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Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia, populismo III

Maristella Svampa :: 11.10.18

La historia de los acontecimientos políticos y sociales de nuestro continente normalmente la hacen los poderosos y luego intelectuales y profesionales en su mayoríia ligados al poder o a las instituciones, finalmente diferentes interpretaciones según la ideología antes que la sapiencia. Aquí en esta obra la autora se juega por la versión de los de abajo, de los oprimidos y marginados que han llegado hasta las fases actuales donde se vislumbra el cambio civilizatorio, a la vez que cuestiona severamente a la mayoría de los intelectuales y académicos a quienee apunta directamente en sus análisis del estancamiento de los estudios y análisis que sólo se han renovado desde el surgimiento de nuevos sujetos sociales que hacen escuchar su voz desde el dolor , la resistencia y nuevas firmas de vivir.

La emergencia de la cuestión ambiental

Fueron enormes los cambios registrados en las últimas cinco décadas. Des­
de un punto de vista gemeral, asistimos a la crisis de la idea de moderni­
zación y a la emergencia de la cuestión ambiental. La crítica al desarrollo
y el m ito del crecim iento económico com o gran relato homogeneizador
irá abriendo paso a un nuevo espacio en el cual habrán de manifestarse
diferentes perspectivas políticas y filosóficas acerca de la relación entre la
naturaleza humana y neo humana. Por un lado, las sucesivas conferencias
internacionales marcaráin la emergencia del paradigma del desarrollo sus
tentable. Asimismo, el niaciente pensamiento ecologista estará asociado a la
crítica y revisión del paradigma del progreso y la modernización, que cues
donaban la visión antropocéntrica en la relación hombre-naturaleza. Poi
otro lado, en América ILatina asistimos a una crisis y fracaso del proyecto
desarrollista y el posterior ingreso a una fase monetarista, marcada por el
Consenso de W ashington y la globalización asimétrica. Las críticas abai
carán, en primer lugar, al proyecto desarrollista y sus expresiones efectiva
mente existentes; la coinstatación de sus limitaciones y déficits sociales, a
partir del ensanchamiemto de las brechas sociales entre el centro y la perile
ria, a las que se añaden las brechas raciales y de género. En fin, aquéllo qm

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Unceta ha denominado com o el “giro social”, el cual abre un campo crítico
en torno al aumento de la pobreza y las desigualdades (Unceta, 2 0 0 9 ).
En este apartado propongo abordar estas perspectivas alternativas, en
un vaivén con las propuestas que provienen de la agenda global; en primer
lugar, los avatares y discusiones que condujeron a la elaboración del con­
cepto de desarrollo sustentable; en segundo lugar, las respuestas elaboradas
desde el Sur.

Hacia el paradigma del desarrollo sustentable
I )esde tiempos de R. Descartes y de E Bacon, el dualismo ontológico está
en la base de la ciencia occidental moderna, el cual enfatiza el control y
dominio del hombre sobre la naturaleza, un antropocentrismo que regirá
además para diversos ámbitos. Una de las consecuencias de dicho para­
digma es la devaluación de aquéllo que es diferente: la mujer respecto del
varón, lo natural respecto de lo humano.
Los numerosos desastres ambientales que se acumularon durante la
primera mitad del siglo X X , pusieron de relieve la asociación entre indus­
tria y entorno y fueron generando una incipiente conciencia ambiental.
Surgieron así las primeras denuncias, tales como el libro de Rachel Carson,

Primavera silenciosa (1 9 6 2 ), que denunciaba los efectos de los agroquími»un sobre las aves; en 1 966, científicos com o Barry Com m oner destacaban
Ion

riesgos del complejo tecnoindustrial y el economista Kennet Boulding

pi oponía sustituir la economía actual de cowboy por una economía de rei uno cerrado, adecuada al “Navio espacial Tierra”, el cual dispone de re•tusos limitados y de espacios finitos para la contaminación y el vertido
•le desechos (Naina Pierri, 2 0 0 5 ). La ecología como enfoque crítico y los
piimrros movimientos ambientalistas fueron surgiendo al calor de difeu nirs denuncias frente al deterioro creciente del ambiente y la conciencia
dr Li linitud de los recursos naturales, frente a la expansión de la dinámica
industrial y la consolidación del mito del crecimiento económico.
A nivel global, el primer aporte de importancia sobre temas ambieni‘drs luc el Informe Meadows sobre “Los límites del crecimiento” (1 9 7 2 ),
piudiu ido por el Club de Roma, donde se denuncian los límites a la explout irm de la naturaleza y su incompatibilidad con un sistema económico

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latinoamericanos

fundado en el crecimiento indefinido. El mismo ponía el acento en los
graves peligros de contaminación y de disponibilidad futura de materias
primas que afectarían a todo el planeta de continuar con el estilo y ritmo
de crecimiento económico. Com o consecuencia de ello, se abrió un espa­
cio de cuestionamiento a la visión industrialista, centrada en el crecimiento
indefinido, al tiempo que se enviaron claras señales hacia los países del Sur,
al plantear que el modelo de desarrollo industrial propio de los países del
Norte estaba lejos de ser universalizable. Este informe tendrá, como se verá
más adelante, diferentes respuestas desde el Sur.
Asimismo, en 1972, tuvo lugar la Primera Conferencia de las Nacio­
nes Unidas sobre el Medio Ambiente, en Estocolmo, que dio origen a una
declaración adoptada por los Estados nacionales, en la cual comenzaba
a visualizarse una relación más estrecha entre los impactos del desarrollo
económico y el “medio humano”. Persistía la idea del “progreso” como cre­
cimiento sin límites, pero se denunciaba que el actual poder transformador
del hombre sobre la naturaleza podía generar daños al “medio humano”.22
Aunque la declaración no plasma con todos sus rasgos el paradigma del
“desarrollo sostenible”, ya empiezan a aparecer sus elementos principales.
Así, en el principio n.° 1 se expresa que el hombre “tiene la solemne obli­
gación de proteger y mejorar el medio para las generaciones presentes y
futuras”. E n ese marco se creó el Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Am biente (PN U M A ) con sede en Nairobi, y se recomendó declarar
el 5 de junio com o Día Mundial del Ambiente.
A su vez, la reflexión ecológica tendrá una nueva inflexión en la
década de los 8 0 , a raíz del grave accidente de la central nuclear de Cher
nóbil ( 1 9 8 6 ) , en Ucrania, así co n o de diferentes derrames de barcos
petroleros o “mareas negras”, como el caso del buque petrolero Exxon
Valdez (AJaska, 1 9 8 9 ). Hechos que tuvieron una gran repercusión inter
nacional y term inaron por instalarla cuestión ambiental en la conciencia
ciudadana.23 En 1 9 8 7 , la Comisión de las Naciones Unidas sobre Me
dio A m biente y Desarrollo presen:ó el estudio “Nuestro futuro común”
(también conocido com o Informe Brundtland), a partir del cual se po
pularizó la idea de “desarrollo sostenible”. Cinco años después, en 1992.
se realizó en Río de Janeiro (Brasil) la Conferencia de Naciones Unidas
sobre M ed io Am biente y Desarrollo. Estas conferencias internacionales
sirvieron para unificar las distintas visiones que se encontraban en puja

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frente al creciente interés sobre la cuestión ambiental. Más allá de su
evidente complejidad, ligada a la disputa político-ideológica desatada en
torno a su definición y sus alcances, era claro que el concepto de desarro­
llo sustentable difería según la concepción sostenida acerca de la relación
entre hombre y naturaleza, entre crecimiento y ambiente. En esta línea,
existen dos visiones polares: por un lado, la que plantea un enfoque ecocéntrico o biocéntrico en la relación hombre-naturaleza, acentuando el
deterioro del ambiente y la finitud de los recursos naturales; por otro
lado, el que, más allá de las reformulaciones realizadas y las críticas al
mito del crecimiento, continúa planteando una visión antropocéntrica y
prioriza el desarrollo por sobre el ambiente.
Los avatares del paradigma del desarrollo sostenible o sustentable mari a ron el triunfo de una concepción antropocéntrica, al establecer la coexis­
tencia entre crecimiento, desarrollo y ambiente. Así, el Informe Brundtland
partió de la idea central de que desarrollo y medio ambiente no podían ser
separados, pero terminó por invertir la formulación clásica del problema,
ilis(andándose del ecocentrismo, que veía el desarrollo como causa del
deterioro ambiental, para adoptar un óptica antropocentrista, afirmando
t|itc hay que preocuparse por evitar que el deterioro del ambiente limite
el desarrollo (N . Pierri, 2 0 0 5 ).24 El paradigma del “desarrollo sostenible”
trquirió a su vez de la creación de una nueva ingeniería jurídica. Si bien
lit prioridad estaba dada por el orden de las palabras que daban nombre al
modelo (es decir, el crecimiento económico primero y, luego de asegurado
iStr, recién ahí se comenzaría a atender la cuestión ambiental y los dere•líos de las generaciones futuras), resultaba insoslayable elaborar nuevos
pimupios y herramientas jurídicas que respondieran a una nueva realidad,
mi lontemplada en los códigos napoleónicos (Svampa y Víale, 2 0 1 4 ). La
loima jurídica terminó de afianzarse en la Declaración de Río, en cuyos
piuu ipios n.° 15 y n.° 17 aparecen los nuevos principios jurídicos amlilrnialcs, el principio de precaución y el principio preventivo.25 Es por esta
i.t/nn que suele distinguirse entre una sustentabilidad débil y otra fuerte,
r n este punto, me permito citar largamente a Gudynas:
Allí donde se incorpora la dimensión ambiental, se reconoce un
primer conjunto de posturas que aquí es denominado desarrollo
sostenible débil. Se acepta la crisis ambiental actual y se postula

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latinoamericanos

que es necesario promover un desarrollo que no destruya su base
ecológica. Pero ésta es una postura que considera que el desarro­
llo responde directamente al crecimiento económico, y que los
cambios se procesan en especial en el marco del mercado, acep­
tando distintas formas de mercantilización de la Naturaleza, y
aplicando innovaciones científico-técnicas. Es una postura que se
siente confortable con el informe Brunddand ya que acepta el
crecimiento económico como m otor principal del desarrollo (el
problema pasa a ser cómo crecer). Un segundo conjunto, que
llamaremos desarrollo sostenible fuerte, considera que el ingreso
de la Naturaleza al mercado no es suficiente, y postula una crítica
mayor a las posturas ortodoxas del progreso. Es una postura que
profundiza un poco mis su crítica al desarrollo convencional, y si
bien acepta considerar la Naturaleza com o una forma de Capital,
defiende la necesidad de asegurar los componentes críticos de los
ecosistemas. La distinción entre una postura débil y otra fuer­
te fue tempranamente indicada por Daly y Cobb (1 9 8 9 ), entre
otros.26
Asimismo, surge la noción de “desarrollo humano”, vinculada al Programa
de Desarrollo de las Naciones Unidas (P N U D ) e inspirada en lecturas de
orden filosófico, com o la de Amartya Senn, en la cual éste es asociado a las
ideas de equidad, libertad / competencias. Sin constituir una propuesta al­
ternativa a la visión economicista, sostenida por el neoliberalismo reinante,
la noción de desarrollo humano ha servido para complejizar la categoría
al incorporar otros indicadores, además de los económicos, referidos a la
educación, la salud, el género, entre otros.
En sum a, el informe Brunddand asentó el triunfo de una visión débil
de la sustentabilidad. Quedaron atrás otras propuestas más radicales, en
sintonía co n la ecología profunda, que apuntaban a una sustentabilidad
fuerte, co m o la del noruego Arne Naess.27 Pero también, como se verá en
el próxim o apartado, quedaron afuera otras propuestas críticas elaboradas
tempranamente desde los países del Sur, o bien en diálogo entre éstos y los
países del N orte.

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Conceptos y visiones alternativas desde el Sur
Enfoques alternativos desde el Sur hubo desde el comienzo de la discusión
sobre el desarrollo y sus límites, y también diversas respuestas al informe
sobre Los límites del crecimiento. Quisiera detenerme en algunos aportes
elaborados entre los años 7 0 y 8 0 , pues más allá de los sesgos que éstos
puedan presentar, fueron destacadas elaboraciones de intelectuales latinoa­
mericanos. Fundamentalmente se trata de posicionamientos críticos, va­
rios de ellos hoy olvidados, que discrepaban con la visión emergente de los
países desarrollados acerca de las responsabilidades y tareas pendientes de
cara al proceso de deterioro y contaminación ambiental. En consecuencia,
dichas respuestas se estrellaron contra una episteme hegemónica, esto es,
contra una voluntad deliberada por parte de representantes de los países
más poderosos para obturar, neutralizar o ignorar dichos aportes, en la
medida en que se diferenciaban u objetaban abiertamente las nociones y
paradigmas que se estaban pergeñando desde el Norte en relación con la
problemática ambiental.
El primero de estos aportes se refiere al concepto del ecodesarrollo,
producto de un diálogo entre el Norte y el Sur, el cual -co m o señalan
tantos especialistas- supo tener un éxito fugaz. Fue elaborado a lo largo de
varias reuniones, entre ellas, el seminario de Founex (Suiza, 1971); la C on­
ferencia de Cocoyoc (Morelos, M éxico, 1974) y el seminario organizado
por la Fundación Dag Hammarskjóld, en Estocolmo, Suecia, realizado
en 1975. Pero fue en la reunión de M éxico que se emitió una declaración
donde aparece el concepto de ecodesarrollo, en la cual se destaca el carác­
ter estructural de los problemas ambientales y la crisis global, se insiste
en que las desigualdades socioeconómicas en el deterioro ambiental son
consecuencia de los modelos de desarrollo y las formas de vida vigentes,
y se indica la necesidad de estilos de desarrollo alternativos y de un nuevo
orden internacional (Martins, 1995: 4 6 ; citado en Pierri, 2 0 0 5 ).
La declaración de Cocoyoc sentó un hito al establecer que el problema
no era la población sino la distribución desigual de la riqueza, y que las
desigualdades no son producto de ciertas condiciones geográficas sino de
las formas de explotación neocolonial. Bajo la influencia de la teoría de la
dependencia, se planteaba así que eran los países desarrollados, con alto
consumo, los que generaban subdesarrollo en los países periféricos y los

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e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

que por ende debían reducir su participación en la contaminación. Luego
de la Conferencia de Estocolmo, el concepto de ecodesarrollo fue retoma­
do por Ignacy Sachs, consultor de Naciones Unidas para la cuestión am­
biental, quien lo definió como un “desarrollo socialmente deseable, econó­
micamente viable y ecológicamente prudente” (Sachs, 1981). Para dicho
autor, el ecodesarrollo ofrecía al planificador un criterio de racionalidad
diferente al económico o crematístico, apoyado sobre postulados éticos
complementarios: solidaridad intrageneracional (generaciones presentes)
e intergeneracional (generaciones futuras). Además, encaminaba al plani­
ficador hacia la antropología cultural y la ecología, en la medida en que el
concepto hacía valer los aportes culturales de las poblaciones concernientes
en la relación con el medio. En suma, el ecodesarrollo era concebido como
endógeno, participativo, debía partir de lo local, responder a las necesi­
dades, promover la simbiosis entre sociedad humana y naturaleza y estar
abierto al cambio institucional (Sachs, 1981). El propio presidente mexi­
cano Luis Echeverría, que participó del último día de las deliberaciones
el Congreso de Cocoyoc, suscribió las resoluciones del mismo (Gutiérrez
Garza y González Gaudiano, 2 0 1 0 : 83). Sin embargo, el término ecodesa­
rrollo tuvo una vida breve y fue abandonado incluso por sus promotores.
Fue Henry Kissinger, el jefe de la diplomacia estadounidense, quien se
ocupó de realizar las gestiones necesarias para vetar el uso de dicho término
en los foros internacionales (Sachs, 1994) a fin de promover la adopción
del paradigma de “desarrollo sustentable”.
Por otro lado, es necesario tener en cuenta que, quizá más que en otras
latitudes, en A m érica Latina las izquierdas -sea en su matriz anticapitalis­
ta com o p opulista- se mostraron sumamente refractarias a las corrientes
ambientalistas que se iban pergeñando a la luz de las diferentes críticas del
paradigma productivista. En realidad, dichas críticas no sólo ponían en
entredicho algunos de los pilares del pensamiento de Marx, claro heredero
de la M odernidad, sino que, para gran parte de las izquierdas latinoamci i
canas, salvo excepciones, la incipiente problemática ecológica era considc
rada com o una preocupación importada de la agenda de los países ricos,
que apuntaba a reafirmar las desigualdades entre países industrializados
y aquéllos en vías (o con aspiraciones) al desarrollo industrial. Éste es un
tópico que resurgirá a partir del año 2 0 0 0 , desde la retórica de los gobiernos
progresistas latinoamericanos.

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En esa línea, com o ya ha sido adelantado, el Informe Meadows so­
bre “Los límites del crecimiento”, publicado en 1 972, suscitó numerosas
reacciones de parte de intelectuales latinoamericanos. Así, el influyente
economista Celso Furtado elaboró una respuesta en su breve libro El mito

del desarrolb económico y elfuturo del tercer mundo (1 9 7 4 ), en el cual cues­
tionaba que se tuvieran suficientes conocimientos de la estructura del siste­
ma económico mundial para proyectar tendencias de largo plazo, pues las
afirmaciones del informe elaborado por los técnicos del M IT desconocían
la especificidad del fenómeno del subdesarrollo, que lejos de constituir
tina fase del desarrollo, a la Rostow, era una deformación provocada por
la relación surgida entre los países dominantes y los países dependientes, a
partir de la Revolución Industrial (1 9 7 4 : 2 3 ). Además, la industrialización
del centro capitalista se habría basado en la creación de mercados masivos,
mientras que en la periferia sólo las minorías dominantes reproducen este
entilo de vida, siendo las grandes mayorías sectores excluidos del consumo.
IW ende, la hipótesis del colapso sólo tendría fundamento si el sistema tenihr.se a generalizar el modo de vida actual. En realidad, para Furtado, una
*le las conclusiones indirectas del informe era que el estilo de vida promo­
vido por el capitalismo actual sólo podía ser preservado para una minoría
(los países industrializados y, dentro de los subdesarrollados, las minorías
dominantes), pues todo intento de generalizarlo provocaría un colapso del
sistema. Esta conclusión era importante para los países del Tercer Mun­
do, pues ponía en evidencia que el desarrollo económico propuesto como
modelo por los propios organismos internacionales y países desarrollados
h .i

un mito: “Sabemos ahora que los países del Tercer Mundo no podrán

drstti rollarse jamás” (1 9 7 4 : 2 8 ).
( )tra de las conclusiones era que la salida de este dilema (que Furtado
*onsideraba no tanto un dilema com o una “fantasía digna de un cerebro
*Iü tronico”, pues sólo tenía en cuenta la realidad de los países ricos) soUmrntc podía realizarse por la vía de transformaciones estructurales que
■•un luían la primacía del interés social en lo que respecta al uso de los
0 •minos

escasos con la producción de sociedades más igualitarias. Por lo

Mino, desde el Tercer M undo, repensar el límite de los recursos naturaI» •» implicaba repensar el consumo, en función del interés social y de la
m».u ion

de sociedades más igualitarias, con otros patrones de consumo,

1 t.ihn, un sistema productivo de mayor longevidad. Esto no garantizaba

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que no habría presión sobre los recursos naturales, pero al menos la presión
sería muy inferior a la que existiría en caso de expandirse las formas de vida
prevalentes en el sistema dominante (ibídem: 32).
En la misma línea de Fuñado, se destaca el Modelo Mundial Latino­
americano, que surgió de un grupo de intelectuales, sobre todo argentinos,
que cuestionaron el Informe Meadows, pues consideraban que detrás de éste
había una lógica neomalthusiana, propia del discurso hegemónico, que liga­
ba el deterioro del medio ambiente y la escasez futura de recursos naturales
con el aumento de la población. De hecho, la propuesta de Meadows apun­
taba a recomendar el crecimiento cero en los países ricos y el control de la
población en los países pobres. En razón de ello, un grupo interdisciplinario
de especialistas elaboró un modelo alternativo: “¿Catástrofe o Nueva Socie­
dad? Modelo Mundial Latinoamericano (M M L)”, en 1 975,28 bajo el paraguas institucional de la Fundación Bariloche, y la coordinación del geólogo
Amílcar Herrera, quien había escrito anteriormente sobre la relación entre
ciencia y política. El informe afirma explícitamente el carácter normativo del
llamado Modelo Mundial Latinoamericano (esto es, no se proponía estudiai
las tendencias actuales sino señalar las metas deseables, de un mundo libera
do del atraso y la miseria), aunque, en realidad, en la presentación aparecían
claras líneas prospectivas (Fundación Bariloche, 1976). Así, se consideraba
que el uso devastador de los recursos naturales y el deterioro del medio am
biente no estaba ligado al aumento de la población, sino al alto consumo di
los países más ricos, lo cual imponía desde el principio una división en tu
países desarrollados y subdesarrollados. Los sectores privilegiados del pía
neta debían, por ende, reducir su consumo excesivo y disminuir su tasa di
crecimiento para reducir la presión sobre los recursos naturales y el mcdii
ambiente. Según Enrique Oteiza:
Después de un período de intenso trabajo exploratorio y debate
interno, se d ead ió construir dicho modelo empleando los méto­
dos más avanztdos disponibles entonces de la teoría de sistemas,
estableciendo una función dinámica orientada por la satisfacción
de un conjunto de necesidades básicas fundamentales respecto a
las cuales ya e x s tía en 1 9 7 0 un consenso importante entre quienes
trabajaban e n problemas de esta índole […] Es oportuno subra­
yar que a partir del trabajo de la Fundación Bariloche diversos en-

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a r is t e l l a

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foques teórico-metodológicos tomaron la noción de necesidades
básicas desarrolladas en el Modelo Mundial Latinoamericano.29
Por otro lado, el Modelo Mundial Latinoamericano consideraba que las
barreras no eran físicas, sino políticas y sociales, con lo cual la preservación
del medio ambiente tenía que ver más con el tipo de sociedad que se consiruía, antes que con límites físicos insuperables. En el mismo se destaca
una fuerte crítica a la sociedad de consumo.30 Así, la sociedad propuesta en
el M M L es no consumista, donde la producción está determinada por las
necesidades sociales y no por la ganancia. Pese a ello, el modelo propuesto
lonfía en la tecnología y considera que no existen razones científicas para
imponer una catástrofe ecológica o una escasez de recursos naturales en un
luí uro previsible. Es así una apuesta al cambio político y social, desde una
pe rspectiva diferente al discurso hegemónico, al cual cuestiona porque no
|nevé la construcción de un modelo basado en la transformación de las
•siructuras de poder (Oteiza, 2 0 0 4 ).
En suma, la apuesta de la Fundación Bariloche, como la de Celso Furtitilo, iba en la línea de un pensamiento autónomo y contrahegemónico,
•laborado desde la periferia, un pensamiento que, más allá de sus límites
•Irsarrollistas, cuestionaba la colonialidad del saber y apuntaba a reformas
•mi ucturales, que incluían no sólo pensar una sociedad más igualitaria sino
i.unbién otros patrones de consumo, adecuados a las necesidades sociales.
Al mismo tiempo, ambos aportes dejaban asentado su confianza en el pro­
ceso y en la tecnología. Ciertamente, colocaban el énfasis en lo político,
•li ulibujando en contrapartida las dimensiones ambientales que cobrarían
•»hL« vez mayor relevancia en la escena pública y la agenda global.31 Por
•ilnmo, cabe destacar que pese a que el M M L fue traducido al inglés y
li arnés, la perspectiva elaborada por la Fundación Bariloche no tuvo la
i» financia internacional esperada. Sin duda, a partir de 1976, con la irrup•Ii’mi de la peor dictadura cívico-militar de toda la historia argentina, hubo
li» itires endógenos que conspiraron contra la continuidad y evolución de
•-i.« perspectiva crítica.32
A lines de los años 6 0 y principios de los 7 0 , diversos planteamientos
••lili iilicron en poner sobre la mesa el debate sobre la naturaleza misma
.!• los procesos y programas de desarrollo, y su capacidad para dar sa•lililí i ión a diversos imperativos relacionados con el bienestar humano.

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e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

En esta línea, U nceta (2009) detecta un primer campo de críticas o ano­
malías relativas a la pobreza y la desigualdad, dentro de lo que algunos
denominaron el giro social. Ciertam ente, pese a los resultados obtenidos
en términos de incremento del PIB por habitante, resultaba difícil asu­
mir que el grado de desarrollo hubiera aumentado, cuando la pobreza,
el desempleo y el subempleo, o la desigualdad no habían disminuido.
El segundo campo de anomalías, en ese m om ento todavía incipiente, se
refería al progresivo deterioro del ambiente y de los recursos naturales, y
uno tercero tenía que ver con la falta de equidad de género. Por último,
existía un campo vinculado a la no correspondencia entre el crecimiento
económ ico y el respeto de la libertad y los derechos humanos. En ese
marco es que nace la noción de “maldesarrollo”, con el objeto de explicar
el fracaso global y sistemático de los programas de desarrollo, tanto en
los países llamados “subdesarrollados” com o en los “desarrollados”, al
interior del sistema mundial.
El término “mal desarrollo” -así, por separado- fue utilizado por di­
versos autores. Entre ellos, uno de los primeros fue Celso Furtado, quien en
su distanciamiento crítico con la línea oficial de la Cepal irá trazando cada
vez más una clara diferencia entre industrialización y modernización, entre
crecimiento y desarrollo, al punto de sostener que el ISI había sido una in­
dustrialización sin desarrollo.33 Para Furtado, subdesarrollo y maldesarrollo
eran la misma cara de la moneda, y así aparecen casi como sinónimos. Pero
sin duda también refiere a la idea de dislocación (heterogeneidad regional
y estructural) y profundización de las desigualdades (no sólo sociales, sino
entre los países del norte y del sur), algo que efectivamente -aunque sin reto
mar el térm ino- va a ser profundizado por los dependentistas.34 El término
“maldesarrollo” fue retomado por René Dumont y M . F. Mottin (1981), en
un libro consagrado al estudio de tres países latinoamericanos: Brasil, Méxi
co y Perú, y hacía referencia a una paradoja: la de un subcontinente con un
crecimiento considerable en términos de fuerzas productivas y de riqueza»
producidas; una industria importante; ciudades gigantescas (más, aun, dril
rantes), con mayor contaminación y embotellamiento que las de los país»»
desarrollados; en fin, u n despilfarro de recursos naturales y de fuerza de 11 a
bajo. Así, la desigualdad, el derroche, el saqueo, configuraban las dimen
siones del “maldesarrollo”, sin querer por ello oponer como contracara un
supuesto “buen desarrollo” correspondiente a Europa y los Estados Unido»»

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a r is t e l l a

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Desde otros lugares del capitalismo periférico, la noción de maldesarrollo fue adquiriendo mayor densidad conceptual. Ese fue el título de
un libro de Samir Amin, Maldevebpment. Anatomy ofa Global Failure, de
1990. Pero desde el Sur, sería la física y ambientalista hindú Vandana Shiva
quien retomaría el concepto de maldesarrollo para leerlo desde una lógica
geopolítica y de género. El desarrollo, que debió haber sido un proyecto
poscolonial, de la mano del progreso y el bienestar material para todos,
supuso una occidentalización de las categorías económicas. Para ser viable,
nu

puesta en marcha requería que las potencias ocuparan las colonias y

destruyeran la economía natural local. El desarrollo, la generación de exce­
dentes comerciales, se convirtió así en fuente de pobreza para las colonias,
y condujo incluso a la creación de colonias internas. De modo que
el desarrollo se redujo a ser la continuación del proceso de coloni­
zación, un modelo basado en la explotación o exclusión de la mu­
jer (occidental y no occidental), en la explotación y degradación
de la naturaleza, y en la explotación y destrucción gradual de otras
culturas. El crecimiento económico sustrajo recursos de quienes
más los necesitaban, sólo que en vez de potencias coloniales, los
explotadores eran “las nuevas élites nacionales”. [Com o proyec­
to culturalmente tendencioso, el desarrollo] destruye los estilos
de vida sanos y sostenibles y crea verdadera pobreza material, o
miseria, al desatender las necesidades de subsistencia mismas por
desviar recursos hacia la producción de mercancías.
Ani, la pobreza que genera el desarrollo ya no es cultural y relativa: “Es
■disoluta y amenaza la supervivencia misma de millones de seres de este
l’lanria”. UE1 mal desarrollo es la violación de la integridad de sistemas orivlMh os interconectados e interdependientes, que pone en movimiento un
pon rso de explotación, desigualdad, injusticia y violencia” (Shiva, 1995).
i m lm, aunque el aporte de Vandana Shiva es bastante posterior -p rin cit’ioN de los 9 0 - , importa destacar la asociación estrecha que condensa el
•miMi sarrollo com o la crítica antineocolonial no sólo al desarrollo, sino
•nuliién al modelo patriarcal,35 lo cual dará origen a una de las ramas más
i’odlluas del ecofeminismo.

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e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

Del desarrollo a escala humana al posdesarrollo
A nivel internacional, los años 80 implicaron el final de un ciclo, signado
por la crisis de los lenguajes emancipatorios, el colapso de los “socialismos
reales” y el inicio de un nuevo ciclo, el del consenso neoliberal, cuyo triple
eje sería el declamado fin de las ideologías, la demonización de la acción
del Estado y la liberación las fuerzas “benéficas” del mercado. En América
Latina, los 80, la llamada “década perdida”, estuvo marcada por la tran­
sición democrática (el final de las dictaduras militares), el aumento de la
pobreza (solamente en los últimos cuatro años el número de pobres en el
subcontinente registró una aumento del 2 5 % ); y, hacia el final, por epi­
sodios de hiperinflación (Venezuela, Argentina, Bolivia, Nicaragua). Este
contexto de descomposición económica y social conllevó un cuestionamiento del rol del Estado y facilitó la instalación de un discurso aperturista, de la mano de lo que luego se denominaría el Consenso de Washington.
En diferentes países latinoamericanos, con matices y particularidades, el
nuevo régimen de acumulación desmantelaría las bases ya erosionadas del
modelo nacional-desarrollista y pondría en marcha otro, asentado en l;i
reforma estructural del Estado, esto es, el ajuste del gasto estatal, la polí­
tica acelerada de privatizaciones, la importación de bienes y capitales y l;i
apertura financiera.
En este m arco, el desarrollo com o gran relato homogeneizante des
apareció transitoriam ente de la agenda política y académica, no sólo en
Am érica Latina sino también en otras latitudes. Esta declinación no fur
ajena al hecho de que, en un contexto de crisis de las izquierdas, las
ciencias sociales latinoamericanas, muy especialmente la economía poli
tica y la sociología política, que habían liderado el pensamiento crítico
durante décadas, realizaron una profunda inflexión política y epistemo
lógica. M ientras que, por un lado, la economía, en su versión neocl;t
sica y ortodoxa, se centró en la preocupación por la productividad y l.i
recuperación de los indicadores m acroeconóm icos, en el marco de los
diversos modelos de ajuste y estabilización, por otro lado, la sociología «u
fue orientando hacia una visión más modesta del saber social, al coniph
de la expansión de la antropología y otras perspectivas epistemológica
de carácter m ás etnográfico, o bien tendió a desarrollar un fuerte
institucionalista. que priorizaba el estudio de las transformaciones <1*

M

a r is t e l l a

S v a m p a ———————————————————————————————

173

la democracia posdictatorial y se colocaba a distancia del ethos radicalrevolucionario propio de los años 6 0 y 7 0 .
En esta línea, no pocos autores latinoamericanos, críticos de la visión
macrosocial, planificadora y centralizada del desarrollo, plantearon la im­
portancia de una concepción inclusiva y participativa del desarrollo, defi­
nido a una escala diferente, de respeto por las culturas campesinas y ori­
ginarias y de fortalecimiento de las economías locales y regionales. Hacia
fines de los años 80 nace así el enfoque del “desarrollo a escala humana”,
cuyo autor principal es el economista chileno M andref Max-Neef, junto
con Antonio Elizalde y Martín Hopenhayn. Este enfoque propone una
lectura o redefinición del sistema económico que parte de la perspectiva de
la atención de las necesidades humanas básicas, incluidas dentro del marco
social y ecológico.36 La teoría del desarrollo a escala humana cuestiona el
enfoque economicista, centrado en la idea de que el bienestar de las perso­
nas depende de la riqueza global de las naciones, lo cual podía medirse a
través del Producto Bruto Interno (esto es, a través del conjunto de bienes

y servicios que produce el país; a lo cual se añadió luego la relación con
la cantidad de población, PN B per cápita). Aunque cuestiona a ambos,
ilistingue, por supuesto, entre desarrollismo y neoliberalismo. El fracaso
ilcl desarrollismo no puede atribuirse a su pobreza o falta de creatividad;
pero sus errores tienen que ver tanto con los desequilibrios económicos y
financieros, con la fuerte concentración de la estructura económica, así
i orno por su enfoque sobre el desarrollo, predominantemente económico,
que dejó de lado procesos sociales y políticos emergentes, en especial luego
cle la revolución cubana. En cambio, si “el desarrollismo fue generador de
pensamiento, el monetarismo ha sido fabricante de recetas” (M ax-Neef et
*//., 1986). Estas recetas mostraron un rápido fracaso en América Latina,
iIr jando un vacío estrepitoso a su paso, aumentando aún más los costos
Muíales.
En contraste con estas visiones, el desarrollo a escala humana propone
i nnstruir un indicador del crecimiento cualitativo de las personas. Para
rilo, parte de la idea de que tradicionalmente se ha considerado que las
necesidades humanas tienden a ser infinitas y cambian constantemente,
ilr un período a otro, de una cultura a otra. Sin embargo, las necesidades
humanas fundamentales son las mismas en todas las culturas y en todos
Ion períodos históricos. Lo que cambia a través del tiempo y de las culturas

D

174

e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de las necesidades
(M ax-Neef et al., 1986). Cada sistema económico, social y político adopta
diferentes estilos para la satisfacción de las mismas necesidades humanas
fundamentales. Uno de los aspectos que define una cultura es su elección
de satisfactores, los cuales son construidos culturalmente. Los bienes son el
medio por el cual el sujeto potencia los satisfactores para vivir sus necesi­
dades. Cuando estos bienes se constituyen en un fin en sí mismo, la vida se
pone al servicio de los artefactos y no a la inversa. En consecuencia, a la luz
de la actual crisis dvilizatoria, “la construcción de una economía humanis­
ta exige repensar la dialéctica entre necesidades, satisfactores y bienes”. De
modo que el desarrollo a escala humana
se concentra y sustenta en la satisfacción de las necesidades huma­
nas fundamentales, en la generación de niveles crecientes de autodependencia y en la articulación orgánica de los seres humanos
con la naturaleza y la tecnología, de los procesos globales con los
comportamientos locales, de lo personal con lo social, de la pla­
nificación con la autonomía y de la sociedad civil con el Estado.37
En suma, la p e rfe ctiv a aquí reseñada ofrece un enfoque crítico-humi
nista: parte de la crítica a una visión productivista y al mismo tiempi,
cuestiona la consulidación de una sociedad consumista. Esta produce m
sobredimensionamiento de bienes y un subdimensionamiento de ncu* i
dades y satisfactcres, lo cual genera una sociedad insustentable. Enticnl»
la pobreza desde diferentes registros, a partir de la idea de que cualqun
necesidad hum aia n o satisfecha genera pobreza. Asimismo, la magniinl
del desempleo, su persistencia y larga duración y, en América Latina.!
hiperinflación, generan patologías no sólo individuales, sino colea ivn
que conspiran contra la misma solución de los problemas. Sin embaí
la contrapropuesta a esta situación no es crear una sociedad ascética

on

sobredimensionc las necesidades y satisfactores, anulando el deseo-,

m i *•

una sociedad ecológica, sustentable, en la que se persiga la satisfacción!!’
las necesidades, ín térm inos de calidad, tratando de enriquecer las loi im
de satisfacer las íecesidades y reivindicando lo subjetivo.
La crítica más radical a la visión hegemónica de desarrollo provinmln
embargo desde <1 posestructuralismo. En 1 9 9 2 , Ignacy Sachs coordim •1

M

a r is t e l l a

S v a m p a ———————————————————————————————

175

/ Accionario del desarrollo. El capítulo sobre “desarrollo” estuvo a cargo del
mexicano Gustavo Esteva, quien llevó a cabo una crítica demoledora que
subrayaba la invención del desarrollo y de su contracara, el subdesarrollo,
por parte de los Estados Unidos y las demás potencias occidentales al fi­
nalizar la Segunda Guerra Mundial (1 9 4 9 ); una dicotomía que, desde su
perspectiva, adquiriría una gran virulencia colonizadora. La crítica señala­
ba el carácter monocultural de la metáfora del desarrollo en la medida en
ipie ésta había privado a los pueblos de culturas diferentes a la occidental
iluminante de la oportunidad de definir las formas de su vida social (Este­
va, 1996: 56). Asimismo, abarcaba las diferentes adjetivaciones, que iban
•Irsele el desarrollo endógeno, el desarrollo sustentable y el desarrollo hu­
mano, como atenuantes de un mismo modelo colonizador.
A esta lectura crítica se sumó el aporte del antropólogo colombiano
Aimro Escobar, quien en sintonía con los cuestionamientos propios de
las i Hirientes indigenistas, apuntó a desmontar el concepto moderno de
•Irstii rollo, en tanto discurso de poder, a fin de develar los mecanismos
piim ipales de dominación (la división entre desarrollo/subdesarrollo; la
pmlrsionalización del problema -lo s expertos- y su institucionalización
>n una red de organizaciones nacionales, regionales e internacionales),
asi mino el ocultamiento y/o subvaloración de otras experiencias/conocimirnios locales y prácticas vernáculas (la figura del “epistemicidio”, como
•Ih la posteriormente Boaventura de Sousa Santos). Importa destacar que el
•P ilr la crítica posestructuralista no fue proponer otra visión del desarroIIh, simo cuestionar los modos en que los países del Tercer Mundo llegaron
i *♦ i definidos com o países subdesarrollados y, por consiguiente, necesita­
os de desarrollo. C om o advierte de modo explícito el autor colombiano,
I ♦ pii’gtmta que se hacía no era: “¿Cómo podemos mejorar el proceso de
I* amollo?”, sino: “¿Por qué, por medio de que proceso histórico y con
|im‘ »onsccuencias Asia, Africa y América Latina fueron ideados como el
I* im i Mundo’ a través de los discursos y prácticas del desarrollo?” (2 005
i r MMI|: 18 ).38 Así, uno de los ejes de la idea de posdesarrollo es la crítica y
•••«Hisi i uteión del desarrollo; marco en el cual éste ya no sería el principio
*|* nn/.ulor de la vida social. Otros ejes que plantea son la revalorización
• lii uilttiras vernáculas, la necesidad de depender menos del conocinh uto experto y el objetivo de crear un mundo social, cultural y ecológi­
c o me sostenible.

