antagonismos desplegados, pone atención tanto en documentar y comprender lo alcanzado en cada episodio específico de impugnación colectiva del orden dominante —«triunfo parcial» suele llamarse—, como también en percibir-entender las novedades políticas que se producen en cada ocasión de las más variadas maneras, las aspiraciones colectivas explícitas y las no plenamente formulables que se vuelven audibles en los distintos episodios enérgicos de despliegue de la lucha y en las variadas maneras en las que se batalla para mantener abiertas las posibilidades de reapropiación de la riqueza existente en su diversidad, así como en los heterogéneos ensayos que se ponen en juego para alcanzar breves momentos de equilibrio inestable, a partir de los cuales la historia continúa su camino.
Tales son, en un gran nivel de generalidad, mis puntos de partida.
¿Cómo podemos estudiar-entender los polimorfos flujos de antagonismo que desgarran la sociedad?
Afianzando la mirada en el despliegue polimorfo y generalizado de los múltiples antagonismos que desgarran la sociedad, la cuestión ahora es cómo podemos entender las luchas y aprehender lo que en cada ocasión nos enseñan, en particular, sobre las posibilidades, más ciertas o incluso aquellas meramente insinuadas, de transformación social.
Una de las maneras tradicionales para hacer esto es la identificación de sujetos sociales para, después de ello, escudriñar la manera cómo tales sujetos, así clasificados, luchan; estableciendo, además, formulaciones cerradas para calificar lo que se proponen. Este camino ha mostrado una y otra vez sus enormes dificultades para comprender los más álgidos fenómenos sociales en tanto antepone los conceptos a la realidad, en momentos —los de la lucha— en los cuales la insubordinación y la crítica práctica a las relaciones imperantes desbordan los conceptos clasificatorios previos y, muchas veces, los anulan.
Ahora bien, las luchas necesitan sujetos de lucha; y, más aún, la sintaxis profunda del castellano necesita para expresar contenidos, sostenerse en formulaciones estructuradas a partir de la tríada sujeto-verbo-complemento. Sin embargo, vale la pena avanzar con cuidado para no caer en una paradoja aparentemente sin solución. Nótese que estoy hablando de «sujetos de lucha» y no de sujetos sociales o sujetos políticos. Son las luchas las que constituyen a los sujetos de lucha y no viceversa.
A lo largo del despliegue de las luchas se conforman, transforman, consolidan y/o evaporan distintos sujetos de lucha, que se distinguen y vuelven comprensibles justamente al poner atención en el curso concreto de la lucha particular: en cada ocasión se visibilizan y distinguen los distintos conjuntos de varones y mujeres que se asocian, discuten, acuerdan, se proponen fines, resisten y luchan. Esos son los sujetos de lucha y es en ellos y en las acciones que los constituyen como tales, en quienes hay que poner atención a partir, justamente, de las luchas que despliegan. Para ello, antes que anticiparnos en la acción de nombrar, conviene rastrear las maneras cómo se expresa la nueva distinción clasificatoria que los mismos protagonistas autoproducen durante una lucha, casi siempre haciendo visible algún tipo de trama común: «Nosotros, gente sencilla y trabajadora», «Nosotros los aymaras que habitamos estas tierras desde tiempos inmemoriales», «Nosotros, los pueblos de Oaxaca articulados en una Asamblea Popular». Cómo se autodesignan aquellos quienes luchan constituye una pista central para la comprensión no sólo de lo que está en disputa en esa lucha particular sino de los alcances que tales acciones pueden tener, además de, por supuesto, desvelarnos al sujeto de lucha.
Entonces, el asunto central que sostengo es que no es fértil entender a los sujetos como constituidos previamente a la lucha que son capaces de desplegar. Por el contrario, la cuestión es atender a las luchas y hacerse una serie de preguntas tan simples como difíciles, procurando responderlas con el mayor cuidado. Tal serie de preguntas consiste básicamente en indagar:
¿Quiénes son los que en un momento determinado luchan? ¿A qué se dedican? ¿Cómo se asocian? ¿Qué tradiciones colectivas los impulsan? ¿Qué persiguen? ¿Qué fines los animan? ¿Cómo se movilizan, qué tipo de acciones despliegan, cómo las deciden y cómo las evalúan? ¿De qué manera gestionan, cuando aparecen, sus conflictos internos? ¿Cómo se autorregulan? ¿Cómo equilibran la tensión conservación/transformación?
