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Gramatología del acontecimiento II

Raúl Prada Alcoreza :: 01.10.18

Segunda Parte.
Estado y corrupción. ¿Podemos imaginar sociedades sin estado?
Análisis del libro de Raul Zibechi “Brasil potencia”.
Análisis de la novela de Jorge Amado “Los subterráneos de la libertad” que gira en torno al golpe de estado del caudillo Getulio Vargas.
Nosotros, del continente de Abya Yala, tenemos una tarea histórica vital, rescatar al mundo de su captura institucional, de su ilusión de desarrollo, devolviendo a los seres del mundo a su potencia social. ¿Por qué podemos hacer esto? Porque la experiencia social, la memoria social, de la conquista, de la colonización y de la colonialidad, comprenden que la malla institucional es el andamiaje del montaje del poder y de los escenarios de las instituciones; la intuición social devela que estos fantasmas se sostienen sobre la creatividad de los pueblos y las sociedades.
El relato más dramático del primer volumen de la novela Los subterráneos de la libertad es la resistencia en la imprenta del partido. El Viejo Anarquista Orestes dinamita la máquina de imprimir para que no caiga en manos de la policía, que había rodeado la casa. Resiste con pistola en mano el joven militante Jofre, quien muere tendido en una mesa de la jefatura, donde se lo tortura, para arrancarle una confesión.

Estado y corrosión

De entrada habría que recoger la pregunta que se repite en el imaginario popular: ¿Por qué el Estado o, si se quiere el gobierno, en la jerga difundida, el poder, se encuentra asociado y vinculado a la corrosión, a la corrupción, a las violencias abiertas y encubiertas, a los abusos, solapados o descarados? Hay que tomar en serio esta pregunta, pues se basa en la experiencia social. No tomarla como prejuicio del sentido común, como ha acostumbrado a hacerlo la ciencia política, suponiendo que estas perversiones son contingencias, daños colaterales, para usar esta expresión de moda, errores humanos; empero, de ninguna manera, atributos innatos al Estado mismo. En contraste con este supuesto o conjetura académica, partiremos de la hipótesis de interpretación opuesta: El Estado es el lugar privilegiado de la corrosión, de la corrupción, de los paralelismos institucionales, de las violencias abiertas y encubiertas, además de ser el instrumento de la separación de Estado y sociedad, el aparato multiuso de las dominaciones.

Monopolio quiere decir control único, incluso puede connotar control centralizado, concentrado y condensado, además de acaparamiento y especulación. Conocemos la tesis de la economía clásica y neo-clásica, liberal y neo-liberal, de que el monopolio deforma el mercado, lo altera, si no lo suspende. Sólo que olvidan que precisamente es el capitalismo el que abole el mercado, pues se genera a partir del monopolio, como lo ha demostrado Fernand Braudel en sus investigaciones históricas. Extendamos la tesis enunciada; digamos que el monopolio legítimo de la violencia que es el Estado, deforma la sociedad, la altera, si no la suspende. En este caso no nos olvidaremos que es el monopolio legítimo de la violencia, el que abole la potencia social, la inhibe, usando su energía con el objeto de la reproducción del poder. Jugando con analogías, diremos que, así como el monopolio económico genera distorsiones, como los precios de inflación y las estrategias especulativas de ganancia, así también el monopolio político genera distorsiones, como los beneficios agregados y las estrategias suplementarias de ganancia.

Jugando con las analogías, en relación a la tesis anti-monopólica enunciada, diremos que, así como se supone, en realidad, se conjetura, que la ausencia de competencia afecta a la productividad, entendida no sólo como el logro de bajos costos, sino, sobre todo, mejores servicios y utilidad, se puede decir que, la ausencia de autonomías múltiples, es decir, la ausencia de autodeterminaciones, de autogobiernos, de autogestiones, ocasiona sumisiones, subordinaciones, sujeciones, obediencias, múltiples, inhibiendo las capacidades creativas y compositivas de las sociedades. En este estado de cosas, la jerarquía abismal, por cierto imaginaria, definida institucionalmente, entonces impuesta, genera impunidad o, por lo menos, certeza de impunidad, creencias en los “derechos” privilegiados de los gobernantes, por lo tanto, genera prácticas encaminadas a realizar estos privilegios. En vano buscan los moralistas el problema de la corrupción en la ausencia ética y moral de los gobernantes, que pueden contener este vacío, por cierto; sin embargo, el problema no está ahí; no es un albedrío personal, una predisposición, aunque termine pareciendo así. Es un fenómeno inherente a al ejercicio mismo del poder. Cambiando a los gobernantes, estableciendo leyes sancionatorias, llamando a la consciencia de los funcionarios, no se resuelve el problema; ni siquiera se trata de paliativos. La corrosión institucional se repite, una y otra vez, como condena, pues forma parte del funcionamiento mismo de esta fabulosa maquinaria que llamamos Estado.

No es llevando a la cárcel a los corruptos que se resuelve este problema, congénito a la maquinaria estatal. Unos sustituirán a los otros, aunque cambien los perfiles, aunque maticen estas prácticas. Respecto a esta problemática hay que encarar la matriz del problema. Si se acepta el monopolio de la violencia legítima, se está aceptando implícitamente todo lo que conlleva este acaparamiento de las fuerzas, del uso de las fuerzas, de la disponibilidad de las fuerzas, concentradas, organizadas, al a servicio del Estado. La solución radical, es decir, que resuelva de raíz, la génesis del problema, se encuentra en acabar con y evitar el monopolio de la violencia legítima; es decir, acabar con esta institución imaginaria de la sociedad, que es el Estado. ¿Se podrá? ¿Se puede? ¿No es que estamos obligados a las instituciones, sobre todo aquellas que “representan” a todos?

¿Cómo responder a estas preguntas? ¿Con un no rotundo, con un sí rotundo? Ni las preguntas, ni las respuestas, pueden ser ultimatistas. No lo sabemos. Falta comprender esta relación de las sociedades humanas con sus criaturas institucionales. Sin embargo, se puede estar seguros de algo; las instituciones no pueden convertirse, como lo han hecho, en el principio y fin de las sociedades humanas, en los patrones de sus actividades y subjetividades. Las instituciones, en todo caso, tienen que ser plásticas, flexivas, instrumentos al servicio de la potencia social.

¿Podemos imaginar sociedades sin Estado? No solamente imaginar, encontrarlas en el ahora, en la contemporaneidad, como lo ha hecho Pierre Clastres en la Amazonia venezolana. Pero, ¿esto es posible en el conjunto de las sociedades afectadas, atravesadas por la modernidad, en clave heterogénea? ¿Por qué no? El Estado no es el único imaginario, no es la única institución imaginaria, que puede garantizar la cohesión social, sobre todo considerando los costos sociales y subjetivos que ocasiona. En realidad, no es el imaginario estatal lo que garantiza la cohesión social, sino las mallas, las redes, institucionales, sostenidas por prácticas concentradoras y de captura, las que mantienen la cohesión social. ¿Acaso no es posible otra clase de mallas y redes, acaso no es adecuado, aprovechar los tejidos sociales en función de complementariedades, solidaridades, reciprocidades sociales, evitando que los tejidos terminen usados por esta promoción a la competencia, que, paradójicamente, es también promoción al monopolio. ¿Qué es lo que hace creer a los humanos de las sociedades contemporáneas que el Estado es lo único que tienen a mano? ¿El fetichismo del poder? ¿La “ideología”? ¿Las dominaciones múltiples? ¿Todo esto? ¿Pero, cómo es que se da todo esto? ¿Hay algo inherente a la “naturaleza” humana que sea así, que esto ocurra, que se de esta inclinación a la obediencia y la representación? Las respuestas que se den a estas preguntas aparecerán como esencialistas, es decir metafísicas.

Es difícil recurrir a los esencialismos, a la metafísica, a estas alturas de las historias múltiples de las diversas sociedades humanas. Es preferible asumir esta conducta contradictoria como parte de las paradojas existenciales, concretamente, en las sociedades humanas, como parte de las paradojas de las sociedades y de la política. Es preferible decir, interpretar hipotéticamente, que los humanos se enredan en sus propias tramas, en sus propios tejidos, a tal punto que no saben salir del embrollo. De lo que se trata, entonces, es de desenredar el nudo, desenredar el ovillo. Esto no se puede hacer con una espada, como en la leyenda griega, sino con calma, descifrando el mismo nudo, desanudando de acuerdo a las observaciones adecuadas. ¿Cuánto tiempo tardaremos en desanudarlo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que para conquistar nuestra libertad efectiva, nuestras emancipaciones y liberaciones buscadas, tenemos que hacerlo, desanudar el nudo gordiano; pero, no como lo hizo, según la leyenda, Alejandro Magno para “conquistar” Asia.

Lo grave, mantener la condena, es hacer lo que se acostumbra a hacer, decir, que el nudo gordiano no se desanuda; por lo tanto no hay conquista de nada, debemos convivir con el Estado, por lo tanto con las dominaciones polimorfas, como parte de la vida. Esto es convertir a la derrota en un principio, esto es hacer del principio de la derrota el eje constitutivo de las conductas, por lo tanto de una ética nihilista, de la voluntad de nada, se usen o no los discursos más esforzados y ampulosos para justificarlas, edulcorando las dominaciones. La esperanza se encuentra en todos los que aceptan el desafío de desanudar el nudo gordiano del poder. Estas son las rebeliones renacientes, las sublevaciones emergentes, los movimientos sociales alterativos.

Volviendo al tema, a la fenomenología de la corrosión institucional, retomando nuestra perspectiva de interpretación, perspectiva que comprende que la existencia es paradójica; por lo tanto, la vida misma es paradójica, así como las sociedades lo son, incluyendo a las sociedades humanas; particularmente el ser humano es un ser paradójico. Como no podría ser de otra manera, la política no podría dejar de ser paradójica. Sin embargo, a pesar de esta constatación ineludible, las sociedades humanas han intentado ocultar su condición paradójica; sobre todo en la modernidad es notoria esta actitud de esconder, hasta de extirpar, las condición paradójica de las sociedades humanas. La constitución e institución de todas las formas de poder, habidas y por haber, plasma esta estrategia de ocultamiento de la condición paradójica de la existencia. El poder no sólo como relación de fuerzas, sino, sobre todo, como relación de dominaciones, se erige, en el fondo, contra su matriz primordial, la potencia social. El poder se erige contra la vida, busca controlarla, proponiéndose extirpar de ella su propia dinámica, la neguentropía, la reversión de la entropía; es decir, la administración, si podemos hablar así, de la entropía misma. La vida, en el fondo, es esta relación entre neguentropía y entropía, relación constitutiva de la vida. La vida es este cálculo, esta cognición, esta inteligencia, que actúa negando la entropía, que ya existe, más que como anterioridad, como complementariedad.

La oscuridad y la luz forman el universo, en su compleja relación entrelazada; la materia oscura y la energía oscura en relación con la materia condensada y luminosa constituyen el tejido complejo del espacio-tiempo. La vida, en sentido biológico, en sentido restringido, no en su sentido amplio, en su sentido cósmico, combina memoria y olvido en todos los organismos. Éstos aprenden por experiencia, heredando lo aprendido por el genoma; sólo que este aprendizaje heredado no lo racionalizan, sino que está inscrito en sus cuerpos. Las sociedades humanas combinan imaginación y prácticas instrumentalizadas en el despliegue de su participación ecológica. Las sociedades humanas son parte de las dinámicas paradójicas de la existencia.

El problema existencial de las sociedades humanas aparece cuando la participación en los ciclos de la vida, en las ecologías concurrentes, se convierte en estrategias de dominación. Cuando la imaginación, que es parte de la potencia social, que es creativa, es detenida en la repetición de la imagen en suspensión, imagen de centralidad, imagen de separación, y, en consecuencia, imagen de posesión y dominio del resto, que no es considerado humano. Esta hipertrofia de la imagen congelada, más que de la imaginación, que es dinámica y creativa, esta hipertrofia del símbolo, que ya es sustitución, más que dejar fluir la dinámica de las interpretaciones, por lo tanto de las comunicaciones con el mundo, con los mundos, con el universo, con los universos, es conservada y realizada materialmente e imaginariamente en las instituciones. Las instituciones son los dispositivos no sólo de captura de fuerzas, sino también de congelación de la imaginación, de canalización de la energía creativa, la potencia social, orientando su recurso a posibilidades restringidas por las estrategias de poder.

Llamemos a esta constitución de fundación de las instituciones la corrosión inicial. Sus estructuras, formas de organización, funcionamientos institucionales son dispositivos que generan corrosión. Al emerger como dispositivos anti-paradójicos, que buscan reducir o hacer desaparecer la condición paradójica de la existencia, adulteran, en los ciclos de la vida, sus propios ciclos de vida, su propia reproducción, buscando convertirla en el enseñoramiento humano sobre la naturaleza. Esta alteración inicial en el ciclo de la vida, es el punto de partida, por así decirlo, de la genealogía de las alteraciones, adulteraciones, perversiones, conocidas como dominaciones y violencias, dadas en las historias de las sociedades.

Anteriormente dijimos que, de lo que se trata, es que las instituciones sirvan a las sociedades humanas como instrumentos de sobrevivencia, de convivencia y de coexistencia, no que las sociedades humanas se conviertan en cuerpos esclavos de las instituciones. Ahora podemos mejorar el lenguaje, para clarificar la idea. Las instituciones forman parte de las innumerables composiciones humanas; son una composición más. De ninguna manera, se trata de renunciar a la capacidad compositiva humana, sino de evitar esta forma de composición institucional, que se enquista, se parapeta, impidiendo, obstaculizando, otras composiciones posibles.

Hipótesis interpretativas del presente del sistema-mundo

No vamos a decir que el sistema-mundo capitalista se encuentra en su fase terminal, como un pronóstico revolucionario. Esto no dependen de la inercia de los eventos en el tiempo, menos de una ley inscrita en la historia; sino de la voluntad de los pueblos del mundo.

No es la ley la que hace la historia, por más dialéctica que se reclame. La ley la hacen los humanos, la historia la hacen los humanos, no bajo las condiciones determinadas, sino bajo las condiciones de posibilidad que ellos mismos determinan.

El sistema-mundo es un concepto propuesto por la teoría de la dependencia, recogido por la escuela de los anales; es un concepto que corrige los límites del concepto de modo de producción y de formación económico social. Empero, sigue siendo un concepto; no es una materialidad; la materialidad es el referente del concepto; pero, esta materialidad no se reduce ni se adecúa al concepto; sino, más bien, es el concepto que debería adecuarse a la complejidad. No es exactamente un sistema, sino una constelación de conglomerados de formaciones sociales, que se integran y articulan, conectan y confrontan, en múltiples escenarios simultáneos.

Si se usó el concepto de sistema-mundo era para lograr una explicación integral de la complejidad. No se puede confundir este concepto con su referente. La diferencia entre el concepto y su referente no solamente radica en que el primero es virtual y el segundo “real”, sino en que el concepto no cambia o lo hace lentamente, en tanto que el referente es la constante transformación.

El referente del concepto también es el referente de nuestra experiencia; referente que no puede tomarse como condena, fatalidad o determinismo, sino como producto nuestro. El problema no está en el referente sino en nosotros que lo producimos. El problema es: ¿por qué no podemos producir otro referente?

No es que el referente sea una mera invención; sino que su existencia depende de lo que hacemos respecto a las condiciones de posibilidad de las que somos parte, así como de los propios movimientos y dinámicas de estas condiciones. Si el sistema-mundo se desboca en una dramática destrucción de los ecosistemas no es tanto porque estas son las consecuencias del capitalismo, sino porque dejamos que esto acontezca.

Entonces el problema radica en por qué dejamos que esto acontezca.

Esto acontece no porque sea una fatalidad incontrolable, sino porque la fatalidad radica en nuestra complicidad.

Nos hemos dejado convencer de que lo que ocurre depende de leyes, depende de causalidades, determinismos o, de lo contrario, el azar, olvidando que la determinación se encuentra, en gran parte, en nuestras manos.

Lo importante no es tanto comprender las leyes de la historia, que no existen, pues la historia no es el orden y la obediencia que demanda la ley, sino en lograr emanciparnos de nuestros fetichismos.

El capitalismo existe no porque sea una “realidad” ineludible, sino porque hemos dejado que exista, como si nos hubiera antecedido, cuando es construcción nuestra.

Entonces el problema es el ser humano. ¿Por qué se deja llevar por la parte maldita de las paradojas existenciales, haciendo una paráfrasis a Georges Bataille?

Según Bataille, porque hay un excedente que hay que destruir, gastar o acumular. Sin embargo, esto es como transferir al excedente una culpa. No hay culpa, tampoco está en el excedente el problema, sino en los y las que producen el excedente. Está en el exceso de energía que generamos.

Por lo tanto está en la potencia que somos. Esta energía, esta dinámica, es dirigida o a la destrucción o a la acumulación. La pregunta es: ¿Por qué no a la creación?

No es que haya un instinto de destrucción o, en contraste, un instinto de acumulación, sino que por alguna razón se ha caído en la renuncia a la creación.

¿Se ha renunciado a la creación por razones de sobrevivencia? No parece ser el caso; se ha renunciado a la creación por la transferencia de la potencia social al poder, la transferencia de la potencia social a las propias criaturas del ser humano.

¿Por qué se hace esto? ¿El ser humano no cree en sí mismo, en su capacidad, en su potencia; tiene que transferirla a los dioses que se inventa, para asumirla como si le fuese donada?

¿El ser humano es un organismo que se ha extraviado en sus representaciones? ¿Es un ser que se ama tanto que prefiere sus representaciones que los referentes de sus representaciones?

De aquí podríamos colegir que el ser humano ha nacido para destruirse. Esto no es cierto, pues también se inclina a lo contrario; interpela sus representaciones, las destruye, liberando el espacio a otras representaciones.

El ser humano es un ser paradójico. Se puede decir que hasta ahora no logra armonizar sus paradojas. Ha optado inclinarse a un lado de la paradoja, tratando de hacer desaparecer la otra; destruyendo con esto la vida, por lo menos la vida de sus entornos.

¿En qué momento el ser humano ha optado, mayoritariamente, por inclinarse a uno de los lados de la paradoja, buscando hacer desaparecer la otra parte?

¿En los momentos constitutivos del Estado? Creyendo que uno de los lados de la paradoja es la pureza buscada.

Las relaciones de dominación clientelares

El investigador brasileiro Elsio Lenardão[56] nos ofrece uno de los ensayos más sobresalientes y sugerentes del libro de la CLACSO Temas y procesos de la historia reciente de América Latina[57]. Sobresaliente porque toca un tópico problemático en el ámbito de las relaciones sociales y políticas, constitutivas no solamente de las formaciones sociales sino, sobre todo, de las relaciones de dominación. Sugerente porque propone una interpretación dinámica de la complejidad inscrita en las relaciones clientelares. El ensayo o la exposición de la investigación titula Algumas razões da permanência do clientelismo político no Brasil contemporâneo. En adelante nos concentraremos en esta pródiga exposición, plagada de vetas que penetran en las composiciones geológicas de las relaciones de poder, de las relaciones de dominación, en tópicos poco estudiados, como es este de las relaciones clientelares[58]. Después nos abocaremos a reflexionar sobre dos investigaciones exhaustivas sobre el acontecimiento histórico-político-social-económico-cultural-territorial-vital llamado Brasil. Tomamos en cuenta el libro de Raúl Zibechi Brasil potencia[59] y el libro de Francisco de Oliveira El neo-atraso brasilero[60]. Además de considerar en la reflexión y en el análisis, en esta tercera incursión en la historia reciente, la intensa interpelación crítica de Camila Moreno al capitalismo verde; el título de este ensayo es Economía verde: En lugar de una solución, la nueva fuente de acumulación primitiva[61].

Economía política moral

Se puede decir que los políticos son gente extraña; de todos los que trabajan o se dedican a su profesión, a su oficio, son los únicos que reclaman que se reconozca su sacrificio. Los demás consideran que lo que hacen es su trabajo, su laburo o labor, su oficio, su profesión; para eso se metieron a efectuarlo. En cambio, los políticos consideran que es una entrega, incluso renunciando a beneficios y oportunidades, que hubieran encontrado o realizado, sino fuera su entrega patriótica en aras del pueblo, del país, de la nación, de la patria. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué no consideran, como los demás, que lo que hacen es el compromiso que adquirieron al inmiscuirse en estas tareas de representación, delegación, voceros, gestores, funcionarios, gobernantes? Empero, lo sorprendente de este comportamiento, de esta psicología, no queda ahí; el pueblo considera, de una u otra manera, crédulamente o con dudas y dubitaciones, que esto es así. O sea los representados también participan de esta interpretación, que podríamos llamar social, incluso popular. ¿Es así? Tendríamos que aceptarlo, ya que representantes y representados, gobernantes y gobernados, están prácticamente de acuerdo en esto. Sin embargo, sabemos, también, por la larga experiencia de los pueblos, de sus luchas sociales, de sus rebeliones y sublevaciones, de sus movimientos anti-sistémicos, que esta creencia política ha sido interpelada una y otra vez, ha sido cuestionada y puesta en evidencia.

La pregunta es entonces: ¿Qué es lo que empuja a este imaginario ególatra a los políticos? ¿Qué es lo que empuja al pueblo o parte de él, a compartir este imaginario, de una manera cómplice y concomitante? ¿Qué clase de relaciones se establecen entre políticos y pueblo, sobre todo con los políticos populistas? Elsio Lenardão encuentra una clave de estas relaciones de dependencia, de expectativa y esperanza, de economía política moral, que, en resumidas cuentas, puede figurarse como hurgar en el avispero de las necesidades. El político populista convoca al pueblo, a los “pobres”, convocando a sus necesidades, hurgando en las carencias, en las demandas dichas y no dichas, empero manifestadas corporal y materialmente como escasez o falta. Los “pobres”, los marginados, los discriminados, los vilipendiados, encuentran en el político populista al padre que no tuvieron, que los abandonó a su suerte. Al caudillo que los abraza, le muestra su afecto, que forma parte de su miserable hogar, pues los visita en el barrio. La relación es afectiva; el lazo es sentimental, el compromiso es moral, más que político.

De entrada Elsio Lenardão dice que la preocupación de la investigación es identificar los factores que expliquen la permanencia de las prácticas clientelares, que involucran a sectores populares, prácticas que configuran el campo político brasilero. A partir de la investigación empírica sobre relaciones clientelares en la ciudad de Londrina, al interior del Estado de Paraná, en el sur de Brasil, se contrastan interpretaciones sobre el mismo tópico; tesis evaluadas críticamente a la luz del develamiento hecho por los testimonios populares entrevistados. Entre los autores más notorios contrastados se encuentran Francisco Pereira Farias[62] y Jessé Souza[63]. El político de referencia es Antonio Belinati, quien establece una relación personalizada con sus electores, conformando una clientela. Elsio Lenardão dice que la personalización de la relación política es esencial en la formación de clientelas. La proximidad personal y contacto directo con el votante, construyen relaciones afectivas, que le permiten crear y mantener vínculos morales, fundados en compromisos personales y de “amistad”, que hacen de soportes de las relaciones clientelares[64].

Lenardão define el clientelismo político como la modalidad que obtiene el control de un contingente de votos y retiene el apoyo político de su electorado cautivo, por medio de la cooptación o si se quiere, enganche, ofreciendo “favores”, ya sea en forma de dinero, apoyo al acceso a servicios, como el agua, la luz, alimentos, construcción, así como el acceso a puestos de trabajo, también el acceso a la atención de salud, al tratamiento médico, a la obtención de medicamentos. En términos generales, se podría decir, que estas relaciones afectivas y de dependencia, forman parte de lo que hemos llamado economía política del chantaje[65]. Pues, en el fondo hay como una coerción; si votas por mi tendrás beneficios. Como Lenardão aclara, esta expectativa popular no forma parte de los derechos civiles, de los derechos ciudadanos, no se asume que sus demandas son derechos, que el Estado está obligado a atender, sino se considera comúnmente como logros posibilitados por mediación del compadre, del padrino, del político populista, que se acerca a ellos en códigos afectivos.

Lo inquietante del análisis de Elsio Lenardão es que su prospección, auscultación, geología, podríamos decir nosotros, de estas relaciones clientelares, de estos espesores de relaciones, que muestran su voluminosidad afectiva y moral, es que nos abre a interpretaciones de la complejidad componente de las relaciones sociales, ocultadas por los análisis formales de las ciencias sociales de la modernidad. Las ciencias sociales han reducido las relaciones sociales a lazos abstractos, a líneas de conexión abstractas, mejor si son susceptibles de cuantificación. Las relaciones dejan de ser así relaciones vivida, sufridas, afectivas, para llegar a ser relaciones de cálculo económico, de cálculo de costo y beneficio, en su forma más abstracta, o relaciones sujetas a procesos de racionalización, es decir, modernización. Este es el cuadro abstracto construido por las ciencias sociales. Nada más lejos, como ellos mismos dicen, los científicos sociales, de la “realidad”. Las relaciones efectivas no dejan de ser nunca sino singulares, complejas, entrelazadas, afectivas, sentidas. La racionalidad efectiva, no la abstracta, la racionalidad integrada a la percepción y a la experiencia, interviene para interpretar, justificar, explicar, legitimar los actos.

