Este período de grandes cambios, de grandes vaivenes y, por lo tanto, incertidumbres y dudas, nos coloca frente a nuevos desafíos, lo que obliga a considerar la transición de una manera completamente nueva. Con el añadido de una formidable crisis de representación política y más en general, una crisis generalizada de valores culturales colectivos a través de los que se había pensado hasta ahora el cambio sociopolítico o la acción revolucionaria; los de soberanía nacional, del llamado estado”providencia”, de la república (más o menos social) o también del socialismo (cualesquiera sean sus variantes).
La lucha por la independencia de Quebec, eje estratégico de una transición emancipatoria
Pierre Mouterde
06/10/2018
Sin Permiso
Si algo surgió, eminentemente positivo, de la conferencia de Montreal, La Gran Transición, es esta idea decisiva, declinada de múltiples formas: a principios de este siglo XXI y en la época del capitalismo neoliberalizado, no es posible pensar en un cambio social que no sea a largo plazo, en forma de transición que hay que anticipar y preparar. Ello es debido a que las transformaciones sociales que se revelan como necesarias y urgentes, solo pueden ser de orden “estructural” e implican cambios importantes de orientación que requieren procesos de transformación continua que solo pueden realizarse durante largos períodos de tiempo. De ahí, durante este simposio, esta preocupación, que se sintió constantemente, respecto a una transición ecológica urgente e indispensable a llevar a cabo en Quebec.
Sin embargo, y este es sin duda uno de los puntos débiles de este simposio, si bien se ha pensado ampliamente sobre la transición, se ha hecho principalmente desde un punto de vista técnico y no ha dado lugar a mucha reflexión sobre su dimensión estrictamente política, es decir, cómo se podría pensar y trabajar concretamente en el avance de esta transición en términos de relaciones socio-políticas de poder. La transición tampoco ha sido una oportunidad para detenerse en el caso de Quebec, cuyas aspiraciones históricas de soberanía son bien conocidas por todos; siendo la única nación de origen europeo que, como Puerto Rico, no ha podido alcanzar la independencia política en América, aunque nunca ha dejado de acariciar el objetivo.
Sin embargo, cuando se intenta, en el caso de Quebec, no separar sino por el contrario combinar las dimensiones más técnicas y más políticas de la transición, intentando pensarlas juntas, nos damos cuenta de que se abre un vasto campo de reflexiones teóricas y prácticas particularmente fértil, aunque todavía en barbecho, en el que sería más que necesario aclarar las ideas en conjunto.
Este es el interés de detenerse ante la cuestión de la transición a la luz de la perspectiva de la independencia de Quebec. Porque apostar a que la independencia podría ser en Quebec este eje estratégico a través del cual se dibujaría hoy una transición hacia cambios emancipatorios, obliga a repensar desde un nuevo punto de vista toda la dinámica de las luchas y del cambio social actual. Teniendo en cuenta, sin embargo, que no estamos empezando desde cero y que existen ya en Quebec fuerzas políticas e intelectuales significativas - como Quebec solidaire o también ciertos sectores de Oui Québec y del IREC- que han emprendido una valiosa reflexión sobre la independencia intentando tener en cuenta las nuevas coordenadas del período político que atravesamos.
Un nuevo periodo histórico
Y es que desde la década de 1980, la reestructuración del capitalismo neoliberal y el desmembramiento de los llamados países socialistas, la situación sociopolítica ha cambiado drásticamente, impidiendo retomar las herramientas. y conceptos del pasado sin mejorarlos ni actualizarlos totalmente, sin calcos ni copias perezosas. No solo porque los grandes relatos del pasado relativos al comunismo, así como a la socialdemocracia o al nacionalismo popular (y, en consecuencia, al ideal de soberanía nacional) han perdido gran parte de su aura y legitimidad, sino también porque a raíz de la expansión del capitalismo neoliberal financiarizado y junto a los movimientos sociales tradicionales, han surgido con una intensidad sin precedentes, los nuevos movimientos sociales que apuntan a nuevas contradicciones generadas por el sistema global (véase, por ejemplo, el movimiento feminista Me / Too, los indígenas de Idle no more, Printemps érable, las movilizaciones ecológicas contra Energía Este o Transmoutain, etc.).
