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Producir alimentos, reproducir comunidad I

Daniel López García :: 19.10.18

Dentro del grupo de estudios de Políticas Públicas No Estatales, agrupaciones y personas estamos intercambiando para llevar adelante los consultorios jurídicos, de salud, etc. que no funcionarán con el estado ni el mercado, sino sobre la base del trueque de afectos, es decir, nosotros damos el servicio con la red de profesionales voluntarios y los que reciben a su vez nos llevan a lugares donde hay otros problemas o necesidades, para ir expandiendo la acción fraterna como forma cotidiana de vida y no como gesto heroico individual ni como el nacimiento de las ONGs que sirvieron para camuflar partidos y fuentes de ingreso, además de reforzar la labor autoritaria-vertical del estado es decir, un mercado camuflado de paternalismo y asistencialismo que poco o nada ha influido en la formación y expansión de formas de vida comunitaria, lo que ha demostrado que van enotra dirección.
Las políticas públicas alimentarias no estatales están dentro de esta categoría, de allí la importancia del estudio de experiencias para desarrollar prácticas innovadoras, no copias ni calcos, ni menos ideologías de tecnologías racionalistas para trabajar la tierra de modo “amable”, como la permacultura o la biodinámica, que toman distancia de los saberes ancestrales que están salvando la naturaleza rescatando su relación y el buen vivir

A Olmo y a su generación por venir

El problema es, por tanto, nuestro: no somos capaces de distinguir en la vida cotidiana aquellos aspectos que revelan impulsos emancipatorios, por más pequeños o moleculares que sean.
R. Zibechi, 2006

Consejo Editorial de Libros en Acción:
Olga Abasolo, Miguel Brieva, José Luis Fernández-Casadevante, José García, Belén Gopegui, Yayo Herrero, Valentín Ladrero
Título: Producir alimentos, reproducir comunidad Redes alimentarias alternativas como formas económicas para la transición social y ecológica
Autor: Daniel López García
Portada: Miguel Brieva
Corrección de texto : Carlos Vidania
Edita: Libros en Acción
La editorial de Ecologistas en Acción,
C/ Marqués de Leganés 12, 28004 Madrid, Tel: 915312739, Fax: 915312611, formacion@ecologistasenaccion.org www.ecologistasenaccion.org
© Ecologistas en Acción y los autores/as
Primera edición: Febrero 2015
Segunda edición: Noviembre 2015
Impreso en papel 100% reciclado, ecológico, sin cloro.
ISBN: 978-84-944051-3-6
Depósito Legal: M-35440-2015

Este libro está bajo una licencia Reconocimiento-No comercial-Compartir bajo la misma licencia 3.0 España de Creative
Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/
PRODUCIR ALIMENTOS, REPRODUCIR COMUNIDAD
Redes alimentarias alternativas como formas económicas para la transición social
y ecológica
Daniel López García

Nº 5

Índice
Prólogo …………………………………………………………………………………………………………………………………8
Introducción ………………………………………………………………………………………………………………13
1 Crisis global y sistema agroalimentario:
elementos económicos y ecológicos ……………………………………………………………..13
2 Las propuestas de la agroecología y la soberanía alimentaria ………….24
3 Propuestas de recampesinización para el medio rural de las
sociedades posindustriales …………………………………………………………………………………35
Las redes alimentarias alternativas como experimentos
sociales para una economía no capitalista ……………………………………..49
4 Los circuitos cortos de comercialización
en el Estado español. Una visión general ……………………………………………………49
5 Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!). Propiedad y gestión colectivas entre producción y consumo en agricultura periurbana …………………….68
6 Circuitos cortos en el corazón de la bestia: agricultura apoyada
por la comunidad en Nueva York ………………………………………………………………….73
7 AMAP: alianzas locales entre agricultores y consumidores
para mantener la agricultura campesina en Francia ……………………………..79
8 Grandes cooperativas de consumo. Llegar al gran público
desde la economía social …………………………………………………………………………………………………85
9 Estrategias de comercialización “multicanal” para las pequeñas
producciones ecológicas ……………………………………………………………………………………..92
10 Estrategias de cierre de ciclos y control de la cadena productiva para mantener la rentabilidad de pequeñas fincas de ganado ecológico ….109
11 Redes de productores ecológicos para el consumo de proximidad.
Organizar la distribución desde la cooperación …………………………………….117
12 Cooperativa Europea Longo Maï. Un modelo de economía
colectiva y campesina de segundo grado ………………………………………………….125
13 La dinamización de redes alimentarias
de ámbito autonómico desde la soberanía alimentaria ……………………..131
14 Retos para la construcción de redes alimentarias alternativas
en el ámbito local ………………………………………………………………………………………………….143
Producir alimentos, reproducir comunidad ……………………………….157
15 Cuatro elementos que hablan del carácter alternativo en el funcionamiento de las redes alimentarias alternativas …………..157
16 Formas socioeconómicas
para la transición social y ecológica ……………………………………………………………..179

Prólogo
El texto que tienes entre manos se basa en una recopilación de artículos y textos elaborados a lo largo de los últimos doce años. Muchos de ellos han sido publicados, desde 2005, en la revista La Fertilidad de la Tierra , a la que debo agradecer enormemente su apoyo y confianza a lo largo de todo este tiempo, y su incansable trabajo en la difusión y promoción de la agricultura ecológica y la agroecología. Otros textos han sido parte de materiales para algún curso, o presentados en algún congreso. Y más o menos la mitad del texto –los bloques inicial y final– ha sido escrita ex profeso para este libro, tratando de darle un sentido en común a todas las iniciativas reales y concretas que se plantean.
En conjunto, el libro se centra en la reflexión acerca de las formas socioeconómicas concretas que se construyen como alternativas a las capitalistas, dentro del capitalismo y de la sociedad urbano-(pos)industrial en la que vivimos. Trata de comprender cómo la gente está desarrollando formas sociales y económicas para vivir sin aplastar ni robar a otras personas, y sin dañar la naturaleza. Tratar de captar la esencia que las convierte en alternativa, y tratar de comprender su lógica de funcionamiento interno. Tratar de comprender las distintas estrategias que ponen en marcha, y tratar de explicarlas para que otras personas, en otros contextos, puedan coger lo que quieran y desarrollar sus propios experimentos sociales aprendiendo de las experiencias previas, aunque no hayan participado en ellas. Intentar captar, siquiera intuitivamente, qué línea conjunta de evolución une a estas experiencias a lo largo del tiempo y el espacio, y cómo se concretan en cada situación específica.
La motivación para haber decidido juntar estos artículos en un libro es la de aportar herramientas para el fortalecimiento de este tipo de experimentos sociales, a nivel teórico, pero especialmente a nivel práctico. Aunque muchos de ellos sean artículos ya publicados por separado, creo que juntos cobran un sentido mayor que las experiencias específicas que tratan de analizar. La pequeña muestra que aquí se exponen dibuja una gran riqueza de experimentos sociales que hoy en día encontramos en las sociedades del Norte global, en torno a la agroecología y la soberanía alimentaria. Ponerlas juntas permite darle forma y contenido a esta corriente amplia y heterogénea de las redes alimentarias alternativas, que comparten buena parte de sus objetivos, y cuyas experiencias integrantes se refuerzan y alimentan entre sí.
La línea general que da sentido a este documento parte de una hipótesis: en la actualidad de los países posindustriales existe un gran número de experiencias socioeconómicas alrededor de la agroecología y la soberanía alimentaria, que tratan de construir formas sociales que no respondan a las lógicas capitalistas. Muchas de estas formas presentan rasgos que podrían ser explicados en base a la propuesta teórica de la economía campesina o, como algunos autores dicen, en base a los procesos de “recampesinización”. Por lo tanto, desde la perspectiva teórica de la economía campesina es posible rastrear qué rasgos o procesos socioeconómicos no capitalistas se ponen en funcionamiento en estas experiencias. Y desde esta perspectiva se hace posible, también, plantear propuestas de fortalecimiento del carácter transformador o alternativo de cada una de estas iniciativas.
Sin embargo, validar esta hipótesis se escapa de las capacidades de este texto, y mi intención es, simplemente, exponer los casos y algunas herramientas teóricas para que la persona lectora los evalúe por sí misma. Dentro de las propuestas campesinistas, pongo a las denominadas redes alimentarias alternativas en el centro de la discusión. Esto es así porque, en mi opinión, las cuestiones de comercialización y distribución son actualmente uno de los cuellos de botella principales para la transición agroecológica y la soberanía alimentaria en nuestros territorios. También porque podemos encontrar una gran riqueza de experiencias, muy diversas y con cierta trayectoria, de las que hay mucho que aprender. Por último, porque las redes alimentarias alternativas son probablemente la forma social que más directamente desarrolla en la actualidad estos espacios y procesos socioeconómicos alternativos vinculados con lo alimentario, implicando a varios y muy diversos actores.
En las próximas páginas discutiremos formas de circuitos cortos de comercialización de índole muy distinta y con muy distintas orientaciones. Veremos un buen número de experiencias de redes alimentarias alternativas, desde fincas particulares hasta procesos de construcción de redes de ámbito regional o estatal. Las distintas formas sociales que comentaremos se adaptan a contextos, motivaciones y situaciones de partida muy diversos, y, por lo tanto, creo que de todas ellas hay muchas enseñanzas que extraer. Al igual que hay algunos rasgos de cada una de las iniciativas presentadas que resultarán criticables. Pero prefiero dejar que lo juzgue por sí misma la persona que lea este libro. El surtido de experiencias que se exponen en ningún caso pretende ser una revisión exhaustiva del universo de proyectos y formas que existen. Pero espero que con la diversidad planteada –que también incluye experiencias de territorios ajenos al Estado español– nos podamos quedar con una buena base para que cada lector o lectora extraiga ideas para su propio contexto y sus propias motivaciones.
Una mayoría de las experiencias de las que hablaremos están pensadas desde la perspectiva de la producción, pues creo que es la parte de estas redes que asume más riesgos y la que habita una condición más compleja. Por eso mismo, por comprometida, puede resultar una perspectiva más interesante. Y es quizá, en este mundo de lo agroecológico, la posición que requiere de un mayor refuerzo, sin que esto deba ocultar la importancia del resto de actores implicados. Ojalá sirva la revisión de experiencias que ofrecemos en este texto para fortalecer los proyectos de gente que se ha implicado en la producción agroecológica, o permitir a otras personas o grupos verlo más claro, y animarse a comenzar su propia iniciativa. Pero, en cualquier caso, creo que el texto también puede resultar de interés para personas que se acerquen al tema desde el consumo agroecológico, las economías alternativas o críticas, o cualquier tipo de militancia social y ecologista.
El texto se divide en tres bloques bastante diferenciados, en relación con la hipótesis de partida. Los distintos capítulos tienen sentido por sí mismos y, por lo tanto, una lectura salteada podría resultar de interés, especialmente en la segunda parte, que se compone de pequeños artículos que analizan experiencias. Pero creo que la lectura lineal y completa del texto ofrece un sentido general que no se extraería de la lectura independiente de los capítulos.
El primer bloque pretende realizar una introducción al contexto teórico desde el que miraremos hacia las redes alimentarias alternativas. En primer lugar, echaremos un breve vistazo a las expresiones de la crisis global en el sistema agroalimentario, desde las perspectivas ecológica y social. A continuación trataremos de exponer de forma sucinta las propuestas de la agroecología y la soberanía alimentaria, como enfoques teóricos que sirven de trasfondo a las iniciativas prácticas de las que hablaremos más tarde, y poniendo especial énfasis en las formas y contenidos que están adoptando los movimientos sociales que se identifican con estos dos conceptos. Para terminar este bloque introductorio, presentaremos el enfoque teórico de la “economía campesina” y de los procesos de “recampesinización”, para lo que nos apoyaremos en unas breves ideas acerca de las formas que estos procesos están tomando en el sector agroalimentario de nuestro contexto geográfico más inmediato. Trataremos, a su vez, de establecer diálogos entre esta y otras corrientes sociopolíticas y académicas que también tratan de abrir espacio para el desarrollo de formas económicas alternativas al capitalismo, aquí y ahora.
El segundo bloque se compone exclusivamente de la descripción y el análisis de distintas formas de proyectos y redes alimentarias alternativas. En algunos casos serán entrevistas o visitas a diferentes iniciativas; en otros casos expondremos los resultados de encuestas o microinvestigaciones, y también mostraremos los resultados de talleres o encuentros en los que se ha discutido sobre este tipo de iniciativas. Los primeros capítulos tratan de caracterizar distintos tipos de circuitos cortos de comercialización y ofrecer algunas pinceladas sobre su desarrollo actual en el Estado español y en otros territorios. Exponen distintas formas que estas iniciativas están tomando en distintos territorios, especialmente desde la perspectiva del consumo. Más adelante, algunos capítulos centran el foco en la perspectiva de la producción; por un lado, las estrategias de las iniciativas productivas individuales en la combinación de distintos circuitos cortos; y, más tarde, las diversas iniciativas colectivas en las que los productores y productoras se organizan para hacer llegar sus productos al consumo, como alguien dijo, “para seguir siendo pequeños”. Los últimos capítulos de este segundo bloque tratan de aportar claves para el desarrollo de redes territoriales de producción y consumo, a partir de las experiencias de algunos procesos de dinamización de los circuitos cortos a escala regional, y de las conclusiones de algunos encuentros y talleres de reflexión colectiva.
El último y tercer bloque trata de recoger algunos aprendizajes generales a partir de todo lo expuesto. Y, especialmente, trata de dotar de un sentido político al conjunto de iniciativas analizadas, desde la práctica militante y a través de los enfoques teóricos planteados en el primer bloque.
Con el presente texto, centrado en la discusión de experiencias reales, intento aportar una pequeña herramienta para impulsar las redes alimentarias alternativas en el Estado español, desde una perspectiva de transformación social y ecológica. Una discusión construida sobre preguntas que entiendo que muchas personas y organizaciones nos estamos haciendo en este momento histórico en que la crisis global es cada vez más descarnada, y frente a la cual el capital solo nos propone desposesión, sumisión y obediencia; o, por contra, exclusión y violencia. Espero que la lectura resulte de interés en el debate de cómo enfrentarnos e ir más allá de los ataques del capital, y que nos anime a hacer más y mejor.
No puedo dar por terminada esta introducción sin agradecer, a todas las personas compañeras que día a día le dan vida a todas las experiencias agroecológicas, su trabajo e ilusión en la construcción de alternativas al capitalismo: estas experiencias, personas e ilusiones son las únicas protagonistas del texto. También debo agradecer a innumerables amigos y amigas el haber soportado mis tuestes y mis ausencias, especialmente, en los últimos meses, en los que me he recluido más de lo normal para terminar el texto. Pero, especialmente, debo agradecerle a Bea su paciencia y comprensión, así como su apoyo y ánimos ilimitados; en unos meses en los que nuestra vida está iniciando un gran cambio.
Entre Garganta la Olla (Cáceres) y Sevilla, octubre de 2014
Producir alimentos, reProducir comunidad
Prólogo a la segunda edición
Me complace presentar esta segunda edición del texto “Producir alimentos, reproducir comunidad”, tan solo 5 meses después de sacar la primera edición. Por ello, y antes de nada, debo agradecer su apoyo a los y las compañeras de los grupos locales de Ecologistas en Acción que han organizado presentaciones y difundido el texto ; así como a otras organizaciones que nos han apoyado en este sentido . También a las revistas que han difundido el texto, como El Ecologista, Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas, y especialmente La fertilidad de la tierra, quienes además habían cedido una parte de los textos que componen la parte central del libro, y que habían sido redactados previamente para la revista.
Tras unos meses de rodaje, parece que hemos conectado con una necesidad que ya existía en un panorama estatal agroecológico que crece y se desarrolla, y que quizá requiere de un salto adelante. Creo que el texto ha conectado con la necesidad de compartir y discutir los modelos alternativos de articulación de la producción y el consumo agroecológico que venimos desarrollando, analizando los elementos que están funcionando y los que no tanto. Ofreciendo una herramienta de reflexión especialmente orientada a la producción, y en concreto a las muchas personas que están iniciando experiencias productivas que buscan alcanzar la viabilidad de sus proyectos a través de redes alimentarias locales y alternativas. Y por lo tanto buscan una viabilidad que a la vez es económica y social. A su vez, después de más de una década de desarrollo vertiginoso de este tipo de proyectos socioeconómicos, creo que también conecta con la necesidad de realizar una evaluación política de las herramientas o modelos económicos que estamos desarrollando: su viabilidad, su potencial transformador, y su papel en un Mundo muy revuelto y con claros síntomas de agotamiento.
En estos meses he tenido el gusto de realizar numerosos debates en los actos de presentación, con gentes y proyectos muy diversos implicados en el movimiento agroecológico y por la soberanía alimentaria. También con gentes implicadas en otras líneas de transformación social y ecológica como los proyectos autónomos y municipalistas, la economía social y solidaria, y el ecologismo social. En estos encuentros los debates han sido ricos e intensos, y en ellos muchas de las ideas apenas planteadas en el libro se han aclarado y otras nuevas ideas van tomando forma. Agradezco a todas las personas que han participado en estos debates su entrega e ilusión, y el esfuerzo de abrir nuestros cuerpos y mentes para bucear juntas en las contradicciones que encontramos en el desarrollo de estos “cultivos sociales”.
Un elemento que ya resultaba central en la propuesta inicial del libro, pero que aún ha cobrado más fuerza tras estos debates, es la importancia de destilar, sistematizar y explicitar los modelos socioeconómicos que estamos desarrollando. La posibilidad de definir nuestros proyectos, de modelizarlos, e incluso de ponerles nombre, está resultando un proceso clave para reducir la ansiedad que sufrimos colectivamente cuando construimos proyectos en el vacío, sin referencias previas; ya que los modelos sirven como referencia. Modelizar nuestras experiencias resulta también de utilidad para tomar conciencia de lo que estamos haciendo, y por lo tanto analizarlo y descubrir cómo seguir profundizando en los objetivos de cada proyecto. Pero también resulta una herramienta poderosa para a su vez ofrecer referencias a otra gente que quiere iniciar nuevos proyectos, ya que puede replicar modelos y luego adaptarlos a los nuevos contextos. Para mí, la posibilidad de construir estos modelos, de tratar de destilar la esencia de nuestros proyectos, es construir los símbolos que permiten transmitir esta esencia más allá de la experiencia directa e inmediata de quien los vive; y son por lo tanto estos símbolos los que permanecen y se difunden en el universo simbólico colectivo. Los modelos son una herramienta para llenar de vida y experiencia el vacío de alternativas colectivas disponibles bajo la hegemonía urbano-agro-industrial que poco a poco se desmorona.
El bloque central del texto se centra en ofrecer modelos de relaciones entre producción y consumo, poniendo el acento en la perspectiva de la producción. Plantea una estructura implícita que cubre en un primer momento los proyectos individuales o de primer grado (articulaciones entre una finca y uno o varios grupos de consumo), más tarde revisa algunos proyectos de segundo grado (redes y asociaciones de productores/as), y por último se centra en las redes territoriales que articulan producción, consumo y otros actores sociales e incluso a la administración local o autonómica. Sin embargo, en los debates acerca del libro surge un eje de análisis al que hasta el momento no le había prestado mucha atención, pero que puede tener relevancia. Los distintos modelos analizados han sido seleccionados por poner en práctica, de forma estructurada, relaciones económicas no-capitalistas, es decir, no basadas en la extracción de plusvalor ni en la acumulación y reproducción ampliada del capital. Sin embargo, se ponen en práctica distintas lógicas económicas no-capitalistas, que se pueden agrupar en tres tipos:
• Una economía de los intercambios justos, en los que a través de precios monetizados se trata de lograr un ingreso para los productores, de forma que remunere adecuadamente su trabajo sin explotación humana ni de los agroecosistemas, en condiciones de trabajo dignas. Por el otro lado se trata de ofrecer a quien consume el alimento a un precio justo y accesible, no mediado por la obtención de beneficios sino por unos costes de producción ajustados. En este tipo de relaciones económicas estarían las cooperativas de productores y consumidores,
Producir alimentos, reProducir comunidad
muchos de los modelos de cooperativas y asociaciones de productores/as, algunos tipos de AMAP (en Francia) y modelos similares, o la gran mayoría de los grupos de consumo o mercadillos de productores/as que hay en nuestros territorios.
• Una economía de los valores de uso, en las que se establecen asociaciones directas entre producción y consumo y se comparten el riesgo de las producciones agrarias; y en algunos casos también la propiedad sobre los medios de producción. En estas asociaciones explícitas la circulación de los alimentos no se regula a través de los precios de mercado, sino a través de criterios colectivos en los que una comunidad determinada define el valor de sostener la actividad agraria en una o varias fincas, y la provisión de alimentos para las personas consumidoras asociadas. Así pasamos de un esquema de compra-venta a otro de organización colectiva de la circulación de los alimentos: se sostiene entre todas las personas asociadas una actividad que tiene sentido para esta comunidad. O mejor dicho, que tiene un valor y una utilidad sociales –valor de uso– porque esa comunidad lo ha decidido así de forma consciente e independientemente de los mecanismos de mercado de asignación de valor. En este espacio encontramos distintos modelos de Agricultura Apoyada por la Comunidad (CSA), incluyendo proyectos como Bajo el Asfalto está la Huerta (Madrid) y otros similares.
• Una economía del don, en la que los intercambios no están mediados por su valor inmediato. Incluso se puede hablar de que no hay intercambios, sino mecanismos comunitarios de gestión de los excedentes y las carencias entre los distintos miembros de la comunidad, desde una percepción subjetiva de abundancia. Las personas o entidades miembros de la comunidad aportan al espacio común o a miembros individuales de aquella los recursos que no van a necesitar –que pierden así su valor de uso para quién los produce–, sin esperar ningún retorno directo y sin guardar una contabilidad del aporte. Sin embargo, los aportes de otros miembros al espacio común van cubriendo otras necesidades en la comunidad, que cubre así sus necesidades colectivas a través de mecanismos de redistribución dirigidos en base a las necesidades existentes. Este esquema es mayoritario hoy en día en nuestra sociedad, aunque su importancia real esté invisibilizada y desvalorizada. Desde esta lógica de los bienes comunes se realizan los cuidados y un innumerable número de procesos económicos cotidianos, como las donaciones cruzadas e informales (que no son trueque) de pequeños excedentes agrarios en nuestros pueblos. En los últimos años esta lógica se ha extendido a patrones estructurados de la producción social, como puede ser el software libre o herramientas colaborativas como Wikipedia. En el sector agroecológico también se dan ejemplos de estructuración y formalización de esta lógica económica en proyectos como el de Longo Maï.
Esta multiplicidad de espacios o lógicas económicas en las que se mueven las redes alimentarias alternativas abre a su vez nuevas preguntas. El texto inicial del libro orbita sobre la necesidad y conveniencia de manejar distintos modelos económicos, ya que el contexto de rápido y violento cambio global en el que estamos inmersos introduce una incertidumbre que impide apostar por una sola vía de trabajo, o por un conjunto limitado de formas socioeconómicas más o menos alternativas. Sin embargo, la multiplicidad de lógicas económicas que se ponen en práctica podría abrir un rico debate acerca de la forma de combinarlas, e incluso acerca de si el movimiento debería optar por unas más que por otras.
En los últimos años, distintos movimientos y organizaciones sociales transformadoras están impulsando unos modelos y otros. Por ejemplo, la vocación de impulso en el Estado español de la Red de Economía Alternativa y Solidaria de herramientas económicas y financieras para la Soberanía Alimentaria, que se mueven entre los intercambios justos y la economía del don. O el impulso de los modelos de Agricultura Apoyada por la Comunidad que se está dando con la redacción de la carta Europea de los CSA desde 2013, en la línea de los valores de uso . Creo que profundizar en este debate, como movimiento y desde una perspectiva política, puede resultar de gran interés estratégico.
El contexto sociopolítico está cambiando rápidamente, y se precipitan síntomas de la crisis global. Desde la dificultad de los capitales financieros por mantener niveles de crecimiento suficientes para sobrevivir, que se ejemplifica en el hundimiento de las bolsas chinas, y que se viene a sumar a la quiebra de las diversas burbujas financieras acaecidas en los últimos años. Hasta la crudeza de la política exterior norteamericana por mantener el desorden en Oriente Medio y controlar así los flujos de un petróleo que ya escasea, y que se expresa en las sangrientas y sostenidas crisis en Siria, Palestina, Irak, Egipto y tantos otros países. O la lucha por las nuevas hegemonías geoestratégicas globales, que se expresa en la ocupación de Ucrania y los bombardeos en Siria por parte del ejército ruso. Se hace necesario un fuerte ejercicio de reflexión para darle un sentido general y coherente a todos estos sucesos, que se deberían ver como acumulativos y que señalan el fin de una época y el inicio de otra para la que debemos estar preparadxs y tener propuestas.
Por otro lado, el vuelco en las elecciones municipales de mayo abre nuevas posibilidades en las escalas locales, donde se reclaman propuestas alternativas a un sistema urbano-industrial globalizado que cada vez funciona menos, especialmente para las capas medias y bajas de la población. Desde la constatación de un capitalismo que no está funcionando, y que puede que cada vez funcione peor, surgen nuevas demandas de rearticulación económica y territorial, tanto en las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Zaragoza o Valencia) como en el medio rural. Y en este sentido, el movimiento social por la Agroecología y la Soberanía Alimentaria nos debemos sentir interpelados, y tratar de estar a la altura de unos retos cada vez más amplios y urgentes.
En los distintos debates de presentación del libro ha emergido una nueva perspectiva en cuanto al valor y el potencial de transformación social –y política– de las

