Edgar Morin llama pensamiento complejo al pensamiento que asume la complejidad, que no busca reducir la complejidad para explicarla a partir de corpus teóricos operativos; sino, el pensamiento complejo piensa la complejidad desde la complejidad misma. Pero, ¿por qué llamarle pensamiento complejo? El pensamiento es de por sí complejo; es decir, el pensar comprende múltiples actividades concatenadas; el pensamiento supone la complejidad misma. Sabemos que se dice de este modo porque se contraste el pensamiento complejo con el pensamiento reductor de la episteme dual racionalista y empirista de la modernidad. No se trata, por cierto, de cuestionar el denominativo de pensamiento complejo, para rescatar al pensamiento de las reducciones sometidas por las teorías operativas y las teorías especulativas; no se trata de sugerir el denominativo que usamos, episteme compleja, correspondiente a los desplazamientos teóricos y prácticos de las ciencias y sus consecuencias filosóficas, haciendo emerger otro horizonte epistemológico, que comprende a lo que hemos llamado teorías de la complejidad. No se trata de esto, de ninguna manera, sino de abordar uno de los núcleos duros de este espacio-tiempo configurante que llamamos episteme compleja. Uno de estos núcleos duros es el aparato teórico-crítico-metodológico de la complejidad, elaborado por Edgar Morin. En adelante nos dedicaremos a interpretar el pensamiento complejo de este insigne filósofo y sociólogo francés de origen sefardí.
Pensamiento complejo
Raúl Prada Alcoreza
https://dinamicas-moleculares.webnode.es/pluriversidad-oikologias/
Edgar Morin llama pensamiento complejo al pensamiento que asume la complejidad, que no busca reducir la complejidad para explicarla a partir de corpus teóricos operativos; sino, el pensamiento complejo piensa la complejidad desde la complejidad misma. Pero, ¿por qué llamarle pensamiento complejo? El pensamiento es de por sí complejo; es decir, el pensar comprende múltiples actividades concatenadas; el pensamiento supone la complejidad misma. Sabemos que se dice de este modo porque se contraste el pensamiento complejo con el pensamiento reductor de la episteme dual racionalista y empirista de la modernidad. No se trata, por cierto, de cuestionar el denominativo de pensamiento complejo, para rescatar al pensamiento de las reducciones sometidas por las teorías operativas y las teorías especulativas; no se trata de sugerir el denominativo que usamos, episteme compleja, correspondiente a los desplazamientos teóricos y prácticos de las ciencias y sus consecuencias filosóficas, haciendo emerger otro horizonte epistemológico, que comprende a lo que hemos llamado teorías de la complejidad. No se trata de esto, de ninguna manera, sino de abordar uno de los núcleos duros de este espacio-tiempo configurante que llamamos episteme compleja. Uno de estos núcleos duros es el aparato teórico-crítico-metodológico de la complejidad, elaborado por Edgar Morin. En adelante nos dedicaremos a interpretar el pensamiento complejo de este insigne filósofo y sociólogo francés de origen sefardí.
En Introducción a pensamiento complejo Edgar Morin escribe:
La necesidad del pensamiento complejo no sabrá ser justificada en un prólogo. Tal necesidad no puede más que imponerse progresivamente a lo largo de un camino en el cual aparecerán, ante todo, los límites, las insuficiencias y las carencias del pensamiento simplificador, es decir, las condiciones en las cuales no podemos eludir el desafío de lo complejo. Será necesario, entonces, preguntarse si hay complejidades diferentes y si se puede ligar a esas complejidades en un complejo de complejidades. Será necesario, finalmente, ver si hay un modo de pensar, o un método, capaz de estar a la altura del desafío de la complejidad. No se trata de retomar la ambición del pensamiento simple de controlar y dominar lo real. Se trata de ejercitarse en un pensamiento capaz de tratar, de dialogar, de negociar, con lo real[1].
A la pregunta sobre el pensamiento complejo, también entones sobre la comprensión de la complejidad, Morin descarta apreciaciones prematuras:
Habrá que disipar dos ilusiones que alejan a los espíritus del problema del pensamiento complejo. La primera es creer que la complejidad conduce a la eliminación de la simplicidad. Por cierto que la complejidad aparece allí donde el pensamiento simplificador falla, pero integra en sí misma todo aquello que pone orden, claridad, distinción, precisión en el conocimiento. Mientras que el pensamiento simplificador desintegra la complejidad de lo real, el pensamiento complejo integra lo más posible los modos simplificadores de pensar, pero rechaza las consecuencias mutilantes, reduccionistas, unidimensionalizantes y finalmente cegadoras de una simplificación que se toma por reflejo de aquello que hubiere de real en la realidad.
La segunda ilusión es la de confundir complejidad con completud. Ciertamente, la ambición del pensamiento complejo es rendir cuenta de las articulaciones entre dominios disciplinarios quebrados por el pensamiento disgregador (uno de los principales aspectos del pensamiento simplificador); éste aísla lo que separa, y oculta todo lo que religa, interactúa, interfiere. En este sentido el pensamiento complejo aspira al conocimiento multidimensional. Pero sabe, desde el comienzo, que el conocimiento completo es imposible: uno de los axiomas de la complejidad es la imposibilidad, incluso teórica, de una omnisciencia. Hace suya la frase de Adorno «la totalidad es la no-verdad». Implica el reconocimiento de un principio de incompletud y de incertidumbre. Pero implica también, por principio, el reconocimiento de los lazos entre las entidades que nuestro pensamiento debe necesariamente distinguir, pero no aislar, entre sí. Pascal había planteado, correctamente, que todas las cosas son «causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y que todas (subsisten) por un lazo natural e insensible que liga a las más alejadas y a las más diferentes». Así es que el pensamiento complejo está animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento[2].