176

D

e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

La idea de posdesarrollo fue criticada tanto desde el campo neoliberal
com o desde el marxismo, dado su enfoque discursivo, que pasaba por alto
que los verdaderos problemas del desarrollo eran la pobreza y el capita­
lismo.39 Además se le objetaba presentar una visión muy generalizada y
esencialista del desarrollo, así como la de desplegar una mirada muy romantizada de las tradiciones locales y los movimientos sociales, obviando
que lo local también se encuentra configurado por relaciones de poder.
Escobar aceptó la validez de ciertas críticas (Unceta, 2 0 0 9 ), pero enfatizó
que la diferencia con los enfoques dominantes es que éstos últimos veían
el conocimiento com o una representación de la realidad, postulando la
existencia de una verdad ontológica, mientras que el posestructuralismo
parte de una posición epistemológica constructivista, cuyo fundamento es
siempre histórico.
En fin, los escritos de A rturo Escobar han sido sin duda muy in­
fluyentes en el pensamiento ambiental y la ecología política en Am é­
rica L atina, en la búsqueda de una propuesta alternativa, por la vía
de un tipo de racionalidad y relacionalidad diferente al pensamiento
dom inante, asentada en la construcción colectiva, en el principio de
reciprocidad y los saberes locales, cuyos protagonistas o portadores por
excelencia son los movimientos sociales, entre los cuales se encuentran
los pueblos originarios y afrodescendientes. N o por casualidad su lee
tura ap u n tará al m odo en que las epistemes vernáculas desordenan el
con o cim ien to m oderno, postulando otras cosmovisiones relaciónales,
que rom p en o cuestionan el dualismo occidental. Esta mirada radical
que p rop on e pensar desde una cosmovisión relacional los vínculos en
tre la naturaleza hum ana y no hum ana se suma al conjunto de posi
cion am ien tos que Gudynas (2 0 1 2 ) ha denominado com o “alternativas
al desarrollo” , para oponerlo a las “alternativas de desarrollo”, entre las
cuales el a u to r uruguayo incluye además la sustentabilidad superfuertc,
el b io cen trism o y la ecología profunda.

M ovim ientos sociales, ambientalismo y ecología política
D urante m u ch o tiempo, en Occidente, las historia de las luchas y formas
de resistencia colectiva estuvieron asociadas a las estructuras organizativas

M

a r is t e l l a

S v a m p a ———————————————————————————————

177

ilc la clase obrera, considerada ésta com o el actor privilegiado del cambio
histórico. La acción organizada de la clase obrera era conceptualizada en
términos de “movimiento social”, en la medida en que ésta aparecía como
el actor central y, potencialmente com o la expresión privilegiada de una
nueva alternativa societal, diferente al modelo capitalista vigente. Sin em­
bargo, a partir de 19 6 0 , la multiplicación de las esferas de conflicto, los
cambios en las clases populares pusieron de manifiesto la necesidad de am­
pliar las definiciones y las categorías analíticas. Para dar cuenta de ello, se
instituyó la categoría - a la vez empírica y teórica—de “nuevos movimientos
sociales”, a fin de caracterizar la acción de los diferentes movimientos soi iales que expresaban una nueva politización de la sociedad, a través de la
puesta en público de temáticas y conflictos que tradicionalmente se habían
considerado com o propios del ámbito privado o bien aparecían naturaliza­
dos, asociados al desarrollo industrial.
Es en este marco que deben ser comprendidos los movimientos ecolo­
gistas o ambientales, que junto con los movimientos feministas, pacifistas
v estudiantiles ilustraban la emergencia de nuevas coordenadas culturales y
políticas.40 Ciertamente, tanto la ecología com o los movimientos ecologisuis son herederos de los sucesos del 6 8 , año que sentó una inflexión políiu o-cultural,

marcado por las revueltas estudiantiles de carácter libertario,

unto en los países del Norte así com o en el Sur, desde París y los campus
itmcricanos hasta Praga y la capital mexicana, donde dichos movimientos
Inerón fuertemente reprimidos. El naciente movimiento ecologista apunhibii sus críticas al productivismo, el cual alcanzaba tanto al capitalismo
mino al socialismo soviético, al tiempo que aparecía unificado detrás del
i tirstionamiento al uso de la energía nuclear.41 Los años 7 0 señalan, com o
v»i se ha dicho, el ingreso de la cuestión ambiental en la agenda global. Sur(\rn así instituciones internacionales y nuevas plataformas de intervención
!t nino el P N U D ), diferentes organizaciones de tipo ecologista, los primem* Partidos Verdes (con el partido alemán, como modelo) y numerosas
i )N (¡,42 con tendencias y orígenes ideológicos muy contrastantes, desde
Ims más conservadores hasta los más radicales.43En América Latina, si bien
•Irnle los años 50 existían organizaciones conservacionistas en diversos paíii’ü, éstas tenían escasa repercusión. En trabajos escritos durante los años
‘MI,

Enrique Leff y Eduardo Gudynas, dos referentes en el tema, señalaban

U heterogeneidad del incipiente movimiento ambiental y su carácter poli-

D

178

e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

clasista -aunque marcado por la presencia de las clases m edias- (Gudynas,
19 9 2 ), y enfatizaban también su débil identidad, cohesión y continuidad
(Leff, 1995). Esta debilidad sin duda aparecía ligada a la idea central que
recorría a las élites políticas latinoamericanas, derechas e izquierdas reuni­
das, de que la preocupación por el ambiente era una cuestión de agenda de
los países industrializados, ya que el principal problema en América Latina
referido a la contaminación era la pobreza. Por otro lado, había un inci
píente pensamiento ambiental, promovido por los pioneros en el campo
del ambientalismo, a saber, aquéllos que participaron de los debates en las
diferentes conferen:ias internacionales sobre el desarrollo sustentable, ¡il
tiempo que comenzaron a generar un saber experto independiente de las
grandes transacionales conservacionistas. Cada país tiene su propia cohorte*
de pioneros del ambientalismo. Por ejemplo, en la Argentina, uno de los
pioneros más destacados es Miguel Grinberg, creador de la mítica revist.i

Mutantia, quien introdujo numerosos temas ligados a la ecología, al tiem
po que siempre fue m uy crítico del proceso de expropiación del discu i\m
“verde” en manos del poder transnacional.44
Entre los años 7 0 y 8 0 hubo un crecimiento del número de grupo< ambientalistas, peto también una fuerte tendencia a la institucional iz.i
ción. En Brasil, el primer movimiento ambientalista de carácter contcst.i
tario fue sin duda d de los seringueiros, en el Estado de Acre, el cual logn
afirmar una forma específica de territorialidad insertándose en la disput
por el significado cel “desarrollo sustentable”. Esa afirmación colocaba a I
población com o “tnidad de conservación ambiental”, al tiempo que ahí l
un interesante didogo entre tradición y modernidad (Porto Gon^alvc
2 0 0 1 : 8 3 ). El m ov.m iento de los seringueiros se hizo muy conocido a niv.
internacional luego del asesinato del activista Chico Mendes (1988). P»
otro lado, en la época, com o afirma Eduardo Viola para el caso del lh.
sil (1 9 9 2 ), antes ^ue movimientos ecologistas propiamente dichos habí
movimientos socides que tenían una dimensión socioambiental, proilu
to además de la h teracción con grupos ambientalistas. En esta linca, m
pretender exhausividad, Viola mencionaba a los siguientes: los afectad*
por las inundacioies; los caucheros (o seringueiros), cuya interacción t n
grupos am bientalstas les habría permitido elaborar el programa de rrw
vas extractivas; les movimientos indígenas, cuya interacción con gmp*
ambientalistas, especialmente internacionales, los llevó a explicitar mr|i

M

a k is t e l l a

S v a m p a ---------------------------------------------------------------------------------------------

179

rl contenido de protección ambiental de su lucha por la tierra y la demari ac ión de reservas; algunos sectores de los movimientos de trabajadores
míales sin tierra, particularmente en el Sur, que instalaron una dimensión
ambientalista en su lucha por la reforma agraria; los sectores del movi­
miento de mujeres, que mostraron disposición para articular las cuestiones
Irm mistas con las ambientalistas, aunque en la época no existía ningún
l^cupo ecofeminista equivalente a los del Primer Mundo; sectores de los
movimientos barriales (a causa de la ostensible agresión al ambiente por
|mi ir de la industria); movimientos de defensa del consumidor, una parte
ilHmlicativa de cuyos miembros tiene experiencia previa en el ambientalisnmi; movimientos por la salud ocupacional, que reúnen a activistas sindicá­
i s v médicos sanitaristas, un sector reducido del movimiento estudiantil,
•ni ir otros (Viola, 1992: 1 3 8 -1 5 5 ).

IS iqlec tivas críticas: de la economía ecológica a la ecología política

El ambientalismo se inscribe así en la transición de una
modernidad marcada por la homogeneización cultural,
la unidad de la ciencia, el eficientismo tecnológico y la
lógica del mercado, hacia un nuevo proyecto de civili­
zación, orientado hacia estilos alternativos de desarrollo
fundados en las condiciones de sustentabilidad de los
ecosistemas diversos delplaneta y la heterogeneidad cul­
tural de la raza humana. El ambientalismo se sitúa así
en una modernidad alternativa que busca desconstruir
la lógica del capitaly desconcentrar el poder para cons­
truir otra racionalidad social.
Enrique Leff, 1995.
l » •dirigencia de la cuestión ambiental ha dado paso a la consolidación
mirvti.s ramas o disciplinas del saber, entre ellas, la ecología política, la
••nomlu ecológica y la historia ambiental, que han conocido una gran
l' dimón en las últimas décadas, tanto en los países del Norte como en
' mm iiui Latina, entre los cuales se destacan autores como Enrique Leíf,
• lu nild ( ¡udynas, Arturo Escobar y Guillermo Castro Herrera, entre mu-

D

180

e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

chos otros ya citados. Al compás de estas discusiones, irán desarrollándose
diferentes disciplinas: la economía ambiental, que se propone superar una
definición crematística, propia de la economía convencional, definiéndose
como “la ciencia de la gestión de la sustentabilidad” (Pengue, 2 0 0 9 : 5 6 ).^
El grupo de estudios de Ecología Política de Clacso, coordinado por
el sociólogo Héctor Alimonda, en el cual confluyeron varios de los repre­
sentantes más conocidos del amplio campo de la ecología del continente,
tendría sin duda un rol pionero en la problematización de estas cuestiones.
Además de los nombrados, convergieron en dicho grupo autores como
Henry Acselrad, Roberto Guimaraes, Marcos Gandasegui (h), Walter
Pengue, Roberto Moreira y Pedro Jacoby.16 También hay que sumar otros
aportes, com o los de L. Sejenovich, desde la economía ecológica, y Gcr
mán Palacio, desde la historia ambiental.
Desde la ecología política y la filosofía ambiental, uno de los abor
dajes más ricos y complejos es el del mexicano Enrique Leff, creador Jr
diferentes conceptos-horizonte: “racionalidad ambiental”, “saber ambicn
tal”, “complejidad ambiental”, “epistemología ambiental”, “hermenéutii.i
ambiental”, “diábgo de saberes”. Leff suele subrayar el olvido de la naiu
raleza y la ceguera epistémica de las ciencias sociales. Desde su perspeu i
va, lo ambiental ha sido lo impensable para éstas. Retomando la noción
de racionalidad del legado de la sociología weberiana, Leff acometió l»i
tarea de definir el concepto de racionalidad ambiental desde una óptii >•
crítico-comprenúva. La tesis, de índole epistemológica, apunta a los inn
dos de conocer, a las formas de concebir el mundo, de transformarlo, ó»
dominarlo. Así, no se trataría solamente del pasaje de la era del progreo *
la era del riesgo sino de una crisis civilizatoria que implica una crisis »!• I
conocimiento, la cuestión ambiental no queda reducida a una cucsión
de sensibilidad teológica, adherida al cambio cultural; es una reflexióml» I
pensamiento so^re los modos de pensamiento que han hecho insustm.i
ble al mundo.
En esta linca, en un artículo publicado en 2 006, Leff propuso rcpriM»
la ecología polítea co m o “campo en construcción”, a partir de la articula
de pensamiento crítico y acción política. Desde su perspectiva, la
política abre una pregunta sobre los procesos de mutación más recicma «I*
la condición exstencial del hombre, no sólo sobre los conflictos de disi ilut
ción ecológica ¿no también sobre las relaciones entre el mundo de vmi

M

a r is t e l l a

S v a m p a ———————————————————————————————

181

las personas y el mundo globalizado. En el paradigma de la ecología política

i onvergerían diferentes disciplinas críticas -entre ellas, la economía ecológi­
ca, la historia ambiental, el derecho ambiental, la sociología política, la ani Topología de las relaciones cultura-naturaleza y la ética política-. Asimismo,
I cft sostiene que el aporte fundamental de la ecología es político, no sólo
epistemológico, en la medida en que apunta, por un lado, a la desnaturali/ tu ión de la naturaleza, de las condiciones “naturales” de existencia, de los
desastres “naturales”; por el otro, a la ecologización de las relaciones sociales
(I rlí, 2 0 0 6 ). En suma, la ecología política es un territorio en disputa en el
i nal se están construyendo nuevas identidades culturales en torno de la detensa de la naturaleza, culturalmente resignificada, a través de las luchas de
trsistcncia hoy existentes. Luchas que, com o veremos en la segunda parte
•Ir este libro, se definen en contra de las diferentes formas de extractivismo
“ipuiididas en el continente y en defensa de otros lenguajes de valoración
•Ir! territorio. Por último, la ecología política deviene también una nueva
•pimrmología política, cuya voluntad de integración y complementaridad
•I» conocimientos desborda el proyecto interdisciplinario, reconociendo las
•si iategias que se juegan en el campo del poder y reconduciendo hacia la idea
•l« dialogo y encuentro de saberes.
Por otro lado, son numerosos los especialistas que han venido estu•liitndo estos nuevos conflictos marcados por una desigual redistribución
L lm riesgos, entre ellos los ya citados Joan Martínez Allier (20 0 4 ) y Henri
\i M’lrail (2 0 0 2 , 2 0 0 4 ). Dichos autores consideran que han sido los moimirmos de justicia ambiental los que han marcado el carácter desigual
I» Lis i (indiciones de acceso a la protección ambiental. Martínez Allier fue
jmi»ii

bautizó a estos movimientos, propios de los países del sur o de la pe-

•iL na, ionio “ecología popular” o “ecología de los pobres”. El economista
•i ihn se refería a una corriente que colocaba el acento en los conflictos
••••Iiiriiiales, que en diversos niveles (local, nacional, global) son causados
i “i la icproducción globalizada del capital, la nueva división internacio” d v territorial del trabajo y la desigualdad social. Esta perspectiva crítica
ibi.ivj también el desplazamiento-geográfico de las fuentes de recursos
•L Ins desechos. Dichos movimientos, aún sin reconocerse como am»* mu listas en su origen, inician un recorrido de defensa y protección del
Mullirme y van adquiriendo cada vez mayor importancia en los últimos
iius b sto se debe a la demanda cada vez mayor de los países desarrollados,

D

182

e b a t e s l a t in o a m e r ic a is k

)s

en términos de materias primas y de bienes de consumo, lo cual amenaza,
en el mediano plazo, la sustentabilidad social y ecológica de los territorios
y los ecosistemas,47 La acumulación de daños ambientales refiere así, de
modo inevitable, a cuestiones que tienen que ver con la deuda ecológica,
así como a la responsabilidad social y política del Estado: desidia, compli
cidad y abandono, exclusión, racismo, al cual éste somete o condena a las
poblaciones urbanas o rurales, con menor poder económico y político.
Por último, para Acselrad, la distribución de los costos ambientales
suele poner de relieve patrones históricos de injusticia ambiental, que re
flejan profundas desigualdades, no sólo entre los países del Norte y drl
Sur sino también al interior de nuestras sociedades, tanto desde el punm
de vista social y etario com o étnico y de género. Así, la noción de justiiw
ambiental “implica el derecho a un ambiente seguro, sano y productivo
para todos, donde el medio ambiente es considerado en su totalidad, inclu
yendo sus dimensiones ecológicas, físicas, construidas, sociales, política
estéticas y económicas. Se refiere así a las condiciones en que tal dered m
puede ser libremente ejercido, preservando, respetando y realizando plciui
mente las identidades individuales y de grupo, la dignidad y la autonoi il i
de las comunidades” (Acselrad, 2 0 0 4 : 16). Este enfoque, que enfatiz.i L
desigualdad de los costos ambientales, la falta de participación y de denm
cracia, el racismo ambiental hacia los pueblos originarios despojados de iih
territorios en nombre de proyectos insustentables, en fin, la injusticia «l«
género y la deuda ecológica, está en el origen de diversas redes de jusi i l.i
ambiental que desde los 9 0 se desarrollan en América Latina, en pa •«»com o Chile (O L C A , Observatorio Latinoamericano de Conflictos A h
bientales) y Brasil (R ed de Justicia Ambiental).48

* **

A diferencia de épocas anteriores donde lo ambiental era una dimcirínn
más de las luchis, p o co asumida explícitamente, en la actualidad esta ná­
frente a una resin ificació n de la cuestión ambiental, en clave territor.il i
política. Vivimos aquéllo que Enrique Leff llamara “la ambientalizaciói *1*
las luchas indígenas y campesinas y la emergencia de un pensamiento nn
biental latinoam ericano” (2 0 0 6 ). Por un lado, esta dinámica deambuii.»

M auistella S vampa

183

ll/iii icSn se traduce en la emergencia de diferentes movimientos socioterrito-

•htln (no exclusivamente indígena-campesinos) orientados contra sectores
pilv.ulos (corporaciones, la mayor parte, transnacionales) así como contra
•I I siado (en sus diferentes escalas y niveles), que en la misma dinámica de
Im ha tienden a ampliar y radicalizar su plataforma representativa y discur­
siva, incorporando otros temas, tales com o el cuestionamiento a modelos
•Ir ilrsarrollo que son percibidos com o monoculturales y crecientemente
•liAl i iictivos. Por otro lado, asistimos también al surgimiento de un pen­
samiento ambiental latinoamericano, visible en la creación de conceptos
•i Hu os y conceptos-horizonte que apuntan a una nueva racionalidad amhli’lllill.

N i i I iIN
1 l\ira K. Unceta y J. M . Naredo, la “prehistoria del desarrollo” está ligada a las ideas
I* pmgirso y Modernidad. Sin embargo, Naredo (2006) considera que la noción misma

«til-rollo tiene una historia propia, pues ésta empezó aplicándose a la biología para

I* «i^i iiii la evolución que acompaña el crecimiento de las plantas y los animales hasta alh im » mi

plenitud, y se transfiere a la escena social en el siglo X V III, cuando se presenta el

Ir MHnlln histórico com o continuación del desarrollo natural. Pero es en el siglo X IX que
hih •llora biológica se traslada plenamente al campo social. M arx sería quien ligará la
mu »p< lón
imh

hegeliana de la historia al concepto darwinista de evolución, otorgando a las
productivas (en términos de progreso económ ico y técnico) el rol del m otor del

hmIiIm lusiórico,

en un sentido positivo.

I’aia abordar de modo general el tema del cepalismo pueden consultarse Furtado,
• “•‘ i i iiiiiérrcz Garza, 1994; M allorquín, 1994; Sztulwark, 2 0 0 3 ; Nahon
•••i.

et ai,

2006;

< \isicllani etaL, 2 0 0 2 ; Pécaut, 1989; M athias y Salama, 1983, y Gutiérrez Garza y

..... llr/ ( ¡audiano, 2 0 1 0 . Sobre el tema de los antecedentes, véase Devés Valdés (2000:
"• I IH II ID I ).

' I *i expresión es de Octavio Rodríguez, retomada por Estela Gutiérrez Garza, 1 9 9 4 :1 2 6 .
' S illín Ihelschowsky (1998), los elementos analíticos de la Cepal eran cuatro: el enfoi i ItUiúiii o estructural; el análisis de la inserción internacional; la consideración de los
mili iMiMiitcs estructurales del crecimiento, el progreso técnico y la distribución; y, por úl...... I.i piixibilidad de la acción estatal.
I m il pigina web sobre Prebisch, Naciones Unidas define así el método histórico-estruc•«I l*i i ii u ión de que los países menos desarrollados y los desarrollados enfrentan problemas
•iliMiiviiinrntc distintos y que la construcción de políticas y el fortalecimiento de las capaciM i . i|* | I muiIo son condiciones determinantes para que los países menos avanzados puedan
n-lHiiiiiiiftr

y alcanzar

mayores niveles de desarrollo” (Naciones Unidas, 2000).

D

184

e b a t e s l a t in o a m e r ic a n o s

6 En un interesante libro autobiográfico, publicado en 1985, La fantasía organizada*
referido a la década de 1950, Furtado da cuenta de los recorridos regionales de la Cepal,
en su armado original, y alguno de los debates que ésta suscitó en torno al subdesarrollo.
En él explica que los vínculos entre la Cepal y el peronismo fueron muy tenues. En sus
memorias de la primera década de la Cepal, Celso Furtado afirmaba que el gobierno pero­
nista carecía de una política de industrialización (1 9 8 5 : 91). Cuenta además que Prebisch
se lamentaba de que Perón no tuviera las mismas virtudes de Vargas. “En cierta ocasión me
dijo que si hubiera podido influenciar a Perón en el comienzo, infundiéndole una visión
clara de los verdaderos problemas económicos en los que se encontraba la Argentina, l.i
Historia de su país pocía haber tomado otro rumbo. Intentó ese contacto con Perón, pero
ciertas personas habían confundido la cosa, sin duda por el temor de perder influenciíi"
(ibídem: 105). Por otro lado, Sikking afirma que los peronistas estaban al tanto del penan
miento desarrollista surgido en la Cepal. En sus conferencias de 1951, el ministro Jr
Econom ía de Perón utilizó conceptos y términos que indicaban que conocía la obra Jr
Prebisch. “Ningún peronista le atribuyó a Prebisch haber influido en la política económu .i
del gobierno de entorces; algunos llegaron a sugerir que la Cepal había tomado ideas dr!
peronismo, y no a la inversa. Por ejemplo, en 1953, Perón declaró: “La Cepal ha dicho qtn
la única solución p a n los países semidesarrollados es la industrialización. [...] N oson»
dijimos lo mismo hace diez años y durante los últimos diez años lo hemos puesto en pri»
tica en la República Argentina”. Prebisch refutó esta afirmación, pero al mismo ticnip!'
reconoció las similitudes entre las ideas cepalinas y la postura de Perón sobre la indusiiM
lización” (Sikkind, 200 9 : 4 0 , nota al pie). Por otro lado, pese al prestigio internacional ih
Prebisch (había creaco el Banco Central de la Argentina), en la Argentina del primer |h
ronismo éste era visto com o un “hombre de la oligarquía”, no tanto por su participación
en gobiernos militares anteriores com o por su convicción decididamente antipero mm.»
No hay que olvidar que en 1956, luego de la caída de Perón, com o producto de un
de Estado militar, Piebisch asumiría el cargo de ministro de Econom ía (aun conserva ni"
su rango diplomático com o funcionario de las N aciones Unidas).
7 Producto de la polémica con el economista Ragnar Nurkse sobre el desarrollo, m
tado escribió un artículo publicado en la International Economic Papers, que tuvo repr •n
sión internacional, ) en el que disentía con Nurkse de que era el “tamaño del mercad* I*
que obstaculizaba el desarrollo de los países subdesarrollados, sosteniendo que “un nnn •
do sólo es pequeño ;n relación a algo”, y esto tiene que ver “con el tipo de equipos ui ló •
dos en los países adelantados” (Mallorquín, 1994: 4 8 -49).
8 “La h isto ria e s lo que es. N o puedo im aginarla com o el fruto de un detcrmin
m o, ni de una necesidad lógica. E n aquel m om ento, cuando se abrieron varias pe •»(•*
lidades para B r a s il prevalecieron las fuerzas que prom ovían la m odernización,

•'

desarrollo. Y eso v i a m arcar a Brasil, en el siglo X X , com o una nación subdcs.ii hIIda” (Fu rtad o, 1 9 8 0 : 6 ). Varios textos de Furtado habían anticipado una m a n n .
tinta de m irar el desarrollo, desde una visión que tom aba en cuenta la heterogrn ó l»1
social y la asim etiía de las relaciones sociales. Com o señala M allorquín (201 j ) •
cam bio de v isió n carece ligado a su regreso al Nordeste brasileño y sugcogr;ilíu I» I
desigualdades persistentes.

M

a r is t e l l a

S v a m p a ---------------------------------------------------------------------------------------------

185

9 En este texto, según M allorquín, se pueden encontrar elementos conceptuales que
luego serán retomados por el dependentismo, sobre todo por el libro Dependencia y desa­

mólo en América Latina, de Cardoso y Faletto, quienes se encontraban en Chile y partici­
paron de dichas discusiones (M allorquín, 1994: 71).
10 Para un retrato intelectual de M edina Echavarría, véase Juan Jesús Morales M artín
( M)13). Retomando la tesis weberiana de los tipos ideales, Medina Echavarría se abocó al
lidio de la “hacienda” y a través de ella, reflexionó sobre el ethos de los hacendados y la
m hienda señorial en América Latina.
11 Revista de la Cepal, primer trimestre de 1976, disponible en Internet. Incluye tamiili4n artículos de Marshall W olfe y Prebisch, entre otros.
12 “¿Cómo concebir globalmente el desarrollo y cóm o superar los enfoques fragmenMilns y a menudo conflictivos de las disciplinas? ¿Qué clase de síntesis es un estilo? ¿Cuál
ni contenido esencial? La oposición entre desarrollo económ ico y social no fue una
•iiiutrcuencia exclusiva de la separación disciplinaria entre economía y sociología. También
mi vi» que

ver con un abanico ideológico bastante amplio que comprendía desde la posición

•»Miminicista de quienes, en un extremo, pensaban que el crecimiento de la economía
pim huiría necesariamente su modernización, y por mera presencia la transformación y el
•l>‘iiti rollo de la sociedad, hasta aquéllos que, en el extremo opuesto, creían que ambos, el
•m i miento económ ico y el desarrollo social, constituían etapas o fases sucesivas, y que el
lili lino no podía lograrse sino después y a costa de los avances del primero. Una posición
tllüiéniii se encuentra en la vertiente politicista o sociologista de quienes creen que el desaimlln político (o la revolución política) es necesariamente previo a cualquier transformaiMm
1′

n o n ó m ica y social o en los partidarios de un reformismo social progresivo, pero
Mh.nlo, cuando no de un conservadurismo modernizante” (Graciarena, 1978: 1094).
M Su propuesta constituyó un avance, en la medida en que se propuso no sólo una

(•mili» m.uización teórica (ir más allá de las estrategias y políticas de desarrollo), sino taml i* »i»niuribuir con una serie de orientaciones para la identificación de un estilo concreto
!•

am ollo, que incluyera diferentes dimensiones, la dinámica relacional - o dialéctica-

mi» hit mismas, las diversas escalas; los diferentes condicionantes y el sentido del movim» mu principal de un estilo. En esa línea, resulta muy interesante el análisis de Estela
‘ «iMi’iir/ ( ¡arza, quien considera que tanto la tarea de Graciarena com o la de Pinto pueI n I» 11 se i orno aportes que iban en la dirección de la construcción de una rica conceptua1 i» iiin n p n acio n al de alcance intermedio, en base a la noción de estilos de desarrollo,
i ni ipir tlu ha tarea quedó trunca. Así, por ejemplo, Pintos proponía la noción de “círcu1 I» ••iih.ilidad acumulativa” a fin de articular la esfera de la producción y la esfera de la
” iil nli‘m. D esde su perspectiva, si se hubiese desarrollado dicho concepto, se habría
n nlii 1 1rsilincam iento del pensamiento económ ico latinoamericano que se inicia a final
‘ I»** iiiiih /(). S e ría la teoría de la regulación, de origen francés, la que en los años 90 va

1

••Hiliiiir u la producción de una definición clara y precisa en términos de “modos de
timlln
‘’ I*•H m i parte, O . Sunkel y Paz (1 9 7 0 : 379) señalaban problemas estructurales tanto
I - m luí e x te rn o , agropecuario y público. Sunkel colocaba el énfasis en el desacoplamih i

m ir diferentes factores, que mostraba la persistencia de una distribución desigual