redes alimentarias alternativas. Se concreta nuestra propuesta de hacer política desde las necesidades de la población (no solo alimentarias: también de participación, autonomía personal y colectiva, vinculación con un territorio y una comunidad, etc.), pero aparece encima de la mesa la necesidad de propuestas pensadas para cambios masivos. Por lo tanto las formas socioeconómicas que planteamos deben ser sustancialmente distintas a las que hemos puesto en práctica en un tiempo en que hemos estado “a la defensiva”, limitadas a espacios marginales. Para ser más, necesitamos propuestas que lo permitan, que se ajusten a un escenario de proyectos masivos y en los que se dará una mucho mayor riqueza de proyectos de economías alternativas y solidarias. Esto supone un importante salto cualitativo también en la articulación entre proyectos autogestionarios (no solo alimentarios: de otras producciones, vivienda, educación, etc.) y en la construcción de espacios sociales que den sentido a los proyectos comunes de autonomías locales. La pregunta que se nos plantea es ¿cómo hacer nuestras formas socioeconómicas actuales viables para un salto de escala, sin perder su potencial transformador y profundizando en sus rasgos no-capitalistas?
En este sentido, ha aparecido en repetidas ocasiones la necesidad de enganchar con los procesos municipalistas que hoy están en curso y con fuerza creciente, ya estén orientadas a los gobiernos locales o como proyectos de base. Emerge una fuerte necesidad de desarrollar políticas públicas concretas y específicas para la soberanía alimentaria y la agroecología, a todos los niveles, y explorar nuevos conceptos y propuestas que están abriendo caminos interesantes y de gran impacto. Por ejemplo, el ambiguo concepto de gobernanza alimentaria, de la mano del cual aparecen las propuestas de las Estrategias y Consejos Alimentarios Locales, que tanto eco están recibiendo entre estos proyectos municipalistas. En todo caso, se refuerza una perspectiva que ya se apuntaba en el libro: la necesidad de estrategias de medio y largo plazo, y la importancia de los procesos autonomistas, ligadas a los territorios locales, como espacios sociopolíticos en los que articular nuevas economías desde la base social. Un proyecto político de mirada larga, para un contexto global y local que augura cambios de gran calado en las próximas décadas.
Desde esta perspectiva, considero que las propuestas y reflexiones que aparecen en el libro cobran aun más relevancia. Además, se abren nuevas preguntas en las que seguir experimentando e investigando acerca del papel de las redes alimentarias alternativas en las propuestas anticapitalistas de transformación social. Espero que disfrutéis la lectura, y que os sea de provecho.
En Garganta la Olla, a 13 de octubre de 2015

