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El derecho latinoamericano en la fase superior del colonialismo

Eugenio Raúl Zaffaroni :: 22.09.18

1. ¿Qué decimos cuando decimos derecho?
2. El colonialismo nos niega
3. Qué y quiénes somos?
4. ¿Cómo llegamos a ser lo que somos?
5. La actual fase superior del colonialismo.
6. La polarización en la fase superior del colonialismo.
7. La criminalidad del colonialismo en esta fase superior.
8. El genocidio por goteo en marcha: América Latina como campeona mundial de muerte.
9. La normalización del genocidio y la creación de la violencia.
10. Efectos en las políticas locales.
11. La desigualdad, la muerte prematura y la TV.
12. Las clases medias latinoamericanas y la muerte prematura.
13. El replanteo de los derechos humanos.
14. Hacia una teorización jurídica anticolonialista.
15. Aproximación latinoamericana a la realidad social.
16. Los puntos más sensibles de un saber jurídico anticolonialista.
17. Hacia una legislación deseable.
18, Algunos aspectos necesitados de legislación más próxima a los derechos humanos.
19. Hacia algunos puntos constitucionales deseables.
20. Alguna conclusión.

El derecho latinoamericano en la fase superior del colonialismo
Eugenio Raúl Zaffaroni

Resumen
El artículo trata de la nueva etapa del colonialismo, en su fase superior, caracterizada por el poder
predominante del capital financiero transnacional, sustentado por la tecnología de la comunicación. En
países realmente violentos, donde el aparato represivo mortífero va de la mano con la letalidad entre los
excluidos, los medios de comunicación monopolizados actúan para ocultar, minimizar y naturalizar el
genocidio, provocando la aceptación de leyes más represivas. En esta fase del colonialismo, donde el
genocidio viene ocurriendo a cuentagotas, América Latina se ve afectada por la letalidad violenta. Según
cifras de la ONU, de los 23 países del mundo que superan el índice anual de homicidios de 20 por cada
100.000 habitantes, 18 se sitúan en América Latina y el Caribe (y 5 en África). El derecho latinoamericano
debe reforzar su papel como instrumento de lucha contra el colonialismo y recobrar la confianza de la
sociedad, con una reconfiguración de los derechos humanos.

1.¿Qué decimos cuando decimos derecho?
La palabra derecho se emplea en diversos sentidos, que si bien están íntimamente
vinculadas, son por completo diferentes, pese a lo cual muchas veces se confunden.
Cuando alguien dice el derecho no prohíbe esto, se está refiriendo a la ley, que la
hacen los legisladores. En lugar, cuando dice el derecho no se preocupa por esto, en
general se refiere a los doctrinarios que construyen un saber jurídico en las academias y
universidades. Y cuando dice con el derecho no vamos a resolver esto, está hablando del
poder estatal que el derecho habilita, es decir, el que ejercen las agencias del estado en
forma coactiva. Por último, aunque no mencione la palabra derecho, también suele
decirse la justicia no se ocupa de esto, en cuyo caso se refiere a lo que hacen los jueces.
Debido a esta equivocidad se formulan mal las preguntas y, por ende, son peores
las respuestas: se pregunta con uno de los sentidos de la palabra derecho y se responde
con otro.
Por cierto que todos los sentidos se vinculan, porque se conectan íntimamente,
pero no por eso debemos confundirnos y pretender identificarlos, pese a lo innegable de
sus nexos: los doctrinarios interpretan las leyes de los legisladores, tratando de crear un
discurso más o menos coherente, con el objeto de que los jueces no sean contradictorios
y arbitrarios, y también para formar a los futuros operadores del aparato judicial en esa
coherencia. No siempre lo logran, pero al menos esa es la intención. Los políticos y los
juristas también critican las leyes y proyectan otras. El poder coactivo del estado es
ejercido por varias corporaciones (policiales, impositivas, sanitarias, laborales, etc.), cada
una de las cuales defiende sus ámbitos de poder. Los jueces, por su parte, tienden
también a corporativizarse.
En síntesis: cuando hablamos de derecho, estamos refiriéndonos a todo este
conjunto y a sus relaciones, por lo que trataremos, en casa caso, de precisar el sentido de
la expresión.
En otro orden, cabe advertir que aquí procuramos describir la situación actual de
este conjunto en la región, para señalar un deseable camino futuro y no para solazarnos
en las desgracias del presente, pero estamos lejos de pretender asumir el rol de augur,
que por lo general acaba en el ridículo. No sabemos bien qué sucederá en el futuro, sólo
nos limitaremos a señalar lo que nos parecen algunos caminos deseables para superar el
presente.
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2. El colonialismo nos niega
Intentamos ubicarnos en el actual momento jurídico latinoamericano y, por lo tanto,
sólo nos referimos a lo que sucede fuera de la región cuando es imprescindible, es decir,
cuando se nos impone por la obvia circunstancia de que no estamos solos en el mundo ni
mucho menos, dado que el colonialismo es un fenómeno de poder planetario que lleva
siglos de dinámica.
El peor error que podríamos cometer es quedarnos en visiones parciales de
nuestra realidad regional y, peor aún, encerrarnos en la realidad local cotidiana de cada
uno de nuestros países. La equivocada creencia de que nuestros problemas son sólo de
campanario (lo que podríamos llamar municipalización del poder), conspira contra la
urgente necesidad de un replanteo correcto, que sólo puede ser regional y en el contexto
mundial.
Pero no podemos ingresar al tratamiento del colonialismo en el marco
latinoamericano sin afrontar una cuestión previa que, de entrada, nos plantea el propio
colonialismo cuando, para impedir de raíz cualquier análisis de su accionar, opta por
negar directamente nuestra existencia, o sea, afirmando rotundamente que no existimos,
que no somos nada. Así, el colonialismo y algunos de sus acólitos locales suelen decir
que “Latinoamérica no existe, que no tenemos nada en común entre los latinoamericanos.
No es demasiado raro escuchar: ¿Qué tengo en común con un yucateco, con un aymara,
con una colonia de alemanes o con las colonias de judíos o de japoneses?”.
Este quizá sea el extremo más radical del colonialismo: negarnos, afirmar que no
somos, expulsarnos a la nada, no con el nicht de la negación verbal, sino con el Nichts de
la nada absoluta.
No se trata ni nos preocupa la cuestión terminológica: sabemos que la expresión
América Latina es criticada por algunos como racista (impuesta por el sueño imperial de
Napoleón III), porque no todos somos latinos, porque deja fuera a los negros, a los indios,
etc. Esta es una discusión abierta y, por nuestra parte, usamos la expresión sin desmedro
de que cada uno la cambie por la que considere más correcta. Lo que nos preocupa no es
la palabra, sino el objeto que denota: los colonialistas pretenden expeler a la nada el
objeto, cualquiera sea la denominación; no se trata de ponernos otros nombres, sino que
para ellos no existimos, con lo cual el nombre pierde todo sentido, dado que pretenden
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eliminar directamente al objeto nombrado que, por lo menos3
, somos todos los que
habitamos al sur del Río Bravo.
Para el colonialismo y sus referentes locales, no pasamos de ser un conjunto de
países nuevos con una multiplicidad de culturas que nunca pueden constituir una unidad
y, además, demasiado nuevos, en formación.
3. ¿Qué y quiénes somos?
Sin embargo, hace tiempo que los latinoamericanos nos estamos mirando entre
nosotros, favorecidos por la circunstancia de que la gran mayoría nos entendemos en
lenguas muy cercanas. Contra la negación colonialista nos hemos dado cuenta de que
hay algo que nos une y nos ha creado: el colonialismo. Nos estamos dando cuenta de que
América Latina es una realidad unitaria y perfectamente reconocible, como producto
complejo de casi todas las atrocidades cometidas por el colonialismo en el planeta.
Desde el siglo XV los europeos ocuparon policialmente nuestro continente con
parte de su población marginada4
, trayendo las infecciones que en pocos años mataron a
la mayoría de los habitantes originarios. A los sobrevivientes los redujeron a servidumbre.
A poco andar, para reemplazar a la población faltante, cometieron el atroz crimen de
desplazamiento masivo de africanos esclavizados. Cuando siglos más tarde se prohibió el
tráfico negrero, algunos asiáticos fueron también esclavizados por el Pacífico. En las
últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, se produjo un masivo desplazamiento de
población desde los países europeos atrasados en el proceso de acumulación originaria,
hacia el sur de nuestra región. Con posterioridad llegaron los perseguidos y hambrientos
de las dos Guerras Mundiales.
En resumen, nuestra América presenta una enorme riqueza pluricultural, que aún
hoy vive un proceso de interacción, que se sintetiza y sincretiza claramente en las
cosmovisiones de sus múltiples religiosidades y cultos populares, cuyo centro lo ocupan

3 La discusión también queda abierta sobre la posible inclusión de otros habitantes de América: el enorme
número de latinoamericanos en los Estados Unidos, Puerto Rico, el Canadá francés, el Caribe colonizado
por los ingleses, las tres Guayanas, etc. Conforme a lo que señalamos aquí, nos inclinamos a un concepto
más bien extensivo de América Latina.
4 No olvidemos que la colonización española trajo en su gran mayoría a los habitantes islámicos del sur,
recién incorporados con la reconquista. Portugal, dada su menor población, no dejó de traer a todos los
perseguidos europeos que se le ofrecían, entre ellos muchos judíos.
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siempre la Madre Tierra o las fuerzas de la Naturaleza (desde N. S. de Guadalupe,
Tonantzin, la Pacha Mama o la Difunta Correa, hasta las entidades del Atlántico)5
.
La clave de este proceso la proporciona con extrema sutileza la Filosofía de la
historia de Hegel, que parece ser el negativo más finamente elaborado de esta dinámica.
En efecto: Hegel describe el avance del espíritu –que más bien parece un espectro
desolador- por un camino del que va descartando culturas en su progreso, dejándolas a la
vera de su senda triádica con incalificable soberbia. Por cierto que todas ellas, o son
originarias, o bien vinieron luego a dar a nuestra región, alimentando nuestro actual
mosaico étnico de increíble colorido.
En efecto: para Hegel los indios eran inferiores sin historia6
, los negros eran
amorales7
, los árabes, mestizos y aculturados eran musulmanes fanáticos, decadentes y
sensuales8
, los judíos estaban sumergidos en el pensamiento del servicio riguroso9
, los
latinos nunca habían alcanzado el alto período germánico10 y los asiáticos apenas
estaban un poco más avanzados que los negros11
.
Los latinoamericanos no teníamos historia, sino sólo futuro, porque el Geist (su
espíritu) era el que nos había introducido en la historia. Por eso para Hegel –e incluso
para Marx, que en este aspecto le era tributario- era positivo que el Geist colonizase la
India o le robase territorio a los mexicanos.
Todo aquí era nuevo y, siguiendo al enciclopedista Buffon, creían que incluso lo
éramos geológicamente, por lo que teníamos muchos terremotos y no había animales
grandes, porque las montañas estaban equivocadas, corrían de norte a sur, y no
correctamente como en Europa, de este a oeste, con lo que cortaban los vientos y hacían
que todo se humedeciese y debilitase, incluso los seres humanos. Otros iluminados
racistas posteriores tradujeron esta humedad humana en la pretendida indiferencia
insensible del indio o en el infantilismo del negro, entre otras afirmaciones no menos
aberrantes.

5 Zaffaroni, E. R. (2011). La Pachamama y el humano, ilustrado por Rep, con prólogo de Osvaldo Bayer y
epílogo de Matías Bailone, Bs. As.: Ediciones Madres de Plaza de Mayo. Desde lo sociológico, las
cosmovisiones religiosas son síntesis culturales.
6 Hegel, G.W.F. (1980). Lecciones de filosofía de la historia universal, Madrid: Alianza, p. 169.
7
Idem, p. 177.
8
Idem, p. 596.
9
Idem, p. 354
10 Idem, p. 657.
11 Idem, p. 215.
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Por cierto que no suele citarse a Hegel cuando se hace referencia al racismo en
América Latina, porque el que cundió por la región no se nutrió de los argumentos
bastante refinados del filósofo alemán, sino de los torpes escritos de un ingeniero de
ferrocarriles británico –Herbert Spencer- que fue el grosero ideólogo del racismo
colonialista inglés. Spencer era de más fácil lectura y fue quien con su simplismo ramplón
cautivó de inmediato a la intelectualidad de nuestras elites, como el grupo porfirista
mexicano de los científicos o los positivistas de toda la región, que se consideraban
progresistas sólo porque hacían profesión de comecuras.
Cuando la generación mexicana de 1910 -la de la Revolución- puso a Hegel de
cabeza, en especial por obra de Vasconcelos, su imaginación exaltada lo llevó a imaginar
al hombre cósmico12
. No es necesario exaltarse hasta ese punto, pero basta invertir la
imagen de Hegel y reemplazar su ideal espíritu por el real colonialismo, para caer en la
cuenta de que “somos el resultado del dinamismo sincrético de expresiones culturales
marginadas por las sucesivas hegemonías planetarias”, lo que nos dota de una
interesante unidad, bien singular en el planeta.
Tampoco somos tan nuevos como los colonialistas pretenden. No lo somos como
estados, pues llevamos unos pocos años menos que el estado norteamericano e incluso
algunos más que estados europeos, como Alemania e Italia. Pero mucho menos lo somos
como culturas: no lo son nuestras culturas originarias y tampoco las de los expelidos por
el avance generoso y depredador del Geist hegeliano, que entrelaza nuestras raíces
culturales con las más antiguas y tradicionales de todo el planeta. Lo nuevo es,
justamente, “la creatividad del fenómeno de interacción cultural que protagonizamos”.
Si bien no hay un hombre cósmico en nuestra Patria Grande, hay un ser “humano
latinoamericano” que se va abriendo paso en la historia en permanente resistencia al
colonialismo (que le niega o retacea su dignidad de persona), en un territorio en que
muchos millones de seres humanos interactúan y sincretizan sus cosmovisiones, que son
expresión de todas las culturas sometidas y marginadas por el colonialismo en todo el
planeta.

12 Cfr. n. Vasconcelos, J. (1984). La raza cósmica, México: FCE; Vasconcelos, J. (s.d.). Indología, una
interpretación de la cultura ibero-americana, París: Agencia Mundial de Librería. Su idea se expresa aún en
el lema de la UNAM: Por mi raza hablará el espíritu. Se refiere claramente al espíritu o Geist hegeliano. Por
raza, vocablo que luego adquirió un sentido detestable, debe entenderse cultura. Vasconcelos luego perdió
seriamente el rumbo, aunque no por eso debe quitársele mérito a su labor pionera y literaria.
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No es poco lo que podemos aportar al mundo desde esta posición. El siglo XXI
amenaza con ser más depredador de la naturaleza que los anteriores, lo que es terrible,
teniendo en cuenta que en el siglo pasado la destrucción del habitat humano cobró una
dinámica de aceleración en proporción geométrica.
Esta pulsión tanática de una civilización gravemente neurótica, enferma, también
es expresión de un Geist en constante avance suicida, que desconoce nada menos que
los límites de la propia subsistencia de la especie en el planeta que, hasta el presente, es
nuestra única casa habitable.
Ninguna de las culturas que Hegel dejó al margen de su Geist muestra la misma
neurosis tanática, y todas ellas interaccionando pueden llegar a dar una respuesta
civilizatoria en la hora crucial de este siglo.

4. ¿Cómo llegamos a ser lo que somos?
La incorporación del humano latinoamericano a condiciones mínimamente dignas
de vida -a la ciudadanía real- nunca llegó a ser completa. Su ampliación siempre fue
dificultosa y en constante choque con el poder global del planeta. En este accidentado
avance se distinguen períodos, en especial entre el colonialismo originario (producto de la
revolución mercantil del siglo XV) y el neocolonialismo13 (producto de la revolución
industrial del siglo XVIII), aunque, como toda periodización, siempre puede ser arbitraria14
.
Por lo general, a la etapa actual suele llamársela globalización, como producto de
la revolución tecnológica de fines del siglo XX. Creemos que esta denominación encierra
una dualidad riesgosa.
En efecto; nadie puede negar la revolución tecnológica, especialmente en el ámbito
comunicacional y, por ende, la expresión globalización tiene un sentido perfectamente
válido como hecho, o sea, que vivimos un mundo muchísimo más comunicado,
globalizado. Pero esta revolución tecnológica también va acompañada o desata una
nueva forma de dominación hegemónica, o sea, que ha puesto en marcha una nueva
etapa de poder planetario, que no es otra cosa que una fase nueva del mismo

13 Sobre estas etapas, Ribeiro, Darcy (1987). O processo civilizatório, Estudos de antropologia da
civilização, Petrópolis: Vozes.
14 Se observa con razón que el proceso de planetarización del poder es continuo (así, Wallerstein,
Immanuel (1998). Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, México: FCE).
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colonialismo. Por tal razón creemos que es bueno llamar a las cosas por su nombre y, en
este último sentido, a la forma de dominación que estamos sufriendo preferimos
distinguirla del hecho tecnológico, identificándola como la “fase superior del mismo
colonialismo”.
Si perdemos de vista que se trata del mismo colonialismo en una fase más
avanzada, se nos escapa la visión de nuestra continuidad histórica. Sería demasiado
ingenuo creer que el colonialismo se agotó en la versión originaria de ocupación territorial
policial, a la que pusieron fin los ejércitos populares con nuestros próceres a la cabeza.
Nuestros próceres fueron verdaderos liberales, convencidos de las ideas
iluministas que venían del siglo XVIII europeo; creían sinceramente en ellas. Por su lucha
al frente de ejércitos populares no eran racistas ni mucho menos. Por eso, poco después
de la independencia, fueron eliminados: a Bolívar intentaron matarlo y lo hubiesen hecho
si la tuberculosis no se hubiera anticipado, Sucre y Monteagudo fueron asesinados,
Moreno sufrió un dudoso malestar que lo mató en alta mar bajo bandera inglesa, San
Martín se marchó prudentemente al exilio, Castelli murió marginado y estigmatizado,
Belgrano abandonado en la miseria. Estos hombres no convenían a la nueva potencia
hegemónica mundial, porque no eran útiles para la nueva etapa colonialista.
El colonialismo originario se agotó definitivamente con la desaparición del sistema
de producción esclavócrata, que no se adaptaba a los requerimientos de la nueva
hegemonía mundial británica, dado que ésta debía exportar su exceso de capital
originario a la periferia para seguir teniendo precios competitivos en el mercado mundial y,
por lo tanto, requería un nivel de complementación tecnológica más alto en ella.
El colonialismo originario resistió en el sur norteamericano, soñando incluso con
crear un estado satélite esclavista en México y América Central, intentado por los
filibusteros del siglo XIX15. La guerra de secesión norteamericana y la tardía Lei Áurea
brasileña –y quizá la guerra de Cuba- pusieron fin a sus últimas estribaciones y cerraron
definitivamente la etapa originaria.
La segunda fase fue el neocolonialismo, que comenzó controlando a nuestros
países por medio de las minorías terratenientes, aunque fue una etapa muy prolongada y
en la que es menester distinguir capítulos, que a veces se superponen parcialmente16
.