D ebates

186

latinoamericanos

del ingreso, la escasez de empleo y el carácter enorme y explosivo de la marginalidad social
(tema profundizado luego en clave dependentista) en las ciudades; en fin, el fenómeno dr
las presiones y tendencias inflacionarias, además de las crecientes vulnerabilidad y depen
dencia de las economías latinoamericanas. Para una síntesis de las diferentes críticas a lu
teoría cepalina del desarrollo, que contempla las insuficiencias económicas y sociales, véase
Sztulwark, 2 0 0 3 : 3 4 -3 8 . Para el autor, la evolución del pensamiento estructuralista latino
americano presenta rasgos similares a los de la evolución de la estructura económica de lo
región; esto es, está marcada por la integración mundial desde un lugar periférico.
15 Para el mexicano Arturo Guillén, coordinador de la Red de Estudios para el
Desarrollo Celso Furtado, el “Modelo de Sustitución de Im portaciones, no se ‘agotó1,
com o se si tratara de un recurso natural sobreexplotado. Las contradicciones del modrln
podrían haber sido confrontadas, de haberse aplicado reformas estructurales que ralis
tribuyeran el ingreso, políticas adecuadas para impulsar los efectos hacia atrás’ de la n
dustrialización y la articulación del sistema productivo, así com o la revisión selectiva di
los esquemas de protección. Opciones había. Lo que faltaba era voluntad política pini
llevar adelante las reformas. O , para decirlo de otra manera, los obstáculos eran fuñía
mentalm ente políticos” (2 0 0 3 : 20). Precisamente, el análisis de esos obstáculos políii nw
así com o el de las nuevas modalidades de penetración del capitalismo en la perifci i. !••
llevarán a cabo los dependentistas.
16 Lavallé, 2 0 1 1 : 8.
17 En su libro Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, la ensayé *
canadiense M ary Lcuise Pratt (2 0 1 0 [1 9 9 2 ]) realizó un análisis muy minucioso dt l i
imágenes que van desplegando los europeos sobre América, muy especialmente aquell.i’
sobre la naturaleza y los paisajes del continente latinoam ericano, a través de naturalm.icom o Linneo, Buffbn y H um boldt. Pero fue sobre todo la monum ental obra de A h »*
nelli G erbi, La disputa d el Nuevo Mundo (1 9 8 2 ), el libro que trazó la historia inn«*
rrumpida de la tesis de la inferioridad de América, desde Buffon, pasando por l) r luw
hasta su vértice c o n H egel.
18 C om o analiza G erbi, sintetizando esta visión: “En este mundo, físicamente )n »«•
húmedo, pantanoso proliferan los insectos monstruosos y escasean los cuadrúpedo»» i»>
dos plus petits que bs europeos. Además, el clima de estas tierras extensas, hostilam ••
grandeza, son causa de que todo lo europeo (animal, planta, hombre) se adapte malv degrade” (Gerbi, 1982).
19 Hay que agregar que en esta visión tan influyente, atravesada por una do» m«zoológica-racialista, hay dos elementos extraños que sorprenden, casi fuera de épo», I «
primer lugar, en tie n p o s en los cuales ya se cuestionan las tesis monogenistas, Urgí d»
fiende el antievoluconism o radical; tal com o ya lo había hecho Buffon. En segundo li|i•»< Hegel desconoce I oj procesos independentistas que viven los países latinoamericano»»,
texto que hace difícil pensar en una América inmóvil o impotente, o de la figura dr |« l i ­
bios sin historia”.
20 Algunos d< sus tramos fueron editados en vida, pero fue recién después • muerte (Peña se s iic id ó en 1965, a los 3 2 años) que serían publicados por l ’dio«««
Fichas en p e q u e ñ o volúm enes, aunque no de manera unificada ni bajo el titulo m» '

M aristella Svam pa ---------------------------------------------------------------------------- 1 8 7
|»mpio Peña le había dado. En 2 0 1 2 se publicó la edición definitiva de Historia del pue­
blo argentino, a cargo de H oracio Tarcus, ofreciendo así la oportunidad de reencontrar­
me con un intelectual crítico que asumió la tarea de desenmascarar los mitos y lugares
»umunes tanto de la historiografía liberal com o revisionista y marxista. Nada escapará a
l*i pluma implacable de Peña: el m ito del pasado feudal del período colonial, el m ito de
l«i balcanización de América Latina, el m ito del espíritu dem ocrático de M ayo, el m ito
ihl nacionalismo rosista, el m ito del nacionalism o revolucionario de los caudillos, el
mlio del carácter antinacional de pensadores com o Sarm iento y Alberdi, el m ito del
pnonismo com o gobierno revolucionario, entre tantos otros, son objeto de un análisis
Iñi ido y, por m om entos, demoledor.
'' Allí Uslar Pietri escribiría: “Urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual eco­
nomía destructiva para crear las bases sanas y amplias y coordinadas de esa futura econo­
mía progresiva que será nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la
mayor renta de las minas para invertirla totalm ente en ayudas, facilidades y estímulos a la
atyili ultura, la cría y las industrias nacionales. Q ue en lugar de ser el petróleo una maldi- Mu ipic haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura
t|H»< primita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo
'Hir/oluno en condiciones excepcionales”.
" “El hombre debe hacer constantem ente recapitulación de su experiencia y contimutii

descubriendo, inventando, creando y progresando. Hoy en día, la capacidad del
Immil Mr de transformar lo que lo rodea, utilizada con discernimiento, puede llevar a todos
!"« pueblos los beneficios del desarrollo y ofrecerles la oportunidad de ennoblecer su exis*•

l»i. Aplicado erróneamente o imprudentemente, el mismo poder transformador puede

Mnni daños incalculables al ser hum ano y a su medio” (Proclama n.° 3 de la Declaración
L I «im olm o).
" Marcellesi, s/d.
14 Esta visión fue refrendada posteriormente por la Declaración de Río, en 1992,
mío

pimeipio n .° 3 sostiene que “el derecho al desarrollo debe ejercerse en forma tal que

* qmndu equitativam ente alas necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones
i i* h»mi'* y futuras”; pero, en el principio n.° 4 expresa que “a fin de alcanzar el desarrollo
i» iilblr, la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proce­
dí dmaiTollo y no podrá considerarse en forma aislada” (Svampa y Viale, 2 0 1 4 ).
•I
i

11

’l ion el fin de proteger el medio ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamenlim o de precaución conforme a sus capacidades. Cuando haya peligro de daño

• Mli irvcrsible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse com o razón
* i i'Miing.ir la adopción de medidas eficaces en función de los costos para impedir la

i pMilu lón del medio ambiente”, (Svampa y Viale, op. cit.).
i iiulynas, 2011.
I .i ecología profunda alberga diferentes corrientes. Entre las de índole más filosói'iu mu rumos la visión biocéntrica, representada por Arne Naess (2 0 0 7 ), que ha influi1 niiiiii lam ente en la idea de Derechos de la Naturaleza. Asimismo, la ecología profunda
Huí u ni i o í t ientes conservacionistas, que hacen un “culto a la vida silvestre” y critican el
Mui* un» poblacional, buscando un respaldo científico en la biología de la conservación

188

D ebates

latinoamericanos

(Martínez Alier, 2004). De ahí que su accionar se encamine a crear reservas y parques na
cúrales en aquéllos lugares donde existen especies amenazadas o sitios caracterizados por lu
biodiversidad. Grandes O N G internacionales, muchas veces poco respetuosas de las po
blaciones nativas, ie instalan en este registro conservacionista.
28 Entre ellos, se destacan Amílcar O . Herrera, Hugo D . Scolnik, Gabriela Chichil
nisky, Gilberto C . Gallopin, Jorge E. Hardoy, Diana Mosovich, Enrique Oteiza, Gilda I
de Romero Brest, Carlos E. Suárez y Luis Talavera. El informe fue publicado en 1976 m
la revista Nueva Seriedad. Treinta años más tarde, varios de los autores publicaron un mu­
yo libro, reeditanco varios de los artículos de aquella otra época.
29 Según O téza, “En el trabajo ‘Social Indicators for Human Development’, suamoi
Ian Miles dice lo siguiente: ‘El enfoque centrado en la satisfacción de las necesidades b;hi
cas recibió su ímpetu inicial en el trabajo del grupo de Bariloche; en su tarea de conuriu
ción de un moddo global alternativo se propusieron investigar las condiciones biijo L*
cuales un conjunio de necesidades básicas podrían ser satisfechas para toda la pobaciún
mundial. A diferencia de otros modelos globales computarizados, el de Bariloche no
orientó a la predicción de las consecuencias de las tendencias actuales, sino a demos:raí I.»
viabilidad materid de un futuro deseable... La demostración de la posibilidad de satsfui ••
necesidades básicis en un marco de restricciones en lo que concierne al medio anuirm*
constituyó una inportante crítica a la predicción tipo fin del mundo del modelo ‘lo lími
tes del crecim ieno’. Tam bién mostró la utilidad de la noción de ‘necesidades básicas'i onm
una manera de eTaluar estrategias de desarrollo de largo plazo”. Y continúa Oteiza " Y*i •
mediados de la década de los 70, el Programa Mundial de Empleo que lanzó en tm m I »
O IT utilizó en su perspectiva teórica la noción de necesidades básicas, e incluso rcun iú »l
asesoramiento d e Dr. Hugo Scolnik, Subdirector del Grupo del Modelo de la Fuidm irin
Bariloche, para lhvar adelante dicho Programa. Asimismo, la Unesco adoptó las vckimim *
publicadas en C aiad á (español e inglés) y Francia (francés) del Modelo Mundial I *iiim••
mericano, en su programa de entrenamiento de planificadores provenientes de *lv« im
países (tam bién d D r. Hugo Scolnik instaló allí este modelo en una versión ¡ntriu ih ••
adecuada a la enseñanza)”. Según Scolnik: “El primer paso fue definir las ‘neccsidulr*» I»-*
sicas’ en término; de expectativa de vida al nacer, consumo de proteínas y calorías, /ivm ••
da, educación, e t . L a burocracia internacional pronto incorporó estos conceptos i uim
fueran de elaboración propia” (20 0 4 ). A esto agregaría: “El M odelo Bariloche comí ilun a modificar la fo m a de pensar en relación al desarrollo socioeconómico. La ¡ntrndn •!•••«
de necesidades básicas se propagó com o concepto, y agencias internacionales y gnw ni"
están usando actualm ente este tipo de indicadores” (2004).
30 Por o tro lado, la base del modelo de sociedad “ideal” era el cam bio radie I ••• Iorganización sodal e internacional mundial, a fin de liberara la humanidad del siUI» - •
rrollo y la opresÓn. Siguiendo a Gallopin, los elementos básicos para cualquier *•» i» <1••
deseable serían: i) equidad a todas las escalas, a partir de la satisfacción de sus un md i>l
básicas —nutrieran, vivienda, salud, educación—, que son esenciales para la iiKoijni.n ••com pleta y a c tm a su cultura; b) no consumismo, esto es, la producción esti dciriiiiu ♦.!
por las necesidades sociales y no por la ganancia, y la estructura y el crccimirnn d» i
econom ía deber ser com patibles con el medio ambiente; c)e l reconocimiento dnpi» I

M akistella S vampa
mh ciidades
mi

189

sociales -m ás allá de las más básicas-, se pueden definir de diferentes maneras

diferentes momentos por diferentes culturas y por diferentes formas de organización

•tu Ir tal. Por último, se asignaba prioridad a la participación social en las decisiones, tanto
*nuil» un fin en sí mismo com o un mecanismo principal para establecer la legitimidad de
!•« nri rsidades en la nueva sociedad (G allopin,2004).
” Según la lectura de Gudynas (2 0 1 1 ), algunos intelectuales de izquierda latinoame•li rums se sintieron cuestionados por “Los límites del crecimiento”, pues éste atacaba asl’Mim que ellos consideraban positivos, com o la modernización, el aprovechamiento de
U« ilquezas ecológicas latinoamericanas y la propia idea del crecimiento. En esa línea,
■uidviMs subraya avances y retrocesos, pues si de un lado apunta a la búsqueda de un
iHudrln alternativo, alejándose de la propuesta de los países ricos, por el otro, apuesta al
“••• di lu energía nuclear y el uso intensivo de las tierras a través de la agricultura. Asimis■”.» ti m im e que varios de los elementos desarrollados por la Fundación Bariloche se enuhuiiiii

en el discurso de los gobiernos progresistas latinoamericanos en la actualidad

‘• iiiilvitu», 2011). Aun si coincidimos con la primera de las críticas, creemos que no es
i ‘•ibl» niuitir el aspecto contrahegem ónico que contiene la propuesta elaborada por la
i " I .i dictadura militar se encargó de realizar el vaciamiento institucional de la Funda1 •» M.ii linche, a través del retiro de los fondos y la abrupta reducción de personal, que
......un éxodo de intelectuales y científicos. Según Abaleron Vélez: “La Fundación Bari1 Im (t.isn n i un año de albergar aproximadamente a 270 personas a 10, ante la negativa a
( iiUii «Ir lu institución a los miembros que habían intervenido en el Modelo Mundial
' " *........ n i icuno, ‘sugerida* por las autoridades militares en el poder a partir del golpe del 24
1 m u mi de l lJ76. El resultado fue el retiro abrupto de los fondos gubernamentales que
i t*■ihiiii rl 00% del presupuesto total, iniciándose un éxodo de gran impacto positivo en
nmi limen del exterior, receptores del vaciamiento’ institucional consecuente”. Disponible
- * * •rlirin.i)rg/cmsfiles/pubUcaciones/AGEAL_DEL_PENSAR_Y_ACTUAR_ENDO" i i » AN I E lj\ _M A D U R E Z _D E _L A _T R A G E D IA _D E _L O S_C O M U N E S.p d f.
' l'.nn |. M Tortosa, la palabra “maldesarrollo” es también una metáfora. “Los seres
mlii'ii maldesarrollo cuando sus órganos no siguen el código, se desequilibran entre
mhIIih man

i

Su uso en las ciencias sociales parece haberse iniciado a partir del artícu-

1 \ i'iiic rl capítulo siguiente, dedicado al campo de la dependencia.
I i .iiiiun tam bién suma una clave ecofeminista: “El mal desarrollo es mal desarro" !•• iiitimirnu» y acción. En la práctica, esta perspectiva fragmentada, reduccionista y

1 •i >lula la integridad y armonía del hombre con la naturaleza, y la armonía entre el
i l.i muirr” (1 9 9 5 : 19-75).
I I |Miiyoto fue realizado de manera conjunta por el Centro de Alternativas de
1 •I iiiü i ••iiU ♦n «’l Informe de 1975 ‘Q ué hacer: O tro desarrollo”, producido por la Funda-

D ebates

190

latinoamericanos

37 M ax-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986: 28.
38 Según Escobar, entre los años 60 y 7 0 hubo tendencias que presentaban una posición
crítica frente al desarrollo, aunque éstas fueron insuficientes para articular un rechazo drl
discurso sobre el que se fundaban. Entre ellas menciona la “pedagogía del oprimido” (Paul**
Freiré) la teología de la liberación y las críticas al “colonialismo intelectual” (Fals Borda), uní
como la visión dependentista. Asimismo, señala que la crítica cultural más aguda del desai i <•
lio corresponde a Illich, el creador de la noción de convivialidad, que tanta influencia tuvirM
en América Latina, muy especialmente en México (Escobar, 200 5 : 22).
39 Las críticas fueron retomadas en la versión que Escobar publicó en 2 0 0 5 de su m
tículo sobre posdesarrollo. Es ese texto el que tomamos com o fuente.
40 Estos movimientos aparecían com o portadores de nuevas prácticas, orientada» al
desarrollo de formas organizativas más flexibles y democráticas que cuestionaban los csi In*
de construcción política de la socialdemocracia (y sus poderosos sindicatos), así unii"
aquéllos procedentes del modelo leninista (el centralismo democrático), asociados a l"«
partidos de izquierda. Por otro lado, a diferencia del movimiento obrero tradicional, U
formas de acción colectiva emergentes tenían una base social policlasista, con una imjni
tante presencia de las nuevas clases medias.
41 Para un análisis del ambientalismo europeo en sus orígenes, véase O ffe (19HII) i
M elucci (1 990).
42 Amigos de la Tierra nace en 1969, mientras que Greenpeace en 1971.
43 En realidad, algunos establecían la diferencia -h o y en día en desuso- entre vi «I"
gistas y ambientalistas. M ientras los grupos ecologistas, ligados a los Partidos Verdes, ii«m
considerados el ala radical y libertaria y apuntaban a la constitución de un movimuiii"
histórico, el am bieitalism o era identificado com o el ala conservadora-institucional, i
terizada com o grupo de presión y que otorgaba relevancia a las O N G (Viola, 1992).
44 Para una rrirada diacrónica de este proceso, véase Miguel Grinberg, 2012.
45 Entre los autores que más contribuyeron a la emergencia de la economía ccolity< •
com o ciencia transdisciplinar se encuentra Nicholas Georgescu-Roegen, autor de l a h

entropía y el procesa económico. Más allá de las diferentes com entes, la economía ciolr|<> ■
ha construido conreptos e indicadores para determinar la sustentabilidad ecológica. ntic
ellos, el de huella teológica (que mide el impacto de la humanidad sobre la tierra, ruin
minos de necesidades de suelo, de alim entación, vestido, vivienda y de disposición <1 I”
residuos, en hectájeas/habitante) (Pengue, 2 0 0 9 : 116).
46 Alim onda :om piló dos libros importantes sobre el tema: Ecología política. Naio*a>

za, sociedad y utopa (2 0 0 2 ) y Los tormentos de la materia. Aportes para una ecología poli*
latinoamericana (2 )0 6 ). M ás reciente, y ya vinculado a los debates sobre el extractivmi • •
el libro La naturaliza colonizada. EcologUi política y minería en América Latina* 2 0 1 1.
47 En su libr# E l ecologismo de los pobres (2 0 0 4 ), Jo an Martínez Alier propoiir «l»i *»•
guir entre tres c o rie n te s del ecologismo: el culto de la vida silvestre, el credo ecoríii imi­
ta y el m ovim ieno de ju sticia ambiental. La primera corriente se preocupa por lu |•••»•
vación de la naturaleza silvestre; es indiferente u opuesta al crecimiento económico, vito
negativamente e l :recim iento poblacionaly busca respaldo científico en la biología !•■ I
conservación. D e a h í q u e su accionar se encamine aerear reservas y parques naiiuab •

M akistella Svam pa —————————————————————————- 1 9 1
■4»|im4IIos lugares donde existen especies amenazadas o sitios caracterizados por la biodiver■liliid. Círandes organizaciones conservacionistas, muchas veces poco respetuosas de las
l’iililui iones nativas, se instalan en este registro biocéntrico. La segunda corriente, el ecoefi’ iHiiismo, postula el eficiente uso de los recursos naturales y el control de la contaminación.
•im »onccptos claves son “modernización ecológica” y “desarrollo sustentable”. En la base
•I» mu visión, subyace la idea de “modernización ecológica”, la cual “camina sobre dos
pin ii»ia; una económica, ecoimpuestos y mercados de permisos de emisiones; otra, tecnob * i , apoyo a los cambios que lleven al ahorro de energía y materiales. Científicam ente,
m nicnte descansa en la economía ambiental (lograr ‘precios correctos’ a través de
‘••♦•i nalizar las externalidades’) y, en la Ecología Industrial. Así, la ecología se convierte en
••••i i Inicia gerencial para limpiar o remediar la degradación causada por la industrializai’Mi” (Martínez Alier). Asimismo, parte de la idea de que los males producidos por la
1••mili igía se resolverían a partir de la aplicación de mayor tecnología. La tercera posición
1 U •|iii* representa el movimiento de justicia ambiental, o lo que M artínez Alier bautizó
*••»»• Vi ología popular”, posteriormente, Vandana Shiva com o “movimientos de supervi’ •«! I.t ”

01 Pueden consultarse los siguientes sitios: www.olca.cl/oca/justicia/justicia02.htm y
•iv |ii»iicaambiental.org.br/_justicaambiental.

Capítulo 3
La dependencia como eje organizador
La teoría de la dependencia es una conquista delpensa­
miento social latinoamericano. Es un gran avance para
el conocimiento en general, pero tuvo como punto de
parida las especificidades de Latinoamérica.
T. Dos Santos, 2003.

luiiMilucción
1 n mi lia lance de la Teoría de la Dependencia, trazado en 2 0 0 2 , el au• Immlrho Theotonio D os Santos, uno de sus referentes vivos más imMinifs, enumeraba una lista de nombres y corrientes prominentes de
i» H. Lis sociales latinoamericanas, que incluían desde Gilberto Freire,
•I» < astro, Raúl Prebisch, Caio Prado Júnior, José Medina Echavarría,
mm t

H-imani y Florestan Fcrnandes, para concluir que “la acumulación

i-if v otras propuestas metodológicas en la región reflejaba la crecien•■mitilad del pensamiento social, que superaba la simple aplicación de
■' -lotirs, metodologías o propuestas científicas importadas de los países
" »!ii para abrir un c a m p teórico propio, con metodología propia,
■i.Uil temática y cam in o para una praxis más realista. La teoría de
t i*» mlriuia intentó ser una síntesis de este movimiento intelectual e
.t..." (.*002: 7).
ti» . mbargo, la teoría de la dependencia ha sido muy cuestionada.
•m |un iis los que consideran que ésta hace referencia a un enfoque
i Im . v trilnccionista, poco apto para llevar a cabo un análisis socioeco-

D ebates

194

latinoamericanos

nómico y político riguroso y complejo. Esto incluye desde aquéllos que
sostienen que se trata más bien de una noción de sentido común, autoevi
dente, que no aporta demasiado al análisis, hasta aquéllos que la ven como
un concepto “mágico”, que anticipa demasiadas conclusiones, previo aún ,i
la realización de cualquier estudio. También están aquéllos que la descartan
porque le atribuyen una connotación netamente ideologizada, propia ilc
otras épocas, un “nal de época” o a una suerte de “pecado de juventud” drl
pensamiento latinoamericano.
Desde mi perspectiva, mal haríamos en mirar a la teoría de la depe»
dencia con lagañas tradicionales, aunque tampoco de nada serviría hacerlo
con pestañas posmodernas. Antes bien, es necesario realizar un análisis
histórico-comprensivo de la misma, a fin de captar la riqueza contexru.il
de sus debates así como sus flaquezas teóricas, sin caer en la tentación
apologética, ni tampoco en la rápida descalificación, a la cual nos ha ac< s
tumbrado el clima ideológico poscaída del Muro de Berlín.
En realidad, en los largos e intensos años que se extienden entre 1
y 1975, uno de los más ricos y fértiles en términos de producción tcói r •
y de debates polfico-ideológicos en América Latina, fueron testigos dcli
discusión y geneiación de nuevas categorías descriptivas y analíticas, laln*
como “dependencia”, “asincronía”, “heterogeneidad estructural”, “man.i
nalidad”, “colonialismo interno”, “desarticulación”, “abigarramiento”, tre otras. Aunque todas ellas ilustran una gran creatividad del pensamicum
latinoamericano de aquéllos tiempos, la categoría que destella, por su »
pacidad de irradiación y de reordenamiento del campo crítico, es la de l«
pendencia. La noción de dependencia baña todos los análisis económñm
sociales, políticos e incluso culturales; es la categoría que tiene la vinul
de iluminar c o n una determinada coloración cada uno de los debates •I*
época, insertándolos en un horizonte com ún de discusión, generando iim
perspectiva com partida al interior del campo intelectual y, por moniciin*
un cierre cognitivo.
En suma, ñ as allá de los usos y abusos ligados a la enorme resolta h i •
que tuvo la categoría de dependencia, y a su sobrepolitización como m.(i o
general de lectura, ésta contribuyó a instalar un campo teórico amplio «I*
problemáticas comunes, integrando y potenciando otras categorías ai.ili
ticas del pensamiento crítico latinoamericano, al tiempo que inspiró mu
gran cantidad de investigaciones sobre la historia y la dinámica confluí k *

M aristella Svampa ---------------------------------------------------------------------------- 1 9 5

tlr las diferentes sociedades nacionales que se produjeron en la época. En
iu/ón de ello, los propósitos de este capítulo son tanto desarrollar los aporich centrales de los teóricos de la dependencia y sus debates como mostrar

A modo en que dicha teoría-concepto se constituyó en una suerte de marco
interpretativo común para gran parte de la intelectualidad crítica latinoameili ana de la época.1 De modo general, los marcos organizan la experiencia
• p.uían la acción tanto individual com o colectiva; sirven para construir
una determinada interpretación de la realidad. En esta línea planteo que
•une 1965 y 1979 la teoría de la dependencia se constituyó en una suerte
•Ir estructura o marco maestro en el campo intelectual-académico latinoaiiiri ¡cano. Esto explica su capacidad para conectarse con otras categorías
•Irl campo intelectual, para ampliar las temáticas de análisis y los debates,
•«iirndiendo en consecuencia el campo teórico de la dependencia, e in­
hibo transformando o sobredeterminando otras problemáticas y marcos
l« lectura. Determinadas condiciones sociales, una estructura de oportu•Milailcs políticas y la actualización de una tradición crítica en las ciencias
••i tales condujeron al alineamiento de los marcos,2 a través de la conexión,
i iimpl ¡ación temática j extensión del campo en torno a la teoría de la
I* prudencia. En otras palabras, la emergencia de la dependencia como
Milu n maestro favoreció la articulación de un espacio de debate latinoaMHiiano, de circulación de ideas originales, lo cual asentó la posibilidad
I' liublar de América Latina c o n o una unidad histórico-política, más allá
•• lili evidentes diferencias regionales.
I'.stc período de gran fecundidad teórico-intelectual arranca durante la
|iiuicla posguerra, en la época de sustitución de importaciones, se expan• al i ompás de la crisis j el agotamiento de los populismos desarrollistas,
•hv especialmente luego del golpe de Estado militar en Brasil (1 9 6 4 ), y
•mlriiza a cerrarse, tom ando un giro más dramático, con las diferentes
*•tiiiluías en el C o n o Sur (B oívia, 1 9 7 1 ; Uruguay, 1 9 7 3 ; Chile, 1973;
*i«t niina, 1976).
luí tom o afirma N . Domingos Ouriques (1994: 180), tres son los ejes
iflhHuos de la teoría déla dependencia: Brasil, Chile y México. Brasil, en
imn lugar, pues es el país de donde salen los principales referentes intelec•ln iIr la dependencia: F. H . Cardoso, Theotonio Dos Santos, Ruy MauNlili mi y Vánia Bambirra, varias de los cuales se exiliarán en Chile luego
•flolpr de Estado en 1ÍI64. Incluso el economista alemán André Gunder

D ebates

196

latinoamericanos

Frank recorrería los circuitos universitarios del Brasil, antes de recalar en esc
fenomenal laboratorio político en el que se convertiría Chile en aquella épo­
ca. Varios hechos ligados al clima de época contribuyeron a la emergencia de
esta perspectiva; entre ellos, se destacan los seminarios de discusión sobre El

Capital de Marx dictados en la Universidad de Sao Paulo por la fundación del
PO LO P {Partido Operaió), que nucleaba a varios de los intelectuales que serán
luego referentes del dependendsmo y, por último, el exilio forzado a raíz cic­
la dictadura de Castelo Branco (1964) y el carácter novedoso que los propios
intelectuales brasileños le adjudicarán a dicha dictadura.
El segundo eje geográfico es entonces Chile y la experiencia-faro de lo
época, la fracasada “vía chilena al socialismo”. Ciertamente, la teoría de l.i
dependencia tuvo su locus fundacional específico en el C ESO , el Cemm
de Estudios Socio-Económicos de la Facultad de Economía de la Univeni
dad de Chile, que reunió a tantos intelectuales de la región, en un clima l<
grandes discusiones teóricas y políticas. Finalmente, el tercer eje geográli
es M éxico, país-refugio donde se exiliarán numerosos intelectuales, bran
leños, chilenos, argentinos, uruguayos, entre tantos otros, perseguid*» »•
expulsados por las diferentes dictaduras militares del Cono Sur. Es adcm.len México que este ciclo de radicalización política encuentra su cicm ••
clausura, para dar paso a un nuevo ciclo, marcado por la reflexión ;u r • •
de la derrota política, el reflujo ideológico y la apertura a nuevas temái h.n.
que incluirán la renuncia al ideario revolucionario y la valoración del nim«
ma institucional democrático.
El talante epocal llevará la impronta de dos disciplinas, la socioli p,í»
política y la econom ía política, cuyos conceptos y categorías de anáhi
fueron elaborándose en el cruce y la articulación con el pensamiento soi il
crítico, muy vinculado con las diferentes variantes del marxismo, en tim I*
ma político-social influenciado por la revolución cubana, el maoísnm ^I»
corrientes de la descolonización. E n esta línea, la teoría de la dependí*1*•
abrió nuevos cauces al pensamiento crítico, instalando un marco unm<
general de com prensión y explicación, cuyo punto de partida no ín* ñi­
que el afán de pensar la especificidad de las sociedades latinoanuii* m
en una época de grandes cambios políticos y económicos (el avan* * «I*1
capital m onopólico), rompiendo en buena medida con los esquena
moldes norm ativos provistos por las matrices epistemológicas y polín ■
dominantes. A l mismo tiempo, en tanto matriz general de lectura, l>n* •

M aristella Svampa —————————————————————————- 1 9 7

rlii de la dependencia amplió el campo teórico problemático, iluminando
incluso otras categorías de la época, tales com o “marginalidad” y “colonia­
lismo interno”, que alcanzaron mayor visibilidad gracias a que tenían a la
dependencia como marco general de referencia.
En razón de tal complejidad, este capítulo consta de dos partes. En la
primera de ellas, haré una presentación de las líneas fundamentales de la
mu ía de la dependencia, para lo cual me concentraré en el aporte de la geiih .ii ión

de los “fundadores”, que incluye a E H . Cardoso, André Gunder

lunik, Theotonio Dos Santos, Vánia Bambirra y Ruy Mauro Marini. Asi­
mismo, propongo un recorrido por lo que denomino el campo ampliado de
Ai dependencia,: así, me detendré en el debate acerca de la “marginalidad”,
•.urgoría que, si bien tiene peso propio y una trayectoria independiente,
im puede ser pensada en sus orígenes sino es dentro del marco de las discu­
tí mes sobre la teoría de la dependencia. En la segunda parte me ocuparé
•I* presentar los ejes de algunas de las polémicas que sacudieron el campo
•I» peiulcntista: la primera, en torno al modo de producción en América La•i••ti (feudalismo o capitalismo); la segunda, sobre el papel de la burguesía
■mi mnal y la nueva reflexión acerca del rol del Estado. Por último, ya tocan!•• el lin de ciclo, indagaré sobre las desavenencias y polémicas al interior
I» I •»impo dependentista.

•’•ule I . Las categorías en juego
* dependencia como categoría “faro”
No es casualidad si, en estaJase, el especialista en ciencias so­
ciales, sea economista, sociólogo o politólogo, se convierte en la
figura por excelencia del intelectual, substituyendo al ideólogo,
al arquitecto de la nación, incluso al intelectual delpartido.
El pasaje del prestigio se realiza en la medida en que se impone
la teorización del estancamiento y la de la dependencia.
Pues ts el especialista el que detenta ahora el poder ligado
a la interptetáción del conjunto de “la realidad”.
Daniel Pécaut, Entre le Peuple et la Nation.
Les intellectuels et la politiqueau BrésiL, 1989: 222.

D ebates

198

latinoamericanos

Son varios los autores que arguyen que no ha existido una única teorín
de la dependencia, sino varias teorías (en plural) o incluso una “corriente
de ideas” (Dos Sancos) sostenidas por una serie de elementos en común.
Otros afirman que en realidad no se trataría de una teoría, sino de un “en­
foque”, una “perspectiva”, o bien de “innumerables aportes” (Beigel, 2004;
A. Sotelo, 2 0 0 5 ; Roitman, 2 0 1 0 ) que no llegan a constituir un paradigma
teórico. Ciertamente, la dependencia, en tanto categoría crítica, tuvo un
ingreso fulgurante en la historia de las ciencias sociales latinoamericanas,
éxito que se hizo extensivo luego a otros campos e instituciones, conm
los partidos políticos, los movimientos sociales, el periodismo e inclu.sn
las revistas culturales (Beigel, 2 0 0 4 ). Su productividad fue tanto anal hit a
com o política; esto es, no sólo tuvo la virtud de describir y explicar la sitúa
ción nacional y regional en clave histórico-estructural, conectándola uní
los procesos globales, com ún al conjunto de los países latinoamericanos mi
tanto países periféiicos; también tuvo una gran capacidad de interpela! it’n
política.
Pero si el impacto latinoamericano y global de la teoría de la deprn
dencia fue enorme, ésta fue también rápidamente víctima de su

propin

éxito, en la medida en que su vertiginosa divulgación por el campo atad
mico y extraacadémico generó numerosos malentendidos y simplifica! i •
nes, apropiaciones caricaturescas y feroces críticas, provenientes de todo» I
espectro político-.deológico. En un texto sobre la sociología de la ípm.i
de 1 974, Pablo González Casanova sostenía que “La llamada teoría dría
dependencia fue -vista al pasar de los años— la versión académica de m •
nueva línea política de las fuerzas de la izquierda latinoamericana; pero q h
precisamente p o rsu ambigüedad el término llegó a ser del dominio vn ■•!
hasta de los voceros de las dictaduras antipopulistas” (1 9 7 9 : 201). lisia
nalización exigirá una suerte de marchas y contramarchas por parte di* m
representantes más emblemáticos, para responder a las críticas, al iirii|»“
que se multiplicaron las querellas internas.
Desde mi perspectiva, la dependencia se constituyó en una teoría •« general de lectura que proponía la articulación estructural entre loen un
mico y lo político (Pécaut, 1 9 8 6 : 2 1 2 ) .3 A partir de este postulado |»cm •*!
la teoría de la dependencia construye sus márgenes y sus límites respci i•»!•
otras teorías (el funcionalismo, el desarrollismo cepalino, el marxisiiHM.»

M akistella Svam pa ----------------------------------------------------------------------------

199

imloxo), permitiendo diferentes variaciones y transformaciones, en torno
•Min corpus y un lenguaje común (centro/periferia; desarrollo/subdesarrollni circulación/producción; imperialismo/nación, entre otros). Hay que
Mimar a ello la enorme productividad teórica e investigativa que produjo la
imipción de la dependencia. Acertadamente, en un muy difundido texto
•n uto en 1972, F. Henrique Cardoso escribía:
l Jn balance de la bibliografía sobre la América Latina en los últi­
mos cinco años demostrará, ciertamente, que casi existe un corte
entre la temática pretérita y la actual. Este corte colocó en pri­
mera plana, en los organismos internacionales y en las univer­
sidades, e instituciones en general cautelosas en esta materia, el
ir planteamiento de la relación entre los países imperialistas y los
países dominados. Aun más que esto, importa hacer resaltar que
ir multiplicaron los análisis sobre el Estado, sobre las burguesías
Inc ales, sobre los sindicatos, sobre los obreros y los movimientos
iik iales, sobre las ideologías (para no mencionar los estudios sohir la marginalidad y la urbanización), que, de uno u otro modo,
ir inspiran en el cuadro de referencia de los estudios sobre la depmdcncia.4
*•» »nmccucncia, asistimos a una época muy prolífica en la cual se multii li* imn las investigaciones a nivel nacional acerca de la evolución social y
•♦ mímica de diferentes países, trazando otras vías de acceso a la de por sí
•mplrja problemática de las relaciones entre clases sociales y dinámica de
mmiiiLic ión del capital, entre las escalas nacional y global.
I n términos generales, la categoría de dependencia emergió como algo
•u qur un diagnóstico común o como una suerte de concepto crítico resi •im 4Ir la imposibilidad de desarrollo autónomo en la periferia capitalis• ilf»*i que contradecía los planteos de los economistas y planificadores de
1 •pal. I;.n realidad, para los autores más representativos, la noción de dem.|» m la enlazaba un diagnóstico crítico sobre las sociedades latinoamem.n rn el marco déla sociedad global, con un compromiso de cambio
Iim*n, vinculado al horizonte revolucionario. La tesis fundamental de los
1 |«» iiili iitistas esque el subdesarrollo no es una fase (más) del desarrollo
i im Iu iii , sino un producto ligado a la expansión del capitalismo central.