1
INTRODUCCIÓN
1 Crisis global y sistema agroalimentario: elementos económicos y ecológicos
La actividad agraria cubre una de las principales necesidades del ser humano: la alimentación. Transforma elementos abundantes e inertes (minerales, agua y energía solar) en bienes vivos y útiles (alimentos), sin degradar (al menos en las formas tradicionales de agricultura) la base de renovación de los recursos utilizados. Es la actividad humana que más superficie ocupa en el planeta y, por lo tanto, la de impactos más extensos a nivel territorial, para lo bueno y para lo malo. El medio rural acoge nada más –y nada menos– que el 50% de la población mundial y el 25% de la población española; y en él la agricultura es el elemento central de las culturas y las economías locales.
La actividad agraria se inició hace unos diez mil años y ha ido evolucionando de forma diferente en los diversos territorios y culturas del planeta. Las sociedades campesinas han ido adaptando sus semillas y razas ganaderas y sus formas de manejo a los distintos climas y ecosistemas, a la vez que estos ecosistemas eran transformados por la propia actividad agraria. El resultado ha sido la generación de una gran riqueza genética y paisajística, inmensamente diversa, que ha sido la forma de asegurarse la subsistencia para los y las campesinas del mundo. En la base de esta diversidad de las formas de manejo agrario siempre han estado, por un lado, el manejo de la biodiversidad y, por el otro, la necesidad de conservación de los recursos naturales, ya que eran los recursos disponibles los que aseguraban la supervivencia de cada comunidad.
Los modelos campesinos han basado su funcionamiento en la gestión de la fertilidad y de la energía disponible en la combinación de agricultura y ganadería. La primera aportaba alimento, tejidos, etcétera, para los humanos y alimento para los animales; y la segunda aportaba alimentos, fuerza de trabajo (animales de tiro) y estiércol, tan necesario para los cultivos. Se combinaban muy diferentes cultivos y ganados, para asegurar que la producción total fuese suficiente todos los años a pesar de los cambios climáticos, cultivos y ganados que, a su vez, se combinaban entre sí y con los elementos naturales (bosques, sotos, riberas, etcétera). Buscaban los lugares más adecuados para cada uso y que los distintos usos del territorio y de los recursos disponibles se fortaleciesen entre sí. En general, se trataba de modificar los ecosistemas, introduciendo nuevos elementos que proporcionasen utilidades para las sociedades humanas, cuidando mucho de que los recursos no fuesen nunca a menos.
Desde los inicios de la Revolución Industrial, y más profundamente a lo largo del siglo XX, se han producido importantes transformaciones en el medio rural, a partir de la crisis de la agricultura tradicional y ligadas a la introducción de la llamada Revolución Verde, en la segunda mitad del siglo. El proceso ha sido denominado modernización agraria, y responde a la aplicación a la producción agraria del proceso general de modernización, que Habermas describe como “una gavilla de procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la productividad del trabajo; a la implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la secularidad de valores y normas, etcétera”.
La modernización agraria se caracteriza por varios procesos paralelos que transforman las formas de manejo existentes anteriormente: el productivismo basado en la intensificación, la concentración y la especialización de las producciones ; la cientifización, como subordinación del proceso productivo y del conocimiento tradicional campesino a los dictados de la ciencia y la investigación oficiales ; y la industrialización de la actividad agraria, que Chambers et alia caracterizan como “una forma de artificialización de la naturaleza […] cuya forma hegemónica de producción agraria se encuentra fuertemente capitalizada, con prevalencia de inputs ajenos al reacomodo y reciclaje de la energía y materiales utilizados en los procesos biológicos, y pretende uniformizar el medio ambiente local para estabilizar la producción, controlando al máximo el riesgo, eliminando la biodiversidad local para obtener un máximo homogéneo de producción”.
En el último siglo, la modernización agraria ha transformado las formas de hacer agricultura, que hoy en día se han homogeneizado en la mayor parte del planeta. La Revolución Verde consistió en la aplicación universal de un mismo paquete tecnológico, compuesto por el uso de maquinaria pesada, semillas híbridas, fertilizantes y pesticidas químicos. Este manejo ha generado importantes impactos sociales y ambientales, que hoy hacen de la agricultura una actividad contaminante, poco rentable y muy poco considerada socialmente. En la actualidad es un sector altamente dependiente de productos que provienen de la industria, frente a los cuales los campesinos y campesinas no controlan ni su funcionamiento ni mucho menos los precios a los que son vendidos. Además, el uso indiscriminado para la agricultura y la ganadería de insumos químicos y otros productos poco controlados está generando problemas sanitarios como la gripe aviar o las verduras contaminadas de pesticidas: los alimentos industriales se han revelado tóxicos.
La modernización agraria, en mi opinión, no se puede entender separada de los procesos de globalización desarrollados con más profundidad a partir del siglo XX. Como explica Manolo Delgado, “en esta etapa, los procesos de producción, distribución y consumo alimentario se integran por encima de las fronteras estatales; de modo que las formas de gestión de las organizaciones empresariales que modulan la dinámica del sector contemplan ahora el acceso, tanto a los recursos como a los mercados, a escala mundial (global). No se trata solo de una extensión cuantitativa de las relaciones mercantiles, sino, sobre todo, de un cambio cualitativo en los modos de organización, condicionado en gran medida por el protagonismo que ahora adquiere el capital financiero. El capital financiero, a la vez que hace posible la concentración, la expansión y la reorganización de las corporaciones agroalimentarias, modula el funcionamiento del sector desde criterios de “racionalización” construidos bajo el imperativo de la “creación de valor” financiero. Desde esta lógica se ve estimulada la eliminación de restricciones para la localización, el aprovisionamiento, la producción, la distribución y el consumo agroalimentario” .
Impactos ambientales generados por la modernización y globalización agroalimentarias
Con la modernización agraria hemos visto cómo el contenido en materia orgánica ha descendido de forma preocupante en todos los suelos del planeta. Se ha mermado la fertilidad de los suelos y su capacidad de retención de agua, lo cual ha hecho que cada vez sea necesario el uso de más fertilizantes químicos y aumente la demanda de agua para riego. Algo parecido ha ocurrido con los pesticidas y herbicidas: su uso indiscriminado ha provocado, a medio plazo, la aparición de malezas, plagas y enfermedades resistentes y, por lo tanto, el incremento en el uso de los agroquímicos, muchos de los cuales deben ser retirados del mercado cada año por su comprobada toxicidad. Este incremento en el uso de químicos ha contaminado aguas, suelos y alimentos, generando importantes problemas ecológicos y sanitarios. El modelo intensivo de ganadería es un ejemplo especialmente visible de este extremo, pues constantemente nos muestra nuevos peligros alimentarios.
La lógica del monocultivo ha mermado en el 75% la diversidad de variedades vegetales manejadas en el planeta, y en un tercio, las razas ganaderas . Esto supone una enorme pérdida de riqueza genética, y un serio peligro para la capacidad de adaptar nuestra agricultura a posibles cambios ecológicos futuros . Genera importantes problemas de erosión, al mantener los suelos desnudos y pobres en materia orgánica, y graves problemas de deforestación, al ocupar crecientes zonas forestales vírgenes con cultivos agrícolas, energéticos y forestales o con ganadería. La ofensiva de los cultivos transgénicos, los agrocombustibles y otros cultivos energéticos no hace sino agravar los problemas mencionados, ya que profundiza en esta misma lógica de monocultivos y manejos agresivos basados en el uso creciente de agrotóxicos. La extensión de los regadíos asociada al manejo agroindustrial está generando problemas en el acceso al agua (de riego y de boca) para millones de personas por todo el mundo, que ven cómo sus pozos y ríos se secan y contaminan .
En los últimos años estamos constatando, además, que el modelo de agricultura industrial impulsada por la Revolución Verde está contribuyendo de forma importante al cambio climático. La deforestación creciente, ligada a la roturación de nuevas tierras agrícolas, supone, por un lado, la reducción de un importante sumidero de carbono; y, por otro lado, la liberación a la atmósfera de gran parte del carbono que estaba acumulado en los suelos en forma de materia orgánica. La actividad agraria y el cambio de usos de suelo para la producción de piensos y agrocombustibles generaban en el año 2000, conjuntamente, el 33% de las actuales emisiones de CO2 en el planeta, y desde ese año hasta la actualidad se han incrementado en más del 20% . Las altas emisiones generadas por la actividad agraria posiblemente generen, a su vez, una importante merma en los rendimientos agrarios en todo el planeta, que podrían reducirse en al menos el 16,6% como media mundial para 2080 .
Por su parte, la orientación de las producciones hacia el mercado mundial está haciendo que los agricultores y agricultoras pierdan el control sobre los precios, que quedan en manos de las distribuidoras. Pero también generan un modelo centralizado de distribución, en el que los alimentos recorren grandes distancias por todo el planeta desde la producción hacia el lugar donde se procesan o envasan y, de ahí, hasta el lugar de consumo final. Este modelo de distribución no sería posible sin el consumo de grandes cantidades de petróleo. Esto ha hecho que, hoy en día, se hable de “petroalimentos” al referirnos a aquellos alimentos que gastan en su producción y distribución mucha más energía de la que aportan al ser ingeridos, contribuyendo así de una forma importante al cambio climático y al agotamiento de los recursos energéticos. Este modelo agroalimentario requiere de grandes infraestructuras de transporte y logística, que consumen una gran cantidad de energía fósil hasta llegar al consumidor final, incluyendo la cadena de frío en el transporte y la refrigeración y procesado en los hogares .
El sistema agroalimentario global también genera el desecho de un tercio de los alimentos producidos a nivel mundial , que no encuentran mercado o, al menos, no a los precios requeridos por las cadenas de distribución comercial. La agricultura globalizada se muestra, por lo tanto, altamente ineficiente desde un punto de vista ecológico, pues consume más recursos de los que genera, y desperdicia una gran parte de estos recursos por la ineficiencia en sus lógicas de distribución. Ha demostrado también la escasa calidad y salubridad de los alimentos que genera. En el mundo se producen millones de intoxicaciones agudas y centenares de miles de muertes anualmente a causa de la exposición aguda a los pesticidas, dos terceras partes de ellas, en países en desarrollo. A su vez, los pesticidas generan importantes efectos nocivos sobre la salud de los consumidores, especialmente en el medio y el largo plazo. Y a menudo los sistemas de seguridad y vigilancia acerca de estos impactos sobre la salud han sido puestos en cuestión .
Impactos socioeconómicos generados por la modernización y la globalización agroalimentarias
Las primeras décadas de modernización, especialmente a partir de 1960, consiguieron incrementos espectaculares de las producciones agrícolas. Pero tras más de medio siglo de Revolución Verde, hoy sabemos que ha fracasado en su objetivo inicial de salvar al mundo del hambre. Si bien la producción de cereales se ha triplicado desde entonces, el número de personas hambrientas superó en 1999 los mil millones por primera vez en la historia. A pesar de que en los últimos años esta cifra ha descendido, el abastecimiento de comida en las zonas con mayores índices de subnutrición (África y Asia) depende en gran medida de las donaciones internacionales. Mientras, en el Norte global encontramos más de mil quinientos millones de personas con problemas de salud relacionados con la obesidad y la sobrenutrición .
Las rondas internacionales de comercio global, en las que la Unión Europea es el principal promotor junto con Estados Unidos, han impulsado una siempre mayor liberalización del mercado agroalimentario. Ya en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), la UE se ve obligada a suavizar su estrategia agroexportadora y retirar ciertas protecciones del mercado interior, a cambio de poder penetrar los jugosos mercados del sector servicios en los denominados países “subdesarrollados” y en las “economías emergentes”. Para mantener las subvenciones a las producciones agrarias internas, la UE y Estados Unidos han teñido la PAC de verde, escondiendo el dumping en medidas supuestamente ambientales, así como su apoyo a la producción agraria industrial, la industria agroquímica y la agroindustria. En la actualidad, las negociaciones para establecer el Partenariado Transatlántico en Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés) son una nueva herramienta impulsada por estas dos potencias para desregular algunos mecanismos de equilibrio social y ecológico, para concentrar aún más los beneficios dentro de sus propias fronteras, también en el sector agroalimentario .
El resultado de las políticas de liberalización, impulsadas por los países enriquecidos, ha generado importantes impactos sociales no solo en los países del Norte global, sino también en el Sur. A partir de la década de los años ochenta, y especialmente tras el tratado de agricultura de la OMC (1994), las exportaciones de alimentos básicos desde Estados Unidos y la UE a países del Sur global se han multiplicado, arrasando los tejidos productivos locales de esos territorios. La balanza comercial agrícola del conjunto de los países en vías de desarrollo (excepto Brasil) se ha convertido en deficitaria, alcanzando en 2005 los 30.000 millones de dólares; y el promedio mundial de los precios alimentarios se ha multiplicado por 3 entre 2000 y 2011. Al mismo tiempo que muchos países han pasado a importar productos básicos, han destinado sus mejores tierras a la producción de alimentos no básicos para la exportación al Norte global.
En 2008 la UE importaba productos agrarios producidos (especialmente, soja y otras proteaginosas, café, cacao y té) en una superficie similar al Estado español. Pero destinaban para ello las tierras más fértiles de otros territorios, que en el Estado español ocupan una superficie relativa muy pequeña. Por lo tanto, las “importaciones virtuales de tierras” tienen una importancia social y económica mucho mayor que estos 50 millones de hectáreas . A partir del alza en los precios globales de los alimentos básicos en 2008, este fenómeno se amplía, y asistimos al denominado “acaparamiento de tierras”. Los Estados y las grandes corporaciones privadas de los países enriquecidos están comprando gigantescas superficies agrícolas a precio de saldo para las producciones agrarias de exportación . Para estas producciones se reservan las decrecientes masas de agua dulce disponibles y se expulsa a cientos de miles de personas de los territorios que históricamente habían poblado. En definitiva, el resultado social de la globalización agroalimentaria son las hambrunas y migraciones masivas que de vez en cuando aparecen en nuestros televisores, y la miseria para continentes enteros.
Centrándonos en el territorio europeo, la Política Agrícola Común (PAC) fue la primera política puesta en marcha por la actual UE (en 1962), en un continente aún en reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial. Esta política consiguió sus objetivos iniciales de incrementar la productividad, asegurar el abastecimiento de alimentos a precios “razonables” y lograr niveles de vida equitativos para la población agraria25, al menos para aquellas explotaciones que sobrevivieron al proceso de reconversión, ya que desde entonces los activos agrarios se redujeron de forma igualmente espectacular. La “modernización” de la actividad agraria supuso un cribado colosal de las explotaciones de menor dimensión (económica y/o territorial) o peores condiciones geoclimáticas, aquellas que no pudieron invertir en el nuevo paquete tecnológico y que no consiguieron aguantar la bajada de los precios de los alimentos. Como contraparte, el florecimiento de la industria urbana de posguerra esperaba a los millones de emigrantes campesinos con los brazos abiertos. El resultado combinado de ambos procesos sería un éxodo rural masivo que daría la vuelta a las proporciones de las poblaciones urbana y rural, la congelación de los precios en origen para asegurar alimentos baratos para las crecientes poblaciones urbanas e importantes cambios en la dieta, para ampliar el consumo de alimentos industriales, ya fuesen de origen animal o procesados vegetales.
El modelo agrario de la globalización agroalimentaria ha supuesto en la UE el paso desde la agricultura familiar a una agricultura empresarial, inserta en los mercados agroalimentarios globales en la búsqueda del máximo beneficio económico posible. La empresa agraria se sitúa sola frente a los mercados, ante la quiebra de las cooperativas y asociaciones de agricultores y la escasa capacidad de reacción de las organizaciones profesionales agrarias, que apenas alcanzan a ralentizar la desarticulación del sector . Las políticas públicas de apoyo a la modernización han venido, además, unidas a una importante “ofensiva cultural”, en la cual la industrialización se manifiesta como una “victoria” de los agricultores profesionales (aquellos con explotaciones fuertemente especializadas, capitalizadas y tecnificadas): “Se concibe el futuro como una mercancía escasa, y pocos sobrevivirán” . La actividad agraria se convierte en una actividad alienante que reduce la autoestima del agricultor para construir una nueva identidad empresarial, individualizada y disociada de la cultura y el territorio locales .
Este proceso se cierne con especial violencia sobre los trabajadores agrarios por cuenta ajena, y especialmente en aquellos de origen extranjero. En 2011, alrededor del 50% de los peones agropecuarios afiliados a la Seguridad Social en España eran extranjeros; porcentaje que sería mucho mayor si existiesen datos sobre el trabajo no regularizado. La escasa rentabilidad de la actividad agraria revierte en un incremento de la presión sobre los eslabones más bajos de la cadena agroalimentaria, que sufre así salarios muy bajos y condiciones de trabajo muy precarias en cuanto a inestabilidad, estacionalidad y condiciones de trabajo. Aspecto que se reproduce en la normativa laboral agraria, con un fuerte carácter asistencial, y se refuerza en la siempre cambiante y altamente represiva normativa de extranjería, dibujando situaciones de marginalidad, que en el caso de la mano de obra extranjera protagoniza episodios generalizados de racismo .
Según Molinero, “(en) el modelo de desarrollo agrario del mundo occidental […] la agricultura no representa más que en torno al 2% de los activos y al 1,5% de las rentas”, y el descenso en el número de activos en la UE “aún no ha terminado” . En la actualidad la mayoría de explotaciones agrarias españolas y europeas son de pequeño y mediano tamaño. Por ello comparten una serie de condicionantes socioeconómicas a lo largo de toda la cadena de valor agroalimentaria que las convierten en “no competitivas” a criterio de la UE, y que las presionan para continuar con el proceso de modernización o desaparecer. Estos condicionantes comunes están ligados a la doble pinza que ejercen la necesidad de inversiones constantes para ampliar rendimientos y la concentración de la distribución con los procesos de globalización agroalimentaria.
Desde una mirada retrospectiva, resulta difícil estimar hasta qué punto la actividad agraria se ha vuelto incapaz de mantener el empleo y las economías rurales; o si, por el contrario, el descenso de su importancia socioeconómica ha sido un objetivo explícito de las políticas agrarias. Lo que está en cuestión no es la capacidad de las agriculturas familiares de mantener empleo y riqueza en situaciones de escasa rentabilidad, sino el papel de un sector relativamente amplio de la economía y la población europeas –el medio rural– que genera demasiado poco flujo de capitales por cada empleo: que genera “demasiado poco” crecimiento para las expectativas de la actual economía financiarizada de la UE. La producción de materias primas agrarias se ha convertido en una carga social, debido a la rentabilidad decreciente introducida por la modernización. Pero otros modelos de agricultura centrados en la relocalización de los flujos ecológicos y económicos tampoco resultarían funcionales al capitalismo global. El sistema agroalimentario, simplemente, se adapta mal a las reglas capitalistas.
En cierto modo, la desagrarización del medio rural ha devenido en una profecía autocumplida. Nos hallamos ante un proceso de reconversión por el cual el apoyo al abandono –o diversificación– de la actividad es solo para las explotaciones de menor tamaño o marginales, mientras que las grandes explotaciones más capitalizadas y, sobre todo, la industria agroalimentaria reciben importantes apoyos y amasan importantes beneficios en pagos directos de la PAC, ya que el reparto de las subvenciones es ampliamente desigual . Esta política agraria dual se justifica desde la necesidad de reconocer la “diversidad de las agriculturas europeas”. Pero en ambos casos el modelo de explotación que apoya la PAC encuentra su leit motiv en la inserción de la agricultura europea en los mercados globales agroalimentarios . Terry Marsden y Roberta Sonnino afirman, tras casi dos décadas de multifuncionalidad en la UE, que esta política no ha contribuido a reconfigurar ni fortalecer el sector agrario, sino que ha servido para apoyar los intereses de la agroindustria y la gran distribución. Y a la vez, para limitar y concentrar aún más los recursos públicos asignados al sector en torno a las explotaciones de mayor tamaño, por medio de los proyectos de reconversión y del endurecimiento de la regulación administrativa e higiénico-sanitaria .
La agricultura empresarial va a representar una importancia social decreciente dentro de las comunidades rurales europeas, ya que se caracteriza por la movilidad de las producciones y de la mano de obra y por la creciente externalización de las labores productivas hacia empresas de servicios agrarios. Las poblaciones rurales pierden así aún más autonomía sobre los procesos productivos, que se desligan del territorio y van pasando a estar controlados por capitales ajenos al medio rural. Como plantean algunos estudiosos, “la modernización de la agricultura tiende a romper progresivamente los lazos económicos, materiales y sociales de la actividad agraria con el espacio rural […]. La agricultura, en sus formas modernas y más desarrolladas, no puede reivindicar ya un vínculo privilegiado con el territorio, la región o el espacio local” .
Para Alonso, “modernización equivale a desagrarización. […] Ahora, el sector terciario ’se pone en primer lugar’ en un contexto rural de postindustrialización” . La propuesta estrella de diversificación económica del desarrollo rural europeo, el turismo rural, absorbe una proporción mínima del empleo destruido en el sector agrario , pero se han empleado en ella grandes sumas de dinero por cada nuevo puesto de trabajo. El apoyo explícito a las explotaciones y territorios menos “competitivos” se ha limitado a medidas indirectas y de rango menor, dentro un presupuesto general para el desarrollo rural muy limitado (hasta el 25% del presupuesto de la PAC en el periodo 2014-2020). En la mayor parte de los casos el apoyo al turismo rural (por medio de los fondos LEADER, principalmente) ha venido acompañado del abandono de la agricultura en aquellas zonas marginales (o periféricas del desarrollo agrario) en las que el primer pilar de la PAC no alcanzaba a dinamizar unas estructuras agrarias inadecuadas para su inserción en los mercados globales . En resumen, “la pretendida diversificación económica en muchos casos no procede de la creación de nuevos empleos, sino de la desaparición y pérdida de peso relativo de los empleos agrarios y del incremento correlativo de los no agrarios […] (ya que) las áreas rurales más genuinas continúan inmersas, salvo contadas excepciones, en un proceso de pérdida de población” .
La visión oficial del desarrollo rural nos recuerda al mismo enfoque de la transferencia de tecnologías aplicada por los extensionistas estadounidenses en el Plan Marshall, y que Freire (1969) denominó “invasión cultural”. Esta visión parte de la presunta incapacidad de las comunidades rurales para construir y mejorar sus propias formas de vida . La pretensión de la inserción de las economías rurales en la economía mundo como motor del desarrollo rural choca con las clásicas críticas al desarrollo surgidas desde el mundo “subdesarrollado”, que señalan la modernización y mercantilización de las producciones de los territorios periféricos como el origen del propio subdesarrollo, así como de su perpetuación . Los incipientes emprendimientos rurales salen a competir a la economía mundial en una situación de clara desventaja frente a los grandes conglomerados transnacionales, lo cual puede llevar al mismo círculo vicioso de dependencia y subdesarrollo. Los fondos destinados a la dinamización de este tipo de emprendimientos –como, por ejemplo, LEADER y FEADER– se convierten en muchos casos en una expansión de los mercados de las empresas globales de servicios, en transferencias de capital desde los poderes públicos a estas empresas, y en pérdida de autonomía económica de las comunidades rurales. Por ende, el mismo concepto de desarrollo, entendido como crecimiento ilimitado, supone una simple irracionalidad cuando se analiza desde un enfoque ecológico, físico o material.
En último término, los modelos de desarrollo impuestos olvidan preguntar al supuesto sujeto del desarrollo –la población rural– por el modelo de territorio y de desarrollo que desean. Y olvidan en su análisis la consideración de las componentes sociales de la economía no contables en dinero, tales como aquellas relacionadas con las tareas reproductivas domésticas y las desigualdades de género, que se sitúan en el centro de la crisis demográfica –envejecimiento y masculinización– en el medio rural posindustrial. Como plantea Luis Camarero al hacer crítica del desarrollo rural, “los territorios existenciales son espacios de convivencia, y no solo de producción y de consumo” . 
2 Las propuestas de la agroecología y la soberanía alimentaria
El término agroecología surgió en los años setenta como respuesta a las primeras manifestaciones de la crisis ecológica en el campo. No obstante, el término es de nuevo acuñado en 1983 por Altieri como “las bases científicas para una agricultura sustentable” . Gliessmann la define diez años más tarde como “el funcionamiento ecológico necesario para hacer una agricultura sustentable” . Más tarde el concepto incorpora las prácticas y conocimientos de origen campesino que han mostrado una sustentabilidad histórica; y por medio de la interacción de sus impulsores latinoamericanos con, entre otros, los españoles del ISEC incorpora a la construcción del concepto criterios históricos y sociales, recogiendo las lógicas de la economía campesina (no capitalista) .
Sevilla Guzmán (2006) la define como “el manejo ecológico de los recursos naturales a través de formas de acción social colectiva que presentan alternativas al actual modelo de manejo industrial de los recursos naturales mediante propuestas, surgidas de su potencial endógeno, que pretenden un desarrollo alternativo desde los ámbitos de la producción y la circulación alternativa de sus productos, intentando establecer formas de producción y consumo que contribuyan a encarar la crisis ecológica y social, y con ello a enfrentarse al neoliberalismo y a la globalización económica” .
La agroecología se expresa en distintas dimensiones, que podríamos agrupar en tres:
• Una dimensión ecológica y técnico-agronómica, que desarrolla una visión integral y sistémica del proceso productivo, concediendo gran importancia a los aspectos ecológicos y de rediseño del agroecosistema, así como a las cuestiones relativas a eficiencia energética y a los flujos de otros recursos productivos de carácter físico. Pone el énfasis en que la estructura de los agroecosistemas tradicionales suele ser más compleja que la de los agroecosistemas actuales, que se manejan con lógicas modernas o industriales, así como en el manejo de la biodiversidad en el tiempo y el espacio, que les confiere mayor estabilidad y confiabilidad.
• Una dimensión socioeconómica y cultural, centrada en las condiciones de reproducción social de las comunidades rurales y agrarias, de forma que les permitan permanecer en la actividad agraria, a la par que mejorar el estado de los recursos naturales. Para ello, se centra en la revalorización de los recursos locales (materia orgánica, conocimientos de los agricultores, variedades de cultivo y razas ganaderas tradicionales, paisaje…); en la puesta en valor de los recursos naturales y las culturas locales; en la articulación de lo agrario con otras actividades económicas (transformación agroalimentaria, agroturismo, educación ambiental, etcétera); y en el desarrollo de canales cortos de circulación de los productos locales que permiten a los y las productoras la captación de un mayor valor añadido por los alimentos que cultivan.
• Una dimensión sociopolítica, que se sitúa en una perspectiva de incidencia en los espacios de toma de decisiones en el sistema agroalimentario, del nivel local al global, de cara a cuestionar políticas que puedan dificultar los proyectos locales de sustentabilidad, y a impulsar otras que les puedan abrir espacio. Esta dimensión contempla las alianzas con otros grupos sociales alrededor de lo agroalimentario y se sitúa en una perspectiva global, a través del concepto de soberanía alimentaria.
Para la agroecología, la agricultura se sitúa en el centro de los procesos de desarrollo local sustentable, al ser esta actividad la que articula más directamente la relación entre sociedad y ecosistemas, a través de procesos históricos de coevolución. Se pretende recuperar los elementos del manejo tradicional local que, a lo largo de los siglos, han demostrado ser útiles para la sustentabilidad social y ecológica. Y, a la vez, volver a ponerlos en funcionamiento, en diálogo con el conocimiento científico moderno, en fórmulas apropiadas a la situación actual y al potencial endógeno locales. Desde este “diálogo de saberes” se pretende activar procesos de transformación social, hacia una mayor sostenibilidad social y ecológica en el entorno local y en escalas superiores.
Para Ploeg et al. (2002) , la agricultura y la ganadería ecológicas, ligadas a otras iniciativas sociales, son la plasmación más consistente de las estrategias agroecológicas desarrolladas por los y las agricultoras en la UE. Estas generan procesos de transición desde modelos “industrializados” de producción agraria hacia modelos “agroecológicos” a través de la “revalorización de los recursos locales, la articulación con otras actividades económicas y el desarrollo de canales cortos de comercialización”. A pesar de que aún quedan pendientes de integración en estas propuestas importantes problemas de tipo social y ecológico, como su alta dependencia de las subvenciones, la dependencia de los combustibles fósiles y su orientación a los mercados globales.
Para Wezel et al. (2009), la agroecología es entendida en tres distintos sentidos. En primer lugar, como una disciplina científica que trata de integrar el estudio del sistema agroalimentario desde una perspectiva de sustentabilidad ecológica, social, cultural y económica. En segundo lugar, como una práctica agronómica ligada a la agricultura ecológica, pero diferenciada de esta en una mayor exigencia en los aspectos sociales que atañen a la producción y circulación de los alimentos, un mayor énfasis en el manejo de la biodiversidad, y el cierre de ciclos de energía y materiales en las fincas. En tercer lugar, se entiende como un movimiento social que atraviesa los territorios urbanos y rurales, y que se desarrolla tanto en el Norte como en el Sur globales, hacia la sostenibilidad y la equidad en el sistema agroalimentario . Es en esta última acepción de la agroecología –como movimiento social– en la que nos centraremos en las siguientes líneas.
El ecologismo social y la agroecología
La agricultura ecológica llega al Estado español en los años setenta de la mano de neorrurales centroeuropeos, y se extiende en mayor medida de la mano del movimiento neorrural doméstico de los años ochenta, mientras la reconversión del sector agrario y el éxodo rural vivían sus momentos más dramáticos. A finales de los años ochenta surgen también los primeros grupos de consumo de alimentos ecológicos, en lo que sería un incipiente movimiento social de profundas raíces ecologistas, y muy crítico con el modelo económico capitalista y con la sociedad urbano-industrial. A finales de los años ochenta surge en la Universidad de Córdoba el Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC), que desde 1992 pone en marcha un programa de doctorado en Agroecología que tendrá un fuerte impacto en la academia y en ciertos movimientos sociales en Latinoamérica.
De la mano de su trabajo de acompañamiento a los movimientos jornaleros en Andalucía y sus apoyos en Latinoamérica, el ISEC introduce en el Estado español la agroecología como movimiento social. Esta convergencia entre academia y movimientos sociales en Andalucía generó en los años noventa un importante desarrollo de cooperativas de producción ecológica ligadas al Sindicato de Obreros del Campo (SOC), así como de grupos de consumo en las ciudades andaluzas. Estas iniciativas andaluzas lanzaron al resto del Estado español las propuestas agroecológicas, que se fueron traduciendo en numerosos proyectos sociales que transponían la teoría agroecológica también a contextos urbanos o periurbanos, como podrían ejemplificar, desde principios del presente siglo, Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) en Madrid o la Xarxa Agroecológica de Catalunya.
Mientras tanto, los impactos negativos del modelo agroalimentario industrial y globalizado saltaban al debate público desde muy diversos puntos de vista, señalando el aspecto sanitario como el más candente en las sociedades urbanas (gripe A, vacas locas, pollos con dioxinas, etcétera). En el Estado español, la movilización que probablemente abrió al conjunto de la población una visión más crítica del modelo territorial y agrario fue la que se produjo en contra del Plan Hidrológico Nacional, publicado en 1998, que alcanzó sus mayores movilizaciones en contra del trasvase Ebro-Segura en Cataluña y Aragón. La explosión urbanística en la primera década del siglo XXI trajo también el surgimiento de multitud de movilizaciones y organizaciones en lo que se han llamado “Plataformas en defensa del territorio”, que se han expresado a lo largo de todo el territorio nacional, y especialmente en toda la costa mediterránea.
Estos movimientos podrían ser catalogados dentro de lo que se ha llamado movimientos NIMBY : “No en mi patio trasero”, que plantean resistencias a las agresiones al medio ambiente en el ámbito local y regional, pero que no llegan a articular propuestas desde una crítica más profunda del modelo económico generador de esos impactos. Sin embargo, en su desarrollo emergió la importancia de la conservación del “patrimonio agrícola”, rescatando los valores ecológicos, sociales y culturales del mismo, y remarcando la importancia de la agricultura de pequeña escala, familiar o territorial, para mantener un territorio articulado y una gestión sostenible del mismo. Esta perspectiva se situaba más allá de las contradictorias consignas de la Política Agrícola Común de la Unión Europea y de las circunstanciales llamadas de atención de los movimientos ciudadanistas.
Desde visiones más críticas con el capitalismo global también se han articulado alianzas interesantes que vienen a superar distancias históricas entre algunos diversos actores sociales implicados en el sistema agroalimentario. Así, desde principios de siglo podemos ver juntas en diversas movilizaciones a organizaciones agrarias con organizaciones ecologistas; a asociaciones del medio rural, con otras del medio urbano; o a algunas del sector productor, con las de las personas consumidoras de sus productos. La interconexión de las problemáticas socioecológicas del campo y de la ciudad se comenzaba a percibir, así como los absurdos y disfunciones que genera esta dualidad en las formas de pensar el territorio y la economía.
Quizá también se comienza a percibir la importancia de las actividades económicas del sector primario para el conjunto de la sociedad, como proveedoras de bienes absolutamente imprescindibles (como la alimentación), así como de servicios de gran importancia, como el de sumidero –o emisor– de gases de efecto invernadero, la reproducción de culturas y paisajes tradicionales, la generación de biodiversidad cultivada, etcétera. Para un creciente número de personas y organizaciones sociales, el campo de batalla agroalimentario supone una vía directa para imaginar nuevos mundos posibles más sostenibles social y ecológicamente.
Hoy la agricultura ecológica está fuertemente asentada en el territorio español, y cubre más del 5% de la superficie cultivada, tiene importantes tasas de crecimiento anual y supone una alternativa importante para muchas explotaciones agrarias. Lo que representaba de alternativa sociopolítica y de movimiento social ha sido eclipsado por su “convencionalización”, al ser tratada como un nuevo producto “de nicho” o de élite que circula a través de los mismos canales comerciales que el resto de alimentos, desvinculado del territorio y de sus condiciones de producción. Sin embargo, diversas organizaciones y movimientos sociales han hecho de la agroecología un eje de acción importante en sus agendas, al percibir su potencial en la construcción de nuevos modelos sociales. Y cada vez más personas productoras de alimentos transforman sus formas de manejo agrario en base a las propuestas agroecológicas o de otras propuestas relacionadas, como la agricultura biodinámica o la permacultura.
A través de conceptos como los de agroecología y soberanía alimentaria resulta fácil imaginar un presente más cercano a las ideas del ecologismo social, el decrecimiento, la transición a una sociedad posfosilista o la descentralización económica y política que nos pueda acercar a una democracia radical. Este nuevo escenario está permitiendo la eclosión de interesantes iniciativas de experimentación de alternativas adaptadas a las problemáticas territoriales y agrarias de las sociedades posindustriales, desde paradigmas no capitalistas y estrechamente conectadas con los tejidos sociales locales y de base . Un elemento destacable de este tipo de movimientos es su apuesta por una nueva cultura política, que pretende superar las dualidades entre Estado y mercado –lo público y lo privado– y entre sociedad y naturaleza, hacia nuevas formas de gestión de los recursos naturales y sociales construidas alrededor de lo comunal o colectivo.
En este sentido, en los últimos años numerosas organizaciones sociales se han volcado en la promoción de la agroecología . Se multiplican los encuentros, seminarios, publicaciones y jornadas que tratan de promover, fortalecer y articular los centenares de iniciativas que desde la producción, el consumo, la formación o la comunicación tratan de desarrollar las propuestas agroecológicas. A su vez, un creciente número de administraciones locales están implementando planes de desarrollo local inspirados en las ideas de la agroecología, desde muy diversas interpretaciones . A partir de la creación de la Alianza por la Soberanía Alimentaria de los Pueblos, en 2008, diversas redes territoriales por la soberanía alimentaria (mayormente, de ámbito autonómico) vienen impulsando procesos de fortalecimiento y articulación de las redes territoriales de producción y consumo de alimentos ecológicos, así como la lucha contra los cultivos transgénicos. Y especialmente tras el estallido del denominado “movimiento 15M”, en 2011, numerosas asambleas de barrio han incorporado las propuestas agroecológicas para implementar formas de economía, de socialidad y de habitar los territorios urbanos desde lógicas alternativas, como grupos de consumo y los huertos urbanos comunitarios .
La soberanía alimentaria como propuesta global de transformación social y ecológica
Toledo (2000) diferencia dos focos de resistencias actuales a la modernización, especialmente en el medio rural. Uno, ubicado en ciertas “islas o espacios de premodernidad o preindustrialidad […] en aquellos enclaves donde la civilización occidental no pudo o no ha podido aún imponer y extender sus valores, prácticas, empresas y acciones de modernidad”, que correspondería con las culturas campesinas e indígenas que han podido mantener el “control cultural” sobre la evolución de sus formas de manejo de los recursos naturales. Y otro ámbito, que califica como posmoderno, constituido por la “gama polícroma de movimientos sociales y contraculturales”, que critican la globalización capitalista y tratan de construir alternativas a la misma en las líneas que estamos presentando, desde sociedades modernas, industriales o, especialmente, posindustriales.
Dentro de las resistencias premodernas encontramos toda una gama de pueblos que han resistido a la modernización. Las prácticas de resistencia emprendidas para conservar el control cultural sobre sus formas de hacer han debido ser complementadas con prácticas de lucha por conservar, a su vez, el control o la autonomía sobre sus medios históricos de subsistencia. Tal es el caso en las últimas dos décadas, por ejemplo, de las luchas de las mujeres Chipko contra la deforestación comercial en la India, el alzamiento zapatista en México, las movilizaciones mapuches contra las presas en la cuenca del Bio-Bio (Chile), las luchas por el reconocimiento del derecho de propiedad colectiva de las comunidades afrodescendientes en el Caribe colombiano o las luchas por el agua en Cochabamba (Bolivia).
Estas prácticas encajarían en el denominado “ecologismo de los pobres”55, como prácticas de lucha por la justicia ambiental, y emergen desde la dependencia directa de la reproducción de los recursos naturales locales para la reproducción de las comunidades. Muchos de estos focos de resistencia adoptan, a su vez, prácticas de lucha que podríamos calificar de posmodernas, debido a la combinación de estrategias de construcción, visibilización y ampliación a la sociedad en general del conflicto público a través de las nuevas tecnologías de la comunicación, las alianzas con nuevos actores sociales globales o la recreación de identidades indígenas o campesinas que hasta el momento no habían sido explicitadas como actor político en el escenario global.
Las resistencias a la modernidad expresadas por este tipo de actores toman cuerpo en la articulación global de Vía Campesina, organización que agrupa desde 1993 a 150 organizaciones nacionales y locales de campesinos e indígenas en 70 países y 4 continentes. La propuesta de alternativas a la globalización capitalista lanzada por Vía Campesina, especialmente en el sector agroalimentario, se centra en torno al concepto de soberanía alimentaria, entendida como el derecho de los pueblos a decidir sobre su sistema agroalimentario, dándole prioridad a las necesidades alimentarias de la población sobre el mercado, y reconociendo el derecho de las comunidades campesinas al acceso a los medios de producción . La soberanía alimentaria pone en el centro de su propuesta el valor de uso y el derecho histórico al uso comunal de los medios de producción, por encima de la propiedad privada. Y plantea nuevas perspectivas en sus demandas globales de Reforma Agraria, más allá de visiones industrialistas de la producción.
El concepto de soberanía alimentaria también ha permeado de forma importante en las sociedades posindustriales, y supone en la actualidad una parte importante de las resistencias urbanas a la civilización urbano-industrial. Más en concreto, en el Estado español diversos autores hablan de un movimiento agroecológico y de un movimiento por la soberanía alimentaria , que toma un cuerpo formal en la Plataforma Rural y las Alianzas por la Soberanía Alimentaria de los Pueblos, pero también en los centenares de iniciativas locales que emergen día a día. Estas encontraron un momento importante de coordinación a nivel europeo en 2011 en el encuentro Nyéléni Europa, impulsado, entre otras organizaciones, por la Coordinadora Europea Vía Campesina.
Estos movimientos centran su actividad en la construcción de alianzas ciudadanas entre el sector agrario y el resto de la sociedad, con el protagonismo de las organizaciones agrarias más cercanas a la soberanía alimentaria. A través de estas alianzas se están desarrollando canales cortos de comercialización, redes de apoyo a la nueva instalación de jóvenes en el medio rural y en la actividad agraria, campañas para la recuperación y defensa de la libre circulación de semillas y razas ganaderas tradicionales, luchas contra los organismos modificados genéticamente (OMG) o propuestas por una legislación diferencial para la pequeña transformación agroalimentaria ligada a las fincas de producciones primarias. El apoyo de las sociedades urbanas a los movimientos sociales campesinos se está revelando como altamente poderoso, tal y como se muestra en los avances a nivel mundial de Vía Campesina por articular coordinaciones estables entre campesinado y organizaciones de ámbito mundial que representan a grupos sociales no agrarios . Máxime en las sociedades posindustriales, en las que el campesinado y sus estructuras organizativas se encuentran debilitados.
Las propuestas de la soberanía alimentaria suponen un espacio de encuentro para la toma de responsabilidad del conjunto de la sociedad sobre su modelo agroalimentario. Esto se muestra especialmente urgente en estos momentos en que la escasez creciente de recursos naturales –petróleo, agua, tierra, minerales, bosques, etcétera– multiplica la crisis financiera y nos hace entrever un futuro en lucha despiadada por el acceso a los mismos. Las reflexiones al respecto están llevando a reconstruir los tejidos agrarios locales también en el Norte global, como forma de, por un lado, sensibilizar a la población sobre los impactos negativos de la agricultura globalizada y, por el otro, de generar alternativas reales que reduzcan la presión de los mercados globales sobre el campesinado del Sur. Desde esta idea, campesinos/as del Norte y del Sur no tienen por qué estar en competencia por marcar los precios a la baja, sino que pueden cooperar y enfrentarse juntos a la globalización agroalimentaria.
Es un concepto con gran potencia comunicativa y que permite generar importantes consensos respecto a la necesidad de mantener una agricultura y un medio rural vivos y a la vez productivos y sostenibles. En el cuadro 1 trato de apuntar algunas de las ideas principales en este proceso de adaptación de las propuestas de la soberanía alimentaria a nuestros territorios.
Cuadro 1. Notas para una agenda para la soberanía alimentaria en territorios del Norte global
• Por una alianza entre sociedad y sector agrario. La producción agraria es un bien social colectivo, y toda la sociedad debe hacerse responsable de ella. Sabemos que el mercado y los Estados nos están llevando a una crisis agroalimentaria a nivel global, con importantes implicaciones sociales, territoriales y ecológicas. En este sentido, distintas organizaciones de agricultores/as, ONG para la cooperación Norte-Sur, ecologistas, de consumidores/as, del campo y de la ciudad, etcétera, estamos convergiendo para construir la soberanía alimentaria en lo local, aquí también, impulsada conjuntamente por todos los actores en juego.
• Producción agroecológica y campesina, más allá de la agricultura ecológica certificada. La agricultura ecológica aporta innumerables beneficios ecológicos en sus formas de producción, al eliminar el uso de sustancias químicas de síntesis. Pero en muchos casos conserva la misma lógica industrial y capitalista de producción que la agricultura convencional. La producción ecológica es un mínimo que debemos exigir y promover en nuestra alimentación cotidiana, pero debemos ir mucho más allá de la certificación, hacia modelos agrarios locales y verdaderamente agroecológicos.
• Por los canales cortos de distribución. Los precios finales de los alimentos suponen una media de cuatro veces los precios percibidos en origen por los/as productores/as60. Los/ as consumidores/as debemos buscar formas lo más directas posibles de relación con la producción (en asociaciones de consumidores, mercados locales, etcétera) para que los precios bajen para el consumo y permitan una vida digna para los y las productoras. Los supermercados, por mucha certificación que tengan, ya sea social, local, de calidad o de agricultura ecológica, no son alternativa.
• El valor de la alimentación como una construcción al servicio de la comunidad. Los precios de los alimentos se mantienen bajos a costa de la explotación de los trabajadores de los países empobrecidos, la degradación de los ecosistemas productores y el petróleo barato y seguro a costa de guerras. Los precios baratos han destruido también nuestro tejido productivo local, así que debemos pensar que una alimentación justa, sana y sostenible ha de ser pagada no por subvenciones de la UE que arrasan con el mercado mundial, sino con un precio remunerador que cubra los verdaderos costes de producción. Esta posibilidad se facilita si eliminamos intermediarios, pero también si eliminamos otros consumos superfluos y a menudo más nocivos. Porque somos lo que comemos…
• Por el acceso a la tierra, la vivienda rural y otros medios de producción. Hoy en día la propiedad de la tierra está más concentrada que antes de la Revolución española de 1936. Y en aquel tiempo la desigualdad nos llevó a una Guerra Civil. Cada día es más difícil que las personas jóvenes se instalen en la actividad agraria y en el medio rural, pues los precios inmobiliarios se fijan en base a la especulación. Necesitamos más personas agricultoras para un mundo rural vivo, y para fortalecer la soberanía alimentaria en nuestros territorios. Y para eso es necesario facilitar el acceso a los medios de producción. Y necesitamos conservar las tierras y bienes comunales para poder asegurarnos acceso a tierra y agua en el futuro inmediato y en el de las generaciones venideras.
• Por la conservación del conocimiento tradicional. La generación de campesinos y campesinas que hoy tiene más de 70 años se está muriendo, y son los únicos que saben producir comida de forma sostenible, como se hacía en el Estado español antes de la Revolución Verde. La desaparición de su conocimiento práctico es un problema irreversible que, como sociedad, no podemos asumir. Hay que volver a producir para que no se pierda el trabajo y el conocimiento acumulados durante siglos por las sociedades campesinas adaptando semillas, bosques y vegas, construyendo acequias, norias, molinos y caminos, y desarrollando las instituciones que han permitido históricamente el uso sostenible de los recursos naturales de forma comunal.
• O mejor aún: cultiva tú también. Es difícil pensar que, hoy en día, vaya a haber un movi-