15 Cfr. RosenGarten Jr., Frederic (2002). William Walker y el ocaso del filibusterismo, Tegucigalpa:
Guaymuras.
16 El neocolonialismo tuvo una versión africana, en la que reprodujeron violentamente los métodos del
colonialismo originario. En el congreso de Berlín de 1885 –convocado por Bismarck- las potencias se
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Podemos ensayar una distinción, con el relativismo propio de toda periodización y
la advertencia de superposiciones, en tres momentos: el primero, desde el fin de las
guerras civiles y la consolidación de los estados hasta 1910 (las repúblicas oligárquicas);
el segundo, desde esa fecha hasta los años sesenta (confrontación de populismos y
antipopulismos); el último, desde entonces hasta los años ochenta (decadencia genocida
y seguridad nacional).
1) Las repúblicas oligárquicas que se establecieron cuando terminaron o amainaron
las sangrientas guerras civiles posteriores a la independencia, se dieron constituciones
liberales sobre la base del modelo norteamericano, que prácticamente era la única
constitución republicana que tenían a mano en ese momento.
Pero lejos de realizar el principio de soberanía popular17, en todos los países de la
región algunas familias monopolizaron la producción primaria y constituyeron unas elites
que imitaban a Europa en sus modas y costumbres, al margen del resto de la población,
que estaba casi toda sometida a condición servil.
Cabe observar que en la América española al menos, nunca tuvimos una
aristocracia, pues nuestras elites eran de enriquecimiento reciente -aunque a veces se
emparentaban con algún noble empobrecido europeo-, por lo que la imitación rayaba casi
en el ridículo. Así se montó el Porfiriato mexicano18, la oligarquía de la carne enfriada
argentina19, el Patriciado peruano20, la República Velha brasileña21, etc.
El discurso legitimante de estas oligarquías no abandonó al liberalismo, sino que lo
deformó en forma aberrante. En general adoptó la disparatada versión grosera de
Spencer, que en su embrollo evolucionista de reduccionismo biológico permitía

dividieron el África subsahariana para su ocupación territorial, incluyendo a potencias que no habían sido
colonialistas hasta ese momento, pero que en cuanto a crueldad y genocidios no le fueron en zaga a las
tradicionales. Leopoldo II de Bélgica sometió a esclavitud a los habitantes del Congo y se calcula que mató
a dos millones y medio de personas en su despiadada campaña de extracción de caucho. A principios del
siglo pasado, el imperio alemán extinguió a los hereros en Namibia.
17 Cabe aclarar que la soberanía popular era de hecho discutible incluso en Gran Bretaña y en los Estados
Unidos, donde durante mucho tiempo el acceso al derecho al voto fue bastante selectivo, sin contar con que
sólo correspondía a los hombres, o sea que, hasta bien entrado el siglo XX las mujeres no eran parte del
Pueblo soberano.
18 Cfr. Valadés, José C. (1987). El Porfirismo, Historia de un régimen, México: UNAM.
19 Cfr, presentación a Zaffaroni, Eugenio Raúl; Arnedo, Miguel Alfredo (1996). Digesto de Codificación Penal
Argentina, Bs. As.: A-Z, t. I.
20 Cfr. Dalurzo, Oscar (1943) Nace el patriciado, Bs. As.: Lautaro.
21 V. Crippa, Adolfo (Coord.) (1979). As idéias políticas no Brasil, São Paulo: Convívio, v. I, p. 233 y v. II, p.
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degenerarlo con el racismo22. Por otra parte, el spencerianismo legitimaba precisamente
la tutela de estas minorías, porque postergaba la efectiva realización del liberalismo para
el momento futuro en que el pueblo estuviese educado bajo la tutoría de la oligarquía
local, encargada de la piadosa tarea de mejorar biológicamente a una población
racialmente inferior23
.
Cabe observar que el racismo de estas oligarquías fue muy particular, porque no se
limitó a los pueblos originarios y a los africanos, sino que comenzaron a temer mucho más
a los mestizos, porque eran mucho más rebeldes que los puros24. Rápidamente les vino
en auxilio la tesis de la psiquiatría racista francesa, según la cual el cruce de filos
genéticos lejanos produce degenerados morales, tanto en el caso del cruce de ibérico con
indio como con negro25
.
En el cono sur latinoamericano hubo también una nueva ola de racismo, esta vez
contra los gringos degenerados (la inmigración europea anarquista, socialista, sindicalista,
judía), contra la cual surgieron movimientos de extrema derecha de inspiración francesa
antidreyfusiana, xenófoba y antisemita, que convergieron en el apoyo al golpe argentino
de 1930.
2) La reacción contra estas caricaturas republicanas comenzó con la guerra civil
más sangrienta del siglo pasado (la Revolución Mexicana)26 y se caracterizó por
movimientos populistas27
. Tales fueron el cardenismo mexicano, el Aprismo peruano, el
velasquismo ecuatoriano, el varguismo brasileño, el yrigoyenismo y el peronismo
argentinos, etc28
.

22 Es clásico el libro de Zea, Leopoldo (1984). El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia,
México: FCE.
23 En esta línea hubo muchos en América Latina: René Moreno, Julio C. Salas, Miguel Jiménez López,
Alcides Arguedas, Francisco Bulnes, etc. En la Argentina, muy significativo: Bunge, Carlos Octavio (1903).
Nuestra América. Ensayo de psicología social, Bs. As: La cultura argentina.
24 Esto ya lo había observado Hegel al sostener que fue un error de los ibéricos, que los ingleses –más
inteligentes- no cometieron en la India. Según esto, Gandhi no hubiera debido existir.
25 Es la famosa teoría de la degeneración de Morel, seguida por Bunge en la Argentina, por Nina Rodrigues
en Brasil, etc. Recordemos que Domingo F. Sarmiento (1953) opinaba que proveníamos de un cruce de
razas poco apto para la democracia (“Conflictos y armonías de las razas en América”. In Obras Completas,
Bs. As., tomos 37º y 38º).
26 Sotelo Inclán, Jesús (1970). Raíz y razón de Zapata, México: FCE; Knight, Alan (1996). La Revolución
Mexicana, México Grijalbo; Silva Herzog, Jesús (1995). Breve historia de la Revolución Mexicana, México:
FCE.
27 La expresión ha cobrado un sentido peyorativo, cuando en realidad representa un fenómeno político
regional, cuyo balance final en términos de redistribución de renta es innegable (sobre esto, n. presentación
de Constitución de la Nación Argentina 1949 (2010), Buenos Aires: Archivo Nacional de la Memoria, Buenos
Aires).
28 En general fueron antirracistas, por lo que buena parte de sus seguidores fueron los mestizos marginados
por las repúblicas oligárquicas.
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Fueron movimientos personalistas, fuera de los moldes de los partidos políticos
europeos, que desde la perspectiva de éstos mostraban contradicciones ideológicas.
Algunos fueron autoritarios y cayeron en ciertos abusos, pero sería largo analizarlos,
porque en cada país asumieron modalidades propias.
Estos populismos del siglo XX no podían apelar al discurso político liberal, porque
era el asumido por las oligarquías para legitimarse, bastardeado con el spencerianismo y
arrastrado por el fango de sus intereses sectoriales y casi feudales29. En el período
mundial convulsionado de mediados del siglo pasado, que no ofrecía muchos modelos, no
llama la atención que se proveyesen de algunos elementos discursivos y estéticos del
autoritarismo europeo de entreguerras, ofreciendo un flanco de ataque que generó
muchísimas confusiones y apresurados etiquetamientos de mala fe, no sólo en los países
centrales30, sino también entre nuestros sectores medios apenas incorporados a la
ciudadanía y con pretensiones de “minorías iluminadas con las luces del centro”.
Cabe advertir que sólo se trató de elementos discursivos y estéticos, porque nunca
hubo ni podía haber un mito imperial en estos populismos que, como se sabe, es el
elemento esencial del totalitarismo europeo. Además, su objetivo nunca fue –como en
Europa- una alianza con los sectores privilegiados para contener el avance de la
ciudadanía real, sino una confrontación abierta con éstos, o sea, de signo diametralmente
opuesto al europeo31
.
3) La intervención norteamericana en Guatemala en 1954, el forzado suicidio de
Vargas en el mismo año y la violenta destitución de Perón en la Argentina en 1955, el
viraje de Paz Estensoro en Bolivia, el cambio de discurso del APRA en Perú, el fin de la
era de los generales en el PRI mexicano y los derrocamientos de Velasco Ibarra en
Ecuador32, señalaron el comienzo de un gran embate neocolonialista contra las pulsiones
redistributivas de los populismos regionales, por lo general desprestigiados por la

29 Sobre esto, n. trabajo Zaffaroni, Eugenio Raúl (2012a). “Descolonización y poder punitivo”. In Contextos,
Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, n. 3, p. 41-58.
30 En Europa hoy se denominan populismos a los renacimientos de ultraderechas xenófobas y racistas que
avanzan peligrosamente en encuestas y elecciones, cuando los populismos latinoamericanos, justamente,
fueron los que permitieron la incorporación de nuestros discriminados raciales, por lo que las elites los
tildaron siempre de demagogos.
31 Cfr. Hobsbawm, Eric (2012). Historia del Siglo XX, Bs. As.: Crítica, p. 121.
32 Cfr. Piñeiro Iñíguez, Carlos (2013) “Hernández Arregui”, Bs. As.: Editorial Continente, p. 44.
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propaganda mediática33 y por el coro de minorías iluminadas (o deslumbradas por las
luces del centro).
Los esfuerzos del neocolonialismo por contener y desbaratar la extensión de la
ciudadanía real en la región, es decir, por revertir las tendencias redistributivas, no
ahorraron fraudes, maniobras ni violencias, infinitamente peores que cualquier eventual
abuso que hubiesen cometido los populismos.
En pocas décadas acabaron por ocupar militarmente varios países de la región con
nuestras propias Fuerzas Armadas y desataron la “guerra centroamericana, agitando el
fantasma cubano y enarbolando la llamada doctrina de la seguridad nacional”. Esta
doctrina provenía del colonialismo francés en Argelia e Indochina. Alucinaba una guerra
entre oriente y occidente, retomaba la teoría del partisano de Carl Schmitt, que introducía
el pseudoconcepto de guerra sucia, a la que no son aplicables ni las leyes penales ni el
derecho internacional humanitario, o sea, que queda fuera del derecho, es decir que, en
definitiva, a quienes se opusiesen o fuesen algo molestos a la auto-ocupación territorial de
las fuerzas armadas, se les podía neutralizar a costa de cualquier mal, incluyendo tortura,
muerte y desaparición forzada34
.
Esta curiosa y simplista doctrina fue importada a la Argentina directamente desde
la Francia colonialista de los años cincuenta, pero luego se difundió por América Latina -
en una versión aún más simplificada-, desde la Escuela de las Américas en Panamá,
donde se pervirtió la mente de los cuadros superiores con la alucinación de la cruzada
para salvar al occidente cristiano: la llamada guerra fría de la posguerra se alucinó como
guerra caliente.
5. La actual fase superior del colonialismo.

33 En casi todos los casos, los medios masivos de comunicación se concentraron en monopolios u
oligopolios y lanzaron campañas de desprestigio, en general centradas en la corrupción, para lo cual se
inventaron casos que terminaron en nada o se magnificaron casos puntuales. En el caso de Getúlio Vargas,
fue precipitado al suicidio por un periodista de dudosa ética. La corrupción estructural en la región no fue la
de los populismos, sino la de los festivales de privatización, en particular de los años ochenta y noventa del
siglo pasado.
34 Cfr. Feierstein, Daniel (2007). El genocidio como práctica social, Buenos Aires: FCE; Robin, MarieMonique
(2005). Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, Buenos Aires: Sudamericana; Saravia,
Mariano (2011). Genocidios argentinos, Córdoba: Editorial Raíz de dos.
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Los brutales genocidios cometidos en el Cono Sur y la guerra centroamericana
fueron el coletazo final del neocolonialismo, coincidente con el momento económico
mundial en que acabó el ciclo expansivo de posguerra. A partir de entonces el norte
impuso un nuevo momento de colonialismo, que es su actual fase superior, con
predominio del poder financiero transnacional, valido del actual desarrollo formidable de la
tecnología de comunicación.
En los años setenta del siglo pasado se cerró el ciclo expansivo de las décadas de
posguerra (los gloriosos treinta años), con el aumento sideral del precio del petróleo,
abriéndose la actual fase superior del colonialismo, caracterizada por la hegemonía de las
corporaciones sobre la política.
El norte archivó tanto el keynesianismo en economía como sus correlativos
modelos de estado social o Welfare State del New Deal norteamericano de Roosevelt y
de la socialdemocracia europea, para abrazar el discurso de los nuevos gurúes de la
teocracia de mercado: Friedrich von Hayek, Milton Friedman y su larga lista de
repetidores, adoradores del ídolo omnipotente de la mano invisible.
Debido a la enorme abundancia de dólares que se imprimieron en los años setenta
del siglo pasado para pagar los precios siderales del petróleo, se forzó al sur a contraer
deudas astronómicas, que lo condenaban al eterno pago de intereses y a quedar en
manos de organismos internacionales controlados por los países colonizadores.
Desde los años ochenta comenzaron a sentirse en la región los efectos de esta
fase colonialista. La contención de las pulsiones redistributivas se atavió ideológicamente
con la recepción de la teocracia de mercado privatizadora, impulsada por la propaganda
de los medios de comunicación oligopólicos y acogida por políticos locales –incluso
algunos de vieja proveniencia populista35
-, lo que provocó descapitalización estatal,
regresión en la redistribución de la renta, consiguiente concentración de riqueza,
desempleo, endeudamiento público, negociados, corrupción estructural de volumen nunca
antes sospechado y, finalmente, colapsos críticos sumamente peligrosos para la
estabilidad institucional.
En el plano discursivo continuó la confusión ideológica, puesto que los teólogos del
mercado -siguiendo la vieja tradición oligárquica de arrastrar por el estiércol el nombre del
liberalismo, se autodenominan liberales o neoliberales.

