Quizás haya que tratar al concepto de dominación de una manera más amplia y determinante que el concepto de explotación; en la modernidad, incluso que el concepto de capital o capitalismo, en su sentido económico y sociológico. No solo, como ya lo hicimos antes, por salir del determinismo económico, sobre todo marxista, que supone la determinación de la base económica sobre las superestructuras jurídicas, políticas e ideológicas. Sino porque ayuda a explicar mejor, incluso mejor que las tesis del materialismo histórico, los acontecimientos sociales, particularmente la historia de las sociedades y sus estructuras y formaciones económicas y políticas. Ya lo había explicitado Michel Foucault en las exposiciones de las genealogías del poder. Quizás antes que él hubo intuiciones a propósito, que fueron descartadas por las teorías hegemónicas en el momento, más próximas de la ideología dominante de la modernidad, la economía. Sin embargo, no se trata de salir del determinismo económico y caer en algo así como el determinismo político; de ninguna manera. Sino de comprender que la misma explotación capitalista solo puede entenderse como proceso inherente a la dominación misma, a la forma de la dominación, que adquiere perfiles definibles durante la modernidad.
septiembre 02, 2018
Pretensión de legitimación y poder, la ecuación imposible
Psicología del comportamiento crápula
Raúl Prada Alcoreza
Quizás haya que tratar al concepto de dominación de una manera más amplia y determinante que el concepto de explotación; en la modernidad, incluso que el concepto de capital o capitalismo, en su sentido económico y sociológico. No solo, como ya lo hicimos antes, por salir del determinismo económico, sobre todo marxista, que supone la determinación de la base económica sobre las superestructuras jurídicas, políticas e ideológicas. Sino porque ayuda a explicar mejor, incluso mejor que las tesis del materialismo histórico, los acontecimientos sociales, particularmente la historia de las sociedades y sus estructuras y formaciones económicas y políticas. Ya lo había explicitado Michel Foucault en las exposiciones de las genealogías del poder. Quizás antes que él hubo intuiciones a propósito, que fueron descartadas por las teorías hegemónicas en el momento, más próximas de la ideología dominante de la modernidad, la economía. Sin embargo, no se trata de salir del determinismo económico y caer en algo así como el determinismo político; de ninguna manera. Sino de comprender que la misma explotación capitalista solo puede entenderse como proceso inherente a la dominación misma, a la forma de la dominación, que adquiere perfiles definibles durante la modernidad.
La dominación, que puede resumirse, en principio, como dominio sobre cuerpos y territorios, sobre recursos y flujos, incluso como control de circuitos y producciones, parece incidir en las formaciones sociales de una manera preponderante, que llega a modelarlas. En la modernidad la dominación asume perfiles nuevos; tiene que pasar por el matiz de la representación, así como por el proceso de legitimación. Aparentemente las formas más crudas de la dominación desaparecen o se ocultan, dando lugar a formas de dominación matizadas, mediatizadas, edulcoradas y hasta aceptadas voluntariamente. Empero, la dominación como ejercicio del poder, como despliegue y uso de diagramas de poder, como institucionalidad que unge y separa dominantes y dominados, continúan los cursos que inventan sus mutaciones y metamorfosis.
En las etapas de consolidación de la modernidad, la dominación adquiere un rostro liberal; sobre el supuesto ideológico de la igualdad de derechos civiles y políticos, sobre la conjetura fundamental de que los hombres son libres, la dominación se inviste de este discurso y difunde la ideología, fortaleciendo los mecanismos de dominación heredados y nuevos. Solo que se consulta a los electores sobre quienes ejercerán las dominaciones que pesan sobre ellos; claro está, que no se dice que son dominaciones sino deberes de los ciudadanos para con sus instituciones. Si se quiere, las dominaciones son más llevaderas, empero, tienen un alcance mayor y son más efectivas que las anteriores formas de dominación. Para comenzar, los ciudadanos no controlan las decisiones políticas que se toman, pues éstas están delegadas a sus “representantes”. No controlan el manejo de las instituciones, menos del Estado. Mucho menos, dadas las características del modo de producción capitalista, no controlan la administración de las empresas económicas. Pueden ilusionarse que deciden cuando eligen a sus “representantes”, pero no tienen acceso al manejo mismo de las maquinarias del poder, de las maquinarias de guerra, de las maquinarias económicas.