60 Es posible seguir la evolución mensual de la diferencia de los precios agrarios en orígen y destino para los alimentos frescos en el Estado español en http://www.coag.org/index.ph p?s=html&n=de17fe1e436f03b43409ecceeaa6fa75.

miento migratorio masivo de las ciudades al campo. Tampoco sería positivo. Sin embargo, en las ciudades también es posible la producción agraria, siquiera como forma de ocio saludable, o como forma de socialización, o como práctica de autonomía personal. En un solar abandonado, en mi balcón o visitando las huertas de alguna productora cercana y ayudando allí. Retomar el contacto con la tierra es bueno y divertido, y nos acerca a comprender el valor de la comida y las consecuencias de que estemos aglutinados en las grandes concentraciones urbanas.
• Por la biodiversidad cultivada y contra los transgénicos. Las variedades vegetales y las razas animales creadas por las sociedades campesinas han permitido obtener alimentos en una gran variedad de ecosistemas y en base a la gran diversidad de culturas que hay en el mundo, y son un seguro de vida colectivo frente el cambio climático. Las multinacionales semilleras intentan controlar los bancos de semillas públicos y cambian las leyes para controlar una biodiversidad creada por el campesinado. Y sus semillas transgénicas nos traen el peligro de contaminar todo este patrimonio genético. Debemos impulsar la libre circulación e intercambio de material genético por medios tradicionales y eliminar los transgénicos, ¡¡porque la coexistencia es imposible!!
• La integración de agricultura, pastoreo y silvicultura, en el centro de la sostenibilidad. En la actualidad se consume demasiada carne, y sabemos que producir un kilo de carne consume diez veces más recursos que producir las mismas calorías de origen vegetal. Además, el modelo industrial de ganadería es altamente contaminante, se basa en los piensos transgénicos y está generando graves problemas sanitarios y ecológicos. Sin embargo, el pastoreo extensivo es necesario para mantener la diversidad paisajística y de ecosistemas y para proteger los bosques del fuego u otros peligros ecológicos. Debemos rediseñar los ecosistemas agrarios hacia la sostenibilidad, integrando todas las producciones del campo de forma equilibrada.
• Por una transformación agroalimentaria artesanal. Los escándalos alimentarios se originan, de hecho, en la gran industria agroalimentaria, pero en el Estado español lo que se penaliza es la pequeña industria artesanal, con una normativa que no diferencia Campofrío o El Pozo de una quesería tradicional de Picos de Europa. En la práctica, esto supone eliminar toda la diversidad de producciones artesanales y tradicionales locales, con sus propios métodos de conservación mejorados durante siglos, en bien de una industria que produce alimentos de baja calidad y que a menudo resultan tóxicos. Es necesario que la normativa reconozca esta diferencia, potenciando la pequeña industria artesanal que mantiene la diversidad de usos del campo y el empleo a través de actividades sostenibles en el medio rural.
• La alimentación no es una mercancía. Hay que sacar la agricultura de las negociaciones de la OMC y de los tratados multilaterales de comercio global, para proteger las pequeñas producciones locales en todo el planeta. La Política Agrícola Común de la UE, que emplea el 40% del presupuesto europeo, no puede seguir subvencionando un modelo agrario contaminante que produce alimentos de muy baja calidad, a la vez que hace desaparecer una explotación por minuto y arruina las economías locales de otros países. La investigación pública no puede apoyar un cultivo peligroso y minoritario como los transgénicos, ni producciones potencialmente tóxicas o contaminantes como en

la agricultura y ganadería convencionales. Por ello, la lucha para cambiar la PAC debe ser un espacio central para modificar el marco legal y presupuestario del sector agrario europeo hacia las propuestas de la soberanía alimentaria.
• Del desarrollo rural alternativo a las alternativas al desarrollo. Por los Bienes Comunes. En cualquier caso, el actual modelo urbano-industrial no es sostenible, con su producción y su consumo de masas. La ciudad, dependiente ecológicamente de los mercados globales, no es sostenible. Y mucho menos en tiempos de crisis y de escasez de petróleo. Debemos facilitar y organizar la vuelta al campo y la reconstrucción local de las economías hacia el equilibrio territorial, con mayores grados de autodependencia y descentralización política y productiva en todo el planeta. Para ello, además, es necesario proteger las muchas figuras históricas de propiedad comunal que hoy subsisten en nuestro territorio, y que suponen la esperanza para reconstruir formas sostenibles e igualitarias de vida en nuestro medio rural.

3 Propuestas de recampesinización para el medio rural de las sociedades posindustriales
Según algunos autores, la crisis del sector agrario en Europa está llevando a una transición hacia prácticas agrarias alternativas, alrededor de la multifuncionalidad de la actividad agraria, la reintensificación en el uso de mano de obra, los recursos endógenos y el conocimiento local, y la relocalización de las economías. Prácticas que, si bien siguen siendo minoritarias, son de gran importancia para recuperar el control social sobre la asignación de valor en la cadena agroalimentaria y en el medio rural. Algunas de las personas que emprenden agriculturas alternativas están asumiendo una fuerte iniciativa en la dinamización social en el medio rural y para la construcción de alianzas con el medio urbano con el que se relacionan, de cara a generar alternativas a lo que Jan Douwe Van der Ploeg ha denominado “Imperio” agroalimentario . Las formas económicas que están desplegando podrían mostrar rasgos de lo que se ha denominado “economía campesina”, pero alcanzan una proyección social que no encaja con las tradicionales imágenes conservadoras y pasivas del campesinado emitidas desde la ciencia social convencional .
¿De qué hablamos cuando hablamos de “campesino”?
Eduardo Sevilla Guzmán y Manuel González de Molina plantearon en un texto ya clásico una definición de la “economía campesina”, en la que el sentido de la actividad económica campesina encuentra su objetivo principal en la reproducción social de la unidad familiar campesina y, por extensión, de la comunidad local campesina, así como en la reproducción de los ecosistemas de los que tanto la unidad familiar como la comunidad dependen (figura 3.1). En los históricos debates acerca de la economía campesina, “lo que confundía a los economistas no era otra cosa que la imposibilidad de separar la esfera productiva de la reproductiva. Vínculo que explica por qué una familia, cuando intuye que la escasez acecha, puede creer oportuno dejarse la piel a cambio de una cosecha insignificante. O, por el contrario, cuando entiende que sus necesidades están cubiertas, rechazar ese mismo trabajo” .
Figura 3.1. Representación de los flujos económicos dentro y alrededor de una unidad familiar campesina teórica. Elaboración propia a partir de Sevilla Guzmán y González de Molina (1993)

Esta lógica resulta fácil de entender desde nuestra vida cotidiana: hacemos las cosas que hacemos por complejas combinaciones de motivaciones, costumbres y presiones externas de todo tipo. Pero para la lógica económica liberal esta visión no es lógica. Esta lógica, que hoy es descarnadamente hegemónica en nuestra sociedad, pretende que todo lo que hacemos en nuestras vidas se rige exclusivamente por la búsqueda de un beneficio monetario. Y el comportamiento de aquellas personas o grupos que no se rigen por el beneficio individual e inmediato solo se puede explicar mediante el atraso cultural y la necedad.
A la hora de hablar de economía campesina, hablamos de un tipo ideal de organización económica. Nos referimos precisamente a algunos rasgos que se repiten en ciertas formas de organización económica y que han permitido la subsistencia de infinidad de comunidades campesinas a lo largo de siglos e incluso milenios. Y cuando hablamos de economía campesina como modelo ideal, nos referimos tan solo a aquellas formas de organización socioecológica que, precisamente, han resultado exitosas en esta tarea. En palabras de John Berger, el hecho diferencial del campesinado consiste precisamente en que es una “clase de supervivientes” porque los que se seguían llamando campesinos a sí mismos “eran aquellos que continuaban trabajando, a diferencia de los muchos que morían jóvenes, emigraban o terminaban en la pobreza más total” .
En líneas generales, esta supervivencia se ha logrado en base a la gestión sostenible de los ecosistemas de los que dependen directamente para su reproducción social, a través de la actividad agropecuaria, las artesanías y el desarrollo de tecnologías apropiadas a los distintos contextos socioculturales y ecológicos. De hecho, las sociedades campesinas han adoptado formas –sociales, culturales y ecológicas– extremadamente diversas a lo largo de la historia y en los múltiples territorios del planeta, para adaptarse a cada contexto específico que han habitado . Y han coevolucionado de forma ininterrumpida junto con los ecosistemas que las han sostenido y con los diferentes imperios que las han subyugado. Este tipo de organización económica aún resulta cotidiana, siquiera parcialmente, en poco menos de la mitad de la población mundial.
Para John Berger, “a diferencia de cualquier otra clase trabajadora y explotada (y de las propias clases dominantes), el campesinado siempre se ha sustentado a sí mismo, y esto lo convirtió, hasta cierto punto, en una clase aparte. […] Al obrero, al trabajar por dinero en una economía monetaria, se le puede engañar fácilmente con respecto al valor de lo que produce. Mientras que la relación económica del campesino con el resto de la sociedad siempre ha sido transparente”. Y es que la economía campesina siempre ha sido una economía dentro de otro sistema económico más amplio –hegemónico–, cuyas demandas de pago (ya fuesen diezmos, intereses compuestos, arriendos o trabajo obligatorio) debían ser siempre satisfechas antes de cubrir las propias necesidades de la familia campesina. “Para el campesino, las obligaciones que le imponía la sociedad tomaban la forma de un obstáculo preliminar”, y por ello la generación obligatoria de rentas para la clase dominante de turno no se podía denominar plusvalía68.
Para Walden Bello, la producción campesina se caracteriza por provenir de “pequeñas explotaciones familiares, (con producciones orientadas) principalmente para la subsistencia, pero de forma secundaria para obtener una ganancia económica a través de la venta de los excedentes”. Para este autor filipino también se pueden encontrar campesinos, por ejemplo, en los actuales Estados Unidos. A pesar de que en este país el 62% de los productores de menor tamaño suponen solo el 13% de las producciones totales, subsisten gracias a la ineficiencia ecológica de la agricultura de gran escala, la flexibilidad de la mano de obra familiar, y “finalmente una lógica distinta que no busca tanto la maximización del beneficio, sino la pervivencia a largo plazo como empresa familiar”. Lo que les permite adaptarse a los vaivenes del mercado con gran plasticidad. Para este activista contra la globalización agroalimentaria, “la vía campesina se convierte en una alternativa cada vez más importante, no solo para los campesinos, sino para todos los que se ven amenazados por las consecuencias catastróficas del modo de organización de la producción, de la comunidad y de la propia vida por parte del capital global”69.
Jan Douwe van der Ploeg asegura que en las últimas décadas asistimos en Europa y en otros territorios del Norte global a un proceso en el que cada vez se hacen más comunes las hibridaciones entre las formas de vida posindustriales y las campesinas. El enfoque de la “recampesinización” define el “modo campesino de producción agraria” en base a ciertos valores en la forma de entender la actividad agraria, en la línea de la “economía moral” que él asigna al campesinado. Plantea estrategias de reordenación del agroecosistema en base a la maximización en el manejo de biodiversidad y los recursos locales, de cara a una mayor eficiencia en el manejo. Para este autor, los rasgos campesinos en el presente toman forma en la diversificación y transformación artesanal de los productos obtenidos en la finca, la comercialización en circuitos cortos, la reducción de costes y la mejora de la eficiencia ecológica en la finca y en las nuevas formas de cooperación local entre explotaciones agrarias, así como con las redes organizadas de consumo consciente y responsable en los entornos rural y urbano (figura 3.2).
Figura 3.2. Esquema de los procesos de recampesinización.
Adaptado de Ploeg (2010)70