Volviendo a la pregunta sobre el pensamiento complejo y también sobre la complejidad, redundando en la pregunta, ¿se puede abordar la complejidad a partir de la articulación multidisciplinar? Otra pregunta: ¿Se trata de un acontecimiento más fuerte, de una manera de abordar distinta a la efectuada por la analítica de las ciencias, distinta, incluso, a reunión multidisciplinaria? Vamos a buscar las respuestas a estas preguntas en la exposición de Morin.
En el apartado La inteligencia ciega Edgar Morin escribe:
Hemos adquirido conocimientos sin precedentes sobre el mundo físico, biológico, psicológico, sociológico. La ciencia ha hecho reinar, cada vez más, a los métodos de verificación empírica y lógica. Mitos y tinieblas parecen ser rechazados a los bajos fondos del espíritu por las luces de la Razón. Y, sin embargo, el error, la ignorancia, la ceguera, progresan, por todas partes, al mismo tiempo que nuestros conocimientos. Nos es necesaria una toma de conciencia radical:
1) La causa profunda del error no está en el error de hecho (falsa percepción), ni en el error lógico (incoherencia), sino en el modo de organización de nuestro saber en sistemas de ideas (teorías, ideologías);
2) Hay una nueva ignorancia ligada al desarrollo mismo de la ciencia;
3) Hay una nueva ceguera ligada al uso degradado de la razón;
4) Las amenazas más graves que enfrenta la humanidad están ligadas al progreso ciego e incontrolado del conocimiento (armas termonucleares, manipulaciones de todo orden, desarreglos ecológicos, etc.)[3].
¿Es el desarrollo de las ciencias y las tecnologías, las que han iluminado los caminos recorridos, las mismas que, ahora, han ocasionado nuevas cegueras? Sobre todo el desarrollo o la forma de desarrollo y organización de estas ciencias y tecnologías han llevado a la humanidad a errores e incomprensiones alarmantes. A propósito, Morin escribe:
Todo conocimiento opera mediante la selección de datos significativos y rechazo de datos no significativos: separa (distingue o desarticula) y une (asocia, identifica); jerarquiza (lo principal, lo secundario) y centraliza (en función de un núcleo de nociones maestras). Estas operaciones, que utilizan la lógica, son de hecho comandadas por principios «supra-lógicos» de organización del pensamiento o paradigmas, principios ocultos que gobiernan nuestra visión de las cosas y del mundo sin que tengamos conciencia de ello[4].
¿Cuáles son estos principios supra-lógicos? ¿Articulaciones e integraciones dinámicas de la complejidad? Eso parece ser, considerando la exposición de Morin. En el apartado La patología del saber, la inteligencia ciega, Morin escribe:
Vivimos bajo el imperio de los principios de disyunción, reducción y abstracción, cuyo conjunto constituye lo que llamo el «paradigma de simplificación». Descartes formuló ese paradigma maestro de Occidente, desarticulando al sujeto pensante (ego cogitans) y a la cosa extensa (res extensa), es decir filosofía y ciencia, y postulando como principio de verdad a las ideas «claras y distintas», es decir, al pensamiento disyuntor mismo. Este paradigma, que controla la aventura del pensamiento occidental desde el siglo XVII, ha permitido, sin duda, los enormes progresos del conocimiento científico y de la reflexión filosófica; sus consecuencias nocivas ulteriores no se comienzan a revelar hasta el siglo xx[5].
Como se puede ver, el autor desprende la crítica al paradigma operativo de la simplificación, que busca reducir la complejidad, para lograr el entendimiento. Esta reducción se efectúa por diversos métodos, procedimientos y teorías.
Edgar Morin continúa la exposición:
Tal disyunción, enrareciendo las comunicaciones entre el conocimiento científico y la reflexión filosófica, habría finalmente de privar a la ciencia de toda posibilidad de conocerse, de reflexionar sobre sí misma, y aun de concebirse científicamente a sí misma. Más aún, el principio de disyunción ha aislado radicalmente entre sí a los tres grandes campos del conocimiento científico: la Física, la Biología, la ciencia del hombre. La única manera de remediar esta disyunción fue a través de otra simplificación: la reducción de lo complejo a lo simple (reducción de lo biológico a lo físico, de lo humano a lo biológico). Una híper-especialización habría aún de desgarrar y fragmentar el tejido complejo de las realidades, para hacer creer que el corte arbitrario operado sobre lo real era lo real mismo. Al mismo tiempo, el ideal del conocimiento científico clásico era descubrir, detrás de la complejidad aparente de los fenómenos, un Orden perfecto legislador de una máquina perfecta (el cosmos), hecha ella misma de micro-elementos (los átomos) diversamente reunidos en objetos y sistemas[6].
Si bien las ciencias logran, a través de sus especializaciones, conocimiento analítico, pierden de vista los conjuntos de interrelaciones que no logran ver. Las ciencias iluminan; pero, también enceguecen.
Un de las conclusiones que saca Morin es la siguiente:
Tal conocimiento fundaría su rigor y su operacionalidad, necesariamente, sobre la medida y el cálculo; pero la matematización y la formalización han desintegrado, más y más, a los seres y a los existentes por considerar realidades nada más que a las fórmulas y a las ecuaciones que gobiernan a las entidades cuantificadas. Finalmente, el pensamiento simplificante es incapaz de concebir la conjunción de lo uno y lo múltiple (unitas multiplex). O unifica abstractamente anulando la diversidad o, por el contrario, yuxtapone la diversidad sin concebir la unidad.[7]
Las ciencias extienden su analítica hacia la matematización de sus explicaciones. Se logra entonces conmensurar; por medio de la medida obtener indicadores que sustituyen a las relaciones efectivas.
