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No estás muerto, estás vivo

Raúl Prada Alcoreza :: 18.09.18

Uno de los refranes populares conocido dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. No estoy de acuerdo, porque nadie merece padecer la agobiante dominación de ningún gobierno. Pero, también el pueblo sabe, por su experiencia, que la administración de justicia es extorsionadora; sin embargo, deja que siga administrando justicia. El pueblo sabe que los jueces cazan “culpables”, con esta caza se justifican, justifican sus puestos, sus sueldos, no importa si estos “culpables” son inocentes; lo que importa es que debe haber “culpables”. ¿Por qué aceptar lo que no se quiere? Que se siga culpabilizando a los hijos del pueblo, que los gobernantes, comprobadamente corruptos y compulsivos, enamorados de sí mismos, ventilando el deseo del objeto oscuro, el poder. ¿Qué clase de comportamiento es éste, tan parecido al masoquismo?
La convocatoria de la responsabilidad no es a los oídos institucionalizados de las personas, sino a la sensibilidad abierta de la potencia social. Es como decir: hay algo potente inhibido en ti, algo que ha sumergido, en los socavones, las inscripciones de los diagramas de poder; es esta potencia la que debes liberar, pues estas vivo; no eres la imagen que te ofrece la institucionalidad del poder, no eres el zombi que ha constituido en ti el Estado.

18.09.2018
No estás muerto, estás vivo
Raúl Prada Alcoreza

Uno de los refranes populares conocido dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. No estoy de acuerdo, porque nadie merece padecer la agobiante dominación de ningún gobierno. Pero, también el pueblo sabe, por su experiencia, que la administración de justicia es extorsionadora; sin embargo, deja que siga administrando justicia. El pueblo sabe que los jueces cazan “culpables”, con esta caza se justifican, justifican sus puestos, sus sueldos, no importa si estos “culpables” son inocentes; lo que importa es que debe haber “culpables”. ¿Por qué aceptar lo que no se quiere? Que se siga culpabilizando a los hijos del pueblo, que los gobernantes, comprobadamente corruptos y compulsivos, enamorados de sí mismos, ventilando el deseo del objeto oscuro, el poder. ¿Qué clase de comportamiento es éste, tan parecido al masoquismo?

Es difícil saberlo, habría que conocer a fondo, como se decía antiguamente, el alma humana. Sin embargo, no se justifica, de ninguna manera, el comportamiento pusilánime de automutilación. Se pueden sugerir explicaciones, como las que dio Wilhem Reich, como la referida a la hipótesis del deseo del amo, u otras interpretaciones, como que el poder ha constituido sujetos sumisos y obedientes. Empero, cualquiera sea la explicación o interpretación, no se justifica. Lo que queda claro, es que si se aceptan estas situaciones hay responsabilidad. Otorgar la potestad de hacerlo a jueces y gobernantes es responsabilidad del pueblo; mantener esta potestad, cuando se evidencias comportamientos crápulas de gobernantes y jueces, es responsabilidad del pueblo. Entonces se cae en la figura de complicidad por callar, por observar, aunque de manera asombrada, incluso indignada, pero, no se hace nada por parar este funcionamiento perverso de los gobiernos y de las administraciones de justicia.

Como dijimos varias veces antes, el secreto del poder no está en los que lo ostentan, sino en los que dejan hacer lo que les da la gana a los que ejercen el poder. Claro que el pueblo, concepto rousseauniano, no es un sujeto, sino una constelación de múltiples sujetos, en constante asociación, composición y combinaciones dinámicas; por lo tanto, es inadecuado hablar de responsabilidad de un referente conceptual como pueblo. Sin embargo, el referente múltiple y plural de pueblo está compuesto por multiplicidades de singularidades, que son, en el sentido psicológico, social y jurídico, sujetos. Entonces hablamos de la responsabilidad distribuida en las multitudes, que conforman el pueblo, sobre todo en cada una de sus singularidades.

La recurrencia a los discursos ideológicos puede ayudar a soslayar la responsabilidad; pero, lo hace de una manera imaginaria, como un adormecimiento, un autoconvencimiento, como que no se tiene nada que ver, porque se está al margen de lo que hacen los políticos y los jueces. Sin embargo, esto no es cierto, pues se elige a los gobernantes, después se los soporta, se deja que se elija a los jueces y después se los padece. El poder emerge no solo de la guerra inicial sino de un acuerdo social, por más impuesto que sea; no hay dominación si no se la acepta. Nadie está al margen de lo que ocurre, ningún pueblo escapa a la responsabilidad de lo que pasó, pasa y puede pasar.

No se trata solo de aceptar la denuncia, tampoco solo de indignarse, sino se trata de responder a la pregunta: ¿vas a dejar que siga ocurriendo lo que se denuncia y lo que te indigna? Otras preguntas: ¿No vas a decir basta? ¿No vas a hacer nada para que todo pare, se detenga? La responsabilidad es una relación ética para con el universo, el planeta, la sociedad, los seres, uno mismo. Nadie puede desentenderse de la relación ética, pues se trata del compromiso inicial al nacer. La responsabilidad suprema, por así decirlo, es con la vida.

El no responder a la responsabilidad es como estar muertos con anticipación. El dejar hacer, el dejar pasar es la patética evidencia del desenvolvimiento histórico del nihilismo, que configura y diseña las formas y maneras de la civilización moderna. La falta de responsabilidad, entonces, denota que la voluntad de nada ha tomado a los sujetos sociales, convirtiéndolos en consciencias desdichadas, en consciencias culpables, anegadas por el espíritu de resentimiento. En estas circunstancias no se puede esperar mucho de las múltiples singularidades aplastadas por el poder. Sin embargo, hay un más acá y un más allá de la predominancia del ejercicio del poder; el más acá tiene que ver con la potencia de la vida y la potencia social; el más allá tiene que ver con los campos de posibilidades y alternativas abiertas por el despliegue de la potencia.

La convocatoria de la responsabilidad no es a los oídos institucionalizados de las personas, sino a la sensibilidad abierta de la potencia social. Es como decir: hay algo potente inhibido en ti, algo que ha sumergido, en los socavones, las inscripciones de los diagramas de poder; es esta potencia la que debes liberar, pues estas vivo; no eres la imagen que te ofrece la institucionalidad del poder, no eres el zombi que ha constituido en ti el Estado.


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