35 Así, Carlos Menem en la Argentina, Carlos Salinas de Gortari en México y Fernando Henrique Cardoso
en Brasil.
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Más aún: en el máximo de la hipocresía, sus gurúes pretenden que no puede haber
liberalismo político sin idolatrar al mercado, es decir, a las corporaciones trasnacionales
que hoy amenazan al poder político, tanto en nuestra región como en Europa y en los
propios Estados Unidos. Afirmaba von Hayek que todo intervencionismo y planificación es
un camino a la servidumbre36, mentira que queda rotundamente al descubierto con la
íntima relación -incluso personal- del llamado liberalismo económico con la dictadura
chilena37
.
La difusión del neoliberalismo (con perdón del liberalismo) fue favorecida por el
simplismo ideológico del neocolonialismo de posguerra (guerra fría). La progresiva
desilusión respecto del socialismo real, la posterior caída del muro de Berlín, la
decoloración de las socialdemocracias e izquierdas europeas, provocaron una sensación
de caos inexplicable, dejando un vacío que fue bien aprovechado por las derechas de los
idólatras del mercado y del capital financiero.
En su máxima exaltación, los ideólogos del capitalismo financiero aprovecharon a
Hegel y dieron vuelta a Marx, vendiendo la idea del fin de la historia con la muerte de las
ideologías. Para estos alegres triunfadores, la historia había llegado a su fin, estábamos
en el paraíso del capitalismo de mercado, la política sólo debía tener por objeto discutir la
mejor manera de garantizar la más absoluta libertad para el ídolo omnipotente, no se
necesitaban más ideas, sino sólo el culto a una realidad que funcionaba por sí misma,
regida por la mano pretendidamente invisible del ídolo.
Lo cierto fue que esta idolatría no logró ocultar por mucho tiempo los negociados y
estafas siderales que el capitalismo financiero y las corporaciones cometieron en el propio
centro hegemónico y, menos aún, las crisis que el fundamentalismo de mercado generó
en la región y que dieron lugar a que desde comienzos de este siglo surgieran varios
gobiernos sudamericanos que procuran cambiar el rumbo y que, en un marco ideológico
más coherente, remozaron en parte a los viejos populismos, ensayando una nueva
reducción de la desigualdad social.
Sin embargo, en México y Centroamérica se impuso una alianza de supuesto libre
comercio con Estados Unidos y Canadá, que deja a esos países ligados a los avatares de
la economía norteamericana. De alguna manera esta alianza reconstruye

36 Hayek, Friedrich (1944). El camino de servidumbre, Madrid: CATO Institute.
37 Klein, Naomi (2008). La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Bs As: Paidós.
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geográficamente el sueño de los filibusteros esclavistas del siglo XIX y configura la
resistencia a las nuevas pulsiones redistributivas del sur.
Cabe aclarar que en esta alianza la libertad es de mercancías, pero no las
personas ni de mano de obra, lo que da lugar a la desgraciada violencia del tráfico de
personas en la región, donde miles de centroamericanos, impulsados por la miseria y el
hambre, tratan de atravesar México para llegar a los Estados Unidos, siendo objeto de
toda clase de maldades y asesinatos por parte de los grupos de traficantes que dominan
territorio en el debilitado estado mexicano, en tanto que otros perecen perdidos en el
desierto.
6. La polarización en la fase superior del colonialismo.
En esta fase superior del colonialismo no se ocupan territorios policialmente, como
en el colonialismo originario, derrotado por los libertadores; tampoco se acude a
oligarquías vernáculas que mantengan a la población en servidumbre, como las que los
pueblos desplazaron hace un siglo; ni siquiera se psicotiza a las fuerzas armadas para
que ocupen los territorios por cuya soberanía debían velar, porque ya no son confiables y
provocan resistencia popular.
El colonialismo siempre es producto de un esquema hegemónico mundial, que opera
tanto en el centro del poder colonizador como en la periferia colonizada. En la etapa
originaria reforzó en el centro la verticalidad corporativa de la sociedad ibérica hasta el
punto de sacralizarla e impedirle su adaptación a la industrialización. En el
neocolonialismo provocó una concentración urbana en las metrópolis que, al no poder
incorporar a toda la población al sistema productivo por insuficiencia del capital originario
(o por imposibilidad de su reinversión en el marcado interno) generó las llamadas clases
peligrosas 38
.
En los centros hegemónicos hoy las corporaciones ponen sitio o se apoderan y
controlan al poder político sin ninguna necesidad de vencer a un ejército ni pasar una
línea Maginot, porque extreman la modalidad de valerse de colaboracionistas (el mariscal

38 La expresión se usó por vez primera por el Colegio de Francia en 1838, en la convocatoria a un concurso,
que dio por resultado la obra de Fregier, cfr. nuestro trabajo Zaffaroni, E. R. (2004). “Las clases peligrosas:
el fracaso de un discurso policial prepositivista”. In El penalista liberal, Homenaje a Manuel de Rivacoba y
Rivacoba, Buenos Aires, Depalma; reproducido en Seqüência, Revista do Curso de Pós-Graduação em
Direito da Universidade Federal de Santa Catarina (2005), ano XXV, n. 51, dez.
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valetudinario es reemplazado por jóvenes brillantes), para que por cuenta de los
ocupantes se encarguen de cuidar el territorio ocupado.
Allí también políticos dóciles distraen a sus pueblos con la islamofobia racista, para
desviar la tensión que provoca el desempleo de más de la mitad de sus jóvenes y otras
consecuencias de la teocracia de mercado, entre las que se cuentan las astronómicas
estafas de sus bancos, que desencadenan crisis que pagan sus contribuyentes39
.
En la periferia, en esta fase superior del colonialismo, se opera de modo parecido,
tratando de imponer gobernantes sumisos a los intereses del capital financiero
transnacional o procurando destituir a quienes les opongan resistencia o descalificar a los
políticos que los denuncian.
Para eso el colonialismo se vale de la opinión pública, convenientemente
formateada por los medios masivos de comunicación monopolizados, que forman parte
del mismo capital transnacionalizado, como también de políticos inescrupulosos o
insensatos, de lobbystas (corruptores especializados) y de técnicos políticamente
asépticos, previamente esterilizados en los cónclaves de sus Think Tanks centrales.
Es una ingenuidad política peligrosa percibir la situación actual de Latinoamérica
fuera del marco del colonialismo, como si éste se hubiese agotado o extinguido, cuando
en realidad nos hallamos inmersos en una fase nueva y superior del mismo, que no por
eso deja de ser tan criminal y despiadada como las anteriores.
La lucha contra toda posible -y aún tímida- redistribución que acorte la distancia
entre las diferentes capas sociales, sigue al rojo vivo en todo el mundo, donde confrontan
dos modelos de estado, que tratan de configurar dos respectivos modelos de sociedad:
uno incluyente y otro excluyente.
El primero procura retomar y adecuar a las nuevas realidades el estado de
bienestar, ampliar nuevamente la base de ciudadanía real, reducir la inequidad en la
distribución.
El segundo trata de reafirmar la exclusión existente y en lo posible ampliarla. Toda
redistribución la objeta como una expropiación, retomando criterios retrógrados que se

39 Las maniobras de administración fraudulenta de estos bancos no son observadas ni detenidas por los
bancos centrales ni por ninguna otra autoridad de control, que se muestran ineficaces para detectar
groseras manipulaciones, sea por incapacidad, inoperancia, negligencia o complicidad (cfr. n. Zaffaroni,
Eugenio Raúl (2014). “El rol del derecho penal y la crisis financiera”. In Revista de derecho penal y
criminología, Bs. As.: La Ley, diciembre, p. 3-12; importante es la obra de Naucke, Wolfgang (2012). Der
Begriff der politischen Wirtschaftsstraftat – Eine Annährung, Berlín).
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remontan a la jurisprudencia constitucional norteamericana del siglo XIX40, largamente
superada en su propio país de origen.
En el fondo económico, lo curioso es que no parece darse una opción entre
capitalismo y socialismo, en el viejo sentido del siglo pasado, sino “entre un capitalismo
productivo más o menos razonable, frente a otro monopólico y financiero que sólo busca
provocar y concentrar renta”.
Toda vez que en América Latina el modelo que procura inclusión debe vencer la
resistencia del capital financiero transnacional y de sus personeros locales, la
polarización, en otro plano, se da entre independencia o dependencia.
En síntesis, puede afirmarse que se contraponen los siguientes elementos:
(a) Por el lado del colonialismo: modelo social excluyente, no redistribución,
desigualdad extrema, dependencia.
(b) Por el de la resistencia al colonialismo: modelo social incluyente, redistribución,
menor desigualdad, independencia.
Esta polarización puede traducirse bien sintéticamente en términos jurídicos y en
particular de Derechos Humanos: “el colonialismo se opone al derecho humano al
desarrollo, en tanto que la resistencia al colonialismo impulsa su realización”.
Veremos a continuación, que los hechos permiten verificar que es imposible
desligar el derecho al desarrollo humano del derecho a la vida (individual y de la
humanidad en peligro) y de la norma básica de la antropología constitucional: “todo ser
humano es persona”.
7. La criminalidad del colonialismo en esta fase superior
En sus diversas fases, el colonialismo se ha resignado a asumir lo inevitable, pero
siempre reacomodándose a las nuevas circunstancias para detener la incorporación a la
dignidad ciudadana o impulsar su retroceso, en la mayoría de los casos a costa de los

40 La teoría del derrame y la indemnidad de monopolios y privilegios dio lugar a que durante décadas, la
Suprema Corte de los Estados Unidos impidiera el establecimiento de una escala progresiva para el
impuesto a la renta: se sostenía a rajatabla la igualdad en el impuesto, cualquiera sea la renta, por
considerar que cualquier porcentual mayor sobre la mayor renta era una expropiación a las clases
productivas y dinámicas en beneficio de las menos productivas y más vagabundas (cfr. Horowitz, Morton J.
(1992). The Transformation of American Law, The Crisis of Legal Orthodoxy 1870-1960, New York
Oxford University Press).
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más aberrantes crímenes, sin reparar en lo más mínimo en el número masivo de muertes
que provoca.
Como vimos, no le importó la casi extinción de los originarios, la esclavización de
los africanos transportados y de sus descendientes, la marginación racista de los criollos y
mestizos, la reducción a servidumbre de pueblos enteros; no ahorró violencias, vilezas ni
genocidios con tal de contener las pulsiones incluyentes. En su haber cuenta en nuestra
Patria Grande con muchos millones de víctimas de violencia, enfermedad, hambre,
miseria y toda clase de carencias elementales, como también con cuanta violación se
haya imaginado a los principios del liberalismo político, que suele esgrimir como falsa
bandera, degradándolo a triste fantoche de un carnaval trágico.
Por cierto, su fase actual también es criminal, aunque se desliza por carriles de
más sofisticada perversidad que en sus etapas anteriores, pero no por eso menos letales
y genocidas.
No es hoy la acción directa del poder represivo estatal la principal causante de los
homicidios masivos, pese a su alto grado de letalidad (escuadrones de la muerte,
desapariciones forzadas, ejecuciones sin proceso, gatillo fácil, colusión con grupos
criminales violentos, torturas) y a que en ocasiones se identifique y confunda la acción
estatal con la criminal, en forma peligrosamente deslegitimante de toda autoridad y del
poder estatal en general, lo que también es funcional al capital financiero internacional.
La modalidad del control colonial actual varía en la región según las diferentes
circunstancias geopolíticas, pero insistimos en lo siguiente: “en toda la Patria Grande,
conforme al modelo de sociedad excluyente, tiene como objetivo común el montaje de un
violentísimo aparato estatal represivo de control punitivo masivo de la población excluida”.
El poder financiero transnacional no se equivoca en sus objetivos aunque, como se
mueve ideológicamente, a veces yerra en el plano de la realidad social. Tanto en el centro
como en la periferia –es decir, en ambas puntas del poder hegemónico planetario-,
proyecta su modelo de sociedad excluyente.
(a) En el centro norteamericano, desde fines de los años setenta del siglo pasado
se abandonó el New Deal y el welfare State y se montó un aparato represivo monstruoso,
que tiene por objeto controlar a su población de negros y latinos y frenar la inmigración del
sur, que intenta desplazarse impulsada por la necesidad.
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De esta manera, el estado norteamericano se ha convertido en el campeón mundial
de la prisionización, pasando a la tradicional Rusia. Desde 1989 más de la mitad de su
enorme población penal está compuesta por afroamericanos41
.
Las elementalísimas medidas redistributivas de la administración demócrata (salud,
inmigrantes, etc.) han sido bloqueadas u obstaculizadas al máximo por sectores de una
derecha peligrosamente belicista y en extremo funcional al capital financiero transnacional
y a su proyecto excluyente.
(b) En Europa, los parientes pobres incorporados a la Unión, sufren medidas
económicas de ajuste, que produjeron el desempleo de la mayor parte de la faja etaria
menor de veinticinco años.
El aparato represivo europeo crece lentamente, pero aún centra su atención sobre
los inmigrantes, cuyo porcentaje prisionizado excede el de su presencia en la población
total.
Es probable que esta orientación se centre rápidamente en la población islámica,
incluso nativa europea (aunque no del todo incorporada a la ciudadanía real), dada la
islamofobia que cunde en particular en Francia y en Alemania, especialmente después del
crimen contra la revista parisina: si bien no todo islámico es terrorista, puede llegar a
serlo, o, más aún, lo que sucede es que todavía no lo es. Tal es el actual discurso de la
derecha xenófoba europea y de otros menos explícitos y más hipócritas42
.
Por otra parte, el Papa ha señalado el riesgo de convertir al Mediterráneo en un
cementerio. Esas palabras tienen un sentido profundo: el Mediterráneo -cuna de la
civilización europea-, vergonzosamente está convertido hoy en la tumba de miles de
prófugos del hambre y de la violencia colonialista practicada por esa misma civilización,
que son explotados por miserables que les cobran por llevarlos en embarcaciones frágiles
hasta las costas europeas o los dejan luego a la deriva. Quizá con esto Europa rememora
el genocidio de Cartago o, tal vez, sea el desierto de Arizona europeo, o quizá el nuevo
muro.

41 Sobre este giro hacia la sociedad excluyente, Simon, Jonathan (2009). Governing through crime: how the
war of crime transformed american democracy and created a culture of fear, New York: Oxford University
Press; Simon, Jonathan (2012). Gobernar a través del delito, trad. Castellana, Barcelona: Gedisa.
42 La enorme población islámica en algunos países europeos es producto de la etapa expansiva, en que se
fomentó su inmigración para realizar los trabajos que los nacionales no deseaban y, también como
resultado del envejecimiento de sus propias poblaciones, por la reducción de las tasas de natalidad. No es
raro que hoy se pretenda incentivar la islamofobia entre los jóvenes desempleados, imputando a los
islámicos que les usurpan sus puestos de trabajo. Lo cierto es que la población islámica europea de Francia
y Alemania (países más islamofóbicos) es hoy nativa de esos mismos países, donde se los discrimina y no
han sido objeto de una adecuada incorporación.
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Aún el aparato represivo europeo no ha desplazado su acción contra los jóvenes
desocupados, pero lo hará en cuanto su protesta deje de ser pintoresca y comience a ser
disfuncional para el poder financiero, aunque los medios masivos de comunicación no
dejan de difundir calumnias impunes en cuanto aparece alguna forma de organización
que es percibida como una amenaza seria. Es probable que cualquier movimiento de
jóvenes desempleados sea en el futuro presentado al público como una traición que
quiebra el frente interno en la guerra al terrorismo.
(c) En Sudamérica la alta violencia homicida en nuestras zonas de vivienda
precaria (favelas, villas miseria, pueblos jóvenes, etc.), en particular en países extensos
como Brasil y México, como también entre los diferentes grupos de las llamadas maras
centroamericanas, es funcional a la contención de toda pulsión hacia una mejor
redistribución de la renta, como también la letalidad del accionar policial, que tiene lugar
con clara tendencia selectiva clasista y a veces racista43. No son extraños a esta
funcionalidad los esfuerzos por desbaratar cualquier tentativa más o menos seria de
pacificación, como la que se intenta en estos días en Colombia.
(d) La situación geopolítica –en particular respecto de la producción y distribución
de cocaína- hace que el Cono Sur, al menos de momento, registre niveles relativamente
bajos de violencia.
En este caso el poder financiero no ahorra esfuerzo por instigar mediáticamente a
la venganza, creando una realidad mucho más violenta que la letalidad registrada, con el
mismo objetivo que en el resto de la región: “exigir el montaje de un aparato represivo
violento y gigante para controlar a los excluidos en su proyecto de desigualdad social”.
8. El genocidio por goteo en marcha: América Latina como campeona mundial de
muerte
El panorama de letalidad violenta de nuestra región representa un genocidio por
goteo. Las cifras de la ONU muestran que de los 23 países que en el mundo superan el
índice anual de homicidios de 20 por cada 100.000 habitantes, 18 se hallan en América
Latina y el Caribe y 5 en África44
.

43 Algunas investigaciones en Brasil indican un aumento de selectividad racista en las muertes policiales. En
general, sobre la situación de la población negra en Brasil: Matijascic, Milko; Silva, Tatiana Dias (2014).
Situaçao social da populaçao negra por estado, Brasília.
44 Carranza, Elías (2014). Conferencia en el Congreso Federal sobre Reformas Legislativas, Mar del Plata,
Argentina, febrero. Disponible en: Passagens. Revista Internacional de História Política e Cultura Jurídica
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Estas cifras son oficiales, cuando sabemos que en algunos de nuestros países su
confiabilidad es relativa, o sea, que es muy posible que registren menos muertes que las
reales y, además, hay algunos en que el número de desapariciones forzadas dista de ser
insignificante.
Pero basta con atenerse a las aterradoras cifras oficiales señaladas, para
comprender que se trata de un enorme número de vidas jóvenes sacrificadas, en una
dimensión que excede la media de todas las sociedades del mundo y que sólo se
parangona con conflictos bélicos.
Si sumásemos los números de muertos en diez años lo veríamos con mayor
claridad, pues equivale al de una gran ciudad. No lanzamos las bombas de Hiroshima y
Nagasaki, pero las superamos en una década: son nuestros Fat Men y Little Boys con
paciencia. Esta realidad se oculta o “normaliza frente a la opinión pública
latinoamericana”.
Son varias las investigaciones locales que muestran que esas tasas se concentran
en nuestros barrios y asentamientos precarios, como también que los homicidios allí
cometidos son “los que presentan los porcentajes más altos de no esclarecimiento e
impunidad: parece que no vale la pena investigar y menos prevenir la muerte de los que
sobran, considerados descartables”
45
. Todo esto corresponde a la modalidad de control
de la exclusión propia de esta fase avanzada del colonialismo. Es el efecto que sobre
nuestra región tiene la Tercera Guerra Mundial no declarada.
Si bien cierto pensamiento progresista teme el empleo de métodos de control
violento de siglos pasados, la verdad es que nuestros barrios precarios ya no son
predominantemente controlados con tanques y policías, y menos aún con los cosacos del
Zar. Por el contrario, “hoy se fomentan las contradicciones entre los propios excluidos y
entre éstos y las fajas recién incorporadas”
46
. Desde hace tiempo observamos -y las cifras
disponibles confirman- que los criminalizados, los victimizados y los policizados, se
seleccionan de las mismas capas sociales carenciadas o de las más bajas incorporadas o

content/uploads/2014/02/Carranza.-MARDELPLATA-Congr-Federal-sobre-Reformas-LegislativasFeb2014.pdf>.
45 Por todas ver la del Instituto de Investigaciones de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en
www.csjn.gov.ar/investigaciones.
46 Cravino, María Cristina (2013). Derecho a la ciudad y conflictos urbanos. La ocupación del Parque
Indoamericano, Buenos Aires: Ediciones de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Asimismo se
recomienda el resto de la obra de esta autora, vg: Vivir en la villa, Las villas de la ciudad, Cuestión social y
política social en el Gran Buenos Aires, Los mil barrios (in)formales, etc, todas de la misma editorial
universitaria.
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semi-incorporadas. El fomento de la conflictividad entre los más pobres potencia una
violencia letal que ahorra la mayor parte de la tarea genocida que otrora practicaban las
agencias estatales, al tiempo que obstaculiza la concientización, la coalición y el
protagonismo político coherente y organizado de los excluidos.
En efecto: parece pensarse que mientras los pobres se matan, al mismo tiempo se
eliminan y reducen y no tienen tiempo ni oportunidad de coaligarse racionalmente.
La altísima violencia que condiciona este genocidio por goteo, al igual que la
diferencia con el Cono Sur, no podrían explicarse sin la incidencia de la economía creada
por la prohibición de la cocaína, como de otros tóxicos con menor incidencia.
La demanda de este tóxico no sólo es rígida, sino que se fomenta mediante una
publicidad paradojal, que asocia su uso a la transgresión, siempre atractiva a las capas
jóvenes.
Ante esta demanda incentivada, la prohibición reduce la oferta y provoca una
formidable plusvalía del servicio de distribución, que se controla mediante las agencias
que persiguen el tráfico y que desempeñan la función de entes reguladores del precio de
la cocaína.
Se trata de un rudimentario recurso alquímico, que bien podría usarse con
cualquier otro objeto, por despreciable que fuere, siempre que tuviese una demanda
rígida o en condiciones de ser aumentada.
El tóxico se produce en nuestra región y en ella queda alrededor del 40% de la
renta total, en tanto que la mayor parte la produce la plusvalía del servicio de distribución
interno de los Estados Unidos.
La competencia por alcanzar el mayor mercado de consumo (la exportación a los
Estados Unidos), tiene lugar también en América Latina, con altísimo nivel de violencia
competitiva en los países más próximos, que se incentiva con armas exportadas del país
demandante, que además monopoliza el servicio de reciclaje del dinero de la totalidad de
la renta47
.
Para garantizar el monopolio del reciclaje existe un organismo internacional
secundario – el GAFI-, que abusa de su autoridad extorsionando con graves sanciones