En relación a lo anterior, otra conclusión que saca Morin es la siguiente:
Así es que llegamos a la inteligencia ciega. La inteligencia ciega destruye los conjuntos y las totalidades, aísla todos sus objetos de sus ambientes. No puede concebir el lazo inseparable entre el observador y la cosa observada. Las realidades clave son desintegradas. Pasan entre los hiatos que separan a las disciplinas. Las disciplinas, las ciencias humanas, no necesitan más de la noción de hombre. Y los ciegos pedantes concluyen que la existencia del hombre es sólo ilusoria. Mientras los medios producen la cretinización vulgar, la Universidad produce la cretinización de alto nivel. La metodología dominante produce oscurantismo porque no hay más asociación entre los elementos disjuntos del saber y, por lo tanto, tampoco posibilidad de engranarlos y de reflexionar sobre ellos[8].
El saber circunscrito de las ciencias termina ignorando la complejidad, que podemos considerarla como sinónimo de realidad.
Morin llega a la pregunta fundamental:
¿Qué es la complejidad? A primera vista la complejidad es un tejido (complexus: lo que está tejido en conjunto) de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo uno y lo múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es, efectivamente, el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico. Así es que la complejidad se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre… De allí la necesidad, para el conocimiento, de poner orden en los fenómenos rechazando el desorden, de descartar lo incierto, es decir, de seleccionar los elementos de orden y de certidumbre, de quitar ambigüedad, clarificar, distinguir, jerarquizar… Pero tales operaciones, necesarias para la inteligibilidad, corren el riesgo de producir ceguera si eliminan a los otros caracteres de lo complejo; y, efectivamente, como ya lo he indicado, nos han vuelto ciegos[9].
La complejidad se da como tejidos entrelazados de fenómenos plurales; se presenta de una manera abigarrada, por así decirlo. En perspectiva, Morin considera que en la actualidad se da un retorno de la la noción y el concepto de complejidad:
Pero la complejidad ha vuelto a las ciencias por la misma vía por la que se había ido. El desarrollo mismo de la ciencia física, que se ocupaba de revelar el Orden impecable del mundo, su determinismo absoluto y perfecto, su obediencia a una Ley única y su constitución de una materia simple primigenia (el átomo), se ha abierto finalmente a la complejidad de lo real. Se ha descubierto en el universo físico un principio hemorrágico de degradación y de desorden (segundo principio de la Termodinámica); luego, en el supuesto lugar de la simplicidad física y lógica, se ha descubierto la extrema complejidad microfísica; la partícula no es un ladrillo primario, sino una frontera sobre una complejidad tal vez inconcebible; el cosmos no es una máquina perfecta, sino un proceso en vías de desintegración y, al mismo tiempo, de organización. Finalmente, se hizo evidente que la vida no es una sustancia, sino un fenómeno de auto-eco-organización extraordinariamente complejo que produce la autonomía. Desde entonces es evidente que los fenómenos antropo-sociales no podrían obedecer a principios de inteligibilidad menos complejos que aquellos requeridos para los fenómenos naturales. Nos hizo falta afrontar la complejidad antropo-social en vez de disolverla u ocultarla. La dificultad del pensamiento complejo es que debe afrontar lo entramado (el juego infinito de ínter-retroacciones), la solidaridad de los fenómenos entre sí, la bruma, incertidumbre, la contradicción. Pero nosotros podemos elaborar algunos de los útiles conceptuales, algunos de los principios, para esa aventura, y podemos entrever el aspecto del nuevo paradigma de complejidad que debiera emerger[10].
No hay una sola complejidad, sino muchas, hay complejidades más complejas, una de ellas es la complejidad antropo-social. Haciendo el balance Morin escribe:
Ya he señalado, en tres volúmenes de El Método, algunos de los útiles conceptuales que podemos utilizar. Así es que, habría que sustituir al paradigma de disyunción/ /reducción/unidimensionalización por un paradigma de distinción/conjunción que permita distinguir sin desarticular, asociar sin identificar o reducir. Ese paradigma comportaría un principio dialógico y trans-lógico, que integraría la lógica clásica teniendo en cuenta sus límites de facto (problemas de contradicciones) y de jure (límites del formalismo). Llevaría en sí el principio de la unitas multiplex, que escapa a la unidad abstracta por lo alto (holismo) y por lo bajo (reduccionismo). Mi propósito aquí no es el de enumerar los «mandamientos» del pensamiento complejo que he tratado de desentrañar, sino el de sensibilizarse a las enormes carencias de nuestro pensamiento, y el de comprender que un pensamiento mutilante conduce, necesariamente, a acciones mutilantes. Mi propósito es tomar conciencia de la patología contemporánea del pensamiento. La antigua patología del pensamiento daba una vida independiente a los mitos y a los dioses que creaba. La patología moderna del espíritu está en la híper-simplificación que ciega a la complejidad de lo real. La patología de la idea está en el idealismo, en donde la idea oculta a la realidad que tiene por misión traducir, y se toma como única realidad. La enfermedad de la teoría está en el doctrinarismo y en el dogmatismo, que cierran a la teoría sobre ella misma y la petrifica. La patología de la razón es la racionalización, que encierra a lo real en un sistema de ideas coherente, pero parcial y unilateral, y que no sabe que una parte de lo real es irracionalizable, ni que la racionalidad tiene por misión dialogar con lo irracionalizable[11].
Morin avanza a desanudar los nudos de la complejidad a partir de la crítica a las patologías del pensamiento, patologías que encierran y enclaustran al pensamiento en sí mismo, quedando mutilado, incapaz de comprender la complejidad de la existencia paradójica.