Se trata de rastrear y documentar la manera en la que las luchas brotan y se presentan, reconociendo a los hombres y mujeres que o bien resisten y se oponen a alguna nueva agresión, o se proponen conseguir algún propósito acordado en común.
Registrar quiénes son las personas que se movilizan e impugnan lo que hay es una actividad muy diferente a aquella que consiste en «clasificar» a tales personas en categorías previamente establecidas. Así, las luchas son, en cada ocasión, protagonizadas por múltiples y heterogéneos sujetos de lucha que, desde su particularidad, imprimen a sus acciones rasgos distintivos y relevantes recuperando lo que saben y construyendo novedades a partir de ahí. Además, en cada lucha, aquellos hombres y mujeres que la protagonizan ensayan formatos asociativos y producen nuevas formas de cooperación; por lo demás, las formas asociativas casi nunca consisten en novedades

plenas sino que, por lo general, se suelen recuperar, con servando y transformando, las tradiciones locales en las cuales quienes luchan han sido formados y de donde casi siempre brotan sus capacidades tanto de creación como de insubordinación, adecuándolas, expandiéndolas o perfeccionándolas para los propósitos que persiguen.
Finalmente, algo muy relevante de esta manera de ver las cosas consiste en que, a partir del despliegue de las luchas, de las múltiples acciones de insubordinación e impugnación de lo que se impone, se abren caminos de transformación social y política, los cuales, en muchas ocasiones permiten ampliar las perspectivas de aquello a lo que se aspira. Es decir, el horizonte interior, las diversas aspiraciones políticas de las luchas, tampoco están contenidas de antemano en lo que inicialmente se afirma o se muestra al brotar una lucha. Más bien, es a partir del despliegue de la propia lucha común que se aclaran los caminos a seguir, se precisan los aspectos centrales a subvertir y se construye, paulatinamente, la capacidad material y la lucidez y precisión para ampliar los fines a alcanzar. Esto quiere decir que las luchas no pueden ser calificadas de antemano a partir de parámetros exteriores a sí mismas, clasificándolas mediante las clásicas distinciones elaboradas desde el poder (lucha democrática, lucha política, lucha social, entre otras). Lo que sostengo es que las luchas, sobre todo cuando son amplias y se generalizan, cuando tendencialmente impugnan elementos centrales del orden de cosas existente, cuando se masifican y fortalecen, ellas mismas abren sus propias perspectivas, se reinventan a cada momento y delinean horizontes de transformación política posibles.
Las posiciones teóricas y políticas que desde una radicalidad aparente se empecinan en catalogar las luchas y se solazan en exhibir sus límites, lo único que hacen es contribuir al empantanamiento de las posibilidades anidadas en las propias luchas concretas. Entonces, no se trata de considerar que atrás de cada lucha se esconde la «hidra de la revolución», como se decía acerca de las huelgas en el siglo pasado. Más bien, se trata de no perder de vista que son las luchas a través de sus acciones, logros y deliberaciones —y no los programas políticos, las clasifi caciones ex ante o los diseños de lo posible exteriormente pergeñados— las fuentes que iluminan y dan contenido a las transformaciones posibles en cada ocasión.
Asentado lo anterior, presento el siguiente «artefacto» práctico para comprender las luchas, para distinguirlas entre sí, no a partir de colecciones exteriores de rasgos que tales acciones colectivas exhiben o no, sino desde las posibilidades de transformación y las novedades políticas que ellas mismas despliegan.
El artefacto en cuestión consiste en la contrastación sistemática del horizonte interior desplegado en las acciones de impugnación del orden establecido con el alcance práctico —material y simbólico— de tales acciones y luchas.
