“Todos los breakers pioneros de esta cultura venían de poblaciones. Vivíamos en bloques o en casas muy modestas, lo cual nos da el derecho a decir que el hip-hop es cultura popular; o, para que quede más claro, un movimiento que no nació entre quienes iban a la universidad o participaban en política, sino que de la juventud más indefensa culturalmente”.
“Algo está pasando”, la que es considerada la primera grabación profesional del rap en Chile, desafió a la dictadura de Pinochet.
Alejandro Jofré
La Tercera
14 SEP 2018
Algo está pasando: el rap chileno celebra tres décadas de su primer gran hito
El próximo 26 de octubre, el Teatro Caupolicán recibe a la familia del hip-hop chileno para festejar los treinta años del debut de De Kiruza. Ese disco seminal donde aparece “Algo está pasando”, considerada la primera grabación profesional del género en el país. Será un espectáculo masivo con presentaciones de la banda de Pedro Foncea, además de Tiro de Gracia, La Pozze Latina, Némesis + DMS, Movimiento Original y Jotadroh, entre otros.
A mediados de los 80, en medio del apagón cultural, los primeros destellos del hip-hop llegaron a Chile a través del televisor.
Así lo recuerda Lalo Meneses, el rapero líder de Panteras Negras, en sus memorias Reyes de la jungla (Ocho Libros): “Es paradójico que haya sido la televisión de Pinochet la que nos permitió saber lo que eran el breakdance, el rap, el graffiti, los dj”, escribe allí.
Desde películas como Breakin’ y Beat street, con bailarines acrobáticos de ropa ancha y deportiva, y los influyentes pasos de Michael Jackson al ritmo de “Billy Jean” —multiplicados por programas como Magnetoscopio musical y Sábado gigante—, un puñado de adolescentes comenzó a experimentar con las pulsiones nacidas en el Bronx y a reunirse en lugares como la calle Bombero Ossa en el centro de Santiago.
En ese pasaje estrecho, a pasos del Paseo Ahumada, los adolescentes de San Miguel, Maipú, La Florida, Pudahuel, Renca, Conchalí y Puente Alto se reunían para moverse en el piso y desafiar a la gravedad con una radiocasetera con mezclas de Public Enemy, LL Cool J y Run-D.M.C.
Panteras Negras
“Todos los breakers pioneros de esta cultura venían de poblaciones. Vivíamos en bloques o en casas muy modestas, lo cual nos da el derecho a decir que el hip-hop es cultura popular; o, para que quede más claro, un movimiento que no nació entre quienes iban a la universidad o participaban en política, sino que de la juventud más indefensa culturalmente”, aclara Meneses.
“Éramos cabros sin contactos, profesión ni estudios; y veíamos cine americano buscando algo con que identificarnos. Buscábamos algo mejor que la realidad de las poblaciones y el baile se volvió para nosotros un escape”, añade.
“Eran chicos muy informados de lo que sucedía con el hip-hop español, estadounidense y de otros países, pero además de sus inspiradores desde la política y literatura”, dice a Culto la investigadora musical Marisol García, editora del libro Panteras Negras: reyes de la jungla.
Luego sigue: “Los primeros raperos chilenos manejaban mucha cultura antes de Internet, y lo hacían en una dinámica autodidacta y generosa, realmente asombrosa”.
La destreza de los bailarines no tardó en llegar a oídos del noticiero clandestino Teleanálisis, que decidió seguir al grupo de “b-boys” hasta la población Huamachuco.
El registro -disponible en Youtube– se llama Estrellas en la esquina y muestra al líder de Panteras Negras, junto a un joven Jimmy Fernández antes de formar La Pozze Latina, caminando con gracia por Renca, imitando lo que veían en las películas, al ritmo de una canción que sellaría el espíritu de la época.
“Algo está pasando”, el tema de la banda De Kiruza, “es el primer hito o, mejor dicho, el primer grito porque aún escuchamos su eco”, asegura el crítico musical Andrés Panes.
Marisol García subraya la idea: “Veo el primer disco De Kiruza como un hito por muchas razones, sobre todo por la alta calidad de canciones que tuvieron factura y distribución independiente, pero también las competencias de breakdance en el paseo Bombero Ossa, en el centro, y el registro de Teleanálisis entre los raperos de la población Huamachuco, en 1988”.
“Algo está pasando”, la que es considerada la primera grabación profesional del rap en Chile, no solo desafió a la dictadura de Pinochet desde un video que mostraba a la banda de Pedro Foncea cantando en el descampado de una construcción en Nataniel Cox con Santa Isabel, con imágenes de Milton Friedman, el economista y padre intelectual de los Chicago Boys.
El tema también marca el debut de la banda formada entonces por los músicos José Luis Araya, también cantante y co-autor del tema, además del investigador musical y guitarrista Mario Rojas, el bajista Andrés Cortés y el tecladista Gustavo Schmidt.