La modernidad no solamente se ha presentado con rostro liberal, también lo ha hecho en las expresiones de otras caras políticas. Como opuesta al rostro liberal aparece la expresión socialista, como portavoz de los miserables de la tierra, los explotados, particularmente el proletariado. En este caso, la dominación desarma a los dominados de sus capacidades de resistencia, pues se presenta como la forma política genuina de los explotados en el poder. Como que la dominación adquiere mayor legitimidad. El socialismo no deja de encubrir ideológicamente las formas de dominación modernas pues su malla institucional, vale decir, la estructura estatal, no deja de separar dominantes de dominados, gobernantes de gobernados, haciendo padecer a los dominados y gobernados, en carne propia, el ejercicio pragmático del socialismo. La dominación socialista no ha hecho otra cosa que cambiar de élites. El poder sigue en manos de una casta o clase política, aunque, en este caso, sea la burocracia.
También se han dado otras formas de legitimación, como las dadas en la formación discursiva nacionalista. Aunque en este caso, sea más barroca la composición ideológica, de todas maneras, funcionan como dispositivos de legitimación de las dominaciones en curso. Las formas de dominación pueden ser contextuadas, de acuerdo a las particularidades regionales, nacionales o locales. La ecuación de legitimación y poder, cuya relación es, mas bien, inestable, funciona buscando legitimar el ejercicio del poder con la pretendida legitimación reclamada, que puede ser la convocatoria de la nación.
Lo mismo vamos a encontrar en la formación discursiva neoliberal, cuya legitimación se pretende con un lenguaje tecnicista del equilibrio y del ajuste estructural. Así como en la formación discursiva opuesta, la ideología neo-populista. En este caso, la legitimación no se reclama por la vía de un pretendido tecnicismo, sino en la convocatoria del mito, la convocatoria del caudillo, el mesías político, que viene a cumplir la promesa de salvación a los condenados de la tierra. En otras palabras, se arman procesos de legitimación de las dominaciones vigentes, que pueden adquirir distinta pronunciación ideológica, hasta encontrada y contrarias, que funcionan para encubrir la continuidad de las dominaciones y la pervivencia o cambio de élites.
De estos tópicos en los confines políticos ya hablamos antes, aunque tocando otros temas, que, sin embargo, suponen también el substrato de las dominaciones. Lo que nos interesa ahora es señalar algo que parece una regularidad histórica-política; la que tiene que ver con los perfiles políticos, incluso los perfiles de los políticos, distinguiendo un antes y un después de la asunción del poder. En una etapa o etapas anteriores al ejercicio de gobierno, los perfiles políticos se presentan con la animosidad de la entrega a los ideales; en cambio, después, durante el ejercicio de gobierno, estas veleidades, que pueden aparecer hasta en tonalidades románticas, están demás, estorban. Este perfil exaltado, vinculado a la promesa, se sustituye por un perfil pragmático, de funcionario obediente, esmerado por cumplir con su rol. Estos contrastes se hacen más evidentes en las formas de legitimación socialista, así como en las formas de legitimación populista. El contraste se hace patente cuando el perfil romántico del revolucionario o, en su caso, el perfil de intelectual científico de la revolución, se sustituyen por el perfil del funcionario sumiso y cómplice; es más, cuando estos funcionarios sin ideología, aunque pretendan tenerla, despliegan comportamientos crápulas. A nombre de la “revolución” o a nombre del “proceso de cambio” justifican las más deleznables prácticas políticas, los más perversos usos del monopolio de la violencia institucionalizada, los más recalcitrantes conservadurismos; lo peor, la recurrencia a las más descaradas transferencias de los recursos naturales al centro cambiante del sistema-mundo capitalista.
