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En Nicaragua a todos nos duele respirar

Sergio Ramírez :: 29.08.18

En Nicaragua “a todos nos duele respirar”, afirma con tristeza el escritor Sergio Ramírez al evocar la muerte del niño Álvaro Conrado, de 15 años, ocurrida mientras repartía agua entre quienes protestaban contra el régimen del presidente Daniel Ortega el pasado 20 de abril.
Fue asesinado de un balazo en la garganta por un francotirador. Una vez que cayó herido al suelo dijo ‘me duele respirar’”.

En Nicaragua ‘a todos nos duele respirar’: Sergio Ramírez
El Premio Cervantes 2017 planea escribir un libro de crónicas sobre los jóvenes que han tenido una vida o una muerte singular en la reciente lucha de su país; presenta en México novela negra

Excelsior
27/08/2018

En Nicaragua “a todos nos duele respirar”, afirma con tristeza el escritor Sergio Ramírez al evocar la muerte del niño Álvaro Conrado, de 15 años, ocurrida mientras repartía agua entre quienes protestaban contra el régimen del presidente Daniel Ortega el pasado 20 de abril.

Fue asesinado de un balazo en la garganta por un francotirador. Una vez que cayó herido al suelo dijo ‘me duele respirar’”. Así describe el narrador nicaragüense a Excélsior el caso del primer infante que falleció en medio de la violencia que azota al país centroamericano desde hace cuatro meses.

De hecho, el Premio Cervantes 2017 comenta que las palabras “Me duele respirar” le atraen mucho como “título emblemático” del libro de crónicas, “con narración literaria y periodística”, que planea escribir para “mostrar desde dentro lo que estoy viendo”.

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El novelista y cuentista que cumplió 76 años el pasado 5 de agosto confiesa que “quisiera convertir las cifras en seres humanos, porque aquí se habla de 400 y tantos muertos, dos mil heridos, 23 mil exiliados sólo en Costa Rica; gente que huye, que está escondida. Pero todos éstos números tienen rostros, nombres”.

En entrevista vía telefónica desde Managua, el Premio Carlos Fuentes 2014 detalla que si cuenta diez o 12 historias distintas conformaría una especie de mural de lo que está aconteciendo.

No quiero relatar cómo empezó esta lucha, sino narrar la vida de la gente que desgraciadamente sobresale porque ha tenido una muerte singular o su vida ha sido tocada de manera especial en estos cuatro meses”, agrega.

El ensayista explica que sólo tiene el borrador de lo que quisiera hacer, pero no ha podido escribir. “El ambiente aquí es muy agresivo. Uno no puede liberarse a la imaginación sin estar viendo lo que ocurre cada día. Es una situación difícil”.

Las semillas de la violencia que se vive hoy, prosigue el también político y abogado, están expuestas en su novela negra Ya nadie llora por mí (Alfaguara). “El abuso policial, la tortura en los centros de detención, el empoderamiento de personajes corruptos. Estos rasgos se han evidenciado ahora que el caso de Nicaragua es más conocido”.

Quien llegará hoy a la Ciudad de México, para promover en tierras aztecas su más reciente obra de largo aliento, piensa que a Nicaragua le hace falta “un reestablecimiento moral” para salir de esta decadencia social.

Hay una lucha entre moralidad e inmoralidad. La bandera de estos jóvenes inconformes es ética. Y se parecen mucho a los de mi generación, en el sentido de que el dictador Anastasio Somoza representaba la inmoralidad y queríamos un reestablecimiento ético en el país. Hoy es lo mismo, sólo que no hay armas. Esta es una lucha desarmada, pero es ética”, aclara.

El activista social y exvicepresidente de Nicaragua (1985-1990) aborda en Ya nadie llora por mí, con humor e ironía, la corrupción, el machismo, la violencia y la decadencia de valores que viven sus habitantes.

Fue una revolución derrotada. La realidad de estos días ha venido a confirmar esa derrota de ideales”, señala.

UN 27 DE AGOSTO
En Ya nadie llora por mí, Sergio Ramírez retoma como personaje al inspector Dolores Morales -también protagonista de la primera novela de esta saga, El cielo llora por mí (2009)-, quien ahora da vida a una historia que comienza un día como hoy, 27 de agosto, y se desarrolla durante tres días.

El narrador admite que este detective tiene algo suyo, aunque destaca que también hay diferencias. “Él es más joven que yo. Tomó la guerrilla casi adolescente, y yo a los 30 años. En segundo lugar, yo no participé en la guerrilla con las armas en la mano, sino que fui un dirigente político; mientras que él combatió en el Frente Sur, perdió una pierna y tuvieron que ponerle una prótesis. Luego yo fui a dar al Gobierno, y él a la policía”, indica.

Pero nuestra identidad mayor es que los dos venimos de lo que podría llamar la propuesta ética del cambio revolucionario de los años 80 en Nicaragua. Y sufrimos la decepción de, terminada la revolución, encontrarnos un campo baldío y ver que ésta se frustró, que no fue lo que quisimos y que otros valores están sustituyendo al antiguo fervor revolucionario en la sociedad. Tenemos los mismos dolores morales, sólo que él lo lleva en el nombre, y yo muy adentro”, prosigue.

El detective, quien fue dado de baja de la policía, recibe el encargo de encontrar a la hijastra del hombre más poderoso del país. “Quise que fuera una novela oral, un diálogo constante. Rulfo me enseñó que se podía construir un libro con las palabras de la gente. Hay pocas descripciones. Es la fuerza de la voz de los personajes la que teje todos los hilos”, dice.

El narrador admite que en esta obra no hay personajes felices, como en su tierra natal. “Nicaragua vive ahora un mayor nivel de desgracia de lo que puedo mostrar en la novela. Si la hubiera escrito hoy día notaríamos en los personajes un mayor nivel de pesadumbre”.

El autor de Sara y Adiós muchachos confiesa que se le antoja escribir una tercera parte de esta historia. “Pero el inspector tendría que aparecer en el escenario actual, porque estos sucesos han sido un parte aguas. Quizá su voz sería más doliente. Y no sé hasta dónde esta situación se podría enfrentar con el humor. Tendría que probar”.

Sobre si pide entre líneas que los pueblos tengan memoria, que no olviden su pasado, el autor prefiere dejar al lector la responsabilidad de descubrirlo. “Hay dos libertades creadoras: la del que escribe y la del que lee. Éste tiene que sacar libremente sus conclusiones”.


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