D ebates

200

latinoamericanos

Por otro lado, la idea de dependencia surgía de un diagnóstico asociado
a las nuevas formas de penetración del capital internacional concentrado
en las economías de la periferia, situación que ponía fin a las experiencias
populistas-desarrollistas y conllevaba un reposicionamiento de la burguesía
local, en su vinculación con los capitales monopólicos.
Para muchos, la dependencia fue un complemento obligado de la tco
ría del imperialismo, expresión de la nueva fase de internacionalización del
capital. El concepto de dependencia implicaba el reconocimiento de reía
ciones de dominación entre países centrales y periféricos, y al interior tl<
éstos, entre clases sociales; de modo tal que la dependencia estructural im
sólo remitía a la idea de exterioridad (dependencia externa), sino a las reía
ciones entre lo externo y lo interno y sus formas de articulación (polítñn,
social, económica). Así, tal como afirmaba T. Dos Santos, la dominación
externa “es impracticable” si no hay articulación entre intereses domina i
tes de los centros hegemónicos y los intereses dominantes en las socio la
des dependientes. N o por casualidad se buscará establecer tipologías y Jai
cuenta de las nuevas formas de dependencia, a través de su traducción m
los diferentes escenarios nacionales.
De modo que la ruptura epistemológica del campo de la dependen» 1.1
será doble, pues abarcará el cepalismo y el estructural-funcionalismo; p»i
otro lado, en términos políticos, a su vez, opondrá una visión radicaliza la
de la liberación nacional y social, diferente a la estrategia marxista ortod» * »
asociada al Partido Comunista. Efectivamente, en primer lugar, la caiqn
ría de dependencia se construyó a partir de la crítica a la teoría del dcsaim
lio cepalina, aunque también abrevaba de ésta al retomar un importan»
eje ordenador, com o la división centro/periferia, de gran potencia des» 1 1»
tiva y larga vida, il punto de haber trascendido los más variados mod» »•
teóricos. Suele reconocerse la influencia de Paul Baran, sus trabajos snli»
el problema del subdesarrollo, publicados en los años 50, y de Celso l o
tado, cuya obra supuso una ruptura en relación con las propuestas di I *
Cepal, al plantearen 1 9 6 6 la tesis del estancamiento estructural.5 Dr.Mli I»
dependencia, la relación entre centro y periferia debía ser leída en tórnnm
jerárquicos, pues las relaciones de poder y dominación no sólo obsta» ili
zan o impiden el desarrollo de la periferia, sino que producen el subí»
sarrollo, consolidando —en un extremo— el “desarrollo del subdcsiimil»»
de la periferia (G under Frank).6 Desde esta perspectiva, sin abandona •I

M

a u ist e l l a S v a m p a

--------------------------------------------------------------------------------------------- 2 0 1

ni|ucma binario, los dependentistas resignificaron el binomio desarrollo/
«iilulcsarrollo, pues lo que se cuestionaba era la viabilidad misma del desa-

•Millo autónomo en las naciones periféricas.
lín segundo lugar, la categoría de dependencia se expandió por toda
América Latina, hasta incorporar en su marco maestro la llamada sociolopu i tilica (Franco, 1979; Beigel, 2 0 0 4 ), la cual nació en contraposición a
li "ni io logia científica”, que encarnaron dos de los padres fundadores de la

»Iini iplina en América Latina, José Medina Echavarría,

en M éxico, y Gino

•«•i mani, en la Argentina.7 En términos epistemológicos, la llamada socioiMf^la científica se apoyaba en el paradigma estructural funcionalista que tenl'i a Talcott Parsons com o su máximo referente académico. La expansión
I» ♦n|iiclla corriente significó un enorme avance de la sociología en todo
•I »imi inente, visible en el volumen y la calidad de las publicaciones, en
I»• imsolidación del campo profesional y las vinculaciones con centros de
...... .

ción internacionales. Hacia mediados de los años 6 0 , sin embargo,

•m.I.in las municiones críticas fueron apuntando contra ella, por considerar
|ii* nc i rutaba de una orientación teórica que carecía de las condiciones
•i* ** N,ti ias para interpretar correctamente la realidad latinoamericana. Así,
» I» 11 I liim nmalismo hacía referencia a los “obstáculos internos” y las “desvia-

ihim n", reduciendo los problemas de transición a valores tradicionales y
•••ni lunes actitudinales de los actores sociales (Ignacio Sotelo, 1972: 139).
I mi uim lado, el funcionalismo poco podía decir o explicar acerca de la
m

Milm i ó i i cubana y el nuevo ethos militante que se instalaría a partir de

! •

ludo lo cual influirá de modo importante en el cambio de posicio-

míiiii

ni os - a la vez, políticos y epistemológicos- de una parte importante

!■ I i tntrlligtntzia latinoamericana.
I n brasil, la sociología crítica tuvo su ilustración particular en la
im* i jMiui.i

de un nuevo marxismo universitario, que representó un fuerte

. ti •irumo y generacional. Tal com o destacan diferentes especialistas en la
•••lupjn brasileña (Martins, 1 9 9 8 ; Pécaut, 1986), así como los propios
i ••i i|iuiiMas (Dos Santos, Cardoso, Marini, Bambirra), los seminarios
l'M Miiix, organizadosa partir de 1 9 5 8 en la U SP (Universidad de Sao
1 nilui Im|
u la égida de F. H . Cardoso y Arthur Giannoti, jugaron un rol
•i|*uii«mir, en los que participaría toda una generación de universitarios
1 •i il» hm entre ellos, los representantes más emblemáticos de la depen-

202

D ebates

latinoamericanos

dencia. El objetivo de estos seminarios era teórico, pues se trataba de leer
E l Capital en términos epistemológicos para buscar otro fundamento a
las ciencias sociales (Pécaut, 1986: 201), y por ende, otra metodología
para la investigación. El primer resultado fue una serie de trabajos de in­
vestigación realizados por el propio E H. Cardoso y Octavo Ianni sobre
las poblaciones negras en Brasil, publicados en 1962, en los cuales ambos
hacían referencia al método dialéctico para describir y explicar la sociedad
y la época estudiada. Cabe añadir, como nos recuerda T. Dos Santos, que
estos seminarios de estudios sobre E l Capitahz replicaron también en San­
tiago de Chile, en el marco del CESO (Dos Santos entrevistado por Vidal
Molina, 2013: 191).8
En síntesis, en sintonía con la nueva sociología crítica, los dependentistas cuestionaron la visión fimcionalista clásica, que operaba bajo el
paradigma evolucionista y normativo, para enfatizar otros modos de abor­
daje de la realidad latinoamericana. Este nuevo abordaje se destacaba por
la prepuesta de un análisis más integrado -y no parcial o especializado, tal
como proponía la “sociología científica”- ; por el abandono del método
neopositivista y su reemplazo por otra perspectiva metodológica, de índole
históiico-estructural; por la consideración de la historicidad del objeto, lo
que conllevaba por ende, un análisis dialéctico, fundado en una periodización, con ciclos históricos definidos;9 en fin, por la necesidad de enfatizar
los fenómenos complejos de naturaleza internacional, ligados a la nueva
dinámica de expansión del capital. El resultado de ello fue un renacimien­
to de marxismo en la región como matriz epistemológica y política, con
una tendencia a desarrollar una visión totalizante de los procesos políticos,
económicos y sociales latinoamericanos (Franco, 1979: 275).
In consecuencia, la dependencia como categoría se instaló en el cam­
p o teírico del nuevo marxismo latinoamericano. En razón de ello, recibirá
numerosos embates y críticas, muy especialmente desde el marxismo ortodoxorepresentado por el Partido Comunista, que sostenía la falta de maduraáón de las condiciones objetivas del capitalismo en América Latina,
y apunaba por ello a la vía de una revolución democrático-burguesa. En
cambio, los dependentistas (y en general, el nuevo marxismo latinoameri­
can o rechazaban la visión etapista, pues consideraban que las nuevas for­
m as te penetración del capital internacional concentrado en las economías
d e laperiferia había implicado el final de las experiencias populistas y un

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 203

reposicionamiento de la burguesía local, que lejos de ser un aliado, ahora
aparecía asociada a los capitales monopólicos. Al mismo tiempo, el fraca­
so de las experiencias populistas-desarrollistas como horizonte de cambio
frente a la nueva dependencia abriría las puertas para explorar otros cami­
nos y formas de compromiso revolucionario, signadas a nivel internacional
por los movimientos nacionalistas y descolonizadores y, a nivel continen­
tal, por la revolución cubana, la vía chilena al socialismo y las diferentes
guerrillas en otros países de la región.
Por encima de las evidentes diferencias entre sus representantes más
emblemáticos, son varios los elementos comunes que atraviesan la teoría
de la dependencia. El primer elemento común es que los obstáculos al
desarrollo no provienen del retraso (sea leído esto en clave cepalina o funcionalista), sino del modo en que las economías de los países periféricos
se articulan con/en el sistema internacional. Esto es lo que se denomina
“dependencia”, la cual debe ser leída en un doble plano: tanto en el de los
factores externos como en el de la estructura interna y los factores nacio­
nales, al interior de las sociedades periféricas. En esta línea, tal como afir­
mara Vánia Bambirra, “el aspecto común más relevante de la teoría de la
dependencia es sin duda el cuestionamiento de la posibilidad de desarrollo
nacional autónomo (fíjense bien: autónomo)” (1978: 13). Algunos habla­
rán de “situación de dependencia” (Cardoso y Faletto); otros, de “condi­
cionamiento” (Dos Santos), o “condicionante concreto” (Bambirra).10 Un
segundo elemento común es la afirmación de que la dependencia debe
ser entendida en el marco general de la teoría del imperialismo (Cardoso,
Marini, Dos Santos); lo que aparece estrechamente ligado a la idea de la
unidad del sistema capitalista, tema sobre el cual se explayarán diferentes
autores, entre ellos Gunder Frank y Dos Santos. El tercero es la caracteri­
zación de la fase contemporánea (fines de la década del 60) como una etapa
diferente de las anteriores, vinculada a la presencia cada vez mayor del
capital monopólico en las sociedades dependientes. Ésta será leída como
una “nueva forma de dependencia” (Dos Santos), aunque la lectura acerca
de las consecuencias económicas, pplíticas y sociales de la hegemonía del
capital monopólico dará lugar a una división al interior del campo dependcntista (sobre el rol del Estado y de las burguesías nacionales). Más aún,
este diagnóstico estará en la base de posicionamientos políticos diferentes:
desde aquéllos que plantean la coexistencia entre dependencia y desarrollo

204

D ebates

iatinoamericanos

(Cardoso y Faletto); los que apuntan al dilema desarrollo del subdesarrollo
o revolución (Frank) o socialismo o fascismo (Dos Santos), entre otros. Asi­
mismo, habrá quienes apunten a establecer una tipología social y diferentes
formas de la dependencia, en especial Cardoso y Faletto, Dos Santos y
Vánia Bambirra.11
Por último, hay que agregar la preocupación de los dependentistas por
la cuestión metodológica, algo que Cardoso y Faletto tuvieron el mérito
de colocar en agenda: la apelación al método histórico-estructural o mé­
todo dialéctico, que no sólo aborda en términos procesuales y dinámicos
la relación entre estructura y acción, a nivel internacional y nacionales,
articuladamente, sino que además inserta los análisis en una perspectiva
histórica más global o de más largo aliento. Esta exigencia se vinculaba a la
convicción de que muchos de los errores de interpretación del desarrollo
latinoamericano no eran una cuestión de datos, sino de deficiencias en la
concepción metodológica, pues el objetivo de las teorías se había encami­
nado a justificar cierto tipo de desarrollo antes que explicarlo (Bambirra,
1978: 7).12

El corpus fundacional de la dependencia
C om o es conocido, el texto clásico, fundador, es Dependencia y desarrollo
en Am érca Latina, escrito en coautoría por F. H. Cardoso y E. Faletto y
publicado en 1969, el cual circuló como borrador o escrito preliminar du­
rante 1957 en el marco del ILPES, en Chile. Sin embargo, fue a partir de
1965 quí un amplio y heterogéneo grupo de autores comenzaría a publicar
en una linea teórica diferente, que incluye, además de los ya citados, a An­
dró G unier Frank, Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini, Edelberto
Torres Rvas, Orlando Caputo, Vánia Bambirra, Aníbal Quijano y Franz
H inkelanm ert, entre muchos otros.13 Pablo González Casanova (1979:
196) tanbién establece como fecha clave el año 1965, cuando Octavio
Ianni piblicó su “Sociología de la sociología en América Latina” y Rodol­
fo Staveihagen hizo lo propio con su célebre y brillante ensayo Siete tesis
equivócalas sobre América Latina, el cual atacaba las premisas fundamen­
tales del funcionalismo (sobre las sociedades duales, el difusionismo), del
marxismo (sobre la alianza obrero-campesina), las tesis de los ideólogos

M aristella S vampa

205

del imperialismo y de la burguesía nacional.14 Es también en 1965 que se
inicia la polémica entre André Gunder Frank y Rodolfo Puiggrós sobre los
modos de producción en América Latina.
El multicitado y multieditado libro de Cardoso y Faletto, Dependencia
y desarrolb en América Latina?'* implicó un notorio cambio de perspectiva
teórica y metodológica, aplicado al estudio de la realidad latinoamerica­
na. Lejos de cualquier mecanicismo, la obra ponía énfasis en el método
histórico-estructural o dialéctico y en la necesidad de desarrollar una pers­
pectiva integral, a fin de explicar las transformaciones de los países latinoa­
mericanos, desde la crisis de 1930 en adelante. Por un lado, subrayaba “la
situación de dependencia” 16 que se expresaba en una situación de dominio
estructural, y conllevaba una vinculación con el exterior; por otro lado,
la dependencia no era vista sólo como una variable estructural externa,
sino que debía ser analizada a partir de la configuración de relaciones de
dase, al interior de la sociedad dependiente. En consecuencia, América
Latina no presentaba “desviaciones” que debían corregirse, siguiendo el
patrón europeo-norteamericano, sino un cuadro distinto por su situación
periférica. En esa línea, la situación de dependencia colonial que se vivía
en la época daba cuenta de una doble vinculación o ambigüedad, visible
en la dependencia externa y, al mismo tiempo, en la acción de las fuerzas
sociales que intentaban ganar cierta autonomía y sobreponerse a la misma.
Éste era, para Cardoso y Faletto, “el núcleo de la problemática sociológica
del proceso nacional de desarrollo de América Latina” (1986 [1969]: 29).
Otra hipótesis fundamental del libro era el tipo de vinculación de las
sociedades periféricas con el mercado internacional, en la fase del creci­
miento hacia afuera, el cual aparecía resumido a través de dos situaciones
polares: una, a través del control nacional del sistema productivo exporta­
dor; otra, de la consolidación de una economía de enclave (minería, plan­
taciones). Cada una de estas formas de vinculación encontraba subtipos
y matices, pero dicha diferenciación cobraba gran importancia a la hora
de analizar el período de transición (a saber, la apertura a la participación
política y económica de otros sectores sociales, entre ellos las clases me­
dias), pues tanto los patrones de integración social como los movimientos
sociales, por medio de los cuales se irá definiendo la vida política y el perfil
de las sociedades latinoamericanas, asumirían connotaciones diferentes si
se trataba de países que lograron mantener un control nacional del sistema

206

D ebates

latinoamericanos

exportador, o bien de aquéllos en que prevalecería la economía de enclave,
propia de la fase del desarrollo hacia afuera.
En esta línea de análisis, para Cardoso y Faletto “la transición” des­
embocaría en una nueva situación social, caracterizada por el desarrollo de
políticas tendientes a la consolidación del mercado interno y la industriali­
zación, esto es, la Industrialización Sustitutiva (ISI). En consecuencia, en­
tre 1950 y 1960, el desarrollo hacia adentro, asociado a la ISI, daba cuenta
de dos tendencias u orientaciones: la satisfacción del mercado interno o
la orientación a la participación, con su dosis de distribucionismo social
y económico; y la expansión de nuevos sectores dominantes en la econo­
mía, ligados al mercado interno, que buscaban continuar dicho sistema de
dominación hacia adentro. No otra cosa fue el “populismo desarrollista”,
un sistema de dominación donde se expresaban y articulaban intereses y
objetivos contradictorios.
Sin embargo, a partir de los años 60 se advertiría una crisis del sistema
de dominación anterior y la emergencia de una nueva situación de depen­
dencia, lo cual obligaría a los diferentes países (sobre todo a Brasil, Argen­
tina y México) a la apertura de los mercados internos al control externo
(inversiones extranjeras directas en las economías industriales periféricas).
Este cambio importante resignificaría la dependencia, reformulándola y
colocándola en un nuevo marco -una nueva “situación”, en la cual con­
vergían transformaciones de la estructura productiva en niveles crecientes
de complejidad y situaciones económicas y sociales de exclusión respecto
de las masas populares—. Cardoso y Faletto explicaban así el pasaje de regí­
menes democráticos representativos (populismo desarrollista) a regímenes
autoritarios-corporativos, que expresaban una reorganización del ejército
y de la burocracia pública, antes que de las burguesías nacionales interna­
cionalizadas.
En sus conclusiones, los autores buscaban situarse más allá de la opo­
sición entre desarrollo y dependencia, subrayando la viabilidad y la coexis­
tencia entre un incremento del desarrollo y una reformulación -m ás durade los lazos de dependencia, al calor de la nueva fase del capitalismo global.
Así, er. contraposición a la visión optimista de las teorías desarrollistas y
del pesimismo propugnado por aquéllos que negaban la posibilidad de
desarrollo, el libro planteaba el desarrollo con dependencia, o más bien, un
desarrollo dependiente asociado. En esta misma línea, en el post scríptum

M aristella S vampa

207

de 1979, publicado con posterioridad al fracaso de la vía chilena al socia­
lismo y en un contexto latinoamericano marcado por regímenes militares,
una vez más los autores se ocuparían de destacar su rechazo a aquellas
lecturas de la dependencia que colocaban a las multinacionales como de­
miurgos de la historia, sobrevalorando los factores externos y disminuyen­
do la importancia de los factores políticos, a nivel global y nacional (1986
11969]: 176-177). Yendo más lejos, afirmaban que diez años de crecimien­
to económico (1969-1979)17 habían logrado mostrar la capacidad de va­
rios Estados latinoamericanos “para actuar”, por lo cual, en este sentido,
“habría menos dependencia” (op. cit.: 193). En realidad, en el marco del
capitalismo asociado dependiente o, de modo más genérico, de “indus­
trialización dependiente”, “el Estado aparece como el elemento estratégico
que funciona como una exclusa para permitir que se abran las puertas por
donde pasa la historia del capitalismo en las economías periféricas que se
industrializan” (op. cit.: 195). En consecuencia, eran las luchas políticas en
torno al Estado lo que redefinirían las nuevas formas de la dependencia.
Cardoso volvería una y otra vez sobre las posibilidades de la “industrialización dependiente”, esto es, a la afirmación de que existiría “una po­
sibilidad de dinamismo en las economías capitalistas dependientes”, que
se estarían industrializando bajo el control del capital monopólico inter­
nacional. Esto exigiría comprender empero que esa forma de industrializa­
ción no involucra la acción de una burguesía “a la europea”, pero tampoco
un modelo de desarrollo propio, a la narodniki, algo que según Cardoso
estaría detrás de los supuestos de la Cepal y de no pocos populismos. Antes
hien, la fórmula implicaba afirmar la expansión del capitalismo y, simultá­
neamente, el agravamiento de (nuevas) contradicciones (1977: 402-403).
Otro de los fundadores de la teoría de la dependencia fue André Guniler Frank.18 Uno de sus ensayos más conocidos es E l desarrollo delsubdesarrollo, publicado en 1967. Para Frank, la clave de lectura residía en analizar
la forma en que América Latina se encontraba subordinada o sujeta a los
países centrales. Su interpretación ponía énfasis en las relaciones socioeco­
nómicas y cuestionaba tanto la tesis del difusionismo como aquella de las
sociedades duales, tan difundidas en América Latina, a fin de explicar la
heterogeneidad social y económica, o el abismo entre sociedad tradicio­
nal y sociedad moderna. En esta línea afirmaba que “El subdesarrollo de
América Latina es el resultado de su participación secular en el proceso del

208

D ebates

latinoamericanos

desarrollo capitalista mundial” (1967: 163). El subdesarrollo no se debe
entonces a una supervivencia de instituciones arcaicas o a la falta de capital
en regiones que se han mantenido aisladas de la historia mundial. Por el
contrario, el subdesarrollo ha sido y es aún generado por el desarrollo del
propio capitalismo.
Según Gunder Frank:wLa estructura de clases latinoamericana fue for­
mada por el desarrollo de la estructura colonial del capitalismo, desde el
mercantilismo al imperialismo” (1968: 3). Esta relación de dominación se
daba a través de círculos concéntricos: las sucesivas metrópolis (España,
Inglaterra, los Estados Unidos) han sometido a esta estructura colonial a la
explotación económica y política. La misma estructura colonial se repro­
ducía al interior de América Latina, donde las metrópolis nacionales some­
tían a sus centros provinciales y éstos a los locales, a través del colonialismo
interno. Una de las conclusiones de esta lectura era que lucha de clases y
lucha antiimperialista se interpenetraban y fundían. El enemigo inmediato
era la burguesía nacional y local, y el enemigo principal, el imperialismo,
pero la lucha antiimperialista debía hacerse a través de la lucha de clases,
contra el enemigo inmediato (nacional, local), lo que generaba una con­
frontación con el enemigo imperialista. El modelo de esta articulación era
la guerra de guerrillas, ilustrada tanto por la Cuba revolucionaria y ejem­
plificada por las ideas del Che Guevara.
Otro de los grandes representantes de la teoría de la dependencia es el
brasileño Theotonio Dos Santos,19 quien a lo largo de su carrera académica
realizó valiosos aportes orientados a colocarla en el marco global de la teoría
del imperialismo. Entre su vasta obra se encuentran Socialismo o fascismo.
E l nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano (1972), que
recoge ensayos escritos durante su permanencia en Chile, aunque su texto
más conocido es Imperialismo y dependencia^ de 1978 (2011). Asimismo,
es quizá quien más ha reflexionado en términos de balance sobre la teoría
de la dependencia (1998 y 2002) y quien, junto a Vánia Bambirra, más lia
trabajado en pos de una síntesis integradora.
Desde su perspectiva, ni Lenin ni otros teóricos del marxismo enlo
carón la tesis del imperialismo desde el punto de vista de los países depen
dientes, pues si la especificidad del desarrollo del capitalismo en el centro
dio origen a la teoría del colonialismo y del imperialismo, en la periferia
ha dado origen a una teoría de la dependencia. En razón de ello, la depen

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 209

dencia debe ser situada en el marco global de la teoría del imperialismo,
a condición empero de dar cuenta de su especificidad, sin automatismos,
conceptualizándola, comprendiéndola, estudiando sus mecanismos y su
legalidad histórica. Dos Santos parte de la idea de que resulta difícil es­
clarecer qué se entiende por dependencia, dada la cantidad y diversidad
de trabajos que la han colocado en el centro de las discusiones sobre el
desarrollo.20 Pero vale aclarar antes que nada que, desde su perspectiva, la
dependencia no es un factor externo; es más bien una “condición”.21 Asi­
mismo, retoma la caracterización de Cardoso y Faletto en términos de “siuiación de dependencia”, para referirse “a un cierto grupo de países [que]
licnen su economía condicionada por el desarrollo y expansión de otra
economía a la cual la propia está sometida” (2011: 361). Interdependencia,
desigual división del trabajo, alta concentración de capital y dominio del
mercado mundial, monopolio de la posibilidad del ahorro y la inversión
por parte de un grupo minoritario de países centrales, son todos elementos
que condicionan y limitan la posibilidad de desarrollo en los países periléricos.
En esta línea, el autor brasileño distingue, por un lado, entre las form as
básicas de la dependencia, en el marco del desarrollo del capitalismo, su relai ión con el centro hegemónico y sus vinculaciones con el sistema internai innal; por el otro, las economías nacionales dependientes, a las cuales se debe
estudiar cómo se estructuran dentro y en función del sistema mundial, y el
mi que juegan en su desarrollo (op. cit.\ 364). En razón de ello, establece la
existencia de tres formas básicas de la dependencia: la dependencia colonial,
de tipo comercial-exportadora; la dependencia financiero-industrial, con­
solidada a fines del siglo XIX, caracterizada por el dominio del gran capital
t n los centros hegemónicos y su expansión hacia el exterior para invertir
en la producción de materias primas y productos agrícolas consumidos en
los centros hegemónicos; por último, la dependencia tecnológico-industrial,
»onsolidada en el período de la posguerra, caracterizada básicamente por
el dominio tecnológico-industrial. Mientras que la primera y la segunda
lonna de dependencia configuran economías de exportación, la tercera da
lugar a lo que Dos Santos denomina “nueva dependencia”.
En esta nueva forma de dependencia, la producción industrial está
• oíulidonada de varias maneras por las exigencias del mercado de bienes
v i apitales. El sistema productivo que se va conformando en los países

210

D ebates

latinoamericanos

dependientes se vuelve muy condicionado: por un lado, la conservación
de las estructuras agrarias y mineras genera una combinación entre secto­
res económicos más adelantados, que sacan plusvalía de los sectores más
atrasados, de centros “metropolitanos” y “coloniales” externos e internos
dependientes. Se reproduce así internamente el carácter desigual y combi­
nado del desarrollo capitalista a nivel internacional. Otro factor condicio­
nante es la necesidad de montar una estructura industrial y tecnológica,
inducida más por los intereses de las empresas multinacionales que por las
necesidades internas de desarrollo (ibídem: 377). Finalmente, otro condi­
cionamiento es la transferencia tecnológica desde los centros hegemónicos
a sociedades muy distintas, lo cual impacta de modo desigual, agravando
problemas sociales y tecnológicos.
Dos conclusiones generales se pueden extraer de todo esto: la primera,
acerca de que los obstáculos al desarrollo no provienen del retraso, sino del
modo en que estas economías se articulan con/en el sistema internacional.
La segunda es que, en coincidencia con Frank y a diferencia de Cardoso,
en el marco de la nueva dependencia no hay posibilidad de desarrollo na­
cional autónomo. El populismo desarrollista ya ha mostrado los límites del
desarrollo autónomo y ha generado por ello una gran frustración en dife­
rentes sectores sociales. Así, frente a tal realidad sólo caben dos posibilida­
des escoger entre las alternativas existentes o realizar un cambio cualitativo:
la alternativa es socialismo o fascismo.22 En sintonía con esta segunda alter­
nativa, Dos Santos cree ver oportunidades políticas en la profundización
de la lucha política y social. Las nuevas formas de la dependencia implican
un gran protagonismo de los capitales monopólicos, una fuerte presencia
de mecanismos acumulativos de la dependencia (deuda, ayudai internacio­
nal, entre otros) y exigen una redefinición de las relaciones, tanto a nivel
internacional como a nivel nacional. En ese marco dinámico, revela incapaz de resolver las contradicciones que genera al in terior de las
economías dependientes, tanto en los sectores avanzados com o en la eli­
minación de los más atrasados. Como producto de la propia mecesidad del
sistema de aumentar la dependencia a nivel regional, con Ha aparición
del subimperialismo o de subcentros dominantes, el cuadro conflictivo se
agudiza a nivel continental y abre la puerta a la alternativa socialista.
Vania Bambirra,23 también brasileña, resulta ser la única m ujer citada
en esta lista estelar de autores de la dependencia. Su lectura comparte posi-

M aristella S vampa--------------------------------------------------------- 211
cionamientos generales con Theotonio Dos Santos, así como con Marini,
al defender una perspectiva radical y marxista de análisis. Su aporte a la
teoría de la dependencia comprende dos ejes fundamentales: por un lado,
fue quien realizó un estado del arte interno, a partir de la crítica (o la an­
ticrítica) tanto a las vertientes desarrollistas de la teoría de la dependencia
(como O. Sunkel, O. Pinto y otros), a la perspectiva marxista ortodoxa
(encarnada de manera paradigmática en Agustín Cueva), como asimismo
a la vía ultraizquierdista-foquista, a la que consideraba inviable. Por otro
lado, desarrolló una tipología de la dependencia, cuyo objetivo era generar
categorías de análisis intermedio, que articularan los marcos más generales
con el análisis empírico. En esa línea, Bambirra defendió el estatus de la
dependencia como teoría, en la medida en que los autores tenían en co­
mún un enfoque que planteaba la imposibilidad de un desarrollo nacional
autónomo - a excepción de Cardoso-. Parte de esta negación estaba vin­
culada al análisis que hace del rol de la burguesía en el marco de la nueva
dependencia:
Lo que se plantea, con fundamento en la descripción de la situa­
ción real de América Latina, en base a datos evidentes y a una
vasta comprobación empírica realizada en muchísimos trabajos
de investigación, es que en la medida en que las burguesías en
nuestro continente se han asociado como clase al capital extranje­
ro, tuvieron que abdicar de sus proyectos propios de desarrollo na­
cional autónomo. En este sentido, y sólo en este, no pueden tener
un proyecto nacional, no pueden defender los intereses de la nación
independientemente de b s intereses del capital extranjero, pues ellas
están asociadas a éste en calidad de socios menores.24
Asimismo, para Bambirra los estudios de la dependencia no se refieren a
un modo de producción capitalista dependiente (el cual no existiría, como
lal), sino al estudio de las formaciones económico-sociales capitalistas depen­
dientes, el cual daba cuenta de la coexistencia y combinación de diferentes
modos de producción, bajo la hegemonía del capitalismo (1978: 8). La
obra en la que desarrolló estos temas es E l capitalismo dependiente latinoa­
mericano, en la cual establece una tipología de la dependencia. En la misma
ir tomaba el marco teórico desarrollado por Dos Santos, definiendo la de­

212

D ebates

latinoamericanos

pendencia como una “situación condicionante” . Por otro lado, Bambirra
consideraba como insuficiente el análisis de los procesos posteriores a 1945
y por ello orientó su trabajo sobre las tipologías, a fin de aportar categorías
de análisis intermedio, aclarando que tomaba como punto de partida la se­
gunda posguerra; esto es, de las nuevas condiciones objetivas que imponen
el avance del capitalismo monopólico en la periferia dependiente.25 Así,
propuso un interesante conjunto de tipologías:26 una primera que incluye
aquéllos países con comienzo de industrialización antigua, esto es, anterior
a la posguerra (Argentina, Brasil, Chile, México, Uruguay y Colombia);
una segunda, que refiere a los que empezaron su industrialización en la
posguerra, algunos de los cuales lo hicieron con capital extranjero (Perú,
Venezuela, Ecuador, Costa Rica, Guatemala, Bolivia, El Salvador, Pana­
má, Nicaragua, Honduras, República Dominicana y Cuba); y, por último,
aquella que reúne los países que aún no han comenzado la industrializa­
ción (Panamá, Haití y Paraguay). En fin, Bambirra buscó poner en diálo­
go diferentes vertientes de la dependencia, desarrollando la crítica hacia
adentro del campo dependentista, desde una óptica marxista. Asimismo,
se ocupó de responder con destreza argumentativa las diferentes críticas
realizadas desde fuera del campo, muy especialmente en el texto Teoría de
la dependencia. Una anticrítica, escrito ya en el exilio mexicano.
Para cerrar, quisiera hacer referencia a uno de los teóricos más impor­
tantes y ambiciosos del corpus fundacional del dependentismo, Ruy Mau­
ro Marini.27 Efectivamente, la apuesta de Marini fue la de sentar las bases
marxistas de la teoría de la dependencia, cuyo punto de partida era el reco­
nocimiento de la insuficiencia de las categorías intelectuales existentes para
dar cuenta de la situación de las sociedades/economías periféricas. Desde
su perspectiva, por ejemplo, para el caso latinoamericano, debemos hablar
de un capitalismo sui generis (2007 [1973]: 100). Es a partir de mediados
del siglo XIX, cuando los países latinoamericanos se consolidaron como
repúblicas independientes, que un conjunto de países empieza a gravitar
en torno a Inglaterra; y que ignorándose los unos a los otros se irán arti­
culando con el centro imperial como países proveedores de materias pri­
mas e importadores de productos manufacturados. Esta desigual división
internacional del trabajo determinará el desarrollo posterior de la región.
A partir de entonces se configura un esquema de dependencia, cuyo fruto
—en términos de dinámica recursiva- no puede sino generar más y más de­

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 213

pendencia. En este sentido, Marini consideraba “impecable” la fórmula de
Gunder Frank, quien hablaba de “desarrollo del subdesarrollo”, aunque el
error de Frank, matizaba, residía en postular con carácter de homogéneas
la dependencia colonial y la actual situación de dependencia. Más simple,
la continuidad no plantea necesariamente homogeneidad.
Como otros dependentistas, Marini afirmaba que el carácter de la
acumulación capitalista y su penetración e intercambio con los países de­
pendientes encontró nuevas inflexiones, que refuerzan su carácter desigual
y combinado. Su aporte, en esta línea, son dos conceptos altamente polé­
micos: el primero de ellos se refiere a la superexplotación de la fuerza de
trabajo en el marco de las sociedades dependientes; el segundo, es la intro­
ducción del concepto de subimperialismo, aplicado muy especialmente al
caso de Brasil.
Al desarrollar la tesis de la superexplotación de la fuerza de trabajo, Mai ini explica que esto se debe a que como en América Latina la circulación se
separa de la producción, situándose básicamente en el mercado externo, el
consumo individual del trabajador no interfiere en la realización del produc­
to, aunque sí determina la cuota de plusvalía. En consecuencia, la tendencia
es a la explotación al máximo de la fuerza de trabajo obrera, sin contem­
plar las condiciones para que éste se recupere, siempre y cuando se lo pueda
reemplazar por nuevos brazos. La reemplazabilidad del proletariado es, pues,
mucho más radical que en los países del capitalismo avanzado, donde la plus­
valía, en la actual fase de desarrollo, se halla más ligada al incremento de la
capacidad productiva (plusvalía relativa) que a la intensificación de la exploiac ión de la mano de obra (plusvalía absoluta). Esta tendencia a apoyarse en
un tipo de plusvalía absoluta es además congruente con el escaso desarrollo
ilc las fuerzas productivas en la economía latinoamericana así como con el
i ipo de actividad que se lleva a cabo, más extractiva y agraria que industrial.
Asimismo, se recurre a la importación de capitales y tecnologías extranjeras,
«pie están referidos a patrones de consumo de las clases superiores, lo cual
mantiene la tendencia a la compresión del consumo popular (Marini, 1969,
prefacio XVII). La absorción de técnicas y tecnologías por economías de pro­
elucción basadas en la superexplotación del trabajo aumenta la desocupación
v el subempleo, tal como da cuenta la literatura en torno a la marginalidad.
A su vez, siguiendo el proceso dialéctico, la dinámica de acumulación en
tundiciones de superexplotación agudiza la concentración y centralización

214

D ebates

latinoamericanos

del capital (monopolización), beneficiando a las ramas industriales que se se­
paran del consumo popular. Así, la realización del capital tiende a reducir el
mercado interno. En suma, la dependencia no sólo se manifiesta en el plano
de la circulación de mercancías entre centro y periferia, sino también en el
plano de la producción.
En cuanto al segundo concepto, el de subimperialismo, cabe comen­
zar afirmando que, como otros autores, Marini partía de la teoría del im­
perialismo, y en esa línea sostenía que el mercado mundial se había reorga­
nizado bajo la hegemonía de los Estados Unidos, y que la superabundancia
de recursos en manos de compañías internacionales requerían de nuevos
mercados. El gran desarrollo de los bienes de capital, acompañado por el
acelerado progreso tecnológico, llevaba a exportar maquinarias y equipos
obsoletos desde los países centrales a los países dependientes. Cada avance
de la industria latinoamericana afirmaría así su dependencia económica y
tecnológica respecto de los centros imperiales. En consecuencia, se estable­
cían niveles o jerarquías entre los países, según las ramas de la producción
que se habían desarrollado o podían desarrollarse, y se negaba a otros países
el acceso a ese tipo de producción, convirtiéndolos en meros mercados
consumidores. Este proceso de racionalización de la división del trabajo
desembocaba en un subimperialismo, asociado a la metrópoli, orientado a
explotar los países vecinos. No otra cosa es la política del gobierno militar
de Castelo Branco, que la Argentina a su vez trataba de imitar (1974: 19).
Bajo el modelo de la “cooperación antagónica” (op. cit.: 60) con los Estados
Unidos, Brasil se propone convertirse “en un centro de irradiación de la ex
pansión imperialista en América Latina, creando inclusive las premisas tlr
un poderío militar propio” (ibídem: 75).28 Por último, el subimperialismo
no es un fenómeno estrictamente brasileño, es una forma particular que
asume la economía industrial que se desarrolla en el marco del capitalismo
dependiente (2007 [1973]: 136).
En suma, el aporte de Marini fue muy importante no sólo por su
originalidad, al incorporar plenamente al campo de la dependencia la pro
blemática de la producción capitalista a través de la superexplotación de la
fuerza laboral, sino también por su carácter anticipatorio en lo que respecta
a la categoría de subimperialismo, cuya potencialidad ha sido mayor de lo
esperado y a la cual volveré en la segunda parte, consagrada a los debates
contemporáneos.