Veamos esto con cierto detalle pues es quizá el nudo y/o la estrategia teórica de esta propuesta metodológica. Para estudiar las luchas y aprender de ellas es necesaria una manera de volverlas comprensibles, entender sus posibilidades transformadoras y hacerlas comparables entre sí, aun en su singularidad. Es decir, si bien cada lucha dibuja y constituye un evento singular, al mismo tiempo presenta elementos comunes con otras experiencias en la medida en que en su despliegue desborda y/o niega tanto el orden político del capital como las categorías que desde cierta academia o desde el estado se construyen para fijarlas y volverlas manejables. Conviene estar atentos a tales elementos comunes entre luchas singulares y distintas, a fin de habilitar posibles diálogos entre ellas que contribuyan a su eventual reforzamiento. Para tal fin, el artefacto propuesto propone la acción sistemática de contrastación entre el alcance práctico de una lucha y su horizonte interior.
Por alcance práctico de una lucha entiendo el conjunto de rasgos y significados plenamente registrables a partir del seguimiento de la propia acción de lucha: su carácter local, regional, nacional o internacional; su capacidad para trastocar y suspender la normalidad capitalista de la vida cotidiana; la manera en la que rompe los tiempos dados y preestablecidos de la acumulación del capital y del mando político estatal, etc. El registro minucioso del despliegue de las luchas en sus alcances prácticos ilumi na y permite percibir, también, el horizonte interior que se abre paso a través de ellas o las dificultades para que ciertos rasgos broten o se expresen. Por ejemplo, las luchas locales, centradas en una acción defensiva específica, en ocasiones pueden carecer de un alcance práctico demasiado ambicioso, pero su horizonte interior puede ir poco a poco volviéndose profundamente subversivo. En contraste con ello, algunas luchas cuyos alcances prácticos son de gran relevancia, pueden incluir en su interior un confuso conjunto de tensiones y competencias entre quienes protagonizan las luchas, que en ocasiones inhiben la expresión de sus posibilidades subversivas más enérgicas.
La contrastación sistemática de esta pareja de rasgos analíticos —alcances prácticos de la lucha y horizonte interior que se despliega en ella— permite una comprensión profunda del suceso social, auspiciando el reconocimiento de las novedades políticas que de ahí brotan y volviendo visible lo que de común se manifiesta en diversas luchas singulares.
Para cerrar esta sección y haciéndome cargo de las dificultades contenidas en la propuesta presentada, en particular dado el conjunto de problemas que suscita su expresión sistemática en el lenguaje —tal como ahora existe—, al exigir la continua vigilancia del abuso de formulaciones conceptuales ex ante para identificar y clasificar las luchas, presento un sustantivo distintivo que quizá puede ser útil para nombrar de manera directa algunos de los rasgos más relevantes de la dinámica de despliegue de los antagonismos que desgarran a la sociedad.
Nombro entramado comunitario a una heterogénea multiplicidad de mundos de la vida que pueblan y generan el mundo bajo pautas diversas de respeto, colaboración, dignidad y reciprocidad no exentas de tensión, y acosadas, sistemáticamente, por el capital. Al nombrar esta trama de reproducción de la vida con una expresión lingüística específica, pretendo no comprometerme con una formulación conceptual, pero sí establecer un término —que considero necesario— para designar ciertos saberes y capacidades que, en el terreno de las luchas me parecen relevantes: su carácter colectivo, la centralidad de

aspectos inmediatos de la reproducción social —tramas que generan mundo— así como algunos rasgos que tiñen las relaciones, que tienden a ser de cooperación no exenta de tensión, entre quienes son miembros de tales entramados. Aclaro nuevamente: al hablar de entramado comunitario mi intención no es establecer un nuevo concepto que nos lleve al mismo punto de partida que fue criticado al comienzo de este trabajo. Mi intención es brindar un sustantivo común que permita aludir, es decir, que nombre y designe lo que una y otra vez se nos hace visible en aquellos momentos intensos de despliegue del antagonismo social: que quienes se insubordinan y luchan, quienes desbordan lo instituido y trastocan el orden, lo hacen con mucha frecuencia, a partir de la generalización de múltiples acciones y saberes cooperativos que anidan en las más íntimas e inmediatas relaciones de producción de la existencia cotidiana, sobre todo en aquellas relaciones no plenamente subordinadas a las lógicas de valorización del valor. La pertinencia semántica de la expresión que propongo está, por supuesto, siempre en discusión pero su uso nos permite reflexionar sobre un último elemento que completa esta perspectiva: la existencia de formas de lo político distintas e inconmensurables, carentes de medida común, entre lo que desde los heterogéneos mundos de la vida se rebela una y otra vez contra lo que se le impone como presente inadmisible y las distintas propuestas de reconstitución de órdenes de mando y acumulación —«estados» se les suele llamar— que en los tiempos actuales sólo se distinguen entre sí a partir de los matices, sobre todo ideológicos, con que argumentan sus acciones.