69 W. Bello (2012), “Food Wars. Crisis alimentarias y políticas de ajuste estructural”, Barcelona, Virus. 70 J. D. van der Ploeg (2010), Nuevos campesinos, Barcelona, Icaria.
Lo “campesino” como referencia de una economía alternativa al capitalismo
Un elemento central para pensar propuestas políticas alternativas a la modernidad capitalista desde la agroecología y la soberanía alimentaria es el análisis del modelo campesino de producción. Según los teóricos de la economía campesina, la supuesta pasividad económica y política del campesinado consistiría en una estrategia no capitalista, en la que la intensidad en el empleo de los medios de producción no busca la reproducción del capital. Por contra, se centra en la satisfacción de las necesidades de la unidad familiar y la comunidad y, por lo tanto, en su reproducción. Para ello pondría el acento en el uso intensivo de mano de obra propia (ampliando la familia a la comunidad campesina por medio de formas de reciprocidad) y los recursos y tecnologías (conocimientos) locales, ligados en gran medida a su uso comunal. Esta lógica parece ser común a las muy diversas culturas campesinas a lo largo de todo el planeta, y se ha mantenido a lo largo de la historia y bajo las diversas hegemonías económicas y políticas que han subordinado al campesinado. Por lo tanto, ha demostrado ser profundamente estable y flexible (Chayanov, 1968) .
Las ciencias sociales han considerado tradicionalmente al campesinado como “pueblo sin historia” , cuyas formas sociales son apenas la desorganización que queda en los momentos históricos y espacios vacíos de las sucesivas hegemonías que han dominado cada parte del mundo. Como apunta Badal (2014), “el periodo más desconocido de la historia de Occidente es, probablemente, el que dista entre la caída de Roma y la consolidación del sistema feudal. No por casualidad parece que fue la época dorada de los campesinos” . El campesinado apenas ha dejado textos escritos sobre sí mismo. Como pueblo subalterno, se le ha sido negada la palabra y la capacidad de acción política, al no reconocerse sus formas históricas de acción social y política . Su existencia y sus demandas de espacio para reproducir sus formas de vida han sido combatidos a sangre y fuego desde la Edad Media, cuando fueron aniquilados por doquier. Y la guerra sin cuartel contra el campesinado continúa en la actualidad, con grandes dosis de violencia simbólica y física .
Theodor Shanin los denominó “una clase incómoda”, probablemente, por las dificultades para encuadrarlos dentro de una definición teórica, pero también por el profundo cuestionamiento que plantean para las narrativas hegemónicas de la civilización occidental. De hecho, numerosos pensadores, en diversos periodos históricos y desde muy diversos enfoques teóricos, han alertado sobre la necesidad de “desruralizar” y “descampesinizar” a las comunidades campesinas. Marc Badal sigue ese rastro desde Balzac a Unamuno, desde los primeros economistas liberales hasta Everett Rogers y el resto de pensadores que dieron a luz a la extensión agraria de la modernización. También muchos pensadores se han apresurado a declarar la muerte del campesinado, desde Marx y Engels hasta Adorno, Hobsbawm y otros pensadores convencidos de que la liberación de los oprimidos emergerá del desarrollo del conocimiento técnico y de los medios de producción. “Avances” que han venido ligados a la concentración de almas en las grandes metrópolis posmodernas .
El reconocimiento de la mera existencia del campesinado como forma socioeconómica con identidad propia pone en entredicho, por un lado, las pretensiones marxistas de unilinealidad histórica en el desarrollo de las fuerzas productivas. Y, por el otro, las hipótesis del “Fin de la Historia” como las de Fukuyama (1993), que proclamaron ya a finales del siglo XX el triunfo histórico y definitivo del capitalismo. Afirmar que el modo de producción campesino existe desde hace milenios con una lógica diferente a la capitalista significa reconocer la existencia del modelo socioeconómico de más de la mitad de la humanidad. Y no como un anacronismo presto a desaparecer, sino como una realidad presente y viva, en constante evolución e interacción con otros modelos. A su vez, significa afirmar que existen formas económicas viables –y mayoritarias– que no son capitalismo.
Como señala John Berger (1979), “nadie en su sano juicio puede defender la conservación y el mantenimiento del modo de vida tradicional del campesinado. El hacerlo equivaldría a decir que los campesinos deben seguir siendo explotados y que deben seguir llevando unas vidas en las cuales el peso del trabajo físico es a menudo devastador y siempre opresivo […]. (Pero) despachar la experiencia campesina como algo que pertenece al pasado y es irrelevante para la vida moderna; imaginar que los miles de años de cultura campesina no dejan una herencia para el futuro; seguir manteniendo que es algo marginal a la civilización; […] es negar el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas. No se puede tachar una parte de la historia como el que traza una raya sobre una cuenta saldada” .
Las teorías sobre la economía campesina se fueron desarrollando a lo largo del siglo XX en todo el planeta, con autores clave, como Theodor Shanin o Ángel Palerm, que rescataron las contradicciones en el propio marxismo acerca de la cuestión agraria. En el Estado español este enfoque eclosiona en los años noventa, con la publicación de diversos textos que conformaron una corriente autodenominada Neo-populismo Ecológico . Estos autores conectaban las propuestas chayanovianas con la “apreciación de la ecología como ciencia de los logros históricos de las formas campesinas de manejo de los recursos naturales y desarrollo de la biodiversidad, y el respeto a unos valores morales que pueden parecer premodernos, al considerar las relaciones entre humanos y naturaleza en términos de armonía, y no de subordinación o de mercantilización”.
La tradición sociológica europea de los estudios campesinos se trenza con diversas propuestas sociopolíticas de transformación social, tales como el narodnismo ruso y el anarquismo agrario . También hoy la agroecología encuentra su razón de ser en la construcción de alternativas al manejo industrial de los recursos naturales dentro y contra el capitalismo global. Por ello las propuestas científicas y técnicas de la agroecología se trenzan con otras propuestas sociopolíticas actuales, provenientes de las ciencias híbridas relacionadas con la ecología; y de los movimientos sociales y políticos anticapitalistas.
Uno de los puntos de encuentro entre las diversas corrientes citadas es la demostración de la existencia de formas económicas mayoritarias a lo largo de la historia, y aún en la actualidad, organizadas en torno al valor de uso asignado por una comunidad determinada a un bien o servicio concreto. Estas formas económicas no capitalistas se diferencian de las sociedades capitalistas, cuya economía se construye alrededor del valor de cambio que se crea a través de la transformación de los bienes de consumo en mercancías. A partir de esta diferencia, el denominado modo campesino de manejo de los recursos naturales muestra un elevado potencial para el desarrollo de alternativas económicas al capitalismo. Las nuevas formas de las economías alternativas que hoy se desarrollan se construyen en base a una economía moral, a la construcción de intercambios equitativos, la economía del don y las relaciones de reciprocidad. Al igual que las tradicionales formas campesinas, ponen la reproducción de las comunidades humanas y de los ecosistemas en el centro de la economía, y no la reproducción ni la acumulación de capital.
En esta línea podemos situar enfoques académicos actuales en los que la investigación asume un compromiso con la transformación social, tales como aquellos ligados al indigenismo a través de la etnoecología, que pone el énfasis en las matrices socioculturales que presentan una racionalidad ecológica; en el reconocimiento de las formas comunales de economía y en la sostenibilidad en el manejo de los recursos naturales en base a la maximización en el uso de la biodiversidad . También, los ligados al feminismo por medio de la economía feminista, que pone el acento en la reproducción de la vida y en la invisibilización de los trabajos de cuidados y otras tareas no monetarizadas, muchas de ellas englobadas en la denominada “economía reproductiva” . O a la deconstrucción de la hegemonía cultural occidental-capitalista en torno a los Estudios Subalternos y los Estudios Poscoloniales, que tratan de recuperar el papel en la historia de los pueblos y clases sociales subalternas, especialmente campesinas .
Las formas históricas campesinas pueden aportar enseñanzas interesantes para desarrollar alternativas al capitalismo y revertir los impactos sociales y ecológicos que este ha generado en los últimos siglos. Atendiendo a este potencial, cabe preguntarse por la persistencia de “lo campesino” en nuestros territorios o en nuestra capacidad por reconstruir las formas campesinas. Eso sí, desde la distancia. Como afirma Marc Badal, “provenimos de un mundo que no hemos conocido, y serán otros quienes nos cuenten cómo era. Los campesinos no pueden hacerlo. Han desaparecido y nunca escribieron su historia. […] [El mundo campesino es] un lugar al que no querríamos volver, pero que quizá nos ayudaría a resituar el rumbo de nuestra deriva”.
¿Economía campesina en sociedades urbanas y capitalistas?
La tradición de los Estudios Subalternos considera al campesinado como actor subalterno en la colonización capitalista de los territorios periféricos. Entre estos territorios podemos incluir el medio rural europeo previo a la modernización agraria. Para estos autores, la transición al capitalismo, en la colonización, es un proceso que jamás se consumó de forma definitiva, sino que generó múltiples movimientos de hibridación entre la cultura moderna –colonizadora– y las distintas formas de campesinado existentes en el mundo. A pesar de la persistencia de importantes rasgos campesinos en estas formas híbridas actuales, esta transformación es, para estos autores, irreversible. Y, por lo tanto, no cabe una vuelta atrás en la búsqueda de “tradiciones ancestrales que anteponer a la modernidad occidental, […] sino de trabajar en la construcción de un marco más complejo de la propia modernidad, de abrirse al reconocimiento de una pluralidad de modernidades determinadas por distintas formas adoptadas en distintos contextos históricos y geográficos” . La construcción de lo que, desde la agroecología, se denomina modernidad alternativa.
Las resistencias urbanas a la modernización agraria en el Norte global aportan una base sociopolítica que complementa otros procesos de transición social en el sector agrario en Europa. La crisis del sector está llevando a una transición hacia prácticas agrarias alternativas que siguen lógicas análogas a las campesinas, en cuanto a multifuncionalidad de la actividad agraria, reintensificación en el uso de mano de obra, recursos endógenos y conocimiento local, y relocalización de las economías. Prácticas que pretenden, en definitiva, recuperar el control social sobre la asignación de valor en la cadena agroalimentaria y en el medio rural. Y reequilibrar la orientación de la economía rural desde los valores de cambio hacia los valores de uso. Estas prácticas surgen como alternativas a la globalización agroalimentaria, y en ellas el papel del “neocampesinado” implicado requiere de un fuerte papel de dinamización social en el medio rural y en el medio urbano con el que se relacionan, que alcanza una dimensión de lucha social .
Desde luego, en nuestros territorios ya no encontramos aquellos rasgos de “clase obrera virgen”, compuesta por las grandes masas de emigrantes rurales que traían bien fresca la cultura comunitaria campesina –la que hasta los años cincuenta del siglo XX era mayoritaria en el Estado español –. Gracias a esta cultura de lo común y de las asambleas de los concejos de los pueblos, en los años setenta fue posible construir grandes movilizaciones de base, con funcionamiento mayoritariamente horizontal, junto con los movimientos más ideologizados de estudiantes urbanos. Sin embargo, ya queda poco de esto, y cuando hoy hablamos de reconstruir “espacios sociales capaces de reasignar colectivamente el valor de las cosas” en nuestro medio urbano, ya no podemos echar mano de una continuidad con la comunidad campesina –con nuestro pasado campesino– que se ha roto. Nos guste o no, las personas que hoy conformamos los movimientos de base vinculados con la agroecología o la soberanía alimentaria estamos socializadas en la competitividad, el individualismo y el narcisismo de la civilización urbano–industrial. Incluso aquellas personas que provienen de un entorno agrario, y que también han convivido y heredado la cultura campesina. Y cuando queremos hablar de construir comunidad, nos la tendremos que reinventar. Porque el pasado campesino, la mayoría de nosotros, no lo hemos conocido.
Cuando en la producción agraria, en los grupos de consumo, en los huertos urbanos comunitarios o en los proyectos rurales hablamos de “comunidad”, nos la estamos inventando a partir de nuestros prejuicios y de nuestras actuales formas de vida: urbanas, globalizadas, posmodernas, financiarizadas y dependientes del mercado. Y por ello mismo no nos está resultando fácil relacionarnos en base al bien común. Aunque quizá no tenemos otra opción, y la relocalización que buscamos para nuestra economía y nuestras democracias radicales se construye, necesariamente, en torno a una comunidad local “posmoderna”. Desde una perspectiva agroecológica, esto se está realizando a través de los lazos establecidos entre producción y consumo (campo y ciudad), a través de redes alimentarias alternativas para los alimentos ecológicos. Y con ello, a través de procesos de resignificación del territorio, de la calidad de los alimentos, de la cultura local y de lo tradicional.
También en torno a una nueva ruralidad en constante evolución, muy influenciada por la ciudad y también por numerosos neorrurales que pueden aportar valores y culturas políticas de la movilización. Estos nuevos actores rurales aportan nuevas visiones en cuanto a la reasignación de valor a los recursos rurales, y a los propios proyectos de vida de las comunidades rurales, al facilitar el establecimiento de alianzas con el medio urbano, especialmente en cuanto al desarrollo de las redes alimentarias alternativas. Si bien el encuentro entre “antiguos” y “nuevos” pobladores no está exento, ni mucho menos, de conflictos .
Estamos hablando, por lo tanto, de un enfrentamiento entre modelos productivos y entre filosofías políticas y económicas, que se extiende también al terreno de lo simbólico. Para González y Camarero, “probablemente el desarrollo rural no sea sino un instrumento que privilegie la imposición de sentido por parte de los actores dominantes” . Por ello los nuevos movimientos campesinistas han emprendido una labor de resignificación de lo rural y de recuperación o reinvención de la identidad rural y de sus imágenes de lo auténtico y lo tradicional, de acorde con su propio proyecto emancipatorio. En este sentido, Gallar habla de la emergencia de una Nueva Ruralidad Campesinista como identidad contrahegemónica frente a la desideologización construida por los discursos hegemónicos del desarrollo rural. Esta nueva ruralidad propone “una dinámica emergente basada en el enfoque agroecológico o los procesos de recampesinización […], desde posiciones agraristas y orientada hacia el cambio de modelo de desarrollo, no solo para la agricultura y lo rural, sino como propuesta contrahegemónica total” .
Quizá resulte estéril el debate acerca de si existe o no campesinado en la Aldea Global, o si es posible reconstruir las formas campesinas en las sociedades posindustriales. Pero en cualquier caso “en lugar de las hipótesis y las prácticas de su desaparición se necesita una teoría de su continuidad y una práctica derivada de la permanencia histórica del campesinado [ya que] subsiste también mediante ventajas económicas frente a las grandes empresas agrarias” . Y como hemos tratado de exponer, las formas teóricas de la economía campesina presentan un potencial importante para generar propuestas de sostenibilidad social y ecológica alternativas al capitalismo.
Afirmamos que incluso en la vieja Europa aún existen en el medio rural rasgos de campesinidad “como sociedades parciales con culturas parciales”90, que nos pueden resultar de gran valor de cara a construir el proyecto agroecológico de modernidad alternativa. Sin embargo, no debemos engañarnos en cuanto a los aliados con los que contaremos en el medio rural, ya que hoy las formas de vida urbanas y mercantiles son incontestablemente hegemónicas, también en nuestro medio rural y en el sector agrario. Se hará necesario buscar y potenciar los rescoldos de los rasgos campesinos que hoy queden ocultos, pero en medio de fuertes contradicciones y conflictos entre las poblaciones rurales y las propuestas campesinistas que prácticamente nadie, en el medio rural, ha demandado. Ya que, de hecho, la mera mención a “lo campesino” posiblemente resuene en las poblaciones rurales como atraso, hambre, miseria, opresión social y explotación económica.
Pretendemos, en todo caso, la relocalización y reconstrucción de estructuras colectivas para subordinar la economía de nuevo a la comunidad. La comunidad se erige así en el espacio de reasignación de valor en los flujos sociales de bienes, servicios y cuidados; y le devuelve al valor económico de los bienes y servicios su carácter de producción social. Este proceso de reversión de la ley del valor capitalista supera el ámbito de lo agroalimentario, y ha sido desarrollado en las últimas décadas desde diversas propuestas de transformación social que reúnen las perspectivas social y ecológica . Murray Bookchin (1999), desde la ecología social, desarrolla en La ecología de la libertad la necesidad de la descentralización política y ecológico–productiva para recuperar una democracia radical, lo cual considera inseparable de una relación armónica entre sociedades y naturaleza. En su propuesta del municipalismo libertario, Biehl y Bookchin (1998) hablan explícitamente de la reconstrucción de espacios sociales de ámbito local capaces de poner la economía al servicio de la reproducción de la comunidad, superando la oposición entre producción y consumo, en la búsqueda de la sustentabilidad y de la emancipación socio-económica .
John Holloway (2003), en su propuesta para “cambiar el mundo sin tomar el poder”, propone la reversión de los procesos sociales de asignación de valor mercantil –valor de cambio– hacia el valor de uso, como paso imprescindible para la superación del capitalismo. Para Holloway, la construcción de un movimiento sociopolítico que pueda generar una alternativa mundial al capitalismo globalizado debe partir de espacios sociales en los que las formas de relación no estén mediadas por el propio capitalismo. En este sentido propone una nueva sociabilidad más allá de la propiedad privada, el Estado, el trabajo y el consumo, basada en lo colectivo y el poder-hacer vivo, para “avanzar hacia modos en los que el capital no pueda siquiera existir” .
Diversos movimientos sociales en América Latina sitúan las propuestas de autonomía política y económica en el centro de su proceso emancipatorio, ya sea en las ciudades o desde las comunidades indígenas y campesinas en el medio rural. La búsqueda de autonomía es una estrategia para recrear el vínculo social y la acción social colectiva en lo local. Pretende resituar la economía al servicio de la reproducción de las comunidades locales, a través de la descentralización productiva y política. Raúl Zibechi (2011) pone el acento sobre la idea de territorio, que entiende como “el espacio donde se despliegan relaciones sociales diferentes a las capitalistas hegemónicas, aquellos lugares donde los colectivos pueden practicar modos de vida diferenciados”. Para el autor uruguayo, “el conjunto de relaciones sociales territorializadas existentes en zonas rurales (indígenas, pero también de los campesinos sin tierra) comienzan a hacerse visibles en algunas ciudades”. Y forman parte de un movimiento social y político con un proyecto emancipatorio distinto del capitalismo, y también distinto de las propuestas centralistas y verticales de la vieja izquierda . Desde estas visiones, la producción cobra un papel central en los proyectos emancipatorios. Y dentro de la esfera productiva, el sector primario adquiere preferencia por su carácter de necesidad básica, por la dificultad para entrar plenamente en la lógica de mercado a escala global, por sus implicaciones biológicas y por ser la actividad económica que más territorio requiere.
Cuando pensamos en una estrategia económica para las redes alimentarias alternativas, se trata de desarrollar actividades que tienen sentido dentro de estas redes. Esto significa que nuestra actividad debe cubrir nuestras necesidades de subsistencia, pero su función va más allá del valor que los productos puedan encontrar en el mercado agroalimentario. En la actividad que desarrollamos en nuestras fincas, podemos encontrar innumerables actividades que por sus valores en el mercado no resultarían rentables (figura 3.1). Pero dentro de nuestra lógica económica tienen sentido, ya sea porque no gastamos o no pedimos prestado un dinero que no sabemos si en el futuro tendremos, o porque se destinan a productos que nos apetece tener aunque no sean rentables o a alimentar las redes de reciprocidad y economía del don, a reproducir o proteger la capacidad productiva de los ecosistemas en los que se asienta la actividad agraria, o a modernos rituales de reproducción social, tales como fiestas, asambleas y reuniones sociales.
Estamos hablando de poner en el centro de nuestra estrategia económica el valor que tienen las cosas en función de la forma de vida que hemos decidido llevar
–valor de uso–, y no solo en función de su precio de mercado –valor de cambio–. Visto desde los enfoques del ecofeminismo o de la economía feminista, estamos poniendo la reproducción de la vida en el centro de nuestra estrategia económica. Hablamos de una forma de vida que conecta con la lógica de una civilización milenaria: la civilización campesina. Y esta civilización ha sobrevivido gracias a su capacidad de adaptación a distintos contextos socioculturales y geográficos y, por lo tanto, gracias a su heterogeneidad.
Queramos o no, vivimos en y formamos parte de una sociedad urbano-industrial, capitalista y globalizada. Y la lógica de reducir al máximo los flujos mercantiles en el interior de nuestras iniciativas alternativas choca constantemente con la presión que el mercado y la sociedad nos imponen para mercantilizar nuestra actividad agraria. La actividad campesina es más que un negocio: es una forma de vida. Creemos que pensar en nuestras iniciativas agroecológicas desde una lógica campesina puede ayudarnos a diseñar estrategias económicas que quizá no sean campesinas, pero que pueden resultar apropiadas a nuestro proyecto vital y político, aquí y ahora. Nuestra tarea será encontrar formas de manejo de los recursos naturales y de acción social colectiva que abran espacio para poder sobrevivir desde este proyecto vital particular y a la vez colectivo. Nuestra propuesta para una agricultura social, ecológica, económica y culturalmente sostenible supone reagrarizar el medio rural –y la sociedad– y recampesinizar la cadena agroalimentaria.