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 215

1.2. La dependencia como campo ampliado: enfoques sobre la marginalidad
No hay lugar para plantearse la cuestión del sentido de
la marginalidad en términos funcionalistas. La marginación hoy, como el ejército industrial de reserva ayer, es
el resultado del sistema. Su función común espermitir la
captación de la tasa de plusvalía. La desarmonía social
es necesaria para elfuncionamiento del sistema.
Samir Amin, El desarrollo desigual (refiriéndose a las
tesis de Nun y Cardoso), 1973: 320.
( !on una vocación por la totalidad, un marcado carácter antipositivista
V una pasión por lo concreto (entendido éste en clave marxista, a saber,
i orno “el conjunto de muchas determinaciones”), la nueva sociología o sot ¡ología crítica latinoamericana definió su quehacer en base a su aspiración
»il cambio, de su proyección hacia un horizonte utópico. En ese marco,
rni re las diferentes categorías críticas que atraviesan el campo intelectual,
*»r destacan la de marginalidad y colonialismo interno. Ambas inscriben su
icllcxión dentro del campo ampliado de la dependencia, pues sus planteos
• ucstionan fuertemente las tesis dualistas y buscan explicar la situación
»o ncentraré exclusivamente en presentar las bases y los debates en torno a
Li noción de marginalidad.
El concepto de “población marginal” comenzó a emplearse en Améitui Latina después de la Segunda Guerra Mundial para designar a los
pobladores” que se iban asentando en la periferia de las grandes ciuda•Irn, en condiciones de miseria. El término tiene su origen sociológico
i'n un artículo de Robert Park, de la Escuela de Chicago, “El hombre
marginal” , publicado en 1928. Debemos su difusión en América Lati­
na al jesuíta francés Roger Vekemans, quien dirigía el Desal (Desarro­
llo Económico Social de América Latina), un organismo internacional
• on sede en Santiago de Chile. Allí se hicieron los primeros desarrollos
o nucos sobre el tema de los grupos marginales, definidos éstos como
no incorporados” , por referencia al sistema social integrado. La falta de
piimcipación se explicaba entonces por la desintegración cultural y la
'Humi/.ación social.

216

D ebates

latinoamericanos

Sería en el marco del Desal que tres sociólogos argentinos, Miguel
Murmis, J. Carlos Marín y José Nun, retomarían y resignificarían el con­
cepto en un informe preliminar titulado La m arginalidaa en América
Latina™ publicado en 1968 por el Instituto Torcuato Di Telia. Un año
más tarde, Nun y Murmis publicarían sendos artículos en un número
especial consagrado al tema en la Revista Latinoamericana de Sociología,
en el cual ampliaban conceptos como el de “masa marginal” y “tipos
de marginalidad”, respectivamente. Por su parte, si bien er. 1966 había
redactado para la Cepal “Notas sobre la marginalidad social” , no sería
sino en febrero de 1970 que Aníbal Quijano publicaría un artículo sobre
el concepto de “polo marginal” .30 Arranca así una rica y larga reflexión
colectiva sobre la marginalidad, que abreva claramente en el marxismo
latinoamericano, utiliza conceptos propios de la teoría de la dependencia
y remite también a la teoría del desarrollo desigual y combinado31 y a la
teuría del imperialismo.
Antes de repasar las ideas centrales y sus autores más representativos,
cabe destacar que la marginalidad posee una doble dimensión, relacionaI
y territorial, al tiempo que refiere a diferentes vertientes y matrices epis
temológicas. Así, en primer lugar, la noción de marginalidad en América
Litina comportaba dos dimensiones: “una impronta territorial y una pers
pectiva relacional” (Delfino, 2012: 20).32 La primera aparece asociada aun
nuevo tipo de marginalidad urbana, surgida hacia los años 30, reflejada
e.i la expansión de asentamientos precarios (villas miserias, favelas, can ir
griles, barriadas), que se irán multiplicando en la periferia de las grandes
cudades entre los años 50 y 60, al compás del proceso de urbanización o
de migración del campo a la ciudad. La segunda característica, asociada a
h dimensión territorial del concepto, indicaba que lo marginal, lo perilé
rico, se definía siempre en términos polares respecto de un centro urbano,
d cual revestía ciertas condiciones habitacionales y de vida, base sobre la
cual se juzgaban las carencias o el nivel de negatividad. Migración, urbam
2ación, territorialidad y marginalidad aparecen entonces como concepto*
estrechamente vinculados.
En segundo lugar, existen por lo menos cuatro vertientes en torno
i la marginalidad. La primera, se refiere a la marginalidad económita
isea bajo el concepto de “masa marginal” o “polo marginal”). En can
narco, la marginalidad es pensada como relación social, vinculada con rl

M aristella S vampa

217

mercado de trabajo y las relaciones de producción, tal como lo proponen
Nun, Murmis y Quijano. La segunda vertiente remite a la teoría de la
modernización, que conecta las causas de la marginalidad (sobre todo, de
la marginalidad urbana) con los problemas de transición de una sociedad
tradicional a una sociedad moderna. Esta línea de interpretación es desa­
rrollada por Gino Germani. La tercera vertiente analiza la marginalidad
en clave socioespacial, a partir de la expansión de asentamientos en zonas
periféricas mal equipadas. Entre los autores más importantes de los es­
tudios urbanos se destaca también el brasileño Lucio Kowarick, quien, a
tiñes de los 70, introdujo el concepto de “expoliación urbana” , aunque
también se inscriben en esta línea varios trabajos previos de Quijano
sobre urbanización, dependencia e imperialismo. Una cuarta vertiente,
muy difundida y criticada en la época, alude a la dimensión cultural de
la marginalidad, ilustrada por la obra del antropólogo Oscar Lewis (An­
tropología de la pobreza; Los hijos de Síncbez), quien propone la noción
•Ir cultura de la pobreza para pensar la marginalidad como un lugar de
mnductas específicas, segregadas o disociadas del resto del sistema so• ineconómico.
Retomando en gran parte las dos primeras vertientes, el concepto de
marginalidad sugiere una disputa entre dos matrices epistemológicas: por
un lado, la estructural-fimcionalista, con Gino Germani a la cabeza; por otro
latín, la marxista, conceptualización en clave latinoamericana que entre
l%K y 1969 desarrollarán principalmente José Nun, Aníbal Quijano y
Miguel Murmis. Mientras que, desde la teoría de la modernización, la
mai ginalidad ponía de relieve la dualidad estructural, a través de la división
• mir un sector tradicional y un sector moderno, para aquéllos que suscriI•Luí la versión marxista, la marginalidad era producto de una relación de
uHridependencia, ligada a la dinámica excluyeme del capital, intensificada
• ii el marco de la nueva dependencia. A esto hay que agregar que al interior
•1*1 campo contestatario también existían diferencias interpretativas, tal
• Mino se verá reflejado en el debate entablado entre José Nun y Fernando
11 ( lardoso, o en la lectura critica.de Aníbal Quijano.
I .u lo que sigue, me abocaré a dar cuenta de las líneas generales del
•l»l*aie sobre la marginalidad al interior del campo dependentista, para
•• Mimir luego las ideas asociadas a G. Germani y concluir con una breve
I*** M utación de alguno de los dilemas vinculados a la problemática.

218

D ebates

latinoamereanos

Entre la masa marginal y el polo marginal
El artículo publicado por José Nun en 1969 en la Revista Latinoamiricana
de Sociología consagrada al tema llevaba el título de “Superpoblación rela­
tiva, ejército industrial de reserva y masa marginal”. La presentación del
dosier estaba también a cargo de Nun, quien desde ese mismo lugai anun­
ciaba que el tema de marginalidad le parecía lleno de buenos sentimientos,
pero también de malas conceptualizaciones. “Tienta el uso por su stncillez
aparente, cuando, en rigor, su significado resulta siempre compleo pues
remite a otro que le da su sentido: sucede que sólo se es marginal tn rela­
ción a algo” (Nun, 2001 [1969]: 19).
Con el objeto de realizar una serie de precisiones teóricas, Nun33 se
propuso indagar sobre el célebre capítulo XXIII del volumen 1 de i7 Capi­
tal áe. Marx, que trata los conceptos de “superpoblación relativa” y ‘ejército
industrial de reserva”, que, desde su perspectiva, estaban situados tn dife­
rentes niveles de generalidad (2001: 40). El concepto de “margiralidad”
aparecerá así como el pivote de esta diferenciación. Siguiendo a Marx, la
superpoblación relativa es esa parte de la población que no puede vincular­
se ni con los medios de reproducción ni con sus productos. Pero ssta po­
blación excedente es relativa, no a los medios de subsistencia sino al modo
de producción vigente. Sin embargo, los efectos que produce en el sistema
son de diferente índole, ya que pueden ser funcionales, no funcionales y
afuncionales. En esta línea, el ejército industrial de reserva -esto es, la fuer­
za de trabajo desocupada—es concebida dentro de los efectos funcionales
(pues permite aumentar la tasa de ganancia del capitalista; disminuyendo
los costos de la fuerza de trabajo). En cambio, lo que denomina “masa mar­
ginal” y refiere a un bajo nivel de integración en el sistema, cuya causa es el
desarrollo capitalista desigual y dependiente, que combinado con diversos
procesos de acumulación en el contexto de un estancamiento crónico, pro­
duce una superpoblación relativa no-funcional, en relación a las formas de
producción hegemónicas.
Antes que nada, hay que aclarar que el objetivo de Nun era el de
analizar la masa marginal, a la cual concebía como una relación, no como
un atributo. Por ende, no buscaba per se abocarse a una reflexión sobre los
sujetos sociales o sobre actividades determinadas (calificadas ellas como
marginales). En realidad, el resultado era un concepto de una gran anv

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 219

plitud, que incluía una gama de situaciones descriptivas diferentes. En esa
línea, sostenía que dentro de la tradición marxista existía la tendencia a
identificar “superpoblación relativa” con “ejército industrial de reserva”,
fusionando dos niveles analíticos diferentes, y dejando por ello en un cono
de sombra el análisis de otras modalidades o efectos no-funcionales. Dicho
obstáculo analítico se desprendía de la propia obra de Marx, llevada a cabo
en una fase anterior del desarrollo capitalista (el capitalismo competitivo),
marcado además por el desarrollo capitalista en Inglaterra. Sin embargo, en
la etapa del capitalismo monopolista, el aumento de la racionalidad de la
empresa tenía como contracara el incremento de la irracionalidad creciente
del sistema, con lo cual, una parte de la superpoblación relativa se conver­
tía en masa marginal, cuya falta de funcionalidad era un efecto no querido
de comportamiento de los actores económicos, pero un efecto producto de
contradicciones objetivas: atraso agrario, mano de obra fuertemente con­
dicionada por las disponibilidades del capital, restricciones tecnológicas,
dependencia neocolonial; todo ello tornaba más agudo el problema de la
absorción de la mano de obra, y hacía que aquéllo que podía ser conceptualizable como ejército industrial en otros contextos, se convertiera en
América Latina en “masa marginal” . Así, a diferencia del ejército industrial
de reserva, aquélla era menos una forma transicional y mucho más un ras­
go constitutivo de las economías capitalistas dependientes, en el marco de
la consolidación del capitalismo internacional concentrado. En este marco,
Nun adhería a la tesis del estancamiento y de la crisis, en un escenario que
preveía la profundización del capital monopolista transnacional.
El artículo de Nun produjo una respuesta virulenta de la parte del
sociólogo brasileño F. H. Cardoso. En un texto cargado de referencias eru­
ditas a E l Capital, tildó de “inespecífica”, “superflua” y poco operativa la
noción propuesta por el argentino, a partir de la distinción entre superpo­
blación flotante y ejército industrial de reserva. Más allá de las precisiones
metodológicas, Cardoso consideraba que el concepto no era operacional,
pues no era la descripción de una situación de privación y tampoco de la
previsión de una forma de comportamiento (mayor o menor integración
social y política), pues marginales eran tanto los empleados y los desemplcados, según se observara esto desde el sector monopolista (2001 [1971]:
181). También reprochaba a Nun la tesis del estancamiento del empleo
industrial, ya que desde su perspectiva no se correspondía con los hechos,

220

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latinoamericanos

sino con una nostalgia hacia “el desarrollismo perdido”, lo cual se traducía
en una visión catastrofista de la realidad.
Nun respondió a Cardoso planteando nuevamente que “marginalidad” era uno de esos significantes de sentido común a los cuales podía
sacársele casi todo lo que uno quisiera, pero que su análisis no se había
abocado a la elaboración de un concepto empírico, tampoco a una cons­
trucción hipotética, sino a un concepto teórico que reflexionaba sobre cues­
tiones como la desocupación, la subocupación, el subconsumo, la disgre­
gación social, desde una perspectiva marxista (2001: 187). Sostenía que el
tratamiento de la temática de la marginalidad en el plano de las relaciones
productivas justificaba la introducción de un nuevo concepto, no suficien­
temente especificado en los estudios sobre el capitalismo y, en especial, en
Marx. Al mismo tiempo, entendía que el concepto era incapaz de fundar
un horizonte autónomo, esto es, una “teoría de la marginalidad”; sin em­
bargo, lo que Cardoso interpretaba como falta de rigor o precisión, a saber,
la amplitud del concepto de “masa marginal”, en realidad para Nun era
absolutamente necesario, a fin de dar cuenta de la heterogeneidad de cate­
gorías socioprofesionales -desde desocupados a ocupados- que se incluían
en el concepto. La posterior profundización de los procesos de precarización laboral, en los 80, y el avance del desempleo en los 90, terminaron por
dar la razón a Nun, quien en el año 2001 publicó un nuevo libro sobre el
tema, reeditando estos artículos (que incluían la polémica con Cardoso) y
revisitando la noción de “masa marginal” (Nun, 2001). El libro también
buscaba tender puentes pero también firmes distinciones con respecto a la
sociología de la cuestión social propuesta por varios autores franceses (Robert Castel, Pierre Rosanvallon, Jacques Donzelot, entre otros).34
Por su parte, Miguel Murmis vertió sus ideas en el artículo “Tipos de
marginalidad y posición en el proceso productivo”, también de 1969. Al
decir de Belvedere (1998: 9), Murmis sería quien daría más “carnalidad a
la marginalidad”, a través de la elaboración de una tipología de relaciones
de inserción marginal en el mercado laboral. Ciertamente, Murmis ana­
lizaba las formas marginales de inserción de la mano de obra, ligadas a la
superexplotación, en las cuales “no se establece la relación típica de explota­
ción capitalista propia de un estadio de desarrollo dependiente capitalista”
(M urmis, 1969). En base a una encuesta propia, establecía una tipología
diferenciada: por un lado están aquellas formas de marginalidad que su­

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 221

ponen una fijación, esto es, la persistencia de ciertas formas que limitan la
condición de obrero libre, como por ejemplo la utilización semiservil de
indígenas, o la utilización de mano de obra en los obrajes y plantaciones,
así como la subsistencia de actividades del productor directo, pero en con­
diciones que hacen imposible la acumulación. Por otro lado, están aquellas
situaciones en las que la mano de obra ya se ha convertido en “obrero
libre”, pero no encuentra las condiciones que le permitan establecer una
relación estable con el empleo, sea porque no consiguen vender su fuerza
de trabajo por jornadas completas, sea porque no tienen estabilidad en el
empleo.35
Por último, en una línea más conectada con la propuesta de Nun,
se sitúan los análisis de Aníbal Quijano, a través de la noción de “polo
marginal” . Según el autor, existirían dos sistemas interdependientes; por
un lado, un núcleo central o hegemónico; por el otro, un polo marginal.
Kste último estaba constituido por un conjunto de actividades y relacio­
nes económicas que prolongaba, fragmentariamente, aquéllas que carac­
terizaban a los grupos dominados de “el núcleo hegemónico” . Desde su
perspectiva, dos fenómenos decisivos impactaban en la transformación
de las economías latinoamericanas: uno, la generalización de la produc­
ción industrial de bienes y servicios, en tanto sector hegemónico; dos,
la aparición en su modalidad monopolista. Injertados en América Lati­
na, estos elementos producirían alteraciones abruptas al interior de las
economías latinoamericanas, pues no modificaban ni reemplazaban por
erradicación los sectores anteriores, sino que se combinaban con ellos,
para dar lugar a una nueva articulación de lo económico. Pero en la
medida en que tomaban una posición hegemónica, terminaban por mo­
dificar la posición relativa de los elementos precedentes, sus funciones,
sus características concretas, convirtiéndose en producto de esos cambios
y no en un mero residuo de condiciones anteriores o sobrevivencias del
pasado. Por ende, pasaban a ocupar un nivel más bajo, por la pérdida de
recursos, de productos y de mercados, por la incapacidad de acceder a
nuevos medios de producción que supone el desarrollo tecnológico. Se
constituía así un nivel desvalorizado de la economía, que comprendía un
conjunto de actividades características de las relaciones de trabajo, que
utilizaban recursos residuales de producción, estructurándose de mane­
ra precaria e inestable, con ingresos reducidos, generando una econo­

222

D ebates

latinoamericanos

mía de subsistencia, para el consumo propio, sin crear excedente (2014
[1970]: 136 y ss.). El polo marginal aparecía ligado a la ausencia estable
de recursos fundamentales de la producción que sirven en los niveles
dominantes de la economía.
Tal como lo había hecho Nun, Quijano también transitaría por el
capítulo XXIII del volumen I de E l Capital para afirmar que el desarrollo
de los sectores de punta hace de esa población flotante o excluida una ten­
dencia permanente, no secular o transitoria (2014: 158). Esta situación se
agravaba en los países subdesarrollados por el fenómeno de la dependencia
económica, que producía además la hipertrofia de las grandes ciudades, en
detrimento del campo. Así, la emergencia de un polo marginal tan depri­
mido generaba una estructura económica dependiente más heterogénea,
más desigual y más contradictoria, lo cual debía vincularse a la hegemonía
monopolista. En lo que se refería a la mano de obra marginal, esto con­
ducía a un proceso de diferenciación social en el seno mismo de la clase
trabajadora, una suerte de subclase, que añadía una (nueva) carga al prole­
tariado activo (Quijano, 2014: 163).
En suma, por encima de las diferencias, las tesis sobre la marginalidad
tuvieron el mérito de anticipar varias de las problemáticas estructurales
de las sociedades latinoamericanas, entre ellas aquélla de la gestión estatal
de la población excedente. Según Nun, el fenómeno de la marginalidad
develaba un gran problema estructural que tarde o temprano tendría que
responder el Estado, frente al riesgo de que la población afuncional se con­
virtiera en disfuncional, al no ser incorporada a las formas de producción
hegemónica (2001: 28). Asimismo Quijano, en otros artículos sobre el
tema, escritos entre 1968 y 1970, y en coincidencia con otros autores del
campo dependentista, advertiría sobre las nuevas tendencias del Estado
respecto de estos grupos, visible en la alternancia entre la represión y la
implementación de una política asistencial paternalista. Por otro lado, de
m odo novedoso, Quijano agregaba que, aun en la precariedad y la insufi­
ciencia de la provisión de bienes y servicios, se iba generando una red de
relaciones de prestación y de recepción de ayuda, que él denominaba de
m odo tentativo “estructura de sobrevivencia” (1970: 94), la cual admitía la
importancia creciente de las redes familiares.

M aristella S vampa

223

Marginalidad y matriz funcionalista
Desde el campo funcionalista, el aporte fundamental vendría de la mano
del sociólogo Gino Germani, quien encabezaba junto con Vekemans el
Desal. Germani proponía distinguir entre el plano descriptivo y el plano
causal: así, el reconocimiento de la existencia de múltiples dimensiones y
hasta de diferentes intensidades dentro de la misma forma permitiría salir
del dilema que proponía el concepto. Un elemento importante era el ca­
rácter relativo de la marginalidad, ya que el supuesto común era la falta de
participación en aquellas esferas que se considera deberían hallarse inclui­
das dentro del radio de acción o de acceso del individuo o grupo. Es decir
que el juicio de la marginalidad se realiza en base a la comparación entre
una situación de hecho y un deber ser.
Más allá de la pretensión exhaustiva del abordaje (descripción y cau­
sas; análisis detallado de diferentes factores, tipologías, perfiles), Germani
planteaba la relación entre la marginalidad y una concepción liberal de
los derechos humanos: así, señalaba que la percepción del fenómeno en
términos de privación o carencia, y su desnaturalización, estaba ligada a la
expansión de los principios de igualdad y libertad, así como la concienti/.ación creciente de las violaciones de tales principios.36 En esa línea evoluliva: “la noción de marginalidad no es más que la última o la más reciente
expresión del proceso iniciado en el mundo moderno por el Iluminismo
| ... ] hacia la conquista de los derechos del hombre u la extensión progresiva de los mismos a todos los sectores de la sociedad” [1970, 35-36].
Este proceso evolutivo explica su desnaturalización, pero no así su per­
sistencia, en un contexto de modernización creciente. Por ello, Germani
se vio obligado a (re)introducir conceptos asociados a la matriz estrucmral-funcionalista. En definitiva, el análisis de la marginalidad terminá­
is vinculado de manera estrecha al proceso de modernización concebido
m sentido amplio - a sus promesas, a sus frustraciones, a sus desajustes y
tlrsviaciones, atribuido tanto a características personales como colectivas—.
Son básicamente las asincronías o desajustes en el proceso de transición de
una sociedad tradicional a una sociedad moderna las que generan institucio­
nes, valores, actitudes, modelos de comportamiento, estructuras parciales,
i alegorías sociales, regiones en el interior del país, que en igual lapso alcan­
zan diferentes grados de modernización y desarrollo (Germani, 1970: 42).

224

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latinoamericanos

Por otro lado, a la hora de sopesar las hipótesis de Nun acerca del ca­
rácter estructural de la “masa marginal”, Germani proponía una lectura di­
ferente de su funcionalidad en la sociedad actual. Desde su perspectiva, si
los marginales logran vivir y reproducirse es gracias a que producen bienes
y servicios en sectores de baja productividad -algo en lo que había insistido
Quijano-, cuyo mercado está constituido por sectores obreros ocupados,
pero de menores ingresos, por ejemplo, de las industrias medias no perte­
necientes al sector monopolista. De este modo, lejos de ser “afuncional”,
el sector marginal permitiría la supervivencia, en condiciones y niveles de
vida tradicionales, de un sector excluido del mercado moderno, aseguran­
do así indirectamente la supervivencia del sistema (1970: 49).
Otro punto destacado era la peculiaridad de la marginalidad en Amé­
rica Latina. Cierto es que Germani advertía sobre los problemas (o bol­
sones) de marginalidad que persistían en los países avanzados, así como
la marginalidad referida al período precapitalista, caracterizado por una
inseguridad general. Sin embargo, destacaba tres factores que daban cuenta
de la peculiaridad latinoamericana; en primer lugar, la enorme proporción
alcanzada por el sector marginal en la región, que excede en mucho a la que
pudo verse durante la revolución industrial en el siglo XIX. En segundo
lugar, la inmigración europea, pues entre fines del siglo X IX y 1930, 60
millones de europeos se trasladaron a América, con lo cual la marginalidad
potencial fue desplazada a los países nuevos que, en parte, lograron absor­
berla. América Latina funcionó así como una “válvula de escape”; y ahora
esta emigración era reemplazada por la migración interna rural-urbana. En
tercer lugar, el tipo de tecnología industrial predominante, al ser importa­
da de los países más avanzados, no apuntaba a absorber la mano de obra
sino a economizar este factor en la producción. De modo que “la situación
de desarrollo dependiente podría operar sea en forma directa, sea a través
del retraso en el desarrollo como efecto de la dependencia” (Ibídem).
Por último, en un afán por integrar incluso visiones asociadas a otros
paradigmas, Germani afirmaba que la marginalidad también hacía referen­
cia a configuraciones o constelaciones compuestas simultáneamente por
varias y distintas formas. Existirían así marginalidades parciales (respecto
de las oportunidades educacionales, de movilidad social, de participación
política, de prestigio); por otro lado, una marginalidad generalizada (ca­
racterizada por la no participación). Pero este sector no estaría ubicado

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 225

fuera de la sociedad -Germ ani no discutía si se trataba de una clase social
o no-, sino que hallándose dentro de ella o siendo eventualmente explo­
tado por alguno de los sectores participantes, quedaría excluido del goce
de derechos.

La marginalidad y las dos caras de Jano
Constituido y pesando con todas sus fuerzas sobre la
“seguridad” de la ciudad significa la podredumbre irre­
versible, la gangrena, instaladas en el corazón del do­
minio colonial. Entonces los rufianes, los granujas, los
desempleados, los vagos, atraídos, se lanzan a la lucha de
liberación como robustos trabajadores. Esos vagos, esos
desclasados van a encontrar, por el canal de la acción
militante y decisiva, el camino de la nación.
Frantz Fanón, Los condenados de la tierra,
1971 [ 1961]: 119- 120.

En una compilación publicada en México en 1975, de la cual participa­
ron F. H. Cardoso, Theotonio Dos Santos, Sergio Bagú y Héctor Silva
Michelena, entre otros, el venezolano Armando Córdova advertía sobre
algunos de los problemas ligados al “Empleo, desempleo, marginalidad” .
En esa línea, Córdova se interrogaba acerca de las cifras de la población
marginal en América Latina que, según datos de la Cepal, en 1969 se
estimaba en un 30% de la fuerza de trabajo, a saber, unos 85 millones
ilc habitantes, incluyendo las personas dependientes de los desocupados
(Córdova, 1975: 59). Sin embargo, el mismo autor reconocía que, en rea­
lidad, la estimación podía quedarse corta, pues según el Desal, citado en
el informe de Murmis, Nun y Marín, “En América Latina, aun en los
países más incorporados, la marginalidad afecta el 50% de la población,
alcanzando en algunos países el 70 u 80% de los habitantes” (op. cit.: 59).37
Dadas las crecientes dimensiones que adoptaba el fenómeno de la
marginalidad en América Latina, se iría instalando en el campo depenilcntista una pregunta inquietante acerca de la potencialidad política de los
marginales, a los que muchos consideraban como una “subclase” (Quija-

226

D ebates

latinoamericanos

no) y otros englobaban sencillamente en la categoría de “lumpenproleta­
riado” (Gunder Frank). Marx, autor abundantemente citado para el tema,
había sido muy claro, muy especialmente en su libro E l 18 Brumario de
Luis Bonaparte, donde consideraba al lumpenproletariado como desclasado, la “hez de la sociedad”, instrumento político de las clases dominantes.
Sin embargo, muchas cosas habían cambiado desde la época de Marx, so­
bre todo en las ex colonias o los países periféricos. Así, Frantz Fanón, en su
libro-símbolo sobre la descolonización, Los condenados de la tierra (1961),
había destacado la potencialidad política de los sectores marginales o desclasados, aunque también señalaba, no sin preocupación, la ambigüedad
de las conductas espontáneas, susceptibles de manipulación desde los sec­
tores dominantes. En un capítulo sugestivamente titulado “Grandeza y
debilidades del espontaneísmo”, después de despotricar contra la tendencia
conservadora de las masas campesinas en los países industrializados, Fanón
hablaba d~l “proletariado embrionario”, al hacer referencia a esos campesi­
nos sin tierra, lumpenproletariat<\ue llegaban a la ciudad y se amontonaban
en los barrios miserables de la periferia. Sin embargo, el lumpenproleta­
riado era caracterizado como un desclasado que encontraría a través de la
acción militante el camino de la nación. Así, páginas más adelante, Fanón
advertía sobre la necesidad de prestar atención a las masas marginales, pues
la revolución no podría hacerse sin ellas (Frantz Fanón, 1961: 125):
El colonialismo va a encontrar igualmente en el lumpenproletariit
una nasa considerable propicia a la maniobra. Todo movimiento
de liberación nacional debe prestar el máximo de atención, pues,
a esc lumpenproletariat. Éste responde siempre a la llamada de la
insu'rección, pero si la insurrección cree poder desarrollarse ignoráncolo, el lumpenproletariat> esa masa de hambrientos y desclasadcs, se lanzará a la lucha armada, participará del conflicto, pero
al lalo del opresor.
Pese a qie la narrativa de la descolonización y el nuevo nacionalismo revo­
lucionare influyeron mucho en la izquierda radical de la época, no todas
las múralas dependentistas convergían con la lectura de Fanón, aun si en
un esceiario como el latinoamericano, donde la opción parecía establecer­
se entre d estancamiento económico o la salida revolucionaria, la cuestión

M aristella S vampa ———————————————————— 227

acerca del sujeto de cambio resultaba más que nunca crucial. Detrás de las
profusas explicaciones acerca del nuevo fenómeno de marginalidad, sub­
yacía también una profunda desconfianza en la potencialidad política de
los marginados. No sólo no estaba nada claro que los marginales fueran
una suerte de “proletariado embrionario”, sino que además se añadía la
cuestión -ya referida- de la gestión -política y social- de la población ex­
cedente, por la vía de las políticas asistenciales, que ya comenzaba a cobrar
relevancia. Por otro lado, si los sectores marginales eran asimilados al lum­
penproletariado, no tenían un lugar en la estructura social, o si lo tenían,
como subempleados, asumían una condición transitoria o incompleta, con
lo cual apenas si podían constituir una suerte de “subclase”.
A esto se agregaba otra cuestión, pues a diferencia de las miradas or­
todoxas (asociadas al PC), la izquierda radical descartaba la posibilidad
de un frente de clases con la burguesía nacional, lo cual exigía explorar
nuevas articulaciones en el heterogéneo mundo de las clases populares.
Ciertamente los sectores marginales podían organizarse (los movimientos
sociales urbanos emergentes darían cuenta de esto), pero también éstos
podían constituirse en masa de maniobra de los sectores dominantes. Así,
Gunder Frank (1969, 20) se preguntaba:
¿Es la población “flotante” o “marginal” que bien puede repre­
sentar la mitad de la población urbana latinoamericana un lum­
penproletariado? Son estas gentes, en realidad, ideológicamente
intocables y políticamente inorganizables. El imperialismo y la
burguesía no lo creen así, y hasta ahora han tenido sumo éxito en
utilizarlos para sus fines políticos.
En una línea también pesimista, Nun sostenía que la noción de masa mar­
ginal alertaba sobre los problemas de integración al sistema que imponen
pautas específicas de integración social. En ese sentido, bien valía la pena
insistir en la diferencia entre “ejército industrial de reserva” y “masa margi­
nal”, puesto que mientras el primero implicaba una constante absorción/
expulsión por parte del mercado, y podía establecerse algún grado de expe­
riencia común con los trabajadores activos (de hecho, el corte entre ejército
en activo y ejército en reserva resultaba aleatorio), no sucedía lo mismo con
aquéllos que se iban consolidando como masa marginal, como producto

228

D ebates

latinoamericanos

del desarrollo desigual, combinado y dependiente, ya que no existiría una
base común, homogénea, desde la cual plantear la solidaridad política o
un eficaz “plan de cooperación”. Para Nun esto implicaba, a la vez, “una
esperanza y un riesgo”. Esperanza, que derivaba de la naturaleza de las con­
tradicciones potenciales; riesgo, porque en la mediación entre conflictos y
contradicciones podían surgir otras formas de luchas desviadas, desespera­
das, representadas por el populismo y otras formas de manipulación. Cabe
destacar que Nun no estaba evaluando la posibilidad de que hubiera otras
redes de solidaridad (como plantearían otros autores) generadas por fuera
del ámbito laboral que pudieran dar lugar a un proceso de emergencia de
solidaridades y conciencia colectiva.
Por su parte, Dos Santos consideraba que la categoría revolucionaria
por excelencia era la explotación (obreros urbanos y rurales) y no la mi­
seria (marginales). Los sectores marginales, como la pequeña burguesía,
eran más bien caldo de cultivo para los izquierdismos anarquizantes. No
obstante ello, Dos Santos creía que no había que despreciar el gran poten­
cial revolucionario que anidaba en el subproletariado que componen los
sectores marginales, aún si éstos no podían convertirse en la vanguardia
revolucionaria (1972: 212).
Por último, una de las miradas más cercanas a Fanón, esto es, más afín
a la tesis del “proletariado embrionario” provino de Ruy Mauro Marini,
quien a la hora de hacer una reflexión sobre el fracaso de las izquierdas en
el contexto del golpe de Estado brasileño en 1964, y más específicamente
refiriéndose a la experiencia del POLOP, sostuvo que la subestimación de
la población subocupada y desempleada había sido un error imperdonable.
Éste consistió en haber aceptado el modo en que la ideología burguesa
representaba a esa “masa marginal”, la cual supuestamente estaría cercando
las ciudades en búsqueda de su “integración” al sistema. Para Marini, la
constatación empírica mostraba
que una porción significativa de esas masas está constituida por
obreros no calificados, que trabajan en la construcción y en la
pequeña empresa o constituyen un ejército de reserva para éstas,
y que otra parte importante se destina a la prestación de servi­
cios mal remunerados, principalmente de carácter doméstico. Es
cierto que el grado de miseria material y moral que allí prevalece

M aristella S vampa ———————————————————– 229

la hace más propensa que cualquier otra capa de la población a
pasarse al lumprenproletariado; pero no es menos cierto que lo
que aparece como delincuencia o vicio es la manifestación de la
violencia y de la desesperación, y la pone, por ello mismo, en la
antesala de la revolución.38
En suma, en función del diagnóstico político (estancamiento, imposibili­
dad de una alianza de clases), la pregunta sobre la potencialidad política del
abigarrado mundo de las clases subalternas devenía crucial; sin embargo, la
tentación de adoptar una mirada “a la Fanón” parecería que fue más bien
minoritaria, circunscripta a unos pocos autores. En todo caso, el diagnós­
tico era ambivalente: por un lado, se cuestionaban las tesis de desviacionismo y del difusionismo, destacándose la peculiaridad de la periferia (la
dependencia estructural) y el agravamiento de la situación (nuevas forma
de dependencia; consolidación y expansión de la marginalidad). Por otro
lado, anclada en una mirada obrerista, para la izquierda de la época, salvo
excepciones, resultaba difícil concebir otros lugares de creación de lazos de
solidaridad y organización que no surgieran de la fábrica o en el marco del
trabajo asalariado.