El diseño y el designio complejos
Salir del paradigma de la simplificación es tanto abrirse a la complejidad como aprender de las singularidades de esa complejidad. Por eso Morin dice:
La ciencia del hombre no tiene fundamento alguno que enraíce al fenómeno humano en el universo natural, ni método apto para aprehender la extrema complejidad que lo distingue de todo otro fenómeno natural conocido. Su estructura explicativa es aún la de la física del siglo XIX, y su ideología implícita es siempre la del Cristianismo y el Humanismo occidentales: la sobre-naturalidad del Hombre. Que se entienda desde ahora mi camino: es un movimiento sobre dos frentes, aparentemente divergentes, antagonistas, pero inseparables ante mis ojos; se trata, ciertamente, de reintegrar al hombre entre los otros seres naturales para distinguirlo, pero no para reducirlo. Se trata, en consecuencia, de desarrollar al mismo tiempo una teoría, una lógica, una epistemología de la complejidad que pueda resultarle conveniente al conocimiento del hombre. Por lo tanto lo que se busca aquí es la unidad del hombre y, al mismo tiempo, la teoría de la más alta complejidad humana. Es un principio de raíces profundas cuyos desarrollos se ramifican cada vez más alto en el follaje. Yo me sitúo, entonces, bien por afuera de dos clanes antagonistas, uno que borra la diferencia reduciéndola a la unidad simple, otro que oculta la unidad porque no ve más que la diferencia: bien por afuera, pero tratando de integrar la verdad de uno y otro, es decir, de ir más allá de la alternativa[12].
En el paradigma de la simplificación son evidentes dos procedimientos antagónicos; uno, que borra la diferencia, otro, que sólo toma en cuenta la diferencia. No logran comprender la relación integral entre unidad y diferencia. Las ciencias retornan a la complejidad con las teorías de sistemas:
Aquél que penetra en ella, revela al menos tres facetas, tres direcciones contradictorias. Hay un sistemismo fecundo que lleva en sí un principio de complejidad; hay un sistemismo vago y plano, fundado sobre la repetición de algunas verdades asépticas primeras («holísticas») que nunca llegaran a ser operantes; está, finalmente, el system analysis, que es el equivalente sistémico del engineering cibernético, pero mucho menos fiable, y que transforma el sistemismo en su contrario, es decir, como el término analysis indica, en operaciones reduccionistas[13].
Sin embargo, no todas las teorías de sistemas tienen el mismo alcance, las que logran mayor alcance, aquellas que podemos llamarlas teorías de la complejidad, son denominadas teorías sistémicas fecundas; por debajo de éstas están las teorías que expresan una concepción vaga de complejidad; por último, están las teorías analíticas u operativas de sistemas, cuyo referente es, mas bien, la máquina. En este sentido, Morin escribe:
El sistemismo tiene, en principio, los mismos aspectos fecundos que la Cibernética (ésta, refiriéndose al concepto de máquina, conserva en la abstracción algo de su origen concreto y empírico). La virtud sistémica es:
a) haber puesto en el centro de la teoría, con la noción de sistema, no una unidad elemental discreta, sino una unidad compleja, un «todo» que no se reduce a la «suma» de sus partes constitutivas;
b) haber concebido la noción de sistema, no como una noción «real», ni como una noción puramente formal, sino como una noción ambigua o fantasma;
c) situarse en un nivel transdisciplinario que permite concebir, al mismo tiempo, tanto la unidad como la diferenciación de las ciencias, no solamente según la naturaleza material de su objeto, sino también según los tipos y las complejidades de los fenómenos de asociación/organización. En este último sentido, el campo de la Teoría de Sistemas es, no solamente más amplio que el de la Cibernética, sino de una amplitud que se extiende a todo lo cognoscible[14].
Las teorías de sistemas tienen la virtud de comprender los campos de estudio a partir de la perspectiva de sistema; por otra parte, el concepto de sistema no pretende ser real, sino es un concepto metodológico. La manera de armar el sistema es transdisciplinaria y multidisciplinaria.
El sistema abierto
Un avance importante de las teorías de sistemas es haber pasado de la idea de sistemas cerrados a la idea, más rica, de sistemas abiertos. Edgar Morin escribe:
La de sistema abierto es, originalmente, una noción termodinámica, cuyo carácter primario era el de permitir circunscribir, de manera negativa, el campo de aplicación del segundo principio, que requiere la noción de sistema cerrado, es decir, que no dispone de una fuente energética material exterior a sí mismo. Tal definición no hubiera ofrecido interés alguno si no fuera que se podía, a partir de allí, considerar a un cierto número de sistemas físicos (la llama de una vela, el remolino de un río alrededor del pilar de un puente) y, sobre todo, a los sistemas vivientes, como sistemas cuya existencia y estructura dependen de una alimentación exterior y, en el caso de los sistemas vivientes, no solamente material-energética, sino también organizacional-informacional. Esto significa:
a) que se constituyó un puente entre la Termodinámica y la ciencia de lo viviente;
b) que una idea nueva se ha desarrollado, que se opone a las nociones físicas de equilibrio/desequilibrio, y que está más allá de una y otra, conteniéndolas, en un sentido[15].
Al pasar a la concepción de sistemas abiertos, la misma teoría salía, también, de los esquematismos dualistas; ya no se podía oponer equilibrio a desequilibrio, orden a desorden. Se avanzó entonces a un pensamiento complejo. El pensamiento complejo es un pensamiento dinámico, que parte del desequilibro y comprende que la organización aparece como las actividades, las operaciones, que construyen el equilibrio. Por otra parte, al no ser el sistema cerrado, al estar expuesto a su apertura, el ambiente del sistema, lo que comúnmente se llama entorno, forma parte del sistema mismo, es intrínseco al sistema. Por eso Morin escribe:
Dos consecuencias capitales se desprenden, entonces, de la idea de sistema abierto: la primera es que las leyes de organización de lo viviente no son de equilibrio; sino de desequilibrio, retomado o compensado, de dinamismo estabilizado. Vamos a preparar el terreno para esas ideas. La segunda consecuencia, quizá más importante aún, es que la inteligibilidad del sistema debe encontrarse no solamente en el sistema mismo, sino también en su relación con el ambiente, y esa relación no es una simple dependencia, sino que es constitutiva del sistema[16].