Si las relaciones clientelares siguen siendo vigentes en el desenvolvimiento político de Brasil, también lo son en el desenvolvimiento político de América Latina y el Caribe, comprendiendo sus variedades, diferencias contextuales e históricas. Tampoco podemos llegar a decir, como de alguna manera se supone en la interpretación de Lenardão, así como de analistas latinoamericanos de prestigio, que esto del clientelismo, mejor dicho, en su amplitud, esto de las relaciones sociales en su espesor afectivo se dan sólo en las experiencias de las modernidades “periféricas”. De ninguna manera, el mundo que compartimos, en su geopolítica diferencial y racial, que separa, representativamente, “centros” y “periferias”, es un mundo integrado, a pesar de sus contrastes, de sus desigualdades, de sus contradicciones, de sus antagonismos. Lo que pasa es que en las “periferias” se manifiesta más elocuentemente el fenómeno descarnado del poder. Quizás, en las sociedades autonombradas como “desarrolladas”, se logra, mas bien, ocultar estos fenómenos complejos de las dominaciones, salvo en momentos de crisis de valores, como cuando se dieron las emergencias del nacional socialismo, en Alemania, y del fascismo, en Italia.

En vano los científicos sociales, entre ellos los economistas del “primer mundo”, pretenden mirar desde “arriba”, con aire de superioridad o, mejor dicho, en el mejor de los casos, como evaluando una situación que habrían superado, situación reconocida como transición dramática de los países del “tercer mundo” y del “segundo mundo”. Pues ellos, los “países desarrollados”, a pesar de todas las apariencias tecnológicas y de acumulación de capital, nunca salieron de la naturaleza. Nunca escaparon de las dinámicas de la vida, entre ellas del acontecimiento proliferante y contrastante de los afectos. Les falta humildad para poder aprender, les falta, por lo tanto, predisposición a saber, a conocer, la complejidad del embrollo social donde ellos también están metidos. En este sentido las sociedades llamadas “periféricas”, equivocadamente, enseñan descarnadamente sobre las dinámicas complejas de la modernidad heterogénea.

Es avisado pretender una epistemología del sur, cuando somos un mundo integrado en su diferenciación, contrastes y contradicciones. A estas alturas de las investigaciones históricas, ya sabemos que el sistema-mundo capitalista, que, si se quiere, contiene el núcleo del modo de producción capitalista, que no puede ser sino mundial, nace, como sistema, en lo que llaman los teóricos de la dependencia “periferias”. Las empresas, los emprendimientos descomunales, con todas sus violencias desbocadas, con todos sus conglomerados, mezclas, entrelazamientos, sosteniendo la versatilidad y la vertiginosidad de la modernidad, se dan primordialmente en las llamadas “periferias”. Ahí están como ejemplo las plantaciones de caña, de café, de tabaco, de frutas; también están los campamentos mineros; en su envergadura descomunal, el tráfico y comercio de esclavos. Ahora, podemos hacernos la pregunta: ¿Dónde está el núcleo del capitalismo? No está en lo que se ha identificado en la geopolítica del sistema-mundo como “centros”, sino en las “periferias”. Los que apuestan por una epistemología del sur están equivocados; no se va encontrar la posibilidad de la emancipación en los lugares no tocados, no enajenados, o, si se quiere, mejorando el ejemplo, para que no sea tan simple, en la pureza de lo propio, en el sentido de lo que resiste, en sentido que guarda las tradiciones, aunque mezcladas con los toques de la modernidad. Esto es buscar en la utopía de un pasado o en la utopía de un presente, pretendido virgen, la tierra prometida. Esto no deja de ser mesianismo y cristianismo heredados, traducidos a lenguajes políticos y teóricos modernos. La importancia de la inmensa “periferia” dominada por un “centro” dominante es que el secreto del capitalismo se encuentra precisamente ahí, en la inmensa geografía diferencial de las “periferias”. Las “periferias” son el lugar del despojamiento, la desposesión, la explotación, el abigarramiento y la suspensión, dadas en magnitudes descomunales. Para decirlo de una manera ilustrativa; el capitalismo no es exactamente la acumulación, como ha creído la economía política y la crítica de la economía política, sino lo contrario, es el despojamiento, la desposesión, la explotación. El capitalismo sólo se puede descifrar por la magnitud, la elocuencia desgarradora, de sus violencias desbocadas, en contra de la naturaleza, tanto humana como de todos los seres de la madre tierra.

La tarea de la crítica no era ponderar el capitalismo por el progreso o por el desarrollo, menos, como dicen los marxistas, por el desarrollo de las fuerzas productivas. Al capitalismo habría que conmensurarlo por su capacidad destructiva. Para decirlo metodológicamente, lo que llaman progreso y desarrollo son efectos de la destrucción. Los economistas, los científicos sociales, han construido su explicación a partir de los efectos, no de las causas. Aunque suene dicotómico, incluso reductivo, lo que decimos pretende poner, como se dice, las cosas en su sitio. Ciertamente, es simple considerar esta relación lineal casualista, incluso determinista, de causa y efecto. Sin embargo, tiene un valor; mostrar el absurdo de la interpretación unilateral de las ciencias sociales y de las ciencias económicas, así como del propio marxismo.

Retomando el tema, dejemos el contexto mayor en lo siguiente: la generación del capitalismo no parte del llamado “centro” del sistema mundo sino de la llamada “periferia”.

La investigación y el análisis, en el que está involucrado Lenardão, es el recorrido descriptivo y analítico de una pesquisa que toca un tópico fundamental, por así decirlo; el espesor de las relaciones políticas. Esta investigación y el análisis nos dan la oportunidad de develar, de hacer visible, lo que ha ocultado el racionalismo formal y abstracto de las ciencias sociales y económicas. La complejidad de relaciones que se dan en dinámicas que conjugan y combinan plurales disposiciones corporales, la multiplicidad inherente a la experiencia social y a la percepción social. Aunque en las llamadas “periferias” se de esta relación de manera descarnada, y en los llamados “centros”, mas bien, se oculte, pero no desaparezca, lo importante es comprender que las relaciones sociales, entre ellas las relaciones políticas, se dan en los flujos y compulsiones de espesores sensibles, de hombres y mujeres. Este acontecimiento, que deviene de la vida, en su pluralidad, es el substrato de todas las contingencias y devenires sociales, aunque aparenten, racionalidad, formalismo, representación abstracta. Esto no es más que una comedia, para decirlo categóricamente.

La tesis es la siguiente: No hay “centros” ni “periferias”. Esto puede parecer contradecir a los elaboradores de la teoría de la dependencia. Aunque parezca paradójico, es afirmarlos. Ellos nos enseñaron el secreto del capitalismo, fueron más allá de Marx, nos enseñaron que el desarrollo produce subdesarrollo, que el subdesarrollo produce desarrollo, que nos encontramos en un sistema-mundo cuya geografía diferencia “centros” de acumulación y concentración de capital y “periferias” despojadas y desposeídas de sus recursos. Ellos nos enseñaron que el capitalismo significa dependencia. Nunca hemos reconocido suficientemente el aporte conceptual de los de la teoría de la dependencia, teóricos del Sur, por lo tanto epistemólogos del Sur. Ahora pretendemos superarlos, sólo poniéndole el membrete de epistemología del Sur a un viaje de las actuales carabelas en la nueva conquista del quinto continente, sólo que esta vez es para encontrar sus secretos espirituales escondidos. Esto no es más que colonialismo en la quinta potencia[66].

La teoría de la dependencia, en sus versiones, sobre todo radicales, logró interpretar el mundo, es decir, el capitalismo de una manera integral, tanto histórica, social, económica, cultural, comprendiendo los fenómenos concretos desatados por el capitalismo, en su relación; es decir, en su realización, en contradicción con las relaciones consolidadas históricamente en las sociedades variadas, diferenciales, plurales del mundo. Esa, la teoría de la dependencia, fue, lo que ahora se pretende lograr, sin acierto, epistemología del sur.

Para continuar la labor de estos teóricos latinoamericanos, debemos llevar a término sus premisas, sus tesis, debemos sacar las consecuencias radicales, de lo que vieron y lo configuraron en el cuerpo teórico elaborado. Si es como dicen, si estamos en un mundo conformado por la geopolítica del sistema-mundo capitalista, que diferencia “centros” de “periferias”, entonces el núcleo del capitalismo se encuentra en las “periferias” despojadas, desposeídas, explotadas y expoliadas. Eso es el capitalismo, la destrucción del planeta y de los ciclos de vida. Lo que pasó con las “periferias” ahora le toca a los “centros”; el capitalismo especulativo, en su etapa de dominio absoluto financiero, requiere despojar y desaposesionar también a los pueblos de las sociedades de los “centros” del sistema-mundo capitalista. Ese es el costo de fabuloso crecimiento estadístico.

Volviendo nuevamente al análisis de Lenardão, nos encontramos con lo que podemos llamar, provisionalmente, el substrato de la política, lo que el mismo Lenardão llama economía política moral. Nos encontramos que la política, en la mejor versión, no solamente es poder constituyente[67], desmesura, desacuerdo[68], democracia efectiva, prejuicio de la igualdad, desmesura de la parte que reclama ser el todo[69], sino que, lo es, todo esto, porque en su substrato, si se quiere, metafóricamente, en su cueva, es desmesura dinámica de a afectividad. Esto concuerda con la definición de los biólogos contemporáneos, quienes definen la vida como memoria sensible.

¿Cuáles son las consecuencias teóricas de estos encuentros, de estos descubrimientos de la investigación? Para decirlo categóricamente, las ciencias sociales, entre ellas la ciencia política, se han movido en apariencias, en las apariencias de la representaciones abstractas; estaban tan encima, tan arriba, que no consideraron digno dedicarse a estudiar estos fenómenos tan paradójicos, complejos, enrevesados, afectivos, de las relaciones sociales efectivas; es decir, de relaciones sociales compuestas por la complejidad de niveles, de sedientos, de estratificaciones, de espesores afectivos, que hacen a lo que una corriente sociológica ha llamado vida cotidiana[70]. Cuando se considera este magma social nos vemos ante la necesidad de descifrar la complejidad desde la complejidad misma, evitando reducirla a simplificaciones escuetas, con el objeto de operatividad, o con el objetivo de lograr eficacia explicativa, que no es otra cosa que la reproducción de un modelo casualista o determinista.

El estudio de las relaciones clientelares en política nos muestra no solamente una relación paternalista y de dependencia, alejada de la consciencia de los derechos, como dice el investigador, sino la persistencia, usando las palabras del autor, de la dinámica afectiva, en todos los campos y niveles, si se quiere, mesetas, usando a Bourdieu y Deleuze. Es el reclamo, para no decir, el reconocimiento, como plantea Hegel en la Fenomenología del Espíritu. Es la demanda, como platea Ernesto Laclau. Es el grito como propone Enrique Dussel; pero, no la víctima, como el mismo propone; pues esta figura es derrotista, nihilista, profundamente cristiana, por lo tanto colonial. El y la reclamante, el y la demandante, el y la del grito, no es una víctima, es la resistencia que teme el poder; en mayor sentido, es el rebelde que aterra al poder. La victimización es la conducta que complementa a la violencia del poder. Son las heridas y las llagas que se muestran para condoler al dominador, al amo, al patrón. Esta postración es una derrota. Lo que nos enseñaron nuestros pueblos sublevados es que no son víctimas, sino son la desmesura vital sublevada contra la maquinaria abstracta del poder. Hablar de víctimas es hablar el lenguaje de los sacerdotes.

Lenardão dice que el clientelismo aparece más como una lealtad claramente moral, afincada en las relaciones personales, decodificada a partir de valores. No se puede olvidar que la concomitancia fue gestada a partir de “favores”, recibidos del político por parte de los votantes. Estos “favores” se efectúan al margen del sistema institucional; ambos, el elegido y los electores, suponen que el sistema institucional no funciona. Lo que hacen es como una complicidad “anti-sistémica”, por así decirlo, aunque parezca paradójico y hasta contradictorio, incluso exagerado. Suponen ambos que hacen un ardid al sistema, que están comprometidos en esta complicidad. No solo hay colaboración, reciprocidad o expectativa, incluso, mejor dicho, ilusión de reciprocidad, sino que ambos conforman la política a partir de esta relación afectiva; trastocan, por así decirlo, la institucionalidad formalizada y dominante de la política. No se crea, no se puede reducir, a la hipótesis, de que el político populista se aprovecha del elector, del “pobre”, del demandante; esto es reducir la complejidad política a la figura estereotipada del aprovechador. En verdad, para decirlo de esa forma, el político populista llega a creer que, en algún momento, es también un transgresor.

Hay pues como un drama entre ambas partes, el político, por un lado, y los/las electoras, la clientela, por otro lado; ambos constituyen la política efectiva en un país concreto, en un periodo determinado. Ambos, escúchese bien, construyen el poder político efectivo, tal como se da, con sus legitimidades logradas, que son precisamente estas, las afectivas. ¿A esta experiencia vamos a descalificarlas como falta de consciencia de clase? ¿La consciencia de clase es la conciencia racional abstracta? ¿No estamos, mas bien, ante la consciencia efectiva, usando este concepto discutible de la tradición filosófica moderna, cuando atendemos a las maneras concretas de cómo se dan las experiencias sociales? No buscamos, de ninguna manera, hacer una apología del populismo, entiéndase bien, pues nunca faltan los jueces que buscan culpables, sino buscamos tratar de encarar un fenómeno tan complejo como la genealogía de la política, no a partir de diagramas de poder, como nos enseñó Foucault, sino cono génesis de los sentimientos, de las percepciones, más cerca de Nietzsche. Sobre todo, como les gusta decir a los de-coloniales, más cerca de las cosmovisiones indígenas. Lo que se da entre el elegido y el elector es un drama de poder. Uno, el primero, cree dominar, cuando está, por así decirlo, en el poder, cree controlar desde la maquinaria abstracta de poder; sin embargo, es esta máquina abstracta la que domina efectivamente. El otro, los y las otras, creen obtener beneficios, en esta relación clientelar, cuando lo que ocurre es que se ilusionan con dádivas, que ciertamente compensan, imaginariamente, a sus sufrimientos. Como dijimos en un texto, usando lo que desechamos, esa figura de la víctima, pero, esta vez para ilustrar, ambos son víctimas de esta fenomenología, más que una genealogía, del poder[71].

La investigación de Lenardão nos invita a replantar las representaciones, a partir de las cuales, consideramos el mundo contemporáneo. Requerimos de un desplazamiento epistemológico, no al estilo del que reclama una epistemología del sur, sino del que parte de las experiencias colectivas, que manifiestan constantemente lo complejo de lo concreto, lo plural de las singularidades, los espesores de las relaciones, la ebullición de los espesores afectivos. Para decirlo figurativamente, el Sur es la totalidad, Sur y Norte, afectado por un sistema-mundo integrado a partir de la acción de desposesión y despojamiento; es decir, de la expoliación y captura de la energía vital. Una epistemología desde el Sur es la epistemología que es capaz de comprender la integralidad de un mundo que funciona destruyendo la vida, aunque se presente una apariencia de bonanza en un norte y una evidente carencia en el sur.

Decir que las relaciones sociales, entre ellas las relaciones políticas, funcionan a partir de sus espesores afectivos, es replantear radicalmente la interpretación del mundo contemporáneo. La teoría de la transición a la modernidad se viene abajo; la tesis de que la herencia de las relaciones tradicionales, entre ellas las clientelares, explica el “atráso” y la magnitud de las desigualdades, tomadas como pre-modernas, se viene abajo. La tesis, criticada por Lenardão, de que las desigualdades perversas se deben a la herencia de relaciones tradicionales, se viene abajo, cuando más bien son consecuencia de la “modernidad periférica”. Lo sorprendente es que las desigualdades abismales se deben a los proyectos desarrollistas implementados, a la búsqueda de progreso y desarrollo, a la “modernidad periférica”. Lo paradójico, es que una especie de amortiguación a la desigualdad aparece con estas relaciones complicadas clientelares, en sus códigos populistas.

Nadie dice, pues los ortodoxos interpretan maniqueamente, que esta relación, la clientelar populista, es emancipación o algo parecido o próximo. De ninguna manera; es una relación de dominación. Sin embargo, hay que entender, que las relaciones de dominación son variadas y diferenciales. La relación de dominación, basada en el clientelismo, no deja de ser relaciones de poder; empero, su efectividad, es decir, su realización, se efectúa comprometiendo afectos, compromisos morales. Por eso, podemos decir, que esta relación forma parte de un drama, un drama donde los elegidos y los electores se embarcan al abismo, pues el poder, como lógicas de las dominaciones, y el capital, como lógica de despojamiento, en contraste, como lógica de acumulación, no se reproduce concediendo “favores”, sino inscribiendo en los cuerpos, la domesticación, la disciplina, la sumisión, la obediencia. Cuando no hay los suficientes recursos como para mantener la masiva demanda, los “favores” son solo promesa, en su elocución, son bonos, que mantienen a los desposeídos en la permanente expectativa. De todas maneras, hay que comprender la especificidad de estas formas de dominación afectivas, pues no funcionan de la misma manera que las formas de dominación burocráticas o las formas de dominación directamente violentas. Estas formas de dominación exaltan la ilusión de la proximidad por la elocuencia de los símbolos de afecto, las actuaciones de proximidad, desbordando el ámbito político de relaciones afectivas. La dominación no es violeta, ni represiva, es seductora.

El acontecimiento Brasil

En memoria de Ruy Mauro Marini, teórico de la dependencia, militante de la liberación continental, marxista heterodoxo, participe de la creación de una episteme latinoamericana y del Caribe.

A modo de nota de cabecera

Por la importancia de los temas tratados en el libro de Raúl Zibechi Brasil potencia, presentamos los ensayos por tópicos. En este sentido, ahora exponemos el debate sobre el subimperialismo como pieza de la segunda parte de la tercera incursión en la historia reciente.

Breve historia de un subcontinente

Brasil siempre ha sido un desafío para el análisis. Brasil, no sólo como formación económico-social, de acuerdo al concepto marxista, que intenta adecuar el concepto abstracto de modo de producción a conformaciones históricas efectivas, concretas y complejas, sino formaciones sociales, territoriales, ecológicas complejas, ampliando la idea de formación a la perspectiva móvil, integrada y articulada de la complejidad. Dejemos a un lado la discusión sobre el concepto de formación, no sólo en lo que respecta a sus estructura categorial, sino al sentido mismo, el sentido dado por las fuerzas integrantes; ¿quién o, mejor, quienes forman? Esta es la pregunta; no tanto si el concepto de formación expresa, en su estructura representativa, la “realidad”, en tanto complejidad.

Brasil es una palabra, por lo tanto un nombre, en este sentido una metáfora. El filólogo Adelino José da Silva Azevedo, considera que se trata de una palabra de origen celta, barkino traducida al español como barcino. También se interpreta la antigüedad del nombre remontándose a la lengua de los antiguos fenicios; la palabra nombra a un colorante rojo utilizado para teñir textiles. Tiempo después, la palabra fue adoptada por los genoveses, transformando su sonido a brazi, que en español era pronunciada como brasil. El uso dado fue para referirse al palo Brasil; una especie arbórea de la que se obtiene una madera de color rojizo, usada en la ebanistería, también para la teñido de textiles. Los portugueses nombraron a las tierras arribadas como la isla Brasil, ubicada en el medio del Atlántico; tierra del palo brasil. Durante la colonia, los cronistas coincidieron en la interpretación del origen del nombre de Brasil. Se puede nombrar a João de Barros, Frei Vicente do Salvador y Pero de Magalhães Gândavo, compartiendo esta interpretación etimológica.

Otros nombres compitieron en nombrar estas tierras, Monte Pascoal, Isla de Vera Cruz, Tierra de Santa Cruz, Nova Lusitânia, Cabrália. Durante la época del imperio, el nombre oficial del país fue Imperio de Brasil. En 1967, con la primera Constitución de la dictadura militar, Brasil pasó a llamarse oficialmente la República Federativa de Brasil, nombre que la Constitución de 1988 conservó. Posteriormente, con la proclamación de la república, se denominó Estados Unidos del Brasil[72].

Brasil es un nombre, la metáfora que configura, ahora una compleja formación social-territorial-ecológica, en el contexto del sistema-mundo capitalista, bajo el dominio y la hegemonía del capitalismo financiero y la destrucción planetaria del extractivismo. El nombre de los bosques del palo Brasil ahora es el nombre del Estado-nación, de la República Federal de Brasil, de los Estados Unidos del Brasil. Pero también es el nombre con que se nombra a conglomerados de poblaciones que se distribuyen por un inmenso territorio, que podemos reconocer como subcontinente interno, dentro del subcontinente de Sud América.

Brasil tiene una superficie de más de 8,5 millones de km²; en comparación es el quinto país más grande del mundo; el área conmensurada equivalente a poco menos de la mitad del territorio sudamericano. Delimitado por el océano Atlántico al este, Brasil tiene una línea costera de 7491 km. Al norte limita con el departamento ultramarino francés de la Guayana Francesa, Guyana y Venezuela; al noroeste con Colombia; al oeste con Perú y Bolivia; al sureste con Paraguay y Argentina, y al sur con Uruguay. Como puede verse tiene frontera con la mayor parte de los países de América del Sur, a excepción de Ecuador y Chile. La selva amazónica abarca un poco más de tres millones y medio de km² de su geografía territorial. Este inmenso territorio fue habitado por pueblos y naciones oriundas, antes de la llegada de los portugueses, quienes arribaron a sus playas en 1500; la expedición de la flota de carabelas fue capitaneada por el marino Pedro Álvares Cabral.

El Tratado de Tordesillas otorgó al reino de Portugal gran parte del territorio que ahora se nombra como Brasil. La independencia del reino de Portugal se logró el 7 de septiembre de 1822. Se constituyó en un imperio antes de convertirse en una república. La primera capital fue Salvador de Bahía, después Río de Janeiro, con el tiempo, en la contemporaneidad del siglo XX, se construyó una nueva capital, Brasilia.

La Constitución, promulgada en 1988, forma parte del nuevo constitucionalismo latinoamericano. La Constitución define a Brasil como una república federativa presidencialista. La federación está formada por la unión del Distrito Federal, veintiséis estados federales y cinco mil quinientos sesentaicinco municipios. Contando con la cuantificación de los últimos censos, Brasil ha sobrepasado los 200 millones de habitantes; lo que hacen del país el quinto más poblado del mundo; sin embargo, la distribución demográfica desigual configura y define un bajo índice de densidad poblacional. Esto se debe a que la mayor parte de su población se concentra a lo largo del litoral, mientras en el interior del territorio la población se distribuye sumando dispersiones demográficas escazas.

El idioma oficial y el más hablado es el portugués; en comparación con Portugal y otros países de habla portuguesa, se convierte en el mayor país portugués-hablante del mundo. La mayor parte de su población es católica; contando con su acumulación poblacional, es el país que cuenta con más católicos del mundo. Se puede considerar a la sociedad brasileña multicultural y multiétnica; entrelaza y mezcla, población de descendientes de europeos, indígenas, africanos y asiáticos.

La ponderación estadística de la economía brasileña la convierte como la mayor de América Latina y del hemisferio Sur; si se toma en cuenta el PIB nominal, es la sexta economía mayor del mundo; considerando la paridad del poder adquisitivo (PPC), es la séptima economía mundial. Por lo tanto, Brasil es de las formaciones económicas de más acelerado crecimiento económico en el mundo, compartiendo esta característica con las potencias emergentes. En lo que respecta a su participación en las organizaciones internacionales, Brasil es miembro fundador de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), también del privilegiado G20, así como de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP), también de la Unión Latina; obviamente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), así como de la Organización de los Estados iberoamericanos (OEI). Ha sido artífice en la conformación del Mercado Común del Sur (Mercosur) y de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), además de ser uno de las potencias emergentes conocidas por la sigla BRICS, que reúne las experiencias recientes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica[73].

La historia de Brasil no es tan distinta a la del resto de los países sudamericanos de habla castellana, salvo la forma singular de su independencia, que en gran parte tiene que ver con la decisión misma de la nobleza portuguesa, que huyó de la ocupación del ejército de Napoleón Bonaparte, que invadió el reino de Portugal, refugiándose en Brasil, asentándose en Río de Janeiro. En 1815, Juan VI, entonces el príncipe regente de Portugal, en nombre de su madre María I, elevó al Estado de Brasil, una colonia portuguesa, a la condición de Reino soberano en unión con Portugal. Juan VI regresó a Europa el 26 de abril de 1821, dejando a su primogénito, Pedro de Alcántara, como príncipe regente. El gobierno portugués intentó transformar a Brasil en una colonia una vez más, privándolo de los derechos que poseía desde 1808. Los brasileños se rehusaron a ceder; ante esta resistencia Pedro se apegó a su causa, declarando la independencia del país el 7 de septiembre de 1822. El 12 de octubre, Pedro fue declarado el primer emperador del Brasil y coronado como Pedro I el 1 de diciembre. Por lo tanto, la independencia de Brasil, más que resultado de una guerra de independencia fue una escisión del reino de Portugal, por decisión de parte de la monarquía, la que residía en Río de Janeiro.