2. Debates en el campo de la dependencia
Los debates mayores que atraviesa el campo dependentista de la época se
hallan vinculados a la cuestión de la singularidad de las sociedades lati­
noamericanas. Por consiguiente, en este apartado me ocuparé, en primer
lugar, del debate sobre el modo de producción de las sociedades latinoa­
mericanas en la época de la colonia. Lejos de ser un debate bizantino, la
cuestión sobre el carácter feudal o pancapitalista de América Latina estaba
d irectamente conectada con una serie de definiciones y estrategias políticas
acerca de las posibilidades de cambio político-social. En segundo lugar, la
cuestión acerca del rol de la burguesía nacional en el contexto de la nueva
dependencia. Este segundo debate vuelve sobre uno de los temas recurren­
tes que recorren el pensamiento y las ciencias sociales latinoamericanas: la
sospecha acerca del carácter siempre inacabado o incompleto de los sujetos
sociales, en tanto actores colectivos.

230

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latinoamericanos

2.1. E l debate sobre el modo de producción y sus diferentes momentos
¿Qué índole de economía es ésta que españoles y portu­
gueses organizan aquí, en medio de las enormes multi­
tudes nativas de América y África? ¿Es feudalisno, de­
cadente entonces en el continente viejo? ¿Es capitalismo,
cuyo brillo y empuje documentan en la época el zpogeo
italiano y los navegantes ibéricos? ¿Es algo distinto de
ambos, aunque de ambos recoja algunas de sus ctracterísticas básicas?
S. Bagú, 1949.
El debate sobre los modos de producción presentes en la historia de
América Latina conoce diferentes fases o momentos, y tuvo su inicio an­
tes incluso a la difusión de la teoría de la dependencia. Para algunos, fue
una suene de reedición de la discusión sobre la transición del feudalismo
al capitalismo, que ya habían protagonizado en Europa los economis­
tas Maurice D obb y Paul Sweezy, al interior del pensamiento marcista,
que contraponía dos visiones sobre el origen del capitalismo (Rodríguez,
2007). Mientras D obb defendía la idea de que el capitalismo sólo podía
entendeise estudiando las transformaciones que se operaban en la esfera
de la producción (tesis productivista); Sweezy, inspirándose en historiadores corno el francés H. Pirenne, destacaba que debía tenerse en cuenta
el auge del capitalismo mercantil en la Europa moderna, a partii de la
acumulación del capital comercial en las ciudades medievales, b cual
había derivado en la generalización de la circulación capitalista i gran
escala (tesis circulacionista).
E n t e los autores que tempranamente cuestionaron las tesis sobre el
feudalismo y la sociedad dual, se encuentra el historiador y economsta ar­
gentino Sergio Bagú, quien se abocó al tema en dos obras pioneras, Econo­
mía de li sociedad colonial Ensayo de historia comparada de América latina,
de 1949, y Estructura social de la colonia. Ensayo de historia companda de
Am érica Latina, de 1952.39 Bagú se propuso reflexionar sobre las modali­
dades del capitalismo latinoamericano desde la etapa colonial. Desde su
perspectiva, América Latina se había insertado desde la conquisa en el
sistem a capitalista colonial, asumiendo el patrón de organizaciór social

M aristella S vampa ———————————————————— 231

capitalista, pero adoptando un estilo singular; lo que el autor denomina
“capitalismo colonial”.40
Entre los elementos de organización capitalista de la colonia latinoa­
mericana se destacan la demanda del capital, la existencia del capitalismo
financiero, la organización de la producción para el mercado internacio­
nal, la configuración de un mercado comercial, la existencia del salario; en
fin, la diferencia entre ciudad y campo. Sin embargo, el predominio del
patrón de relaciones capitalistas no impidió la existencia de otras formas
de relaciones sociales y organización productiva, de tipo feudal y escla­
vista, entre las cuales el autor releva la existencia del latifundio o la gran
propiedad territorial, la vigencia de formas de servidumbre (encomienda),
la configuración de unidades económicas cerradas y la existencia de clases
sociales improductivas vinculadas a distintos niveles del poder imperial y
eclesiástico. Por último, en cuanto a la esclavitud americana, ésta fue el más
extraordinario motor que tuvo la acumulación del capital comercial euro­
peo. Siempre según Bagú, la esclavitud del indio y el negro, que nada tiene
ilc feudal y todo de capitalista, resultó indispensable para que, mediante
un proceso de acumulación capitalista, Europa pudiera tener industrias
modernas y los Estados Unidos alcanzaran un gran desarrollo económico
durante el siglo XIX.
En una suerte de dependentismo avant la lettre, esta perspectiva fue
asumida también por el historiador marxista Milcíades Peña en Historia
del pueblo argentino, obra ya citada (2012). El libro abordaba la historia ar­
gentina desde la época de la colonia hasta el (primer) peronismo. Lejos del
marxismo vulgar, Peña aplicaba una dialéctica en la cual se privilegiaban
Us estructuras, los condicionamientos sociales y las relaciones de fuerza
rntre diferentes clases sociales. En ese marco, arremetía contra el mito de
la superioridad de la colonia inglesa, comparándola con la colonización
española en América, y ponía el acento en la naturaleza de la producción
para explicar las bases reales de dos destinos diferentes. Así, subrayaba la re­
lación entre geografía y estructura social refiriéndose a “la maldición de la
abundancia fácil”, para explicar ef parasitismo de las clases dominantes en
el Río de la Plata así como la consolidación de un “capitalismo colonial”.
I >c este modo, cuestionando la hipótesis del carácter feudal de la coloni­
zación española, Peña sostenía que el contenido, los móviles y objetivos de
la descolonización española habían sido decisivamente capitalistas. Desde

232

D ebates

latinoamericanos

su perspectiva, la teoría del carácter feudal había servido a los “moscovitas
criollos” para promover la idea de la necesidad de una revolución antifeu­
dal que abriría paso a la etapa capitalista. Contra ellos, Peña retomaba las
tesis de Bagá, afirmando que el sistema de producción que los españoles
estructuraron en América era opuesto a la estructura básica del feudalismo.
En esta línea, sostenía (2012: 67):
Bien entendido, no se trata de capitalismo industrial. Es un ca­
pitalismo de factoria, “capitalismo colonial”, que a diferencia del
feudalismo no produce a pequeña escala y ante todo para el con­
sumo local, sino a gran escala, utilizando grandes masas de traba­
jadores, y con la mira puesta en el mercado local estructurado en
torno a los establecimientos que producen para la exportación.
Éstas son características capitalistas, aunque no del desarrollo in­
dustrial que se caracteriza por el salario libre.
La segunda fase de la polémica se dio en 1965, y tuvo como protagonistas,
de un lado, al alemán André Gunder Frank, y del otro, al argentino Rodol­
fo Puiggrós, entonces exiliado en México.41 Tal como señalé páginas atrás,
lejos de ser de carácter teoricista, el debate tenía implicancias políticas,
pues si el origen y la naturaleza actual de las sociedades latinoamericanas es
su carácter feudal, lo que se requería entonces era avanzar en el sentido de
una revolución democrática burguesa y antiimperialista. Contrariamente
a ello, si América Latina ha sido capitalista desde la conquista, el atraso de
las m ism as era consecuencia del carácter dependiente de su incorporación.
Siendo plenamente capitalista, lo que seguía en el futuro era la lucha por
abrir el camino hacia la revolución socialista.
L a tesis principal de Frank era que la conquista había colocado a Amé­
rica Latina en una posición de creciente subordinación y de dependencia
colonial y neocolonial con respecto al sistema mundial único del capi­
talismo comercial en expansión. Esta relación colonial con respecto a la
metrópoli :apitalista formó y transformó la estructura de clases e incluso
la cultura m las sociedades latinoamericanas, condicionando, por ende,
sus cambies presentes (Gunder Frank, Lumpenburguesía: lumpendesarrollo,
1973: 23). En esta perspectiva, no había lugar para la tesis de la sociedad
dual: a parir de la conquista, desde las regiones más dinámicas o modernas

M aristella S vampa ———————————————————— 233

hasta las más atrasadas o tradicionales se encontraban ligadas al mercado
mundial y eran explotadas en el marco del sistema capitalista. En conse­
cuencia, promover una alianza con la burguesía nacional o antiimperialista,
tal como planteaba Puiggrós, no sólo era vano, sino un error interpretativo
que podía conllevar graves costos políticos, dado que la industrialización y
el capital extranjeros eran dos caras de la misma moneda. O, para decirlo
en otros términos, desarrollo y subdesarrollo formaban parte de la misma
dinámica capitalista.
En su respuesta a Frank, el historiador Rodolfo Puiggrós sostuvo que
América salvó de la muerte al feudalismo de España y que este país derra­
mó en los territorios transatlánticos los elementos del su régimen feudal en
descomposición. Más allá de sus formas singulares, el modo de producción
de la colonia no poseía las características propias del modo de produc­
ción capitalista. Puiggrós destacaba la ausencia de los siguientes elementos
capitalistas: acumulación y reinversión del capital, producción mercantil
desarrollada, existencia de capitalistas y obreros, renta de la tierra y mercuntilización de la propiedad agraria, amplia circulación de mercancías en
mercados internos, manufactura independiente de la economía agraria, e
instituciones, ideología y Estado que representen a la burguesía naciente.
El error más cultivado, concluía Puiggrós, “es confundir economía mer­
cantil con capitalismo”. Pero además de ello, para Puiggrós ni el comercio
ni las inversiones en minas, obrajes y empresas colonizadoras (todos ellos
elementos del capitalismo comercial destacados por Frank) cambiaron el
peculiar modo de producción de la colonia, que adoptó formas singulares
de feudalismo.
La respuesta de Frank consistió en enfatizar que sus afirmaciones y
estudios se basaban en “hechos”, no en “argumentos”, rechazando una vez
más la hipótesis de la ausencia de elementos capitalistas en las economías
latinoamericanas de la colonia, tales como la acumulación e inversión de
capital, la explotación a gran escala o la importancia de la exportación de
metales preciosos. El “raquitismo capitalista” y el subdesarrollo actual no
se explicaba por la sobrevivencia feudal que continuaba esperando su supe­
ración capitalista sino como el producto histórico y continuado del mismo
desarrollo capitalista de un sistema mundial único. La vía, por ende, no era
rl capitalismo nacional ni tampoco exhumar la vieja tipología marxista del
modo de producción asiático.42

234

D ebates

latinoamericanos

Hacia los años 70, el debate tuvo una segunda etapa, más ligada al campo
académico, como sostiene Rodríguez (2007).43 De un lado, Ernesto Laclau
sumó argumentos en la línea desarrollada por Puiggrós, para subrayar las de­
bilidades teóricas y analíticas del esquema presentado por Gunder Frank; de
otro lado, el historiador brasileño Ciro Cardoso se ocupó de caracterizar las
originalidades propias del modo de producción colonial. En términos gene­
rales, Laclau compartía las tesis de Dobb, pues consideraba que era necesario
ir del análisis de la circulación del capital al modo de producción. Asimismo,
Laclau considerada que Frank suministraba una definición tan amplia del
capitalismo que le era imposible extraer conclusiones concretas; tales como
la caducidad de la etapa democrático-burguesa en America Latina. Hilando
más fino, Laclau se propuso también especificar lo que se entendía por modo
de producción feudal, señalando que Frank confundía niveles analíticos di­
ferentes entre modo de producción y formación social. Esto explicaba su
visión del feudalismo como un sistema cerrado, no penetrado por las fuerzas
del mercado. Para Laclau (1973: 35-36):
El carácter precapitalista de las relaciones de producción domi­
nantes en América Latina no sólo no fue incompatible con la pro­
ducción para el mercado mundial sino que por el contrario, fue
intensificado por este último. El régimen feudal de las haciendas
tendió a incrementar las exacciones serviles sobre el campesinado
a medida que las crecientes demandas del mercado mundial im­
pulsaron a maximizar el excedente. De tal modo, lejos de consti­
tuir el mercado externo una fuerza desintegradora del feudalismo,
tendió a acentuarlo y consolidarlo.
Tam poco pedía afirmarse que había una única forma de vinculación con
las m etrópo is, pues la evidencia empírica existente, remitiendo las reali­
dades de amplias regiones del continente en países como Perú, México,
Bolivia o G iatem ala, hacían indefendible la tesis del capitalismo. El si­
glo X I X habría agravado ese proceso, con lo cual nos enfrentamos a un
campesinado sujeto a obligaciones serviles, que hoy vive una suerte de
“segunda servidumbre”, con diversas variaciones a lo largo del continen­
te, y no a ur asalariado agrícola. Por último, afirmar el carácter feudal de
las relaciones de producción en el sector agrario no implicaba mantener

M aristella S vampa ———————————————————— 235

la tesis dualista, que contraponía un sector dinámico y moderno a uno
atrasado y estancado.
Por otra parte, el brasileño Ciro Cardoso intervino en el debate, am­
pliando la caracterización en términos de modo de producción. Desde su
perspectiva, salario, sujeción personal o esclavos había habido en todas las
épocas y en el marco de modos de producción diferentes. En esa línea, no
se podía asimilar servidumbre con feudalismo, como tampoco salario con
capitalismo. Lo novedoso de su planteo fue el de desarrollar las particulari­
dades propias de un modo de producción americano.44 En función de ello,
propuso otra categoría, la de modos de producción dependiente o colonial,
que incluía varios tipos: así, distinguía el modo de producción basado en
la explotación de los indios, establecido en la zona de las grandes culturas
precolombinas; el modo de producción esclavista colonial instaurado por
los europeos en regiones poco densas en población indígena y con condi­
ciones propicias para las actividades exportadoras; por último, aquél basa­
do en la economía diversificada y autónoma de pequeños propietarios, en
América del Norte (1973: 153-154). Todos estos aportes fueron recogidos
posteriormente en un libro colectivo bajo el título de Modos de producción
en América Latina, publicado por primera vez en 1973, en los Cuadernos
de Pasado y Presente, ya desde el exilio mexicano; libro que en sólo seis años
realizaría siete ediciones.. .45
Finalmente, el ecuatoriano Agustín Cueva también intervino en este
largo debate sobre el carácter feudal o capitalista de América Latina, seña­
lando de modo agudo algunas contradicciones o paradojas del mismo. Una
de ellas se refería a los “efectos políticos” de esta tesis, ya mencionados, acer­
ca de la asociación entre la hipótesis circulacionista/pancapitalismo/visión
revolucionaria versus la hipótesis productivista/feudalismo/reformismo o
frente de clases. Cueva enfatizaba la paradoja de que los grupos armados
que luchaban por la implantación del socialismo en la América Latina de
esos momentos (los 70) lo hacían convencidos de la existencia de un sector
feudal en el subcontinente. Por ende, la revisión teórica llevada a cabo por
ciertos intelectuales poco tenía que ver con la práctica revolucionaria que
se venía efectuando (1974: 236). Otra paradoja era que la tesis que apare­
cía como la más revolucionaria y auténticamente marxista (la de Gunder
l’rank) se sostenía sobre bases teóricas proporcionadas “por la ciencia social
burguesa, que define al capitalismo como una economía abierta o por la

236

D ebates

latinoamericanos

simple existencia de moneda y comercio; es decir, contradiciendo de plano
toda la obra de Marx y otros clásicos del marxismo” (1974: 237).46 Por úl­
timo, Cueva realizaba un balance crítico de esta discusión que iba más allá,
pues atacaba sobre todo a la intelectualidad “neomarxista” (dependentista),
a la cual acusaba de estar desvinculada del movimiento obrero y marcada
por una fuerte tradición nacionalista y populista; en fin, intelectuales que
tenían una formación de base muy poco marxista y leninista, y que desde
su perspectiva tendieron a leer a Marx con los lentes de Weber, estructuralfimcionalistas o cepalinos (1974: 240). Tampoco se privaba de cuestionar
el mito de la “originalidad irreductible” de América Latina, que rezumaban
las tesis de Ciro Cardoso.
Aunque fueron pocos los que defendieron la tesis pancapitalista, sos­
tenida por un cada vez más criticado André Gunder Frank, el verdadero
“cierre” de este debate vino de la mano del reconocido historiador y soció­
logo Immanuel Wallerstein, quien en 1974 publicó el primer tomo de El
moderno sistema mundial, la agricultura capitalista y los orígenes de la econo­
mía mundial europea en el siglo XVI, el cual avalaba en gran parte las tesis de
Frank. Este libro de Wallerstein desarrolló un marco teórico para entender
los cambios históricos involucrados en el surgimiento del mundo moder­
no.47 Su estudio sobre dos casos claves, la producción y comercialización
de la plata en la América española y el azúcar en la zona portuguesa en los
siglos XVI y XV II, reforzaba las tesis de Frank y limitaban la tesis del feu­
dalismo latinoamericano (Rodríguez, 2007). Así, paradójicamente, serían
los aportes provenientes del centro los que vinieron a convalidar la victoria
del dependentismo, más allá de que dichas tesis pondrían de relieve los
puentes entre la teoría de la dependencia y la teoría del sistema-mundo,
como el propio Wallerstein y otros autores reconocerían.

2.2. E l r d de la burguesía nacional en el marco de la dependencia
Una maldición se cierne sobre elpensamiento social lati­
noamericano: haber llegado tarde a la historia. Estados
sin nación, pueblos sin historia, Estados sin legitimidad,
ciudadanos sin derechos, clases sociales sin proyectos o
modernizaciones sin modernidad. Éstas son algunas de

M aristella S vampa ———————————————————— 237

las paradojas que han ido configurándose alrededor del
quehacer sociológico en nuestra región. De esta manera,
el debate teórico ha estado dedicado a descifrar las ca­
racterísticas que han hecho de nuestras realidades, reali­
dades inacabadas.
M. Roitman, Pensamiento sociológico
y realidad social en América Latina, 2008.
líl campo de la dependencia puso un énfasis especial en dar cuenta de los
cambios operados en la burguesía nacional en el marco del capitalismo
dependiente, en su fase monopólica. Estos cambios reflejaban una impor­
tan te inflexión, visible en el abandono de su rol como burguesía “nacional”
en un contexto de alianza de clases (característico de la fase populista), y el
pasaje a otra situación, caracterizada por la rápida subordinación al capital
internacional, en calidad de socio menor o local, lo cual se acompañaba de
icposicionamientos políticos conservadores o reaccionarios.
En el marco de la nueva dependencia, los debates sobre las clases
dominantes se articularon sobre tres ejes. El primero se refería al énfasis
rn la composición interna del actor. Interesaba analizar la relación en11c las diferentes fracciones de la burguesía (unidad o fragmentación),
y de éstas con el resto de los actores sociales (vínculos de cooperación alianzas—y de conflicto -oposición, contradicción-). El segundo eje se
irte ría a que, dadas las condiciones de inserción económica de América
I.atina, se tornaba necesario analizar los niveles de dependencia o sub­
ordinación de la burguesía local con respecto al capital internacional.
Por último, otro eje directamente conectado con el anterior es aquel
kpie se preguntaba acerca de la existencia o no de una clase dirigente, lo
que en la época se reflejaba en la necesidad de distinguir entre burgue­
sa nacional y burguesía local.48
Acerca del primer eje, el libro de Cardoso y Faletto supo establecer
il¡lerendas según las etapas y los países, a través del análisis histórico-esiructural. El abordaje de los procesos nacionales colocaba el acento en el
rol de la burguesía y de la unidad o fragmentación de ésta como clase. Asi­
mismo, la lectura destacaba que en el caso latinoamericano la burguesía era
lomprendida en términos de “productores o empresarios capitalistas”, en
oposición a la oligarquía terrateniente o los “señores agrarios”, con un sig-

238

D ebates

latinoamericanos

niñeado distinto al de la burguesía europea. El libro establecía también una
tipología de casos nacionales. Así por ejemplo, para el caso de las socieda­
des organizadas sobre la base de un control nacional del sistema productivo
exportador (Argentina, Brasil), los autores reconocían la existencia de un
sector burgués importante; pero la crisis y transición hacia una nueva fase
del capitalismo había conducido al menos a dos situaciones concretas en
términos de procesos de dominación, en función de la afirmación o no de
una “unidad de clase”49 al interior de las clases dominantes. Un primer caso
era aquel en donde el sector dominante del sistema exportador se consti­
tuía en burguesía hegemónica e imponía al resto de las fracciones de clase
un orden peculiar, poniendo de manifiesto así una “unidad de clase”, si­
tuación ilustrada por la burguesía bonaerense en la Argentina. Un segundo
caso reflejaba una situación de mayor inestabilidad, donde se había logra­
do la “unidad de clase” expresada por una “confederación de oligarquías”,
en la que los distintos sectores agroexportadores realizaban un pacto tácito
entre ellos (ei caso de Brasil, anterior a 1930).50
Por otro lado, el grado de diversificación del sistema productivo na­
cional también condicionaba las formas de transición en términos de
esquemas de dominación burguesa. Así, las economías exportadoras di­
versificadas facilitaron la formación de sectores productivos orientados al
mercado interno, en función del cual se constituyeron los primeros nú­
cleos industriales, formándose así una burguesía urbana y sectores obrerospopulares. Tara el caso de las economías de enclave, la debilidad de los
grupos económicos nacionales había obligado a éstos mantener una forma
de dom inacón más excluyen te, ya que su vinculación con el sector de en­
clave dependía de su capacidad para asegurar un orden interno que pusiera
a disposicioi de aquél la mano de obra económica.
Aun, pese a que contemplaba tipologías diferenciadas, este esquema
general fue vastante criticado, pues en definitiva la etapa de transición -h a­
cia el capitdismo com petitivo- aparecía condicionado desde los orígenes
por el moda en que se habría incorporado la economía nacional al procese
de divisióninternacional del trabajo, en el momento de la formación-con
solidación del Estado-nación. Habría, por ende, una suerte de “destino’
difícil de nodificar, vinculado al momento fundacional (como señalar!;
Bam birra),aun si los análisis o la tipología se detenían en el estudio de l;i
orientacioies valorativas contradictorias al interior de los sectores domi

M aristella S vampa ———————————————————— 239

nantes (la relación entre los sectores agroexportadores y los sectores tradi­
cionales) y las ambigüedades propias de la situación de subdesarrollo.
El segundo y tercer eje de discusión aparecían más articulados, pues
debido a los cambios producidos en el marco de la nueva dependencia, el
interés estaba puesto en caracterizar el tipo de vinculación de la burguesía
hacia afuera y, por ende, las modalidades de la dominación hacia adentro.
En esta línea, una primera respuesta provino de Gunder Frank, en un libro
cuyo título era por demás elocuente: Lumpenburguesía: lumpendesarrollo.
Por lumpenburguesía Gunder Frank entendía aquella clase que es utilizada
como socio menor por el capital internacional.51 En tal contexto, no había
posibilidad de alianza antiimperialista con la burguesía, como propugnaba el
Partido Comunista, porque el mismo “estrujamiento imperialista” o “usur­
pación neoimperialista” forzaba a la burguesía latinoamericana a explotar
aún más a sus supuestos aliados obreros y campesinos, obligándolos así a
privarse de su apoyo político. La vía del capitalismo nacional o estatal estaba
sellada por el neoimperialismo (Gunder Frank, Latinoamérica…, 1969: 27).
Theotonio Dos Santos reflexionaría en tono similar. Desde su perspectiva,
la burguesía de los países atrasados era esencialmente “capitulacionista” y es­
taba dispuesta a sacrificar el desarrollo nacional y su liberación económica y
política a cambio de apoyo económico y seguridad interna, promesas ambas
del imperialismo (Dos Santos, 1972: 122).52
Por su parte, en Subdesarrollo y revolución, Ruy Mauro Marini sostuvo
que la burguesía industrial latinoamericana había evolucionado de la idea
de desarrollo autónomo —de la mano de una política bonapartista (el po­
pulismo)- hacia una integración efectiva con el capital imperialista, lo cual
daría lugar a un nuevo tipo de dependencia, más radical. En realidad, fue
el desarrollismo el que cimentó el mito de la burguesía nacional, opuesta
al imperialismo, pero esta afirmación se forjó en un contexto histórico
diferente. En contraste, el escenario de la época ilustraba el proceso de
desnacionalización de la burguesía local; una nueva forma de dependencia
consolidaba así el divorcio entre burguesía y masas populares, intensifican­
do la explotación y negando los derechos laborales.
Asimismo, en la cuarta de sus famosas Siete tesis equivocadas sobre Améri­
ca Latina, Stavenhagen arremetía contra la afirmación de que “La burguesía
nacional tiene interés en romper el poder y el dominio de la oligarquía terraicniente” (1981-[1965]). Desde su perspectiva, no es que existieran intereses

240

D ebates

latinoamericanos

contradictorios entre la nueva élite (industriales y empresarios modernos) y
la clase alta tradicional (latifundistas); antes bien, había vinculaciones entre
capital agrario y capital industrial, y de éstos a su vez con los capitales extran­
jeros. Burguesía y oligarquía se complementaban, pues su objetivo era conti­
nuar manteniendo el régimen de dominación sobre la base del colonialismo
interno, lo cual beneficiaba a ambas clases. De modo que en la misma línea
que Gunder Frank, Stavenhagen sumaba al cuestionamiento de la tesis de la
alianza de clases postulada por el PC, un balance crítico acerca del fracaso de
las reformas agrarias durante el período populista.53
Entre aquéllos que más se opusieron a esta lectura que planteaba
una visión acotada de las burguesías locales, vistas como “tigres de pa­
pel” , estuvo E H. Cardoso. Ya en el post scríptum de Dependencia y de­
sarrolle de América L atin a (1979) el autor dejaba en claro que existían
posibilidades de un desarrollo dependiente asociado, lo cual implicaba
afirmar que la burguesía tenía un rol activo. En 1973, en una interven­
ción titulada sugestivamente “ Epur si mouve” (1977), Cardoso insistía
en el carácter bifronte de la burguesía: ya en la época colonial, ésta
no era precapitalista pero tampoco feudal, y no constituía strictu sensu
una barguesía agraria. Era una burguesía con elementos propios del
capitalismo mercantil y otros derivados del carácter esclavista o “enco­
mendero” de las relaciones sociales de producción. Yendo al presente,
Cardcso señalaba que la quiebra del nacional-populismo, el castrismo y
la práctica económ ica expresada en la penetración del capital extranjero
habríin puesto fin al concepto de “burguesía nacional” (1979 [1973]:
216-^30). Para C ardoso esto resultaba contradictorio, pues en aqué­
llos países -c o m o B rasil- donde existía un fuerte desarrollo capitalista
que ro era del tipo del enclave, no podía sostenerse que la burguesía
desaparecía por encanto o que se encontraba puramente determinada
por fictores extranjeros. El proceso era sin duda más complejo, pues lo
que sucede es que “las burguesías locales se redefinen” . No era posible
habl:r de atributos estables en la burguesía; las relaciones de clase son
dinánicas y recursivas y en este marco hay que ver cómo la burguesía
se reaciona con otras clases. Así, por ejemplo, mientras la burguesía
mexicana se asociaba con el capital monopolista, pero controlaba civil
m erte el E stad o, la burguesía brasileña no había podido hacerlo (golpr
de Estado); y am b as diferían de la burguesía argentina que debía en

M aristella S vampa ■

241

frentar a la clase obrera peronista, para la cual el fin del populism o era
una abstracción poco razonable (op. cit.y 230).
En rigor, para Cardoso, lo que había terminado era el modelo nacional-desarrollista, esto es, una determinada ideología de la burguesía, pero
esto no debía ser confundido sin más con el final de la burguesía nacional.
De ahí que en varias de sus críticas a otros dependentistas o incluso a los
teóricos de la marginalidad, Cardoso reprochara esta “confusión’. La cri­
sis debía ser referida al modelo desarrollista y a la ilusión -d e afianza, de
desarrollo, de redistribución- que éste había traído consigo. El problema
de los otros depédentistas era así que los límites de un determinado
modelo se habían confundido sin más con los límites de un sistema, en
constante transformación.
El debate sobre el carácter de la burguesía entraría en una nueva fase,
a partir de la intervención de Guillermo O ’Donnell, quien en 1978 ilu­
minaría el tema desde una óptica novedosa, en su artículo “Notas sobre el
estudio de la burguesía local, con especial referencia a sus vinculaciones
con el capital transnacional y el Estado” . El aporte de O ’Donnell sería
doble: por un lado, desarrollaría ciertos criterios teóricos y metodológicos
para el estudio de la burguesía local industrial. Por otro lado, analizaría el
rol del Estado, respecto del capital transnacional como de las burguesías
locales, algo que con anterioridad había presentado en “Apuntes para una
teoría del Estado” (1977).
O ’Donnell aclaraba que prefería hablar más acotadamente de burgue­
sía local y no de burguesía nacional, ya que desde su perspectiva la cuestión
de si la burguesía podía llamarse “nacional” debería ser más bien el coro­
lario antes que la premisa del anáfisis. Asimismo, manifestaba su sorpresa
ante la falta de estudios sobre el tema. Tomando como punto de partida
el anáfisis del sector urbano e industrial de la burguesía local (dejando
ilc lado otras fracciones, como la burguesía rural, financiera y comercial),
O ’Donnell se abocaba a dar cuenta del papel que cumplía la burguesía
local industrial en un contexto de transnacionalización del capital. En
coincidencia con los anáfisis de Cardoso, consideraba que la dependencia
hc había convertido en un terreno fértil para numerosos simplismo! y qtlC
uno de ellos era concebir el capital internacional y el impcrialiimo
demiurgos todopoderosos que implicaban, entre otras cou* la _
autonomía de la burguesía local. Desde su perspectiva, esto

242

D ebates

latinoamericanos

negar el importante grado de subordinación de la burguesía local a las
empresas transnacionales, pero tampoco afirmar que en los fenómenos de
subordinación que él se proponía analizar, la burguesía local no tenía su­
ficiente autonomía como para constituirse en un sujeto social con sentido
propio, ni para sostener incluso fricciones con el capital transnacional.
Su argumento central era que el tema de la burguesía local debía ser
tratado desde la perspectiva más amplia de la dinámica de la transnacio­
nalización del capital. Para ello ponía el acento en la noción de “estilo de
desarrollo”, el cual viene determinado desde el centro a través del patrón
de crecimiento y la oferta de bienes de sus unidades más dinámicas. La
condición de éxito para la empresa nacional era meterse dentro de ese pa­
trón de crecimiento, incorporándose de la manera más plena y mimética
posible, por ejemplo, como proveedor de sus equipos de producción de las
empresas transnacionales, a través de lo cual lógicamente se va expandien­
do más el proceso de transnacionalización del capital. Así nos encontramos
con una situación que muestra un patrón de crecimiento que, de un lado,
conlleva la industrialización (cuyo componente más dinámico es el con­
junto de bienes destinados a sectores de altos ingresos)” y, de otro lado,
“consolida ur.a estructura productiva descabezada, carente de pulsiones
autónomas provenientes de la producción de bienes de producción y de su
concomitante de generación de tecnología creativa de nuevos productos”
(1978: 19). A esto se refería el “desarrollo dependiente asociado”, tal como
fuera denominado por Cardoso y Faletto, que ilustraba la ambigüedad
estructural de la burguesía local: por una parte, las capas de la burguesía
local que participaban se constituyen en los elementos más dinámicos y
privilegiados; por la otra, esa misma participación ayudaba a reproducir
un patrón decrecim iento y un proceso de transnacionalización del capital
que reponía £ esas capas en una condición de debilidad orgánica y subordinación del capital transnacional que, a través de ello, se reproducía como
vanguardia dinámica de ese proceso a escala mundial. En consecuencia,
industrializadón sesgada y descabezamiento de la estructura productiva
serían resultado de este particular estilo de desarrollo.
Una refbxión similar planteaba O ’Donnell respecto del Estado: por
un lado, el aparato estatal tiende a la construcción de una sociedad nació
nal; pero p o el otro, éste se constituía en agente coimpulsor del capital
transnaciona. N o otra cosa era un “Estado capitalista dependiente”. La

M aristella S vampa ———————————————————— 243

burguesía local tenía además que reproducirse como clase nacional, y para
ello requería de un Estado nacional que la tutelara. La necesidad de entrar
al aparato estatal era particularmente aguda en una burguesía consciente
de su fragilidad, y aquél era, a su vez, uno de los principales motores de
su organización corporativa: “Esto implica que tiene que postularse […]
como una clase nacional a pesar de que la misma reproducción de un
patrón transnacionalizante de crecimiento la subordina al capital transna­
cional y ratifica al conjunto de la sociedad como una estructura productiva
descabezada y, por lo tanto, económicamente dependiente”.54
En suma, la lectura de O ’Donnell vino a cerrar un ciclo de discusiones
sobre el rol de la burguesía local, al tiempo que abría el estudio a nuevas
preocupaciones. Su meticulosa argumentación y el espesor analítico de su
propuesta tenían la capacidad de restituir complejidad al análisis de clases,
en especial al referido a la burguesía local- sin que éstas se perdieran o
ilifuminaran detrás de las estructuras sociales. A su vez, el Estado también
era portador de esta doble dimensión contradictoria.