Este período de grandes cambios, de grandes vaivenes y, por lo tanto, incertidumbres y dudas, nos coloca frente a nuevos desafíos, lo que obliga a considerar la transición de una manera completamente nueva. Con el añadido de una formidable crisis de representación política y más en general, una crisis generalizada de valores culturales colectivos a través de los que se había pensado hasta ahora el cambio sociopolítico o la acción revolucionaria; los de soberanía nacional, del llamado estado”providencia”, de la república (más o menos social) o también del socialismo (cualesquiera sean sus variantes).
Las luchas de hoy ya no pertenecen a este vasto movimiento histórico de constitución progresiva de un “poder contrahegemónico” ascendente [1] que globalmente, entre los años 1848 y 1980, había conseguido gradualmente constituirse, luego mantener al límite e incluso hacer retroceder a los poderosos poderes hegemónicos imperantes de las clases dominantes, imponiendo -especialmente a través de la constitución de sindicatos, partidos de izquierda, leyes progresistas, los llamados estados “providencia” , etc.- espacios democráticos crecientes que permitían dar más poder de influencia a las personas de abajo, a las clases populares y subalternas.
Y en Quebec, como en muchas partes del mundo, hemos podido vivir - a través de las especificidades propias- este movimiento histórico de constitución de un poder contrahegemónico ascendente, con sus momentos fuertes (los años 40, la llamada Revolución tranquila, la década de 1970), pero también con su brutal colapso a fines de la década de 1980. Enfrentándonos actualmente a un panorama político en el que la estrategia política “nacionalista y popular” que el Parti Québécois había llevado a cabo, por lo menos en sus orígenes, está hoy en un profundo declive, afectado por una gran crisis [2]. Al mismo tiempo que surgen, paralelamente a nuevas fuerzas sociales, nuevos desafíos sociales y políticos totalmente inéditos: no solo el de la transición ecológica, sino también los de las nuevas aspiraciones emancipadoras (feministas, antirracistas, ecologistas, neo-independentistas, etc.) que están no obstante - y no es un problema menor - estrechamente entrelazados con un crecimiento de amplios sentimientos de identidad y xenofobia particularmente preocupantes.
Combinar estrechamente el “ejercicio del poder” y la “toma del poder”
Entonces, ¿cómo considerar, en este contexto, la renovación del discurso sobre la independencia de Quebec? Precisamente, considerando la lucha por la independencia a través de un arco iris de reivindicaciones específicas, pero unidas estratégicamente en torno a la misma causa. Y considerándola según el modelo de la transición, como un vasto proceso de radicalización social y popular cuya dinámica ascendente está cuidadosamente preparada hacia arriba, se cristaliza en el momento en que se abre, a través de una posible toma del poder gubernamental o del estado [3], la posibilidad de un cambio radical de dirección, y luego continúa hacia abajo durante muchos años para mantener el cambio original.
Pensar hoy, en Quebec, la transición a través del eje estratégico de la independencia, es por lo tanto pensarla en forma de una “ruptura democrática” continua, una ruptura que se produce con el tiempo, a través de la puesta en marcha de un movimiento creciente de movilizaciones sociales y populares plurales que promueve, apoya y acompaña la llegada de un gobierno independentista así como las medidas institucionales que tomará para avanzar en su objetivo.
Lo vemos aquí, y a diferencia, por ejemplo, del enfoque favorecido por John Holloway [4], la “toma de poder” gubernamental o estatal y el “ejercicio del poder” contrahegemónico construido desde abajo, pueden -lejos de oponerse-,conjugarse absolutamente, siempre que se articulen sus respectivas intervenciones . Es además en esta fértil combinación que se encuentra sin duda la posibilidad de evitar tanto los enfoques quiméricos del cambio social (descuidando la importancia del poder gubernamental o estatal), y los trágicos errores pasados encarnados por el fiasco de los llamados países socialistas (que fueron despojados de cualquier indicio de democracia popular, directa o participativa). Tampoco hay que olvidar que debemos considerar el momento de la toma del poder gubernamental o estatal como el momento crucial en el que puede comenzar a concretarse, a encarnarse institucionalmente (en un núcleo de poder especialmente denso) este cambio de orientación radical que, sin embargo, no podrá mantener su fuerza revolucionaria a menos que no se acompañe y se controle desde abajo, de un poder popular contrahegemónico cada vez más poderoso.
Esta sería pues, la forma general que debería tomar -para no recaer en los fallos del pasado- este proceso de transición en torno a la independencia. Pero ¿cuál sería su contenido, cuáles deberían ser los temas alrededor de los cuales podría despegar, desplegarlos prioritariamente, echar raíces en amplios sectores de la población actual?