2
LAS REDES ALIMENTARIAS
ALTERNATIVAS COMO
EXPERIMENTOS SOCIALES PARA
UNA ECONOMÍA NO CAPITALISTA
4 Los circuitos cortos de comercialización en el Estado español. Una visión general
La producción de alimentos ecológicos en España no para crecer, a pesar de la crisis. Sin embargo, este crecimiento se ha dado en base al mercado de exportación, que absorbe la gran mayoría de los productos ecológicos. Aunque el consumo interior de alimentos ecológicos crece a un ritmo muy importante, no llega a alcanzar los 7 euros per cápita. A pesar de ser el primer país productor de la UE por superficie, la media de consumo se sitúa muy por debajo de otros países, como Suiza (177 euros/hab), Dinamarca (164 euros/hab) o Austria (121 euros/hab) . La tendencia de fuerte crecimiento en el consumo (por encima del 8% anual en la mayoría de países de la UE) hace pensar, sin embargo, que también en España se ampliará en gran medida el consumo interior en los próximos años; al menos hasta igualar el 5,3% de la superficie agraria útil que se destina a producción ecológica. Y eso es lo que estamos intentando.
En el mercado de alimentos convencionales alrededor de dos terceras partes de la comercialización se realiza a través de las grandes superficies. Para el caso de los alimentos ecológicos, el reparto se invierte, y un tercio de las ventas está en manos de tiendas especializadas y otro tercio, en manos de los denominados canales alternativos de comercialización (cooperativas de consumo, mercadillos, internet, etcétera) . Si atendemos a la definición de Circuito Corto de Comercialización, que se limita a un máximo de un intermediario entre producción y consumo, muy buena parte de las ventas recogidas en estos dos grupos de detallistas entrarían en la definición, con lo que este tipo de canales sería el mayoritario para los alimentos ecológicos en España. Especialmente, en cuanto a producto fresco.
Nuestro mercado interior se encuentra aún en un estado muy incipiente de su desarrollo, y por ello cabría pensar en una tendencia futura en la que las cuotas de mercado se igualarán con el mercado de alimentos convencionales. Sin embargo, podemos observar que, excepto en los países escandinavos y el Reino Unido, en el resto de países de la UE, con estructuras de comercialización mucho más maduras, los circuitos cortos mantienen una cuota de mercado superior al 25%, que se eleva en los países del área mediterránea. Si atendemos a los Estados Unidos de América, que concentra el 44% del consumo alimentario ecológico mundial, observamos que, sumando venta directa (10%) y canal especialista (ecotiendas y otros), se mantiene más de la mitad de las ventas ecológicas en establecimientos “alternativos”. Y según los datos de 2011, la venta directa crecía a un ritmo (17%) similar al consumo ecológico total (18%), a pesar de que en los canales convencionales la concentración de la distribución en grandes cadenas cada vez es mayor, también en el mercado de alimentos ecológicos.
La circulación interior de alimentos ecológicos es distinta a la de los convencionales
Cabe preguntarse por qué los circuitos cortos mantienen cuotas de mercado mucho más altas para los alimentos ecológicos. El consumidor de alimentos ecológicos no es una persona con un poder adquisitivo sensiblemente superior al medio, aunque sí con un nivel cultural medio-alto que le lleva a apreciar algo más que el precio de los productos. Aun así, el mercado interior de alimentos ecológicos en España es aún pequeño, y no alcanza el 1% del consumo alimentario total.
Los puntos de distribución mueven volúmenes muy reducidos y son difíciles de encontrar para un consumidor medio, a pesar de su presencia creciente en los lineales de la gran distribución. Los escasos volúmenes de ventas hacen difícil que las tiendas ecológicas puedan mantener una variedad suficiente en la oferta; y los precios de venta se elevan debido principalmente al coste de un transporte desorganizado que debe abastecer a una red muy atomizada de distribuidores o puntos de venta final . El consumidor desconoce las cualidades del producto ecológico y en qué se diferencia de otros; y existe una gran confusión a la hora de identificarlos o diferenciarlos de otras ofertas que dicen ser “naturales”.
El consumo de alimentos ecológicos ha crecido en España de la mano del consumo asociativo (grupos y cooperativas de consumo, principalmente), que lleva cerca de treinta años concienciando y creando redes de distribución para los productores y consumidores pioneros. Se mantienen cuotas de mercado altas para los canales alternativos de distribución precisamente debido a la capacidad de autoorganización del sector. Tanto productores como consumidores implicados en los CCC muestran una fuerte vocación de crear alianzas entre ambos actores, para desarrollar redes alimentarias que les devuelvan el poder en la cadena de valor; lo que se ha denominado soberanía alimentaria. Prácticamente en todas las comunidades autónomas encontramos un movimiento social de productores y consumidores que se articula en base a encuentros anuales, o en base a redes territoriales vinculadas al concepto de la soberanía alimentaria, y que se marcan como objetivo expandir estas redes e incluir en ellas cada vez a más población.
¿Qué queremos decir con “circuitos cortos de comercialización”?
La definición de circuitos cortos de comercialización debe ir más allá del número de intermediarios. Al hablar de este concepto nos referimos también a cercanía entre producción y consumo, más allá de la cercanía física, para construir alianzas entre ambos eslabones de la cadena. Alianzas que pretenden favorecer un modelo agroalimentario de alimentos de calidad y sostenibles, que dinamiza nuestras economías rurales y pretende asegurar ingresos dignos para los productores en nuestro medio rural. Los CCC van más allá de las certificaciones de tercera parte y los estándares oficiales de calidad. Se basan en la comunicación directa entre producción y consumo, el conocimiento mutuo y la transparencia, para que juntos, producción y consumo, podamos definir qué es la calidad, la sostenibilidad y la justicia social.
La confianza en el sistema agroalimentario, tan maltrecha tras los escándalos alimentarios globales de las últimas décadas, se vuelve a traer a lo local como una vía para reconstruir modelos agroalimentarios sostenibles y equitativos. La cercanía entre producción y consumo permite que se reasigne el valor de los alimentos en nuestra sociedad, incorporando problemáticas sociales y ecológicas, así como el valor de los servicios que generan los ecosistemas ligados a la actividad agraria. Pero, en definitiva, los circuitos cortos de comercialización se construyen sobre un reequilibrio del poder dentro de la cadena alimentaria. Pretenden restituir la capacidad de los sectores de la producción y el consumo para decidir el valor de unas producciones u otras o de determinados manejos, más allá del precio asignado por el mercado. Y, en último término, también de decidir qué se produce y cómo se produce, de forma que criterios sociales o de fortalecimiento de las economías locales hacen que los circuitos cortos sean estrategias centrales para la defensa de la soberanía alimentaria.
Bajo esta definición incluimos un gran número de alternativas de circulación de los alimentos, algunas tan antiguas como la propia agricultura y otras más innovadoras. Hablamos de venta directa a pie de finca, grupos de consumo, mercadillos de productores, tiendas creadas por grupos de productores, pequeñas tiendas de cercanía que compran directamente a quien produce, consumo social ecológico (comedores escolares, hospitales, residencias geriátricas, etcétera), restauración comprometida con las producciones ecológicas y locales, y otros.
Cada vez más productores ecológicos optan por intentar que los alimentos de calidad que producen sean consumidos en su entorno territorial más cercano, ya que nuestra gente tiene derecho a consumir lo mejor de nuestra tierra. Ello requiere de un esfuerzo importante para construir nuevas redes de distribución adaptadas al tipo de gente que hoy demanda estos alimentos, que es distinta al consumidor medio en el mercado convencional. Pero la limitada demanda actual no debe limitarnos en los objetivos de largo plazo que nos marcamos para las redes alternativas y locales de alimentación. Nuestra meta debe ser que toda la población tenga acceso cotidiano a alimentación local de calidad (agroecológica, por supuesto) a precios justos para la producción y el consumo. Y para ello las estructuras y espacios colectivos que vamos creando deben hacer posible incorporar cada vez a más gente.
Cuadro 2. Algunas ideas para considerar una alimentación sana, justa y sostenible
Los alimentos locales
Los alimentos locales Consumir alimentos cultivados en las cercanías de nuestro lugar de
Consumir alimentos cultivados en las cercanías de nuestro lugar de residencia permite residencia permite mantener un medio rural vivo en los alrededores de los mantener un medio rural vivo en los alrededores de los núcleos de población, los más núcleos de población, los más amenazados por la especulación urbanística. amenazados por la especulación urbanística. Además, al reducir distancias de transporte, Además, al reducir distancias de transporte, eliminamos gasto de petróleo y eliminamos gasto de petróleo y obtenemos alimentos más frescos. obtenemos alimentos más frescos.
Los alimentos de temporada Los alimentos de temporada
Los alimentos de temporada son aquellos que se consumen frescos
Los alimentos de temporada son aquellos que se consumen frescos en los lugares en los lugares donde se han producido, esto es, en el contexto local. Las donde se han producido, esto es, en el contexto local. Las temporadas de cosecha temporadas de cosecha de cada cultivo cambian según los climas de cada de cada cultivo cambian según los climas de cada zona, y un alimento puede ser de zona, y un alimento puede ser de temporada o no en función de lo que
temporada o no en función de lo que consideremos “mercado local”. Por ejemplo: los
tomates y pimientos se dan en verano, y en invierno hay coles, puerros y alimentos consideremos “mercado local”. Por ejemplo: los tomates y pimientos se dan que se conservan bien desde el verano, como la patata, la cebolla o la calabaza. Pero en verano, y en invierno hay coles, puerros y alimentos que se conservan las naranjas, que solo se dan en ciertas zonas del Estado español, ¿son alimentos de bien desde el verano, como la patata, la cebolla o la calabaza. Pero las natemporada en Madrid?ranjas, que solo se dan en ciertas zonas del Estado español, ¿son alimentos de temporada en Madrid?
Consumir alimentos de temporada nos asegura que los alimentos son frescos Consumir alimentos de temporada nos asegura que los alimentos son y están cosechados maduros. Por lo tanto, son más saludables y sabrosos. Ade-frescos y están cosechados maduros. Por lo tanto, son más saludables y más, así nos aseguramos de que no están cultivados en el otro hemisferio, o en sabrosos. Además, así nos aseguramos de que no están cultivados en el invernaderos muy forzados y poco sostenibles. Y esto no quiere decir que nues-otro hemisferio, o en invernaderos muy forzados y poco sostenibles. Y tra alimentación sea poco variada, porque en cada época del año hay diversos esto no quiere decir que nuestra alimentación sea poco variada, porque en cada época del año hay diversos alimentos, ¡y además nuestro cuerpo está alimentos, ¡y además nuestro cuerpo está adaptado desde hace miles de años a adaptado desde hace miles de años a esta estacionalidad! esta estacionalidad!
Los petroalimentos
Los petroalimentos Se llaman así porque consumen mucho petróleo, al viajar grandes distan-
Se llaman así porque consumen mucho petróleo, al viajar grandes distancias desde el lugar cias desde el lugar de producción hasta el lugar de consumo, así como en el de producción hasta el lugar de consumo, así como en el propio proceso de producción. propio proceso de producción. Se estima que la agricultura intensiva gasta Se estima que la agricultura intensiva gasta entre 6 y 7 veces más energía por unidad de entre 6 y 7 veces más energía por unidad de alimento obtenido que la alimento obtenido que la opción agroecológica. opción agroecológica.
Los CCC suponen un importante beneficio ambiental, ya que reducen
Los CCC suponen un importante beneficio ambiental, ya que reducen embalajes, cade-embalajes, cadenas de frío y distancias de transporte para los alimentos, lo que nas de frío y distancias de transporte para los alimentos, lo que redunda necesariamente redunda necesariamente en la frescura y calidad de los alimentos. Este modelo
en la frescura y calidad de los alimentos. Este modelo de comercialización se adapta
mejor a producciones más diversificadas y, por lo tanto, más sostenibles en cuanto al de comercialización se adapta mejor a producciones más diversificadas y, por diseño agroecológico de las fincas. Han mostrado una alta capacidad para poner en lo tanto, más sostenibles en cuanto al diseño agroecológico de las fincas. Han valor las variedades agrícolas y razas ganaderas tradicionales, más adaptadas a las mostrado una alta capacidad para poner en valor las variedades agrícolas y condiciones locales de producción y valoradas por el consumidor responsable. Reali-razas ganaderas tradicionales, más adaptadas a las condiciones locales de prozan una importante labor de promoción y visibilización de los alimentos ecológicos. Y ducción y valoradas por el consumidor responsable. Realizan una importante permiten concienciar al consumo acerca de las dificultades de la producción agraria y labor de promoción y visibilización de los alimentos ecológicos. Y permiten del valor de las producciones locales y ecológicas, por medio del contacto directo con concienciar al consumo acerca de las dificultades de la producción agraria y del el productor y, en muchos casos, mediante la visita a las fincas. Suponen, además, una valor de las producciones locales y ecológicas, por medio del contacto directo apuesta por revitalizar las economías rurales y de mantener el empleo agrario -con con el productor y, en muchos casos, mediante la visita a las fincas. Suponen, dignidad- en nuestros pueblos y en las áreas periurbanas de nuestras ciudades. Son además, una apuesta por revitalizar las economías rurales y de mantener el una creciente fuente de revitalización para pequeñas instalaciones agroindustriales y de empleo agrario -con dignidad- en nuestros pueblos y en las áreas periurbanas hostelería, y cada vez encuentran mayores sinergias con otras actividades económicas de nuestras ciudades. Son una creciente fuente de revitalización para pequeñas en el medio rural. instalaciones agroindustriales y de hostelería, y cada vez encuentran mayores sinergias con otras actividades económicas en el medio rural.
Diversas formas de circuitos cortos de comercialización
Hay muy diversas formas en que producción y consumo organizan la distribución local de alimentos reduciendo al mínimo los intermediarios. Cada modelo ofrece ventajas y desventajas y, debido a la fuerte demanda de alimentos ecológicos existente entre los/as consumidores/as y la dificultad que manifiestan para acceder a ellos, nos parece interesante considerar todas estas diversas formas. Como ya hemos comentado, nuestra meta es hacer llegar los alimentos ecológicos y locales a la mayor cantidad de consumidores/as, de forma que sea posible una alimentación íntegramente conformada por alimentos ecológicos y locales, en condiciones justas y equitativas para producción y consumo. En este sentido, distintas formas, formatos y canales comerciales nos permitirán adaptar las redes de distribución a distintos formatos de consumo, pero también a distintos tipos de producciones y perfiles de productores. A continuación vamos a ver algunas de estas modalidades.
Figura 4.1. Desarrollo de los CCC en algunos territorios del Estado español
(elaboración propia)
Galicia
30-50 Gr. Consumo
2.500 consumidores/as 60-100 Gr. consumo
5.000-10.000 consumidores/as
30-50 mercados de productor (semanal)
5-15 Comedores escolares
Euskadi

Catalunya:
120-200 Gr. Consumo
6.000-10.000 consumidores/as
15-20 Mercados de productor (mensual)

