Clajadep :: Red de divulgación e intercambios sobre autonomía y poder popular

Imprimir

Shangri-La y el mito de Shambhala

Tortuga :: 03.09.18

Las clases dominantes desde el patriarcado han inventado mitos por medio de la ideología religiosa para crear esperanzas en una futuro mejor mientras ellos succionan el presente, sin embargo la historia nos ha enseñado que mejor que vivir soñando un futuro, es vivir conociendo y recuperando la raíz histórica del común, es decir, el buen vivir comunitario, que es muchísimo mejor y realista que las más acabadas utopías.

Shangri-La y el mito de Shambhala
Jueves.16 de agosto de 2018
Nueva Revolución.
Carlos César Álvarez
Tortuga

En la película “Horizontes perdidos” (Frank Capra, 1937) un grupo de viajeros occidentales, que huye de una revuelta en un país asiático, se estrella con su avión en un recóndito lugar del Himalaya. Son auxiliados por los habitantes de un valle perdido entre las montañas llamado Shangri-La. Los pobladores de este lugar viven felices, gozan de una salud perfecta y alcanzan gran longevidad.

La película se basa en la novela homónima de James Hilton (1933), el cual se inspiró en un conocido mito de las religiones orientales, del budismo principalmente: Shambhala, un supuesto país ideal en el que, como en Shangri-La, sus habitantes están liberados de las ataduras del mundo, no conocen el dolor ni la enfermedad y viven cientos de años.

Se atribuye a la fundadora de la Sociedad Teosófica H. P. Blavatsky la divulgación de este mito en la época moderna. Según esta célebre ocultista en Shambhala reside el “gobierno oculto del mundo”, un elenco de sabios iluminados que intenta guiar a la Humanidad por el buen camino (con poco éxito, según podemos ver a diario). Pero el origen de la leyenda es muy anterior, ya que aparece en el Vishnu Purana, textos religiosos hinduistas datados entre el siglo I a.C. y el III d.C., así como en el Mahabharata (c. siglo III a.C.)

Las versiones asiáticas del mito ubican Shambhala en diversos lugares, pero la idea más extendida es que estaría en Asia Central, bien en los Himalayas, o en pleno desierto del Gobi, en una isla en medio de un lago e incluso hay quienes la sitúan en el interior de la Tierra. Reyes y emperadores de Tíbet y Mongolia la buscaron infructuosamente durante siglos.

Para tratarse de un simple mito de origen budista es cuanto menos curioso constatar la cantidad de viajeros occidentales que se han interesado por Shambhala, después de oír hablar de ella a los asiáticos. Los jesuitas portugueses Estevao Cacella y Joao Cabral recorrieron Asia entre los años 1626 y 1630. En su libro sobre Bután, Cacella habla de la existencia de un gran reino llamado Shambhala, vecino a Mongolia. Según los butaneses el camino para llegar a él es extremadamente difícil. Cacella creía que podía tratarse de Catay (China), sin embargo su compañero Cabral opinaba que Shambhala no era dicho país, sino un reino situado en la Gran Tartaria.

Durante la Edad Media -desde la primera mención del obispo Otón de Frisinga en 1145- corrió por Occidente la leyenda de que en el corazón de Asia existía un reino cristiano, rodeado de países infieles, gobernado por un supuesto sacerdote y monarca conocido como el Preste Juan. Dicho reino figuraba en muchos mapas de la época. Otras versiones dicen que se encontraba en la India, país en el que según la tradición Santo Tomás habría predicado. El reino del Preste Juan estaba lleno de maravillas, entre ellas la Fuente de la Eterna Juventud. El monarca, al que se atribuía una edad de 562 años, poseía un espejo mágico en el que podía contemplar todos los acontecimientos que ocurrían. Estos detalles hacen pensar que estamos frente a una versión cristianizada de la leyenda de Shambhala. En plena época de cruzadas, la idea de que más allá de los dominios musulmanes pudiera existir un posible aliado movió a los reinos cristianos a intentar ponerse en contacto con el Preste Juan. Viajeros europeos lo buscaron sin éxito a lo largo de los siglos. Incluso el papa Alejandro VIII le envió una carta en 1177, pero el legado pontificio encargado de hacer llegar la misiva desapareció durante el viaje.

En el transcurso del siglo XIX y las primeras décadas del XX varios viajeros europeos exploraron Asia Central y oyeron a sus habitantes hablar de la leyenda de Shambhala. Hacia 1833, el húngaro Alexander Csoma de Koros, considerado el padre de la tibetología, trató de establecer el origen del pueblo magiar en el Turquestán. Fue el primer occidental en hablar de Shambhala e incluso la sitúa geográficamente: “El peculiar sistema religioso llamado Kdla-Chakra se supone que procede de Shambhala, un fabuloso país en el norte. Su capital era Kalapa, una espléndida ciudad, residencia de muchos reyes ilustres, situada más allá del río Sita o Yaxartes, donde el aumento de los días desde el equinoccio vernal hasta el solsticio de verano asciende a doce horas indias -es decir, cuatro horas y cuarenta y ocho minutos de nuestro cómputo.”