Si ese fue el procedimiento formal, institucional, de la independencia; la conflagración independentista no dejó de darse; la guerra de la independencia concurrió de una manera intermitente y desplegándose en la forma de dispersión local. Se levantaron las banderas republicanas; podemos mencionar el suceso de la Conspiración Minera, dirigida por Tiradentes. De todas maneras, en el siglo XIX el panorama “ideológico”, si así podemos hablar, era, mas bien, confuso; una parte de las clases dominantes seguía a favor de la monarquía; otra parte, quizás menor, aunque apoyada por la polifacética “clase media”, se sentía republicana; en tanto que la mayoría de la población, explotada, discriminada y marginada quedaba en condición de silencio; no se reconocían sus derechos; hablamos de indígenas, de esclavos, de descendientes de esclavos, de mestizos y mulatos, y ciertamente de las mujeres. Como dijimos, de todas maneras, a pesar la independencia formal, declarada por Juan VI, la guerra de independencia de Brasil se propagó por casi todo el territorio, aunque de forma diseminada y dispersa. Se puede decir que lo que quedaba del ejército portugués se rindió el 8 de marzo de 1824. Como acto formal, la independencia fue reconocida por Portugal el 29 de agosto de 1825; este gesto institucional se ratificó en el tratado de Río de Janeiro.

Decíamos que la conquista portugués no se diferencia de la conquista española, no sólo porque ambas son ibéricas, sino por el estilo, la genealogía de la violencia y el poder. Cientos de naciones originarias fueron sometidas a la violencia de la guerra de conquista, incluso sus pueblos fueron esclavizados, los cuerpos vendidos a los mejores postores. Se hacían incursiones para cazar “ganado” humano, destruyendo pueblos y sociedades. Las sociedades coloniales, tanto españolas como portuguesas, así como británicas y francesas, se construyeron sobre cementerios indígenas.

Otra diferencia puede encontrarse en la formación económica colonial. La colonia portuguesa brasilera construyó su economía sobre las plantaciones cafetaleras y la exportación del café al mercado internacional. Fue después, de la crisis de los precios del café, que la economía colonial se desplazó a la extracción del oro, en Mia Gerais. Fue cuando, quizás, la formación económica colonial portuguesa se pareció más a la formación económica colonial española. Como efecto y continuidad de la pugna ibérica, el conflicto entre españoles y portuguesas se prolongó extraterritorialmente, a pesar del Tratado de Tordesillas. Los portugueses se extendieron al sur y penetraron tierra adentro, también incursionaron hacia el oeste, así como al noroeste, lo mismo al sur-oeste y sur; es decir, en todas las direcciones cardinales. Los afectados por estas incursiones “paulistas” no solo fueron los españoles. En 1809, los portugueses invadieron la Guayana Francesa, llevando al nuevo continente la guerra europea de británicos contra franceses, apoyando los portugueses a los británicos. Cuando franceses y británicos acordaron la paz, la ocupación portuguesa de la Guayana francesa llegó a término; después de un lapso, en 1817 la Guayana fue devuelta a Francia. Esta inclinación por la expansión continuó después de la independencia; habiendo los portugueses invadido lo que se conoce como la Banda Oriental, que fue posteriormente rebautizada como Provincia Cisplatina, esta ocupación se mantuvo. Con el objeto de su recuperación, en el año 1825, las Provincias Unidas del Río de la Plata iniciaron una guerra de reintegración; esta guerra duró hasta 1828. Como resultado de la guerra se plasmó un acuerdo entre las partes, criollos mestizos descendientes de portugueses y criollos mestizos descendientes de españoles; el acuerdo disponía la independencia de la provincia oriental.

Sin embargo, en esta comparación entre las colonias portuguesas y españolas, en contraste con las diferencias, se dan también las analogías con las colonias españolas; como por ejemplo, las guerras intestinas se propagan. Decimos esto, no sólo por el enfrentamiento entre republicanos y monárquicos, sino como resultado de la confrontación de fracciones dominantes.

En resumen, el 25 de marzo de 1824 se promulgó la primera Constitución. El 7 de abril de 1831, Pedro I abdicó, quedó como sucesor, Pedro II, su hijo de cinco años. Considerando su edad, se creó una regencia; causa de conflictos internos. Estallaron los conflictos; ocasionando una regencia en constante crisis. Los grupos en conflicto no estaban en contra de la monarquía; sin embargo, llevaron lejos los desenlaces, declarando la secesión de sus provincias como repúblicas independientes; la condición para deponer su actitud beligerante fue exigir un gobierno institucionalizado. Esta fue la razón para que Pedro II fuese declarado emperador prematuramente[74].

La Constitución republicana fue promulgada en 1891; se convocó a elecciones directas el año 1894. Votaban hombres, propietarios privados e ilustrados, en un contexto de una amplia mayoría poblacional analfabeta. Las mujeres quedaban excluidas de la participación electoral. En este periodo inicial republicano, el Estado-nación de Brasil se vio involucrado en la Guerra del Acre con Bolivia, llamada también la guerra del caucho, en el periodo del auge de la goma en el mercado internacional. Una sucesión dilatada de crisis políticas marcó un decurso difícil; la crisis del ensillamiento y de la Revuelta de la Armada en 1891, fueron las más ostensibles. El periodo del siglo de la ilustración fue afectado por un ciclo prolongado de desequilibrio financiero, acompañado por inestabilidades políticas, con efectos negativos en el campo social. Siguiendo esta secuencia tortuosa en el siguiente siglo, las primeras décadas del siglo XX fueron problemáticas; sin embargo, en este tramo sinuoso se dio lugar la consolidación de la flamante república. Se desataron rebeliones; entre las que descuellan la Revolución Paulista, la Revolución del Fuerte de Copacabana, la de la Comuna de Manaos y la Columna Prestes. Como clausura de este periodo turbulento, al inicio de la tercera década, en 1930, Getúlio Vargas, que había sido candidato presidencial en las elecciones de ese año, encabezó un golpe de Estado, asumiendo la presidencia de la república. Desde nuestra perspectiva, desde la interpretación genealógica, esta clausura de un periodo turbulento y apertura de una época estratégica, marca el momento o el lapso, si se quiere, dilatando el vértice, del punto de inflexión histórica.

A propósito de la segunda gestión de Getúlio Vargas, en Cartografías histórico-políticas escribimos:

Entre 1937 y 1945, durante el Estado Novo, Getúlio Vargas dio un impulso fundamental a la reestructuración del Estado y a la profesionalización del servicio público, creando el Departamento Administrativo del Servicio Público (DASP) y el IBGE. Suprimió los impuestos en las fronteras inter-estatales y creó el impuesto a la renta. Se orientó cada vez hacia la intervención estatal en la economía y se concentró en impulsar la industrialización. Fueron creados el Consejo Nacional del Petróleo (CNP), posteriormente llamada PETROBRÁS, y en 1951 la Compañía Siderúrgica Nacional (CSN), la Compañía Vale do Rio Doce, la Compañía Hidroeléctrica de São Francisco y la Fábrica Nacional de Motores (FNM). Promulgó, en 1941, el Código Penal y el Código Procesal. Durante 1943, Getúlio Vargas logró la Consolidación de las Leyes del Trabajo (CLT), garantizando la estabilidad del empleo después de diez años de servicio, descanso semanal, la reglamentación del trabajo de menores, de la mujer, del trabajo nocturno y fijando la jornada laboral en ocho horas de servicio[75].

Getúlio Vargas sufrió el mismo destino dramático de los caudillos populistas de ese medio día del siglo XX; aunque no todos llegaron a la decisión definitiva por la que optó el ya entonces dictador de la república federal de Brasil, salvo el caudillo boliviano nacionalista, héroe de la guerra del Chaco, German Busch. Después del suicidio de Getúlio Vargas se sucedieron gobiernos provisionales. Este periodo nacionalista retomó su curso democrático eligiendo a Juscelino Kubitschek, presidente en 1956. Kubitschek fue el artífice de la fabulosa construcción de la capital federal, Brasilia. Su sucesor, Jânio Quadros, renunció en 1961, menos de un año después de asumir el cargo. Su vicepresidente, João Goulart, tomó la presidencia, por sucesión constitucional. En el contexto de la guerra fría, cuando el Departamento de Estado y el Pentágono apadrinaron los golpes de Estado en América Latina y el Caribe, como parte de su estrategia anti-comunista, João Goulart fue depuesto por el golpe militar de 1964.

La dictadura militar se extendió por un largo periodo; duro un poco más de dos décadas. Recién en 1985 se retornó a la forma democrática institucional. Tancredo Neves ganó las elecciones; sin embargo, no pudo asumir el cargo; tras la enfermedad y fallecimiento, su sucesor, el vicepresidente, José Sarney, ocupó su lugar por sustitución constitucional. Su gobierno terminó siendo impopular, debido a los efectos devastadores de una inflación descontrolada. En este panorama crítico, las elecciones de 1989 llevaron a la presidencia a un personaje casi desconocido, Fernando Collor de Melo. Este personaje se hizo famoso por escándalos de corrupción; renunció tres años más tarde, a causa de este motivo. Collor fue sucedido por su vicepresidente, Itamar Franco, quien nombró como Ministro de Hacienda al economista e intelectual Fernando Henrique Cardos. Se reconoce a Fernando Henrique Cardoso la elaboración del exitoso Plan Real. Fernando Henrique Cardoso fue elegido como presidente en 1994, volvió a ser relecto en 1998. Se conoce a Henrique Cardoso como el intelectual de la CEPAL que aplicó el proyecto neo-liberal en Brasil. La privatización de la economía fue la estrategia de este presidente, que después de lograr la estabilización como ministro, como presidente entregó la economía de Brasil a las empresas trasnacionales, verdaderos factores de poder del orden mundial de dominación global.

No se podría comprender la asunción al poder del Partido de los Trabajadores (PT) y la llegada de un dirigente sindical metalurgista a la presidencia, Luiz Inácio Lula da Silva, sin tomar en cuenta las luchas del proletariado brasilero, así como del movimiento campesino más grande del mundo, el Movimiento sin Tierra (MST); sin considerar sus capacidades organizativas, así como su influencia en la sociedad brasilera. De la misma manera, no se podría comprender este acontecimiento político sin la participación de un campo intelectual crítico, de tradición y herencia marxista. Estamos no solamente ante un caso, por cierto dado en un país gigantesco, de viraje a la “izquierda” de Sud América, sino ante la realización y manifestación de una larga tradición de luchas sociales y organizativas. Se puede decir que el acontecimiento político del PT en el poder es el resultado de las luchas prolongadas del pueblo brasilero, de una manera duradera y diferida, teniendo en cuenta la historia efectiva y el perfil peculiar de las luchas y resistencias, en el contexto de la formación social brasilera. Un análisis comparativo de los gobiernos progresistas de Sud América, de sus antecedentes, de las luchas sociales y movimientos sociales, puede mostrarnos un cuadro significativo de analogías y diferencias entre sus historias reciente, la arqueología del presente; por ejemplo, es sugerente comparar el desenlace político de Brasil respecto de los desenlaces políticos de Bolivia, de Venezuela y de Ecuador. En estos casos la llegada al poder de los llamados gobiernos progresistas es más accidentada e itinerante; aunque responde también a luchas sociales y movimientos sociales desplazados a lo largo del tiempo, su secuencia es más turbulenta. Sin dejar de mostrar aproximaciones al largo proceso organizativo brasilero, compensando, quizás, un apego menor a la organicidad con las pasiones populares, que, por cierto no son menos, sino otra forma de asumir la experiencia social, la memoria social y construir los saberes colectivos. Ciertamente, a diferencia de larga construcción organizativa social, concurrida en Brasil, en Bolivia y Ecuador se cuenta con la persistencia de la memoria colectiva y comunitaria, afincadas en estructuras de larga duración, de las comunidades indígenas, de las luchas y resistencias anti-coloniales.

En adelante nos concentraremos en el libro de Raúl Zibechi, Brasil Potencia.

La potencia social de Brasil

El concepto de potencia es trabajado por el filósofo crítico y transgresor, para su época (siglo XVII), incluso para las siguientes, reconocidas como el siglo de la ilustración y el siglo de oro de la filosofía moderna (siglos XVIII y XIX), Baruch Spinoza, a quien Antonio Negri llama la anomalía salvaje, filósofo temido por Hegel, quien busca ansiosamente domesticar su filosofía inmanentista y panteísta. Potencia quiere decir capacidad, también energía, así como dinámica, rescatando acepciones antiguas; la potencia es la fuerza inmanente creativa. Usaremos este concepto primordialmente en este sentido, oponiendo potencia a poder, sobre todo cuando nos refiramos a la potencia social, no sólo como resistencia, sino sobre todo como alteridad creativa de las dinámicas moleculares sociales. Sabemos que el concepto de potencia ha sido asimilado y reducido al concepto de poder por la ciencia política, en su contexto epistemológico, por las ciencias sociales, así como por la filosofía moderna. En cambio, como hemos hecho notar, nosotros diferenciamos y distinguimos el concepto de potencia, en su sentido spinociano, del concepto de poder, mucho más elaborado por Michel Foucault que los filósofos y científicos políticos que le antecedieron, pretendiendo descifrar los secretos del poder. Empero, lo que hicieron es reducir incluso el concepto de poder, al circunscribirlo al Estado[76].

Raúl Zibechi, en su libro Brasil potencia; entre la integración regional y un nuevo imperialismo, se propone debatir el concepto de subimperialismo, propuesto para el análisis crítico por Ruy Mauro Marini, en su libro La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo[77]. También toma en cuenta de Mathias Seibel Luce O subimperialismo brasileiro revisitado: a política de integraçâo regional do governo Lula (2003-2007)[78]; de Fabio Bueno y Raphael Seabra Campos A teoria do subimperialismo brasileiro: notas para uma (re)discussão contemporánea[79]; de Pedro Enrique Pedreira O imperialismo brasileiro nos séculos XX e XXI: uma discussâo teórica[80] y de Virginia Fontes O Brasil e o capital imperialismo[81]. Al describir el contexto en el que escribió el libro citado Ruy Mauro Marini, década de los setenta, Zibechi aclara:

Cuando Marini se ocupó del expansionismo brasileño utilizando el concepto “subimperialismo”, el país vivía bajo una dictadura militar que buscaba convertirlo en potencia regional aliada a los Estados Unidos. Marini formaba parte del grupo revolucionario Política Operária (POLOP), creado en 1961, una organización de izquierda marxista pionera en Brasil en cuanto a su diferenciación con el Partido Comunista Brasileiro (PCB), que defendía el legalismo parlamentarista y la colaboración con una supuesta “burguesía nacional”. POLOP fue, además, un semillero del que surgieron importantes organizaciones revolucionarias y notables cuadros políticos y teóricos[82].

No olvidemos que Ruy Mauro Marini es uno de los teóricos más importantes de la conocida Teoría de la dependencia; su libro Dialéctica de la dependencia es uno de los más conocidos de las obras de los teóricos de la dependencia[83]. Consideramos a la Teoría de la dependencia como el aporte fundamental de los marxistas latinoamericanos para la comprensión del sistema-mundo, concepto, por cierto elaborado por ellos. Entonces es importante detenerse en las tesis de Ruy Mauro Marini sobre el subimperialismo. En otra sugerente aclaración Zibechi escribe:

Su empeño en diferenciarse del análisis del PCB, que aseguraba que el golpe de 1964 instalaba un régimen “títere” del Pentágono y del Departamento de Estado, lo llevó a estudiar las raíces del golpe en causas internas vinculadas a cierto grado de desarrollo del capitalismo dependiente. Marini pensaba que la explicación de un fenómeno político es decididamente mala si toma por clave justamente a un factor que lo condiciona desde fuera. A la vez observaba las peculiaridades del nuevo régimen, al que consideraba distinto a los anteriores golpes de Estado, destacando la fusión entre la cúpula militar y la burguesía, la exportación de manufacturas y capitales, y la intervención directa en los países de la región, siempre en consonancia con el imperialismo estadounidense, para llevar adelante un vasto proceso de reordenamiento nacional y regional[84].

Entre los argumentos vertidos por Ruy Mauro Marini se encuentra, entre los que atienden a la lógica y a la metodología de la investigación y el análisis, el de que no puede explicarse un fenómeno político como las dictaduras militares, tampoco un hecho político como el golpe de Estado de 1964, sólo por factores externos; por ejemplo, usando como clave explicativa la tesis del imperialismo norteamericano. Dice:

Nadie niega la influencia de los factores internacionales sobre cuestiones internas, principalmente cuando se está en presencia de una economía de las llamadas centrales, dominantes o metropolitanas, y en un país periférico, subdesarrollado. Pero ¿en qué medida se ejerce esta influencia? ¿Qué fuerza tienen frente a los factores internos específicos de la sociedad sobre la cual actúa?[85]

Ruy Mauro Marini no descuida el análisis de las estructuras y dinámicas internas, para precisamente hacer inteligible el efecto de las estructuras y dinámicas externas, que deberíamos llamarlas, mas bien, mundiales. La izquierda tradicional y los teóricos de esta izquierda, hacen al revés, privilegian la lectura de las estructuras y fuerzas internacionales, para, desde este enfoque deducir lo que acontece internamente, en el país. Lo siguen haciendo hasta ahora, que se ha vuelto a poner en boga el uso extendido del concepto de imperialismo, además no revisado en cuanto a sus transformaciones históricas. No es una contradicción el enfoque inmanentista de esta metodología, la empleada por Marini, con la teoría de la dependencia, que concibe una geopolítica del sistema-mundo capitalista, geopolítica que diferencia centros de periferias. El sistema-mundo es un sistema integrado y articulado; partir de la comprensión de las estructuras y dinámicas inherentes a las formaciones sociales periféricas, es retomar esta integralidad del sistema-mundo en sus concreciones, en sus especificidades, en sus singularidades. Las explicaciones tienen valor cuando logran descifrar la singularidad; las explicaciones pierden valor cuando se convierten en repetición de lo mismo, como si retornara, una y otra vez, el mismo fantasma conceptual.

Zibechi hace hincapié en la importancia de la tesis de subimperialismo, escribe:

En primer lugar, Marini considera el golpe de 1964 como “una respuesta a la crisis económica que afectó a la economía brasileña, entre 1962 y 1967, y a la consecuente intensificación de la lucha de clases”. No es, empero, un análisis mecánico ni economicista, ya que siempre pone –en consonancia con Marx– la lucha de clases en lugar destacado y como clave epistemológica para desentrañar la realidad. Por eso sostiene que la elite militar que encabeza el golpe interviene en la lucha de clases en curso y fusiona sus intereses con el gran capital. En consecuencia, el subimperialismo es “la forma que asume el capitalismo dependiente al llegar a la etapa de los monopolios y del capital financiero”.

En segundo lugar, esta alianza entre el gran capital y las fuerzas armadas tiene intereses parcialmente diferentes a los del imperio, por lo cual utiliza el concepto de “cooperación antagónica” para describir el tipo de relaciones entre Washington y Brasilia. Esa alianza nace para destrabar problemas específicos del capitalismo dependiente brasileño. Explica que el núcleo de la solución subimperialista implementada desde 1964 consiste en resolver un problema de mercado que está creando dificultades a la acumulación de capital en la industria, convertida en el sector más dinámico.

En efecto, por la concentración de la propiedad agraria y el carácter de las relaciones sociales en el monocultivo latifundista, el mercado interno es incapaz de absorber la producción industrial, dificultad que sólo podía resolverse mediante una reforma agraria. Ese es el nudo de la crisis política que provoca el golpe de 1964.

Las contradicciones entre industria y latifundio se agravaron con la crisis del sector externo por la caída del precio del café en la década de 1950, principal producto de exportación de Brasil. El consecuente déficit de la balanza comercial mostraba uno de los estrangulamientos de la economía y la sociedad brasileñas. Como señala Marini, la complementariedad entre el sector agro exportador y el industrial estaba rota, por dos razones: por un lado, la redistribución con la que hubiera podido superarse el impasse hubiera afectado la plusvalía de un sector de la burguesía; por otro, la irrupción de los sectores populares (campesinos, obreros, estudiantes) quitaba todo margen de maniobra para ensayar reformas. “El agotamiento del mercado para los productos industriales (…) sólo podrá ampliarse a través de la reforma de la estructura agraria.

La radicalización política del movimiento social, que incluyó rebeliones de sargentos y marineros, amenazando la desintegración de los aparatos represivos, fue respondida con la radicalización de la oligarquía, la burguesía y sus fuerzas armadas.

El golpe fue una reacción de ese sector que mostró “que no tienen razón quienes ven al actual régimen militar de Brasil como el resultado de una acción externa”, como pretendía el PCB. El régimen nacido del golpe resuelve el problema estructural mirando hacia el exterior y hacia el capital extranjero: a través de la exportación de manufacturas y de la intervención estatal con grandes obras de infraestructura, de transportes, electrificación y equipamiento de las fuerzas armadas[86].

El teórico y militante Marini expresa un conocimiento crítico de la formación social brasilera, conocimiento vinculado a la experiencia social del pueblo, de sus luchas sociales, del proletariado formado en la experiencia de sus luchas contra el despojo del capital. No se puede olvidar en el análisis el acontecimiento Getúlio Vargas, cuyo programa nacionalista establece las bases para la industrialización de Brasil. El problema del fundamentalismo de izquierda es que descalifica este periodo por nacionalista, populista, incluso por el apoyo y el sostén militar. Este esquematismo se convierte en olvido histórico; pues se les escurre de las manos este antecedente. El desarrollo de la industrialización brasilera, al grado al que había llegado, en ese entonces, sin des-contextuarlo de la dialéctica de la dependencia, entra en contradicción con las estructuras de poder afincadas en la propiedad latifundiaria. Se había convertido esta propiedad y sus estructuras de poder en un obstáculo para el desarrollo económico. Las dinámicas de las luchas de clases empujaban a esta solución; el golpe de 1964 fue una reacción conservadora para evitar este desenlace. Sin embargo, la casta militar también ya estaba involucrada con el proyecto de industrialización; no podían impedirlo, más bien buscaban una forma pactada de lograrlo, sin sacrificar a la clase latifundista. La solución autoritaria encontrada fue la del Estado de excepción, la dictadura militar, que buscó hacer las dos cosas, por así decirlo, continuar con el proyecto de industrialización y conservar la propiedad latitudinaria. En otras palabras, conservar las estructuras de poder conservador, a pesar de la revolución industrial en la que estaba involucrado Brasil.

Es elocuente lo que escribe Ruy Mauro Marini, a propósito dice:

La historia política brasileña presenta, en este siglo, dos fases bien caracterizadas. La primera, que va de 1932 a 1937, es de gran agitación social, marcada por varias rebeliones y una revolución, la de 1930. Sus causas pueden buscarse en la industrialización que se produce en el país en la década de 1910, gracias sobre todo a la guerra de 1914, que conduce a la economía brasileña a realizar un considerable esfuerzo de sustitución de importaciones. La crisis mundial de 1929 y sus repercusiones sobre el mercado internacional van a mantener en un bajo nivel la capacidad de importación del país, acelerando, de esta manera, su proceso de industrialización.

Las transformaciones que operan en la estructura económica en ese periodo se expresan, socialmente, en el surgimiento de una nueva clase media, es decir, de una burguesía industrial directamente vinculada al mercado interno, y de un nuevo proletariado, que presionan a los antiguos grupos dominantes para obtener un lugar propio en la sociedad política. El resultado de las luchas desencadenadas por el conflicto es, por intermedio de la revolución de 1930, un compromiso – Estado Nôvo de 1937, bajo la dictadura de Getúlio Vargas -, con el cuál la burguesía se estabiliza en el poder, en asociación con los terratenientes y los viejos grupos comerciantes, al mismo tiempo que establece un esquema particular de relaciones con el proletariado. En este esquema, el proletariado será beneficiado por toda una serie de concesiones sociales (concretadas sobre todo en la legislación laboral del Estado Nôvo) y, por otra parte, encuadrado en una organización sindical rígida, que lo subordina al gobierno, dentro de un modelo típico corporativista[87].

