El pueblo de Nicaragua cumple cinco meses en llamas. Su lucha es una: la de la democracia y la justicia en un país en el que no se hizo una revolución para aguantar otra dictadura, esta vez encabezada por el presidente Daniel Ortega, quien en nombre del sandinismo ha traicionado todo principio revolucionario.
Los de abajo
La lucha en México de una nicaragüense
Gloria Muñoz Ramírez
La Jornada
El pueblo de Nicaragua cumple cinco meses en llamas. Su lucha es una: la de la democracia y la justicia en un país en el que no se hizo una revolución para aguantar otra dictadura, esta vez encabezada por el presidente Daniel Ortega, quien en nombre del sandinismo ha traicionado todo principio revolucionario.
Ortega está imponiendo el terror en una país resquebrajado. Es la generación que prácticamente no conoce otro presidente, la que nació en los 90 y se encontró con él en su segundo periodo iniciado en 2007, la que enfrenta a un gobierno autoritario que ha impuesto el terror como respuesta a las justas demandas de la ciudadanía.
Fátima Villalta es parte del movimiento estudiantil que desde abril pasado no ha dejado de protestar para exigir la salida de Ortega. La joven nicaragüense se encuentra en México denunciando lo innombrable: Ya sabíamos que el gobierno reprimía, mataba y perseguía a campesinos en las comunidades más alejadas, pero eso todavía no sucedía en Managua, y por eso fue un parteaguas importante cuando se reprimió con balas la manifestación del 19 de abril, cuando se inició un movimiento hoy incontenible.
La salvaje represión orteguista contra los estudiantes que apoyaban las protestas contra las reformas al seguro social provocó una ira incontenible de lo que todos estos años nos habíamos callado.
Se fortalecieron los lazos de los movimientos de resistencia que ya existían en todo el país y se unieron trabajadores y campesinos a los bloqueos de carreteras para impedir el transporte de carga pesada, mientras el Estado incrementó los asesinatos, encarcelamientos, allanamientos y secuestros a la ciudadanía.
Ni siquiera, dice Fátima, han podido procesar a los muertos, porque ahora están en una nueva fase de represión. Por eso está en México, para denunciar y pedir la solidaridad del pueblo mexicano, que siempre mira al sur.
Y al presidente electo Andrés Manuel López Obrador, dice Fátima, le piden que su anunciada política de no intervención no sea la de hacerse de la vista gorda con lo que ocurre en este pequeño país centroamericano.
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