“Hay unas mentes extraordinarias detrás de ese video: Rodrigo Maturana, el profe de Palomita blanca (la película de Raúl Ruiz), que en paz descanse. Era un genio que se enamoró de nuestra música. Rodrigo Moreno, el papá de la Camila. Y también está Ricardo Carrasco, un gran realizador, así como Duque, el papá del percusionista de Villa Cariño”, detalla Pedro Foncea.
Su lírica tampoco resultó indiferente e incluyó versos como: “Se te nota un bulto bajo la chaqueta/ no sigai fingiendo con la metralleta/ eres asesino de profesión/ pero dices proteger a la nación”; y una fotografía de Paz Errázuriz en su carátula.
El tema supuso una fuerte denuncia al régimen militar, y así describió su composición Pedro Foncea años más tarde, cuando fue escogido una de las 50 mejores canciones chilenas por la desaparecida edición chilena de Rolling Stone: “En el De Kiruza antiguo hacíamos un trabajo colectivo de taller y el tema salió así, trabajando en grupo durante toda una tarde. Yo estaba mucho más inmerso en el mundo del hip-hop, pero el Pepe (Araya, co-autor) le dio algo muy especial porque venía de la música afrocaribeña”.
En entrevista con Culto, Pedro Foncea cuenta que el tema viene de una mezcla de realidad con imaginación. “Lo que viviste, lo que imaginaste que viviste o lo que te gustaría vivir. Conversaciones mías y otras que escuché, todo se juntó en un lenguaje como de cómic, seguramente por la influencia de Trauko“, dice, sobre la legendaria y atrevida revista chilena de comics de la que Mario Rojas fue su redactor principal.
Luego sigue: “Es sobre dos amigos que se van distanciando, hasta que uno se convierte en sapo. La canción se pone más política al final, cuando decimos: ‘Yo no creo cuando dicen somos millones’, que era el lema de entonces de los pinochetistas”.
De Kiruza
Al igual que Panteras Negras, De Kiruza llegó al hip-hop a través de las películas.
“Fue tan fuerte lo que ocurrió con Beat street y Breakin’… llegaron como películas de cartelera y estuvieron harto tiempo, un poco parecido a lo que ocurrió en los 70 con Woodstock”, recuerda Foncea.
El líder de la banda dice que se sumergió en el rap gracias a un viaje a Estados Unidos. “Fui en 1984, con mi papá y mi mamá. Viajamos a Nueva York, Nueva Orleans y San Francisco, y me traje harta música de gente como Divine Sounds, Newcleus, un grupo donde tocaba Ice-T, y toda la banda sonora de Beat street”.
“Pero venía escuchando desde antes. A Chaka Khan, Prince y ‘Do I do’ de Stevie Wonder que tiene un rap al final. Aunque también cosas más arcaicas como La Cotorra. No hay ningún rapero latino que no haya escuchado La Cotorra o visto a (los bailarines) Pavón y Clemente en Sábado Gigante”, agrega.
“El rap es música africana”, define Foncea, “cristaliza en Estados Unidos con esta forma urbana de hacer rimas, pero es una forma tan antigua como el ser humano mismo. Para mí es un arte mayor”, añade el músico.
“El rap es, más que nada, un reflejo hiperbólico del capitalismo, como decía Simon Reynolds. Creo que esa lectura se acerca más a la realidad, aunque se queda corta: el rap existe en un espacio intermedio que no puede ser reducido a la teoría, como nada que venga de la calle”, opina el crítico musical Andrés Panes.
En su ensayo Ilustres raperos, David Foster Wallace escribe que el primer rap estadounidense tiene a la exclusión y a la discriminación como elementos primarios.
“Su motor es la rabia contenida de la sociedad negra y los guetos de las grandes ciudades operan como caldo de cultivo”, sintetiza el hombre de La broma infinita.
“Sobre el motor (entre los raperos chilenos), hay más de uno”, responde Andrés Panes. “El principal, parafraseando a Doble V, es no estar serenos ni tener razones para estarlo. Difícil estarlo en un país como Chile”, apunta.
“La pobreza”, señala Marisol García, “y no solo suya sino también la de sus familiares cercanos, y la triste situación de sus padres y madres trabajadores. Casi ningún músico en Chile puede jactarse de haber tenido grandes recursos en tiempos de dictadura, pero el hip-hop chileno estaba incluso al margen de lo que entonces se llamaba under o resistencia. Era pobreza dura, de la que no tenía por qué salir gestión creativa. Y, sin embargo…”
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A treinta años de ese hito, el próximo 26 de octubre el Teatro Caupolicán recibirá a la familia del hip-hop chileno para festejar el debut de De Kiruza, considerada la primera grabación profesional del género en el país.