2.3. Dependencia: querellas internas y discursos hegemónicos
A partir de esta constatación todo se toma en cambio co­
herente: elpredominio omnímodo de la categoría de de­
pendencia sobre la categoría de explotación, de la nación
sobre la clase, y el mismo éxitofulgurante de la teoría de
la dependencia en todos los sectores medios intelectuales.
Incluso la ilusión de que con ello se habían superado
las “estrecheces y limitaciones” del marxismo clásico: ¿y
cómo no iba a ser posible esta “superación” teórica si en
la misma práctica política las vanguardias de extracción
intelectual creían poder reemplazar al proletariado en
sus tareas revolucionarias?
. Agustín Cueva, Problemas y perspectivas
de la teoría de la dependencia, 1979.
Imiire el 8 y 12 de julio de 1974 se llevó a cabo el IX Congreso Latinoamede Sociología en San José de Costa Rica, el cual estuvo consagrado

iu ano

244

D ebates

latinoamericanos

a reflexionar sobre la sociología latinoamericana de los últimos veinticinco
años. Los debates más importantes del congreso estuvieron centrados en
la teoría de la dependencia. Más aún, los trabajos fueron publicados cinco
años después en dos volúmenes, en una obra cuyo título sería Debates sobre
la teoría de la dependencia y la sociología latinoamericana, la cual fue para
muchos una suerte de “primer proceso a la teoría de la dependencia”, a raíz
de las voces críticas que se despliegan en el texto: desde la izquierda, Agus­
tín Cueva y otros intelectuales marxistas, quienes cuestionaban las ambi­
güedades y falencias de la dependencia desde una óptica marxista; hasta la
derecha, representada por el sociólogo argentino José Luis de Imaz, quien
titulaba su artículo con un sugestivo “Adiós a la teoría de la dependencia”.
El libro incluía también el post scríptum de Cardoso y Faletto para Depen­
dencia y desarrollo en América Latina, publicado en 1979, que respondía los
cuestionamientos que desde dentro del campo dependentista subrayaban
la inviabilidad del Desarrollo Dependiente Asociado.55
Se trataba del comienzo del declive de la teoría de la dependencia,
hecho vinculado no sólo a la inevitable banalización del concepto y a la
creciente caricaturización de algunos de sus aportes, sobre los cuales llo­
vían una multiplicidad de críticas y descalificaciones, sino también a las
nuevas condiciones políticas que vivía Latinoamérica, en el marco de las
dictaduras militares. Mientras comenzaba a expandirse la crítica de que
la deperdencia no poseía estatus de “teoría”, repetida muchas veces con
escasa fundamentación, simultáneamente se asistía a una suerte de homogeneizadón de los cuestionamientos.
En esa línea, el crítico más agudo fue el ecuatoriano Agustín Cueva,
quien ctestionaba la matriz ecléctica de la teoría de la dependencia, a la
cual consideraba una suerte de “neomarxismo al margen de Marx” (1979:
66). Objetaba también que los dependentistas continuaban moviéndose
dentro cel campo problemático impuesto por el desarrollismo e incluso es
taban atrapados en una visión economicista, lo cual explicaba una “nostal
gia del capitalismo nacional perdido” (op. cit.: 73). Ponía en duda el carác
ter omnímodo de la noción de dependencia, “cuyos límites de pertinencia
teórica ^m ás han logrado ser definidos, y cuya insuficiencia es notoria a la
hora de elaborar vastos esquemas de interpretación del desarrollo histórico
en Am é ica Latina” (ibídem: 73). Por último, al igual que Weffort,56 Cueva
conside aba que la teoría de la dependencia tendía a reemplazar el análisis

M aristella S vampa

245

de clases por un enfoque nacional, lo que en términos políticos conlleva­
ba la adhesión —o la “desviación”- a diferentes formas del “nacionalismo
revolucionario”. Esto no significaba que las contradicciones entre países
independientes imperialistas y países dependientes no existieran; por su­
puesto, pero la dupla Imperio/Nación derivaba de una dicotomía mayor,
a saber, la contradicción de clases. En fin, para Cueva, “el análisis de clase
y su lucha constituían el talón de Aquiles de la teoría de la dependencia”
[op. cit.: 75).57
Ya con anterioridad varios autores vinculados al campo dependentista
-entre ellos, Aníbal Q uijano- habían reprochado que el término depen­
dencia se hubiera convertido en un instrumento mágico y omnisciente
(Quijano, 2014 [1970]: 127). Asimismo, hacia 1974 también, en un texto
multicitado y difundido, “Notas sobre el estudio actual de la dependen­
cia”, E H. Cardoso revisitaría el concepto, a fin de revisar su estatus teórico
y definir el campo problemático. Ahí hablaría de sus orígenes impuros, ne­
gando que existiera una separación entre concepto e historia, entre teoría y
política (1974: 93). Respecto del estatus teórico, se preguntaba:
¿Noción, concepto, “teoría”, caracterización “concreta” o qué más?
[…] En la medida en que la “dependencia” pasa a ser la “amalgama
confusa” de relaciones y articulaciones indeterminadas (como se
ha vuelto en algunos textos) y en la medida en que se pretende
hacer una teoría a partir de la “opacidad” de un concepto nebuloso,
mi reacción inmediata es rechazar fueros de ciencia a este tipo de
ideología.58
Más adelante, afirmaba que la “dependencia” no tenía el mismo estatus
teórico que otras categorías de la teoría del capitalismo, como “plusvalía”,
“explotación”, “expropiación”, “acumulación”, porque en realidad “se defi­
ne en el campo teórico de la teoría marxista del capitalismo” (op. cit.: 107).
I ii consecuencia, para Cardoso, una vez realizada la delimitación, no había
por qué negar la existencia de un c^mpo teórico propio, aunque inscripto
en el marco de la teoría marxista del capitalismo; más aún, como comple­
mento de la teoría del imperialismo.
En otro texto importante, ya citado, bajo el elocuente título “Epur si
mouve\ Cardoso insistirá en la idea de que internamente esta nueva forma

246

D ebates

latinoamericanos

de relación de dependencia permite cierto dinamismo social y, de modo
provocativo, hablará de “tentativas de apertura social” (1977: 233), lo cual,
tratándose de una época de dictaduras militares, le costará no pocas críti­
cas. Por sobre todas las cosas, su posición acerca de la coexistencia entre
desarrollo y dependencia, a través del capitalismo asociado dependiente,
se encuentra muy distante de los pronósticos de Gunder Frank y de R.
Mauro Marini, con quienes polemizará sobre el tema.59
Con anterioridad a ello, Gunder Frank, considerado por muchos
como una suerte de caricatura de las posiciones dependentistas, también se
vio obligado a responder a las numerosas críticas que generaron sus plan­
teos. Así lo hizo en el libro Lumpenburguesía: lumpendesarrollo. Dependen­
cia, clase y política en Latinoamérica, escrito en 1969. En la introducción,
cuyo título es “Mea culpa”, cita una reseña60 sobre su libro Capitalismo y
subdesarrollo en América Latina, en el cual se afirmaba: “es una presenta­
ción impresionante y convincente de la manera decisiva en que a partir de
la conquista, el destino de los latinoamericanos siempre ha sido afectado
por acontecimientos fuera de su continente y fuera de su control” . Frank
se encargaría de aclarar que esa no era su tesis; que desde su perspectiva la
dependencia no era algo meramente externo e independiente de la estruc­
tura de clases; algo impuesto a los latinoamericanos desde fuera y contra
su voluntad; antes bien, “es la impregnación de la economía nacional del
satélite con la misma estructura capitalista y sus contradicciones funda
mentales […] que organiza y domina la vida nacional de los pueblos, en lo
económico, político y social” (Frank, 1973: 13).
Otra crítica, de índole metodológica, que retomaba Frank es la de Dos
Santo», quien sostuvo que aquél no logró superar una posición estructural
funcionalista; de ahí el carácter estático de su sistema, que reafirma “la
continuidad en el cambio” . En consecuencia, los cambios que han existí
do aparecen com o “irracionales” o como producto de factores aleatorios.
Frente a dicha crítica, Frank debió realizar varios actos de acrobacia retó
rica, lemitiendo sobre todo a textos precedentes en los que profundiza la
dinámica histórica. En el “Mea culpa” también se aviene a criticar la pa
labra “dependencia” , que considera ya una moda, utilizada por burgueses
refornistas así com o por marxistas revolucionarios (op. cit.: 18). Pero en el
posfacio, escrito en 1972, Frank irá más lejos. El mismo lleva el título pro
vocacbr de “L a dependencia ha muerto. Viva la dependencia y la lucha de

M aristella S vampa ———————————————————— 247

clases “, y en él ofrecerá su propia versión sobre los orígenes y las tensiones
de la teoría de la dependencia, ligada, según su opinión, a una “estrategia
revolucionaria críticamente alternativa inspirada por la revolución cubana
y el debate chino-soviético” (1973: 166).
¿Ha muerto entonces la dependencia? En su opinión, se estaría
acumulando evidencia de que la dependencia —tanto la vieja (dependencia
desarrollista) como la nueva (dependencia, en términos de teoría revolucio­
naria)- estaba en vías de completar el ciclo de vida natural.61 Frank consi­
dera así que “el disparo de partida de esta nueva apertura” habría sido dado
por su libro Capitalismo y subdesarrollo en América Latina^ escrito entre
1963 y 1965, y algunos otros textos suyos; mientras que Lumpenburguesía:
lumpendesarrollo, escrito en 1969, sería el canto de cisne de este concierto,
independientemente de que otras estrellas cantasen nuevas variaciones de
esta melodía (166-167). Una vida intensa para un breve ciclo que, además
de autorreferencial, habría terminado con las revueltas metropolitanas de
1968 y 1969, pero también con la reapropiación, por parte de las fuerzas
del establishment de nociones como “teoría de la dependencia”, “desarrollo
del subdesarrollo” y hasta “subimperialismo”.
En suma, la banalización de la teoría de la dependencia condujo a una
uiricaturización de sus argumentos; y en ello, Frank aventajó por varios
i ucrpos a otros representantes. No es casual que las críticas provinieran
también desde el propio campo, en autores como Marini, Weffort, Cardono y Dos Santos. Su visión política hiperradical y extremadamente esque­
mática ofrecía el eslabón más débil, lo cual exacerbaba las críticas desde
minera y encolerizaba a sus propios compañeros de ruta. Por ejemplo, en el
.mfeulo ya citado sobre el estado actual de los estudios de la dependencia,
lí I I. Cardoso, en una sola y límpida nota al pie de página, desestimaba su
mlluencia en los estudios de la dependencia, y limitaba su rol a la crítica al
limcionalismo y a la sociología del desarrollo, insistiendo en que su caracirr’¡/.ación del proceso histórico-estructural de la evolución del capitalismo
ri.i “ortodoxa.62 Por su parte, aun si compartió varios supuestos ligados al
avance de la internacionalización del capital y su extensión global, Theohiiiio Dos Santos criticó su concepción a-dialéctica implícita en la idea de
Vontinuidad en el cambio”, que extrae a partir de su exitosa fórmula “el
ilrsarrollo del subdesarrollo”. En 1978, a la hora de hacer una genealogía
ilr la teoría de la dependencia, Dos Santos escribiría: “Gran parte de la crí­

248

D ebates

latinoamericanos

tica que se hizo al concepto de dependencia en los últimos tiempos tomó
como principal objeto las afirmaciones de Gunder Frank, tan combatidas
por muchos de los que desarrollaron este concepto. Posteriormente, una
autocrítica del mismo Gunder Frank confundió a todos los que han traba­
jado con este concepto en un mismo campo teórico. Se hace necesario pues
profundizar en el tema” (Dos Santos, 2011 [1978]: 423).63
Sin embargo, el anuncio del fin de ciclo fue la virulenta polémica que
tuvo lugar en 1978 entre Cardoso y Marini. Ésta fue iniciada por F. H.
Cardoso y José Serra, quienes escribieron un artículo de una cincuentena
de páginas, Las desventuras de la dialéctica de la dependencia (título que
evocaba un famoso libro de Merleau-Ponty contra Sartre), y en el cual arre­
metían de modo copiosamente adjetivado y destructivo contra las tesis de
Marini desarrolladas en Dialéctica de la dependencia. Éste respondió con no
menos páginas y certezas, en un artículo titulado Las razones del neodesarrollismo. Ambos trabajos fueron publicados en un número extraordinario
de la Revista Mexicana de Sociología, de 1978. No es mi intención abordar
en detalle el debate,64 aunque sí, dada su importancia, enunciar sus líneas
fundamentales. En términos generales, Cardoso y Serra realizaron un cru­
do pase de facturas a una gran parte del campo dependentista que adscribía
a la izquierda rupturista. Subrayaron que los críticos que habían sostenido
que la única alternativa al nacional desarrollismo dentro del capitalismo
era el estancamiento económico, se habían equivocado, pues habían con­
fundido la inviabilidad del proyecto populista con la frustración del desa­
rrollo capitalista. Esto, sumado al “efecto demostración” generado por la
revolución cubana, así como a un deficiente análisis de la conciencia y si­
tuación de las clases obreras y campesinas, había hecho creer a muchos que
una vez quemada” —por su inexistencia—la etapa democrático-burguesa,
la alternativa era que el proletariado urbano y campesino tomara la tarea
de promover el desarrollo, removiendo todos los obstáculos y abriendo
el camino al socialismo (1978: 14). Por último, añadían que este tipo de
análisis que habían realizado autores como Frank e incluso Dos Santos y
Marini, i fines de los 6 0 y principios de los 70, habían ayudado a raciona­
lizar los irgumentos para justificar la lucha armada.
En :érminos más específicos, Cardoso y Serra acometieron la tarea tic
desmomar las dos tesis principales de Marini, la de la superexplotación de
la fuerza de trabajo en las economías dependientes y la tesis del subimpe

M aristella S vampa

249

rialismo. Uno de los núcleos centrales de la crítica buscaba demostrar que
Marini había realizado una suerte de desplazamiento erróneo de la teoría
de Prebisch, sobre el deterioro de los términos del intercambio entre los
países centrales y los países periféricos, convirtiéndola en una teoría del in­
tercambio desigual,65 punto de partida para situar luego las desigualdades
en el terreno del intercambio y en el campo de la producción. En esa línea,
acusaban a Marini no sólo de cometer un error de teoría económica, sino
de caer en un reduccionismo economicista que eludía una lectura en tér­
minos de lucha de clases. En contraste, para Cardoso y Serra sólo el juego
político hacía mover en una dirección u otra los parámetros en los cuales se
desarrolla la lucha de clases. Por ende, el reduccionismo economicista con­
duciría al “matar el nervio del análisis político”, así como a basarse en una
suerte de “catastrofismo que no se cumple” {op. cit., 27).
Asimismo, el subimperialismo del que hablaba Marini no sería más
que otra expresión “reduccionista”, una “teoría” construida de “deducción
en deducción”, que ilustraba errores tanto en el campo de la teoría como
en el de los datos (por ejemplo, respecto del incremento del gasto militar
en Brasil). Finalmente, los autores reconocían que tanto empeño puesto
en realizar una crítica demoledora contra Marini tenía que ver con que “tal
vez nadie haya sido, en la línea de pensamiento de Marini, más ambicioso
intelectualmente que él. Siendo así, mostró mejor que nadie que su análi­
sis, de apariencia dialéctica, en realidad practica un impío reduccionismo
económico que, al proyectar un cono de sombra sobre las alternativas his­
tóricas y las opciones políticas en cada coyuntura, instaura la primacía del
etonomicismo y del voluntarismo” {op. cit.: 51). Y concluían que en su
“análisis glotón”, el error de Marini había sido el de querer dar con las “le­
ves de la dependencia”, sin ver que sus tesis iban imperceptiblemente “del
economicismo equivocado al voluntarismo político suicida” (ibídem: 52).
Marini respondió a esta crítica con menos golpes bajos pero con igual
énfasis y belicosidad, dejando en claro que la intención de ambos autores
era la de influir fundamentalmente en la joven generación de brasileños,
que conocía poco sus escritos, debido a las prohibiciones de la dictadura.66
r.n su respuesta defendió sus dos tesis, proporcionando datos y respon­
diendo desde la teoría marxista, y devolvió las acusaciones de sus críticos:
pin a él, Cardoso y Serra no hacían más que confirmar una visión idílica y
apologética del capitalismo (2007 [ 1978]: 168). Por otro lado, sostuvo que

250

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el ataque al supuesto “reduccionismo económico” de su obra Dialéctica de
la dependencia rayaba en la caricatura, y que ésta se debía a la concepción
sociologista o politicista de los autores sobre la lucha de clases, que con­
cebían la economía solamente como el marco general en el que se ejerce
la lucha política.67 Marini volvía a los textos de Marx para reafirmar su
rechazo contra la pretensión de autonomía de la política que reivindicaban
Cardoso y Serra y, por último, arremetía contra el “neodesarrollismo” de
los “desventurados críticos”, quienes asimilaban los procesos capitalistas
tanto en las sociedades avanzadas como en las sociedades dependientes,
en vez de analizar las particularidades de estas últimas. En esta línea -y de
modo anticipatorio—, consideraba que el texto de Cardoso y Serra anun­
ciaba una suerte de regreso al redil de la Cepal y las ilusiones desarrollistas que ésta había albergado acerca de la burguesía industrial y su rol en
el marco del capitalismo nacional, luego de la Segunda Guerra Mundial.
Acertadamente, Marini los acusaba de profesar un neodesarrollismo tími­
do, vergonzante, pero que consideraba no tardaría en perder del todo sus
inhibiciones…68
Visto a la distancia, este debate de fin de ciclo ilustraba de manera
contundente las diferentes posiciones sobre el modo en que se pensaba la
articulación entre economía y política. Por un lado, los análisis de Marini
-al igLal que los de Bam birra- colocaban el acento en lo económico, hecho
que ambos defendían desde una óptica marxista. Más aún, los análisis tic
Cardcso y Faletto mostraban un sesgo más sociológico; posteriormente,
Cardcso enfatizará la autonomía de lo político, en sintonía con sus posi
cionanientos ideológicos. Pero sobre todo, el debate anticipaba un cambio
de época, orientado al cuestionamiento del ethos revolucionario y la rev;i
lorización de la democracia, en su dimensión formal e institucionalista.
B final de época marca también un giro temático a partir del ingreso
a un período de dictaduras militares fuertemente represivas. La caractcri
zaciór de dichas dictaduras dieron origen a una reflexión mayor sobre los
cambios en el rol del Estado en el contexto de la nueva dependencia. Ya en
1972,en su libro M odernización y autoritarismo^ O ’Donnell propondría la
categcría de “autoritarism o burocrático” -reemplazada después por la de
“Estaio burocrático autoritario”—, en donde cuestionaba aquellas visiones
que aociaban desarrollo y democracia, así como a las caracterizaciones tic
los rejímenes m ilitares como “fascistas”, reformulando la relación entre los

M aristella S vampa

251

polos “desarrollo económico” y “pluralismo político” , a fin de demostrar
que el autoritarismo político - y no la democracia- era el concomitante
iiiíis probable de los niveles mas altos de modernización en el contexto sud­
americano de la época (1972: 22). Los rasgos distintivos de los regímenes
autoritarios burocráticos serían ejemplificados con los casos de Argentina
V Brasil. Por otro lado, el trabajo de O ’Donnell analizaba el modo en que
el listado Burocrático Autoritario podía ser funcional al modelo de de­
sarrollo, sin que ello conllevara un estancamiento económico, tal como
habían sostenido gran parte de los dependentistas. Ya Cardoso y Faletto en
c\ post scríptum habían formulado la necesidad de replantear la naturaleza
ilcl Estado y su lugar crucial en la historia contemporánea en el marco del
desarrollo dependiente-asociado. Retomando los análisis de O ’Donnell,
que concluían en la mutua indispensabilidad entre los Estados burocráti»os-autoritarios y el capital internacional (op. cit, 197), Cardoso y Faletto
hablaban de las “afinidades electivas” , en la alianza entre capitalismo oligopólico internacional, empresariado estatal y burguesía local.69
Asimismo, para caracterizar los regímenes militares, tanto el boliviano
Krné Zavaleta como el ecuatoriano Agustín Cueva reintrodujeron desde un
punto de vista marxista la categoría de fascismo, pero fueron sin duda los
enidos análisis que venía realizando Dos Santos los que relanzaron el
trina. En esa línea, Dos Santos había caracterizado como fascista al gobierno
militar brasileño en 1964, a partir de la emergencia de nuevas formas de do­
minación política, fuertemente represivas, aún si - a diferencia del fascismo
rumpeo- éstas no contaban con la adhesión de movimientos de masa y se
apoyaban en el Estado, debido a la desaparición de la pequeña burguesía.70
Sr abría así un intenso debate acerca del nuevo carácter de las dictaduras en
América Latina, donde las categorías que rondarían los análisis serían vai Midas: “neofascismo”, “fascismo dependiente”, “fascismo subdesarrollado”,
‘’Estado policial”, “bonapartismo”. Entre 1975 y 1977 aparecieron varios ari li ulos sobre el tema en la Revista Mexicana de Sociología, y una compilación
Mibrc “El fascismo en América”, publicada por la Revista Nueva Política, de
México (Martuccelli y Svampa, 1994). Finalmente, los argumentos de Dos
Santos fueron cuestionados y refutados por Hugo Zemelman y Atilio Boron,
«|tir colocaron en un contexto histórico y comparativo el uso de la categoría
dr lascismo (Trindade, 1982).

D ebates

252

latinoamericanos

* * *

En las últimas décadas, no son pocos los que invocando otros paradigmas
o matrices epistemológicas y otros contextos políticos han buscado hacer
leña del árbol caído, acusando de simplista y reduccionista a la teoría de
la dependencia, al atribuir los males del subdesarrollo latinoamericano a la
transnacionalización del capital y la declinación de las burguesías naciona­
les. Sin embargo, como se ha visto aquí, los representantes más destacados
del dependentismo no sólo buscaron dotar de contenidos conceptuales a
una noción amplia, por momentos, omnicomprensiva, debatiendo sobre
el sentido y alcance de la situación o condición de dependencia, sino que,
apelando al análisis histórico estructural, realizaron importantes aportes a
la comprensión de las diferentes sociedades latinoamericanas y sus ciclos
históricos,
Por otro lado, la teoría de la dependencia se caracterizó por un afán
totalizador que llevó a la instalación rápida y efectiva de un marco inter­
pretativo general para leer los procesos latinoamericanos, constituyéndo­
se no precisamente en un paradigma, aunque si, como he venido soste­
niendo, en una suerte de “marco maestro”, que bañaba con una nueva luz
los procesos políticos, sociales, económicos, culturales; reconfigurando
el cam po intelectual y su relación con la política. Su pregnancia fue tal,
que ésta impulsó uno de los momentos más creativos pero también más
trágicos ¿e la vida política -e intelectual- latinoamericana. Asimismo,
su conexón con el ethos revolucionario, caracterizado entonces por la
desconfianza en las vías reformistas y el desprecio por el sistema parti
docráticc, aparecía reflejado por la asunción de un compromiso y un
talante político radical.
Ese carácter trágico, que con el correr de las dictaduras militares se ha
ría cada \ez más evidente, fue anticipado por Theotonio Dos Santos, quien
lo exprestría bajo la form a de un dilema, Socialismo o fascismo:
La cpción que se va desarrollando en este proceso es, pues, entre
una profunda revolución social que permita establecer las bases
de u ia nueva sociedad sobre las ruinas del viejo orden decadente
y qix ofrezca a Latinoamérica un papel de gran importancia en

M aristella S vampa ———————————————————— 253

la fundación del mundo del futuro y, de otro lado, la alternativa
de la victoria de las fuerzas más retrógradas y bárbaras de nuestro
tiempo, la cual sólo se podrá hacer sobre la destrucción física de los
liderazgos populares y de gran masa de sus militantes71
Así planteado, el dilema resumía la incompatibilidad entre dependencia
y democracia, algo que con razón cuestionarían Fernando H. Cardoso y
|osé Serra, para quienes dependencia y democracia resultaban compati­
bles, sobre todo a la luz de los procesos políticos emergentes en el Brasil.
Pero esto significaba afirmar que la crisis y el estancamiento económico
no eran la única salida, como tampoco la ruptura revolucionaria, que de
modo general habían anunciado tantos dependentistas.72 Gran parte de
los dependentistas no habían previsto que las dictaduras militares de los
(»() y 70 en el Cono Sur harían las alianzas necesarias -con la burguesía loi al y el capital internacional- para articular represión y autoritarismo con
i recimiento económico, por encima de sus costos sociales, tal como sería
analizado por Guillermo O ’Donnell.
Sin embargo, el otro polo del dilema enunciado por Dos Santos, el
referido a la destrucción física de militantes y líderes políticos y sociales,
terminaría por concretarse. Ciertamente, en 1978 la situación en la región
era dramática: en una suerte de efecto dominó los gobiernos institucio­
nales habían sido derrocados, las fuerzas populares derrotadas y el Cono
Sur atravesaba de pleno la larga noche de las dictaduras militares, que des­
embocaría en la muerte, la desaparición y el exilio de miles de militantes
ile las clases medias y populares. Así, no fueron sólo cuestiones de índole
irórica lo que hizo estallar la dependencia como marco común, sino la
misma realidad política, que en la urgencia de la derrota exigiría pensar el
nuevo carácter de las dictaduras militares y posteriormente los escenarios
emergentes de la transición.
Por otro lado, una de las mayores limitaciones de la teoría de la depen­
dencia era que ésta estaba atrapada en categorías desarrollistas. Como seña­
larían diversos autores, entre ellos R %Grosfoguel, G. Esteva, A. Escobar, K.
I Inceta, entre otros, la diferencia con la corriente cepalina consistía en que
p,ran parte de los dependentistas consideraban que sólo podría lograrse un
desarrollo autónomo rompiendo con el sistema capitalista e instalando el
m u ialismo. No había pues una crítica al binomio subdesarrollo/desarrollo;

254

D ebates

latinoamericanos

antes bien, la asunción de una narrativa desarrollista en clave socialista o
rupturista, que colocaba en el centro al Estado-nación, y en la meta, el
desarrollo autónomo.
A principios de los 80, en un contexto que mostraba el declive de
las posiciones políticas más radicales, se abriría un nuevo debate acerca
de la crisis y transformación de los regímenes autoritarios y las formas de
transición hacia regímenes democráticos. Por encima de las especificidades
nacionales, el caso es que el nuevo ciclo reflejaba como elemento común
la revalorización de la democracia formal como sistema institucional, y
la denuncia del terrorismo de Estado, en nombre de la defensa (otrora
considerada liberal) de los derechos humanos. Dicha inflexión señalaba
también el desplazamiento de la sociología y economía política hacia la
ciencia política, para tematizar los problemas propios de la transición: la
institucionalización del pluralismo político, los desafíos de comprender las
formas de organización y expresión de la “sociedad civil” , el respeto de las
reglas de juego democráticas, los efectos -y necesidad de desmán telamiento - de una cultura política autoritaria.
Este giro democrático-reformista, con sus diferentes mea-culpas y
conversiones político-epistemológicas, será leído desde el dilema “autori­
tarismo o democracia” , que planteaba no tanto la búsqueda de un nuevo
horizonte utópico como de un principio de cohesión social, un nuevo
pacto democrático, sobre todo en aquellas sociedades latinoamericanas
que pugm ban por salir a la luz, luego de un período de fuerte represión
y exclusión política. La dependencia, que hasta hacía poco tiempo ha­
bía sido L categoría-faro de toda una época y el marco maestro de una
generación de intelectuales y académicos ligado al ethos revolucionario,
desapareció así del horizonte teórico y político de los latinoamericanos.
Amén d e ello, la crítica al voluntarismo y al discurso rupturista propio
de los años 60 y 70 pareció acoplarse con la exigencia de hiperprofesionalismo cue recorrería las ciencias sociales latinoamericanas, a partir dé­
los años $0. L a derrota fue tan grande que, como señala Carlos Acuña
(1994), los discursos de los años 80 retomaron muchos de los vicios pre­
vios a la ieoría de la dependencia: “La burguesía volvió a ser uno de los
tantos gm pos d e interés; los capitalistas, meros empresarios’ de sus ne­
gocios; y t\ pluralism o liberal mostró ser una teoría que, aunque muerta,
gozaba d t buen a s a lu d …” .

M aristella S vampa

255

En los 90, una segunda oleada afectó de modo más directo los len­
guajes emancipatorios a nivel global, con el colapso de los llamados so­
cialismos reales y el fin del mundo bipolar, lo cual tuvo como corolario
el ingreso a una etapa caracterizada por la hegemonía del pensamiento
neoliberal. ¿Acaso todo ello quería decir que la dependencia había dejado
tic ser entonces una categoría de análisis válida en el estudio de los nuevos
procesos económicos, sociales y políticos latinoamericanos?