El pensamiento complejo devela múltiples interacciones entre el sistema y su ambiente, interacciones materiales, interacciones energéticas, interacciones informativas, interacciones de interpretación, interacciones organizacionales. En este sentido, la complejidad aparece como aleatoria y determinada, a la vez.
Finalmente, siendo la relación fundamental entre los sistemas abiertos y el eco-sistema de orden material-energético y, a la vez, organizacional/informacional, se podría tratar de comprender el carácter al mismo tiempo determinado y aleatorio de la relación eco-sistémica[17].
Las teorías de sistemas dieron lugar a las teorías sistémicas de la información, que abordaron la comunicación de una manera compleja. En colaboración se acudió a la teoría de las probabilidades, la que encuentra regularidades en el azar, cuando se observan grandes números, quedando la aleatoriedad contingente en la escala restringida. Sin embargo, la información, la decodificación de la información, requiere para su comprensión sistémica de entender que se trata de programas portadores de información.
La información surgió con Hartley y, sobre todo, con Shannon y Weawer, en su aspecto, por una parte, comunicacional (se trataba de la transmisión de mensajes y se ha encontrado integrada en una Teoría de la Comunicación); por otra parte, en su aspecto estadístico (basado en la probabilidad o, más bien, la improbabilidad de aparición de tal o cual unidad elemental portadora de información, o binary digit, bit). Su primer campo de aplicación fue su campo de emergencia: la Telecomunicación. Pero muy rápidamente la transmisión de información tomó, con la Cibernética, un sentido organizacional: de hecho, un «programa» portador de información no hace más que comunicar un mensaje a un ordenador que computa cierto número de operaciones[18].
Podemos decir que las teorías sistémicas más complejas son las que comprenden los sistemas autopoiéticos. Cuando se estudiaron los fenómenos biológicos desde una perspectiva sistémica, se requirió avanzar a la comprensión de sistemas vivos, capaces de autocreación.
Más asombrosa aún fue la posibilidad de extrapolar muy heurísticamente la teoría al dominio biológico. Desde que se estableció que la autorreproducción de la célula (o del organismo) podía ser concebida a partir de una duplicación de un material genético o ADN, desde que se concibió que el ADN constituía una suerte de doble hélice cuyos escalones estaban formados por cuasi-signos químicos cuyo conjunto podía constituir un cuasi-mensaje hereditario, la reproducción podía entonces ser concebida como la copia de un mensaje, es decir, una emisión-recepción incorporable al cuadro de la Teoría de la Comunicación: uno podía asimilar cada uno de los elementos químicos a unidades discretas desprovistas de sentido (como los fonemas o las letras del alfabeto), combinándose en unidades complejas dotadas de sentido (como las palabras). Más aún, la mutación genética fue asimilada a un «ruido» perturbador de la emisión del mensaje, y provocador de un «error» (al menos con respecto al lenguaje originario) en la constitución del nuevo mensaje. El mismo esquema informacional podía ser aplicado al funcionamiento mismo de la célula, donde el ADN constituye una suerte de «programa» que orienta y gobierna las actividades metabólicas. De ese modo, la célula podía ser cibernetizada, y el elemento clave de esa explicación cibernética se encontraba en la información. Aquí también una teoría de origen comunicacional era aplicada a una realidad de tipo organizacional. Y, en esa aplicación, hacía falta considerar a la información organizacional, ya sea como memoria, ya sea como mensaje, ya sea como programa, o más bien como todo eso a la vez. Más aún: si la noción de información podía, por una parte, integrarse en la noción de organización biológica, podía, por otra parte, ligar de manera sorprendente a la Termodinámica, es decir a la Física, y a la Biología[19].
Los sistemas autopoiéticos suponen una alta complejidad; la vida manifiesta de las mayores complejidades, pues manifiesta actividades diferenciales múltiples, entrelazadas, dinámicas y simultáneas. La vida supone programa, capacidad de retener información, transferir información, transmitir información y decodificar información, que se da como si circulara un leguaje químico, por así decirlo. La vida retiene la información y la procesa como memoria sensible, responde, por medio de esta dinámica informativa, como organización, es decir, neguentropía.
En efecto, el segundo principio de la Termodinámica había sido formulado mediante una ecuación de probabilidad que expresaba la tendencia a la entropía, es decir, al crecimiento, en el seno del sistema, del desorden por sobre el orden, de lo desorganizado por sobre lo organizado. Al mismo tiempo, se había señalado que la ecuación shannoniana de la información (H=KlnP) era como el reflejo, el negativo, de la ecuación de la entropía (S=KlnP), en el sentido de que la entropía crece de manera inversa a la información. De allí la idea explicitada por Brillouin de que había una equivalencia entre la información y la entropía negativa o neguentropía. Es decir que la neguentropía no es nada más que el desarrollo de la organización, de la complejidad. Reencontramos aquí de nuevo el lazo entre organización e información, sumado a un fundamento teórico que permite aprehender el ligamen y la ruptura entre el orden físico y el orden viviente[20].
La vida es neguentropía, es decir organización; esta organización se da en el contexto de la entropía. La entropía es como el sustrato de donde emerge la neguentropía; es decir, la organización, la vida. En este sentido, la entropía es inherente, también, a la vida. La entropía no es opuesta a la neguentropía, como le pareciera al esquematismo dualista, sino que forman parte de la paradoja de la vida misma.
El organismo es también una máquina en el sentido en que ese término significa totalidad organizada, pero de un tipo diferente al de las máquinas artificiales, ya que la alternativa al reduccionismo no está en un principio vital, sino en una realidad organizacional viviente. Vemos aquí hasta qué punto estamos totalmente desfasados con respecto a las alternativas tradicionales: máquina/organismo, vitalismo/reduccionismo[21].