El geógrafo y naturalista Nikolai Prjevalsky viajó por Asia Central y Mongolia entre 1870 y 1885 y en la crónica de sus viajes escribe: “Otro cuento, muy interesante, se refiere a Shambaling, una isla situada en los confines del mar nórdico. Abunda en ella el oro y el trigo crece hasta una altura prodigiosa. La pobreza se desconoce en este país. Realmente la leche y la miel manan en Shambaling”.
Tibet, Himalayas. Oleo de Nicholas Roerich, 1933

Ferdinand Ossendowski cuenta en “Bestias, hombres y dioses” (1922) que un siberiano de Buriatia le mostró una cueva que era la entrada al reino de Agarti, otro nombre con el que se conoce a Shambhala. Muchas personas han entrado, la mayor parte ha preferido quedarse allí y los que han vuelto no han contado nada de lo que han visto pues así lo han prometido. Un cazador que regresó y quiso revelar lo que vio fue de inmediato apresado por los lamas, que le cortaron la lengua. Un lama mongol contó a Ossendowski que bajo tierra se extendía una red de amplios túneles por los que los habitantes de Shambhala viajaban en velocísimos vehículos.

La parisina Alexandra David-Néel recorrió el Tíbet a pie entre 1921 y 1924 pero no encontró por allí el mítico país. En uno de sus numerosos libros de viajes escribió: “Shambhala se encuentra geográficamente cerca de la ciudad de Balkh, en el extremo norte de Afganistán.” Ahí queda para quien quiera ir a comprobarlo.

El pintor y pacifista ruso Nikolai Roerich realizó dos viajes por Asia Central, uno entre 1925 y 1928 y otro de 1934 a 1936. Durante el viaje, los guías nativos interpretaban cualquier cosa como un signo de que la frontera de Shambhala estaba cerca: un geiser, una roca con inscripciones, animales cruzando el camino… Shambhala es un lugar al que uno puede aproximarse eternamente y no llegar nunca. Cuenta Roerich que al enseñar a unos mongoles una foto de Nueva York con sus rascacielos, estos exclamaron: “Es Shambhala”. Los lamas le dijeron que ya estaba muy cerca la época en que el Rey del Mundo, que gobierna Shambhala, se daría a conocer a la Humanidad. Lo cierto es que han pasado varias décadas y a fecha de hoy tan importante personaje no ha hecho acto de presencia. Igual que a Ossendowski, le mostraron cuevas asegurándole que eran entradas al mítico reino. Se dice que el propio Roerich llegó a visitar Shambhala, pero él nunca lo confirmó ya que prometió guardar el secreto de todo lo que vio allí.

Todos estos viajeros afirman haber presenciado fenómenos extraños en lugares que según sus guías locales estaban cercanos a Shambhala: luces en el cielo, perfumes penetrantes de origen desconocido y figuras de misteriosos lamas que surgían de repente y en ocasiones desaparecían volando.

Los relatos de estos exploradores, especialmente los de Csoma de Koros, eran conocidos por el jerarca nazi Heinrich Himmler, que en 1938 organizó la célebre expedición al Tíbet en busca de los orígenes de la raza aria. Uno de los lugares en los que supuestamente habrían de encontrar pruebas de sus teorías sería Shambhala, por tanto se propusieron localizarla. Sin embargo la expedición, comandada por Ernst Schäfer, terminaría en fracaso, en parte porque las condiciones climáticas fueron más duras de las previstas y sobre todo porque al empezar la guerra los alemanes tuvieron que abandonar apresuradamente los territorios controlados por los británicos so pena de ser detenidos. Por la misma época, el emperador nipón decretó que Shambhala no era otra que Japón. La finalidad de esta pintoresca declaración era puramente política y tenía como objetivo ganar a los mongoles para su causa.

El actual Dalai Lama reconoce que Shambhala es un lugar puramente místico y afirma lo siguiente: “Aunque aquellos con una especial legitimación pueden ir allí a través de su conexión kármica, sin embargo no es un lugar físico que podamos encontrar realmente.”

Shambhala o Agarti, en Oriente; el Jardín del Edén o Arcadia, en Occidente, son diferentes nombres para designar a la misma utopía: el país mágico en el que los seres humanos son eternamente felices.


https://clajadep.lahaine.org