Horizontes políticos que brotan desde las luchas contemporáneas: aproximaciones esquemáticas
Para finalizar esta exposición introduzco esquemáticamente, en primer lugar, una breve panorámica de los rasgos más relevantes de dos horizontes políticos diferentes, que se han vuelto distinguibles a partir del conjunto de luchas de los últimos veinte años protagonizadas principal, aunque no únicamente, por diversos entramados comunitarios tanto locales como más amplios, que se han expresado bien como luchas de pueblos, ayllus, consejos, bien constituyendo asambleas, frentes, coordinadoras, confederaciones, etcétera.
A partir, sobre todo, del trabajo de indagar en las posibilidades de transformación política, económica y social desplegadas durante la ola de levantamientos y movilizaciones en Bolivia entre 2000 y 2005, distinguí la existencia de dos horizontes políticos confrontados y en competencia, con posibilidades intermitentes pero siempre plagadas de tensión y de colaboración entre sí. Los horizontes que, desde mi perspectiva, se hicieron visibles en ese país —y que hasta cierto punto pueden iluminar la reflexión y abrir el diálogo sobre otras experiencias— son los siguientes. En primer término, un horizonte nacional-popular centrado en la ambición de reconstrucción estatal y orientado por la voluntad beligerante, también expresada en otras luchas de construir nuevos términos de inclusión en la relación estatal, a partir, básicamente, de modificar la relación entre sociedad y gobierno, esto es, de modificar la relación de mando que organiza el vínculo estatal. En muy diversas ocasiones, esta fue la manera de pensar e intentar abrir los caminos de lucha contra el capital, en particular, contra los múltiples despojos reiterados o nuevos; y contra la negación de la posibilidad misma de reproducción de la vida que la acumulación del capital impone.
En segundo término, durante los momentos más enérgicos de la lucha indígena, comunitaria y popular en Bolivia, también se volvió claramente visible un horizonte político comunitario-popular centrado en la disposición colectiva y sistemática a desbordar —alterando y tendencialmente reconstruyendo— la trama de relaciones políticas liberales así como los formatos legales e institucionales existentes. El nudo central de este horizonte político al que denomino comunitario-popular no fue —ni creo que pueda ser— la reconstitución de ningún tipo de estado; más bien, la cuestión central que desde este horizonte político se colocó en el debate político durante varios años fue la reapropiación colectiva de la riqueza material disponible, de la posibilidad de decisión sobre ella, es decir, de su gestión y usufructo.
Aclarando lo anterior, de ninguna manera estoy afirmando que el carácter principal de tales luchas haya sido un anti-estatalismo extremo, más bien, lo que afirmo es que en Bolivia, entre 2000 y 2005, se visibilizaron con enorme claridad una clase de luchas no centradas en la ocupación del estado sino orientadas, básicamente, por la reapropiación social de la riqueza material disponible que, además, pusieron en el centro de la discusión el carácter común —no privado— que tales riquezas y su administración debieran exhibir. Lo que se logró decir en torno a esto fue expresado claramente a partir de lo que las luchas hicieron una y otra vez, aunque no alcanzó a ser formulado explícitamente en todas las ocasiones.