Un proyecto de país para el Quebec del siglo XXI [5]
De hecho, la lucha por la independencia de Quebec permitiría hacer frente a por lo menos tres desafíos producidos por las circunstancias del nuevo período socio-político que estamos atravesando: (1) el desafío de las dinámicas incontroladas de una economía capitalista, financiarizada y apátrida ; (2) el desafío de preocupantes olas de xenofobia y racismo fuertemente marcadas en la derecha; (3) el desafío de la dispersión y fragmentación de las fuerzas sociales y políticas de izquierda.
Así, un proyecto de independencia imbuido de una perspectiva de izquierda, como pensamos en Quebec Solidaire, podría precisamente convertir estos 3 difíciles desafíos en oportunidades privilegiadas para relanzar un nuevo y prometedor ciclo de transformaciones sociales.
Hacer frente a las dependencias de la globalización neoliberal
Este es el primer desafío: actualmente la formación social de Quebec está maltratada por una tremenda dependencia económica; haciendo, por ejemplo, que tiendan a imponerse las decisiones económicas preferidas por las clases dominantes de los Estados Unidos o de sus aliados subalternos en Canadá. Es lo que se conoce como el eje Toronto-Calgary, a través del cual se entrelazan estrechamente un extractivismo absoluto, un mega-sector financiero conectado a las manipulaciones monetaristas y acuerdos de libre comercio elaborados en el mayor secreto.
El estado canadiense es, por lo tanto, el centro neurálgico, el núcleo organizador de este proyecto. Por los poderes soberanos que monopoliza y la función de retransmisión de los dictados de la economía globalizada que asume sin vergüenza, determina, por consiguiente, todas las decisiones clave sobre el futuro del Quebec, la expresión misma de la persistencia de un tutela política neocolonial que pesa sobre Quebec y lo reduce a un estado de nación a la zaga.
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Realizar la independencia es precisamente poner fin a este estatuto “subalterno”; es darse a sí mismo los medios a través de la voluntad de afirmarse colectivamente y decidir soberanamente las leyes a las que se quiere obedecer, sofocar la tutela colonial mediante la agrupación de las fuerzas sociales en torno a un proyecto político común: el de la defensa de un “bien común” que se determina conjuntamente, democráticamente, contra las presiones externas que solo sirven a los intereses de una pequeña minoría privilegiada.
Ya que, aunque en los últimos años, los poderes tradicionales de la nación se han visto erosionados por la preeminencia de los grandes espacios económicos de libre mercado (NAFTA, etc.), todavía tienen suficiente mordiente para no solo ser escuchados a escala mundial, sino también para desplegarse en un espacio territorial viable donde podrían formarse comunidades de destino sólidas, aspirando a una mayor soberanía sobre sus condiciones de existencia [6].
Estos poderes de la nación podrían convertirse así, una vez recuperados por el Quebec y en nombre de una soberanía popular activa y progresista, en baluarte frente a los efectos perversos de la globalización neoliberal contemporánea [7].
No es por casualidad que en el Quebec, la aspiración a la independencia o la soberanía todavía está tan presente. Por supuesto, existe el hecho de que los efectos restrictivos y destituyentes del cerrojo político federal no cesan de manifestarse. Pero sobre todo también hay los legados de la historia reciente que siguen acosando a la sociedad de Quebec, tanto más porque se han vivido como un momento de afirmación y orgullo- ciertamente inacabado y parcialmente derrotado- pero de los cuales muchos sienten nostalgia. Como muestran las encuestas, todavía existe hoy, a pesar de la formidable ofensiva de la derecha, un buen tercio de la población de Quebec que, en general, estaría dispuesta a optar por una opción soberana. Lo que representa una base apreciable para reconstituir un bloque social consecuente en torno a la lucha por la independencia, y sobre esta base relanzar un ciclo ascendente de reconstitución de un poder contrahegemónico.
Pero, obviamente, este tipo de orientación independentista requiere importantes condiciones sine qua non [8], y en especial las de proponer un proyecto de país para el Quebec que se pensaría en primer lugar en función de los intereses populares de las grandes mayorías que viven allí y que, por lo tanto, se centraría no solo en la implicación popular alimentada por mecanismos permanentes de democracia participativa, sino también en el supuesto de que el alma de una nación es principalmente la de sus mayorías actualmente subalternas ( el 99 %), y que hay, a este nivel, una verdadera batalla a librar para que puedan, mediante una recuperación del poder que se fomentaría y se favorecería en todas partes, estar en el centro de este proceso de transformación social, en una posición hegemónica. Es desde luego una de las funciones a las que la Constituyente podría contribuir, según lo pensado por QS sobre el modelo participativo.