47 Esta es la diferencia fundamental con la reforma constitucional norteamericana que estableció la
prohibición alcohólica de los años veinte del siglo pasado. En ese caso, la producción, competencia para
alcanzar al consumidor y distribución se hacía en el interior del territorio norteamericano, lo que dio lugar a
la simbiosis de crimen violento y astuto, usualmente conocida como mafias. Hoy rige una clara división
internacional del trabajo en materia de cocaína, donde la peor parte queda al sur del Río Bravo: México se
queda con los muertos y Estados Unidos con la mayor parte de la renta.
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económicas a nuestros países, con el pretexto de controlar el financiamiento del
terrorismo48, al tiempo que los obliga a tipificar penalmente esta figura difusa, abriendo la
posibilidad de criminalización de disidentes y minorías, como ha sucedido con los indios
mapuche en Chile49
.
La prohibición de cocaína también genera mercados internos en nuestros países, lo
que da lugar a un tráfico que en buena medida es de supervivencia, al menos en sus
eslabones menores. También este tráfico interno provoca letal competencia violenta en
las zonas más humildes, sobre la que opera una considerable intervención policial, puesto
que inevitablemente la cobertura de algún grupo en perjuicio de otros, pasa a ser una
fuente de recaudación de alto valor para las cúpulas de las agencias autonomizadas.
La guerra a la droga que, como era previsible, estaba perdida desde el comienzo,
se ha convertido en la mayor fuente de letalidad violenta de la región. Ha causado cientos
de miles de muertes de jóvenes en pocos años, cuando se hubiesen necesitado siglos
para provocar un número cercano por efecto del abuso del tóxico.
En América Latina hoy la cocaína no mata por sobredosis50, sino que el problema
de salud lo provoca ahora su prohibición, que da por resultado muertes por concentración
de plomo. Desde el punto de vista sanitario se convierte en una causa de muerte
importante, en particular en la faja joven.
Esta política suicida y absurda desde el punto de vista penal y de salud, sólo es
coherente como instrumento colonialista para corromper a las instituciones policiales,
infiltrarse en la política y, en algunos países, para desprestigiar a las fuerzas armadas y
debilitar la defensa nacional.
9. La normalización del genocidio y la creación de la violencia.
En América Latina, los medios de comunicación se hallan concentrados en grandes
monopolios que forman parte del capital financiero transnacional. Usualmente se afirma

48 Bailone, Matías (2007). “El antiterrorismo y su impacto sobre los derechos humanos a propósito de la ley
26.268”. In INFOJUS, SAIJ, Ministerio de Justicia de la Nación.
49 Villegas, Myrna (2013). “Estado de excepción y antiterrorismo en Chile. Criminalización de la protesta
social con especial referencia a los indígenas”. In Revista de Derecho Penal y Criminología, La Ley, Buenos
Aires, Julio, p. 3.
50 Tampoco es verdad que haya una alta incidencia de homicidas intoxicados por cocaína. Infinitamente
mayor en toda la región es el número de homicidas cometidos bajo efectos del alcohol. Ver la investigación
citada del Instituto de Investigaciones CSJN.
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que “están al servicio del poder económico transnacional”, lo que no es cierto: su volumen
los lleva directamente a ser parte de éste, en una compleja red de intereses íntimamente
compartidos.
En estas condiciones no puede llamar la atención que sus mensajes sean
perfectamente funcionales al modelo de sociedad excluyente que este poder fomenta. En
consecuencia, juegan un papel central en el ocultamiento o disimulo del genocidio por
goteo que se está cometiendo en la región.
En los países que sufren alta violencia real, donde el aparato represivo mortífero es
funcional a la letalidad entre excluidos, la televisión concentrada cumple la función de
ocultarla, disimularla, minimizarla y, en general, naturalizarla, es decir, mostrarla como un
fenómeno caído del cielo, autogenerado e inevitable: “sucede en todos lados, no se puede
hacer nada, sólo leyes más represivas”.
Por el contrario, en el Cono Sur, donde es mucho menor la violencia letal, la
televisión concentrada crea una realidad violenta para exigir –mediante reiterados
mensajes vindicativos- el montaje de ese aparato mortífero. Es continua la instigación
televisiva a la violencia, al linchamiento, a la criminalización de niños, a la estigmatización
de adolescentes y jóvenes de nuestros barrios precarios, creando estereotipos criminales
con sus características51
.
Los recursos de esta publicidad vindicativa populachera (völkisch) son ampliamente
conocidos, aunque no por eso menos eficaces: la invención de víctimas-héroes, la
reiteración de la noticia roja sensacionalista, la exhibición de unas víctimas y el meticuloso
ocultamiento de otras, los comunicadores moralmente indignados, el desprecio a las más
elementales garantías ciudadanas, el reclamo de un retroceso a la premodernidad penal y
policial, etc. En definitiva, “se trata de mostrar a las víctimas como victimarios”.
La misma comunicación de entretenimientos televisiva –las famosas series
policiales- son una clara incitación a la violencia como única forma de resolver todos los
conflictos y, al mismo tiempo, una abierta publicidad del desmesurado aparato represivo
norteamericano.
Es reiterada la imagen del héroe policial que logra acabar con el villano y salvar a
la mujercita (nunca mostrada como inteligente) gracias a que desoye los llamados a la

51 Cfr. Nuestra obra publicada en Italia: Zaffaroni, E.R.; Caterini, M. (2014). La sovranità mediatica, una
riflessione tra ética, diritto ed economia, Padova: CEDAM. En particular allí, Zaffaroni / Bailone: Delito y
espectáculo. La criminología de los medios de comunicación.
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prudencia de algún jefe o funcionario y viola reglas procedimentales. Se trata de
personajes temerarios, que no experimentan miedo, hiposensibles al dolor, hiperactivos,
machistas, hipersexuales, que no se trauman por matar, es decir, que reúnen las más
comunes características psicopáticas.
Lo cierto es que la imagen de la violencia que tiene nuestra sociedad es la que
proyectan los medios oligopolizados, sea ocultando o disfrazando la existente o
inventando la que no existe, siempre con el objetivo claro de montar un poder represivo
mortífero y brutal, habilitado mediante una legislación penal premoderna o medieval.
10. Efectos en las políticas locales
En sociología es ampliamente conocido el famoso teorema de Thomas, según el
cual no importa que un hecho sea verdadero o falso, bastando que sea dado por cierto
para que produzca efectos reales. Por cierto que la creación de realidad violenta en
Latinoamérica produce efectos reales52
.
Aquí –como en todo el mundo- los políticos quieren ganar votos y elecciones. Por
ende, les resulta muy difícil enfrentarse con la televisión monopolizada. El poder
financiero transnacional lo sabe y lo explota, pues se trata de una cuestión clave para sus
objetivos hegemónicos.
Basta verificar cómo en toda nuestra región los medios concentrados emiten una
constante publicidad destituyente y descalificante de cualquier movimiento popular que
pretenda redistribuir mínimamente la renta. Cualquier caso de corrupción coyuntural se
magnifica, pero oculta cuidadosamente la corrupción sistémica, la administración
fraudulenta de quienes contratan deudas imposibles de pagar, entregan soberanía
sometiendo al país a jurisdicciones extranjeras, llevan a cabo políticas de ajuste que
terminan en crisis, desbaratan el potencial industrial, quiebran las pequeñas y medianas
empresas (que son las principales demandantes de mano de obra), malvenden la
propiedad estatal, etc.

52 Hay otros aspectos en que, conforme al teorema de Thomas, la creación mediática de la realidad
funciona letalmente: la imagen de la violencia provoca un armamentismo de la población en general, que
intensifica la letalidad de cualquier conflicto, aunque nada tenga que ver con el genocidio por goteo, como
los intrafamiliares e interpersonales.
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En el ámbito privado todo administrador fraudulento es penado, pero si la
administración fraudulenta se comete en el manejo de la economía nacional, sólo se lo
considera una conducta políticamente criticable y opinable.
Los políticos le temen a la televisión concentrada, y entre los asustados y los
inescrupulosos sólo parecen ponerse de acuerdo para sancionar leyes penales
disparatadas, que destruyen códigos y legislaciones razonables, para reemplazarlos por
una colección de respuestas a mensajes televisivos que, en buena medida, promueven
una antipolítica –por cierto que también funcional al poder transnacional-, dado que cada
día es más evidente que responde a una actitud de subestimación de la inteligencia de los
pueblos53
.
Incluso los políticos que postulan modelos incluyentes de sociedad no pueden
sustraerse del todo al reclamo mediático de un aparato punitivo letal. Les embarga el
miedo a la televisión, se sienten amenazados incluso en lo interno de sus propios partidos
o movimientos, creen que deben dar muestras de orden y, de este modo, entran en
contradicciones inexplicables y demasiado evidentes para los pueblos, que se
acostumbran a verlos más como actores de telenovelas que como políticos.
En los últimos tiempos se ha difundido la modalidad de “linchamiento televisivo de
jueces”, instigado desde los medios audiovisuales monopólicos y ejecutado por políticos
inescrupulosos o atemorizados, sembrando el pánico en los poderes judiciales54, con el
único resultado práctico es aumentar el número de prisiones innecesarias incluso de
inocentes, sobrepoblar gratuitamente las cárceles y provocar más muertes carcelarias,
tanto en motines como en hechos de violencia cotidianos55
.
Debemos reconocer que en las clases políticas de nuestra región, reina una
profunda y a veces cultivada ignorancia respecto de nuestro genocidio por goteo,
subestimado por considerarlo como un problema de importancia secundaria o de pura
incumbencia policial, al que sólo se toma en cuenta por motivos electoralistas.

53 Hace pocos meses un partido político mexicano hacía su propaganda de lucha contra el secuestro, lo que
demostraba por haber conseguido que este delito fuese penado con 120 años de prisión. En otros casos no
es tan evidente la falta de mínima seriedad, pero no por eso son menos ridículos loe argumentos.
54 En algunos países, como Honduras, se imponen pruebas vejatorias de confianza (fidelidad) a policías y
hasta a jueces y fiscales, como someterlos al polígrafo, con lo cual se crea una nueva demanda de
servicios, de licitaciones y de compras directas. Algo parecido sucedió con el uso de este artificio sobre
funcionarios mexicanos.
55 No disponemos de cifras actualizadas de muertes carcelarias en la región, pero desde siempre se ha
sabido que multiplican varias veces los índices que corresponden a la misma faja etaria.
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La publicidad populachera de los medios monopólicos tiene tal fuerza que empapa
a todos los sectores, los aliena de la realidad violenta, creando un verdadero paradigma
de no saber y no pensar que, en alguna medida, rige para todos los matices políticos. De
este modo, en nuestra región conviven sistemas políticos liberales con sociedades que en
buena parte se vuelven culturalmente premodernas y autoritarias.
En definitiva y en síntesis, lo cierto es que
en nuestra región tiene lugar una mortalidad violenta superior a la de todo el
mundo y sólo comparable con la bélica, que los medios monopólicos la ocultan y
normalizan, al tiempo que la inventan en la parte en que esta violencia no existe,
siempre con el único y claro objetivo de montar un aparato represivo violento
regido por una legislación premoderna, que según los ideólogos colonialistas
serviría para contener a los marginados en su proyecto de sociedad excluyente.
11. La desigualdad, la muerte prematura y la TV
Según los datos comparativos de la ONU, en todo el mundo los índices de
homicidio tienden a guardar una relación inversa con el ingreso per cápita –es decir, que
se trata de dos curvas que se cruzan-, pero con alguna excepción, en que incide una
marcada relación directa con el coeficiente de Gini, o sea que, en síntesis, la experiencia
mundial indica que a “menor ingreso per cápita y a peor distribución, corresponden más
homicidios”
56
.
Pues bien: un dato altísimamente significativo es que “nuestra región presenta
simultáneamente los más altos índices de homicidios del mundo, pero también los de más
alta desigualdad en la distribución de la renta, medida con el coeficiente de Gini”.
Esto no es ninguna coincidencia accidental, sino una concordancia perfectamente
explicable.
Estos datos universales y regionales, que indican que no siempre se observa una
correlación mecánica de la violencia letal con el ingreso per cápita, sino que incide el
coeficiente de Gini, están señalando, para decirlo en palabras más claras, que no es la
simple pobreza la que se traduce automáticamente en la violencia letal, sino “la falta de
proyecto, es decir, la frustración existencial que provoca la sociedad excluyente”.
Nada de esto puede sorprender mucho, pues es sabido que en situaciones de
extrema necesidad (terremotos, catástrofes, guerras, etc.), incluso desciende el nivel de

56 Cfr. Carranza, Elías (2014). Op. Cit.
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violencia criminal y de suicidios. Esto se debe a que en esas situaciones se refuerza el
sentimiento comunitario –todos comparten las mismas limitaciones- y existe un proyecto
de supervivencia común.
“La vida humana es proyecto, que la hace existencia”. La privación de proyecto es
privación de vida y en ese vacío existencial florecen las pulsiones tanáticas.
Cabe consignar que nos estamos ciñendo a la violencia abierta y manifiesta en
forma de homicidio, estatal o producido ante la funcional indiferencia estatal, pero éstas
no son más que las manifestaciones letales más extremas de la desigualdad social y de la
consiguiente privación de proyecto.
La agresividad tanática no sólo se traduce en agresión hacia afuera –
heteroagresión -, sino que también se expresa en autoagresión, que asume la forma de
suicidio consciente o inconsciente. En esta última categoría entran conductas de asunción
de riesgos absurdos, irracionales (provocación de enfrentamientos sin posibilidad de
supervivencia), múltiples hechos con apariencia de accidentes, abuso de tóxicos con
grave detrimento de la salud, grosero descuido de la propia salud, etc. El número de
muertes por suicidio manifiesto es verificable con cierta precisión, pero el de los suicidios
inconscientes es de muy difícil ponderación y requeriría finísimas técnicas de
investigación social que, hasta el momento, no tenemos noticia de que se hayan
ensayado.
A todo esto se agrega que en las sociedades muy desiguales se produce una
discriminación en el servicio de salud, que cae en desatención de enfermedades tratables
(en especial en niños y ancianos), que también es fuente de muertes prematuras.
No es posible tampoco pasar por alto el enorme número de víctimas de hechos de
tránsito vehicular, que representan la principal causa de muerte en las fajas más jóvenes
de nuestras poblaciones. Sin embargo, todo parece indicar que los legisladores sólo
piensan en agravar las penas de los homicidios culposos y algunos jueces – según la
publicidad del caso- a emplear el discutido y nebuloso concepto de dolo eventual, sin
preguntarse, por ejemplo, si los vehículos que se comercializan son los adecuados a la
red vial de que se dispone57
.