Este tipo de gente, al servicio del Estado, en manos del “gobierno progresista”, se desgarra las vestiduras por “principios”, que nadie sabe cuáles son, salvo si se confunden con exaltados discursos fofos, sin consecuencia, “antiimperialistas”. Acusan a los y las que no están de acuerdo con lo que ocurre, con las gestiones de gobierno, con las políticas que se efectúan, de “traidores”, “vende patrias”, agentes de la “conspiración”, sino los acusan directamente de “derechistas” y de vendidos al “imperialismo”. Llama la atención que el perfil de estos funcionarios del poder aparezca, con distintos matices, colores y tonalidades, en distintas formas de gubernamentalidad. Son los más celosos, son como los inquisidores que persiguen a los infieles, embrujados, encantadas, endemoniadas, en otras palabras, a lo que son para ellos las monstruosidades políticas. Son capaces de todo, con tal de servir fielmente. De inventarse interpretaciones antojadizas de la Constitución o de Convenios Internacionales, de dictar sentencias sin sustento constitucional, de inventarse leyes que desechan lo establecido por la Constitución, de criminalizar la protesta, de meter a la cárcel a los dirigentes sociales que contravengan, de justificar asesinatos de personas que protestan o se movilizan, en fin, de aprobar o avalar la entrega de los recursos naturales a las empresas trasnacionales extractivistas. Todo a nombre del “proceso de cambio”. Se invisten de jueces supremos, absolutos, más allá de la Constitución, más allá de la voluntad del pueblo.
¿Cómo funciona la máquina del chantaje, de la amenaza, de la extorsión, del terror? Para decirlo a la usanza del ensayo político, ¿cuál es la psicología que acompaña al comportamiento crápula? Estos tópicos también los hemos tocado en otros ensayos. Ahora queremos hacer hincapié en lo que tradicionalmente se denominó psicología, en este caso, psicología del funcionario más servil y más celoso, el que es capaz de todo por el “jefe”, por el partido, por el gobierno, por un “proceso de cambio”, al que le han dado término, antes de tiempo, lo han abortado, aunque no se den cuenta.
Psicología del comportamiento crápula
¿Habría que pensar en la psicología como el campo de las estrategias intersubjetivas? Es decir, como el campo intersubjetivo donde los sujetos en concurrencia intervienen e intentan mostrar tal o cual imagen de sí mismos. Esto parece más apropiado, que seguir concibiéndola como lo hacía la psicología general, como ciencia del comportamiento, para no entrar en otras definiciones conceptuales, en la medida que la psicología ha venido conformándose por las distintas corrientes psicológicas que han intervenido en las investigaciones y en las interpretaciones del sujeto. Puede ser cierto que, si bien los sujetos intentan transmitir una imagen a los otros sujetos del entorno, puede que no puedan controlar lo que transmiten con sus comportamientos y en la comunicación con los demás, entonces, también transfieren otras imágenes que son captadas por los otros sujetos. Es más, puede que los sujetos con los que entraba contacto, si bien captan, además de la imagen pretendida por el sujeto en cuestión, otras imágenes que se le escapan y no controla, sea, mas bien, el psicólogo, en el analisis del sujeto, el que pueda captar un conjunto de imágenes, además de las que se transmiten, otras que no son transmitidas, logrando develarlas en el análisis mismo. Entonces pueda construir una interpretación más integral de la estructura del sujeto en cuestión. Sin embargo, el problema que nos trae al tema es intentar proponer una hipótesis interpretativa de los sujetos políticos, sobre todo de los que se encuentran en función de gobierno y de sus entornos palaciegos. En adelante, apoyándonos en ensayos anteriores que tocaron el problema, vamos a proponer una interpretación que ayude no solo a comprender los comportamientos políticos, sino que nos ayuden en el rearmado del funcionamiento de la máquina política. El otro campo problemático que hemos abordado en otros ensayos.