C.A. Madrid 20-35 Comedores escolares
100-150 Gr. Consumo
4.000-6.000 consumidores/as
8 Mercados de productor (mensual)
5 Comedores escolares
Pais Valencià
Extremadura13 Gr. Consumo Castilla-La Mancha15-25 Gr. Consumo 50-703.000-5.000 Gr. Consumo consumidores/as
500-700 Consumidores/as 600-1.000 Consumidores/as
Murcia
Andalucía 10-15 Gr. Consumo
50-100 Gr. Consumo 700-1.000 consumidores/as
4.000-6.000 Consumidores/as
Islas Canarias 15 Mercados de productor (mensual/semanal)
10-25 Gr. Consumo 20-40 Comedores escolares
500-1.000 Consumidores/as
50-70 Mercados de productor (semanal)
8 Comedores escolares
Cooperativas y asociaciones de consumo
Los Grupos de Consumo (GGCC) de alimentos ecológicos son grupos de gente que se une para hacer pedidos colectivos de alimentos directamente a quien los produce. Reuniendo pedidos más grandes, se abaratan los costes de transporte de los alimentos y se hace más fácil que a los productores/as les resulte viable económicamente enviar un pedido. Este sistema es el principal canal corto para los productores y agrupaciones de productores volcados en el mercado interior de alimentos ecológicos , y en el Estado español está teniendo una expansión muy rápida desde principios de siglo.
Los GGCC suelen empezar su funcionamiento al ponerse en contacto con productores/as que los abastezcan directamente. Normalmente se inician con el abastecimiento de producto vegetal fresco (frutas y hortalizas), que presenta un consumo muy cotidiano; y más tarde amplían la relación con productores/as de otros alimentos. Por la complejidad en la gestión de los pedidos a diversos proveedores, los GGCC suelen tener un tamaño limitado, entre las 10 y las 30 familias o viviendas. Normalmente se apoyan en determinadas herramientas informáticas para la gestión online de los pedidos (hojas de cálculo accesibles a todos los socios del grupo), de cuya gestión se encargan conjuntamente la producción y el consumo. En estas tablas de pedidos suelen estar disponibles y actualizados todos los productos que se pueden distribuir en cada pedido. Los pedidos se suelen realizar de forma periódica, semanal o quincenalmente, en función del grupo. Aunque para productos no perecederos (pastas, conservas, legumbres, aceite, etcétera) la frecuencia de los pedidos suele ser más amplia, para acumular un pedido mayor y abaratar así los costes unitarios de transporte.
Los pedidos se pueden realizar de forma “abierta”, a partir de lo que el productor ofrece cada temporada. Pero a menudo los pedidos se realizan mediante el sistema de “cesta de temporada”, que es un lote definido que elabora el productor con los productos disponibles en cada semana o temporada. Se fija un coste total de la cesta, y un contenido general en cuanto a peso medio y variedad de los productos que incluirá la cesta en cada reparto. Estas cestas de temporada suelen incluir un “fondo de cesta” con productos básicos que son más fácilmente almacenables (patata, cebolla, calabaza o ajo); y se completan con otros alimentos más perecederos, que cambian con las estaciones. También encontramos productores que ofrecen lotes de composición fija de cosméticos y jabones, panadería y repostería, lácteos, carnes u otras familias de productos. Así, un grupo puede estar abastecido por uno o varios productores de distintos productos, para poder completar la variedad del consumo cotidiano. Los pagos se pueden realizar con frecuencia semanal, mensual o a veces por temporada, incluyendo todos los envíos de la temporada. Mediante este sistema, es más fácil planificar la producción y ajustarla a la demanda; y la gestión de pedidos y pagos se simplifica al máximo para el consumo. Todo ello puede redundar en una reducción de costes de gestión y, por lo tanto, del coste total.
A veces, los grupos de consumo completan su actividad con visitas a las fincas de producción, o con apoyo a las labores de tesorería, de producción (apoyando en las cosechas, por ejemplo) o de dinamización de la participación en el propio grupo. A veces estas iniciativas se trenzan con experiencias de economía solidaria que permiten financiar las iniciativas productivas con préstamos de los propios consumidores. Y crecientemente se están dando iniciativas para que las personas de bajos recursos monetarios puedan acceder a este tipo de iniciativas, ya sea intercambiando trabajo por alimentos o mediante otros mecanismos redistributivos.
Muchas asociaciones de consumidores/as buscan soluciones a algunas de las limitaciones de los pequeños grupos de consumo profesionalizando la gestión y ampliando su tamaño . Suelen agrupar a productores/as y consumidores/as, y así los/as agricultores/as locales encuentran una forma de sacar mayores cantidades de producto que en grupos de consumo más pequeños. Normalmente, tienen una tienda con horario comercial o reducido, a la que los/as socios/as pueden acudir a adquirir los productos a un precio reducido, y en horarios amplios. Cada socio puede comprar lo que quiera, y las cooperativas se esfuerzan por ofrecer la mayor variedad posible de productos, dando prioridad a los productos locales y a los que vienen directamente desde los/as productores/as.
En determinados territorios las asociaciones de consumo se han difundido de gran manera desde hace décadas, a partir de modelos específicos denominados Acuerdos Locales y Solidarios entre Producción y Consumo, que se reproducen en torno a una carta de compromiso general entre ambos actores. Es el caso de los Association pour le Maintièn d’unne Agriculture Paysannne (AMAP, en Francia); Community Supported Agriculture (CSA, en Estados Unidos y Reino Unido); Teikkei (Japón); o Groupes d’Achat Solidaires de l’Agriculture Paysanne (GASAP, en Bélgica) . Todos estos sistemas, que agrupan a millones de familias en todo el mundo, se construyen sobre la idea de “agricultura apoyada por la comunidad”, en la que la alimentación es un bien social. Por lo tanto, estos proyectos proponen crear alianzas entre producción y consumo para mantener la actividad agraria sostenible en nuestros territorios, compartiendo los riesgos de la producción al igual que compartimos sus beneficios.
Un ejemplo decano en nuestro territorio, en esta línea de compartir riesgos entre producción y consumo, es el de Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!), que funciona en Madrid desde el año 2000101. En el BAH! se calculan de año en año los costes de producción (incluyendo inversiones, amortizaciones, etcétera). A partir de esta cifra se establecen de forma asamblearia las cuotas que deben pagar mensualmente las familias socias de cada núcleo, así como la asignación que percibirán quienes se encargan de la huerta. Las personas que realizan el trabajo agrario cobran una asignación mensual fija independiente de la producción obtenida, que, sea la que sea, se reparte cada semana entre esas 120 unidades de consumo. Este modelo se expandió en la pasada década en el Estado español, hasta contar en 2005 con 14 cooperativas integrales de producción y consumo (o “CSA”, como dirían en otros países), que agrupaban a unas 800 familias.
Venta a pie de finca
Probablemente, esta es la forma más sencilla y más tradicional de circuito corto, que no tiene intermediarios ni costes de distribución o envasado. La persona consumidora puede acercarse al lugar de producción para acceder a los alimentos más baratos que en ningún otro sitio; y sobre todo más frescos y, por lo tanto, de mayor calidad. Además tendrán la oportunidad de conocer de primera mano las técnicas de producción y de valorar en su justa medida el trabajo productivo de los y las agricultoras. Este canal permite establecer una comunicación directa entre producción y consumo, tan necesaria para construir la confianza que necesitamos para que la relación sea lo más positiva posible, a pesar de que puede llevar un tiempo importante la atención que se le da al consumidor.
Este canal tiene una mayor importancia en zonas cercanas a las grandes áreas metropolitanas o con una densidad de población alta. También en zonas rurales o de atractivo turístico que en épocas vacacionales multiplican su población con la segunda residencia. Suele tener importancia para productos hortofrutícolas, que en algunos sistemas son cosechados por el propio consumidor. También es importante para la pequeña industria de transformación (quesos, pan, vino, aceite, etcétera), que puede comercializar en las propias instalaciones y disponer así un importante escaparate para sus producciones.
Mercados de calle o de productores
Hace no muchos años, la mayor parte de las fruterías y de los puestos de venta de alimentos en los mercadillos estaban regentados por las propias familias productoras. Sin embargo, hoy en día los mercadillos de barrio o de pueblo se abastecen de los grandes almacenes mayoristas, y distribuyen productos llegados de cualquier parte del mundo. Afortunadamente, cada vez encontramos más mercadillos en los que los productores se han organizado y en los que solo se permite vender a productores/as y, en muchos casos, exclusivamente ecológicos .
Estos mercadillos se realizan una vez al mes, cada quince días o semanalmente, y normalmente buscan espacios públicos de gran visibilidad, ya que esta parece ser la clave para su éxito. En ellos podremos encontrar todo tipo de productos locales, a precios justos para quien produce y para quien compra. Además, nos dan la ocasión de poder conocernos y hablar de todo lo que nos interese sobre las formas de producción y las condiciones de vida de cada parte. Estos mercadillos son muy importantes para apoyar a los y las productores/as locales, porque así pueden vender directamente sus productos sin tener que realizar la distribución. También suponen un importante punto de referencia para los/as consumidores/as, donde estos contactan con productores/as para establecer otras formas de distribución, como los grupos de consumo. A pesar de que muchos mercadillos no suponen importantes ventas para el productor, el “efecto escaparate” que permite hacer nuevos contactos de venta y el encuentro con otros productores/as ecológicos/as suelen compensar con creces el esfuerzo de desplazamiento.
Reparto a domicilio
Cada vez es más frecuente contactar con productores/as o grupos de productores que aceptan pedidos y los distribuyen a domicilio. Normalmente, establecen un consumo mínimo a partir del cual es posible acercar los alimentos al domicilio del/la consumidor/a, y lo más común es que se distribuyan exclusivamente “cestas de temporada”. Los pedidos se pueden realizar por teléfono o, cada vez, más a través de una página web, que puede incluir pasarelas de pago u otros sistemas de facturación y pago online. Otros canales de telecomunicaciones, como aquellas aplicaciones de tipo whatsapp, cada vez son más utilizadas en este sentido.
Este canal no es capaz de generar la misma cercanía entre producción y consumo que otros, y el compromiso del consumidor es más inestable. El precio final del producto puede verse elevado sensiblemente en base a los costes de transporte, y suele requerir un importante esfuerzo financiero en logística y gestión de stock en el arranque del proyecto, hasta afianzar la clientela. Sin embargo, permite acceder a consumidores que no se acercarían a una asociación de consumo o que no tienen acceso a mercadillos. A veces las entregas no se realizan a domicilio, sino en puntos de reparto distribuidos por distintas zonas de una ciudad a los que acuden los consumidores a recoger su compra semanal o quincenal, lo que reduce sensiblemente los costes. En este sistema la iniciativa y el peso de la gestión recaen enteramente en la producción, y por eso algunos grupos de productores diferencian los “grupos de consumo” de aquellos puntos para el reparto colectivo, sin más compromiso, que denominan “grupos de consumidores”.
Existe gran cantidad de empresas que ofrecen en internet el reparto de productos ecológicos a domicilio, sugiriendo la venta directa desde el productor cuando son simples empresas de reventa. Es importante desarrollar estrategias para diferenciar claramente nuestra oferta respecto a revendedores, ya que la venta directa real también ofrece en este canal un plus para el consumidor, por la frescura de los productos, pero también por aspectos sociales y culturales. En este sentido, al utilizar estos circuitos también es posible organizar visitas a fincas o desarrollar una buena estrategia de comunicación, utilizando nuevas tecnologías de la comunicación, que acerquen a quien consume y a quien produce.
Pequeño comercio de alimentación
En muchos casos, la forma más cómoda de acceder a los alimentos ecológicos es mediante pequeños establecimientos que se abastecen directamente desde los productores y productoras de la zona. A veces estos establecimientos se encuentran en el mercado de abastos de tu localidad, otras veces son herbolarios o tiendas de dietética. A su vez, un creciente número de agricultores/as o agrupaciones de agricultores/as ponen su propia tienda para distribuir sus producciones, que normalmente complementan con la reventa de otros productos, para hacer más atractiva y completa su oferta para el consumidor final.
Este modelo de canal corto suele ser un poco más caro para el/la consumidor/a, pues introduce un intermediario con nuevos costes que se deberán incluir en el precio. El distribuidor, en algunos casos, puede presionar para pagar peores precios a los/as productores/as, pues tiene una infraestructura más costosa . Sin embargo, este canal es accesible a una mayor cantidad y diversidad de población, supone un importante escaparate para el alimento ecológico y resulta muy cómodo para el consumidor final, al ofrecer horario comercial. El/la consumidor/a no tiene ningún compromiso de compra, y puede elegir lo que quiere; y el/la productor/a puede comercializar cantidades importantes sin destinar demasiado esfuerzo a la distribución.
Este canal suele tener una mayor importancia para alimento seco, que se produce en cantidades demasiado grandes para ser absorbido en exclusiva por asociaciones de consumo, y en las tiendas puede ser almacenado mientras se vende poco a poco. Sin embargo, cada vez se extiende más la comercialización de producto fresco y lácteos, que son más perecederos y se pierden si las ventas son reducida y la rotación del producto es baja. Con el incremento del consumo de alimentos ecológicos se van estabilizando los precios y la rotación de los productos frescos en la tienda es más rápida, permitiendo una mayor calidad y diversidad.
Consumo social: restauración colectiva y comedores escolares
La introducción de menús con alimentos ecológicos y locales en comedores de instituciones públicas (colegios, geriátricos, hospitales, guarderías, etcétera) permite acceder a los agricultores/as a un mercado que se sostiene con gasto público, y que debería ofrecer un servicio de alimentación de calidad, responsable con la salud y el medio ambiente y con las economías locales. Permite acercar los alimentos ecológicos a sectores muy sensibles de la población (infancia, personas mayores o enfermas, etcétera) con muy bajo coste cuando se abastece directamente desde los/as productores/as. Desde esta idea, en distintas zonas del Estado español se han construido alianzas entre las organizaciones del sector de la agricultura ecológica y la Administración o los/as usuarios/as de los servicios públicos (AMPA, etcétera), que permiten el florecimiento de numerosas iniciativas .
La gran oportunidad de una demanda tan estable y predecible como la restauración colectiva presenta, sin embargo, importantes retos para la distribución. Muchos colegios y empresas de catering apuntan la dificultad de conseguir la diversidad y la estabilidad necesarias en el abastecimiento, sobre todo si se accede directamente a los agricultores, poniendo de relieve la necesidad de una mayor organización de la distribución. Se apunta que es difícil establecer un precio fijo por temporada, y que los alimentos no se adaptan a las formas que requieren las cocinas de gran escala: limpieza, estabilidad y homogeneidad de calibres, tamaño de los envases, etcétera. A su vez, suelen presentar resistencias a adaptarse a los alimentos de temporada y a menús más equilibrados (menos fritura y, sobre todo, menos carne, que supone la parte más cara del menú ecológico). Sin embargo, el precio del producto no suele ser un problema, ni su calidad. Muy al contrario, por ejemplo en Andalucía se cubrían los costes del programa de comedores escolares con el mismo presupuesto que en los comedores convencionales; y en otros proyectos en que se requiere de distribuidoras, el sobreprecio no sobrepasa el 30%. En las encuestas a cocineros, la calidad del alimento es precisamente el aspecto más valorado de este tipo de programas por parte del personal de cocina. Y se constató que el alumnado de diversas edades era más propenso a comer hortaliza y verdura.
En países como Italia o Dinamarca esta idea ha alcanzado a cientos de miles de escolares gracias al apoyo de las administraciones, y ha sido un elemento muy importante de cara a mantener la agricultura ecológica en los alrededores de las ciudades. Estas iniciativas han tenido en los últimos años un desarrollo muy amplio en España y, sobre todo, en Andalucía y Catalunya, ligado a la cada vez mayor demanda de alimentos ecológicos y al apoyo de ciertos Gobiernos regionales. El empeño de las Consejerías de Educación autonómicas de eliminar las cocinas de gestión directa en los centros educativos, para dar entrada a las empresas de catering, sin embargo, está suponiendo el principal problema para este tipo de iniciativas. Por ello, se están dando numerosas iniciativas sociales por las que los gobiernos locales o las asociaciones de la sociedad civil –especialmente las AMPA– están creando sus propios servicios de cocina, en base a las producciones locales y ecológicas.
Hostelería y restauración
Este canal está poco desarrollado, a pesar de que en los últimos años se están creando distintas redes de restaurantes ligados a la producción ecológica y los productos locales: restaurantes vinculados con el movimiento Slow Food, los que trabajan en la línea de Kilómetro 0, la Red de Restaurantes de Alimentos Ecológicos de Andalucía o la incipiente Red de Cocina Comprometida de Catalunya. Estos restaurantes ofrecen un producto de calidad, pero además se basan en comunicar que venden algo más que comida: ofrecen tradición y cultura locales, desarrollo local y el trabajo de personas que quieren mantener el campo vivo. En este sentido, pueden ser importantes aliados en la difusión del alimento ecológico y sus bondades. No solo respecto a la salud y el medio ambiente, sino también respecto a su mayor valor nutritivo y organoléptico y a su potencial culinario.
Numerosos productores han probado estas vías de comercialización, con resultados dispares. Muchos de ellos aseguran que los pedidos de los restaurantes son escasos e inconstantes, y que hay una fuerte presión a la baja sobre los precios. También han sufrido presiones sobre el aspecto y calibre de los alimentos, sin importar la calidad de la materia prima. Los productos que mejor están funcionando en el canal de la hostelería son aquellos de alto valor añadido, ya que el restaurante debe sacar un beneficio suficiente de aquellas materias primas por las que paga su calidad. Por ejemplo, los vinos y aceites para consumo en crudo, las carnes de cortes extra (chuletón, solomillo, etcétera), los vegetales que se consumen frescos y crudos (vegetales de hoja de variedades especiales) o las variedades locales de productos vegetales que ofrecen una diferenciación del producto gastronómico sensible para el consumidor final. Los establecimientos de turismo rural o agroturismo pueden ser una salida interesante para productos elaborados como las conservas vegetales dulces o los derivados lácteos; y en ellos podemos además ofrecer nuestro producto a los huéspedes, que suelen mostrar un perfil sensible a la oferta ecológica y local.
En todos los casos, la elaboración de estrategias de comunicación que acerquen al consumidor a quien produce puede ser un apoyo no solo para el establecimiento hostelero, sino para atraer hacia las producciones ecológicas a consumidores estables.
Nuevas formas organizativas de la producción
Muchos de los productores ecológicos, a menudo pioneros en sus pueblos y comarcas, también han entrado en este tipo de producción motivados por un mayor control sobre el producto de su trabajo: qué se produce y cómo, y cuál es el valor que debe alcanzar en su comercialización. Por ello, también están surgiendo nuevas formas cooperativas o asociaciones adaptadas al mercado interior. En ellas, el trabajo para conseguir comercializar el producto de los socios busca un perfil más social –busca redes de venta directa y diversos circuitos cortos de comercialización–, y el papel de los socios productores suele ser mucho más fuerte que en las tradicionales grandes cooperativas creadas en los años sesenta y setenta. Además, para abastecer muchos puntos de distribución con escaso volumen de demanda, estas nuevas asociaciones de productores tratan de ofrecer una gran variedad de productos, y siempre tratando de llevar producto listo para el consumo. Así el volumen total distribuido a cada punto de consumo se eleva, y se consigue abaratar costes.
En varios territorios encontramos experiencias de concentración de la oferta que tratan de hacer viables explotaciones diversificadas y muy pequeñas, minimizando los gastos fijos derivados de la distribución . En este tipo de asociaciones, que denomino redes o “archipiélagos de productores”, cada socio tiene sus propios clientes y les vende sus productos, pero complementa la oferta con los productos de otros socios sin cargarlos con sobreprecio. Así, su oferta resulta mucho más interesante para el consumidor final, y se multiplican los espacios de comercialización de cada productor individual, sin apenas gastos fijos colectivos. Estas redes suelen agrupar a productores especializados en cultivos diversos, incluyendo siempre los hortícolas y la fruta, pero complementando con panadería, avicultura, carnes, lácteos, conservas u otros. Así, la oferta final resulta altamente atractiva para asociaciones de consumo, que deben lidiar con un solo proveedor para una gran diversidad de productos. Y los miembros de una misma red no entran en competencia entre ellos.
Este modelo requiere de una gran implicación por parte de cada productor, pero permite una gran flexibilidad financiera, así como superar los miedos hacia estructuras grandes que requieren gran inversión y delegación en la toma de decisiones. Como me explicó un pionero de la producción ecológica en Andalucía, estos productores buscan fórmulas organizativas viables “para seguir siendo pequeños”. Muchos de estos productores huyen del endeudamiento vinculado a las economías de escala de las que se benefician las fincas de gran tamaño, que a veces resulta demasiado pesado para las pequeñas fincas en un mercado tan inestable. Por lo tanto, tratan de minimizar las inversiones en maquinaria e instalaciones para el envasado del producto y la logística, y los costes fijos que supone el personal contratado para ello.
Se da el caso, por contra, en el que se juntan en una misma zona productores con una alta producción de una variedad limitada de productos (generalmente, hortaliza y/o fruta) o con producciones que requieren de inversiones colectivas para su elaboración (carnes, conservas vegetales, lácteos, etcétera). En este caso las estructuras que se están creando suelen tener infraestructuras centralizadas para el acopio y procesado de los productos, y contratan personal para la gestión administrativa y comercial. Estas agrupaciones, sin embargo, suelen tener un número de socios muy limitado y un nivel de delegación en el equipo técnico para la toma de decisiones muy bajo. Así tratan de huir de las derivas de delegación sufridas por experiencias pasadas. Dentro de este formato, se dan experiencias muy diversas. Más adelante profundizaremos en la reflexión sobre estas formas organizativas con un capítulo específico.
La atomización y dispersión de la demanda de alimentos ecológicos ha hecho que muy pocas cooperativas y distribuidoras de alimentos convencionales hayan entrado en este mercado. Pero la concentración de la oferta sigue siendo demandada por el creciente número de comercializadores y cooperativas de consumo, a las que les cuesta mantener el compromiso con demasiados proveedores individuales. Por ello, están surgiendo nuevas estructuras de distribución adaptadas en exclusiva al mercado de alimentos ecológicos. Los acuerdos con los productores son de un mayor compromiso y la búsqueda del cliente, más exhaustiva, hasta el punto de que, por ejemplo, hay distribuidoras que están centradas en abastecer a cooperativas y grupos de consumo. Los valores a transmitir respecto al producto van más allá del precio y el calibre, para hablar de otros tipos de calidad que, por ejemplo, muestra las caras de los agricultores y sus territorios; o hablan de transparencia ofreciendo los contactos de los productores o explicando los márgenes comerciales y gastos derivados de la actividad de distribución. Estas estrategias de comunicación también son cada vez más utilizadas por las grandes superficies, conscientes del rechazo que generan sus prácticas de oligopolio .
Normativa higiénico-sanitaria y para los CCC
A raíz de las grandes crisis alimentarias que provocaron graves problemas sanitarios a escala mundial y el aumento del comercio internacional de alimentos, el derecho alimentario adopta un nuevo enfoque transversal e integral desde el campo hasta la mesa, basado en la responsabilidad de los operadores que deben desarrollar y aplicar sistemas de autocontrol. La legislación alimentaria general establece los principios y requisitos de la normativa higiénico-sanitaria, que engloba a todos los productos alimentarios, y evalúa preventivamente los posibles peligros en base al Análisis de Peligros y Puntos Críticos de Control (APPCC), que deben tener en cuenta los principios incluidos en el Codex Alimentarius (ONU-OMC) y, en el ámbito de la Unión Europea, de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Debemos diferenciar distintos niveles de la Administración que definen la aplicación de la normativa higiénico-sanitaria. El Paquete Higiénico-Sanitario (PHS), a nivel de la UE, define los requisitos para comercializar y distribuir alimentos. El reglamento europeo diferencia la producción industrial de la de pequeña escala, y contempla importantes excepciones en la aplicación del PHS: la producción de alimentos tradicionales, la transformación en la propia finca, la venta directa en la finca o en mercados locales o la venta directa de leche cruda. El problema es que, para que estas excepciones sean efectivas, deben ser desarrolladas por cada Estado miembro, y España no ha dado ningún paso para ello. Esto nos lleva a que una persona que tiene pollos de corral ecológicos deberá darse de alta como productor (en el registro ganadero propio) y, además, como transportista, almacenista, distribuidor y comercializador. Y en cada caso encontraremos una normativa distinta, sujeta a la interpretación por parte de las autoridades y el diálogo, y esto muchas veces es un problema para las pequeñas iniciativas.
La normativa higiénico-sanitaria se compone en el Estado español de un paquete de medidas básicas de higiene, que deben cumplir las empresas alimentarias en todas las fases de la cadena alimentaria:
• El Reglamento 852/2004, aplicable a todos los productos alimentarios, introduce los principios del Análisis de Puntos Críticos (APPCC) para el control de la seguridad alimentaria. El requerimiento de estos costosos mecanismos de control se aplicarán únicamente a los operadores de empresa alimentaria que intervengan en cualquier etapa de la producción, transformación y distribución de alimentos posteriores a la producción primaria. Esto es: los productos vegetales frescos comercializados por el propio productor están exentos de este mecanismo de control. Para los productos de origen animal hay que aplicar además el Reglamento (CE) 853/2004.
• Relación de controles oficiales y registros necesarios para la comercialización del producto animal: el Reglamento (CE) 854/2004 se aplica para los productos de origen animal y el Reglamento (CE) 882/2004, para piensos, alimentos y productos zoosanitarios (o veterinarios).
• Directiva 2002/99 sobre sanidad animal y normas zoosanitarias.
• A las empresas alimentarias se les exige el registro del establecimiento. En España, existe el Registro General Sanitario de Alimentos (RGSA), en el que todas ellas deben estar inscritas.
Quedan exceptuadas de la aplicación del paquete de higiene la producción primaria y operaciones conexas (transporte y almacenamiento que no requiera temperatura controlada) de pequeñas cantidades destinadas a uso doméstico y las suministradas directamente a consumo final o establecimientos locales de venta al por menor. El reglamento no especifica el significado de “establecimientos locales” ni de “venta al por menor”, por lo que la definición en detalle queda a merced de cada administración regional, y generalmente se subordina a la opinión de los inspectores locales higiénico-sanitarios.
Los productos primarios pueden ser comercializados, transportados (en la explotación y, posteriormente, al establecimiento del comprador), almacenados y manipulados siempre que no se altere su naturaleza de manera sustancial sin necesidad de obtener registro sanitario (Anexo I del Rgto. 852/2004). Se flexibilizan así las exigencias para pequeños productores y producciones tradicionales, reemplazando el APPCC por prácticas correctas de higiene recogidas en Guías de Buenas Prácticas, de ámbito regional y sectorial, y rebajándose la carga documental para el productor que desea realizar venta directa o a pequeños establecimientos locales. En la tabla 4.1 se detallan aquellas producciones agrarias que el reglamento considera producciones primarias y que, por lo tanto, pueden ser comercializadas por el propio productor sin registro sanitario .
Tabla 4.1. La producción primaria y las operaciones conexas que quedan exceptuadas de la aplicación de la normativa higiénico-sanitaria (Fadón y López, 2012)
Producciones Producción primaria Operaciones conexas
Origen vegetal Granos, frutas, hortalizas, setas cultivadas Cultivo, lavado, clasificación, secado
Origen animal* Huevos**, leche cruda, miel Cría, transporte, ordeño, almacenamiento,
envasado solo en apicultura
Productos silvestres o extraídos del medio natural Setas, bayas, caracoles
*La carne fresca no se considera producción primaria y, por lo tanto, para su comercialización sí debe tener en todo caso el registro sanitario.
**Se permite comercializar huevos sin embalar y en el mismo lugar de producción. Una vez envasados, no se consideran producción primaria.
Sin embargo, podemos encontrarnos otros obstáculos para la venta directa de nuestras producciones primarias o para la instalación de pequeños obradores para la transformación en finca de nuestros productos. A nivel municipal, nos encontramos con el problema de la licencia ambiental de las actividades, que recoge excepciones, pero muy limitadas. Por ejemplo, en todas las comunidades autónomas se acepta el “corral doméstico”, que tan solo exige comunicación ambiental. Pero en el caso de Castilla y León se considerarían como tales los corrales con 1 UGM (es decir, unas quince ovejas o cabras), lo cual es muy reducido.
Por otro lado, está la dificultad para desarrollar producciones diversificadas y, más aún, proyectos de transformación que combinen diferentes tipos de alimentos. Esta posibilidad, que se permite en otros países como Francia, en España está bloqueada legalmente. Se trata de que, con un mismo registro sanitario, y en pequeñas instalaciones artesanales en las fincas, sea posible elaborar mermeladas o conservas vegetales o determinados platos precocinados. Avanzar en este sentido contribuiría a desarrollar enormemente el sector, especialmente en base a pequeñas instalaciones que transforman producciones primarias locales, orientadas a los circuitos cortos.
Las comunidades autónomas tienen competencias tanto en materia agropecuaria como en materia sanitaria, y aquí es donde se están produciendo algunos avances. Algunas comunidades autónomas han aprobado leyes específicas para regular los alimentos de granja, como en el caso de Galicia y Navarra. Otro camino ha sido la aprobación de las Leyes de Artesanía, que incluyen en muchos casos la artesanía agroalimentaria como concepto, como en Andalucía. El tercer camino ha sido la elaboración de Guías de Buenas Prácticas, que simplifican los requisitos de instalación y sustituyen al reglamento sanitario para ciertas pequeñas industrias artesanas o producciones locales, como es el caso de Catalunya. Y el cuarto camino es autorizar determinadas actividades que el reglamento comunitario permite y que el Estado no ha legislado, como es el caso de la venta de leche cruda en el País Vasco.