Esta lectura de la problemática histórica-política de la formación social brasilera, sobre todo de su estructura económica y política, nos muestra la sensibilidad de Marini para detectar los puntos de inflexión de lo que podemos llamar el decurso histórico de la sociedad. En el ciclo de la estructuras de mediana duración, considerando su diferencia con las estructuras de los ciclos cortos y con las estructuras de los ciclos largos, no se puede interpretar a los gobiernos de Lula y de Dilma sin tomar en cuenta el punto de inflexión Getúlio Vargas, sobre todo por el papel que cumple su gobierno en las políticas de nacionalización, en el impulso estratégico, quizás el primero de sus características, a la industrialización, articulando la misma a una geopolítica regional. Todo esto ligado a la institucionalización de conquistas democráticas, sociales y de los trabajadores. Aunque Marini está interesado en hacer inteligible el fenómeno económico y político brasilero a partir del concepto de subimperialismo, de todas maneras, sus interpretaciones pueden ser recogidas para abordar el análisis de los gobiernos progresistas de Sud América.

Otra anotación al respecto de las contradicciones inherentes a la formación social brasilera de entonces, de parte de Marini, es la siguiente:

Con pequeños cambios, y a pesar de que se derroca a la dictadura de Vargas, este compromiso político de 1945, este contrato social – si se puede llamar así – se mantiene estable hasta 1950. Empieza entonces un nuevo período de agudas luchas políticas, de las que el suicidio de Vargas (que regresa al poder mediante elecciones), en 1954, es el primer fruto, y que conducirán al país, en 10 años tormentosos, al golpe militar de 1964. En la raíz de esas luchas encontramos el esfuerzo de la burguesía industrial por poner a su servicio el aparato del Estado y los recursos económicos disponibles; rompiendo, o por los menos transgrediendo, las reglas del juego que se habían fijado en 1937. Pero las razones, en verdad, son más profundas: se asiste, en ese período, al deterioro de las condiciones en las que se basaban esas reglas, lo que se debe, por una parte, al crecimiento constante del sector industrial, y por otra, a las dificultades que, apareciendo primero en el sector externo, hicieron que la complementariedad hasta entonces existente entre el desarrollo industrial y las actividades agroexportadoras se convirtieran en una verdadera oposición[88].

Parece que una de las explicaciones del golpe de Estado de 1964 y el largo periodo de la dictadura militar se debe a esta salida de excepción para tratar de adecuar políticamente o institucionalmente esta contradicción, evitando los desenlaces explosivos, mucho más, si se trata de desenlaces revolucionarios. ¿Lo logran? Esta es la pregunta. Lo que llamamos la geopolítica regional brasilera, es decir, la estrategia de dominación espacial del Estado-nación de Brasil, tiene su nacimiento institucional en este contexto y en las coyunturas que contiene. Como veremos en el libro de Raúl Zibechi, hay como una continuidad en la secuencia geopolítica de los gobiernos, de los periodos secuenciales, en la historia política reciente de Brasil. Revisando, hay como una tradición recogida constantemente, desde su consolidación institucional, en las dictaduras militares, hasta las formas democráticas y populares, que adquiere en los gobiernos de Lula y Dilma.

En lo que respecta a la contradicción con el dominio y hegemonía del imperialismo norteamericano, también con los centros del sistema-mundo capitalista, se busca una cooperación antagónica, usando este concepto, utilizado por Marini, persiguiendo resolver el antagonismo por medio de una salida negociada, por así decirlo, mejorando los términos de intercambio de las relaciones entre centros y periferias. Si observamos ahora, la emergencia de la potencia de Brasil, como uno de los BRICS, vemos que lo que ha ocurrido es que esta cooperación antagónica se ha ampliado, mejorando no solamente los términos de intercambio, sino modificando la estructura de poder mundial. La presencia de los BRICS modifica la estructura de poder en el sistema-mundo capitalista; empero, no salen de los horizontes de este sistema-mundo, mas bien lo refuerzan, modificando su composición interna. A pesar de los contrastes políticos entre las dictaduras militares y los gobiernos del PT, a pesar de su gran diferencia política, no solo en lo relativo a la democracia, sino, sobre todo, en lo que respecta a la emergencia social, hay ejes que se preservan, mejorándolos, haciéndolo, incluso, más irradiantes y efectivos; uno de estos ejes, quizás crucial, es el de la geopolítica regional. Ahora bien, Ruy Mauro Marini llama a esta geopolítica subimperialismo. ¿Es adecuado este concepto?

La descripción que hace Zibechi de ese periodo de consolidación estratégica geopolítica es elocuente:

En los años siguientes el país crecería a ritmos formidables, alcanzando el 12% anual a comienzos de la década de 1970, mientras la industria llegó a crecer a un ritmo del 18% anual. La inversión norteamericana crece abruptamente y el salario real cae más del 20% entre 1965 y 1974, pero las exportaciones de productos manufacturados se triplican en el mismo período. Son las filiales de empresas extranjeras las que acaparan la mayor parte de esas exportaciones. En pocos años Brasil se convierte en la octava potencia industrial del mundo. Bajo el régimen militar la burguesía industrial brasileña “trata de compensar su imposibilidad para ampliar el mercado interno a través de la incorporación extensiva de mercados ya formados, como el Uruguay, por ejemplo”[89]. Por cierto, esa “imposibilidad” refleja, por un lado, la debilidad de una burguesía incapaz de plantar cara al latifundio, pero, por otro lado, refleja también la potencia del movimiento social ya que el temor a las clases populares la lleva a echarse en brazos de la oligarquía terrateniente y las fuerzas armadas[90].

La alianza de la burguesía industrial es con las fuerzas armadas, no con el pueblo, no con el proletariado, no con los campesinos, cuyo movimiento se plantea la reforma agraria. ¿Este comportamiento de la burguesía es una excepción, una peculiaridad de los países periféricos, o, más bien, la regla, siendo la excepción la alianza de la burguesía industrial con el proletariado? Por Immanuel Wallerstein sabemos que, en llamada transición al capitalismo en Europa, se produce el aburguesamiento de los terratenientes, de la nobleza, paralelamente al ascenso de la clase industrial, por este investigador e historiador del sistema-mundo sabemos que la hipótesis de la contradicción antagónica entre burguesía y terratenientes es, mas bien, excepcional. El marxismo ha usado la excepción como si fuera una generalidad, convirtiéndola no solamente en regla, sino incluso, en ley histórica[91]. También sabemos por Silvia Federici que el capitalismo y la modernidad, como civilización instrumental, no son el resultado de una revolución y de conquistas sociales y populares; todo lo contrario, la alianza entre burguesía, nobleza e iglesia, en una maniobra de contra-revuelta y contra-revolución, detienen los levantamientos anti-feudales comunitarios, populares, proletarios y de mujeres, que encarnaban una verdadera revolución social contra las estructuras de dominación. La persecución a las mujeres rebeldes, que simbolizaban la rebelión y el entramado comunitario, dura tres siglos; es el periodo conocido como la quema de brujas. La inquisición reiterada.

Como dice Pierre Bourdieu, la revolución francesa es, más bien, una excepción, no la regla. La modernización de la mayoría de los estados transcurre por vías conservadoras, afincándose o preservando las tradiciones, sobre todo aquellas que tienen que ver con las estructuras de poder heredadas. El marxismo también convirtió, en este caso, en su interpretación política, la excepción en una regla histórica, incluso, como dijimos antes, en una ley histórica[92]. Lo que pasó en Brasil, en lo que respecta a la revolución industrial, a la modernización, al desarrollo económico, corresponde al desenlace conservador de la transición al capitalismo. Las clases dominantes lograron controlar el juego de fuerzas concurrente en el proceso histórico de entonces, imponiendo un tipo de decurso en lo que respecta al llamado desarrollo económico y la revolución industrial. No hay aquí ninguna anomalía, como de alguna manera veía Marini, también los teóricos de la dependencia. La anomalía salvaje, en el buen sentido de la palabra, en el sentido de explosión subversiva, deviene, más bien, de la victoria popular, de la victoria social, de la victoria del proletariado, así como de la victoria del campesinado. Es el gasto heroico, la explosión de las voluntades emancipadoras, la que se impone a la historia y a la realidad[93].

El concepto de subimperialismo fue propuesto por Karl Kautsky. Si el concepto de imperialismo, abordado por el marxismo austriaco, respondía a hacer inteligible no sólo la concentración de capital, la acumulación expansiva e intensiva de capital, la integración monopólica de los espacios de producción, circulación y consumo de la economía, sino, fundamentalmente, el dominio del capital financiero y su articulación estratégica con el Estado. Se puede decir que lo que Lenin llamó hipotéticamente la última fase del capitalismo, el imperialismo, hipótesis que fue contrastada por los hechos, pues no fue la última fase del capitalismo, es pues una fase geopolítica por excelencia del Estado-nación encargado de administrar y empujar la expansión capitalista de la malla de empresas monopólicas de su país. ¿Qué sería entonces el subimperialismo? Un fenómeno de concentración, de centralización, de integración y de expansión de capital, que se da bajo el cobijo y el amparo del manto imperialista dominante y hegemónico. Sin embargo, Kautsky usó el concepto positivamente para referirse a la posibilidad de una vía pacífica al socialismo, aprovechando la concentración e integración de capital en el marco de una centralización política, conductora de una socialización del excedente creciente, al asumirse el control centralizado de la producción y los circuitos de distribución. Sin embargo, dejando en suspenso esta interpretación de Kautsky del concepto de subimperialismo, retomando el sentido que le atribuye Marini, se podría decir que, si el imperialismo responde a una geopolítica de dominación mundial de un Estado-nación hegemónico, en tanto que el subimperialismo responde a una geopolítica de dominación regional, de un Estado-nación, que pretende ser hegemónico en la región en cuestión.

Respecto al concepto de cooperación antagónica, que fue propuesta por August Talheimer, Ruy Mauro Marini, escribe:

Siempre es verdad, sin embargo, que la expansión del capital mundial y la acentuación del proceso monopolista mantuvieron constante la tendencia integracionista, que se expresa hoy, de manera más evidente, en la intensificación de la exportación de capitales y en la subordinación tecnológica de los países más débiles. Otro marxista alemán, August Talheimeier, lo advirtió al acuñar en la postguerra su categoría de la cooperación antagónica. En un momento donde la dominación norteamericana parecía incontrolable frente a la destrucción europea que siguió a la guerra mundial, Talheimer fue suficientemente lúcido para percibir que el proceso mismo de integración o cooperación, acentuándose, desarrollaría sus contradicciones internas[94].

Interpretando la tesis de Marini, podríamos decir que el concepto de subimperialismo, que utiliza, se refiere a una geopolítica regional, concebida como estrategia de dominación por parte de la burguesía industrial, desplegada en un ámbito de relaciones de dependencia relativa, que se pueden identificar como de cooperación antagónica entre la potencia periférica y el imperialismo hegemónico. La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿por qué llamar subimperialismo a este fenómeno de dependencia relativa reconocida como cooperación antagónica?

Una primera versión estatal de esta geopolítica regional la habría formulado la escuela Superior de Guerra. Estrategia geopolítica expresada por el coronel Golbery do Couto e Silva, que se resume a lo siguiente, de acuerdo a la descripción de Zibechi:

Su propuesta era tan sencilla como frontal: alianza con Estados Unidos contra el comunismo, expansión interna hacia la Amazonia para ocupar los “espacios vacíos” y expansión externa hacia el Pacífico para cumplir el “destino manifiesto” de Brasil. Por último, el control del Atlántico Sur. Sostuvo que Brasil debía realizar un “canje leal” con el imperio, que se traducía en “negociar una alianza bilateral” en la que entregaba recursos naturales y posiciones geoestratégicas a cambio de “los recursos necesarios para que participemos en la seguridad del Atlántico Sur”, al que consideraba “monopolio brasileño”. Creía que el Atlántico Sur jugaba un papel similar al que jugó el Caribe en la expansión de Estados Unidos.

Luego de soldada esa alianza, en la tradición de las fuerzas armadas brasileñas, sostenía que la principal hipótesis de conflicto no se encontraba en el arco amazónico, al que consideraba “fronteras muertas”, sino en el sur, donde aparece el desafío de Argentina. En su opinión, Paraguay y Bolivia estaban económicamente subordinados a Argentina y eran “prisioneros geopolíticos”, siendo esas áreas “zonas de roce externas donde pueden llegar a chocar los intereses brasileños y argentinos”. Sin embargo, “donde se define la tensión máxima en el campo sudamericano”, es en la frontera de Uruguay, “por la mayor proximidad de los centros de fuerzas potencialmente antagónicos”. Ahí estaban las “fronteras vivas” que debían ser atendidas[95].

Sin embargo, hay que hacer una distinción; una cosa es contar con un plan geopolítico y otra cosa es realizar efectivamente un dominio geopolítico sobre el espacio objeto de la expansión. Si partimos que la escuela Superior de Guerra contaba con un plan geopolítico, incluso que se llegó a convencer del mismo a un sector de la clase política y a otro sector de la burguesía industrial, este propósito de las clases dominantes de Brasil no es suficiente condición para que se efectivice la geopolítica regional. Raúl Zibechi enumera una serie de sucesos que parecen corroborar la hipótesis de subimperialismo, escribe:

A comienzos de la década de 1970 se conoció un diseño de intervención militar en Uruguay denominado Operativo Treinta Horas, que se pondría en marcha en caso de que la inestabilidad política amenazara desbordar al Estado uruguayo o que en las elecciones de 1971 ganara la presidencia el recién creado Frente Amplio.

La inestabilidad política en las fronteras preocupaba a los militares brasileños. La existencia del operativo fue difundida por círculos militares argentinos (en ese momento el país era gobernado por el general Alejandro Agustín Lanusse), alarmados por la posibilidad de que Brasil llegara al Río de La Plata. En ese período ambos países distribuían sus fuerzas militares en base a la hipótesis de un conflicto por el control del gran estuario del Plata, herencia de la rivalidad entre España y Portugal. En la década de 1970, Brasil realizaba maniobras militares en la región sur, construía carreteras en esa dirección y acababa de inaugurar, en octubre de 1971, “la mayor base aérea de América del Sur en Santa María”.

La intervención brasileña en el golpe de Estado del general Hugo Bánzer contra el gobierno de Juan José Torres, en agosto de 1971, está documentada y fue públicamente defendida por voceros militares. La intervención en Bolivia se asentó en dos tesis en ese momento en boga entre los militares brasileños: la “doctrina del cerco”, que decía que Brasil estaba rodeado de regímenes hostiles, y la “guerra ideológica preventiva” para neutralizar esa situación. El golpe partió de Santa Cruz, donde ya se asentaban poderosos empresarios brasileños, convertida en la base territorial de los golpistas.

En los días previos y posteriores al levantamiento de Bánzer, en el aeropuerto de Santa Cruz aterrizaban aviones con municiones y armas para los golpistas. Se trataba de grandes cantidades de ametralladoras que fueron entregadas esos días decisivos, cuando mineros y estudiantes resistían armas en mano a miembros de la Falange Socialista Boliviana que había adoptado el nombre de Ejército Nacionalista Cristiano. El 15 de agosto, cuatro días antes del golpe, Brasil había declarado la movilización de tropas en la frontera; los aviones que llevaban armas a militares y civiles golpistas ostentaban la bandera brasileña. Tan lejos fue el involucramiento directo con los golpistas que el cónsul de Brasil en Santa Cruz, Mario Amorío, fue herido durante los combates. La recompensa llegaría pronto. En los años siguientes se firmaron una serie de acuerdos por los que Bolivia entregaba a su vecino petróleo, gas, manganeso y mineral de hierro a precios preferenciales. Pero no se conformaron sólo con el control de los recursos naturales sino que planificaron el trazado de vías de comunicación para llegar al Pacífico, entre las que destaca “la construcción del ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz, que empalmaría con los sistemas que llevan a Santos, en el Atlántico, y a Arica, en el Pacífico”. Mucho tiempo después estos mismos objetivos asumirían otros nombres como la iniciativa IIRSA.

Pero también hubo cesiones de territorio. En 1974 Bolivia cedió 12.000 kilómetros cuadraros incluyendo los poblados de San Ignacio y Palmarito, en 1976 cedió 27.000 kilómetros cuadrados más, siempre por revisiones limítrofes, y la isla Suárez en Beni fue ocupada directamente por Brasil. Como sucedió en otros países, como Paraguay, la colonización de ciudadanos brasileños fue ocupando tierras que eran mucho más baratas que en Brasil, llegando a conformar territorios en los que son mayoría.

El tercer caso es el de Paraguay, donde Brasil consiguió una abrumadora penetración y enormes ventajas con la firma del Tratado de Itaipú en 1973. Marco Aurelio García, asesor de Política Externa del presidente Lula, escribió 37 años después que la decisión del régimen militar brasileño de construir Itaipú corriendo con todos los gastos de construcción de la represa, “más que una opción de política energética, tuvo un claro significado geopolítico”. Se trató de atraer a Paraguay a la esfera brasileña y de aislar a la Argentina. Los hechos que rodearon la construcción de Itaipú dan una imagen transparente de lo que Marini consideraba como subimperialismo.

Fue la mayor hidroeléctrica del mundo hasta que fue superada por la represa de Tres Gargantas en China, tres décadas después. La firma del Tratado de Itaipú entre Brasil y Paraguay generó fuertes polémicas en su momento y un profundo malestar en Argentina. Hacía mucho tiempo que Brasil tenía la intención de aprovechar los saltos de Sete Quedas, o Salto de Guairá, para construir una gran represa hidroeléctrica sobre el río Paraná que oficiaba como frontera con Paraguay según el tratado de paz entre ambos países de 1872, posterior a la guerra de Triple Alianza.

Sin embargo, la demarcación de un tramo de unos veinte kilómetros río arriba de los saltos generó diferencias entre las autoridades de ambos países. Para resolver el contencioso se firmó en 1927 el tratado Ibarra-Mangabeira que ratificó que la frontera la constituye el río Paraguay entre los ríos Apa y Bahía. En 1963, bajo la presidencia de Joâo Goulart, el ministro de Energía y Minas de Brasil visitó Paraguay y aseguró a su presidente que no se daría ningún paso en la construcción de la represa de Sete Quedas sin el total consentimiento de Paraguay. En enero de 1964 se crea la Comisión Mixta Paraguayo Brasileña para estudiar todos los aspectos de la obra que podría tener una potencia de entre 12 y 15 millones de MW, igual o superior a Itaipú.

Con la llegada del régimen militar todo cambió. El 31 de marzo de 1964 Goulart fue derrocado y en junio de 1965 un destacamento militar integrado por un sargento y siete soldados ocupó Puerto Renato en la zona en litigio aún no delimitada. El 21 de octubre la Comisión de Límites de Paraguay, integrada por el vicecanciller Pedro Godinot, y otros cinco funcionarios, se presentan en el lugar para verificar la violación de la frontera y son detenidos por un sargento brasileño. Otras versiones afirman que el canciller brasileño Juracy Magalhaes amenazó a Paraguay con ir a la guerra como lo reconoce en sus memorias. La dictadura militar consolidó así una nueva usurpación del territorio paraguayo, ahora con el objetivo de construir una enorme represa hidroeléctrica. Sin embargo, el régimen decidió no construir Sete Quedas y en su lugar hacerlo en Itaipú. El análisis documentado de Schilling le permite concluir que el cambio, cuando ya estaban adelantas las gestiones internacional para conseguir financiamiento, se debió a una decisión de carácter geopolítico:

¿Por qué, de un momento a otro, cambiaron los planes brasileños y se decidió la construcción de Itaipú, 160 kilómetros más al Sur, en el mismo río Paraná? La única explicación para ese cambio aparentemente sin ventajas técnicas ni económicas podría ser encontrada en un detalle técnico de carácter netamente geopolítico. La construcción de Itaipú perjudicará –por la proximidad de las dos represas y la consecuente disminución de la fuerza de la corriente– la construcción de Corpus por la Argentina.

Los técnicos afirman, inclusive, que las dos hidroeléctricas, tal como están programadas, son excluyentes. La única posibilidad de tornar viable la represa de Corpus sería que los brasileños concordasen en aumentar la cota de Itaipú de 100 metros al nivel del mar (como está prevista) a 125. Parece obvio que el gobierno brasileño ni siquiera va a considerar esa hipótesis, pues ella significaría la reducción del potencial de esa última.

Aparentemente, la maniobra de los geopolíticos brasileños tuvo éxito total: aseguró a Brasil una potencia de 12,6 millones de kw.; anexó prácticamente al Paraguay y perjudicó el proyecto hidroeléctrico más importante de la Argentina, para el cual ella no tiene, como Brasil, alternativas exclusivamente nacionales. Pero al aceptar el proyecto brasileño Paraguay rompía la neutralidad que mantenía desde la guerra de 1870, cien años atrás, incorporándose como país subordinado a la esfera de influencia de Brasil. Autoridades del régimen militar, como el ministro de Minas y Energía Antonio Dias Leite, confirmaron esta apreciación al destacar que el proyecto de Itaipú fue una decisión política antes que energética. Por lo tanto el ministerio de Minas y Energía debió ceder el protagonismo a la cancillería.

La importancia de los casos de Itaipú y el golpe de Estado de Bánzer en Bolivia, es que ambos muestran el empuje de Brasil frente a vecinos mucho más débiles. Este papel que se adjudicaba Brasil era algo nuevo en la región sudamericana, y Marini se esfuerza de modo notable por comprenderlo en base a un concepto de enorme valor teórico y político. La exportación de capitales que comenzaron a realizar las empresas afincadas en Brasil hacia la región en ese mismo período, era la cara económica de esa política expansionista.

El ambiente político e ideológico en el que reflexiona y escribe Marini implica una exaltación del nacionalismo brasileño y la férrea alianza con Estados Unidos. En la coyuntura regional inaugurada por el golpe de Estado de 1964, Brasil se convertía en una amenaza para sus vecinos y muy en particular para los países más pequeños y débiles como Paraguay, Bolivia y Uruguay. Esa era por lo menos la consideración de uno de los principales ideólogos del régimen, Do Couto e Silva:

Las naciones pequeñas se ven de la noche a la mañana reducidas a la condición de estados pigmeos y ya se prevé su melancólico fin, bajo los planes de inevitables integraciones regionales; la ecuación de poder en el mundo se reduce a un pequeño número de factores, y en ella se perciben solamente pocas constelaciones feudales –estados barones– rodeadas de estados satélites y vasallos (…). No hay otra alternativa para nosotros sino aceptarlos (los planes de integración del imperio) y aceptarlos conscientemente…

La idea de que Brasil debe “engrandecerse o perecer”, que nació en la Escuela Superior de Guerra, fue ampliándose hacia la burguesía brasileña y amplios sectores de la sociedad. En ese clima de expansión nacional Marini busca explicar las razones del golpe y del hegemonismo de su país sin apelar a las categorías establecidas para lo cual busca forjar nuevas ideas. En ese esfuerzo radica tanto su creatividad teórica como su actualidad[96].

Toda esta detallada descripción nos muestra claramente secuencias de intervenciones, de anexiones, de intromisión del gobierno y del Estado brasilero, en el espacio vital de los países vecinos. Quizás la más sobresaliente, desde la ponderación geopolítica, fue la construcción de la represa de Itaipú, debido a al carácter irradiador y de afectación de la mega-hidroeléctrica, incorporando a Paraguay a la esfera de expansión del Estado de Brasil. Sin embargo, habría que preguntarse: ¿esta es la base material, en sentido histórico-político, que valida el concepto de subimperialismo? ¿No se explica, mas bien, esta política agresiva por el carácter estructural de una economía en crecimiento y desarrollo, en el sentido capitalista? ¿La diferencia de poder, en tanto disponibilidad de fuerzas, respecto a sus vecinos más débiles, no ocasiona estos comportamientos desmesurados? No se trata de cuestionar el concepto de subimperialismo, sino de evaluarlo en la perspectiva de averiguar si es útil para hacer inteligible la complejidad de este acontecimiento llamado Brasil.

Según Zibechi, el concepto de subimperialismo, en síntesis, se define de la siguiente manera:

La tesis del subimperialismo de Ruy Mauro Marini se articulaba en torno a tres ejes: la hegemonía absoluta de los Estados Unidos en el mundo, la existencia de centros medianos de acumulación, dependientes del centro, que mantenían una relación de cooperación antagónica con Estados Unidos y que a la vez practicaban formas de expansionismo en la región, y la existencia de un proyecto político subimperialista que de alguna manera encarnaba la dictadura militar.

La puesta en suspensión del concepto, por parte de Zibechi, se basa en argumentos que consideran las transformaciones contextuales y estructurales del sistema-mundo capitalista. Escribe:

Cada uno de esos aspectos ha cambiado sustancialmente en las tres décadas transcurridas desde que fue escrito el texto[97].

En las tres décadas transcurridas desde la publicación de los trabajos de Marini sobre el subimperialismo, se han producido cambios notables en el mundo, en la región sudamericana y en Brasil. La posición de Estados Unidos ha sufrido cambios importantes al punto que hay consenso en aceptar el declive de la ex superpotencia, pese a que mantiene una importante superioridad en el terreno militar –que aun así no le permite ganar guerras– y en algunas tecnologías de punta. En Sudamérica los Estados Unidos ya no juegan solos, constatándose una fuerte presencia de China, del capital español y sobre todo de Brasil. Aunque es el más evidente y comentado, no es ese el único cambio que modifica los análisis de Marini.