Nada mejor para ayudarnos que recurrir a las tesis filosóficas que también abordamos antes; una de ellas es la relativa a la consciencia desdichada, tesis hegeliana; la otra es la tesis de la consciencia culpable, interpretación nietzscheana. Partiendo de estas premisas dijimos que los sujetos se encuentran desgarrados en sus propias contradicciones, que no puede resolver, salvo imaginariamente. Por otra parte, dijimos que la consciencia culpable, asociada al espíritu de venganza, es la fuente, por así decirlo, de la voluntad de nada, es decir de la efectuación del nihilismo, que marca los decursos de la historia, sobre todo de la historia moderna. Hay pues como una frustración constitutiva, mejor dicho, des-constitutiva, como substrato de la constitución de los sujetos sociales en la modernidad. Esta hipótesis interpretativa va a ser la base de la interpretación que proponemos.
La pregunta es: ¿Qué frustración perturba la hermenéutica del sujeto político? De manera más específica: ¿Por qué quiere ser representante del pueblo? Es más, ¿por qué se siente representante del pueblo, incluso vocero, como predestinado? ¿Se trata de algo tan inocente como por estar atraído e imbuido por las historias de héroes que le contaron cuando niño, héroes a quienes admira y a quienes quiere imitar o seguir como ejemplo? ¿O se trata de algo más pedestre, se presenta a sí mismo como héroe, aunque no haya hecho todavía nada para hacerlo, pues se siente incomprendido y, a la vez, predestinado? Lo primero cae en las inclinaciones que podemos llamar románticas, lo segundo cae en lo que llamaremos demanda exacerbada de reconocimiento.
Entonces, a partir de estas consideraciones, podemos empezar a clasificar los perfiles políticos, aunque lo hagamos todavía de manera muy sencilla y esquemática; empero, lo hacemos por razones de exposición ilustrativa, pues el asunto que queremos exponer primordialmente es otro: ¿Cómo funciona el poder y como engranan en este funcionamiento los sujetos adecuados al ejercicio del poder? Habría, en principio dos modelos de perfiles del sujeto político; primero, los que se inclinan por las motivaciones románticas; segundo, los que se inclinan por la demanda de reconocimiento, que se sienten víctimas por el desconocimiento de la gente de la valía que portan. Una anotación de partida puede ser pertinente: estos perfiles del sujeto político parecen, mas bien, contradictorios, opuestos, contrastados. Los primeros, estarían dispuestos al acto heroico, es decir, gratuito, sin pedir nada a cambio; en tanto que los segundos, piden, hasta exigen, ese reconocimiento, pues son los héroes o los portadores heroicos no reconocidos, ignorados y hasta despreciados. No importa aquí sí han efectuado o no algún acto heroico, lo que importa es que ya lo son, pues son los sujetos predestinados, los elegidos.
Diremos que cabria esperar dos ejes narrativos de dos interpretaciones alternativas. Uno, que configura el siguiente drama: los primeros inician la revuelta, empero, cuando la revuelta triunfa, son los segundos los que los sustituyen. Otro que configura, mas bien, algo más truculento: los segundos, al sentirse predestinados, pueden inclusive realizar actos heroicos, pues estarían cumpliendo con su destino. Entonces, se sienten reconocidos cuando llegan al poder. El ejercicio del poder es, para ellos, plenamente legítimo, pues el reconocimiento social les permite ejercer el beneficio de ese reconocimiento. Como se verá, entonces, los dos perfiles del sujeto político no son exactamente excluyentes ni contrapuestos, se pueden combinar, entrelazar, de las maneras más enrolladas.