El referente de la teoría de sistemas ha dejado de ser la máquina, es ahora la célula, el organismo; aunque se puede considerar que se trata de una máquina viviente, por lo tanto capaz de auto-crearse. Con esto tampoco habría oposición, como en el esquematismo dualista, entre máquina y organismo, entre una perspectiva vitalista y una perspectiva analítica. Forman parte de la dinámica organizacional de la vida, así como de la dinámica de la interpretación compleja.
La auto-organización
Con el concepto de sistema autopoiético se ingresa propiamente al pensamiento complejo. Se conjunciona esta interpretación biológica con la teoría del caos y la ecología, llegando así a lo que llamamos teorías de la complejidad.
La organización viviente, es decir la auto-organización, está más allá de las posibilidades actuales de aprehensión de la Cibernética, la Teoría de Sistemas, la Teoría de la Información (por supuesto, del Estructuralismo…) y aun del concepto mismo de organización, tal como aparece en su desarrollo más avanzado, en Piaget, donde permanece ciego a su pequeño prefijo recursivo «auto» cuya importancia tanto fenoménica como epistemológica se nos revelará como capital[22].
A propósito de este desplazamiento desde la teoría sistémica autopoiética hacia las teorías de la complejidad, se pueden hacer algunas anotaciones:
1. Para empezar, Schrödinger puso de relieve desde 1945 la paradoja de la organización viviente, que no parece obedecer al segundo principio de la Termodinámica.
2. Von Neumann inscribió la paradoja en la diferencia entre la máquina viviente (auto-organizadora) y la máquina artefacto (simplemente organizada). En efecto, la máquina artefacto está constituida por elementos extremadamente fiables (un motor de coche, por ejemplo, está constituido por piezas verificadas, y hechas de la materia más duradera y más resistente posible en función del trabajo que deben realizar). De todos modos, la máquina, en su conjunto, es mucho menos fiable que cada uno de sus elementos tomados aisladamente. En efecto, basta una alteración en uno de sus constituyentes para que el conjunto se trabe, deje de funcionar, y no pueda repararse más que a través de una intervención exterior (el mecánico)[23].
Por el contrario, otro es el caso con la máquina viviente (auto-organizada). Sus componentes son muy poco confiables: son moléculas que se degradan muy rápidamente, y todos los órganos están, evidentemente, constituidos por esas moléculas; al mismo tiempo, vemos que en un organismo las moléculas, como las células, mueren y se renuevan, a tal punto que un organismo permanece idéntico a sí mismo aunque todos sus constituyentes se hayan renovado. Hay, por lo tanto, opuestamente al caso de la máquina artificial, gran confiabilidad del conjunto y débil confiabilidad de los constituyentes[24].
El pensamiento complejo, como dijimos, está más allá de los esquematismos dualistas, se trata de un pensamiento paradójico, que no separa de la paradoja su composición, no la convierte en una aporía. La paradoja es dinámica, integral y articulada en su dinamismo, tanto existencial como interpretativo.
Esto muestra no solamente la diferencia de naturaleza, de lógica, entre los sistemas auto-organizados y los otros, sino que muestra también que hay un lazo consustancial entre desorganización y organización compleja, porque el fenómeno de desorganización (entropía) prosigue su curso en lo viviente, más rápidamente aún que en la máquina artificial; pero, de manera inseparable, está el fenómeno de reorganización (neguentropía). Allí está el lazo fundamental entre entropía y neguentropía, que no tiene nada de oposición maniquea entre dos entidades contrarias; dicho de otro modo, el lazo entre vida y muerte es mucho más estrecho, profundo, que lo que hubiéramos alguna vez podido, metafísicamente, imaginar. La entropía, en un sentido, contribuye a la organización que tiende a arruinar y, como veremos, el orden auto-organizado no puede complejizarse más que a partir del desorden o, más aún, a partir del «ruido» (von Foerster), porque estamos en un orden informacional[25].
La paradoja, el dinamismo paradójico, es inherente a la vida. A propósito Edgar Morin escribe:
Ese es un fundamento de la auto-organización, y el carácter paradójico de esta proposición nos muestra que el orden de lo viviente no es simple, no depende de la lógica que aplicamos a todas las cosas mecánicas, sino que postula una lógica de la complejidad.
Una tercera anotación sobre este desplazamiento al pensamiento complejo es la siguiente:
3. La idea de auto-organización opera una gran mutación en el status ontológico del objeto, que va más allá de la ontología cibernética[26].
Las consecuencias son:
a) Ante todo, el objeto es fenoménicamente individual, lo que constituye una ruptura con los objetos estrictamente físicos dados en la naturaleza. La físico-química estudia, por una parte, las leyes generales que rigen a esos objetos y, por otra parte, sus unidades elementales, la molécula, el átomo, que están a partir de allí aislados de su contexto fenoménico (es decir, que hay disociación del ambiente, juzgado siempre como prescindible). Los objetos fenoménicos del universo estrictamente físico-químico no tienen un principio de organización interno. Por el contrario, para los objetos auto-organizadores, hay adecuación total entre la forma fenoménica y el principio de organización. Ese aspecto, también en este caso, disocia las perspectivas entre lo viviente y lo no viviente. Ciertamente, el objeto cibernético, tratándose de la máquina artificial, dispone de una organización ligada a su principio de organización; pero ese principio de organización es externo, es debido al hombre. Es aquí que la individualidad del sistema viviente se distingue de aquella de otros sistemas cibernéticos.