Continúa diciendo que:

En Brasil se han producido un conjunto de modificaciones notables: la ampliación de la elite en el poder, que integra a nuevos actores en la alianza entre los militares y la burguesía brasileña; que esa nueva elite construyó una estrategia de poder que debe llevar a Brasil a convertirse en una potencia mundial (ya es la principal potencia regional); que el país se ha convertido en un centro autónomo de acumulación de capital con grandes empresas multinacionales, que se encuentran entre las más importantes del mundo en varios rubros, con el apoyo del Estado; que está diseñando la arquitectura política, económica y de infraestructura de la región sudamericana que se convierte así en su “patio trasero”, con relaciones altamente asimétricas con algunos países. A todo lo anterior debe sumarse una sólida política de fortalecimiento militar, la dirección de la misión militar de las Naciones Unidas en Haití y el diseño de una estrategia capaz de intervenir en las zonas calientes de la región, de modo directo o indirecto.

Ciertamente, este conjunto de cambios modifican, a mi modo de ver, la actualidad del concepto de subimperialismo para describir el papel de Brasil. En todo caso, más importante que el concepto (pienso que, con ciertas reservas, podemos utilizar el de imperialismo) son las consecuencias políticas que se derivan de la comprensión de la nueva realidad para los pueblos latinoamericanos, y muy en particular para la acción colectiva que encarnan los movimientos sociales[98].

¿Si el concepto de subimperialismo es cuestionado desde el reconocimiento de las transformaciones históricas, tanto externas como internas, por qué volver y mantener el concepto de imperialismo? ¿Volvemos a la tesis de la izquierda tradicional, que se explica la dominación desde la hegemonía absoluta del imperialismo? ¿Se trata de imperialismo; es decir, del imperialismo multipolar? No deja de sorprender la propuesta de Zibechi, después de sus observaciones al concepto de subimperialismo. En adelante nos detendremos en la discusión de ambos conceptos, el de subimperialismo y su concepto matricial, imperialismo.

Abandonar la perspectiva del poder

La ciencia política, las formaciones discursivas políticas, el discurso “ideológico”, el análisis marxista de la última fase del capitalismo, abarcando sus distintas formas y consecuencias de composición, están atrapadas en lo que llamamos la perspectiva del poder; es decir, como suponiendo que la realidad es el poder o la realidad es conformada por el poder. Hemos opuesto a esta episteme del poder compartida, la de la crítica a la economía política generalizada, sobre todo, la crítica a la economía política del poder; economía política que diferencia poder de potencia, sustentando el poder sobre la base de la captura de la potencia. En esta perspectiva, planteamos la interpretación del acontecimiento Brasil, distinguiendo la potencia social respecto del poder del Estado, de la malla institucional, que captura parte de la potencia social, para reproducirse como poder y Estado.

¿Cuál es el problema de esta episteme del poder? Desaparece la potencia social, desaparecen las dinámicas moleculares sociales, que componen, precisamente la malla institucional, así como desaparece otras formas de composición no institucionalizadas. Aunque el marxismo recupera la potencia social en una lectura de esta potencia social desde la perspectiva de la lucha de clases, esta recuperación termina restringiendo la potencia social cuando la lucha de clases es sometida al paradigma determinista, no solo economista, sino de una especie de determinismo del poder. Es menester no sólo liberar la lucha de clases de las formas deterministas que la encapsulan, sino de emancipar las formas efectivas, posibles, de potencia social.

No se puede aceptar la reducción de la sociedad al Estado. Incluso cuando se distingue Estado de Sociedad, cuando se concibe la separación del Estado respecto de la sociedad, se termina explicando la sociedad desde el Estado. En Devenir y dinámicas moleculares propusimos encaminarnos hacia una teoría alterativa de la sociedad, que recupere la potencia social, las dinámicas moleculares sociales, su capacidad de alteratividad, su capacidad creativa. Es indispensable comprender las dinámicas sociales, incluyendo las dinámicas institucionales, que llamamos dinámicas molares, desde la perspectiva de la potencia social, no desde la perspectiva del poder.

El análisis de las dinámicas de la complejidad de la formación social-territorial-vital, que llamamos acontecimiento Brasil, se efectúa comprendiendo las dinámicas de la potencia social, sus asociaciones, sus composiciones, sus desplazamientos, sus relaciones polémicas con las formas de poder. No se puede caer en el fetichismo institucional, tampoco en el fetichismo del poder, como si la “realidad”, como sinónimo de complejidad, fuese la producida por la malla institucional. Esto es como repetir lo mismo que se critica, el despojamiento del poder, del capital, del imperialismo; sólo que se lo hace desde la enunciación conceptual. Se crítica al poder; empero, se interpreta la lucha de clases, las luchas emancipativas, las dinámicas y composiciones institucionales, las contradicciones económicas y políticas, desde la episteme del poder, desde la irradiación de los conceptos que explican las formas de poder. Así como el Estado absorbe a la sociedad como si fuese su síntesis política, la representación absorbe al referente, desmaterializándolo, des-corporizándolo, volviéndolo una estructura categorial abstracta, así también se deja en la sombra la matriz y los substratos de la potencia social, dejando que sus composiciones iluminadas, las instituciones, expliquen lo que pasa en la sociedad en su conjunto, sólo que reducida a sus estructuras institucionales. Así como el Estado despoja a las voluntades sociales, convirtiéndola en una voluntad general, que legitima el Estado; así como los representantes despojan a sus representados, asumiendo institucionalmente su representación, anulando la democracia efectiva, convertida en una democracia formal, que de democracia sólo conserva la simulación; de la misma manera, interpretar desde el capital, desde el Estado, desde el imperialismo, desde el subimperialismo, lo que acontece en la complejidad social, es desterrar, por así decirlo, la potencia social a las sombras. El capital, el Estado, el imperialismo, el subimperialismo, son fetichismos institucionales, conformados abstractamente a partir del despojamiento de la potencia social. La crítica de la economía política de Marx tiene precisamente la virtud de mostrar la formación del capital a partir del fetichismo de la mercancía, que encubre la explotación de la fuerza de trabajo. El marxismo se quedó a la mitad del camino de la crítica del capitalismo. La crítica integral del capitalismo es una crítica a la economía política generalizada. Crítica integral de la “ideología” en todas sus formas, crítica a las variadas formas del fetichismo; imaginarios que sustentan las dominaciones múltiples.

La pregunta es: ¿sobre qué formas de despojamiento de las sociedades, de los pueblos, del proletariado plural, de los territorios, de las ecologías, sobre qué capturas de fuerzas sociales, se sustentan estas mallas institucionales, que se nombran como Estado, en su forma imperialista y en su forma subimperialista? No basta responder con las descripciones de las formas concretas de explotación, de discriminación, de colonialidad, de despojamiento, en el mejor de los casos, como las descripciones de las formas singulares del capitalismo dependiente, del capitalismo salvaje, combinado con las formas avanzadas del desarrollo capitalista, incluso incorporando la concepción del paradigma extractivista. Estas descripciones son como irradiaciones al espacio-tiempo del mundo de las sombras desde las linternas institucionales del mundo iluminado por la representación institucional. Se requiere ver en la oscuridad, ver el espacio-tiempo no iluminado, el mundo no iluminado institucionalmente.

El vigor de Brasil se encuentra en este espacio-tiempo-social-vital, no iluminado institucionalmente. La potencia de Brasil se encuentra en las dinámicas moleculares sociales, en la capacidad creativa de los pueblos y de los movimientos sociales. En ese sentido, vamos a cambiar la perspectiva, para volver a la discusión desde las sombras.

Interpretaciones desde la literatura

¿Dónde encontrar la percepción social, donde encontrar la experiencia social, recogida en sus espesores, en sus intensidades y sus entrelazamientos complejos? La racionalidad abstracta, ha logrado eficacia operativa, incluso explicativa, en tanto reduce el espacio-tiempo social a secuencias casualistas; conjetura útil, cuando se requiere llegar a conclusiones ejecutivas, en la perspectiva de los objetivos instrumentales. Sin embargo, la racionalidad abstracta es inútil para afrontar la complejidad en su desmesura, en sus devenires, en sus posibilidades latentes. La racionalidad abstracta ha sido útil en el largo proceso de disciplinamiento y modernización de los comportamientos. Ahora no lo es, pues este disciplinamiento, el subsecuente control, acompañado por la simulación que convierte al mundo en un gran teatro político, han llegado a su límite. Los problemas desatados por una intervención instrumental, por una acumulación abstracta, cuyo costo se aproxima a la destrucción del planeta, no pueden ser resueltos por la racionalidad instrumental, por la racionalidad abstracta; se requiere reintegrar la percepción social, la experiencia social, recuperando los sedimentos y estratos de la memoria social. Esta tarea requiere afrontar la complejidad desde la complejidad misma.

Ese lugar que buscamos como fuente es la literatura. La literatura, la escritura, abordada desde la percepción estética; es decir, desde la intuición sensible, nunca ha perdido los espesores de la percepción y de la experiencia. Es la racionalidad abstracta la que se ha constituido despojándose de los espesores de la percepción y de la experiencia, para lograr la figura sutil, vaporosa, de los conceptos, en tanto ideas. La literatura conserva la racionalidad integrada a la percepción. Es allí donde debemos buscar la información del acontecimiento.

En esta perspectiva, vamos a recurrir a la novela Los subterráneos de la libertad de Jorge Amado[99], para poder abordar nuevamente la discusión; pero, esta vez, retomando los espesores singulares de las relaciones sociales.

La novela de Jorge Amado es una textura metafórica, compuesta de tejidos entrelazados de dramas, historias de vida, entrecruzados, que hacen de substrato pasional de los tejes y manejes del poder. Los cuadros alegóricos configurados por el novelista son sumamente expresivos; condensan las entrelazadas relaciones sociales, que tejen las composiciones sociales del Brasil del primer medio siglo XX. La discusión que abordamos sobre el punto de inflexión de la formación social-territorial brasilera, cuando se conforma la geopolítica regional, sobre la caracterización de subimperialismo, encuentra en la novela los juegos de las relaciones sociales, sobre todo de las relaciones de poder, en el relato literario; narrativa proliferante en recorridos metafóricos. Lo sugerente es encontrar abundante información, de carácter estético, en tanto intuición sensible, íntimamente vinculada a la experiencia social; información guardada en sus formas figúrales, elocuentes, expresivas. Mostrando los entrelazamientos de niveles, individuales, micro-sociales, también macro-sociales, así como de clase, lo mismo de territorio, en sus atmósferas culturales; entrecruzamientos de alianzas institucionales, de pactos políticos. En la novela de Jorge Amado encontramos las densidades de los cuadros de la formación social brasilera, entrabada en los dilemas de su pasado colonial, de su presente republicano, de los desafíos puestos en escena por distintos proyectos de clase. En la novela de Jorge Amado podemos encontrar los cuadros estéticos que pueden ayudarnos afrontar la discusión, ya no desde la racionalidad abstracta, racionalidad reductiva, circunscrita a los paradigmas deterministas, sino desde las intuiciones sociales, desde las memorias sociales, capaces de sintetizar la totalidad en las narrativas literarias, que preservan los espesores de la experiencia social.

En la novela Los subterráneos de la libertad nos encontramos con los perfiles elocuentes de la clase dominante, una burguesía devenida de las propiedades cafetaleras y del comercio de la exportación del café al mercado internacional. Las familias de abolengo, cuyos apellidos se asocian al reinado portugués y, después, al Imperio del Brasil, se ven involucradas en la efervescencia de un capitalismo vertiginoso, que no respeta apellidos ni abolengos. Se ven mezclados con banqueros osados, perfiles vulgares; empero pragmáticos. Se ven enredados con exprostitutas ricas, quienes manejan los hilos secretos de las influencias. En estos transcursos vertiginosos y evanescentes, los descendientes del imperio son convertidos en políticos, pues su pretendida nobleza quedó pobre; se involucran, con buenos modales, estereotipados, en conspiraciones militares. Conspiraciones de golpe de Estado, donde el célebre Getúlio Vargas aparece desnudado en los afanes golpistas, con los “integralistas”, es decir, fascistas. En contraste, formando parte de la marea política de su tiempo, el proletariado, en sus distintos matices, los condenados de la tierra, explotados, esclavizados y vilipendiados, resisten y luchan contra el oprobioso poder, corroído institucionalmente. En este panorama de lucha de clases, en sus singulares formas intensas, es donde el Partido Comunista se convierte en el referente odiado de las clases dominantes. En este contexto político y social, plagado de coyunturas críticas, Getúlio Vargas es convertido en caudillo populista, por el torbellino político; caudillo que responde al desafío comunista con promesas al pueblo, desatando afectos; pero también, embarcado en medidas políticas con pretensiones democráticas, reivindicando los derechos sociales y los derechos del trabajo, además empujado, por la marea, a las nacionalizaciones, medidas constitutivas del Estado-nación. Sin embargo, todo esto ocurre, sosteniendo su audacia política, su intrepidez solitaria de jugar con las distintas fuerzas encontradas, apoyándose en lo más diletante de la intelectualidad, en los perfiles subjetivos más oportunistas, en el más descarnado cinismo moldeado en sujetos sin escrúpulos. La escoria moral sostiene una dictadura, que al considerarse un poder suspendido sobre las clases, al creerse levitar sobre las fuerzas, a las que presume engañar, ocasiona dos fenómenos contrapuestos; promueve nacionalizaciones, encaminando la soberanía del Estado; en contraste, salva a las clases dominantes, portadoras de del desprecio oligárquico a los cuerpos concretos y pasionales de la nación. Representación y simbolismo, que aunque sea comunidad imaginada, esta representación y este simbolismo son sostenidos por la materialidad, energía y dinámica del pueblo, en su condición plural.

Getúlio Vargas, lo mismo que los caudillos populistas, de ese medio día del siglo XX, son imaginarios colectivos, figuras alucinantes, emergidas no sólo de las contradicciones de clases irresueltas, sino de las compulsiones de las clases dominantes, que al no encontrar la posibilidad de la realización hegemónica a través de la estructura institucional, que debería responder al formato de la república, buscan sustituir esta falencia con lo que llaman “la mano dura”. Sin embargo, este imaginario abigarrado también es parte de la desesperación popular, que al verse desamparada, busca al padre que nunca tuvo. Se puede decir, recurriendo a figuras teóricas, que estos caudillos son como la síntesis dramática de falencias y demandas de clases enfrentadas. Se trata de una forma de poder, carismático, que se erige sobre el escamoteo de las necesidades, presentándose como promesa, ante el peligro de las clases dominantes y ante el anhelo sufriente de las clases dominadas. Por eso, en este ambiente inestable, en constante reflujo, como en un círculo vicioso, la presencia del Partido Comunista, su activismo organizado, su disciplina militante, su entrega abnegada a la lucha, hace de dispositivo catalizador. Lejos de asumir las tesis bolcheviques del partido, la tesis de la vanguardia revolucionaria, la trasmisión de la consciencia de clase desde esta exterioridad vanguardista a la interioridad del proletariado, es importe releer el papel del Partido Comunista en la formación del Brasil contemporáneo. Hay que distinguir su apego esquemático a un marxismo instrumental, de una praxis activista recurrente, insistente, permanente, heroica, que adquirió formas representativas, organizativas e “ideológicas” en habitus proletarios, campesinos e intelectuales.

Por lo tanto, este periodo, que llamamos de la conformación de la geopolítica regional del Estado-nación de Brasil, no puede comprenderse sólo con la descripción de los gobiernos diletantes de Getúlio Vargas, con descripciones de las nacionalizaciones, del impulso a la industrialización, de las leyes sociales y del trabajo promulgadas, sino se atiende a lo que, en el fondo, enfrenta este “bonapartismo” latinoamericano, usado por las clases dominantes. Lo que se busca es una salida que evite la revolución social y salve a las clases dominantes, logrando, además, el camino de la modernización y el desarrollo económico.

En la novela aparecen los escenarios enrevesados de las relaciones sociales, de las estructuras de poder, de los juegos personales, de grupo y de clase, que hacen de substrato a los temas que se abordan abstractamente, cuando se lanzan las hipótesis de la geopolítica regional o del subimperialismo. Puede ser que el mapa general pueda dibujarse a partir de representaciones, incluso de cuerpos teóricos representativos, que definen tendencias lineales, como secuencias casualistas y deterministas, que son las tesis relativas a la acumulación de capital; en el mejor de los casos, tesis multilineales que definen tejidos y composiciones más complejas, como las tesis del imperialismo y las tesis de la dependencia. Sin embargo, los mapas generales que se obtienen son cuadros de aproximación; los mismos que puede responder a ciertas cuestiones; empero, no puede responder a las cuestiones problemáticas, que exigen niveles de especificidad y concreción. La pregunta es concreta: ¿Cómo se dio el punto de inflexión en la historia de Brasil? ¿A partir de qué acumulación, usando esta palabra como metáfora, de la experiencia social, usada operativamente, en la definición de estrategias asumidas socialmente? ¿Qué condensación de juegos de poder derivó en un proyecto geopolítico regional viable?

Las tesis de la teoría de la dependencia nos ayudan, en parte, a responder a estas preguntas; la tesis del subimperialismo, sea adecuada, sostenible o no, ayuda en parte a responder, al desplazarse, abandonando las tesis ortodoxas deterministas. Empero, no son suficientes, para abordar la complejidad. Entonces, las preguntas quedan sin respuestas.

La novela de Jorge Amado tiene la virtud de mostrarnos una “realidad” fehaciente; la victoria de las clases dominantes, que logran, a pesar de sus prejuicios, limitaciones, imaginarios autoritarios, apegos, en su momento, al impresionante avance del nacional socialismo alemán y del fascismo italiano, adecuar sus proyectos de dominación a las demandas sociales, a las demandas de una nación, como comunidad imaginaria. Si podemos hablar de consciencia de clase, en el sentido de consciencia histórica – claro, que en este caso, se trataría de la consciencia del clase dominante -, deberíamos hacerlo, en lo que respecta a la burguesía brasilera. Logra superar sus localismos, provincialismos, gremialismos, prejuicios, articulando un proyecto corporativo, por lo tanto pactado, en su forma autoritaria, que incorpora, por lo menos parte de las demandas sociales. Entonces la pregunta se transforma; ahora es: ¿Por qué la burguesía brasilera logró este consenso, por lo menos de clase, en pactar un corporativismo autoritario con la sociedad, incorporando, por lo menos parcialmente, las demandas sociales y nacionales?

En la novela de Jorge Amado nos encontramos con otras revelaciones; se desnudan las pretensiones de las clases dominantes, se exponen a la luz sus proveniencias. No dejan de ser procedencias vulnerables, expuestas a la provisionalidad de las contingencias; se hacen nobles después, en su forma representativa, imaginaria, cuando se enriquecen por la esclavización preservada, por la explotación salvaje, por la usurpación suscitada por oportunismos. La representación de las clases dominantes es una máscara, que oculta su falencia, su escasez cultural; es una pretensión, manejada ostensivamente, como queriendo demostrar el origen noble, cuando, en realidad, devienen de los desembarcos de la conquista. Hay como una consciencia culpable, ocultada por todas las clases dominantes del quinto continente conquistado. Sus desprecios por lo indígena, por la herencia africana, por lo plebeyo, no es más que las expresivas violencias que ocultan su profunda debilidad; son conscientes, en el fondo, de su espurio origen. Ciertamente no es algo distinto de lo que pasó en Europa, a pesar de la elaborada “ideología” histórica, que oculta, de una manera más sofisticada, las violencias iniciales, las descarnadas desnudeces.

A diferencia que el caso mexicano, no es una guerra permanente, una rebelión interminable, la revolución campesina, lo que obligó a un pacto corporativo, constitutivo del Estado-nación, en Brasil; fue la correlación de fuerzas la que tuvo que ser asumida por las clases dominantes, si querían preservarse. Por lo tanto, pragmáticamente, aprendieron a pactar, negociar, conformando un Estado corporativo, que incluya, parcialmente las demandas sociales. Por eso los gobiernos de Getúlio Vargas fueron paradójicos; empujados por la lucha de clases a resolver el problema de las demandas de una manera conservadora, realizaron medidas nacional-populares, democráticas, sociales y defensoras del derecho del trabajo; empero, perpetuando un sentido conservador. Pues esas medias, terminaron manteniendo los latifundios e impulsaron a la burguesía industrial a realizar su proyección de revolución tecnológica.

La explicación no se encuentra en los discursos nacionalistas de Getúlio Vargas, por lo tanto, tampoco, del todo, en sus contradicciones; sino en la correlación de fuerzas del momento, donde la potencia social del pueblo y la sociedad brasilera logró inscribir su demanda, de una manera institucional.

Ahora bien, el ejército brasilero, dejó, en un momento, en el punto de inflexión, de ser el dispositivo de emergencia de los cuartelazos, que caracterizaron a parte de la historia dramática latinoamericana, para convertirse en un dispositivo estratégico de la burguesía industrial. ¿Cómo ocurrió esto? No olvidemos que el fenómeno de Getulio Vargas, se da, en sus distintas tonalidades, variedades singulares, en las historias políticas de América Latina. Es algo que compartimos, como expresión dramática de nuestras profundas contradicciones. Sin embargo, hay que anotar que, en el caso brasilero, persiste como continuidad histórica y política, se convierte en una estrategia geopolítica; lo que no acontece en el resto de Latino América, salvo en Cuba, en contraste y desde otra perspectiva, cuyo desenlace es, mas bien, impuesto por la victoria de la guerrilla y la revolución socialista; es decir, impuesta por las clases llamadas dominadas.

Ya, desde estas primeras interpretaciones, vemos que al recurrir al concepto de subimperialismo, que efectivamente se refiere a una geopolítica regional, que puede estar en la cabeza de las clases dominantes, que puede, incluso, estar institucionalizada en la geopolítica estatal, se hace referencia a la hegemonía lograda por el pragmatismo de las clases dominantes y sus dispositivos del poder, como el ejército.

Se puede decir, figurativamente, usando las tesis psicoanalíticas metafóricamente, que la burguesía industrial brasilera estaba más cerca del principio de realidad que del principio del placer. En otras experiencias latinoamericanas, las burguesías se dejaron llevar por sus imaginarios, por sus sobresaltadas autovaloraciones, sus desprecios del pueblo. Para que se entienda bien, no hacemos una apología de la burguesía brasilera; de ninguna manera. Sino, que se pone en mesa, un dato importante, que la burguesía brasilera, a pesar de sus prejuicios raciales, sociales, sexistas, supo optar por un pragmatismo político, que la llevó a incorporar demandas, aunque no le gustasen, para proyectar su dominio en un futuro. La pregunta se convierte en: ¿Qué ha acontecido para que la burguesía brasilera haya optado por este pragmatismo?

Para responder a esta pregunta, debemos poner en mesa otra evidencia; a diferencia de las colonias hispano-hablantes, las colonias portuguesas lograron mantener la unidad territorial, sin formar “republiquetas”, proyectos de escisión que también se han dado en la historia política de Brasil. Hay una relación de la burguesía brasilera con el espacio nacional, quizás más pronunciado que con el resto de las burguesías latinoamericanas. En contraste, esta característica, esta aprehensión del espacio, en la experiencia social brasilera, se manifiesta también, de otra manera en la intuición espacial, que se expresa en la elaboración de la geografía emancipatoria de Milton Santos. Es esta intuición social la que debe ser comprendida.

Por lo tanto, las tareas de la investigación histórica radican en interpretar adecuadamente las diferencias claves entre la colonialidad portuguesa con la colonialidad hispana en el continente. No por encontrar bondades en la colonialidad portuguesa; de ninguna manera, sino por encontrar cartografías de poder que expliquen las consecuencias históricas, sobre todo en los comportamientos de las clases dominantes.

Aceptamos, de todas maneras, que todo esto, pueda deberse al azar, no tanto a tendencias históricas. Puede ser; sin embargo, no es despreciable la búsqueda de una explicación a partir del análisis comparativo y de la confrontación de contrastes histórico-políticos-territoriales. Obviamente no para montar una verdad; de ninguna manera. Sino, retomando las intuiciones, los desplazamientos logrados, por la teoría de la dependencia y la historia reciente, que tocan con el dedo en la llaga, señalando las heridas de los problemas, dejando a un lado los fundamentalismos racionalistas, los paradigmas acostumbrados, atrapados en verdades “bíblicas”.