Hay que insistir sobre esto: de esta orientación deliberadamente popular depende el éxito mismo del proyecto independentista, en la medida en que con la mundialización neoliberal y su empuje a la integración continental, los grupos económicos más importantes del Quebec que -al abrigo del Estado providencia- habían levantado el vuelo en los años 1960-70, ya no tienen actualmente “intereses de negocios” para querer que el Quebec se transforme en Estado independiente.
Hacer frente a la polarización identitaria y al populismo de derechas
El segundo gran desafío al que nos enfrentamos hoy en el Quebec es el aumento de la xenofobia, del racismo y de las lógicas del chivo expiatorio, centrado en la persona del extranjero o el migrante. La lucha por la independencia es precisamente lo que nos permitiría frustrar / desarmar - a través de la propuesta de una independencia inspiradora y fuente de afirmación positiva- las tentaciones de crispación identitarias actuales.
La lucha por la independencia podría representar una especie de antídoto deliberadamente orientado hacia el futuro y propuesto a todos, en forma de un proyecto político de convivencia para el bien común que permita el reconocimiento, fuerte, ciudadano, plural e igualitario, de toda una comunidad. Como dice el historiador francés Patrick Boucheron [9], “hay una angustia sorda que hay que” airear” haciendo algo conjuntamente”. Actualmente, muchos pueblos de la tierra necesitan, para hacer frente a los peligros y ansiedades nacidos de la globalización neoliberal, “hacer algo juntos”, y especialmente reafirmar colectivamente su soberanía sobre sus propias condiciones de existencia. , realizando en cierta manera “una segunda independencia”.
En el Quebec, tenemos quizás más fácilmente que en otros lugares la oportunidad de dar un nuevo significado y una nueva fuerza a estos deseos o aspiraciones tan vitales de afirmación nacional y comunitaria, precisamente porque podemos enraizarlos en la historia y las tradiciones. de una pequeña nación que ha luchado desde hace mucho tiempo contra el dominio colonial.
A condición, no obstante, de hacerlo colocándose en primer lugar y ante todo, en el terreno político de la ciudadanía, considerada de la forma más amplia e incluyente posible, armándola ciertamente con la defensa de un idioma, de una cultura pública común y de un territorio compartido, pero también -como lo hacían los patriotas de 1837- con valores políticos de izquierda: los de justicia social, democracia, pluralismo, tolerancia e inclusión. Imaginando también un Estado de Quebec “plurinacional”, a través del cual las Naciones autóctonas de Quebec podrían ser reconocidas con toda igualdad como los primeros ocupantes de este territorio.
A condición también de imaginar este proceso de independencia, no como un deseo de replegarse en sí mismo y separarse del resto del mundo, sino como una voluntad de reanudar - sobre las ruinas del federalismo canadiense dominante - nuevos vínculos de solidaridad y sobre todo de vida en común entre pueblos y comunidades que lo desearan, que lo elegirían democráticamente: las naciones autóctonas, las minorías lingüísticas y comunitarias, etc.
Hacer frente a la fragmentación de las fuerzas sociales y políticas de izquierda
Este es el tercer desafío, quizás el más pernicioso, en la medida en que nos exige la creación de un nuevo relato emancipador independiente, en sintonía con los tiempos actuales, capaz de combinar en un todo más amplio no solo la voluntad de soberanía política, sino también la lucha contra las depredaciones sufridas por la naturaleza y contra las diversas opresiones generadas por el sistema global. Este es el interés de la perspectiva independentista que intenta combinar para el Quebec la “cuestión nacional y la cuestión social”: nos permitiría pensar en la independencia como el eje estratégico, y por lo tanto práctico, a través del cual podría iniciarse concretamente, según el modelo transitorio, la lucha contra la tutela neocolonial, pero también y al mismo tiempo, contra este sistema que alimenta de manera combinada la opresión de género, de pueblos, clases, razas y presiones mortíferas sobre la naturaleza.
La lucha por la independencia podría representar en Quebec la ventana entreabierta, o la brecha a través de la cual se precipitarían las fuerzas sociales de izquierda, combinando sus esfuerzos para promover la causa de la soberanía política popular de Quebec, pero también, al mismo tiempo, las luchas sociales progresistas actuales: comunitarias, sindicales, feministas, ecologistas, autóctonas, etc. Sería una forma de contrarrestar las tendencias actuales hacia la fragmentación de las fuerzas de izquierda, participando en una lucha común, retomando de acuerdo con el modelo plural e inclusivo, pero a través de un marco estratégico común, la multiplicidad de sus aspiraciones emancipatorias.