b) En efecto, está dotado de autonomía, autonomía ciertamente relativa, debemos recordarnos (sin cesar), pero autonomía organizacional, organísmica y existencial. La auto-organización es, efectivamente, una meta-organización con respecto a los órdenes de organización preexistentes, con respecto, evidentemente, a aquellos de las máquinas artificiales. Esa extraña relación, esta coincidencia entre lo meta y lo auto merece meditación. En este caso, somos llevados a inocular en el objeto, mucho más profundamente que lo que lo hacía la Cibernética, algunos de los privilegios que, hasta ahora, eran del sujeto, lo que nos permite, al mismo tiempo, entrever cómo la subjetividad humana puede encontrar sus fuentes, sus raíces, en el así llamado mundo «objetivo». Pero, al mismo tiempo que el sistema auto-organizador se desprende del ambiente y se distingue de él, y de allí su autonomía y su individualidad, se liga tanto más a ese ambiente al incrementar la apertura y el intercambio que acompañan a todo progreso de la complejidad: es auto-eco-organizador. Mientras que el sistema cerrado no tiene nada de individualidad, ni de intercambios con el exterior, y establece relaciones muy pobres con el ambiente, el sistema auto-eco-organizador tiene su individualidad misma ligada a relaciones muy ricas, aunque dependientes, con el ambiente. Si bien más autónomo, está menos aislado. Necesita alimentos, materia/energía, pero también información, orden (Schrödinger). El ambiente está, de pronto, dentro de él y, como veremos, juega un rol co-organizador. El sistema auto-eco-organizador no puede, entonces, bastarse a sí mismo, no puede ser totalmente lógico más que introduciendo, en sí mismo, al ambiente ajeno. No puede completarse, cerrarse, bastarse a sí mismo[27].
El acontecimiento, que es complejidad, multiplicidad de singularidades entrelazadas, comprende los ámbitos donde están insertas las singularidades y, a la vez, las multiplicidades donde bullen estas singularidades, sus asociaciones, sus composiciones, el juego paradójico del azar y la necesidad.
La complejidad
Llegamos a la definición de complejidad. Edgar Morin escribe:
La idea de complejidad estaba mucho más diseminada en el vocabulario común que en el científico. Llevaba siempre una connotación de advertencia al entendimiento, una puesta en guardia contra la clarificación, la simplificación, la reducción demasiado rápida. De hecho, la complejidad tenía también delimitado su terreno, pero sin la palabra misma, en la Filosofía: en un sentido, la dialéctica, y en el terreno lógico, la dialéctica hegeliana, eran su dominio, porque esa dialéctica introducía la contradicción y la transformación en el corazón de la identidad. En ciencia, sin embargo, la complejidad había surgido sin decir aún su nombre, en el siglo XX, en la micro-física y en la macro-física. La microfísica abría una relación compleja entre el observador y lo observado, pero también una noción más que compleja, sorprendente, de la partícula elemental que se presenta al observador ya sea como onda, ya como corpúsculo. Pero la microfísica era considerada como caso límite, como frontera… y se olvidaba que esa frontera conceptual concernía de hecho a todos los fenómenos materiales, incluidos los de nuestro propio cuerpo y los de nuestro propio cerebro. La macro-física, a su vez, hacía depender a la observación del lugar del observador y complejizaba las relaciones entre tiempo y espacio concebidas, hasta entonces, como esencias trascendentes e independientes.
Pero esas dos complejidades micro y macro-físicas eran rechazadas a la periferia de nuestro universo, si bien se ocupaban de fundamentos de nuestra physis y de caracteres intrínsecos de nuestro cosmos. Entre ambas, en el dominio físico, biológico, humano, la ciencia reducía la complejidad fenoménica a un orden simple y a unidades elementales. Esa simplificación, repitámoslo, había nutrido al impulso de la ciencia occidental desde el siglo XVII hasta fines del siglo XIX. En el siglo XIX y a comienzos del XX, la estadística permitió tratar la interacción, la interferencia. Se trató de refinar, de trabajar variancia y covariancia, pero siempre de un modo insuficiente, y siempre dentro de la misma óptica reduccionista que ignora la realidad del sistema abstracto de donde surgen los elementos a considerar. Es con Wiener y Ashby, los fundadores de la Cibernética, que la complejidad entra verdaderamente en escena en la ciencia. Es con von Neumann que, por primera vez, el carácter fundamental del concepto de complejidad aparece enlazado con los fenómenos de auto-organización. ¿Qué es la complejidad? A primera vista, es un fenómeno cuantitativo, una cantidad extrema de interacciones e interferencias entre un número muy grande de unidades. De hecho, todo sistema auto-organizador (viviente), hasta el más simple, combina un número muy grande de unidades, del orden del billón, ya sean moléculas en una célula, células en un organismo (más de diez billones de células en el cerebro humano, más de treinta billones en el organismo). Pero la complejidad no comprende solamente cantidades de unidades e interacciones que desafían nuestras posibilidades de cálculo; comprende también incertidumbres, indeterminaciones, fenómenos aleatorios. En un sentido, la complejidad siempre está relacionada con el azar. De este modo, la complejidad coincide con un aspecto de incertidumbre, ya sea en los límites de nuestro entendimiento, ya sea inscrita en los fenómenos. Pero la complejidad no se reduce a la incertidumbre, es la incertidumbre en el seno de los sistemas ricamente organizados. Tiene que ver con los sistemas semi-aleatorios cuyo orden es inseparable de los azares que incluyen. La complejidad está así ligada a una cierta mezcla de orden y de desorden, mezcla íntima, a diferencia del orden desorden estadístico, donde el orden (pobre y estático) reina a nivel de las grandes poblaciones, y el desorden (pobre, por pura indeterminación) reina a nivel de las unidades elementales. Cuando la Cibernética reconoció