Entonces, para decirlo de una manera directa, anticipándonos, no se trata de subimperialismo, por más pretensiones que tenga la Escuela Superior de Guerra, la “ideología” geopolítica de la burguesía industrial, sino de la renuncia de la burguesía industrial a un proyecto estrictamente particular, para habilitar su proyecto en términos de pactos, incorporando demandas sociales, populares y nacionales, incluso, en el periodo de la dictadura militar. Es evidente que muchos generales optaron por la hegemonía norteamericana, incluso parte de la burguesía sentía la necesidad de la alianza con los Estados Unidos de Norte América; sin embargo, cuando se elaboró la geopolítica, se la conformó buscando una autonomía relativa, lo que llama Ruy Mauro Marini la cooperación antagónica. Los militares, no podían tener un proyecto propio, institucional, tutorial, como ejército de la patria, sino expresando el proyecto o los proyectos concretos de las clases dominantes. La burguesía que había logrado configurar un proyecto estratégico, que sabía lo que quería, era la burguesía industrial. La dictadura militar fue un dispositivo usado por la burguesía industrial, aunque de una manera negociada con el resto de las clases dominantes. La pregunta que debemos responder ahora es si la burguesía industrial logró convertir al PT, al Partido de los Trabajadores, en el poder, en un dispositivo funcional, en la perspectiva de sus objetivos geopolíticos.

Ya que nos hemos adelantado en la hipótesis de la interpretación de la burguesía industrial, también podemos adelantarnos en la hipótesis que responde esta pregunta. La hipótesis es la siguiente: La burguesía industrial no ha convertido al PT en un dispositivo de su proyecto geopolítico, de lo que llamaba Marini, subimperialismo, sino que el PT en el poder se ha aburguesado, conformando una recomposición de la burguesía al incorporar en su contextura una burguesía sindical. Lo que pasa es que el pragmatismo político se convirtió en un habitus en el proletariado, por lo menos en la dirigencia del proletariado, en su casta burocrática. Para decirlo de una manera simplificada, aunque no correcta, pues la burguesía industrial y el resto de la burguesía nunca ha dejado de ejercer poder, el proletariado en el poder también ha optado por un pragmatismo político, parecido al pragmatismo de la burguesía industrial, tanto en el periodo de Getúlio Vargas como en el periodo de la dictadura militar, después del golpe de 1964. El PT prefiere incorporar al proyecto popular las demandas de la burguesía. Algo que podríamos llamar lo inverso al pragmatismo burgués; empero, equivalente.

Entonces, ¿se puede hablar de la continuidad de la geopolítica de Estado-nación? En el sentido del campo de las representaciones sí; sin embargo, no en el sentido de la historia efectiva. En este sentido, de la historia efectiva, no se corrobora la continuidad de una geopolítica regional, que puede llamarse subimperialismo, como lo hace Marini, o imperialismo, como lo hace Zibechi, sino el pragmatismo corporativo de una gubernamentalidad pactada. Del pragmatismo burgués pasamos al pragmatismo proletario, en la figura de un dirigente metalurgista, primero, y en la figura de una ex-guerrillera, después. La continuidad no es de la geopolítica, que puede ser, mas bien, un discurso de presentación, sino de la forma de gubernamentalidad lograda. La de un corporativismo pragmático, que institucionaliza los pactos en un Estado-nación, garante de las revoluciones industriales-tecnológicas-cibernética. Empero, por el pragmatismo, revoluciones atrapadas en modelos extractivistas dominantes, atrapadas en el circuito vicioso de la dependencia.

Lo que pasa en Brasil no es algo distinto de lo que pasa en el resto de América Latina y el Caribe, sobre todo en lo que respecta a los llamados gobiernos progresistas. Sólo que cuando ocurre en Brasil, se efectúa y acontece en la escala subcontinental del tamaño geográfico, poblacional y económico del Brasil. Esto no es subimperialismo ni imperialismo, por más pretensiones que pueda tener la burguesía y sus ideólogos. Esto es integración, como los mismos ideólogos conservadores de la escuela Superior de Guerra llaman: Se trata de una integración conservadora, autoritaria, expansiva, que se opone a la integración emancipadora de los pueblos de Abya Yala. Una integración, si se quiere, reaccionaria, que busca llevar a cabo la integración, concentración y centralización del capital, a nivel regional.

En el fondo, las burguesías pujantes, como la brasilera, y, en contraste los pueblos subversivos, como son los pueblos nucleados en los movimientos sociales anti-sistémicos, saben que no es posible, en un caso, la acumulación ampliada, en el otro caso, la liberación, sin la integración. Sólo que la concepción de integración que tienen es diametralmente distinta y opuesta.

A la pregunta inherente al libro de Raúl Zibechi, ¿de integración o de imperialismo?, decimos que se trata de integración, como objetivo inherente; empero, se trata de dos formas de integración contrastantes.

No se trata de acusar a la burguesía brasilera como mala, desde un discurso moral, menos a los gobiernos del PT como malos o traidores, sino de oponer a sus proyectos integracionistas conservadores y autoritarios, en un caso, o reformistas y populistas, en otro caso, empero, ambos extractivistas, con proyectos de integración emancipatorios de los pueblos, con proyectos descolonizadores. Estamos obligados a pensar desde una perspectiva continental, dejando como variables provisionales, las fronteras diseñadas por nuestras oligarquías, las que se opusieron a la Patria grande. De lo contrario, nuestras respuestas activistas, ni siquiera serán de resistencias, sino como localismos, serán aditamentos de conservadurismo paradójicos que contrastan con nuestros anhelos libertarios.

El acontecimiento novela

Dedicado a Camila Moreno, intelectual crítica, activista apasionada, defensora de la vida, de la madre tierra.

A diferencia del acontecimiento poético[100], el acontecimiento novela, que también forma parte de la fenomenología de la percepción[101], de esta integración inmediata de las sensaciones y la razón integrada al tejido inmanente del cuerpo, no es el estallido convulsionado de las sensaciones, sino un fluido tejido de sensaciones conectadas, de alegoría imaginarias, de intuiciones empíricas, que construyen tramas; es decir narrativas que cobijan desenlaces. No son conceptos los que utiliza la novela como hilos de los tejidos, sino experiencias profundas, memorias conmovedoras, recogidas en personajes, figuras pasionales, espesores de relaciones. La novela está más acá, respecto de la experiencia social, en tanto que las ciencias sociales están más allá, del mismo referente. La novela trabaja dramas, configura tramas, trabaja pasiones, sensaciones, experiencias singulares, en tanto que las ciencias sociales trabajan relaciones abstractas, estructuras hipotéticas, que pretenden representar estructuras “reales”. La novela se constituye en una intuición narrativa del mundo, en tanto que las ciencias sociales se constituyen en teorías sobre el mundo. La ventaja de la novela, en lo que respecta a la comprensión, mejor dicho a la intuición del mundo, es que se encuentra cerca de los espesores de la experiencia, en tanto que las ciencias sociales han reducido la experiencia a matrices de datos; al hacerlo, han perdido el con-tacto con los espesores y dinámicas constitutivas del mundo.

Claro que se trata de composiciones distintas; mientras las ciencias sociales buscan explicar, encontrar las causas y su relación con los efectos, conjeturan reglas inherentes a los procesos, incluso llegan a hablar de leyes; la novela forma parte de la memoria social y de la experiencia social, configura tramas como parte de las manifestaciones creativas, así como se componen poemas, canciones, así como se pintan cuadros, así como se danza. La novela forma parte de las expresiones vitales de la sociedad; en cambio la ciencia social pretende conocimiento. Sin embargo, precisamente por la proximidad de la narrativa de la novela a la experiencia y a la memoria social, a los espesores de las percepciones, contiene información primordial, en la constelación de su formación. Información vinculada a las composiciones singulares de las dinámicas concretas sociales, de los lugares, de los territorios, de los nombres, sobre todo de los cuerpos en su devenir. Estas atribuciones inherentes convierten a la novela en no solamente tramas escritas que pueden leerse placenteramente, sino en inscripción de tramas, que nos enseñan los “secretos” de la vida en la forma condensada de sus dramas, de sus tragedias, también de sus irradiantes realizaciones.

Jorge Amado es uno de los novelistas más sugerentes en las descripciones alegóricas de historias singulares, las que entrelazadas terminan contándonos sobre acontecimientos territoriales, locales, regionales, nacionales, condensados en la vida de los personajes, protagonistas que recorren los caminos impresos de la escritura. De entre sus novelas, sobresalen Los subterráneos de la libertad. Novela narrada en tres tomos; Los ásperos tiempos, La agonía de la noche y Luz en el túnel.

Una breve biografía del escritor brasilero Jorge Amado se puede resumir en un trazo secuencial sintético; pero, nunca adecuado para rescatar la intensidad de vida, que llevó a un hombre sensible a transmitir su experiencia en una melodiosa escritura tropical. Nació en la hacienda de Auricídia, ubicada en el municipio de Itabuna, al sur del estado de Bahía. La familia nordestina se trasladó a Ilhéus, localidad situada en el litoral de Bahía. Su trayectoria de vida siguió el desplazamiento de ciudades pequeñas a ciudades grandes; de su aprendizaje primario paso a los siguientes; hizo los estudios secundarios en la ciudad de Salvador. En Salvador comenzó su experiencia periodística, así como su incursión por los caminos de la literatura. Más tarde, por iniciativa suya se fundó la conocida Academia de los Rebeldes. Jorge Amado publicó su primera novela, El País del Carnaval, en 1931, cuándo sólo cumplía 18 años. Se casó con Matilde García Rosa, esposa con quien tuvo una hija, llamada Lila, el año 1933, cuando publicó su segunda novela, Cacao. En 1935 se graduó en la Facultad Nacional de Derecho, en Río de Janeiro. Ya profesional, ingresó al Partido Comunista, destacándose como militante activo. Por sus actividades fue perseguido por la represión de los gobiernos oligárquicos, obligándole a exiliarse en Argentina y Uruguay durante los años de 1941 y 1942. Aprovechó el exilio para efectuar un viaje por América Latina. Al regresar a Brasil se separó de Matilde García Rosa.

En 1945 Jorge Amado fue electo miembro de la Asamblea Nacional Constituyente como representante del Partido Comunista Brasileño (PCB). Fue a la Asamblea Constituyente como el constituyente más votado del Estado de São Paulo. Una de las leyes que logró hacer aprobar fue la ley sobre la libertad de culto religioso. En ese entonces, se casa con la escritora Zélia Gattai.

Nació João Jorge, su primer hijo con Zélia, en 1947, año aciago; el PC fue declarado ilegal; los comunistas fueron considerados enemigos del Estado, desencadenándose su persecución y consecuente encarcelación. Jorge Amado entró en la clandestinidad con todo el Partido Comunista; optó por el exilio a Francia. Radicó en el país galo hasta 1950. Lila, su primera hija, falleció en 1949, acarreándole una pena grande. De Francia pasó a Checoslovaquia; allí radicó entre 1950 y 1952, allí también nació su hija Paloma.

Tres años más tarde Jorge Amado retornó a Brasil. No dejó el PC; sin embargo, se distanció de la militancia activa. La literatura se convirtió en su vida. La Academia Brasileña de Letras lo reconoció como uno de sus miembros el 6 de abril de 1961. El escritor Jorge Amado es conocido no solamente en el mundo literario, sino también, como se ha podido ver, en el mundo político, así como también en el mundo académico; recibió el título de Doctor Honoris Causa por diversas universidades. Pero, quizás una de sus más agradables satisfacciones fue la entrega del título de Obá de Xangô en la religión Candomblé. El 6 de agosto de 2001, cuando cumpliría 89 años, Jorge Amado murió en la ciudad de Salvador.

Jorge Amado tiene una prolífica producción literaria; esto se ve en el itinerario de sus novelas. Como dijimos, la primera es El país del Carnaval (1931), después viene Cacao (1933), le sigue Sudor (1934). Continúan Jubiabá (1935), Mar Muerto (1936), Capitanes de la arena (1937), Tierras del sin fin (1943), San Jorge de los Ilheus (1944), Seara roja (1946), Los subterráneos de la libertad (1954), Gabriela, clavo y canela (1958), Los viejos marineros o El capitán de Ultramar (1961), Los pastores de la noche (1964), Doña Flor y sus dos maridos (1966), Tienda de los milagros (1969), Teresa Batista cansada de guerra (1972), Tieta de Agreste (1977), Uniforme, frac y camisón de dormir (1979), Tocaia grande (1984), La desaparición de la santa (1988) y De cómo los turcos descubrieron América (1994).

Considerando las clasificaciones literarias, Jorge Amado es catalogado como “modernista de la segunda fase”. Una revista literaria, en un artículo sobre Literatura brasilera, hace la siguiente nota sobre Jorge Amado, después de caracterizarlo como escritor “modernista de la segunda fase”:

En esa búsqueda del hombre brasileño “dispersado por los más lejanos rincones de nuestra tierra”, en las palabras de José Lins do Rego, el regionalismo adquiere una importancia nunca antes alcanzada en la literatura brasileña, llevando al extremo las relaciones del personaje con el medio rural y social. Realce especial merecen los escritores nordestinos que viven el paso de un Nordeste medieval a una nueva realidad capitalista e imperialista. Y, en ese aspecto, el bahiano Jorge Amado es uno de los mejores representantes de la novela brasileña, cuando retrata el drama de la economía del cacao, desde la conquista y uso de la tierra, hasta la transferencia de sus productos a las manos de los exportadores[102].

El problema de estas historias de la literatura, de estas clasificaciones del arte de la escritura, es que parten de bloques, corrientes definidas; que, en gran parte, corresponden a cuadros clasificatorios ya establecidos y acordados universalmente. El problema no es que lo hagan, pues cualquier clasificación ayuda a orientar, a ubicar, incluso a comparar; pero, esto apenas es un principio, un rayado de la cancha, como se dice. El problema es que incorporan a las novelas, a los novelistas, a las escrituras y tramas, a estos mapas previos. Cuando un novelista se encuentra pre-definido, por ejemplo como “modernista”, como que se supone que ya se tiene parte de sus secretos, parte de las claves, que ayudan a comprender su obra. Se lee entonces al escritor, a su obra, desde una rejilla. Esta es una labor de domesticación de la obra. La misma termina formando parte de un museo, de la tradición literaria de un país. Esta institucionalización de la escritura es su muerte; condenada a descansar en museos, bibliotecas, en referencias, que se transmiten en citas. Se la ha despojado de su rebelión, también de su revelación, de sus conexiones vitales con el mundo que constituye y que constituye también a la obra. Es difícil aceptar que un escritor, en el sentido de una inscripción pasional hendida en la piel del tejido del papel, como transcripción de la inscripción del mundo en la piel del escritor, haya escrito para que su obra se entierre en bibliotecas, en el campo de la tradición literaria, en la referencia constante de la académica. La novela ha sido escrita para que se la lea, en el sentido de que se vuelva a vivir los entramados de la narración. La novela forma parte de las reinvenciones creativas de la vida. Es una seducción al mundo, que, a su vez, seduce al escritor.

La novela, como la poesía, la música, la pintura, la danza, el arte, la estética, se componen como parte de la memoria sensible de la vida; son manifestaciones de la capacidad creativa de las sociedades. En este sentido, la novela no puede estar separada de los ciclos vitales de la sociedad. La novela no puede convertirse en objeto de estudio, como ha ocurrido en las carreras de literatura. Las ciencias positivas han invadido no solo el campo de las ciencias sociales, sino también el campo de las ciencias humanas; como las ciencias positivas han terminado disecando a las novelas, para estudiarlas. Con estos procedimientos metodológicos las han perdido, a las novelas; solo tienen ante sí textos descuartizados, divididos, de acuerdo a estructuras hermenéuticas formales, o, quizás, de acuerdo a periodos de la vida del novelista. Como todo organismo descuartizado, ya está muerto, sólo tienen del mismo hilachas, fragmentos desparramados, piezas de rompecabezas, para poderlas armar al gusto de alguna teoría interpretativa.

Hay que leer a Jorge Amado para encontrarse con su mundo, con el Brasil vivido, sufrido, amado; hay que encontrar en su novela la memoria sensible del pueblo singular y de la sociedad particular, que fue percibida e interpretada por la vivencia intensa del escritor. Esto equivale a encontrarse con los espesores sensibles de la experiencia, descifrar este mundo desde estos espesores. Vamos a intentar hacerlo en lo que respecta a la novela Los subterráneos de la libertad. Vamos a utilizar esta aproximación, al sentido inmanente de la percepción de la novela, para mejorar el análisis crítico efectuado sobre el acontecimiento Brasil.

Los ásperos tiempos

La primera novela de Los subterráneos de la libertad gira en torno al golpe de Estado de Getúlio Vargas[103]. El golpe, desde su preparación, hasta su llegada y su consolidación, divide las fuerzas, deja claro el antagonismo que atraviesa la sociedad; de un lado, están los que son propietario de cafetales, empresarios, propietarios de periódicos, banqueros, congresistas, políticos, diplomáticos; del otro lado, están los trabajadores, el proletariado, hombres y mujeres, familias pobres, campesinos, jornaleros. Aunque también el golpe de Estado dispersa las fuerzas, que aparecen como homogéneas; no forman un bloque, pues muestran sus diferencias. Los políticos liberales, que apuntan a las elecciones, ven con malos ojos el golpe de Estado; sin embargo, los empresarios y banqueros, más pragmáticos, menos apegados a las formalidades democráticas, prefieren “la mano dura” de un hombre audaz y carismático. Getúlio Vargas[104] no solamente es apoyado por la burguesía y los terratenientes, es sostenido por el ejército, por las fuerzas armadas, por el dispositivo de emergencia del Estado, por la policía, así como también por el contingente de funcionarios, por parte de la clase media, que encuentra su oportunidad en la dictadura para ascender, para efectuar la movilidad social soñada. En otras palabras, la dictadura no solamente se sostiene por la decisión pragmática de la burguesía y los terratenientes, sino también por la inercia de una estructura de poder centralizada, burocratizada, represiva y militarizada. Ocurre como si el Estado, desde su amplitud como campo burocrático, campo institucional, como campo político, en el formato representativo, se redujera a su núcleo condensado, el Estado de excepción, desnudándose de todas sus apariencias formales.

Sin embargo, sabemos que el Estado no es un sujeto, no actúa, como si fuese persona. Son protagonistas singulares los que intervienen y empujan desenlaces en un momento que les parece crítico. Estos protagonistas no actúan sobre un espacio vacío o un plano liso; sino que se mueven en el espacio-tiempo tejido por instituciones, ecologías sociales, nichos sociales, atmósferas densas, calentadas o enfriadas por valores compartidos, prejuicios, símbolos e imaginarios, que hacen de decodificadores de las relaciones. Los protagonistas no viven sólo el presente, sino que el presente es contrastado con un pasado inmediato, que fue presente, la rebelión comunista de por lo menos una década[105]. Entonces, se podría decir que el golpe de Estado se opone a la rebelión comunista. Los sujetos sociales que apuestan al golpe de Estado se oponen a los sujetos sociales que intervinieron en la rebelión comunista.

La novela contrasta el mundo iluminado del poder contra el mundo oscuro, subterráneo, del trabajo de zapa de los revolucionarios. Contrasta los escenarios lujos, donde se desenvuelven las clases dominantes, con los escenarios pobres, miserables, donde se desenvuelven los trabajadores, el proletariado. Contrasta perfiles cínicos de hombres de mundo con perfiles inocentes de mujeres candorosas. Los subterráneos es una ilustrativa metáfora que muestra las cuevas, las cavernas, el subsuelo, donde se teje la libertad. El adentro, la intimidad, la experiencia de los cuerpos vulnerables, muestra su vitalidad creativa, frente a una exterioridad agresiva, enajenante, donde la experiencia social no es asumida, sino se prefiere seguir los esquemas de comportamiento dominantes, usar las máscaras de la ostentación, que, de vez en cuando caen, por develamiento de amoríos salvajes.

No se crea que estamos repitiendo mapas sociológicos; lo que decimos son aproximaciones, todavía conceptuales, a la lectura de la novela en cuestión. Los perfiles de los personajes aparecen, distinguiéndolos por sus historias de vida. Los perfiles son una entrada a los espesores de los personajes, espesores que aparecen elocuentemente cuando los protagonistas descubren sus subjetividades convulsionadas, complejas, contradictorias. Cuando conocemos sus planes, sus proyectos, sus penas, sus alegrías, sus frustraciones, sus logros. Sobre todo cuando desciframos sus comportamientos, que son como el resultado de una pugna interna. Claro que para algunos personajes se les hace más fácil decidir, pues han dejado en suspenso los escrúpulos, que podrían obstaculizar.

El diputado Artur Carneiro Macedo da Rocha, descendiente de una vieja estirpe de São Paulo, es el primer personaje en aparecer. Político liberal, quién había renunciado a su romance de juventud, optando por casarse con una mujer de familia adinerada; sin llegar a tener remordimientos, seguía amando a la mujer abandonada, que también había optado con casarse con un hombre adinerado, un banquero. Ambos eran amigos; pero, Artur seguía teniendo pretensiones con Marieta Vale, cuarentona que conservaba su belleza juvenil. De entrada la novela nos presenta el pragmatismo de personajes característicos de la alta sociedad. Sin embargo, esta es una de las formas del pragmatismo dominante, hay otros, más descarnados, que son más violentos, convertidos en verdaderos oportunismos. Un ejemplo de este pragmatismo violento es el banquero Costa Vale, otro ejemplo es la Comendadora da Torre. Ambos sin los antecedentes familiares de Artur y Marieta, mas bien, de origen humilde, hasta desdichado, como el caso de la Comendadora, que fue prostituta, se convirtieron en ricos, en personas influyentes en estos ambientes, donde las familias de apellido, terminaron subordinadas a los nuevos ricos.

Estos contrastes en la propia burguesía nos muestran una composición alborotada, una burguesía sometida a una movilidad social interna, si se puede hablar así. Esta composición hace evidente que para ser burgués, lograr la ganancia, la acumulación de ganancias, solo puede lograrse si se es despiadado, si se dejan de lado principios morales, si se acepta pragmáticamente el código de esta gente emprendedora, empresaria; código que reza: para avanzar hay que aplastar al que se te pone en frente. En el medio aparecen otros personajes, útiles para los planes de esta burguesía emprendedora; el poeta César Guilherme Shopel, propietario de una editorial, escritor de poemas pretendidamente descarnados, poemas que forman parte de sus diversiones; el doctor Morais viejo profesor de Medicina, que se hace integralista, es decir, partidario de los fascistas brasileros, inclinados a una alianza con la Alemania Nazi, la Italia fascista y la España falangista; tiene estas inclinaciones totalitarias a pesar de que dice ser científico y estar entregado a su laboratorio. Poco después, con el golpe de Getúlio Vargas, el profesor decide apoyar al dictador, a pesar que los integralistas, que apoyaron el golpe de Estado, terminan excluidos del gobierno de Vargas.

Estamos ante una distribución diferenciada de la composición de la burguesía. A esta composición social se le llama la clase burguesa. Con la incorporación del senador Venancio Florival, terrateniente en Mato Groso, en Valle del Río Salgado, propietario de latifundios del tamaño de un país, se tiene casi completa la composición de la burguesía, en la representación narrativa de la novela. Como se puede ver, la clase es un concepto, una representación sociológica, que tiene como referente efectivo a una composición social diferenciada, conformada por sujetos concretos, particulares, definidos por sus historias de vida, quienes despliegan acciones específicas, dando lugar a una composición social singular.

La vida social, efectiva, concreta, específica, singular – usando distintos términos en este trámite aproximativo de significaciones -, se da en la dinámica de los personajes, de los actores sociales; sus individualidades, por así decirlo, actúan, intervienen, inciden en los eventos. Las asociaciones y composiciones que acuerdan definen atmósferas, climas, microclimas, sociales o de vivencia social concreta, dando lugar a hechos, sucesos y secuencias, que son asumidas como fragmentos de “realidad”. A estas conjunciones llamamos, en su representación general, datos históricos, mejor dicho, haciendo paráfrasis a Henry Bergson, datos inmediatos de memorias sociales. Memorias, si se quiere de clase, aludiendo a que se trata de distintas apreciaciones, perspectivas diferenciadas, dependiendo de la voluntad particular, que puede ser de dominio o, en contraste, emancipativa. Lo sugerente de la narrativa de la novela es que nos coloca ante la efectuación concreta de la sociedad. Realización diferenciada, de acuerdo a los lugares, los escenarios, las territorialidades, los ámbitos y campos específicos sociales, usando a Bourdieu. Son pues las dinámicas moleculares singulares las que componen las “realidades” locales, regionales, nacionales. Parece una interpretación inductiva; empero, no se trata de método, ni de metodología de la investigación. Estamos ante los efectos masivos, molares de dinámicas moleculares. Cuando se desglosa el concepto de clase, en este caso, de la burguesía, nos encontramos con una composición variada, una composición dinámica, que muestra, de manera desnuda, las minuciosas violencias constitutivas de esta composición social. Ya no se trata del concepto de violencia, que pierde su connotación, en esta abstracción, por más denunciativa que pueda ser; sino de violencias palpables, violencias concretas en personas, grupos, pueblos concretos. La lucha de clases, el concepto, la teoría, la interpretación, adquiere la desmesura específica del lugar donde concurre esta guerra social.