Ya que si la perspectiva interseccional, permite hacer ver estas diferentes opresiones, distinguirlas unas de otras, no tiene la virtud, ni de mostrar qué es lo que une a todas estas opresiones, ni de diseñar el marco estratégico y político a través del cual se podrían combatir conjuntamente. A este respecto, queda por hacer -otra condición a tener en cuenta- en el movimiento independentista contemporáneo del Quebec, todo un proceso colectivo de elaboración y profundización en torno a esta tela de fondo, esta tela común de las luchas sociales y políticas contemporáneas.En el momento de la globalización neoliberal, la lucha por la independencia política de Quebec ya no puede reducirse a la de la adquisición limitada de la soberanía política, en tanto que ésta está totalmente determinada por, y combinada con, una serie de otros factores (especialmente económicos), y en tanto que al asumir los intereses populares, plantea la cuestión misma del cuestionamiento global de un cierto orden establecido. Y es, sin duda, en torno a una comprensión renovada del capitalismo neoliberal y de la multiplicidad de opresiones que no cesa de realimentar, que sería posible entender cómo “este modo de producción” y de intercambio que genera la explotación del trabajo es también, y al mismo tiempo, “un modo de reproducción” de las relaciones sociales, que realimenta permanentemente, por su propia potencia, muchas otras opresiones (neocolonial, de género, de clases, de razas, etc.). A la manera de un sistema global cuya influencia se siente hoy en todas partes.
Para no concluir
La gran transición, a la que nos hemos acostumbrado a prestar mucha atención, podría adquirir un significado muy concreto y práctico para Quebec. Al concebirse a sí misma a través del eje estratégico de la lucha por la independencia (una independencia ecosocialista, feminista, pluralista, democrática e internacionalista), puede ayudar no solo a reflexionar sobre la actualización de las transformaciones ecológicas y energéticas esenciales, sino sobre todo a permitir el agrupamiento estratégico de fuerzas sociales que, debido a que estarían unidas en un proyecto político que las comprendería a todas, podrían estimular el relanzamiento de un movimiento vasto y poderoso de movilización social y popular, y hacer efectiva así esta “ruptura democrática” emancipatoria y durable, tan necesaria para comenzar a deshacernos tanto de la dependencia política como de las angustias del capitalismo neoliberalizado de hoy en día.
¿Hacer política de izquierdas? [10]
La política, cuando se es de izquierdas, se refiere ante todo a la cuestión de la organización de un poder colectivo, o mejor aún, de la constitución de un poder colectivo de las personas de abajo. Se refiere a esta fuerza común que puede surgir del conjunto de las clases populares y subalternas. Debido a que la izquierda tiene un sentido de la realidad bien enraizado, debido a que su lucha se inscribe en el proyecto de hacer realidad, en la vida cotidiana de las sociedades, los derechos sociales y económicos inalienables, ha aprendido que en primer lugar una colectividad humana está tejida, atravesada, por relaciones de poder que no se pueden mover y evolucionar a menos que seamos capaces de movilizar contra ellos todo el poder, toda la fuerza convertida en colectiva de la gente o las clases subalternas. (…) La política es en primer lugar y ante todo un arte de la estrategia; un arte destinado a devolver el poder de la autoafirmación a todos aquellos que están privados de él y, por lo tanto, la posibilidad de hacer su propia historia. La política es pues, en última instancia, un vasto ejercicio de empoderamiento colectivo que lleva al cuestionamiento de las relaciones de fuerza económicas, sociales, políticas y culturales y al establecimiento de un nuevo orden social más justo y, en una época de desequilibrios ecológicos crecientes, más respetuoso con el medio ambiente, y con la vida misma tomada en todas sus dimensiones. …
Hacer posible lo imposible [11]