57 En la Argentina, por ejemplo, ha aumentado notoriamente el número de vehículos automotor, pero en los
noventa, con la euforia de privatizaciones y desmantelamiento del estado, se desarmó la red ferroviaria que
transportaba cargas, de modo que mercaderías, personas y los muchos más vehículos, circulan ahora por
la misma red vial, que si bien ha sido considerablemente mejorada, no alcanza para brindar seguridad a
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Si en Latinoamérica sumamos a todo esto el daño ambiental, el efecto de los
agrotóxicos, los desplazamientos generados por la propia violencia o por la inutilización
de suelos y su consiguiente conflictividad en la concentración urbana, la destrucción de
nuestros bosques naturales, la amenaza a nuestros recursos, la depredación que se
intenta de ellos por el poder transnacional, el bochornoso y prepotente patentamiento de
nuestras especies con que se nos quiere robar nuestra biodiversidad, veremos que hay
mucho más en la afectación del derecho humano al desarrollo progresivo que, directa o
indirectamente, incide sobre la vida humana y sobre la producción de muertes
prematuras.
Si pudiésemos sumar el total de muertes potencialmente evitables que, por efecto
de la violación al derecho al desarrollo humano progresivo tienen lugar en América Latina
en el curso de una década, la cifra seguramente nos espantaría. Si alguna duda quedase
sobre los efectos de la Tercera Guerra Mundial no declarada en nuestra región, este
cálculo la disiparía por completo.
Reconocemos que este cálculo requiere una investigación muy compleja y difícil,
con una metodología muy depurada, no obstante lo cual siempre será discutible, será
objetado violentamente por los medios audiovisuales concentrados de toda la región, sus
investigadores serán estigmatizados en todos los tonos, etc., pero es indispensable que
algún día, los cientistas sociales de nuestras universidades lo encaren, pese a todos los
inconvenientes, obstáculos y calumnias que seguramente deberán enfrentar.
Si hoy mismo se publican libros y hay científicos que se prestan a escribir que no
hay recalentamiento global y que nada nos amenaza en la depredación del medio
ambiente, no cabe duda de que una investigación de esta naturaleza sobre el total de
muertes prematuras reunirá a todos los que el poder financiero transnacional pueda
comprar para objetar sus resultados (periodistas, científicos, Think Tanks, políticos y una
larga lista de tontos que nunca faltan en sus coros).
Esta investigación mostraría la suma del horror que no se percibe con claridad, por
efecto de los monopolios mediáticos que adormecen normalizando y naturalizando estos
efectos: se introduce la idea de que son inevitables, que en todos lados suceden, que no
hay modo de impedirlo, que son resultado de la modernidad, que es el precio que

todo el transporte terrestre intensísimo. No es necesaria mayor perspicacia para darse cuenta de que esto
es causa del mayor número de muertes prematuras en el tránsito.
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pagamos por nuestra comodidad, que los protagonistas son gente inferior, primitiva,
inculta, diferente, etc.
Estas reflexiones nos conducen a la ineludible conclusión de que el respeto a la
vida, desde el punto de vista macrosocial, depende de la inclusión social, de la movilidad
vertical, de la distribución mínimamente equitativa de la renta, es decir, de lo que puede
sintetizarse en términos jurídicos como el derecho humano al desarrollo progresivo que,
obviamente, en términos económicos, no puede medirse sólo en PBI sin el complemento
de la reducción de la desigualdad social, sino en la conjunción de ambos.
El discurso ideológico de los propulsores del proyecto de sociedad excluyente se
reduce a la famosa tesis del derrame, o sea, de que la sociedad debe permitir que los
más emprendedores desarrollen libremente sus potencialidades y, de este modo,
acumulen riqueza, porque inevitablemente ésta se derramará hacia abajo en algún
momento. Esto no es más que un embuste, desmentido por toda la historia: cuanto más
se acumula menos se derrama, y nada se derrama si alguien no mueve la copa. Como
hemos señalado antes, es una tesis propia de la jurisprudencia más retrógrada de la
Corte norteamericana, de fines del siglo XIX58. Los datos actuales del mundo ponen de
manifiesto que la distribución asume la forma de una copa de champán y, por cierto, que
su base se va afinando cada vez más y su caliz se va estrechando, sin que se derrame
absolutamente nada59
.
12. Las clases medias latinoamericanas y la muerte prematura
A primera vista parece difícil creer que es bastante sencillo que los medios
concentrados impongan una realidad televisiva que oculte o normalice las muertes
masivas de un genocidio por goteo.
Sin embargo, su tarea, a condición de ser la voz y el pensamiento único o muy
dominante, se ve facilitada por la misma fuerte estratificación social, por la escasa
movilidad vertical e, incluso, paradojalmente, por las propias pulsiones redistributivas.
Es bastante comprensible que esto ocurra en cierta medida entre los segmentos
excluidos, porque son los que en medio de la violencia fomentada como medio de control

58 Cfr. supra, nota 38.
59 Por discutibles que sean los pronósticos, los datos aportados por Thomas Piketty son elocuentes (Piketty,
Thomas (2014). El capitalismo en el siglo XXI, México: FCE).
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social, están aturdidos por la contradicción en que ésta los coloca y, además, son los que
sufren la victimización en forma más masiva y directa. No en vano el mayor número de
víctimas de la violencia latinoamericana se cuenta entre los excluidos60
.
Menos estudiadas están las razones por las que los medios monopólicos u
oligopólicos imponen su realidad entre las capas medias y, especialmente, en las de más
reciente incorporación o aún no del todo incorporadas.
Sin embargo, esto se explica por otras razones: en las sociedades muy
estratificadas y con movilidad vertical espasmódica, los que alcanzan las posiciones
inferiores dentro de los sectores incorporados, tienen una vivencia de precariedad muy
grande, son muy propensos a sentir que siempre están a punto de volver a caer, lo que,
por otra parte, la experiencia real les confirma, dada la contradicción actual entre sociedad
incluyente y excluyente y los frecuentes retrocesos.
Al no estar asegurado el derecho al desarrollo progresivo, esta vivencia se continúa
aún en estratos más decididamente incorporados e incluso se transmite
generacionalmente. Ante esta vivencia un tanto anómica, la defensa primaria e irracional
no es raro que consista en pretender buscar la seguridad “cerrando las puertas del
ascensor (o elevador)”.
No puede llamar mucho la atención la receptividad que en estas condiciones y en
esas fajas sociales encuentran los mensajes de los medios audiovisuales monopolizados
(validos de todos los elementos tramposos que son conocidos), para reforzarles la
vivencia de incerteza social y el consiguiente temor de que “los ahora excluidos vengan a
disputarles su precaria posición”. Sin duda que se trata de un temor muy profundo, pues
les hace tambalear sus proyectos existenciales.
Esto explica que los medios concentrados del proyecto de sociedad excluyente no
se cansen de infundirles miedo a que otros les disputen su posición en la fila y, por ende,
los instiguen a defenderla, volcándolos hacia el proyecto de sociedad excluyente e
infundiéndoles los peores prejuicios racistas y clasistas mediante la creación virtual del
estereotipo del excluido agresivo, marginal, asesino y violador o, sin llegar a esos
extremos, por lo menos siempre amenazante y bravucón o, más simplemente, diferente e
inferior.

60 Este fenómeno se observa también en otras sociedades, como en Europa respecto de los inmigrantes,
debido a que los recién llegados disputan a las capas más desfavorecidas el espacio del barrio, del hospital,
de la escuela, etc., en tanto que las capas medias no compiten con ellos. Cfr. Cravino, María Cristina
(2013). Op. Cit.
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Al mismo tiempo, los medios audiovisuales concentrados muestran las bondades
de la vida de los sectores más privilegiados, alimentando la ilusión en esas clases medias
bajas de que no pueden alcanzarlos sólo porque se lo impiden las pulsiones
redistributivas incorporativas, lo que las induce a admirar a los privilegiados, a
identificarse con ellos y a ambicionar su posición, desatando un odio irracional hacia los
excluidos y hacia todos los que impulsan un proyecto de inclusión social.
Se alimenta de esta forma una actitud irracional, porque la experiencia demuestra
que “nunca los sectores que concentran mayor renta se ocuparon de asegurar la posición
de las clases medias recién incorporadas”, sino que, por el contrario, en todas las crisis
provocadas por el poder financiero transnacional, estos han sido los sectores sociales que
las han sufrido en mayor medida, pues en casi todos los casos les han desbaratado sus
ahorros (a veces con devaluaciones abruptas de la moneda, otras con la directa
confiscación mediante estafas bancarias) y les han aportado inestabilidad laboral.
La identificación de las clases medias con las clases privilegiadas ha alcanzado a
veces límites ridículos de imitación: se trata de una desviación de la tensión provocada
por la mímesis. Veamos esto en palabras más claras: como dice un gran pensador –René
Girard- las tensiones sociales se producen porque se quiere imitar al otro y, por ende, se
ambiciona tener los bienes escasos que el otro tiene, lo que desata una tensión entre
quien no tiene y quien tiene. Aquí la mímesis (la imitación del otro) se produce con el
tenedor de las clases privilegiadas, pero lo que se desvía es la tensión, que no se produce
con el que tiene el privilegio, sino con el que no tiene nada, a quien los medios
concentrados del poder transnacional se las arreglan para atribuirle la culpa de no poder
tener lo que tiene el privilegiado.
A esto debe agregarse que en todos los sectores sociales que no padecen
directamente las peores consecuencias de la violencia colonial, se facilita el negacionismo
del genocidio por goteo, porque la muerte masiva hiere muy profundamente la
sensibilidad, crea sentimientos de culpa entre quienes asisten a ella sin padecerla y, en
consecuencia, se tiende a evadir inconscientemente el enorme peso de esa culpa por vía
de lo que en psicología se conoce como mecanismos de huída, descriptos por Anna
Freud como defensas inconscientes: “es mejor no saber, o creer que no pasa nada o que
nada se puede hacer”.
El negacionismo frente a este genocidio lo alimenta el pensamiento único difundido
por los medios concentrados, tanto en el ocultamiento o la normalización de las muertes
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prematuras, como también mediante el reforzamiento de los prejuicios clasistas y racistas
(lo que pasa es entre gente diferente, no personas o menos personas). De allí que se
ocupen de mostrar al adolescente o joven de barrio precario como un ser primitivo, una
suerte de criminal nato regresivo o atávico, cuando la víctima es alguien de clase media
(en los pocos casos en que esto sucede, porque la mayor parte de los homicidios tiene
lugar en los mismos barrios precarios).
Por el contrario, los hechos de sangre entre personas que no pertenecen a estos
barrios –y más aún si tienen lugar en estratos más elevados de la clase media- se
muestran como patológicos (entre nosotros sucede sólo cuando alguien se enferma) y, en
especial si tienen algún ingrediente sexual, se convierten en noticia que reditúa en un
rating que explota con descaro no disimulado la curiosidad morbosa del público. Salen a
relucir placeres ocultos de los privilegiados, que también, consciente o inconscientemente,
quieren compartir los de los estratos inferiores incentivados a admirarlos.
El punto máximo de tensión entre la realidad creada mediáticamente y la existente
se produce cuando la letalidad policial –por error, torpeza o simple brutalidad- alcanza a
alguna persona diferente a los habitantes de barrios precarios, dando lugar a un hecho
que los medios concentrados no pueden negar. En tal caso lo minimizan –al igual que la
agencia responsable- por medio de la criminalización del personal más subalterno, como
muestra de depuración y también de una eventual patologización excepcional.
13. El replanteo de los Derechos Humanos
De todos los datos sociales que acabamos de mencionar, surge un claro imperativo
jurídico para todo el derecho, en cualquiera de sus varios significados, que es un claro
enfrentamiento con las posiciones letales del colonialismo en su presente fase superior.
Este imperativo no emerge de ninguna norma supralegal, sino que hoy lo impone el
propio deber ser constitucional y nos remite directamente a los Derechos Humanos
positivizados en nuestros ordenamientos jurídicos, o sea, consagrados en las
constituciones y en los tratados internacionales. Es una obviedad recalcar que los
Derechos Humanos son hoy parte del derecho constitucional y del derecho internacional
positivo y vigente, pero es menester reiterar lo obvio, porque con frecuencia se considera
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que son principios discutibles en el campo jurídico, como provenientes de algún derecho
natural 61
.
Pero esos instrumentos no fueron graciosas concesiones ni producto de una
maduración reflexiva y racional de pueblos y gobiernos, sino que los impulsó el miedo.
Ante las atrocidades de estados asesinos, que cometieron homicidios alevosos masivos,
el espanto hizo que se sancionaran estas leyes nacionales e internacionales.
La racionalidad que propugnan esos objetivos, digamos la verdad sin
avergonzarnos como humanos, “no fue impulsada por la razón, sino por el espanto”. Y
tampoco los impulsó el temor ante cualquier homicidio alevoso masivo: no lo produjeron
las víctimas armenias, los hereros extinguidos por los alemanes, los haitianos
masacrados por Trujillo en la frontera ni los congoleños esclavizados y diezmados por
Leopoldo II de Bélgica, ni ninguna otra de las grandes masacres previas, sino que fue el
espanto producido en el propio territorio hegemónico, apenas cuando el colonialismo vio
que allí los millones de víctimas de esas atrocidades eran otros humanos con pareja
deficiencia de melanina.
Pero ni siquiera así, los nuevos poderes hegemónicos mundiales suscribieron por
completo todos esos objetivos y se resisten hasta hoy a hacerlo, como también lo hacen
frente a la contaminación atmosférica que amenaza a toda la vida humana en el planeta.
A regañadientes definieron mezquinamente el genocidio, cuidando que su
recortada fórmula no abarcase sus propios genocidios, y firmaron una Declaración
Universal que en su origen sólo tuvo el valor de una manifestación de buena voluntad
internacional.
Los Derechos Humanos plasmados en tratados, convenciones y Constituciones,
son un programa, un deber ser que debe llegar a ser, pero que no es o, al menos, no es
del todo.
Por cierto que no faltan quienes subestiman su importancia, incurriendo en el error
de desconocer su naturaleza. Estos instrumentos normativos no hacen –ni pueden hacermás
que señalar el objetivo que debe alcanzarse en el plano del ser. Su función es
claramente heurística.

61 Los iluministas y los padres del derecho liberal, en los siglos XVIII y XIX, debieron apelar al
jusnaturalismo, o sea, a la supralegalidad, porque no tenían constituciones que estableciesen esos
derechos. El efecto que ha tenido la incorporación de los Derechos Humanos es una considerable reducción
de la importancia práctica –no teórica ni filosófica- de la antigua disputa entre jusnaturalismo y positivismo.
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Quien los subestima cae en una trampa ideológica: la repetida frase de Marx
acerca del derecho, tomada como una inexorable realidad, sólo deja a los excluidos el
camino de la violencia, donde siempre pierden, porque aunque triunfen, en la violencia
siempre son ellos los que aportan la mayor parte de los muertos, como lo prueba toda la
historia.
A medida que profundizamos más la historia del derecho, creemos que Marx tenía
razón en su tiempo: no es aventurado afirmar que en el siglo XIX el derecho era sólo el
instrumento de las clases hegemónicas. Pero esto no es una fatalidad del derecho en
todos los tiempos y lugares.
El pánico introdujo una contradicción con el caballo de Troya de los Derechos
Humanos y hoy, la gran paradoja, es que el poder financiero –como todo el hegemónico
en todos los tiempos- es, precisamente, el que pretende reducir el derecho a un puro
instrumento de su hegemonía.
Sin embargo, estos instrumentos son un obstáculo, porque de ellos pueden valerse
–y de hecho se valen- los pueblos y los propios disidentes de las clases incluidas, para
hacer del derecho un instrumento de los excluidos.
Se trata de una verdadera e innegable contradicción en el sistema, provocada por
el pánico que generó la barbarie entre los propios deficitarios de melanina, producto de
las contradicciones de su hegemonía precedente.
La lucha mundial en el campo jurídico actual se entabla entre el poder
transnacional, que quiere hacer que la frase de Marx pase a ser una fatal realidad e
impedir cualquier redistribución de la renta, y quienes pretenden usar al derecho como
herramienta redistributiva.
El recorrido por el colonialismo y por los signos más notorios de su actual fase
superior, pone en evidencia la distancia que media en nuestra región entre el deber ser
heurístico de las normas constitucionales e internacionales y su efectiva realización social.
Como vimos, la correlación entre homicidios y desigualdad social no es una
coincidencia accidental, sino el indicador de los efectos genocidas del modelo de
sociedad excluyente impulsado por el poder financiero transnacional, que nos acosa como
fase superior del colonialismo.
Más allá del ocultamiento televisivo de la violencia letal o de su exageración
mediática, de la confusión que esto siembra en el público y en las clases políticas, de la
constante instigación a la venganza y al montaje de un aparato represivo mortífero, del
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oportunismo, del amedrentamiento, de la ignorancia o de los mecanismos de huída de
políticos, jueces y clases medias, el ser humano latinoamericano sigue batiéndose y
abriéndose paso por su derecho a ser considerado y tratado como persona, conforme lo
señalan heurísticamente nuestras constituciones (nuestra antropología constitucional).
Esto nos lleva a un replanteo en el propio campo jurídico jushumanista. La
manualística corriente62 señala el origen constitucional de los Derechos Humanos en los
derechos individuales, su posterior complementación con los sociales y culturales y,
finalmente, una pretendida plenitud con los llamados de tercera generación, entre los que
se destacaría el derecho al desarrollo humano progresivo.
Pero esta no es la historia de los Derechos Humanos en América Latina ni tampoco
en ninguna de las otras regiones colonizadas del planeta. Ese es el relato de los
colonizadores, desde su perspectiva central y hegemónica. Dado que la independencia es
la primera condición del desarrollo, la historia de nuestros Derechos Humanos comenzó
aquí por la lucha por la obtención del derecho que desde el centro se considera de tercera
generación. Nuestros primeros luchadores por los Derechos Humanos fueron Bolívar, San
Martín, Miranda, Belgrano, O’Higgins, Hidalgo, Morelos, Louverture, etc.
No se trata de una mera cuestión histórica, sino actual, puesto que el colonialismo
no ha terminado, sino que se ha desarrollado hasta esta fase superior que sufrimos.
“La lucha latinoamericana por la realización de los Derechos Humanos no puede
ser otra cosa que la lucha contra el colonialismo en su fase actual, en lo que adquiere la
prioridad la lucha por el derecho al desarrollo humano, cuya premisa es la
independencia”.
Esta prioridad del derecho al desarrollo no significa posponer y menos aún
desconocer los derechos individuales y en especial el derecho a la vida, dado que -como
hemos visto- la realización del respeto al derecho a la vida es inseparable de la
realización del derecho humano al desarrollo.
Se trata de la misma lucha de nuestros pueblos desde los libertadores y aún
antes63, sólo que en la versión adecuada a la actual fase superior del colonialismo, que
impone la urgente necesidad de desbaratar en nuestra región los efectos letales de la
Tercera Guerra Mundial no declarada.