Pensar de esta manera, teniendo en cuenta las figuras corpóreas, en territorios concretos, es pensar la desmesura de la complejidad dada en la singularidad de la vida social. Si bien el concepto teórico, filosófico, alcanza una irradiación universal, si bien el concepto científico, sociológico, adquiere alcance general, pierden en profundidad, adquieren esa expansión en la representación plana, pierden espesor. En cambio la narrativa de la novela se mueve en esos volúmenes, en esos espesores, permitiéndonos una mirada integral, aunque no se pueda universalizar, tampoco generalizar.

En Los ásperos tiempos se relata una escena ilustrativa en lo que respecta a la consideración de los hechos políticos. El banquero Costa vale se dirige a Artur, respecto a los rumores del golpe de Estado; el relato de la escena es el siguiente:

Costa Vale tendió la mano hacia el vaso, bebió un trago largo, habló mientras se acomodaba otra vez en el sofá, semicerrando los ojos:

—Bien, bien, Arturzinho, ¿cómo van las cosas? ¿Qué me dices de esas elecciones?

—Vamos a ver: ¿quieres rumores, o quieres hechos?

—Todo, lo quiero todo. A veces, hijo mío, los rumores son la verdad y los hechos sólo su máscara.

El novelista nos presenta una evidente contradicción en el comportamiento político liberal. Por decirlo, todo el mundo sabía o intuía el golpe de Estado; pero, formalmente, no se aceptaba este anuncio de la tormenta; se lo cubría, como queriendo ayuntar la llegada del suceso, con la incredulidad institucional. Decir que la verdad se encuentra en los rumores, en tanto que los hechos son una máscara, es poner en suspenso los hechos, pero, los hechos entendidos como datos institucionales, datos aceptados por el diputado liberal. El cinismo del banquero está más cerca del acontecer, de lo que va a ocurrir, que los buenos modales del diputado. En otras palabras, el banquero postula la verdad de la fuerza, la única premisa válida para pronosticar el futuro inmediato. No se trata sólo de rumor, sino de los códigos de la violencia.

En contraste la novela relata otra escena distinta en un hogar proletario:

Aquel día Mariana cumplía los veintidós años, y por la noche habían venido a casa algunas amigas con la idea de festejar el acontecimiento. El viejo Orestes había enviado unas botellas de licor de abacaxí que él mismo elaboraba en sus ratos de ocio. Mariana esperaba que él llegara para servir el vino y partir la tarta que había hecho su madre. No había mucho que comer y beber, los tiempos eran malos y a Mariana la habían despedido de la fábrica hacía dos meses. Ahora se entregaba por completo a la organización, y los funcionarios del partido ganaban poco, un menguado sueldo que además pocas veces recibían completo. Si no fuera por el viejo Orestes, un antiguo anarquista italiano que nunca había perdido, a pesar de haberse inscrito en el partido muchos años atrás, el amor a las frases solemnes y el anticlericalismo violento, ni vino habría para las visitas. Pero Mariana se sentía alegre, se había puesto su mejor vestido y llevaba una flor roja en el pelo castaño que enmarcaba su rostro lleno de dulzura. Sus grandes ojos negros expresaban toda la alegría que la poseía en aquel cumpleaños. Por la mañana, en la habitación donde dormía con su madre, había pensado en su vida, «había hecho un balance autocrítico», como decían en las reuniones de la célula. Había ingresado en el partido a los dieciocho años, pero realmente su vida había estado ligada a los comunistas desde mucho antes. Su padre había sido uno de los más antiguos militantes del partido y en la casa que ocuparon hasta su muerte, un poco mayor y mejor que la de ahora, se habían realizado muchas reuniones ilegales, se había escondido mucho material de propaganda y más de una vez la policía había irrumpido por la noche, despertándolos a todos, soltando insultos, amenazas, revolviéndolo todo, registrando hasta en los más mínimos rincones.

Mariana, hija de un militante comunista, también trabajador, fallecido por desgaste corporal, enfermedad, dedicación, arriesgando la salud, festejaba su cumpleaños con la familia, compañeros y el viejo Orestes, anarquista, inscrito en el partido comunista. Ambos, Mariana y Orestes, simbolizan la solidaridad de clase, el amor simple, humilde, empero, intenso, a la vida. Para Mariana la verdad es el partido o, mejor dicho, la verdad del partido; para Orestes la verdad es la verdad de la lucha de clases. Aquí no hay rumores, ni máscaras; hay experiencia, memoria constitutiva, construcción de la verdad del futuro, que no puede ser otra que la misma emancipación proletaria.

En la novela se encuentra una ilustrativa descripción de la situación al momento del golpe de Estado. Apolinario, el oficial del partido comunista, perseguido, desde el levantamiento de 1935, viajó clandestinamente al Uruguay, desde donde tomaría un barco que lo llevaría a España, para combatir, como oficial, dirigiendo a los soldados del quinto ejército, organizado por el PC. Conocedor, por el contacto uruguayo, del golpe de Estado de Getúlio Vargas, está ansioso de noticias.

Lee ávidamente las noticias: el ex-senador Venancio Florival se dirigía a Vargas y declaraba su apoyo al nuevo régimen en una entrevista concedida a la prensa, en la que afirmaba que combatir al comunismo era la necesidad primordial del país. Apolinario hizo una mueca de asco al leer el nombre del gran latifundista, cuyas historias corrían por los campos de Mato Grosso y de Goiás: los asesinatos de campesinos, la violencia contra los que se oponían a él, su voluntad convertida en ley sobre enormes extensiones de tierra. Otra noticia hablaba de divergencias entre Getúlio y los integralistas. Acción Integralista había sido prohibida, junto con los demás partidos políticos y el general Newton Cavalcanti, cuyas relaciones con el partido fascista eran notorias, había dejado el mando militar de la ciudad de Rio de Janeiro. Sin embargo, añadía el corresponsal de una agencia americana de noticias, el nuevo ministro de Justicia intentaba aún una fórmula de conciliación entre Vargas y los integralistas. Según el corresponsal, le habían ofrecido a Plinio el ministerio de Educación, y Acción Integralista, desapareciendo como partido político, se convertiría en una gran organización paramilitar bajo el rótulo de sociedad deportiva. Otra noticia anunciaba la liberación de algunos detenidos en el día del golpe y la llegada a Rio, para volver a las filas del Ejército, del exgobernador del Estado de Bahía. Un pequeño despacho, en un rincón de la página y en tipo menor informaba de la detención de comunistas en Rio, mientras pintaban consignas en las calles. Contra ellos se había iniciado un proceso, el primero que se apoyaba en la nueva constitución. Y en tres columnas, en negritas, saltando de la página, el artículo sensacional: en una entrevista concedida en exclusiva a la United Press, Vargas trazaba las líneas fundamentales de la política exterior de su nuevo régimen. Hablaba del panorama confuso del mundo, y afirmaba que su gobierno seguiría fiel a la amistad tradicional entre los Estados Unidos y Brasil, garantía de seguridad en el continente en estos tiempos de amenazas de guerra en Europa; hacía un elogio de Roosevelt en términos entusiásticos, y se refería a la deuda de Brasil con los capitales y con los técnicos norteamericanos, factores importantes del progreso brasileño. Terminaba clasificando al nuevo régimen por él instaurado como una democracia de tipo más elevado, donde reinaba un clima de cooperación entre patrones y trabajadores, y de donde desaparecerían las agitaciones extremistas, peligrosas para la salud de la patria. En un comentario a la entrevista, la agencia concluía que las palabras de Vargas eran una respuesta clara a los recelos del Departamento de Estado y de los medios financieros de Wall Street, temerosos en el primer momento del golpe ante la posibilidad de una adhesión de Brasil al pacto anti-Komintern, de una vinculación más profunda con la política germánica y de una colaboración con los capitales nazis. La entrevista de Vargas había venido a desmentir tales rumores, y se esperaba que de un momento a otro los Estados Unidos reconocerían al nuevo régimen político brasileño, a pesar de su carácter autoritario y antidemocrático. En un periódico católico, Apolinario leyó un artículo en el que, comentando el golpe, el periodista analizaba la nueva constitución y, aunque reconocía que algunos artículos y párrafos podrían parecer en principio extraños para la mentalidad democrática del pueblo uruguayo, no podía dejar de hacer su elogio, pues se trataba de defender la integridad moral, económica y política de Brasil contra la acción nefasta de los comunistas; y el mundo había llegado a un momento en que no era posible continuar, en nombre de un liberalismo democrático caduco, dando facilidades a los «cómplices de Moscú» para realizar su obra satánica de disgregación social. El texto presentaba al nuevo régimen brasileño como un modelo para los demás países del continente, si es que pretendían realmente salvar la civilización cristiana de la amenaza bolchevique. Bastaba contemplar los acontecimientos de España para ver el peligro. Aclamaba a Vargas como un gran hombre ejemplo para los políticos latinoamericanos, y le aseguraba la aprobación de Dios: «del Supremo Artífice del Universo que Vargas desea salvaguardar con la constitución del Estado Novo».

Nada más esclarecedor que esta figura manifiesta del diletantismo de Getúlio Vargas. A pesar de su admiración por Hitler y Musolini, reconoce la influencia de los Estados Unidos de Norte América, declara a la prensa extranjera que el Departamento de Estado y los medios financieros de Wall Street no deben preocuparse por lo que sucede en Brasil. Se trata de una forma democrática más elevada, superior. Una democracia que supera las contradicciones de clase, que se erige como alianza de clases, por el bien y el desarrollo de Brasil. La burguesía agraria, en boca del latifundista el ex-senador Venancio Florival, declara su apoyo al dictador. El latifundista es el símbolo de la descarnada y desmesurada violencia contra pueblos, contra campesinos, contra indígenas, contra mestizos, a quienes se expropiaba sus tierras para instaurar la gran propiedad terrateniente, a veces, incluso, cada una del tamaño de un país. El diletantismo no solamente aparece en política internacional, sino también en política nacional; Getúlio Vargas se deshace de sus compromisos con los fascistas brasileros. Acción Integralista había sido prohibida, junto con los demás partidos políticos y el general Newton Cavalcanti, cuyas relaciones con el partido fascista eran notorias, había dejado el mando militar de la ciudad de Rio de Janeiro. Sin embargo, quedaba claro que el golpe iba dirigido contra la revolución social. Un pequeño despacho, en un rincón de la página y en tipo menor informaba de la detención de comunistas en Rio, mientras pintaban consignas en las calles. Contra ellos se había iniciado un proceso, el primero que se apoyaba en la nueva constitución.

Esta escena, donde se presenta al oficial comunista Apolinario asombrado ante los sucesos de su país, es elocuente; muestra el desplazamiento, todavía imperceptible, de Getúlio Vargas, desde sus primeros compromisos no sólo con los integralistas, sino con parte de la burguesía, los terratenientes, los banqueros, y quizás parte de los industriales, hacia posiciones, que quizás considere “propias”, “autónomas”, ya aparecidas en el desprendimiento del perfil del caudillo. Esta actitud, que podría leerse desde la perspectiva hipotética de la “autonomía relativa del Estado”, si se quiere, incluso de la “autonomía relativa del poder”, usando esta tesis, con toda la provisionalidad del caso, para vislumbrar la pretensión suspendida del “bonapartista” brasilero. Es elocuente la figura diletante del caudillo, por lo menos por dos razones; una, por su pretensión o creencia en que se encuentra sobre las fuerzas, sobre la lucha de clases, por suponer que goza de una cierta “autonomía”, que le otorga el poder; otra, porque nos dibuja ejemplarmente los juegos de poder, sobre todo haciendo visible, que estos juegos de poder adquieren diferencias singulares, dependiendo del escenario político constituido. Sobre todo, cuando se da la forma carismática de la política, el cuerpo del caudillo, símbolo del poder patriarcal, manifiesta sus rasgos patéticos, con toda la teatralidad de los montajes, los rasgos de una psicología que se imagina levitando sobre las contingencias de los mortales. Este es el imaginario; sin embargo, los caudillos nunca dejaron de ser, no lo pueden, piezas y engranajes, no solo de juegos de poder, sino de estructuras, diagramas y cartografías de poder establecidas y vigentes.

Para seguir con figuras, esta vez con figuras que combinan azar y necesidad, se puede decir que los dados estaban echados. Volviendo a los conceptos sociológicos, la burguesía industrial requería resolver el problema de la demanda, del mercado interno, sin embargo, no estaba dispuesta a la reforma agraria, debido a las múltiples conexiones familiares y amistosas con el resto de la burguesía, sobre todo con la burguesía agraria. Prefiere una ruta conciliatoria, si se quiere pragmática, que llevar a cabo una revolución democrático-burguesas, usando términos de la jerga política de entonces. Se encuentra más cerca de los terratenientes, cuyas formas de propiedad latifundista, que controlan, obstaculizan la revolución industrial, que del proletariado, que de la masa de sus trabajadores, que ya postulan, en alianza con los campesinos, la reforma agraria. Si bien, este análisis sociológico no se hace, no la hace la burguesía industrial, la hacen los marxistas, aunque sus reflexiones individuales sean, más bien, anacrónicas, más apegadas a conservadurismos reaccionarios y prejuicios católicos, el comportamiento de “clase”, el instinto de sobrevivencia, efectúa una intuición de “clase”, inclinando sus acciones a un pragmatismo, como si fuese resultado de un análisis racional. Encuentran en la salida de emergencia, en el Estado de excepción, el dispositivo drástico, que, en realidad es un recurso desesperado, para intentar combinar lo que teóricamente es incombinable, la revolución industrial sin reforma agraria. Getúlio Vargas es el lenguaje simbólico, que expresa corporalmente tanto la desesperación de la burguesía como la demanda afectiva del padre perdido, de parte del pueblo. El caudillo también es la superficie del cuerpo donde se inscribe imaginariamente la correlación de fuerzas. El caudillo busca apropiarse de la oferta comunista de revolución social, reduciéndola al programa asistencial, a la representación sindical restringida y tutorada por el gobierno, al reconocimiento de derechos sociales y del trabajo, empero donados por el Estado corporativo. Se apropia de la imagen de piedad, que es la interpretación populista de lo que creen que es la convocatoria comunista.

Desde una interpretación de la lingüística estructural, podríamos decir que Getúlio Vargas es el significante que llena la burguesía industrial con sus significados de clase; así mismo es el significante que llena diferencialmente el resto de la burguesía. Lo mismo pasa con el pueblo, parte del pueblo, el demandante; esta parte del pueblo demandante usa el significante del caudillo para llenarlo con los significados de esperanza, que ventila su súplica. El Caudillo cree que es alguien, es decir, el protagonista de la historia, que tiene bajo su control los hilos del poder; así también lo creen sus partidarios; pero, esto no es más que una ilusión. El mismo se convierte en significante para sí mismo, llenándolo de significados hedonistas, de significados apologéticos, incluso dramáticos, tramas donde él, el supremo, es el centro, principio y fin. Jugando con las interpretaciones, se pude decir que su suicidio es el resultado dramático de un significante desgarrado por los contrastes y contradicciones de sus significados.

Es en este círculo significante donde el signo, la interpretación, se arma, llenando el cuerpo del caudillo con los imaginarios de clase, de estratos sociales, de grupos, de redes clientelares; se da lugar a la construcción de la geopolítica regional, lo que Ruy Mauro Marini llama subimperialismo. En el caso de la geopolítica regional, ciertamente no es el mismo fenómeno imaginario que los dados en esta compulsión representativa por el cuerpo del rey, pues se trata de la elaboración y formulación de una estrategia de dominación espacial. Ya no es el cuerpo del rey el disputado, sino el espacio geográfico mismo, no sólo de Brasil, sino de Sud América, incluso más allá, del Atlántico Sud. Entonces se llena de contenido apetecido el espacio geográfico, se le otorga los significados de la dominación, del control del espacio, del control de sus recursos naturales. Ya no lo hacen las clases, en el sentido singular, sino el Estado, en su sentido universal. Ciertamente, en su formulación efectiva, la hace la Escuela Superior de Guerra, las Fuerzas Armadas; empero, sosteniendo esta formulación está la burguesía industrial. La burguesía industrial, en este caso, se presenta como clase universal, hablando a nombre del desarrollo económico.

Lo que pasa con el caudillo Getúlio Vargas pasas con los caudillos de este medio día del siglo XX; se puede extender esta interpretación hasta nuestros días, sobre todo cuando tenemos como referente a los llamados gobiernos progresistas, claro que teniendo en cuenta las transformaciones históricas, los contextos diferenciales, las coyunturas críticas, los nuevos juegos de fuerzas, las modificaciones sociales, estructurales y políticas de la lucha de clases. La concurrencia de significados de clase, de grupos de poder, de redes clientelares, que llenan de contenidos imaginarios el cuerpo de los caudillos; las elucubraciones sobre geopolíticas, no sólo regionales, sino incluso locales, amazónicas, andinas, geopolíticas de los recursos mineros e hidrocarburíferas, geopolíticas de la integración económica y comercial de Sud América, dibujan sus estrategias en los mapas, buscando llenar sus explanadas, rugosidades, fisuras y corrientes con contenidos de dominación y control. Estos contenidos, tanto las inscripciones sobre el cuerpo del rey como los dibujos estratégicos sobre los mapas, no dejan de ser juegos imaginarios, aunque se sostengan en juegos de poder, en juegos de fuerzas, sostenidos por la materialidad múltiple de violencias polifacéticas. Las geopolíticas son estrategias, son, si se quiere, en el sentido operativo, planes, planificaciones de dominación espacial; sin embargo, para que se den, se realicen, depende de otro juego, que podríamos llamar opuesto a los juegos de poder, depende del juego de las resistencias. Es una alucinación creer que la geopolítica funciona solo porque ha sido elaborada y formulada, aunque lo haya sido por instancias y dispositivos con mayor disponibilidad de fuerzas. La “realidad” como complejidad, no es una plastilina, que se puede moldear a gusto.

Se puede mejorar la hipotética pretensión de la geopolítica, se puede proponer una propensión más compleja, menos simple; por ejemplo, concebir que los efectos, las resultantes, lo que ocurra, va depender de la concurrencia de dos campos de juegos de fuerzas, el relativo a los juegos de poder y el relativo a los juegos de resistencias. Esto mejora la interpretación política, así como mejora las posibilidades de la razón instrumental; empero, tampoco logra apropiarse de la complejidad, de la “realidad” efectiva, desenvuelta por las dinámicas y los devenires que la constituyen. En este sentido, se puede decir que el poder es una voluntad de dominio, una voluntad de dominio que busca desesperadamente controlar los “secretos” de la vida, los núcleos escondidos de la “realidad”. Sólo lo puede hacer imaginariamente; imaginación febril sostenida por la malla institucional, descargando sistemáticamente violencias múltiples para imponer, más que su dominio, la creencia en su dominio, el fetichismo del poder y el fetichismo institucional.

Debemos aprender de la experiencia social, de la actualización de la memoria social, de América Latina y el Caribe, para escapar a la episteme del poder. Descubrir las interpretaciones posibles en las dinámicas de la potencia social, interpretaciones que no sólo interpelan las formaciones enunciativas de la episteme del poder, que no sólo señalen sus límites, sino que comprenden las genealogías de sus emergencias como capturas de fuerzas, de cuerpos, de mentes, buscando controlar, detener, los flujos creativos de la vida. La comprensión integral de la potencia social se ríe de estos esfuerzos por dominar los devenires. Lo máximo que pueden hacer estas estrategias de dominio, estas pretensiones paranoicas, es construir islas provisionales de control y de poder, mantenidas por estructuras institucionales; pero, no son más que islas provisorias en la inmensa constelación de complejos espesores de los tejidos del espacio-tiempo-vital-social.

Uno de los más bellos cuadros que configura la novela es la del Valle de Río Salgado. La descripción es toda una pintura del territorio exuberante:

El río corría con ímpetu de aguas fangosas, las pirañas voraces encrespaban su tortuoso curso de serpiente. Barrancos, troncos de árboles, cuerpos podridos de animales, hojas secas y plumas coloreadas de aves iban rumbo al mar a través de la selva, arrastradas por la corriente. Pájaros de variadas familias trinaban en los árboles frondosos, donde saltaban ágiles macacos bajo el grito estridente de los periquitos, los ararás, los papagayos. Flores de rara belleza nacían parásitas sobre los troncos, orquídeas de increíble colorido, y flores salvajes, amarillas, azules, abigarradas, tendidas en el suelo de la selva cerrada en sombras húmedas. Setas monstruosas nacían y crecían con alucinante rapidez bajo el vuelo de mariposas de todos los colores, algunas de un azul sombrío, casi negro, otras de un azul celeste como un cielo sin nubes. Animales diversos venían de la selva a beber en las márgenes del río: puercoespines y antas, roedores rápidos, asustadizas pacas, venados de elegante caminar, serpientes plateadas de agudos dientes venenosos, el temido jaguar de imprevisible salto, de mortales garras asesinas. En la desembocadura de los pequeños afluentes se calentaban al sol los cocodrilos, con la enorme boca abierta cerrándose sobre peces inocentes. Una vida de comienzos del mundo se desarrollaba bajo el sol ardiente, entre las lianas intrincadas que enlazaban los árboles en el casi deshabitado Valle de Río Salgado.

La descripción de las fronteras de este paraíso es narrada desde la percepción de Gonzalón, el enorme hombre, militante perseguido, por estar comprometido con un alzamiento indígena; hombre condenado a cuarenta años de prisión, diez como extremista y jefe de revoltosos, y treinta por asesinato.

Gonzalón sabía que más allá del valle, al otro lado de las montañas, se extendían pastos y haciendas ganaderas, plantaciones, casas de colonos y trabajadores. Y alguna vez se aventuró hasta allí, a pesar del peligro, hasta aquellas tierras del senador Venancio Florival, cuyo nombre hacía temblar a todo el mundo. Fue así como inició entre los campesinos un trabajo político, de partido, pese a hallarse desligado de cualquier organización, perdido en la selva. Había sido una decisión de los compañeros: tenía que desaparecer sin dejar rastro, permanecer durante un tiempo oculto en cualquier remoto lugar. Era imposible esconderlo en las ciudades, donde lo buscaban policías de todos los estados con orden de matarle si lo encontraban. Eso le hacía inútil para cualquier tarea del partido, y al mismo tiempo le convertía en una pesada carga para los demás. Lo comprendió así, y atravesó en espantosa caminata el sertón, aquella llanura de matorrales espinosos, y luego las montañas, el río y las selvas vírgenes, hasta dar con aquel valle donde nadie de la policía podría imaginarle ni soñaría con ir a detenerle.

El espesor enmarañado de la selva se opone al espacio plano y estriado de las plantaciones y las haciendas. La selva también fue el paraíso donde escaparon los cimarrones, huyendo de la esclavización a la que fueron sometidos. La selva también es la metáfora de la rebelión opuesta a la explotación, la revelación exuberante de la vida opuesta a las disciplinas de la modernidad. Es en estos territorios indomables donde vuelven a estallar las resistencias y las luchas contra las avanzadas del imperialismo, empresas desarrollistas que buscan implantarse allí, en el fin del mundo, para extraer el preciado manganeso. Fue precisamente el camarada Vitor quien le adelanto que:

—Eso está casi deshabitado. Es una región riquísima. Aún hace poco leí un artículo sobre ella en una revista norteamericana. Esa gente no va a tardar en tender sus garras sobre estas tierras. Por lo visto hay manganeso, inmensas cantidades. ¿Por qué no vas ahí, y los esperas hasta que lleguen? Ellos (los norteamericanos) o los alemanes, que también están interesados.

Es una guerra prolongada esta de la guerra anticolonial. Gonzalón se acordaba de la anterior rebelión y comparaba:

A veces, entre los indígenas de Río Salgado, Gonzalón se acordaba de los indios de Ilheus. Depositaban en él la misma confianza, lo miraban con los mismos ojos amigos. Un resto de la tribu, escapado de la matanza organizada en los tiempos de la colonización, cultivando tierras suyas por herencia inmemorial; una pequeña misión del Servicio de Protección a los Indios funcionando junto a la colonia. Gonzalón era enfermero de la colonia india, les enseñaba el alfabeto y, al mismo tiempo, despertaba en ellos la conciencia política.

Los compañeros le habían conseguido aquel empleo después de haber quedado marcado tras la huelga que había dirigido en una fábrica de aceites vegetales. La profesión de enfermero la había aprendido en el servicio militar. En el hospital donde había encontrado empleo al dejar el uniforme, se hizo comunista. Un médico le había proporcionado libros, folletos, y pronto se convirtió en un activista ardiente. Del hospital salió para la fábrica, y la huelga fue una escuela útil. Pero desde entonces ya no pudo vivir en paz: la policía lo consideraba peligroso y cada dos por tres le detenían. Fue entonces cuando, por medio del mismo médico que le había relacionado con el partido, consiguió ser nombrado enfermero en la Colonia Paraguaçú.