Notas
1 Erving Goffman definió a los marcos (frame) como “esquemas de interpretación
i|iic capacitan a los individuos y grupos para localizar, percibir, identificar y nombrar los
hechos de su propio mundo y del mundo en general” (1991). Desde una perspectiva consiiuctivista e interaccionista, existen diferentes enfoques sobre los “procesos de enmarcamicnto”, aplicados tanto a la psicología cognitiva como a la teoría de la acción colectiva.
Sobre el tema, véase Gamson (1999), Rivas (1998) y Snow (2001). Aclaro que prefiero
utilizar la noción de “marco maestro”, que remite a una definición más dinámica e inaca­
bada, a la de “paradigma”, que es mucho más amplia, como conjunto de proposiciones o
mondados metateóricos, al menos en el sentido otorgado por Kuhn, el cual incluso está
irlacionado con la noción de “revolución científica”. Para una aproximación en términos
•le “paradigmas”, véase el interesante trabajo de Alfredo Falero, 2006.
2 Utilizo libremente la teoría del alineamiento de los marcos, en sus cuatro tipos o
momentos, enunciados por Snow (conexión, amplificación, extensión y transformación).
Véase Snow, 1991, y Rivas, 1998.
3 Aunque no comparto otros aspectos del análisis de Pécaut sobre los dependentistas
v la sociología brasileña, coincido con la caracterización general que hace de la dependeni la como una teoría (Pécaut, 1986: 202).
4 Cardoso, a título indicativo, cita por lo menos veinte trabajos, que no se limitan a
u nías teóricos sino que realizan análisis de problemas ligados a los sindicatos, partidos
políticos, marginalidad, empresarios, el rol del Estado, entre otras cuestiones, desde la
óptica de la dependencia (1975: 109).
3 En razón de ello, no incluimos a Furtado entre los autores dependentistas (aunque
i! lo hicimos en el capítulo anterior, que incluye a la Cepal), pues antes que inscribirse en
1 1 marco de la teoría de la dependencia, su enfoque estructuralista apunta a una teoría del
siibdcsarrollo. Para el tema, véase Mallorquín, 1998. Para la cuestión de las fuentes de la
•Irpendencia, véase Osorio, 1994, vol. II; y Domingo Ouriques, 1994, vol. II. Véase igual­
mente Vánia Bambirra (1978).
6
En tren de establecer comparaciones, Devés Valdés (2003: 139) sostiene que mien11 us el dependentismo es de corte más tcoricista, y se aboca a una construcción más acadé­
mica-universitaria, sobre todo al análisis de la evolución socioeconómica de las sociedades

256

D ebates

latinoamericanos

periféricas, el cepalismo es de orden más práctico, más conectado con la posibilidad de
proponer políticas públicas y realizar recomendaciones para una política del desarrollo.
Así, mientras la Cepal, finaliza Devés Valdés, se constituyó en una teoría del desarrollo (o,
al menos, aspiraba a convertirse en ello), los dependentistas construyeron una teoría del
subdesarrollo.
7 Desde los años 50, estos dos autores llevaron a cabo un profundo proceso de
renovación de la sociología latinoamericana, la cual durante mucho tiempo se había
reducido a la “sociología de cátedra” o había estado subsumida al ensayismo, y la sus­
tituyeron por una perspectiva metodológica que destacaba la formación profesional, el
papel de la investigación empírica, las metodologías y técnicas de investigación rigu­
rosas, como herramientas imprescindibles para conocer y estudiar la realidad de sus
respectivos países. Para una historia de las ciencias sociales en el Cono Sur, véase H.
Trindade, 2007. Para el tema específico de la sociología crítica, véase R. Franco, 1975,
e I. Sotelo, tras 1972 y para una visión crítica en términos de “sociología comprome­
tida”, véase O. Fah Borda, 1970.
8 Dos Santos habla sobre el tema en una entrevista realizada en 2013, a cuarenta años
del ascenso de Allende en Chile. Recordemos, por otro lado, que ésta es la época en la cual
se publica Para leer el Capital (1964), la obra colectiva en la cual participan L. Althusscr,
E. Balibar y J. Ranciére, y que es fruto de los seminarios sobre Marx dictados en la Escue­
la Nomal Superioi de París, donde enseñaba Althusser. Sin embargo, no es la lectura
althusseriana la que influye en los jóvenes marxistas brasileños, sino la del joven Marx, ).
P. Sartre y Lukács.
9 Cardoso sostiene que “en términos de dialéctica marxista, la teoría social debe estar
siempre fundada ei una periodización, y debe ser capaz de generar la explicación de lo*
momentos que definen histórico-estructuralmente esta periodización” (1975).
10 Asimismo, gran parte de los autores entienden esta dimensión relacional entre
centro y periferia í través del concepto de “interdependencia”, pero asociado al de “jerar
quización” (I. Sotdo, 1972: 140-141).
11 Según Som tag, en el curso de la década del 70, el pensamiento dependentista hc
bifurcó en dos corientes: el enfoque (Cardoso y Faletto) y la teoría, donde, al lado de Do*
Santos y Bambirra Marini elabora el intento más acabado por estructurar las bases objet i
vas y científicas déla teoría de la dependencia. La diferencia entre ambas formas (el enfoque
y la teoría), segúnSonntag, es que mientras “el primero es un método de aproximación u
la realidad, la segtnda elabora hipótesis y leyes precisas para explicar la naturaleza del cu
pitalismo dependente en su especificidad, como si la segunda no tuviera también un nu‘
todo de aproxim aión a la realidad” (citado en A. Sotelo Valencia, 2005: 163).
12 Asimismo como ha señalado Ignacio Sotelo, sea cual fuere el valor de esta categn
ría, la noción de «p en d en cia implicó “una recuperación de la perspectiva histórica, que <1
formalismo sociológico anterior había perdido por completo” (1979: 228).
13 Acordamcs con la propuesta de Fernanda Beigel, que establece la apertura con Li
primera edición cL* Dependencia y desarrollo en América Latim , y el cierre en el año 1979, u mi
el debate Cueva-Eunbirra y la publicación del “Post Scríptum a dependencia y desarrollo en
América Latina” . >in embargo, varios textos que pueden considerarse parte del campo tic lii

M aristella S vampa ———————————————————— 257
dependencia fueron publicados en 1965; entre ellos, se destacan los textos pioneros de Gunder Frank, que darán origen al debate sobre los modos de producción en América Latina.
14 Las posiciones desarrolladas en las Siete tesis equivocadas sobreAmérica Latina cons­
umían una crítica contundente a una serie de lugares comunes del pensamiento sociológii o y económico de la época, asociados a la teoría de la modernización, pero también a la
Izquierda crítica e intelectual. Por otro lado, las Siete tesis equivocadas… están recorridas
por el concepto de colonialismo interno, esto es, la afirmación de que la sociedad colonial
r» la propia sociedad nacional, y que éstas no hacen más que reproducir al interior de la
«ntiedad la lógica de dominación centro-periferia. Esto constituye el verdadero obstáculo
drl desarrollo; o para decirlo de otro modo, la clave de la consolidación del desarrollo del
«iihdesarrollo.
15 Más allá de la valoración que pueda realizarse de la trayectoria política de E H.
( lardoso, pero también más allá de su innegable estatura intelectual, el impacto que en la
época tuvo esta obra no puede ser comparado al de ningún otro libro de sociología y eco­
nomía política producido en América Latina. Tanto por lo acertado de su formulación
metodológica como por lo novedoso de sus propuestas analíticas, emerge como uno de
r«oN raros libros que han sobrevivido incluso el anticlima ideológico propio de los años 80
V‘M, convirtiéndose así en uno de los pocos clásicos latinoamericanos reconocidos y celeImulos, en el marco de un pensamiento y una tradición tan proclive a la desidia, al borramiento, al olvido deliberado; en fin, a la dificultad de acumulación bajo la forma de un
legado regional y latinoamericano.
16 El libro proponía un enfoque histórico-comprensivo, no sobre la dependencia en
general, sino sobre las “situaciones de dependencia”. A la hora de precisar qué se entendía
por “situación de dependencia”, Cardoso afirmaría que no se trataba de vestigios empirisla* o improntas neopositivistas; antes bien, siguiendo a Marx, de lo que se trataba era de
liimiNtir sobre la naturaleza concreta de los análisis de dependencia, ver en ella una síntesis
•Ir determinaciones; “la unidad de lo diverso”.
1; Son los años que separan la primera edición de Dependencia y desarrollo del post
*• i ípttim, preparado especialmente para la publicación en inglés, y que luego será incluido
ni las sucesivas ediciones del libro.
,HEntusiasta de la revolución cubana y de la nueva izquierda marxista de la época, el
miomista de origen alemán André Gunder Frank realizó un recorrido casi completo del
»|r geográfico de la dependencia. Hacia 1963 llegó a Brasil, donde compartió espacios
Ht adémicos con quienes serían otros de los representantes emblemáticos de la dependencia
l Mns Santos, Marini, Bambirra). En 1967 partió para Chile y formó parte del CESO , de
la Facultad de Economía, dirigido en ese entonces por el propio Dos Santos. Siguió el
|mu eso chileno con gran expectativa. Formado en la Universidad de Chicago y casado con
mía mujer de origen chileno, Frank fue un economista que dedicó dos estudios importanm* a la evolución económica y social de Chile y de Brasil, y fueron precisamente estos
n al tajos los que constituyeron la base de sus tesis más generales sobre las relaciones entre
* apliulismo, metrópolis y periferia. Luego del golpe de Estado a Allende, Frank no siguió
la mía del exilio a México, como tantos otros, sino que viajó a Europa, recalando en difeumirN países (Holanda, Alemania).

258

D ebates

latinoamericanos

19 Luego del golpe de Estado de 1964, Dos Santos fue destituido de su cargo en la
Universidad de Brasilia y permaneció en la clandestinidad hasta 1966, año en que decidió
finalmente partir a Chile. En ese tiempo era dirigente del grupo de izquierda marxista
Política Operaia (POLOP), con cierta base en sectores obreros y campesinos, el cual bus­
caba diferenciarse de la política ortodoxa del Partido Comunista brasileño. En Chile fue
acogido por el CESO, centro del cual sería director entre 1968 y 1973, hasta que el golpe
de Estado de Pinochet lo obligó a huir nuevamente, y como tantos otros intelectuales se
exilió en México, donde permanecerá como investigador del Instituto de Investigaciones
Económicas de la UNAM hasta 1979, año en que regresa a Brasil, donde reside actual­
mente. Para una biografía intelectual de Dos Santos, véase C. Martins, 1998, así como el
extenso reportaje realizado por Paula Vidal Molina (2013), a cuarenta años del ascenso de
la Unidad Popular en Chile.
20 En el capítulo consagrado a “La cuestión de la teoría de la dependencia”, Dos San
tos pone al pie de página un listado con un centenar de autores y trabajos ligados al campo
de la dependencia.
21 “Enfocar la dependencia como una condición que configura cierto tipo de estrui
turas internas significa tomar el desarrollo como un fenómeno histórico mundial; como
resultado de la formación, expansión y consolidación del sistema capitalista. Tal perspea i
va implica la necesidad de integrar, en una sola historia, la perspectiva de la expansión cu
pitalista en los países hoy desarrollados y sus resultados en los países por él afectados. Pcrn
no se trata de tomar estos resultados como simples efectos’ del desarrollo capitalista, sino
como su parte integrante y determinante” (Dos Santos, 2011 [1978]: 336).
22 Las respuestas paliativas del sistema a la crisis, la formación de un movimiento
popular, independiente del liderazgo burgués; la incapacidad de los sectores dominante*
de retomar el liderazgo; la ausencia de una alternativa; en fin, la necesidad de apelar a la*
fuerzas represivas; todo ello abre el juego a la radicalización de las movilizaciones popula
res, a la legitimidad en el uso de la fuerza frente a la situación cada vez mayor de represión
institucional.
23 Bambirra también formó parte del POLOP, en Brasil, así como fue miembro drl
CESO , en Chile, donde produjo varias de sus obras más importantes, entre ellas El capihi
lismo dependiente latinoamericanoyque conociera cantidad de ediciones, escrito en 1970 v
publicado en Chile en 1972 y en México en 1974. Asimismo se destaca el breve ensayo
Teoría de la dependencia. Una anticrítica (1978), en el que también desarrolla una polémi
ca con Agustín Cueva. Por último, otro de sus libros más importantes es La revolución
cubana, un ensayo de reinterpretación, de 1981. Luego del golpe de Estado en Chile, Bain
birra se instaló en México, en la UNAM, para volver a Brasil hacia los años 80, doml»
participaría de la fundación del PDT (Partido Democrático de los Trabajadores, de dnmli
proviene también la presidenta Dilma Rousseff), que luego convergió en el PT, y del i nal
decidió retirarse en el año 2000. Aunque Bambirra era socióloga de formación, luego m
doctoró en Econom ía, algo visible en su énfasis analítico. Por último, cabe resaltar, un un
dice uno de los pocos trabajos consagrados a su obra: “En el caso de Vánia Bambina
además del boicot y el exilio, se sumó el silencio sobre su obra. Tal vez la palabra que nir|m
describa su trayectoria intelectual en Brasil sea el ninguneo, expresión en español del vn I***

M aristella S vampa

259

ningunear, que sería hacer de alguien que se torne ninguno, ignorando su existencia. Por
cierto, varios intelectuales críticos son ninguneados por los bien pensantes de la academia;
y Vania está entre ellas, no obstante su densa obra y su ejemplo de intelectual militante”
(Correa Prada, 2011). En otro artículo, el mismo autor nos dice que el texto Teoría de la
dependencia, una anticrítica nunca fue traducido al portugués (2013: 100).
24 1978: 63.
25 Para ello Bambirra repasa otras tipologías, abordando en profundidad aquella
dos presentadas por Cardoso y Faletto: una, las economías con control nacional de la
producción; otra, las economías de enclave. La autora objeta la ausencia de un estudio
económico, pues considera que la economía es más bien tomada por los autores como
marco general, a partir de lo cual se analiza ei comportamiento de los actores desde una
óptica sociológica. La falta de un análisis económico no permite así dar cuenta de la
compleja trama de grupos y actores que actúan en función de intereses económicos ob­
jetivos, cuya imposición exige la lucha política por la hegemonía (1999: 17). También
critica el origen de los tipos y su incongruencia con hechos históricos, pues en la medida
rn que Cardoso y Faletto explican el origen de dichas tipologías por la situación colo­
nial, o sea por la manera en que estas economías se habían relacionado con España y
Portugal, esa afirmación obtura la posibilidad de realizar una discusión más amplia sobre
los cambios en las estructuras. Asimismo, Bambirra criticaba la clasificación de los paí­
ses; por ejemplo, que México sea considerado economía de enclave, pues el sector agrítolu nacional controlaba la producción, y lo mismo Chile, donde existía desde princi­
pios del siglo XX un desarrollo de una pequeña industria nacional. Además, los enclaves
no han tenido efectos paralizadores en todos los países, como si lo han tenido en CenI(numérica.
26 Pese a que han sido muchos los que han destacado el carácter weberiano de las ti­
pologías, en 2013 Bambirra sostuvo en una entrevista que éstas no tenían nada que ver con
Mux Weber; que su análisis era marxista, y la tipología, “un recurso”. Véase Vánia Bambimi: intelectual e militante. Disponible en www.youtube.com/watch?v=9fsZ6AIRtS8.
17
Al igual que otros intelectuales brasileños, Ruy Mauro Marini vivió varios exi­
lios; el primero de ellos, luego del golpe de Estado de 1964, cuando participaba del
Ipupo Política Operaia, lo llevó a México y luego, en 1969, a Chile, donde se acercó al
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), del cual llegó a ser dirigente. Asimis­
mo, trabajó en el CESO , hasta el golpe de Pinochet, cuando debió salir al exilio, primeiii ü Panamá; luego —como señala Martins (2007)- fue repartiendo su trabajo entre
AIr inania y México, hasta que se instaló finalmente en México y desarrolló su trabajo,
i ii la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM . Entre sus obras se destaca
Subdesarrollo y revolución (1969) y muy especialmente Dialéctica de la dependencia
I’) /3), que es con razón considerada como su obra más ambiciosa. En su trabajo enconhimos la aplicación de las categorías genérales del marxismo dependentista al análisis
iimúrico (de modo más preciso, al caso de Brasil). Luego de permanecer unos pocos
ifln» en el Brasil de la posdictadura, Marini regresó nuevamente a México para dirigir ei
«Mitro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM . Allí orientó su investigación al
ii ligamiento social latinoamericano y publicó en 1994, junto a Márgara Millan, la obra

260

D ebates

latinoamericanos

colectiva de cuatro volúmenes sobre Teoría social latinoamericana y tres tomos de anto­
logía del pensamiento. Falleció en 1997, en México.
28 Esto sucedía además sin que Brasil hubiera llegado a la etapa imperialista, sin haber
logrado un cambio en la economía nacional y en una situación de dependencia respecto
del imperialismo internacional. Dicho de otro modo, este impulso de la economía brasile­
ña al exterior, para conquistar mercados internos ya conformados, tenía como contracara
la incapacidad por ampliar el propio mercado interno (2007 [1966]: 94).
29 La investigación que dio origen al informe sobre la marginalidad en América
Latina se realizó en el marco del Desal y contó con financiamiento de capitales alema­
nes, pero también de agencias americanas y europeas, entre ellas, la Fundación Ford y
Unicef, por un total de 250.000 dólares. Esta arrancó en enero de 1967 y se dio por
cerrada en junio de 1973. La misma generó una fuerte polémica al interior del campo
académico argentino, pues fue denunciada como un caso de espionaje del imperialismo
norteamericano, que bajo la fachada de un organismo filantrópico de financiamiento, se
proponía la cooptación de intelectuales (colocando en una situación de mediadores pri
vilegiados a los académicos seleccionados en su relación con instituciones académica*
norteamericanas de prestigio) y el aprovechamiento de la investigación para fines con
trainsurgentes (en tiempos de Guerra Fría y de radicalización política en América Latí
na). Para una reconstrucción del ‘ proyecto Marginalidad”, que analiza tanto el fracaso
del mismo desde la perspectiva de la Fundación Ford como los efectos de la internado
nalización de las ciencias sociales, véase el excelente artículo de Adriana Petra, en Políti
cas de la Memoria, n.° 8/9, primavera de 2008.
30 Sin entrar en el detalle acerca de la cuestión de la autoría, Oliver destaca que el
informe para la Cepal fue redactado por Aníbal Quijano en 1966, aunque no oficialmemr
(2014: 50). En la reciente edición de Clacso, el listado completo de las publicaciones de
Quijano (2014) incluye dos informes realizados en 1966 para la Cepal; uno, “Notas sobre
el concepto de marginalidad social” (al cual hicimos referencia en una nota anterior); el
otro, “El proceso de urbanización en América Latina”. Asimismo, en 1968 Quijano publi
caria “Dependencia, cambio social y urbanización en América Latina”.
31 La teoría del desarrollo desigual y combinado remite a L. Trotsky. Su objetivo r*
entender la evolución capitalista en los países coloniales y semicoloniales.
32 Existe una gran cantidad de trabajos que han reseñado la genealogía de la margina
lidad y los debates que en los 60 se dieron en torno al tema. Además de los artículos clr
Germani, Nun, M urmis, Cardoso y A. Quijano, han sido consultados los estudios d< Carlos Belvedere (1997), Agustín Salvia (2005), Mario Bassols (1990), Andrea Delfiim
(2012), Jaime Cam pos (1971), Nélida Perona (2010), Rubén George Oliver (2014) v
María Soledad Schulze (2013).
33 Hemos utilizado la reedición de 2001.
34 En ese texto, N un sostenía que la tesis de la masa marginal había apuntado tuiu
bién al hiperfuncionalismo de izquierda, “que se empeñaba en afirmar que hasta el último
de los campesinos sin tierra o de los vendedores ambulantes de nuestras ciudades eran itn
únicamente funcionales sino decisivos para la acumulación capitalista” (2001: 25). Volvcn4
sobre el tema en la segunda parte del libro.

M aristella S vampa ------------------------------------------------------------ 261
35 Como sostiene Delfino, esta tipología no sólo atiende a la heterogeneidad sino que
ila cuenta de la dimensión histórica de la marginalidad, pues permite construir una tipología
a partir de la trayectoria laboral e interpretar la situación actual en el marco de “un importan­
te proceso de marginalización”, que incluye no sólo a los que nunca han tenido una inserción
estable sino también a aquéllos que la han tenido en el pasado (2012: 26-27).
36 El planteo estaba en sintonía con aportes de teóricos como el de Marshall, median­
te su esquema de extensión de la ciudadanía; y el de Manheim, a través de la idea de la
democratización fundamental.
37 La cita de Desal, según el autor, está en el propio informe de Murmis, Nun y Marin.
38 R. M. Marini, 1974 [1969]: 160-161.
39 Es extraño el desconocimiento que hay de la obra de Bagú en la Argentina. Esto se
rxplica parcialmente porque Bagú debió dejar el país en 1966, cuando la dictadura militar
ilc Onganía intervino las universidades publicas y provocó el exilió de numerosos profeso­
res. Entre ellos, estaba él, quien trabajaba en la Facultad de Economía de la UBA. Desde
entonces, desarrolló su vida intelectual en México, en la UNAM, donde compartió espai ios de trabajos e investigación con Pablo González Casanova. Para el tema, véase de Turncr y Acevedo (coords.), Sergio Bagú, un clásico de la teoría social latinoamericana, 2005.
40 “La economía que las metrópolis ibéricas organizaron en América Latina fue de
incuestionable índole colonial, en función del mercado centro-occidental europeo. El pro­
pósito que animó a los productores lusohispanos en el nuevo continente tuvo igual carác­
ter. No fue feudalismo lo que apareció en América en el período que estudiamos, sino ca­
pitalismo colonial. No hubo servidumbre en vasta escala, sino esclavitud con múltiples
matices, oculta a menudo bajo complejas y engañosas formulaciones jurídicas. Iberoamém a nace para integrar el ciclo del capitalismo naciente, no para prolongar el agónico ciclo
Irudal” (Bagú, citado en Moreno, 1996: 109).
41 Originalmente sus intercambios se publicaron en el suplemento cultural del diario
mexicano E l día. Estos materiales pueden encontrarse en www.elortiba.org/pdf/Debate_
I'i iiggros_Gunder_Frank.pdf.
42 Continuando con lo que él mismo denominó como “diálogo de sordos”, Puiggrós
volvió a insistir en la diferencia entre capitalismo mercantil y modo de producción, repli• mulo además que el núcleo central de su tesis era la contradicción entre el descubrimienm de América por la burguesía comercial mediterránea y la conquista colonizadora de
América por el decadente feudalismo español. Por su parte, en su “modesta respuesta”
lunik insistirá en que su enfoque aborda la formación y determinación de los modos de
producción. La polémica contó con un último texto de Puiggrós, donde básicamente se
irprtían los argumentos ya citados, cuyo título era “Errando, corrigitur error'.
43 En la excelente revisión que nos ofrece del mismo Rodríguez sostiene que: “Más
ii11ó de los argumentos de Frank y los contraargumentos de Puiggrós, la discusión no esca­
pó a los determinantes políticos del momento. No obstante, en una segunda etapa, la po­
lémica comenzó a incluir a otros protagonistas y, a partir de allí, tendió a ‘profesionalizar­
le', recorriendo los pasillos de las universidades. No por más académico el debate devino
menos político, pero sí los argumentos puestos sobre la mesa cobraron otro carácter, que
podríamos denominar más erudito’” (2007: 71).

262

D ebates

latinoamericanos

44 Cardoso sostendría, siguiendo a Marx, que era posible distinguir tres sentidos di­
ferentes en su teoría de los modos de producción: 1, un sentido descriptivo y etimológico
(modo de producción: manera de producir); 2, una serie de modos de producción que
llegaron a ser dominantes y que definen épocas históricas; 3, otros modos de producción
que pueden considerarse secundarios, ya que jamás llegaron a ser dominantes (modo de
producción pequeño burgués; modo de producción campesino) (Cardoso, 1973: 137).
45 Otros historiadores argentinos intervinieron en este debate, tales como José Carlos
Chiaramonte, Juan Carlos Garavaglia y Carlos Sempat (Rodríguez, 2007: 75). Éstos apa­
recen en el libro compilado por Garavaglia, ya citado.
46 Asimismo, reprochaba la interpretación lineal que se había realizado de Mariátegui
(como el impulsor de una lectura dualista, tal como sugería Gunder Frank), cuando, en
realidad, el marxista peruano había sido uno de los primeros analistas en señalar la compleja
articulación entre diversos modos de producción en la América colonial y semicolonial.
47 Como sostiene Dos Santos en su balance de la teoría de la dependencia, publicado
en 2002: “Era, sin embargo, evidente que Frank estaba en lo cierto en la esencia de su crítica.
América Latina surgió como una economía mercantil, volcada hacia el comercio mundial y
no puede ser, de forma alguna, identificada como un modo de producción feudal. Las reía
dones serviles y esclavistas desarrolladas en la región fueron parte, pues, de un proyecto co
lonial y de la acción de fuerzas sociales y económicas comandadas por él capital mercantil
financiero en pleno proceso de acumulación —que Marx considera primaria o primitiva esen
cial para explicar el origen del moderno modo de producción capitalista” (2002: 8).
48 Como sostiene O ’Donnell (1978), era notoria la influencia de Poulantzas en lu
época, quien prefería hablar en ciertos casos de “burguesía doméstica”. Para una revisión
sobre los enfoques acerca de la burguesía, véase Acuña, 1994.
49 Se habla de unidad de clase cuando un sector (agrario, industrial o financiero, ex
portadores o mercado-internistas) impone su predominio sobre las otras fracciones, man
teniendo -sin elim inar- las contradicciones; y a su vez, impone la forma de una “domina
ción social” sobre la sociedad.
50 Había casos límite o especiales expresados en el monopolio de clase en el sistcm.i
de dominación por la debilidad de los sectores integrados a la alianza de dominio. Éste na
representado por economías más endebles, en América Central, donde no existía una huí
guesía vigorosa y el sector agroexportador aparecía controlado por los sectores oligár(|in
eos-latifundistas. Era también el caso de las economías de enclave, que abría escasas poM
bilidades de política propia a los sectores nacionales. Otro caso se planteaba en aquilino
países donde había habido enfrentamiento por la hegemonía entre sectores de la clase tln
minante, lo cual condujo a una “situación de equilibrio” en la cual se pactaban explíi itii
mente áreas de influencia, como ocurriera en Colombia y Uruguay.
51 Para G un der Frank, este estatus no es, sin embargo, nuevo, pues también carui i»
riza el proceso colonial desde sus orígenes, producto de la implantación de una cconoml.»
de exportación ultraexplotadora y dependiente de la metrópoli. Sin embargo, no tocio *•*
impulso de la metrópoli; la lumpenburgesía latinoamericana, tal como lo hizo en épn» .»•
anteriores y lo hará en otras posteriores, aceleró esta penetración y profundizó el sube Irm
rrollo en Latinoamérica (op. cit.\ 81).

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52 Cabe destacar que tanto Fidel Castro como el Che Guevara compartían esta tesis.
Citando a Castro, Gunder Frank, recordaba que aquél había afirmado que “Jamás los lati­
noamericanos irán a la revolución si siguen la principal tesis política derivada de esta seudociencia marxista’, “la famosa tesis acerca del papel de las burguesías nacionales (1969:
39). Respecto del Che Guevara, el politólogo Atilio Boron afirma que hay un texto, que es
“la extensa conferencia que en representación del gobierno cubano el Che pronunció en la
reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la Organización de
Estados Americanos en Punta del Este en agosto de 1961, donde hizo un análisis sobre la
burguesía en América Latina. Plantea ahí -y en otros textos también- que nuestra región
no ha tenido nada equivalente a una burguesía nacional (es decir, una clase empresarial
orientada hacia la construcción de un mercado interno, al desarrollo de la nación, a la in­
tegración nacional). Lo que hemos tenido, decía el Che, es una burguesía autóctona, pero
totalmente dependiente del capital extranjero y asociada con éste, y cuyo proyecto de de­
sarrollo es el proyecto del capital extranjero” (Boron, 2008).
53 Más tarde, aunque sin intentos de generalización, pues en épocas diversas han ha­
bido intentos de industrialización nacional en varios países latinoamericanos, Stavenhagen
hablaría de “burguesías consulares” .
54 Op. c i t 31.
55 Por último, en el primer volumen hay también artículos de Pablo González Casanova y Rolando Franco, que harán referencia a la teoría de la dependencia, en el marco de
un balance más amplio de la sociología latinoamericana. Asimismo se destaca un trabajo
de Ignacio Sotelo sobre la historia del pensamiento latinoamericano. El segundo volumen
está consagrado exclusivamente al análisis de casos nacionales.
56 Asimismo, F. Weffort (1970) había cuestionado la oscilación entre enfoque de
clases y enfoque nacional. Como sostiene Beigel, “Y es que Weffort no aceptaba la existeni ia histórico-real de una contradicción entre la nación (como unidad autónoma, con nei csaria referencia a las relaciones de poder y de clase) y la dependencia (como vínculo ex­
im io con los países centrales)” (Beigel, 2004: 298-299). La crítica encontrará ecos más
irelentes en Salama y Matthias, 1986.
57 En sus largas controversias con los autores dependentistas, Cueva fue discutiendo
»un los que irán constituyendo el corpus fundamental: Cardoso y Faletto, Gunder Frank,
I >os Santos y Marini (con Bambirra, su debate sería posterior, en 1979). Al célebre libro
de Cardoso y Faletto lo acusaba de remitir constantemente a un doble código, el marxismo
y el desarrollismo. A Marini, el único autor que consideraba realmente volcado hacia el
amtlisis marxista, le reprochaba cargar las tintas al establecer una diferencia cualitativa eni ir el capitalismo llamado clásico y el capitalismo dependiente, a fin de volver operables los
modelos. A Gunder Frank le reprochaba su esquematismo; más aún, ideas tan simplistas
• orno que la industrialización de América Latina era explicable por las sucesivas crisis del
»rmro no constituían sino un mito, rebatible si se analizaban las tasas de crecimiento inilmiirial de los países latinoamericanos entre 1939 y 1963.
1974: 107.
y> Asimismo, en dicho texto Cardoso ya realizaba críticas muy duras a Gunder Frank,
«i! i icmpo que se refería de modo todavía respetuoso a Marini, pese a dejar en claro que sus

264

D ebates

latinoamericanos

tesis sobre la reproducción de la plusvalía necesitaban “algunas delimitaciones” acerca de
cómo operaba el proceso de acumulación en las economías dependientes. En opinión de
Cardoso, la cuestión de la industrialización en la periferia debía ser enfocada a través de la
perspectiva del capital y de la inversión, antes que de la idea de que el capitalismo avanzado
requiere de la superexplotación de la mano de obra en la periferia (Cardoso, 1975: 116).
60 Se trata de de una reseña realizada en el New York Review ofBooks, en 1967 (157).
61 Respondiendo a este texto de Gunder Frank, Cueva afirmaría que la teoría de la
dependencia estaba lejos de haber muerto, “ya que es una de las dimensiones más expresi­
vas de nuestra realidad”, dado que hay y seguirán habiendo estudios concretos sobre ella,
que es además una cantera inagotable de preocupaciones y sugestiones: “Pero lo que tal vez
haya estallado sin remedio es esa caja de Pandora de la que, en un momento dado, llegaron
a desprenderse todas las significaciones e ilusiones, y que recibió el nombre de teoría de la
dependencia. Caja de Pandora que desde luego no era un lugar sin límites’ sino un marco
de representación de contornos definidos por la idea de que toda nuestra historia es deductible de la oposición ‘centro-periferia’, ‘metrópoli-satélite’ o ‘capitalismo clásico-capitalismo dependiente’, eje teórico omnímodo sobre el cual podían moverse desde los autores
cepalinos hasta los neomarxistas” (Cueva, 1979: 93).
62 Asimismo, Cardoso concluía de forma lapidaria: “No es de este estilo de análisis
que deriva la vitalidad que por ventura existe en el pensamiento social latinoamericano”
(1975: 98).
63 Dos años antes de su muerte, ya lejos de tantos debates y desacuerdos, en un
homenaje a Celso Furtado, reflexionaba Frank: “A menudo se me pregunta, y quizás a
Celso y Theotonio y hasta a Fernando Henrique también, qué piensas ahora de la dependencia, de sus aciertos y de los errores que cometimos. El primero de estos últimos,
diría, es que pensábamos que nuestras concepciones de la dependencia se diferenciaron
mucho más de lo que a la postre ahora vemos. Afortunadamente nuestras discusiones -y
críticas por escrito de Theotonio a mí, y míos a Theotonio, y Fernando Henrique y José
Serra, a todos nosotros siempre incluyendo a Rui Mauro M arini- sirvieron menos para
apartarnos que para obligarnos a cada uno de hacer nuestros argumentos más sólidos ~y
más cercanos a los demás” (Gunder Frank, 2003). Reproducido en Rebelión. Disponiblr
en www.rebelion.org/noticia.php?id=7953. Por último, a la hora de evocar a Gunder
Frank, lejos ya de aquéllos tiem pos de polémicas apasionadas y de ásperas discusiones cu
torno a la dependencia, Dos Santos se preguntará conmovido: “¿Quién es el economista
más citado y discutido en el mundo? No pierda su tiempo buscando entre los premio*
Nobel y otros muy promovidos en la gran prensa. André Gunder Frank es de lejos el m¿l*
citado y el más discutido en el mundo, como revelan varios estudios sobre el tema y la*
más de 30.000 entradas que tiene en la Internet. Su muerte el sábado 23 de abril pasado
[2005] produce un vacío en el pensamiento social contemporáneo difícil de ser sustituí
do. Pero André era bien m ás que esto. Él era un tipo de intelectual complétame» ticonsecuente con sus ideas. U n luchador permanente por la verdad y por la transforma
ción del mundo. Aun cuando se equivocó mucho, como todo ser humano, era fértil v
motivador incluso en sus errores. Ésta es una calidad que sólo los genios tienen”. Y
concluye: “Pero me duele pensar cómo toda una generación de economistas ha sidn

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llevada a desconocer esta obra colosal por la influencia decisiva del llamado pensamien­
to único que se impuso en varias universidades de todo el mundo”. Disponible en www.
rebelion.org/noticia.php?id= 14581.
64 Véase Palacios (2005), quien realiza una reconstrucción minuciosa de este debate.
65 Luego de un largo desarrollo establecen: “El último concepto [intercambio des­
igual] , como vimos, se refiere a las relaciones entre productividad y precios, así como a la
evolución de esas relaciones. Ya el concepto de deterioro del índice de los términos del
intercambio se refiere solamente a las variaciones de las relaciones de precios, sin conside­
rar directamente la productividad” (op. cit.y27).
66 Cabe añadir un elemento más de este debate, vinculado a su carácter ciertamente
asimétrico. Mientras las contribuciones de R. Marini, Teothonio Dos Santos y Vánia Bambirra, quienes permanecían en el exilio mexicano, no eran difundidas ni publicadas en
Brasil, la obra de Cardoso, quien había regresado y trabajaba en el Centro Brasileño de
Análisis y Planeamiento (CEBRAP), conocería una fuerte difusión entre la juventud uni­
versitaria. Paradójicamente, en Brasil, país clave para entender el debate sobre la depen­
dencia -porque sus autores eran brasileños y porque todos ellos se referían constantemen­
te a la sociedad brasileña-, no hubo un debate sobre la dependencia, sino -com o sostiene
Correa Prado (2013: 100)-, la instalación de una voz única en torno a ella: la de F. H.
Cardoso, como intelectual-faro primero y como figura destacadísima de la vida política
brasileña luego.
67 Como ya ha sido dicho, ésta es una crítica que Bambirra también realizará a la obra
ilc Cardoso y Faletto. Ambos textos datan de 1978, pero suponemos que el libro de Bam­
birra fue escrito con anterioridad a la respuesta de Marini, pues no hay ninguna alusión al
icxto conjunto de Cardoso y Serra.
68 El posterior periplo político-ideológico de Cardoso es una confirmación de dicho
diagnóstico, cada vez más alejado de una visión pesimista acerca de las posibilidades de la
industrialización sustitutiva y, por supuesto, cada vez más distante de la alternativa revolu­
cionaria. La continuación de esta línea de pensamiento lo llevará por fuera del campo de
la dependencia y del marxismo, hecho que encontrará una clara traducción en términos
políticos en la década siguiente, cuando Cardoso participe del Partido de la Social Demoi rucia Brasileña (PSDB, 1988), y sea electo senador entre 1983 y 1992. Posteriormente, en
un ascenso meteórico, deviene primero ministro de Relaciones Exteriores (1992), luego
ministro de Hacienda (1993-1994), para finalmente ser elegido dos veces presidente de la
Krpública (1995-1999; 1999-2002), todo ello en un período de grandes mutaciones pa­
nul igmáticas, bajo las premisas del “Consenso de Washington”.
69 En esta línea reflexionará luego G. O ’Donnell en Modernización y democracia,
publicado en 1972. No por casualidad, el post scríptum de Cardoso y Faletto, de
I ‘>79, cita hacia el final la conceptualización de O ’Donnell sobre el Estado burocráti» n autoritario (197 y ss.), y señalan las afinidades con el último capítulo de dependent la y desarrollo.
70 Como nos diceTrindade (1982), el concepto de fascismo estaba muy influido por
la caracterización que había hecho N. Poulanztas de la dictadura de los coroneles griegos
( I ‘K>7) como “neofascista”.

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D ebates

latinoamericanos

71 Theotonio Dos Santos, 1972. Las bastardillas son nuestras.
72 Thwaites Rey y José Castillo (2008) sostienen que “En los 60, Theotonio Dos
Santos insistía en otra incompatibilidad, que después el mismo reconocería como insoste­
nible a la luz de las décadas posteriores: la incompatibilidad entre dependencia y democra­
cia. […] F. H. Cardoso, en cambio, nunca aceptó esta postura, y va a terminar, en los 90,
aceptando que el centro es la consolidación, así sea restringida en sus objetivos, de la de­
mocracia formal, apuntando a algunas mejoras menores aún cuando se deba aceptar la si­
tuación global de dependencia. Éste será el centro de su gobierno en el Brasil de los años
90”. Creo, igualmente, que la posición posterior de Dos Santos era más oscilante, en la
medida en que su análisis de la “situación concreta de dependencia”, esto es, de la nueva
dependencia, es lo que lo lleva a afirmar que existe un dilema entre salida socialista y salida
fascista. Y que en los 80, “Después de haber pasado por dictaduras militares existe la con­
ciencia de que las dictaduras profundizan aún más estos procesos. Esto no impide que las
democracias se debiliten, asuman formas delegativas, de crisis entre las élites y el pueblo. A
la larga es peligroso.. . D.


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