No son estos los únicos perfiles que aparecen en el ejercicio político, hay otros, quizás menos sobresalientes, como, por ejemplo, aquellos que responden a la oportunidad dada. Sin inclinarse a la entrega romántica, tampoco sentirse predestinados, sino concebirse como hombres comunes, en el tráfago de la vida cotidiana, de repente se encuentran ante la oportunidad que les brinda la vida, entonces, consideran apropiado aprovechar esta oportunidad abierta, en la linealidad de sus aburridas vidas. Los más sobresalientes de este perfil se meten de lleno a la oportunidad abierta, se entregan con todo; si tienen que ser fieles a los que “representan”, en ese momento, la composición social, política y económica de la realidad, son los más leales y fieles, hasta llegar a grados indignos de sumisión.
En nuestra interpretación parece apropiado, contando con la experiencia política social, suponer aquí, contradicciones, hasta aversiones, entre este perfil y los que se inclinan al romanticismo, pues son incomprensibles para este tercer perfil del sujeto político. En cambio, los otros, los que se consideran predestinados, son más bien, comprensibles, pues están ratificados porque son los que manejan el sartén por el mango. Entonces, buscando una salida rápida, puede haber otras, más retorcidas, es comprensible una alianza entre el tercer perfil y el segundo, incluso en contra del primer perfil del sujeto político.
Ahora bien, volviendo al asunto, quiénes son los que se sienten con el “derecho” de recurrir a todos los medios habidos para cumplir con las finalidades del poder, quiénes se desgarran las vestiduras y se declaran los más consecuentes y señalan a quienes deben meter a la cárcel, por “vende patrias”, por “traidores”, por “conspiradores”, por monstruosos agentes del “imperialismo”. Quiénes, al final, son los verdugos de las “revoluciones” supuestas. Con el riesgo de equivocarnos, supondremos que en el primer perfil y el segundo no hay muchos, empero, en el tercer perfil abundan. Para ejecutar las tareas sucias se necesita de más gente. Entonces, de acuerdo a la estructura de nuestra interpretación, son estos, del tercer perfil, los que se desgarran las vestiduras, los que se declaran los más radicales “revolucionarios”, los que ejecutan las tareas más vergonzosas a nombre de la “revolución”.
Sin entrar en un cuarto perfil del sujeto político, o un quinto y, quizás, otros más, con estos tres perfiles podemos sugerir un modelo, aunque esquemático, del funcionamiento del poder. El ejercicio del poder es, para nosotros, la efectuación de las dominaciones polimorfas, heredadas y nuevas. Entonces, para ejercerlo se requiere de asociaciones, sobre todo de alianzas, complicidades y concomitancias. En nuestro esquema interpretativo la alianza se da entre el perfil de los predestinados y el perfil de los oportunistas o pragmáticos. Empero, esta alianza no es suficiente, por más fuerte que sea contra el perfil romántico, que sigue pretendiendo cumplir con la promesa y realizar la utopía. Se requiere de la participación, en un sentido u en otros, del pueblo, por lo menos de su mayoría.
Sabemos que el pueblo es un concepto y una figura abstracta, si se quiere, para simplificar, rousseauniana, que está compuesto por constelaciones de multitudes, en constante movimiento y dinámicas. Incluso, que el concepto de multitud no deja de pecar de abstracción, pues estamos ante bullentes singularidades que se asocian, se desasocian y se vuelven a re-asociar, componen y se combinan, de distintas maneras, en distintos planos de intensidad. Sin embargo, exponiendo de la manera acostumbrada, con todo el peso del lenguaje, el pueblo es la clave del ejercicio del poder. No son los que aparecen encumbrados y privilegiados por el ejercicio del poder, no son los que monopolizan, de una u otra manera los votos, tampoco los que disponen de las fuerzas congregadas del Estado, sino los que permiten que pase lo que ocurre. Cuando se rebela el pueblo, en un santiamén derriba los castillos de naipes del poder; empero, cuando, al final, acepta sus dominaciones, de una u otra manera, de un modo de justificación u otro, entonces, lo que se ha consolidado como dominación permanece.