Pareciera que no hay un solo lugar donde se pueda escapar, la modernidad, del desarrollo, el progreso, no tardan de llegar; las empresas con sus propietarios, los mismos que se hacen potentados de enormes extensiones de tierra, llegan como jinetes del apocalipsis. Arrasan con los poblados afincados en esos territorios, arrasan con los bosques, reducen a los que se quedan a las condiciones miserables de los trabajadores de las periferias del sistema-mundo, arrinconándolos en campamentos sórdidos. A eso es lo que se llama progreso y desarrollo, las haciendas lujosas ostentan, con aires del imperio, opulencia, mientras se oculta en la sombra las barracas tristes donde viven los trabajadores agrícolas. Se llama desarrollo y progreso a la destrucción de la tierra, con el objeto de extraer minerales, apreciados por el mercado y la industria pujante. Getúlio Vargas llega al palacio a nombre de ese desarrollo y progreso. Es el instrumento carismático de este empuje avasallador que llama la burguesía historia y civilización. Todos los discursos dominantes se van a encargar de justificar la aparición del padre esperado; a su manera cada quien, incluso los nacionalistas, incorporando también a los reformistas, verán en el caudillo el padre de la soberanía. No ven que las nacionalizaciones mejoran las condiciones de los términos de intercambio entre centros y periferias, conservándose las relaciones de dependencia. Incluso la revolución industrial termina afianzando la dominación de la geopolítica mundial del capital, aunque haya mejorado la condición del país, convertido en “potencia”. El costo de esta geopolítica es grande. Costo social y costo ecológico.

Pero aquéllas eran tierras fértiles y los campos se dilataban y producían gracias al arduo trabajo de los indios. Un día, un político descubrió que a aquellos indios jamás se les había hecho concesión legal de las tierras. Eran tierras de nadie. Y con la benevolente simpatía del gobernador del Estado, puso a su nombre, en el Registro de Títulos de Propiedad, aquella extensión de tierra sin dueño. Hizo la medición, y los indios y el personal del Puesto de Paraguaçú no se enteraron de nada hasta que un día apareció el político, título de propiedad en mano, dispuesto a tomar posesión de su tierra y a «lograr un acuerdo amistoso con los nativos». Gonzalón obligó al viejo sargento a embarcar para Rio y presentar el caso ante el Servicio de Protección a los Indios, cuyo jefe supremo era un general del Ejército. El Servicio se puso en movimiento, planteó el caso ante los tribunales. El litigio duró algún tiempo, el general-jefe parecía haber tomado la cosa a pecho. Cuando el sargento volvió, Gonzalón fue a Bahía a discutir el caso con la dirección del partido. Vitor le dijo, con su voz brusca y directa, atusándose el mostacho largo y erizado:

—No te hagas ilusiones con lo del pleito. Es una justicia de clase, una justicia hecha a la medida de los latifundistas. Pese al clamoroso escándalo, y del hurto miserable que la cosa va a suponer, el Tribunal Supremo fallará en contra de los indios. Alimentar ilusiones en ese sentido es desarmar a los braceros y a los colonos…

El desenlace del enfrentamiento, como preparado, de antemano, en las entrañas mismas del acontecimiento, sobre todo por la servicial función de la justicia al avasallamiento latifundista, por la subsecuente incursión de ocupación, después de la derrota de la primera acción punitiva, la llegada de la policía militar.

Pero, como había previsto Vitor, el Tribunal Supremo falló en favor del político. Cuando éste volvió, le acompañaban el delegado de policía de Ilheus y varios elementos de la policía rural. En el Puesto, el sargento inclinó la cabeza. Se sentía triste y defraudado en su buena fe pero, ya que la justicia lo había decidido así, las tierras eran del nuevo propietario. El político fue magnánimo: estaba dispuesto a mantener a los indios en condición de aparceros, a mantener el puesto de protección, e incluso dijo que iba a ayudarles a cumplir con su tarea. Todo parecía resuelto en buena armonía, pero los indios habían desaparecido, y con ellos Gonzalón. El político, acompañado por el delegado, el viejo sargento y algunos guardias, salió a ver sus tierras. Fue recibido por una descarga cerrada. Así empezó la lucha en Posto Paraguaçú, lucha que duró más de un mes. Para liquidar a los indios hubo que movilizar a casi toda la policía militar del Estado.

En aquel primer encuentro, el político fue herido, murió un guardia, y los demás se retiraron a toda prisa. Aquella noche fue melancólica la entrevista entre el sargento y Gonzalón. El viejo pescador intentó convencerle de la inutilidad de la resistencia:

—Un pobre no es nada en esta tierra, un pobre no es nada, ¿qué van a ganar los indios rebelándose, si ni siquiera puede nada el general, con todas sus estrellas y su prestigio? Es marchar a una muerte segura…

El relato del enfrentamiento es apasionante. La tenacidad indígena infringe derrotas en las avanzadas latifundistas apoyadas por el ejército. El nombre de Gonzalón se convierte en parte de una leyenda, el levantamiento indígena forma parte de la memoria social, las tierras defendidas son regadas con la sangre de los caídos. Si las haciendas avanzan, si la nombrada “civilización” moderna avanza, lo hace sobre cementerios indígenas.

La expedición punitiva, compuesta por soldados de la policía militar de Ilheus e Itabuna y por guardias rurales elegidos en las haciendas, fracasó por completo. Los indios se defendían bien, estaban armados, y su puntería era temible. Vinieron refuerzos de Bahía, y con ellos un coronel del Ejército y periodistas. El nombre de José Gonzalo ganó una rápida y temible celebridad en todo el país. Como los periodistas poco o nada sabían de su pasado, inventaron historias tenebrosas, relacionaron su nombre con el bandidaje que reinaba en las tierras del cacao en años anteriores, le describieron como un criminal sin entrañas al servicio de los comunistas. Sólo uno, entre los corresponsales de los periódicos, un joven escritor mulato, expuso en sus crónicas la justicia de la causa defendida por los indios. Inmediatamente fue llamado por la dirección del periódico y, al llegar a Bahía, fue asaltado una noche por un grupo de policías que lo dejaron inconsciente de una paliza. ¿Acaso no se había atrevido a describir, abusando sin duda de la confianza de su periódico, las torturas infligidas por el coronel y sus subordinados a un indio a quien habían hecho prisionero? Torturas horribles, que recordaban los tiempos coloniales, con los nobles portugueses y los jesuitas quemando indios a medida que avanzaban las «bandeiras».

Al mismo tiempo, por toda la zona, entre millares de braceros, se iba desarrollando una campaña de solidaridad con los indios. Algunos hombres se arriesgaban de noche, a través de los campos batidos por las patrullas militares, para llevar municiones al Posto Paraguaçú. Muchos no regresaban, y preferían quedarse para poner su certera puntería al servicio de los rebeldes. Durante más de un mes, bajo el mando de Gonzalón, los indios pudieron resistir. Desde Bahía seguían enviando refuerzos militares. Fueron cercadas las tierras de la colonia, y en los periódicos aumentaba cada día el espacio dedicado a la lucha. Los indios iban cayendo uno tras otro, pero la resistencia continuaba. Cada avance del latifundista se pagaba a un alto precio de sangre. En las haciendas contiguas, braceros y aparceros oían las descargas de fusilería y así iban adquiriendo consciencia política. Aprendían con los indios. El nombre de Gonzalón adquirió para ellos un significado, mientras iba adquiriendo otro muy distinto para los señores de la tierra.

Y el cerco se iba apretando, hasta llegar un día en que se vieron reducidos a sólo el puesto y a unos pocos hombres. Aquel día, Gonzalón fue herido en una salida, y los indios, en un prodigio de audacia sólo posible en ellos que conocían aquellos caminos palmo a palmo, le llevaron hasta la distante casa de unos amigos. Antes, siguiendo sus consejos, habían incendiado las plantaciones y las chozas. Al día siguiente, el político pudo poner los pies en las tierras conquistadas. Unas tierras calcinadas, empapadas en la sangre de sus defensores.

Estos relatos de la novela nos muestran otro Brasil, no el Brasil presentado institucionalmente, menos el Brasil turístico, mucho menos el Brasil de la dictadura militar, que al usurpar al pueblo afro, mestizo, migrante, el nombre de Brasil, presenta una geopolítica regional, que es la voluntad de dominación de las oligarquías, aunque también es la voluntad de revolución industrial de la burguesía. La novela descubre a Brasil rebelde, en constante lucha contra las oligarquías, contra lo que llamamos la continuidad del colonialismo, la colonialidad, en constante lucha contra el capitalismo avasallador y destructivo de territorios, de poblaciones, de sociedades, de culturas. Haciendo un recorte en la remembranza histórica, comenzando con la segunda década del siglo XX, nos encontramos con levantamientos de oficiales contra las oligarquías. Un ejemplo irradiante de estos levantamientos es el movimiento llamado Tenentismo. Nombre dado al movimiento político-militar y a la serie de rebeliones de jóvenes oficiales, preponderantemente tenientes; oficiales descontentos. Estos movimientos políticos-militares, demandaban reformas en la estructura de poder del país; una de las reivindicaciones apuntaba a las condiciones democráticas, pedía poner fin al “voto cautivo”; en este sentido demanda la institución del voto secreto, así como la reforma de la educación pública.

Haciendo un recuento, se puede decir que los movimientos tenentistas se despliegan localmente, dejando inscrita en la memoria social los nombres que los representan, convertidos en símbolos de la rebelión; estos espesores de la rebelión son la Revolución del Fuerte de Copacabana de 1922, la Revolución Paulista, la Comuna de Manaos de 1924 y la Columna Prestes. La Columna Prestes se hizo célebre por su larga marcha, su resistencia tenaz, por su duración, también por no ser vencida nunca por sus persecutores, el ejército federal, las milicias de los hacendados, la policía militar. La Columna Prestes convocó a diversas corrientes “ideológicas”, cuyas diferencias no eran notorias ni consideradas importantes como para producir escisiones, en ese momento. La mayor parte de la Columna estaba compuesta por capitanes y tenientes. En esta rebelión de oficiales se postuló el perfil del “Soldado Cidadão”. El capitán Luiz Carlos Prestes se destacó como el más claro líder del movimiento; este capitán se convirtió en una leyenda en la memoria social, se lo nombró como el Cavaleiro da Esperança. El capitán Luiz Carlos Prestes se incorpora al Partido Comunista Brasileño; su trayectoria ejemplar lo lleva a convertirse en el Secretario General del partido.

Se puede encontrar en esta matriz, la de la Columna Prestes, la cuna de distintas composiciones políticas; una lleva a la “revolución de 1930” y al getulismo; otra lleva a la organización fascista Integralista; la tercera, de expresión radical en su interpelación social y política, lleva a la incorporación al Partido Comunista de Brasil de parte de los integrantes de la Columna. La “revolución de 1930” reguló y normó con las primeras formas de legislación social, también desplegó políticas económicas de impulso a la revolución industrial. Promulgó normas favorables a los trabajadores. Como dijimos, el punto de inflexión se encuentra en este momento de bifurcación histórico-política. La “revolución de 1930” desguarneció la estructura de poder de las élites políticas tradicionales de la llamada República Velha. Desde entonces se amplía el campo político, así como los márgenes del juego político, también de las clases sociales que participan en la influencia de la conducción del Estado. La hegemonía económica de São Paulo y Minas Gerais no desapareció; sin embargo, se vieron en la necesidad de competir con la emergencia de otros polos de “desarrollo”, como Río de Janeiro y Río Grande do Sul. Fue desplazada la élite del núcleo oligárquico, nombrada popularmente como café com leite, que comandaban la economía del café, la economía ganadera, combinada con la economía industrial, todavía subordinada y casi ahogada, además del comercio, la banca y los servicios.

En relación a lo que dijimos en Acontecimiento Brasil, que este período de Getúlio Vargas, abarcando sus gobiernos, los de facto y el electoral, es el punto de inflexión cuando emerge la geopolítica regional, debemos también decir, que para comprender este punto de inflexión es menester visualizar los procesos concurrentes que derivan en el desenlace. Lo que sobresale del periodo que llamamos turbulento es la rebelión, la distintas formas de la rebelión, entre ellas, la que aparece como movimiento visible, el de los oficiales, que, al final de cuentas, expresa también la rebelión social, ocultada por la noticias. Con esto reforzamos nuestra hipótesis de interpretación, de que Getúlio Vargas es como la síntesis forzada de la lucha de clases, la solución conservadora para impulsar la revolución industrial, sin llevar a cabo la reforma agraria; es decir, sin afectar a los latifundistas, que se convirtieron en un obstáculo para la revolución industrial. Es también una respuesta a la lucha de clases, pues ante la emergencia de la demanda social, de la interpelación proletaria, el horizonte institucional, como proyecto, responde como acordando un pacto, concediendo leyes sociales y del trabajo. Lo importante de todo esto, lo significativo de los cuadros de la novela, es que nos revela la potencia social de la formación social-territorial brasilera.

No pretendemos volver al análisis crítico por los caminos de la teoría, interpelando a las ciencias sociales, a la ciencia política, a la historia tradicional, sino retomar esta discusión, como planteamos al principio de este ensayo, desde la interpretación del sentido inmanente que logra la percepción, la experiencia social, la memoria social, recogidas en la interpretación narrativa de la novela. Si lo hacemos es para dialogar con el análisis que planteamos, buscando enriquecerlo desde la perspectiva estética de la narrativa literaria. Retomando entonces esta perspectiva tenemos un cuadro intenso, descrito desde la mirada de Gonzalón, militante aguerrido, desde sus reflexiones, sus recuerdos, sus afectos, sus predisposiciones. La descripción de la expansión latifundista, los modos operativos de esta expansión, usando al Estado como herramienta indispensable, tanto en lo que respecta a la justicia como en lo que respecto a los dispositivos represivos, sin dejar de lado a la prensa, es, a la vez exhaustiva, de la manera que lo puede ser la narrativa literaria, y condensada. Asistimos al despliegue del poder de la oligarquía conformada en la época del imperio. Haciendo paráfrasis a Van Gogh podemos decir que el Imperio ya no está; pero, la oligarquía sigue todavía. Hablamos de un diagrama de poder colonial; como todo diagrama de poder, se inscribe en los cuerpos. En el caso que compete, imprime en los cuerpos una violencia inicial, de la misma manera que desata sobre la naturaleza una violencia inicial; esta violencia inicial intenta apoderarse de los cuerpos, tratando de convertirlos en animaciones instrumentadas por una administración racional, burocrática, encaminada a quitarles toda dignidad, humana, por cierto. Inoculando la desvalorización absoluta. Este diagrama de poder se sostiene en la economía política colonial, que diferencia hombre blanco de hombre negro, hombre blanco de hombre indio, hombre blanco de hombre de color; diferenciaciones sostenidas en la diferenciación de género hombre/mujer[106]. La valorización abstracta es el ideal blanco, que, sin embargo, se sostiene por contraste con el color intenso de lo negro, de lo pardo, de lo cobrizo; es decir, se ejerce por apropiación de los cuerpos de color. Esta economía política colonial sostiene la geopolítica racial del sistema-mundo capitalista. La colonización, en sentido moderno, en sentido capitalista, promociona las violencias más demoledoras, pues parte de la descalificación del otro, que en el fondo es la descalificación de la otredad, encarnada en la mujer. El diagrama colonial es por excelencia un diagrama de poder patriarcal.

Así como se justificó la guerra de conquista como acción civilizatoria, de la misma manera se sigue justificando la apropiación de tierras indígenas, que los exploradores llaman “tierras vírgenes”. En tiempos previos al golpe de Estado de Getúlio Vargas, la oligarquía, figurada como la élite y estructura de poder café com leite, consideraba que contenía los atributos absolutos implantados por la conquista. Podía disponer a su antojo de pueblos, de cuerpos y de tierras. En su forma más desmesurada este diagrama de poder no persigue domesticar, menos disciplinar, como corresponde al diagrama de poder por excelencia moderno, sino busca obligar. Nunca hay que olvidar que, en realidad, el substrato del diagrama de poder colonial es la esclavización; es decir, la disposición absoluta del cuerpo, de los cuerpos, de los conquistados, reducidos a la “animalidad”. El diagrama de poder colonial es, de los diagramas de poder, el de la “violencia” desnuda, descarnada, sin necesidad de legitimación, salvo el de la cristianización. Ciertamente, la forma inicial, desmesurada, de este diagrama, se ha transformado. Bartolomé de las Casas denunció la violencia colonial sobre los pueblos indígenas. Con las independencias, el diagrama colonial se preserva, por medio de transformaciones, que se adecúan al formato de la república. Sin embargo, su violencia inicial se mantiene. No se explica de otra manera la interminable conquista recurrente sobre territorios, desconociendo derechos consuetudinarios de los pueblos originarios; después, sobre las poblaciones campesinas asentadas.

Lo que, en el fondo, entra en crisis, lo que es cuestionado por las rebeliones, es el diagrama de poder colonial, es este “derecho” del conquistador. Lo que reclamaba la oligarquía es precisamente este derecho de guerra de conquista, aunque no lo exprese, de esa manera en sus discursos. En la novela, Gonzalón se enfrenta a las singularidades del diagrama de poder colonial. En su figura se resume la permanente rebelión indígena, la eterna rebelión afro, la eterna rebelión de los humanos de color, también de los humanos “blancos” pobres, ennegrecidos por su condición social.

La “crítica literaria” ha calificado la narrativa de Jorge Amado de militante, como queriendo decir que, a pesar de su expresiva narrativa es un escritor que toma posición; lo que haría dudar de su valor literario. Esta “crítica literaria” considera a la literatura como arte de contemplación, quitándole a la génesis del arte precisamente lo que lo hace arte, la pasión creativa, que tiene que ver precisamente con la posición en el mundo. No hay arte por el arte, de la misma manera que no hay producción por la producción, como cree la economía política; esto es “ideología”; lo que Marx decía, es fetichismo. Los que creen que hay arte por el arte son fetichistas; es decir, perversos. Jorge Amado es militante de la literatura, también es militante, activista, en el sentido político. Su militancia en la literatura es consecuente con la estética; está íntimamente integrado al acto creativo, que no puede ser otro que la explosión de la vida, de la memoria sensible. En este acontecimiento literario radica la conmovedora escritura de Jorge Amado. Su apasionada vinculación con el acontecimiento Brasil lo empujan a inscribir en la piel del papel lo que se siente en la piel de los cuerpos. Esa “crítica literaria” no entiende nada. Solo subsiste por relaciones de poder, que se asientan en la simulación de poses de seriedad, que solo pueden ser tomados en cuenta, fugazmente, en los escenarios montados académicos y de prestigios maquillados.

La belleza de la literatura latinoamericana y del Caribe se encuentra en esta develación, en mostrarnos la permanente resistencias de los cuerpos y los territorios, la constante rebelión, en sus múltiples formas. Nunca fuimos “víctimas”, que es el sujeto pasivo del ejercicio del poder, salvo para Bartolomé de las Casas, es decir, para la versión bondadosa de la iglesia, para la versión piadosa de la colonia, para los humanistas, para los “izquierdistas” que se quedan en la denuncia, para los de-coloniales, que repiten, posmodernamente, aunque odien esta calificación, la pose de Bartolomé de las Casas. Somos guerreros; siempre lo fuimos, ahora lo seguimos siendo; esta rebelión reaparece en la selva lacandona, en la movilización anti-extractivista de los pueblos indígenas, en la defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), en las movilizaciones de los jóvenes que exigen educación de calidad y gratuita, en los jóvenes que exigen pasaje libre, poniendo en claro la defensa de lo común frente a la expropiación de lo privado y lo público.

Jorge Amado es un guerrero armado de escrituras. No tiene sentido discutir su apego a los esquemas del PCB, pues eso es relativo, aunque haya sido sentido como de mucha importancia por el novelista. Al final de cuentas el PC termina siendo un instrumento en la rebelión del pueblo brasilero, por lo menos en la etapa importante de un periodo turbulento. El sentido de la literatura no se encuentra en la literatura, como si fuese un arte de contemplación, el sentido inmanente de la literatura se encuentra en su lucha por recuperar los espesores de los ciclos de la vida, expropiados no solo por la modernidad, sino por la simulación de la formalidad. Jorge Amado es un gran novelista por eso, por descifrar, interpretar, los signos pasionales de los pueblos distribuidos en la geografía emancipatoria, recordando a Milton Santos, llamada Brasil. Pueblo culto, por la mezcla y combinación de culturas, las devenidas del África, las devenidas de plurales pueblos indígenas, las devenidas europeas, sin ruborizarse ante los sacerdotes de la de-colonialidad, pues también están las culturas europeas, que no tienen por qué ser reducidas a las pretensiones propagandistas de las instituciones del poder. Latino América y el Caribe son territorio culto, de la misma manera; también lo es África, pues ha sido capaz de interpretar las invasiones en sus canciones, en sus danzas, en sus comportamientos, en los discursos de T’usant Le Ouverture, en Frantz Fanón, en Nelson Mandela. También lo son los pueblos del continente inmenso, interminable, del Asia. Sus milenarias culturas y civilizaciones se afincan en la piel de los cuerpos, en las modalidades de las conductas, en las reflexiones filosóficas ancestrales y actualizadas. Así como en los pueblos de Europa; es absurdo reducir a las culturas europeas a la representación universal de la modernidad, que pretendió apropiarse de la potencia social, de los pueblos de la península europea de Eurasia, formulando e institucionalizando representaciones universales de la cultura y civilización moderna. Contra la impostura de la modernidad hay que rescatar la capacidad creativa de las sociedades y los pueblos, que no son universales, sino auténticos; es decir, singulares.

La importancia de la novela de Jorge Amado radica en que nos hace viajar a los territorios pasionales del acontecimiento Brasil, dejando en su levitación institucional al Brasil representación mercantil, al Brasil turístico, pero también Brasil geopolítico. Dejarse llevar por la pretensión de estos discursos es creer en las pretensiones. Hay que escuchar, como decían los populistas rusos, al pueblo Brasil; en este sentido Brasil es y sigue siendo la rebelión en la sangre; por eso su música, sus seducciones, sus encantos, las letras de sus composiciones, el ímpetu de los jóvenes. Lo que hay que preguntarse es: ¿Por qué los gobiernos progresistas del PT caen en la demagogia de Brasil potencia emergente? Cuando esta es una representación reductiva, edulcorante, incluso triste, cuando la comparamos con Brasil rebelde, impetuosa, de exuberantes imaginarios, interpeladora de las instituciones. Es triste ver a “compañeros”, los llamaremos así, pues se reclaman socialistas, apegados a los prejuicios burgueses de poder, de desarrollo y progreso. Mitos de la modernidad, creencias de la colonialidad.

Para decirlo de una manera no acostumbrada por nosotros, empero, que puede ser ilustrativa, nosotros, del continente de Abya Yala, tenemos una tarea histórica vital, rescatar al mundo de su captura institucional, de su ilusión de desarrollo, devolviendo a los seres del mundo a su potencia social. ¿Por qué podemos hacer esto? Porque la experiencia social, la memoria social, de la conquista, de la colonización y de la colonialidad, comprenden que la malla institucional es el andamiaje del montaje del poder y de los escenarios de las instituciones; la intuición social devela que estos fantasmas se sostienen sobre la creatividad de los pueblos y las sociedades. Abya Yala, nombre Kuna, la Patria Grande, nombre mestizo, tiene una tarea histórica vital; no se puede cumplir esta misión sino abolimos la fronteras ficticias, sino destruimos los Estados-nación, instituciones imaginarias de la sociedad, sino liberamos las capacidades creativas de nuestros pueblos. Los mensajes de Jorge Amado, aunque sean pronunciados en el lenguaje candoroso del comunismo de su tiempo, expresan esta intuición subversiva. Su optimismo militante se opone no al pesimismo crítico, como cree la burocracia del partido, sino al cinismo pragmático, al que han caído no solo las decadencias de las oligarquías, también las corrosiones burguesas, sino el realismo político del partido social, se llame lo que se llame, capturado por funcionarios, marginando a los militantes, a los activistas.

El relato más dramático del primer volumen de la novela Los subterráneos de la libertad es la resistencia en la imprenta del partido. El Viejo Anarquista Orestes dinamita la máquina de imprimir para que no caiga en manos de la policía, que había rodeado la casa. Resiste con pistola en mano el joven militante Jofre, quien muere tendido en una mesa de la jefatura, donde se lo tortura, para arrancarle una confesión. El delegado policial, famoso por su brutalidad, no logra su cometido, ni por métodos violentos, ni por métodos coercitivos. Frustrado golpea un cadáver, que antes de morir lo había insultado cuando hacia sus proposiciones comprometedoras. La represión es vencida por la misma muerte de los revolucionarios. No logra doblegarlos a pesar de su desmesurada violencia, así como de su tramposa coerción.


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