Sin embargo, de acuerdo a lo que he argumentado a lo largo de estas páginas, rastreando los momentos más intensos de las luchas encontré una y otra vez desfases y contradicciones entre lo que hacían y lo que decían quienes luchaban; entre lo que respondían a los funcionarios estatales con quienes en ocasiones discutían y lo que inmediatamente después volvían a echar a andar. Creo haber registrado con cuidado las grandes dificultades para expresar la gran radicalidad de las ambiciones transformadoras que se desplegaron, sobre todo, durante los levantamientos y movilizaciones ocurridos entre 2001 y 2003.
Tal horizonte de transformación social de raigambre comunitaria-popular, que puso en el centro del debate la cuestión de la reapropiación de la riqueza material comenzando por el agua, siguiendo con los hidrocarburos y continuando con la tierra-territorio y otra serie de bienes, implicó una fuerte sacudida al orden político liberal-capitalista que, entre otras cosas, centra la ambición de estabilización de la vida social en la construcción de estado. Los aspectos políticos más relevantes de este horizonte, que se volvieron audibles y visibles durante los años más fértiles de las luchas, pueden resumirse en una formulación bastante simple aunque de gran densidad: las luchas se esforzaron sistemáticamente en la desmonopolización del derecho a decidir sobre aquellos asuntos generales que a todos incumben porque a todos afectan. Podemos llamar a esto, qué duda cabe, democratización polifónica y radical de la sociedad; pero también podemos nombrarlo: inversión del orden de mando que busca instituir el derecho a decidir en común sobre la riqueza material de la que se dispone, es decir, Pachakuti.

Así, con sus luchas, en las discusiones que abrieron y a partir de los logros que tuvieron, una y otra vez, los y las movilizadas empujaron a que se mantuviera abierta la deliberación pública de fondo sobre los asuntos relevantes de la conducción del país. Desde el espacio de la sociedad o, con más precisión, desde los variados entramados comunitarios en estado de rebelión, comenzaron a desorganizar una añeja y colonial relación de mando político excluyente, discrecional y monopolizadora de las decisiones políticas. Con sus acciones reconstruyeron una específica forma de lo político que no bebe ni directa ni únicamente de la herencia política más persistente de la modernidad-capitalista: la centralidad del estado en la organización de la vida civil —y pública— que asume como punto de partida la acumulación del capital. Más bien, alumbraron caminos de transformación social y política no centrados en la ocupación del aparato gubernamental, aun sin despreciar la eventual fuerza que tal extremo podría brindar a la propia empresa de transformación social. Entre lo más relevante de esta forma de lo político está el protagonismo de tales entramados comunitarios, dispuestos una y otra vez a no ceder, mediante reiteradas luchas, la capacidad de decidir y establecer los caminos a seguir.
El horizonte político comunitario-popular cuyos rasgos principales he tratado de esbozar, insisto, no se expresó en Bolivia ni en un programa ni en una figura única o caudillo; más bien, se desplegó en el quehacer y en la deliberación colectiva sobre múltiples temas, estableció vetos colectivos a las decisiones inadmisibles que se trataron de imponer, abriendo espacios-tiempos de rebelión múltiple donde se sembraron nuevos criterios morales acerca de la vida social. Es posible afirmar, entonces, que tal horizonte comunitario-popular se desplegó enérgicamente, aunque con importantes dificultades para expresar explícitamente sus propuestas, desde la autonomía política y material
bases más íntimas y fundamentales de los supuestos cosmogónicos en las culturas andinas. Por su parte, kuti quiere decir vuelta, giro. Pachakuti, entonces, refiere a la transformación profunda del espacio-tiempo que habitamos, a la subversión y alteración radical del orden existente.
lograda por heterogéneos entramados comunitarios, tanto rurales como urbanos, durante varios años. Tales novedades políticas que brotan en medio de las luchas tienen la calidad de experiencias singulares, pero también contienen, creo, la posibilidad del diálogo y la conversación con otras luchas semejantes.
Tales son los rasgos epistemológicos principales de mi manera de entender los asuntos sociales y lo relativo a la transformación social, partiendo y siempre aprendiendo de las luchas sociales que una y otra vez iluminan nuestras vidas.
Puebla (México), otoño de 2013


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