la complejidad fue para rodearla, para ponerla entre paréntesis, pero sin negarla: era el principio de la caja negra (black-box); se consideraban las entradas en el sistema (inputs) y las salidas (outputs), lo que permitía estudiar los resultados del funcionamiento de un sistema, la alimentación que necesitaba, relacionar inputs y outputs, sin entrar, sin embargo, en el misterio de la caja negra. Pero el problema teórico de la complejidad es el de la posibilidad de entrar en las cajas negras. Es el de considerar la complejidad organizacional y la complejidad lógica. En este caso, la dificultad no está solamente en la renovación de la concepción del objeto, sino que está en revertir las perspectivas epistemológicas del sujeto, es decir, el observador científico; lo propiamente científico era, hasta el presente, eliminar la imprecisión, la ambigüedad, la contradicción. Pero hace falta aceptar una cierta imprecisión y una imprecisión cierta, no solamente en los fenómenos, sino también en los conceptos, y uno de los grandes progresos de las matemáticas de hoy es el de considerar los fuzzy sets, los conjuntos imprecisos (cf. Abraham Moles, Les sciences de l’imprecis, Du Seuil, 1990). Una de las conquistas preliminares en el estudio del cerebro humano es la de comprender que una de sus superioridades sobre la computadora es la de poder trabajar con lo insuficiente y lo impreciso; hace falta, de ahora en más, aceptar una cierta ambigüedad y una ambigüedad cierta (en la relación sujeto/objeto, orden/desorden, auto/hetero-organización). Hay que reconocer fenómenos inexplicables, como la libertad o la creatividad, inexplicables fuera del cuadro complejo que permite su aparición. Von Neumann ha mostrado el acceso lógico a la complejidad. Trataremos de recorrerlo, pero no somos los dueños de las llaves del reino, y es allí donde nuestro viaje permanecerá inacabado. Vamos a entrever esa lógica, a partir de ciertas características exteriores, vamos a definir algunos de sus rasgos ignorados, pero no llegaremos a la elaboración de una nueva lógica, sin saber si ésta está fuera de nuestro alcance provisoriamente, o para siempre. Pero de lo que sí estamos persuadidos es que si bien nuestro aparato lógico-matemático actual se adapta a ciertos aspectos de la realidad fenoménica, no se adapta a los aspectos verdaderamente complejos. Esto significa que debe desarrollarse y superarse en dirección a la complejidad. Es allí donde, a pesar de su sentido profundo de la lógica de la organización biológica, Piaget se detiene a orillas del Rubicón, y no busca más que acomodar la organización viviente (reducida esencialmente a la regulación), a la formalización lógico-matemática ya constituida. Nuestra única ambición será la de pasar el Rubicón y aventurarnos en las nuevas tierras de la complejidad.
Trataremos de ir, no de lo simple a lo complejo, sino de la complejidad hacia aún más complejidad. Lo simple, repitámoslo, no es más que un momento, un aspecto entre muchas complejidades (microfísica, microfísica, biológica, psíquica, social). Trataremos de considerar las líneas, las tendencias de la complejización creciente, lo que nos permitirá, muy groseramente, determinar los modelos de baja complejidad, mediana complejidad, alta complejidad, en función de desarrollos de la auto-organización (autonomía, individualidad, riquezas de relación con el ambiente, aptitudes para el aprendizaje, inventiva, creatividad, etc.). Pero, finalmente, llegaremos a considerar, a partir del cerebro humano, los fenómenos verdaderamente sorprendentes de muy alta complejidad, y a proponer como noción nueva y capital para considerar el problema humano, a la hipercomplejidad[28].
¿Qué es la complejidad? Dijimos antes se presenta como abigarrado, usando esta configuración como metáfora, sobre todo por su condición barroca, saturada, mezclada y entrelazada. También hablamos de efecto collage, para describir la combinación de distintos planos de intensidad, no solo representativos. En los escritos mencionamos la perspectiva móvil, dinámica y simultánea de acontecimiento, comprendido como multiplicidad de singularidades entrelazadas. Quizás sea este, el de acontecimiento, el concepto más complejo en las teorías de la complejidad. Edgar Morin hace la arqueología del concepto de complejidad, desde su presencia cotidiana en el sentido común hasta las elaboraciones más apropiadas, pasando por la teoría de los grandes números, las probabilidades, que estudian y calculan la aleatoriedad. Llega a la idea de incertidumbre, que, de alguna manera, recuerda al concepto de indeterminación; aunque esta vez deviene de la física cuántica. De este modo, la complejidad aparece en lo que las ciencias consideraron fronteras, los universos microfísicas y los universos macrofísicos. Sin embargo, Edgar Morin considera, que para el pensamiento complejo la complejidad no es ajena, no es fronteriza, sino es inherente a la vida misma. Con lo que asistimos no sólo a una revolución epistemológica, que connota tanto ruptura y desplazamientos epistemológicos, sino transformación estructural del pensamiento mismo, que se integra a la complejidad existencial.
[1] Ver de Edgar Morin Introducción al pensamiento complejo. https://www.pensamientocomplejo.com.ar/docs/files/MorinEdgar_Introduccion-al-pensamiento-complejo_Parte1.pdf. Pág. 22.
[2] Ibídem: Págs. 22-23.
[3] Ibídem: Pág. 27.
[4] Ibídem: Pág. 28.
[5] Ibídem: Págs. 29-30.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem. Págs. 30-31.
[9] Ibídem. Pág. 32
[10] Ibídem. Págs. 31-32.
[11] Ibídem. Págs. 33-34.
[12] Ibídem. Pág. 39.
[13] Ibídem. Págs. 41-42.
[14] Ibídem. Pág. 42.
[15] Ibídem. Pág. 42.
[16] Ibídem. Pág. 44.
[17] Ibídem. Pág. 45.
[18] Ibídem. Págs. 47-48.
[19] Ibídem. Págs. 48-49.
[20] Ibídem. Págs. 48-49.
[21] Ibídem. Pág. 53.
[22] Ibídem. Pág. 53.
[23] Ibídem. Pág. 55.
[24] Ibídem. Pág. 55.
[25] Ibídem. Págs. 55-56.
[26] Ibídem. Pág. 56.
[27] Págs. 57-58.
[28] Ibídem. Págs. 58-62.
Leer más: https://dinamicas-moleculares.webnode.es/pluriversidad-oikologias/