62 En verdad, esta clasificación está un poco pasada de moda, aunque se la repite en los textos más
clásicos. Hoy tiende a admitirse que los Derechos Humanos deben considerase conglobadamente.
63 Podemos remontarnos a la revolución de Túpac Amaru, a los comuneros colombianos, a los brotes
bahianos en Brasil, a los quilombos de esclavos fugados, etc.
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14. Hacia una teorización jurídica anticolonialista
Creemos que es elemental comenzar por formar a los nuevos juristas con clara
consciencia de la empresa que deben afrontar y, para ello, debemos reflexionar los que
egresamos de nuestras academias acerca de la forma en que teorizamos hasta el
presente y, por ende, del saber jurídico en que entrenamos a las nuevas generaciones.
Cabe preguntarnos hasta qué punto hemos sido conscientes del contexto en que
construimos nuestro saber jurídico, en qué medida nos hemos hecho cargo de la empresa
de impulsión del derecho humano al desarrollo.
Es claro que importamos teorías jurídicas del mundo colonizador, pero no todas
ellas son colonialistas ni tampoco podemos inventar un saber jurídico desde la nada, lo
que sería absurdo.
Así como hablamos lenguas que también nos trajeron los colonizadores, debemos
manejarnos con elementos de un derecho que hemos importado, porque el filme de la
historia no se revierte, por mucho que se haya nutrido de injusticias, crímenes y
aberraciones.
Es con elementos que debemos tomar de ese saber importado que se nos impone
construir nuestro instrumento descolonizador, del mismo modo que del lenguaje
importado escogemos las palabras para construir nuestro discurso de independencia.
Cuando nuestros próceres abolían la esclavitud y trataban de liberar a los indios y a los
esclavos o comandaban sus ejércitos, lo hacían hablando la lengua del colonizador.
Frente a la necesidad de enfrentar al colonialismo, todo intento de replanteo de la
teoría jurídica debe cuidarse de la peligrosísima tentación de caer en el romanticismo
jurídico, que es también otra irracionalidad importada, que pretende que el derecho surge
espontáneamente de los pueblos, de la conciencia popular, del sentido innato de justicia,
de la historia, de la intuición de los pueblos, etc., y en nuestra región no sería difícil
adaptarlo y mencionar el sentimiento de infinita libertad de la llanura, el misticismo de la
montaña, la profundidad de la selva, los arcos góticos de los árboles entramados y otras
invocaciones semejantes.
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Es necesario advertir este riesgo, porque es muy tentador cerrar un discurso con
un elemento autoritario irracional de esta naturaleza y, aún más fácil es construir un
discurso romántico demagógico para conseguir aplausos, que seguramente no faltarán.
El romanticismo jurídico que, insistimos, es otro invento extranjero, no sólo es
irracional, sino que lleva a la locura, como lo demuestran las tristes experiencias
delirantes europeas. Si bien es inevitable tomar elementos importados, debemos
seleccionar con mucho cuidado los que son útiles al anticolonialismo, y nunca escoger lo
peor que, por cierto, es el irracionalismo romántico. Prueba de eso es que el romanticismo
jurídico europeo no fue más que un elemento regresivo y nunca útil a sociedades más
igualitarias en Europa64
.
No sólo no tuvo ningún efecto positivo el romanticismo jurídico reaccionario, sino
que tampoco lo tuvo el revolucionario, tanto en la Revolución Francesa como en la Rusa,
que despreciaron a los juristas pero que, a poco, se vieron precisadas a llamarlos
nuevamente en su auxilio.
Sin perjuicio de que –como es natural- en toda comunidad humana existan valores
que el derecho no puede desconocer, de éstos no surge espontáneamente el derecho y,
menos aún, la técnica política para argumentar y sentenciar en lo cotidiano de la vida
jurídica de un país. Con toda razón señaló von Jhering que hasta el más modesto de los
oficios requiere de una técnica, y la técnica jurídica es, sin duda, de los juristas.
No abrimos juicio aquí acerca de si el saber jurídico es o no es ciencia, lo que no
viene al caso ahora. Lo cierto es que hay un saber de los juristas, que se cultiva
académicamente desde hace más de mil años, que produce teorías jurídicas
interpretativas de las leyes y que a veces impulsa su reforma o se consagra en leyes.
Estas últimas son consecuencias eventuales y tangenciales de ese saber, porque
“su función esencial está destinada a los jueces que deben aplicar las leyes, para que –en
lo posible- sentencien en forma coherente y no arbitraria”.

64 El romanticismo jurídico de la escuela histórica de Savigny no hizo más que retrasar sin sentido la
codificación civil alemana, en tanto que su desarrollo nazista patológico llegó al disparate criminal del
famoso opúsculo de Nicolai, Helmut (1932). Die rassengesetzliche Rechtslehre, Grundzüge einer
nationalsozialistischen Rechtsphilosophie, München, cuya lectura siempre es altamente aleccionadora
respecto de este riesgo, por la desorbitada cantidad de insólitos absurdos que contiene, que hablan casi de
un mundo psicótico en su autor, aunque clínicamente no lo fuese.
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El otro objetivo de ese saber está destinado a la formación de los futuros
operadores del aparato de justicia, es decir, que cumple también una función
reproductora.
No caben muchas dudas acerca de que un saber destinado directamente a ser
aplicado por un poder del estado tiene un sentido político (de gobierno de la polis), que
hace de cada teoría jurídica un verdadero proyecto político. Tampoco puede negarse que
la formación de los futuros juristas tiene un claro sentido político.
No obstante, no faltan quienes pretenden una asepsia política del derecho, lo que
también es un prejuicio importado65 contrario a la naturaleza de las cosas. Esta pretendida
asepsia política se llevó hasta el extremo cuando se postuló su independencia incluso del
mismo modelo de estado66
En nuestra región la simulación de asepsia política de nuestro saber es contraria a
la más elemental y primaria tarea de la que debe ocuparse el jurista, que consiste en dar
a nuestros Pueblos confianza en el derecho. No se trata de devolverles una confianza que
nunca fue plena, sino de crearla.
La desconfianza popular hacia el derecho y las instituciones en nuestra región, no
es gratuita ni constituye un defecto, sino que resulta de una larga experiencia histórica:
para nuestros pueblos, a lo largo de casi toda su historia, el derecho no fue otra cosa que
un argumento legitimante de sus explotadores, o sea, una constante defraudación.
En América Latina, casi siempre se invocaron valores jurídicos que fueron
disparatada y sistemáticamente negados en los hechos: desde el derecho indiano, que
daba un fundamento piadoso a la encomienda (el adoctrinamiento cristiano de los infieles)
hasta las banderas de democracia, transparencia, respeto institucional, república, ética
republicana, independencia de poderes, civilización occidental, etc., con que llenaban sus
bocas quienes cometieron las más crueles atrocidades, pasando por el pseudoliberalismo
racista de nuestras repúblicas oligárquicas67
.

65 La pretendida neutralidad política de la teoría jurídica fue importada fundamentalmente de Alemania,
donde los diversos regímenes políticos por los que pasó esa nación no permitían sostener una línea de
pensamiento jurídico coherente, como también que algunos juristas debieron defenderse del totalitarismo
esgrimiendo el argumento de que su saber era ciencia y no política. En Estados Unidos, esta separación
tajante fue siempre una pretensión para ocultar los intereses de la reacción enquistada en alguna
jurisprudencia antigua de su Suprema Corte. Por otra parte, siempre es una posición cómoda para el
burócrata boyante, dispuesto a servir a la hegemonía de turno.
66 Así lo hizo el neokantismo, especialmente durante los años del nazismo, aunque no fue sólo esta
corriente que llegó a ese extremo.
67 Es interesante la comparación con Alemania, mostrada como ejemplo de confianza en el derecho.
Alemania pasó por el imperio, la revolución de 1918, la República de Weimar, el nazismo, la derrota y la
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La confianza en el derecho y en las instituciones se crea sólo tomando los
derechos en serio, o sea, impulsando su realización en el plano de la realidad social.
Si bien existe una Constitución y un derecho internacional que establecen normas y
principios (un deber ser constitucional e internacional), hay una realidad constitucional,
que no es normativa sino social, que se nutre de datos de la realidad (su investigación
debe ser sociológica), lo que permite valorar en cada caso el grado de realización de esas
normas (de ese deber ser) en la realidad de la interacción humana, en el ser social (grado
de realización constitucional), como juicio imprescindible para promover el avance de su
realización.
Cuando no se reconoce suficientemente que “Constitución, realidad constitucional y
grado de realización constitucional” son diferentes conceptos y niveles, se cae en alguno
de los extremos reduccionistas, o sea, en el normativismo o en el sociologismo, pero
ninguno de ambos es útil para los jueces cuya función es sentenciar, o sea, realizar actos
de poder, de gobierno, políticos, conforme a los valores y a la antropología constitucional,
cuya norma básica es que todo ser humano es persona.
Frente al reduccionismo normativista, cabe advertir que la lógica no es ontología; frente al
sociologista, debe saberse que del ser sólo surgen los límites ónticos del deber ser, pero
no éste mismo.
Los Derechos Humanos consagrados en la Constitución son un programa cuya
realización debe ser constantemente impulsada por la doctrina jurídica que se ofrece a los
operadores del aparato jurídico de un país, en pos de una constitucionalización de todas
las ramas del derecho.
De los Derechos Humanos (en el sentido subjetivo de Rights), mediante este
impulso, debe construirse un Derecho Humano (en el sentido objetivo de Law). En el
centro y en cada una de las ramas de ese Derecho Humano (objetivo, Law) debe vivir el
impulso hacia la realización de la norma básica de la antropología constitucional

ocupación que la partió en cuatro zonas, la confrontación entre la República Federal y la Democrática y la
reunificación, en poco más de setenta años. Pero cada uno de esos regímenes se presentó con su propia
cara, buena o mala, sin disfrazarse. Algo parecido puede decirse de casi tosa Europa: ni Mussolini, ni Stalin
ni Franco se presentaron con la careta de liberales y republicanos. En nuestra región, todos se presentaron
con la máscara de la república, de la democracia, de la restauración del derecho, etc. Basta leer las
proclamas de todos nuestros golpes de estado. Sin salir de la Argentina, en nombre del derecho se
bombardeó la Plaza de Mayo, se fusiló sin proceso, se derogó la Constitución de 1949 por decreto, se
convocó a una Constituyente sin ejercicio del poder preconstituyente, se proscribieron partidos mayoritarios
(radicalismo y justicialismo), se destituyeron y se nombraron jueces masivamente y, finalmente, se cometió
el genocidio de los setenta.
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(concepto constitucional del ser humano): “todo ser humano es persona, nacemos con
igualdad de dignidad y derechos”.
Es tarea de las Universidades preparar a nuestros nuevos juristas para esta
empresa. Si hay sentencias aberrantes en nuestra región, no son obra de la casualidad,
de la malignidad ni de Satán, sino de jueces que formamos en nuestras universidades. La
academia, el saber jurídico, debe asumir esta responsabilidad en la formación y
entrenamiento de los nuevos juristas populares.
No podemos teorizar pretendiendo negar nuestra realidad deTercera Guerra
Mundial no declarada. Para eso es menester construir nuestras teorías jurídicas
incorporando los datos de la realidad social que nos van señalando el grado de
realización de los derechos.
El cerrado normativismo y, en general, las teorías jurídicas que dejan fuera de su
horizonte los datos sociales, privilegiando la completividad lógica de sus construcciones
en desmedro de sus consecuencias sociales reales en cuanto a la realización de los
derechos y la dignidad de la persona, son con frecuencia elaboraciones importadas,
originadas en el esfuerzo de burocracias académicas y judiciales de países colonizadores,
que trataban de sobrevivir o de adaptarse a momentos políticos totalitarios, o bien de
mantenerse en posiciones burocráticas sin molestar al poder.
Por otra parte, en general, provienen originariamente de sistemas políticos que
desconocían el control de constitucionalidad de las leyes, es decir, de estados legales de
derecho, a diferencia de todos los modelos latinoamericanos que, al menos
constitucionalmente, fueron pensados desde su lejano origen como estados
constitucionales de derecho68
.
Todo saber jurídico que pretenda ser constitucional y, en ese sentido, impulsar la
realización constitucional, debe construirse partiendo de una teoría del conocimiento
realista, que le permita reconocer la situación actual de esa realización en la sociedad.
Las teorías más o menos idealistas son propensas a encerrar el conocimiento
jurídico en los puros datos jurídicos, lo que puede crear un mundo normativo en que todo
sea lógico y coherente, pero nada coincida con la realidad. Los datos normativos son sólo
los que el poder quiere incorporar, impidiéndole al juez decidir tomando en cuenta el

68 Se trata de una fuerte contradicción en la formación de nuestro derecho, que ha dejado una rémora de
resistencia a la constitucionalización, en beneficio de la sacralizad de la norma infraconstitucional.
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verdadero grado de realización constitucional, obligándole de este modo a dar por cierto
que en la realidad existe lo que no existe, o sea, alucinando la realidad constitucional.
En tales condiciones será imposible criticar la realidad constitucional para impulsar
su mayor realización y, por cierto, un saber jurídico conforme a un Derecho Humano
necesariamente debe ser crítico, pues es imposible promover el avance en la realización
de un derecho sin reconocer, valorar y criticar su actual grado de realización.
Por otra parte, imponiéndose por imperio constitucional la promoción del derecho al
desarrollo humano, siempre se enfrentará con la resistencia del colonialismo, por lo que
no puede dejar de ser partisano, lo que no significa que deba ser un derecho de
enemigos, pues la disyuntiva de Carl Schmitt es falsa: el derecho siempre empuja hacia
algún lado, pero no por eso está condenado a caer en el despropósito de negar la
condición de persona de quien empuja en otro sentido: sostener lo contrario implica
confundir el derecho con la fuerza o la violencia y, en definitiva, suprimir el concepto
mismo del derecho69
.
15. Aproximación latinoamericana a la realidad social
Los datos de realidad que debe incorporar el derecho para promover la realización
constitucional son a veces evidentes, pero cuando es menester hilar más fino se demanda
un marco teórico que no es jurídico, sino sociológico y que, necesariamente, tampoco es
independiente del que maneje el saber del campo económico y de la ciencia política.
El jurista no es un cientista social y, salvo en los casos obvios, en esto como otros
casos, necesita valerse de saberes ajenos. De lo contrario, corre el riesgo de incorporar
datos que considera reales el imaginario ciudadano medio, despersonalizado en el
sentido de la gente, que reemplaza al concepto político de pueblo en la jerga de los
medios monopolizados. En tal caso, en lugar de nutrir su teorización mediante el realismo,
no haría más que caer en el discurso de los medios concentrados dominantes, que saben
muy bien construir la realidad mostrándola como conforme a un prefabricado sentido
común o a un generalizado todos lo saben, sólo porque se lo ratifican las conversaciones
superficiales cotidianas que repiten lo que los propios medios divulgan.

69 Sobre esto, más ampliamente, n. “¿Derecho penal humano o inhumano?” En “Revista de derecho penal y
criminología”, La Ley, Bs. As., setiembre de 2014.
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Para que esto no suceda en la apertura realista, las universidades deben dotar al
jurista de los conocimientos necesarios para evaluar lo que otros saberes le aportan como
datos de la realidad. Un juez penal debe saber lo necesario para valorar un peritaje
médico forense y para saber interrogar al perito, para lo cual no necesita ser médico; un
juez civil debe saber lo mismo respecto del psiquiatra que le informa acerca de la
capacidad de una persona, sin necesidad de ser psiquiatra; etc. Del mismo modo debe
estar preparado para comprender lo que le dicen los otros saberes sociales.
Cada libro está en su lugar y es mejor no confundirlos ni mezclarlos. No hay
saberes interdisciplinarios, sino tareas interdisciplinarias. Se trata de que cada uno tenga
la preparación suficiente para saber escuchar a los otros, que es el único camino para
acercarse a la realidad, porque la parcialización científica de la realidad es indispensable
(dado que nadie puede abarcar el todo real), pero siempre es artificial.
El colonialismo trata de castrar al derecho de todo conocimiento proveniente de
otro saber acerca de la realidad. Por eso pretende reducir la formación del jurista a la de
un tramitador técnico70, eliminando de los currícula de las facultades de derecho todas las
materias que proporcionan conocimientos de otras disciplinas sociales, llegando al
extremo de proyectar la supresión de la filosofía del derecho.
En el plano teórico, el normativismo radicalizado fue surgiendo y diovulgándose
como una defensa ante el peligro de una disolución sociológica del derecho, pero hoy ese
riesgo no existe y, en verdad, resulta funcional a este embrutecimiento social y cultural del
jurista71
.
No obstante, en las propias disciplinas a las que debe interrogar el jurista, las cosas
no son simples. Los hechos de nuestra región también necesitan enmarcarse
teóricamente en las otras ciencias sociales, y esos marcos tampoco pueden ser
importados acríticamente.
No siendo sólo el derecho que importa teorías, sino todo el saber, es claro que en
las otras ciencias sociales también se hace necesario construir marcos teóricos propios, al
igual que en el derecho, y que éstos, obviamente, tampoco pueden elaborarse partiendo
de la nada.