La política atañe pues al arte de la estrategia, el de procurarse los medios para inscribirse en la trama de las relaciones de fuerzas concretas, en los tiempos y los espacios de una sociedad determinada y de intentar modificar sus parámetros a su favor. Hay, por lo tanto, en la política una dimensión de cálculo, de análisis frío y lúcido que se preocupa por las realidades concretas y al mismo tiempo audaz, partiendo del principio, como dice Walter Benjamin, que “la política prevalece sobre la historia”, y que por lo tanto, la acción colectiva, si se piensa con todos los recursos de la inteligencia y de la lucidez humana, puede marcar la diferencia, ayudar a que la historia tome otro rumbo. En este sentido, la política no es el “arte de lo posible”, es decir, el arte de encontrar a toda costa compromisos entre múltiples tensiones. La política es “el arte de hacer las cosas posibles”, el arte de transformar el mundo de los seres humanos tratando de controlar mejor el tiempo y el espacio dados …
Notas:
[1] Tomamos prestado aquí de Gramsci, la idea de un “poder contra-hegemónico” de las clases proletarias y subordinadas, que en algunos países occidentales y mediante guerras llamadas de “posición” con la burguesía, se constituiría gradualmente a largo plazo, logrando representar una fuerza alternativa socio-política y cultural significativa. Y nos gustaría volver a leer la historia de los últimos 150 años del movimiento obrero y popular internacional -en la estela de las intuiciones de Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi (ver Le grand tumulte, les mouvements sociaux dans l’économie-monde, Paris La découverte , 1991) - como un vasto movimiento histórico de “poder contrahegemónico” ascendente de las clases populares y subalternas, que se habría agotado brutalmente a fines de los años 80, tanto por el despligue neoliberal capitalista como por el colapso de la Unión Soviética y de las tres grandes alternativas sociopolíticas antisistémicas que existían: el comunismo (en el este), la socialdemocracia (en el oeste) y el populismo nacionalista (en el sur).
[2] Se entiende que las políticas populares y nacionalistas, como las del PQ entre los años 60 y 80 tienen su parte de responsabilidad en este declive y crisis: negación de dar su lugar adecuado a clases populares y subordinadas; repetidos errores estratégicos; aceptación progresiva de las políticas neoliberales, etc.
[3] Obviamente, hay una gran diferencia entre la toma de control del gobierno a través de las elecciones (que en el mejor de los casos da acceso al poder legislativo y a parte del poder ejecutivo), y la toma de control del estado que implica la toma del poder. control de los diversos aparatos represivos (ejército, policía, etc.), así como del poder judicial y las diversas instituciones del aparato público y parapúblico del estado.
[4] Ver John Holloway, Cambiando el mundo sin tomar el poder: El significado de la revolución hoy, 2008.
[5] Ver Eric Martin, Un pays en commun, socialisme et indépendance au Québec, Écosociété, 2017.
[6] Lo que una ciudad como Montreal no podría asumir, por ejemplo, como Jonathan Durand Folco afirma muy extrañamente en su último ensayo À nous la ville, traité de municipalisme, Montreal, Écosociété, 2017
[7] En América Latina, esta concepción popular y progresista de la nación podría tomar la forma de una nación que se levanta contra el imperio (EE. UU.) y, por lo tanto, aspira a “una segunda independencia”; fenómeno que aparece precisamente en períodos de fuerte ebullición social y desafiando el orden establecido.
[8] Estas condiciones, que describimos aquí y también a continuación, representan una cuestión decisiva, ya que el hecho de no tenerlas suficientemente en cuenta daría cuenta, al menos en parte, de los recientes fracasos o deslices del populismo de izquierda de los últimos años, que tiene la tendencia, presionado por las urgencias de una agenda, a menudo pensada solo en términos electorales, de circuncidarlos o minimizarlos. Véase, en este sentido, más allá de todas sus peculiaridades, las dificultades o derivas vividas por las experiencias en Venezuela, Ecuador y Bolivia, así como las de Podemos y SYRIZA (y también, a su manera, por la Francia Insumisa).
[9] Ver Patrick Boucheron, Conjurer la peur, Paris, Seuil, 2003.
[10] Extracto de Pierre Mouterde, Les stratèges romantiques. Remédier aux désordres du monde contemporain, Montreal, Écosociétés, 2017, pp. 159-161.
[11] Ídem.
Pierre Mouterde Sociólogo, filósofo y activista social quebecois, es autor entre otros libros de Quand l’utopie ne désarme pas, Repenser l’action politique de gauche y Pour une philosophie de l’action et de l’émancipation, Les stratèges romantiques. Remédier aux désordres du monde contemporainy coordinador de la obra colectiva L’avenir est à gauche.
Fuente:
http://www.pressegauche.org/La-lutte-pour-l-independance-du-Quebec-axe-strategique-d-une-transition
Traducción: Anna Maria Garriga Tarré