70 En ese sentido va el llamado proceso de Bolonia en Europa, lo que ha generado fuertes críticas. No dista
mucho de lo pretendido por los idólatras del mercado de nuestra región en los años noventa. En el año 2000
se intentó acabar con la enseñanza universitaria gratuita en la Argentina.
71 Un síntoma grave es que en las facultades de derecho latinoamericanas se ignora o minimiza a la
criminología, en especial desde su giro sociológico y crítico.
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No ignoramos los importantes esfuerzos por elaborar una sociología
latinoamericana en sus distintas ramas o especialidades (del conflicto, urbana, rural, de la
educación, de la salud, criminal, etc.), como tampoco los de la antropología cultural en la
región, pero el jurista requiere estar formado para comprender el marco teórico desde el
que le habla el cientista social, o sea, para distinguir si lo hace desde un marco importado
y sólo reafirmado con la autoridad del teórico central o si, por el contrario, responde a un
esfuerzo constructivo más próximo a la realidad regional o local, generada por el
colonialismo en esta o en sus anteriores fases.
Dado que -al menos en su origen- todo nuestro saber es importado y que en todas
sus ramas están en formación los marcos teóricos adecuados para la comprensión de los
efectos de nuestra posición en el mundo, resulta que el anticolonialismo es un frente
común en todos nuestros saberes y, por ende, en todos ellos también existen pulsiones
colonialistas o importaciones funcionales a ellas.
Por ende, no basta con que el jurista conozca elementos básicos de otras
disciplinas, sino que debe estar en condiciones de identificar de qué parte está el cientista
que lo nutre de los datos de realidad que debe incorporar a sus decisiones. De no estar
dotado de esta capacidad de discriminación teórica, corre el riesgo de incorporar como
dato lo que el colonialismo quiere que incorpore y, de este modo, abrir el campo teórico
del derecho en un sentido falso, contrario a la impulsión de su realización social.
Menester es precisar que muchas veces importa poco si el marco importado es de
izquierda, progresista o crítico en su sociedad de origen. Si bien el colonialismo es una
hegemonía que opera a dos puntas y, por ende, lo que sea reaccionario y retrógrado en el
centro también lo es en la periferia hegemónica, no se puede dejar de lado que el marco
teórico progresista en el centro es crítico de la realidad social del colonialismo en su
sociedad central, lo que no puede transferirse sin más a la periferia, donde el colonialismo
crea una realidad social por completo diferente. La transferencia acrítica de marcos
progresistas centrales a la periferia del poder hegemónico, nos hace correr el riesgo de
criticar como nuestra a una sociedad que nos es ajena. Algo de eso sucedía cuando la
crítica central anterior a la crisis de los setenta, se dirigía contra la sociedad de consumo,
propia de los estados de bienestar, que nosotros no teníamos en Latinoamérica.
16. Los puntos más sensibles de un saber jurídico anticolonialista
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Son muchos los aspectos en que la doctrina jurídica debe dar pasos firmes en la
promoción de los Derechos Humanos consagrados en las constituciones y, en particular,
en el derecho al desarrollo humano progresivo, para construir un Derecho Humano en
sentido objetivo.
Uno de los más importantes lo alumbra el constitucionalismo latinoamericano, con
el reconocimiento de la personería de la naturaleza en las Constituciones de Bolivia y de
Ecuador72, cuyas perspectivas doctrinarias aún no han sido del todo valoradas y menos
aún transitadas.
Los sujetos de derecho no somos sólo los humanos, como pretende la ideología
que hasta el momento ha impuesto el colonialismo, criterio que al separar tajantemente lo
humano de lo no humano a partir de Descartes, dejó en la penumbra el hecho innegable
de que la vida humana en el planeta depende y está inserta en lo no humano, es parte de
ese conjunto que es la naturaleza: no somos dueños de lo no humano y menos sus
genocidas irresponsables, sino que compartimos su destino.
La mayor amenaza actual para la humanidad es la perspectiva de destrucción de
las condiciones de habitabilidad del planeta, producto de una explotación que sólo procura
la renta inmediata.
El derecho al desarrollo que implica derecho a la vida, se sostienen en el derecho
de la propia humanidad a subsistir sobre la tierra, amenazado por el olvido de la
pertenencia del humano a la naturaleza.
Aún el saber jurídico no ha tomado plena consciencia de que éste es el
presupuesto más elemental de todos los derechos, pues en definitiva es el derecho a la
vida de toda la humanidad como especie.
En otro orden de cosas, no muy lejano del anterior, el genocidio de nuestros
pueblos originarios no terminó con la independencia, sino que, como resultado de la
continuidad del proceso colonialista, se extendió por muchos años más, legitimado
especialmente por el pseudoliberalismo racista de nuestras oligarquías del siglo pasado73
,
aunque no sólo por éste.

72 Cfr. n. Zaffaroni, E. R. (2011). Op. Cit.
73 Una muestra clara de esto, aunque no única por cierto, es el genocidio cometido en el siglo XIX en la
Patagonia argentina, llamado pomposamente campaña al desierto y celebrado por la historia oficial como
una gesta heroica. Cfr. Valko, Marcelo (2010). Pedagogía de la desmemoria. Crónicas y estrategias del
genocidio invisible, Buenos Aires: Ediciones de las Madres de Plaza de Mayo.
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Los originarios sobrevivientes fueron sometidos sin piedad durante más de cinco
siglos, pero sus culturas han revelado una fortaleza increíble, que las ha hecho subsistir.
La depredación en curso las va privando de sus fuentes de vida, fuerza a los
originarios a concentrarse urbanamente, pero pese a todo, no perdieron sus lenguas ni
sus tradiciones.
La conciencia de pertenencia a la naturaleza de esas culturas es muy superior a la
colonialista, sus formas de resolución de conflictos parecen mucho más racionales, sus
creencias giran en torno del respeto al ambiente, perdido por el colonialismo depredador.
Sus vínculos con lo Absoluto siempre los establecen a través de la naturaleza.
No sólo se trata de que el saber jurídico privilegie el derecho a la integridad
comunitaria y a la propia cultura de nuestros pueblos originarios, sino que debe hacerlo
con el derecho a preservar todo el pluralismo étnico y cultural de nuestra región. Esto se
vincula estrechamente con la dificultad que nos presentan los monopolios de medios de
comunicación que son parte del poder financiero transnacional.
Si bien cualquier monopolio es nocivo por afectar la libertad de mercado, en el caso
de los monopolios y oligopolios de medios de comunicación, está en juego el
multiculturalismo como invalorable condición esencial de nuestra región, de nuestro ser
latinoamericano.
Esos monopolios no amenazan sólo a la política o a sus eventuales competidores,
lo que pasa a un segundo plano en este sentido. Tampoco es decisivo que confundan a la
opinión pública, que oculten o creen violencia, sino que, como parte del poder financiero
transnacional, su exclusividad tiende a una homogeneización cultural que borra las
diferencias y anula nuestra riqueza regional, como característica de nuestra esencia.
Tengamos presente que la igualdad consiste en el derecho a ser diferente, no en la
igualación propia de los totalitarismos: la peor negación del derecho a la igualdad sería la
clonación humana de toda la población.
Esas concentraciones de capital, dueñas de la inmensa mayoría de los medios de
comunicación audiovisuales, son una peligrosísima amenaza que tiende a eliminar el
humus mismo del ser humano latinoamericano, a borrar sus raíces cercanas o lejanas,
para convertirlo en un ente culturalmente amorfo, adorador de las maravillas del
colonialismo en el plano artístico, musical, estético, ético, político, literario, etc.
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Los medios concentrados producen hoy los equivalentes a las cuentas de vidrio de
los colonizadores originarios. Es urgente que la doctrina jurídica promueva la más
decidida defensa del multiculturalismo de nuestra región.
No sería posible ni alcanza la imaginación individual para enlistar todos los otros
aspectos por los que debiera correr la constitucionalización de todas las ramas del
derecho, pero, en tren de necesaria selección, no podemos pasar por alto el que hace a
los derechos individuales y especialmente a la vida humana en cuanto al aparato punitivo
de los estados.
El montaje de un aparato represivo con un giro legislativo y jurisprudencial
regresivo hacia la premodernidad penal y procesal penal, no es algo reservado a una
rama particular del derecho. El poder transnacional lo sabe claramente y por eso insiste
en ese montaje. A medida que se eliminan barreras al ejercicio arbitrario y selectivo del
poder punitivo de los estados, se avanza por el camino del genocidio, porque la historia
demuestra que éste nunca fue otra cosa que el resultado de un poder punitivo sin
contención jurídica74
.
Pero no sólo se pone en riesgo de destrucción masiva a la vida humana, sino a
todos los derechos y al derecho mismo: la ley penal señala el límite al poder punitivo del
estado y, por eso, en definitiva, es un apéndice de la Constitución.
Si bien sería desastroso que se desmoronase el orden civil, el mercantil, el laboral,
etc., lo cierto es que si se desmoronase el penal, ningún derecho quedaría en pie, porque
el poder policial del estado avanzaría sobre todos los derechos, sin límite alguno.
Por esta razón, el poder transnacional y sus medios monopólicos no atacan
frontalmente a las constituciones, sino al límite jurídico al poder punitivo, porque sabe bien
que cuando éste se debilita o desaparece, se extingue el estado de derecho, directamente
se hunde toda la realización constitucional y con ésta el derecho mismo.
Quien crea que si hiciésemos desaparecer la ley penal y todo el aparato de justicia
(jueces, fiscales, abogados, etc.), desaparecería con eso el poder punitivo, está alucinado
por el discurso del autismo esquizofrénico normativo, porque en el mundo real, de
producirse semejante supresión, el poder punitivo policial se expandiría sin control ni
límite.

74 Cfr. n. Zaffaroni, E. R. (2012b). Crímenes de masa, con prólogo de Eduardo Barcesat y epílogo de Daniel
Feierstein, 2da edición, Bs. As.: Ediciones de las Madres de Plaza de Mayo.
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Por ende, el debilitamiento de los límites jurídicos a su ejercicio (las llamadas
garantías que son propias de todo el constitucionalismo de los estados democráticos y
constitucionales de derecho) equivale siempre a la expansión del poder punitivo, al
debilitamiento de los espacios de autonomía social de los ciudadanos (que es lo que
preservan las garantías) y, en definitiva, al desmoronamiento de todos los derechos y de
la constitución misma.
La doctrina jurídica, particularmente penal, no puede dejar de incorporar los datos
que hacen a los fenómenos sociales creados por los medios concentrados en el plano del
derecho penal y cuya relevancia no debe ser ignorada, so pena de formar una doctrina
enferma, que alucine un mundo no real y proyecte decisiones para ese mundo inexistente.
Nuestra doctrina penal debe reconocer diversos fenómenos del poder punitivo real
en nuestra sociedad, sea para contenerlos, tratar de desbaratarlos o tener en cuenta sus
efectos. Entre ellos, no puede pasar sin advertir, por ejemplo, la altísima selectividad del
poder punitivo, los prejuicios clasistas y racistas que lo determinan, la sobrepoblación y el
deterioro carcelario, la sobrerepresentación prisional de los sectores más humildes, el
efecto reproductor de la prisionización, la falta de asistencia posliberacional, el predominio
de presos sin condena, la desmonopolización del uso de la fuerza (sea por grupos
armados ilegales o por privatización), la autonomización de las policías, la existencia de
cajas o fuentes de recaudación autónoma, la letalidad policial y su efecto expansivo, la
estigmatización de adolescentes de barrios precarios, la tortura, las falsas soluciones a
los problemas sociales, el caos legislativo penal, los disparates jurídicos de políticos
oportunistas y atemorizados, la prédica de los medios audiovisuales concentrados que
pretenden volver a la edad media penal, la incitación a la venganza, al linchamiento, a la
persecución y estigmatización de jueces, etc.
17. Hacia una legislación deseable
Existe una larga lista de materias que debieran ser objeto de la atención legislativa,
muchas veces distraída por la lucha política coyuntural y de campanario.
Es inevitable que el desarrollo del saber jurídico tenga efectos tangenciales sobre
la legislación. Un saber que interpreta leyes en forma coherente para facilitar su
aplicación, impulsando el desarrollo humano de una comunidad nacional, necesariamente
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saca a la luz las aristas de la letra de la ley de más difícil compatibilización con esos
objetivos, al tiempo que descarta las irreductiblemente contradictorias con ellos (por
inconstitucionales), sin desconocer que el jurista, al margen de su labor específica, no
está obligado a abstenerse de la crítica política a la ley.
En todos los ámbitos legislativos, por ende, la doctrina jurídica cobra importancia
por estos efectos tangenciales, lo que no significa, por cierto, que la tarea legislativa deba
estar exclusivamente en manos de juristas ni mucho menos.
Desde que el saber jurídico se originó, en las universidades del norte italiano hace
más de un milenio, habitúa a los juristas a pensar en forma sistemática, por lo general
pretendiendo que las instituciones surjan de modo casi completo, simétrico, ordenado, lo
que, por cierto, no sucede ni puede suceder en la práctica política, que las configura
conforme a necesidades y urgencias bastante pragmáticas y coyunturales, para pasarlas
luego a las manos del intérprete, que procura su aplicación conforme a sus teorizaciones,
que son las que deben ser en lo posible completas, simétricas y ordenadas.
Este hábito de pensamiento, con demasiada frecuencia acostumbra al jurista a
criticar a las instituciones más por sus imperfecciones políticas que por sus efectos reales,
dejándolo al borde del deslizamiento hacia la abstracción normativista. Por fortuna, la
representatividad política democrática neutraliza en buena medida este riesgo.
El máximo objetivo de claridad y precisión legislativa se alcanza en la aspiración a
la codificación, donde la colaboración legislativa del jurista es indispensable, porque en
estas leyes, en que se pretende agotar todo el contenido de una materia jurídica,
precisamente para facilitar su comprensión y aplicación, se requiere una técnica legal más
depurada.
La tensión entre la codificación y las leyes particulares es general en toda
legislación, porque siempre existen materias no aptas para ser codificadas, otras que lo
son y que tradicionalmente se legislan en códigos y, en medio, un enorme campo de
materia jurídica que puede o no serlo. El avance de las leyes particulares en materias
codificables, así como las reformas parciales que destruyen la sistemática de los códigos,
hacen mucho más difícil la interpretación coherente y, por ende, mucho menos previsible
su aplicación a los casos concretos.
Estas elementales observaciones, válidas para toda la legislación, hacen que la
codificación dependa muchas veces de criterios políticos opinables en ese campo.
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La única área en que el movimiento codificador no fue cuestionado y en la que tuvo
su inicio, fue la penal
75, por obvias razones de seguridad jurídica que, como vimos, hacen
de su codificación un apéndice ineludible de la constitución política.
En la legislación regional se está produciendo una gravísimas descodificación de
esta materia, con el consiguiente debilitamiento de la realización de todos los derechos,
en una confusión normativa cada vez más marcada y con incoherencias absurdas,
producto de una política legislativa cuya agenda la marcan los medios de comunicación
monopolizados.
Como observación general, vale la pena señalar que la situación actual de la región
indica la seria conveniencia de que nuestros legisladores comiencen urgentemente a
tomar consciencia de los efectos letales de esta fase superior del colonialismo y a
pergeñar instituciones destinadas a su control.
Llama poderosamente la atención que la alarmante extensión de la muerte
prematura en nuestra región sea objeto de muy escasa investigación de campo confiable.
En el plano de la muerte violenta héteroagresiva, ha alcanzado un considerable desarrollo
la criminología teórica, pero con muy escasa investigación de campo, a la que no sólo no
se destinan recursos, sino que incluso –so pretexto de secreto de seguridad- se niega
información y acceso a sus fuentes a los investigadores independientes.
Como es obvio, no se puede prevenir lo que no se conoce y, dado que no se hace
mucho esfuerzo por conocer e incluso se obstaculiza o impide el acceso a las fuentes de
conocimiento, no es posible creer en la seriedad de los buenos propósitos de prevención.
La inevitable y lamentable conclusión, es que “interesa más salir del trance
mediáticamente ante la prédica de los medios monopólicos que prevenir las muertes
reales”
76
.
En materia de muerte se prefiere proyectar una buena imagen a hacer algo eficaz:
la mujer del Cesar prefiere parecer honesta, aunque yazga con medio ejército imperial; al
César no le importa que su mujer lo haga, lo que le importa es que no lo parezca. Pero
esta era una cuestión del César y de su mujer, aquí lo es de toda una sociedad que
cuenta muertos y desparecidos en cifras propias de conflictos bélicos.

75 El primer código en sentido moderno, es decir, en el de una única ley sistemática y agotando una materia,
fue el penal de Pedro Leopoldo de Toscana. Los llamados códigos anteriores eran recopilaciones de leyes.
76 Cfr. Bailone, Matías (2014). “Los homicidios como objeto de investigación. Conocer para prevenir”. In
Diario La Ley, 29 de diciembre, AR/DOC/4656/2014.
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Tenemos ministerios especializados en todo, menos en la vida. Foucault señaló
que la administración se complicó cuando pasó a ocuparse de la administración de la vida
y dejó de hacerlo con la simple administración de la muerte77, pero la historia demuestra
que en nuestra región el colonialismo no ha terminado con la administración de la muerte,
y que incorpora una variante que Foucault no tuvo en cuenta: dejar morir y dejar matar.
Dada la realidad del genocidio por goteo, de las consecuencias letales de la
Tercera Guerra Mundial no declarada, es menester crear un ministerio de la vida,
encargado de prevenir la muerte prematura, reuniendo e investigando todos los datos a
su respecto, provenientes de las demás áreas de gobierno y privadas, con capacidad para
recabarlos y obligación de proporcionarlos (seguridad, salud, industria, agricultura,
economía, policías, tribunales, morgues, superintendencias de seguros, hospitales
públicos y privados, vialidad, agencias de seguridad, municipios, gobiernos locales, etc.).
18. Algunos aspectos necesitados de legislación más próxima a los Derechos
Humanos
a. Si bien no es una cuestión de exclusiva decisión legislativa local, sino regional y
vinculada a instrumentos de derecho internacional que comprometen a todos nuestros
países, no es desaconsejable que nuestros legisladores comiencen a pensar seriamente
cómo salir de la encrucijada letal en que nos coloca la prohibición de la cocaína.
En principio, es bueno que se interioricen acerca del verdadero problema de salud
de los tóxicos y dejen de manejarse con los estereotipos inventados por los medios
audiovisuales monopólicos, que venden la falsa imagen y los estereotipos que envían los
colonizadores.
Entre otras cosas es menester que tengan consciencia de que el problema de
violencia homicida es el del alcohol y el de deterioro y muerte de nuestros adolescentes
de barrios precarios con los productos tóxicos de descarte o de producción de tan baja
calidad que en realidad son venenos, cuyo uso incentiva la falta de proyecto de vida,

77 Cfr. Foucault, Michel (2007). Nacimiento de la biopolítica. Cursos en el College de France, 1978-79,
México: Fondo de Cultura Económica.
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propia de la exclusión social. Todo ello sin contar con el abuso de psicofármacos entre las
clases medias y altas y que, al mismo tiempo, no alucinen acerca de los efectos de otros
tóxicos más naturales, como la marihuana.
Sin duda que la desincriminación del consumo de cualquier tóxico se impone por
efecto de una lógica férrea, y en especial porque su punición no es más que un pretexto
para la recaudación de las policías autonomizadas, sin ningún efecto preventivo y con un
desgaste de actividad enorme, digno de mejores objetivos. Pero qué hacer con el tráfico
mismo, es otra cuestión.
La dimensión alcanzada por la economía de la cocaína impide dar respuestas
simplistas, por lo que debemos estar atentos a la simple legalización propuesta por los
gurúes de la teología del mercado. Cualquier solución que haga caer la formidable
plusvalía de su servicio de distribución, deberá contemplar los efectos negativos que
puede acarrear en los países productores de materia prima, el posible desempleo en los
eslabones de producción, el eventual desplazamiento de la actividad criminal vinculada a
la exportación y distribución y, quizá, cierta recesión en la economía mundial.
Todo esto es materia que algún día debieran tratar los economistas, con seriedad y
sentido pragmático, fuera de todo dogmatismo escolar, para lo cual sería bueno que los
convocasen los legisladores. Lo primero que se debe hacer para salir de un pozo, es ser
consciente de que se está en un pozo.
b. Otro importante factor de letalidad que debieran atender los legisladores es que
las policías de la región, en mayor o menor medida, se autonomizan del poder político y
van adquiriendo sus propias fuentes de recaudación, frecuentemente con acuerdo del
propio poder político, que no tiene idea del riesgo y va quedando sitiado.
El poder de estas agencias aumenta frente al político, al punto de amenazar su
estabilidad creando situaciones de caos social o intentando verdaderos golpes de estado.
Por otra parte, su implicación con los tráficos ilícitos aumenta su volumen de recaudación
hasta límites insospechados y también derivan algunos recursos a las elecciones internas
de los partidos e inciden en la elección de candidatos locales. Su apoyo a un grupo de
delincuentes en detrimento de otros, le facilita la recaudación, pero tiene resultados
mortíferos.
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No sólo se autonomizan las policías de seguridad, sino también los servicios
secretos de los diferentes países, lo que pone en riesgo la seguridad del estado78. El
problema se complica aún más cuando se asignan funciones de seguridad interior a las
fuerzas armadas, que a poco siguen un camino parecido, ya con seria lesión a la defensa
nacional y total pérdida de prestigio público.
Por lo general la recaudación autónoma policial se concentra en cajas que manejan
las cúpulas y que no reparten equitativamente, de modo que poco llega a las bases de
tropa, que son las que están más expuestas a los riesgos de vida; a éstas se les dejan
algunas recaudaciones menores y casi barriales. No pueden reclamar un reparto más
equitativo de la recaudación autónoma, porque carecen de representación sindical y están
sometidas a un régimen interno por lo general sumamente arbitrario.
La estructura policial latinoamericana conserva la característica de policía de
ocupación territorial que proviene de la colonia. Copiamos la Constitución estadounidense
pero no su policía comunitaria. La cooperación de este país aconseja y hasta impone a
Latinoamérica policías centralizadas y únicas, a diferencia de sus propias policías, cuyos
cuerpos llegan a casi dos mil. El poder financiero prefiere policías únicas, porque
ideológicamente piensa que puede reproducir con las policías el mismo esquema
colonialista con que infectó a las fuerzas armadas desde la Escuela de las Américas.
Sería urgente que nuestros legisladores pensasen en una seria reforma policial,
con la creación de policías de seguridad comunitarias, separación de la policía de
investigación criminal, buen entrenamiento de ambas, mejora de las condiciones
salariales, desmilitarización de un servicio cuya naturaleza es esencialmente civil y, en
particular, con la supresión de todos los obstáculos a la sindicalización, lo que permitiría el
desarrollo de una conciencia profesional en la discusión horizontal de las condiciones
laborales. Por supuesto que, para esto, se requiere una fuerte decisión política, pues
chocará con la resistencia de las cúpulas que pretenderán conservar la parte del león de
sus cajas.
c. Sin duda que podríamos enumerar muchísimas tareas pendientes en el campo
legislativo, lo que no tendría objeto en este ensayo, en que sólo señalamos las líneas más
generales de lo deseable. No obstante, no es posible dejar de mencionar la cuestión
agraria y la medioambiental.

78 Sobre este moderno potencial técnico de vigilancia, Bauman, Zygmunt; Lyon, David (2014) Sesto potere.
La sorveglianza nella modernità luquida, Laterza.
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Nuestra región es productora de alimentos y el agro debe ser muy especialmente
regulado y tutelado. Por otro lado, el descuido del agro y la violencia, en varios países han
provocado desplazamiento poblacional y fuerte concentración urbana sin fuentes de
trabajo en las ciudades, lo que genera situaciones gravísimas de violencia y explotaciones
de todo tipo.
Se trata de una materia tan importante que bueno sería pensar en su codificación,
para dotarla de seguridad y previsibilidad. Requiere una regulación especial tanto la
propiedad agraria como los contratos, el crédito, la trasmisión hereditaria, las semillas, los
agrotóxicos, la comercialización, la preservación del suelo, etc.
El suelo destinado a producción agraria no puede ser una mercancía común,
librada a la mano del mercado en nuestros países, lo que conduce al monocultivo, a la
erosión, a la explotación indiscriminada y a la concentración en perjuicio de la empresa
familiar tradicional79
.
d. La preservación de la habitabilidad humana del planeta debe ser una es una
prioridad obvia del derecho, pero no lo es en este momento. Aún nuestros políticos no han
tomado con la seriedad necesaria la cuestión.
Se trata de una materia en la que convergen y colisionan intereses contrapuestos y
posiciones frecuentemente extremas. La mera presencia del ser humano provoca
alteraciones en el medio ambiente natural, de modo que desde una posición extrema, no
hay actividad que no sea en alguna medida contaminante o deteriorante. Por otro lado,
hay actividades que no se pueden suprimir, como la minera –fuente de los más frecuentes
conflictos- sin afectar seriamente la economía. La cuestión es cómo equilibrar el interés
por la preservación del medio ambiente y el derecho al trabajo y al crecimiento
económico. Dicho en otros términos, lo que debe dilucidarse en cada caso es si la
explotación económica es racional o depredadora.
Nuestros juristas no están suficientemente preparados para decidir estos casos,
que requieren una preparación técnica especializada. Tampoco muchas veces es posible
acudir a peritos, pues buena parte de ellos están vinculados a empresas o a instituciones
sostenidas por las empresas explotadoras.

79 Cfr. Mioni, Walter; Godoy Garraza, Gastón; Alcoba, Laura (2013). Tierra sin mal. Aspectos jurídicos e
institucionales del acceso a la tierra en Salta, Buenos Aires: Ediciones INTA, Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria. Disponible en:.
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La cuestión tiende a cobrar cada día mayor importancia, por lo que sería útil que
nuestros políticos -y en especial nuestros legisladores- piensen en la posible creación de
fueros o tribunales administrativos o judiciales, quizá con escabinos (combinando jueces
letrados con especialistas en estas materias) con capacidad para decidir y con
participación comunitaria.
19. Hacia algunos puntos constitucionales deseables
Llegamos al más difícil de los niveles de legislación, sumamente condicionado por
la historia de cada uno de nuestros países. No es mucho lo que se puede decir en forma
común para todos ellos. No obstante, hay dos puntos que, por ser comunes, merecen ser
seriamente reflexionados.
a. El primero de ellos es el de los monopolios mediáticos, cuya prohibición debería
constar en las leyes máximas de toda la región porque, los efectos del papel que cumplen
en el colonialismo llevan a la conclusión de que en el actual momento de revolución
tecnológica comunicacional es inconcebible una democracia con medios masivos
audiovisuales monopolizados u oligopolizados, como también lo sería con cualquier otra
tecnología comunicacional que vaya surgiendo o imponiéndose.
No puede haber democracia ni representación auténtica cuando el pueblo no
puede enterarse de la realidad, más que en la versión única construida por un monopolio
enraizado con los intereses del capital transnacional en esta fase superior del
colonialismo80
.
No es posible tolerar monopolios que ocultan o disimulan las muertes masivas, que
minimizan crímenes aberrantes (como la masacre de adolescentes estudiantes en
México), que predican que la violencia disminuye porque ya no aumenta el número de
homicidios masivos, que pretende calmar con el argumento de que hemos llegado a una
meseta, que fabrican candidatos a presidente con técnicas de mercado como si se tratase
de vender una gaseosa (como sucedió en Brasil y en México), que incitan públicamente al
linchamiento (como ha sucedido en la Argentina, con resultado de una muerte impune en

80 La Constitución del Ecuador del 2008 tiene un artículo que prohíbe a los grupos financieros poseer
medios de comunicación: “Art. 312: Las entidades o grupos financieros no podrán poseer participaciones
permanentes, totales o parciales, en empresas ajenas a la actividad financiera. Se prohíbe la participación
en el control del capital, la inversión o el patrimonio de los medios de comunicación social, a entidades o
grupos financieros, sus representantes legales, miembros de su directorio y accionistas.”.
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Rosario), que postulan una vuelta al sistema penal medieval, que sostienen la necesidad
de la tortura, que ocultan la letalidad policial, que fomentan discriminaciones, que no
hablan más que de venganza, violencia y muerte, que cuando conviene a los intereses del
capital transnacional lanzan campañas de terrorismo mediático, que atribuyen todos los
males a la droga (ocultando el alcohol, los psicofármacos y las víctimas masivas del
inmenso negociado de la prohibición), que estigmatizan a cualquiera que reclame un poco
de prudencia, que atemorizan con su terrorismo a los políticos y a los jueces, que se
exaltan porque se les paga el trabajo a los presos, que pretenden que se pudran en la
cárcel todos los excluidos, que difunden prejuicios negativos acerca de las personas de
las clases más humildes, que desprecian y hasta quieren ridiculizar las más elementales
garantías de nuestra civilización (cuya conquista ha costado muchos millones de muertos
a la humanidad), que crean estereotipos clasistas y racistas sin ningún pudor, que
arbitrariamente introducen modas, gustos, expresiones artísticas y hasta lenguaje
cotidiano en desmedro de nuestro multiculturalismo, etc.
Todo esto no es más que un totalitarismo mediático no muy diferente del propio de
los tiempos europeos de entreguerras, que nos han dejado la tristísima experiencia de las
consecuencias del discurso único de medios. No en vano era un gravísimo delito en la
Alemania nazista escuchar emisiones radiales extranjeras. En nuestras dictaduras de
seguridad nacional, el negacionismo mediático, posibilitado por la menor tecnología de la
época y practicado por los mismos monopolios actuales, fue el creador y difusor de la
tristemente célebre frase por algo será.
Nuestros adolescentes de barrios precarios, en el actual y permanente genocidio
por goteo, son los chivos expiatorios, a los que los postulantes de la sociedad excluyente
quieren controlar masacrándolos, previa estigmatización estereotipada. No olvidemos que
ese fue el camino de la Shoá. Son cientos de miles que mueren en toda la región y los
monopolios mediáticos minimizan, normalizan u ocultan esas muertes, las atribuyen a las
propias víctimas. No tenemos un Auschwitz, pero construimos sus equivalentes con suma
paciencia. Los cadáveres desaparecidos y aparentemente incinerados de los cuarenta y
tres estudiantes de Guerrero lo verifican.
La vida de uno o de cientos de miles de adolescentes de barrio precario no tiene
ningún valor para los intereses colonialistas de esta fase superior del colonialismo y,
naturalmente, tampoco para sus constructores de realidad mediática ni para los
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colaboracionistas internos de nuestros países colonizados: para todos ellos, cuantos
menos jóvenes excluidos haya, cuanto más descartables mueran, será mucho mejor.
b. En otro orden, pero también con general validez como observación en materia
constitucional para toda la región, no cabe olvidar que los populismos del siglo pasado
fueron desbaratados por el neocolonialismo, cuya tarea fue facilitada por cierta fragilidad
institucional.
Esa vulnerabilidad procedía del personalismo, que los colonialistas quisieron
mostrar siempre como fruto arbitrario de apetencias personales, pero que en realidad era
impuesto por las circunstancias de la época: esos movimientos sólo pudieron ser
personalistas, pues su composición pluriclasista y los equilibrios que debieron hacer para
promover el desarrollo humano, no podían tener lugar más que con una conducción en la
que pesase un liderazgo personal.
El desafío actual es, precisamente, preservar a las fuerzas y movimientos políticos
de resistencia al colonialismo en esta fase superior, logrando su institucionalización. Todo
sistema de gobierno (presidencialismo, parlamentarismo, mixtos) funciona bien y no es
muy vulnerable mientras existen conducciones eficientes y capaces de renovación y
autocrítica, pero para los momentos en que éstas se debilitan o desaparecen por efecto
del tiempo, del cansancio, de cualquier coyuntura o de la vida misma, es menester pensar
en una institucionalización que garantice mínimamente su continuidad y renovación.
Por cierto que no existe una fórmula ideal aplicable a toda la región en cuanto a la
configuración de sus estados, porque la empresa redistributiva no es pareja, dado que
hay países con diferente grado de desigualdad y exclusión, con exclusiones más
marcadamente racistas, con muy distintas intensidades de violencia, con sus propias
experiencias históricas tanto traumáticas como positivas, con su memoria histórica más o
menos conservada, etc.
Cada uno debe pensar como construir este reaseguro constitucional e institucional.
No hay ninguna fórmula de validez general para resolver la cuestión, pero hay una
cuestión general que cada quien debe resolver.

20. Alguna conclusión
Se hace necesaria una advertencia final: el colonialismo es un proceso y no una
conspiración.
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En un proceso que se desarrolla a lo largo de siglos, no todo ni mucho menos son
conspiraciones, acuerdos y ni siquiera conductas conscientes; apenas una minoría
conoce con precisión el papel que juega en este tablero de poder y ni siquiera tiene el
poder de conducirlo, lo que permite el espacio de resistencia anticolonialista.
Tampoco hay maquinaciones capaces de programar todo esto. Simplemente se
van dando conductas y fenómenos que, por ser funcionales al poder hegemónico mundial,
éste los deja andar o los favorece; opera como una suerte de filtro, que impide el paso a
lo disfuncional y deja colar lo funcional a sus intereses.
Por último, como síntesis máxima de todo lo expuesto, podemos decir que la más
importante tarea que tiene por delante el derecho latinoamericano, es la de asumir la
necesidad de reforzar su papel de instrumento de lucha contra el colonialismo, formar
juristas populares en esta línea, contribuir a despertar a nuestras poblaciones de la
ensoñación televisiva, erigirse en un freno al actual genocidio por goteo, asegurar los
derechos elementales de los habitantes, jugarse decididamente por el modelo de
sociedad inclusiva y, para todo eso, “otorgar prioridad doctrinaria y jurisprudencial al
derecho al desarrollo humano, íntimamente conglobado con el derecho a la vida individual
y colectiva de la humanidad en el planeta”.
De este modo cumplirá la función de construir la confianza en el derecho. Esta no
es una expresión hueca, sino la única manera de no caer en la trampa que
constantemente tiende el colonialismo.
La desconfianza en el derecho equivale al descreimiento en la posibilidad de una
coexistencia mínimamente razonable y respetuosa de la dignidad de persona de todos los
habitantes.
Lo peor que puede suceder es que se profundice esta desconfianza hasta el límite
en que el derecho sea arrojado lejos, como una herramienta inútil. En estos días es el
colonialismo quien contribuye más a esta desconfianza, pues con su accionar pone de
manifiesto que considera al derecho como un simple instrumento de dominación colonial.
Esto le resulta funcional también como instigación a la violencia, que es lo único que
queda cuando al derecho se lo arroja lejos por inútil.
Allí está la trampa: fuera del derecho, en la violencia, el colonialismo sabe que lleva
ventaja, que toda violencia le sirve de pretexto para legitimar su genocidio y matar más,
que en el peor de los casos, si llegase a perder, sólo sería con costos muy dolorosos para
los pueblos, difíciles de reparar, a veces imposible, y que si pierde en un lugar, en este
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mundo globalizado ganará en otros. Nunca juega a perdedor, pues en el balance mundial,
con la violencia sale ganancioso.
Lo que el colonialismo se esfuerza por impedir –y a lo que más teme- es al
aprovechamiento de la globalización para que se entiendan mejor entre los pobres del
mundo y puedan reclamar un orden mundial más justo por el camino de la coexistencia,
es decir, del derecho. Allí es donde llevaría la de perder. Ese es nuestro camino.
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