Para Fernando Fernández, “Lo ideal sería que la Unión Europea elaborara un reglamento específico para la producción a pequeña escala, que incluya la transformación, comercialización y distribución en circuitos locales directos. O mejor todavía, que el Estado español hiciera efectivas todas las excepciones contempladas en los reglamentos europeos, en un diálogo abierto con el sector”. Pero es en el nivel municipal donde tenemos que jugar la primera batalla para lograr los permisos de instalación. La licencia ambiental y la licencia de apertura son responsabilidad municipal y aunque en su concesión tienen que tomar en cuenta los decretos y normas autonómicas y superiores, el diálogo directo se produce con el personal técnico municipal. Y este eslabón muchas veces se nos olvida. Todas estas cuestiones van siendo flexibilizadas, pero siempre en función de la interpretación de la normativa que realice la persona técnica de turno. Y esta baza debemos jugarla .
Algunas comunidades autónomas también están desarrollando una normativa específica para la comercialización en circuito corto, como es el caso de Catalunya , Aragón o Navarra . En el primer caso la normativa se limita a la creación de distintivos para los productos “de proximidad” y de “venta directa”, que pueden ser solicitados por los productores. En los otros dos casos la normativa se limita a establecer los supuestos en que se puede realizar la venta directa o “de proximidad”, facilitando ciertos trámites y requisitos.
Retos para el desarrollo de los circuitos cortos
En los últimos años se suceden los eventos de reflexión y encuentro vinculados con las ideas aquí expuestas, algunos de los cuales pasaremos a comentar en próximos capítulos. A partir de estos debates podemos citar como principales retos a encarar en los próximos años los vinculados a la promoción de este tipo de iniciativas, especialmente mediante acciones de difusión que lleguen a nuevas capas sociales “menos sensibilizadas”, y también mediante la sensibilización y formación hacia el consumidor final, acerca de la importancia de los mercados locales y la realidad de las pequeñas producciones ecológicas que buscan abastecer el mercado interior.
El gran reto sigue siendo la articulación de la producción y del consumo, cada uno por su parte y también en conjunto. La dispersión y los pequeños volúmenes, tanto en la producción como en el consumo, hacen que los costes de transporte se disparen y que la gestión logística sea muy compleja. Por eso se está tratando de organizar encuentros periódicos territoriales entre producción y consumo, e impulsar las redes territoriales. Es necesario seguir experimentando fórmulas creativas de coordinación, que consigan simplificar el trabajo de gestión para producción y consumo, sin tener que delegar en un estrato intermedio de distribuidoras. La idea en común es intentar simplificar las redes de distribución sin perder control y autonomía sobre la cadena alimentaria por parte de producción y consumo, al contrario de lo que ocurre en el mercado convencional.
Los circuitos cortos hoy en día mueven al menos un tercio de los alimentos ecológicos en el Estado Español, y son una gran oportunidad para las pequeñas producciones y para reducir el precio final de los alimentos ecológicos. A pesar de que aún están en un estado muy incipiente de desarrollo, suponen una gran esperanza para reequilibrar el poder en el sistema agroalimentario y devolverle la función social de abastecer a la población de alimentos sanos y de calidad, estructurar las relaciones entre campo y ciudad y mantener el empleo en el medio rural. Depende de nosotros y nosotras –toda la ciudadanía y la “aldeanía”– la importancia que este tipo e iniciativas tengan en el futuro.  
5 Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!).
Propiedad y gestión colectivas entre producción y consumo en agricultura periurbana
El presente artículo fue publicado en 2004, recogiendo los cuatro primeros años de andadura de la iniciativa Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) . Un año más tarde, ya serían cuatro las iniciativas de BAH! existentes en los alrededores de Madrid, que reunían a unas 300 familias o unidades de consumo, a las que habría que sumar la de Surco a Surco (SaS). En 2005, desde la iniciativa BAH! se organizó un encuentro estatal de cooperativas con modelos de funcionamiento similares, al que acudieron 14 iniciativas de siete comunidades autónomas. En la actualidad, dos de los BAH! han derivado hacia modelos de huerto comunitario de autoconsumo, y el resto continúan su evolución. Además, a partir de la gente que ha pasado por el BAH! han surgido numerosas iniciativas de producción y consumo agroecológicos. Hemos reproducido el artículo original con casi total fidelidad –modificando algunos tiempos verbales para facilitar la lectura–, ya que, en nuestra opinión, a pesar del paso de los años, mantiene toda la fuerza del planteamiento original del proyecto BAH!
En Madrid han surgido en los últimos seis o siete años al menos una docena de organizaciones para el consumo cooperativo de alimentos ecológicos, que, comparadas con el sector mercantil (ya sea en tienda o en reparto a domicilio), suponen una parte importante del volumen total del consumo. Muchas de estas organizaciones convergieron finalmente desde el año 2002 en lo que se ha llamado la Coordinadora de Grupos de Consumo Agroecológico de Madrid.
Con la propuesta de devolver a la agricultura su compromiso no solo con el ambiente, sino también con la dignidad de los trabajadores y de las culturas locales, en 1999 un grupo de discusión sobre Ecología y Sociedad empezamos a promover la constitución de la Cooperativa de Producción y Consumo Agroecológicos Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH). Constituida en el 2000, la primera acción fue ocupar suelo de propiedad pública, para denunciar la escandalosa gestión del suelo agrícola que rodea las ciudades, para poner de manifiesto que los Gobiernos consideran la agricultura como una actividad residual, relegada a las áreas más aisladas y degradadas, y para recuperar una zona con alto valor histórico por su tradición agrícola –la Vega del río Henares–. Así tratábamos de volver a conectar a la población urbana, aunque fuera de forma simbólica, con los ciclos naturales a través de la agricultura ecológica cooperativa.
Por diversos sabotajes de los administradores de la finca, hubo que abandonar las tierras ocupadas (solo conseguimos sacar una cosecha), pues si bien el Gobierno regional nunca se atrevió a desalojar por la fuerza un proyecto con tanto apoyo social –más de treinta organizaciones lo apoyaron–, hizo todo lo posible para dificultar las tareas productivas. Por lo tanto, desplazamos la huerta al cercano valle del río Tajuña (a 40 kilómetros del centro de Madrid), donde permanece en la actualidad. Tras más de cuatro años de andadura, los tres puestos de trabajo iniciales se habían convertido en cinco, y de las 35 iniciales se había llegado a las 130 familias consumidoras, además de ofrecer espacio a otras pequeñas iniciativas de autoempleo que distribuían sus productos en el BAH.
Recuperando la huerta alrededor de Madrid
Desde que salimos de las tierras ocupadas no hemos dejado de trasladarnos. Madrid va creciendo, y en el afán de construir, o simplemente de especular, va desplazando las actividades que no responden a la lógica del beneficio inmediato, como la agricultura. Aunque el campo esté abandonado, casi nadie arrienda tierras, y menos a jóvenes de la ciudad que quieren hacer agricultura ecológica. Nadie se fía, no lo comprenden. Los arrendamientos son pocos y caros, y nos vemos continuamente recuperando tierras perdidas, las más pequeñas y alejadas del pueblo, con situaciones muy inestables y sin contratos, lo cual dificulta un verdadero manejo agroecológico. Comprar tierras es impensable, pues los precios son casi los mismos que para el terreno urbanizable.
Hemos tardado tres años en reunir en la misma vega la parte principal de los cultivos (unas dos hectáreas) y alcanzar cierta estabilidad, pero ahora hay un plan para urbanizar este terreno. No queremos perder todo el trabajo realizado al recuperar la vega, ni queremos que la urbanización la ocupe, perdiendo así el pueblo ese valioso terreno que supone gran parte de la identidad local. Además, la cercanía a Madrid es muy importante para nuestro proyecto, que se basa en la relación directa entre producción y consumo, y que permite que la confianza entre ambos sea a través del conocimiento mutuo de las personas, y no de certificaciones a menudo dudosas.
Las huertas se concentran actualmente en torno a Perales de Tajuña, y ocupan algo más de tres hectáreas. También se manejan de forma ecológica 225 olivos, y se comparten tierras de secano con otro agricultor en Galápagos (Guadalajara) para la producción de ajo, garbanzo y, eventualmente, patata de regadío. Se manejan entre 30 y 35 cultivos diferentes, con múltiples variedades para cada cultivo, lo que asegura una cosecha semanal durante todo el año, ya que solo se distribuye entre los/as socios/as lo que se produce en la propia cooperativa.
Desde el inicio se ha priorizado la creación de empleo cooperativo (no hay trabajo asalariado) y se ha puesto más énfasis en la buena organización de la actividad y en la formación y la cohesión de los y las cooperativistas (agricultores y consumidores) que en la inversión. Lo cual no quiere decir que no introduzcamos mejoras. Si bien los principios han sido muy precarios, poco a poco hemos ido reuniendo recursos: maquinaria, herramienta, mejora en los sistemas de riego… Nunca se ha pedido un préstamo a un banco, y todos los recursos manejados son los que disponen la propia cooperativa y sus socios.
Recuperar el conocimiento agrícola tradicional
Nuestras técnicas agrícolas garantizan la seguridad de estar consumiendo productos naturales y saludables, con el uso de técnicas agroecológicas para recuperar y mejorar la fertilidad del agroecosistema y manejar plagas y enfermedades. Se realiza un intenso trabajo de acompañamiento a los pocos (se cuentan con una mano) hortelanos profesionales que quedan en el pueblo –todos mayores de 60 años–, para tratar de recuperar el conocimiento y los recursos fitogenéticos acumulados a lo largo de los siglos, dándoles una continuidad con las modernas técnicas desarrolladas con la agricultura ecológica. Esto no es fácil, pues todos y todas nosotras venimos de la ciudad, somos jóvenes y no vestimos con traje y corbata: después de tres años en este valle todavía no somos fácilmente aceptados.
También se realiza todo el esfuerzo posible para recuperar infraestructuras agrarias (acequias, vegas, manantiales…), instituciones como las Comunidades de Regantes, y cultivos y semillas locales, que nos sirvan de equipaje en el viaje hacia el futuro: un futuro marcado por la pérdida de la biodiversidad, genética y cultural, en todo el planeta. En este valle, como en la mayor parte de los valles del interior peninsular, la huerta desaparece bajo cultivos intensivos en inversión, que requieren poca mano de obra y se mantienen artificialmente por las subvenciones de la UE, como, por ejemplo, el maíz. Con la huerta desaparece la cultura campesina y la posibilidad de la soberanía alimentaria local.
Cooperativa de agricultores y consumidores
Proponemos un modelo alternativo basado en la autogestión, sustentado en una estructura asamblearia, que hace posible la relación directa producción-consumo, con la participación de todos los socios y socias, tanto del colectivo de trabajadores como de los diferentes grupos de consumo de distintos barrios, localidades y colectivos de Madrid, que han ido constituyendo y ampliando la cooperativa. La mayor parte de estos grupos de consumo surgen de organizaciones sociales, culturales o políticas del ámbito de la izquierda madrileña, desde asociaciones de vecinos a centros sociales ocupados. Contra lo que pueda parecer, presentan una composición muy variada en cuanto a edad, género, estrato social y experiencia asociativa, ya que, con el desarrollo, la gente más militante que impulsó el proyecto ha ido dejando paso a otra gente con menor experiencia, pero con igual o mayor ilusión en el proyecto.
La distribución del producto se realiza mediante el sistema de cestas de temporada, que divide en partes iguales la producción entre los/as socios/as, de forma que todos reciben lo mismo (verduras y hortalizas, de momento) con frecuencia semanal. La fuente principal de ingresos son las cuotas fijas de los y las socias consumidoras, que se aportan mensualmente por cada socio con independencia de la verdura que reciban. La financiación se apoya también en diversas acciones, tales como venta de camisetas, aportaciones solidarias, cursos de agroecología… Así se reparte el esfuerzo en la cooperativa y se consigue seguir al margen de los bancos y sus créditos, y del Estado con sus subvenciones. Por ello, la gestión de la cooperativa se reparte también entre todos y todas, entre consumo y producción; y la propiedad –de los medios de producción y de lo producido– también es colectiva.
Las decisiones se toman en asamblea mensual, a la que acuden delegados/ as de cada uno de los 11 grupos de la cooperativa. Del proceso de cultivo y de distribución tiene perfecto conocimiento y participación el consumidor a través de asambleas e informes periódicos, y de citas mensuales de trabajos colectivos voluntarios en la huerta. Los grupos se organizan autónomamente, y su único compromiso es asegurar una estabilidad mínima de los integrantes (al menos un año) en recoger verdura, pagar las cuotas de socio, tomar decisiones y enviar delegados/as a la asamblea mensual. En la cooperativa se ha trabajado mucho por hacer eficaces y agradables las reuniones, asambleas y demás espacios colectivos; momentos en los que la gente se pueda sentir útil e integrada, y en donde la participación y la democracia directa son fuente de riqueza y fortaleza grupal.
Reforzando el tejido agroecológico de Madrid
Muchos socios/as reciben también pan, yogur y otros alimentos elaborados por otras iniciativas de autoempleo cercanas. Muchos de los grupos de consumo están a la vez en otra estructura –la Red de Grupos Autogestionados de Consumo de Madrid–, con la que organizamos conjuntamente la distribución, que nos provee también de gran de variedad de alimentos. También colaboramos con otras cooperativas de naturaleza parecida, con los que compartimos recursos y actividades, y estamos impulsando una cooperativa de segundo grado con iniciativas cercanas a Madrid para proveernos de forma autogestionaria de cultivos de secano (principalmente, legumbre y cereal).
En el entorno local de las huertas, el valle del río Tajuña, vamos poco a poco tejiendo relaciones, algunas más fáciles que otras, ya que la cultura local es distinta a la que nosotros estamos acostumbrados. Y aunque a veces se nos olvida, la que nosotros traemos también es distinta a la que la gente de la zona acostumbra. Este año, gran parte de los trabajadores han decidido irse a vivir a la zona, y eso sin duda está permitiendo un mayor y más gratificante contacto con la gente. Un poco más fácil está resultando la colaboración con los movimientos sociales del valle, ya que el plan de construir dos centrales térmicas (Fuentidueña de Tajo y Morata de Tajuña) y unas canteras (Ambite) en la zona nos ha permitido unirnos a las movilizaciones y compartir esfuerzos con nuestros vecinos. A todo se le puede ver el lado bueno.
También intentamos relacionarnos con toda la gente que se mueve en el ámbito de la agroecología y que trabaja por un mundo rural vivo y productivo, tanto en Madrid como en el resto del Estado. Así, hemos organizado encuentros de Jóvenes Iniciativas Agroecológicas (Berzosa de Lozoya, Madrid, 2001), y participamos en campañas contra los Organismos Modificados Genéticamente, o en encuentros y debates variados. Por supuesto, participamos en todo tipo de foros y campañas por la difusión de la agroecología y la ecología social, y en contra de la Globalización capitalista, tanto dentro como fuera del Estado español.
Una nueva cooperativa BAH
A menudo en las cooperativas de consumo o de cultivo aparece la necesidad de crecer para mejorar el funcionamiento y ampliar las posibilidades, pero esto puede suponer una pérdida del carácter participativo e incluso la erosión de los principios cooperativos del inicio. En BAH hace año y medio se fijó en 130 el número máximo de familias cooperativistas . A partir de ese número se forman nuevos núcleos que a la vez estén coordinados para compartir recursos, esfuerzos y capacidades. Por ello se derivó gente y se apoyó el desarrollo de otras iniciativas como Surco a Surco, con huerta en La Iglesuela (Toledo), con grupos de consumo (42 familias) en Madrid y un funcionamiento similar al BAH. Y cuando se han dado las circunstancias favorables y ha habido suficiente gente, ganas y energías, desde el BAH se impulsó la formación de otro BAH con dos hectáreas de huertas en Morata de Tajuña, con igual funcionamiento e identidad, que ya ha generado puestos de trabajo y tiene cerca de 80 familias consumidoras asociadas. Se ha apoyado también un grupo para ocuparse de la multiplicación de frutales por esquejes, reproducción por estolones, replantar los hijuelos que asomaban ya entre los surcos…
Los grupos de consumo se encuentran en fase de formación, y de momento ya hay embriones en algunos barrios y pueblos de Madrid. Si te interesan estas iniciativas, contacta con nosotros/as.
¡Salud y Agroecología!
6 Circuitos cortos en el corazón de la bestia:
agricultura apoyada por la comunidad en Nueva York
En 1850 Nueva York tenía medio millón de habitantes. Tan solo 50 años después alcanzaba casi los 3,5 millones, hoy se acerca a los 8,3 millones, y 22 si incluimos el área metropolitana. Es una ciudad que, si la comparamos con otras ciudades del mundo, se ha formado muy rápido. De ello ha resultado un espacio decadente y sucio, caro e incómodo para vivir, que muestra sin pudor grandes desigualdades sociales y económicas.
Probablemente más que cualquier otra ciudad, se ha desarrollado de espaldas al territorio que la sustenta. La ciudad no muestra ninguna referencia al paisaje circundante ni a su medio natural, sino más bien al inmenso poder del dinero y a las distintas épocas del desarrollo del capitalismo. Encarna perfectamente la ilusión de la independencia del ser humano hacia la naturaleza; o más aún, de nuestro dominio sobre ella. Nueva York es el símbolo de la Ciudad Global, que parece estar más cerca de Londres o Yakarta que de las granjas de las comarcas cercanas. Que parece nutrirse tan solo de información y autorreproducirse tan solo con el trabajo de los seres humanos que la pueblan y su tecnología. Pero es un monstruo ecológico que todos los días necesita devorar recursos naturales y expulsar residuos y contaminación en cantidades inmensas, como gran ejemplo de insostenibilidad socioambiental y de dependencia, que perjudica y destruye territorios y pueblos hasta muchos miles de kilómetros de distancia.
Al igual que Estados Unidos, la ciudad ha surgido de la concurrencia de gentes de todas las partes del mundo, y la vida que en ella se desarrolla es mezcla de las mil y una formas de habitar la ciudad de sus diversos habitantes. Sabemos que “el país de las oportunidades” también es el país de las injusticias, y al igual que es líder indiscutible del capitalismo mundial y de todos los desastres que este genera, también en su seno se han desarrollado luchas y resistencias que han marcado la trayectoria de movimientos emancipatorios en todo el mundo. Podemos hablar del llamado Movimiento Antiglobalización, pero también de muchos otros: el antirracismo, el pacifismo, el feminismo, el ambientalismo…
Así, resulta que en Nueva York, la antítesis de la naturaleza y del medio rural, encontramos también proyectos pioneros que tratan de hacer de la ciudad un entorno más habitable. Proyectos que ponen un especial énfasis en que no desaparezcan los pequeños agricultores agrarios del entorno cercano. Y que pretenden reconstruir los espacios sociales de los barrios y restablecer los lazos de la ciudad con el territorio que la circunda. Son como esas florecillas que nacen en las grietas del asfalto y que acaban levantándolo y abriendo hueco para que se vayan instalando nuevas plantas.
Green Markets: mercados de productores locales
Nos encontramos una de esas flores raras al pasear por Union Square, en el corazón de Manhattan, entre las avenidas Park y Broadway, probablemente uno de los barrios con el suelo más caro del mundo. A este mercado acuden cuatro días a la semana granjeros locales a vender los productos directamente al consumidor, para obtener rentas dignas (los organizadores aseguran que al menos el 85% del precio final de venta va al productor). Así los neoyorquinos tienen acceso a productos frescos y naturales (muchos de ellos, de producción ecológica) a precios no muy altos.
En distintos barrios de Nueva York existen en la actualidad unos cincuenta Green Markets . La mayor parte abren uno o dos días a la semana y durante siete u ocho meses al año, pues el duro invierno de Nueva York impide la producción el resto del tiempo. El de Union Square es el primero y también el más grande: a él acuden unas cien granjas con muy diversos productos: frutas y verduras frescas, carne, huevos, flores y todo tipo de cosméticos y alimentos transformados. Las granjas más lejanas se sitúan a unos 350 kilómetros de distancia, y la mayoría encuentran en el Green Market su único punto de venta. El proyecto surgió en 1976, época en que la Revolución Verde, con la intensificación y la industrialización de la agricultura, estaba transformando radicalmente el medio rural norteamericano y generando así graves desequilibrios socio-demográficos y ambientales.
Los consumidores neoyorquinos encontraron en los granjeros locales (de los estados de New York y New Jersey) los compañeros ideales para su proyecto. El 80% de los agricultores y agricultoras del mercadillo asegura que no habrían podido aguantar con la granja de no existir el mercadillo. El coordinador del mercado de Union Square nos comenta satisfecho que esta zona estaba muy degradada socialmente, y que “el Green Market ha hecho que aquí venga todas las semanas mucha gente, y que incluso nuevos negocios se instalen en la plaza y alrededores”. Como, por ejemplo, un lujoso supermercado de la cadena Health Market, especializada en productos naturales, dietéticos y ecológicos, que abrió sus puertas hace un mes. El coordinador no teme la competencia de esta potente cadena, pues dice que la gente que viene al Green Market sabe a lo que viene y valora el comercio local. Una tranquilidad que sorprende al echar una mirada alrededor.
Sin embargo, la propaganda del mercadillo aporta poderosas razones para comprar en él: preservar el medio ambiente y la economía rurales, fortalecer la seguridad alimentaria en el estado de Nueva York, fortalecer los espacios sociales del barrio, dotar al barrio de un espacio para la educación ambiental, fomentar la agricultura ecológica, reducir el impacto ambiental de la agricultura industrial y de la producción a gran escala, acortar el transporte de los productos (generador en las ciudades del 50% de los gases de invernadero) o conservar la biodiversidad agraria –aseguran que en los Green Market puedes encontrar hasta cien variedades distintas de tomates o de manzanas–. Tras casi cuarenta años de andadura del mercadillo, y constatando la mercantilización e industrialización del mercado ecológico en Estados Unidos, podemos comprobar que la apuesta por la pequeña producción local funciona. ¿Por cuánto tiempo?
El Green Market se sostiene con las cuotas de los granjeros, con lo que se paga el alquiler de las carpas, los sueldos de los 30 técnicos que dinamizan los 50 mercadillos de la ciudad, la propaganda, las inspecciones a las granjas, etcétera. Se gestiona a través de una junta gestora de 10 granjeros y granjeras elegidos por el resto, y está apoyado económicamente por el Ayuntamiento de Nueva York, que alquila el espacio a bajo precio y apoya en la gestión. El Green Market está dentro del movimiento internacional Slow Food, que pretende sacar a la luz las problemáticas sociales, ambientales, territoriales, sanitarias y económicas que vienen asociadas a la agricultura industrial, y que promueve un modelo agroalimentario donde primen la calidad y los principios sociales y ambientales.
Los CSA: Agricultura Apoyada por la Comunidad
Algo más difícil de encontrar son los 18 proyectos de Agricultura Apoyada por la Comunidad (Community Supported Agriculture) que se diseminan por Nueva York . No cuentan con el apoyo de la administración, su estrategia tampoco es la visibilidad ni el crecimiento, y muchos de ellos se desarrollan en vecindarios de bajo poder adquisitivo. Se asientan en la misma lógica que los Green Markets, como explica su propaganda: “Los neoyorquinos tienen problemas para encontrar productos frescos, locales y asequibles; al mismo tiempo, las familias granjeras del nordeste de Estados Unidos están luchando para sobrevivir. Los proyectos de CSA presentan una solución innovadora para los dos problemas a la vez”.
Las organizaciones promotoras de los CSA localizan granjeros locales interesados y grupos urbanos y los ponen en relación. Por ejemplo, en Nueva York, la organización Just Food lleva desde 1996 acompañando la formación y el desarrollo de las CSA: pone en contacto a las partes, les da consejo y formación y acompaña la gestión durante el primer año de formación. Después, cada grupo de CSA comienza su andadura independiente.
Cada CSA suele tener un productor de verdura o fruta fresca, y eventualmente otros productores de productos de menor consumo, como carne, huevos o alimentos transformados. El producto se distribuye en lotes iguales para todos los miembros de cada CSA, compuestos de vegetales variados (al menos 7 tipos cada semana, 40 cada estación), la mayoría de producción ecológica, y se supone que suficientes para unidades de consumo de entre dos y tres personas. Cada campaña se evalúa la marcha del proyecto, conjuntamente, entre productores y consumidores, y se planifica lo que se producirá al año siguiente. El precio de la cesta (share, en inglés) se compone del coste de producción y de transporte, y también de una cantidad suficiente para el sustento de los productores. En la mayor parte de los CSA los consumidores pagan por adelantado cada estación, lo que ayuda al granjero o granjera a planificarse; e incluso le permite realizar inversiones y también administrar el dinero contando con los meses en que se trabaja, pero no hay cosecha.
Los grupos de CSA son de composición variada. Entre los de Nueva York el tamaño varía de las 30 a las 180 familias, que se agrupan en dos o tres puntos de distribución y son abastecidos normalmente por un solo productor. La gestión de las cestas, los pagos y la organización interna se realiza con trabajo voluntario. Intentan mezclar a gente de procedencias y rentas distintas para generar cohesión en los barrios neoyorquinos, que tantas desigualdades sociales presentan. En muchos de ellos hay programas especiales para adaptar el precio de la cesta a las familias de rentas bajas, y las necesidades del productor se cubren al pagar más quien tiene más. Algunos CSA también aceptan bonos del programa municipal de comidas para desempleados. También las relaciones con el productor varían, desde la simple compra de la cesta semanal hasta un CSA –el más antiguo en Nueva York– en que los consumidores son copropietarios de los medios de producción y el productor es miembro del CSA, y entre todos se reparten responsabilidades y beneficios (un modelo parecido al de Bajo el Asfalto está la Huerta, en Madrid).
La experiencia de los CSA lleva unos veinte años en Nueva York, pero en Estados Unidos existen desde inicios de los años setenta . Es un modelo de agricultura que se apoya en las redes sociales de los barrios, pero que a su vez las refuerza y las dota de nuevas utilidades para quienes las componen. Y es un modelo que funciona hasta en Nueva York. De hecho, la gente de Just Food asegura que están arrancando con al menos seis nuevos proyectos de CSA por año.
Una cooperativa de consumo con 40 años y 12.000 socios
Paseando por Union Street, en el tranquilo barrio de Park Slope, en Brooklyn, encontramos un discreto neón que anuncia: “Food Coop”. Esta cooperativa de consumidores nos ofrece “buena comida a bajos precios para miembros que trabajan a través de la cooperación”, como dice su lema. Lleva funcionando desde 1973, y cuentan que nació de un pequeño grupo de compañeros de militancia, dentro de la oleada de proyectos cooperativos que surgieron a lo largo y ancho de Estados Unidos tras las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, al calor de aquel gran movimiento y de la gran creatividad social que despertó. Su objetivo era, al igual que en los otros dos proyectos, traer a la ciudad fruta y verdura fresca y de calidad a precios asequibles, y frenar la rápida desaparición de las pequeñas fincas agrarias del nordeste.
En la actualidad, Park Slope Food Coop está formada por casi 12.000 socios, y ocupa tres edificios contiguos de dos plantas y un sótano para las cámaras frigoríficas. Solo pueden comprar los socios, y ofrece a sus miembros más de 200 variedades de alimentos frescos y más de 7.000 productos, incluidos también textiles, de limpieza, cosméticos, etcétera, el 70% de los cuales son de producción ecológica, y muchos de ellos, de producción local. Sin embargo, también tienen productos venidos desde lejos, algunos desde otros continentes; productos de Comercio Justo y también de grandes multinacionales (como Dole, Nabisco o Cocacola). Dicen que “tienen lo que quieren los socios”, ya que ven muy importante que no tengan que ir a la cooperativa y luego a otras tiendas para completar la compra. Lo que sí intentan es informar bien del origen de cada producto, qué características presenta y en qué condiciones (sociales y ambientales) está producido, para que el consumidor pueda decidir qué compra y qué modelo de producción sostiene.
Park Slope no es la única cooperativa de consumidores de alimentos ecológicos de Estados Unidos, ni tampoco la más grande. De hecho, hay cientos de cooperativas por todo el país que funcionan de muy diversas formas. Lo que la diferencia de otras es que todos los miembros de la cooperativa deben aportar trabajo para poder acceder a los productos: 2 horas y 45 minutos al mes por cada miembro. Esto hace que todos los días haya unas 400 personas que aportan su trabajo como cuota de socio, lo que suma unas 137 jornadas laborales de 8 horas. Es así como pueden permitirse tener la tienda abierta 14 horas al día, y conseguir unas rebajas de entre el 20 y el 40% del precio normal de mercado –según productos–. Las tareas que realizan los socios son de todo tipo: desde el servicio de guardería que permite a las madres y padres aportar su trabajo, hasta las tareas de empaquetado, pasando por las cajas, la recepción, clasificado y reposición del producto, tareas de oficina, comunicación interna y externa, etcétera. Además hay 51 socios trabajadores remunerados, que cubren las tareas que requieren de mayor constancia, formación o responsabilidad, y que, sobre todo, se dedican a coordinar el trabajo mensual de los miles de socios de la cooperativa.
Para entrar en la cooperativa debes poner una fianza de 25 dólares, y aportar otros 100 dólares como “capital social” de la cooperativa, que recuperas al salir de esta. Los socios son también los “propietarios” de la cooperativa, y como tales deben decidir sobre todos los aspectos de la gestión. Todos los meses realizan una asamblea abierta donde se toman las decisiones, y una vez al año eligen a la “comisión rectora”, compuesta de cinco socios consumidores y un socio empleado. Esta comisión rectora es la figura legal de gestión de la cooperativa, pero en la práctica responde a las decisiones de la asamblea abierta.
La cooperativa Park Slope provee de muchos otros servicios y realiza muchas otras actividades: eventos sociales, talleres prácticos y teóricos alrededor de la alimentación y el medio ambiente y campañas ecologistas, como, por ejemplo, contra los alimentos transgénicos o contra la desaparición de las pequeñas fincas agrarias. Con sus problemas y sus muchas contradicciones, lleva 41 años funcionando con un modelo de economía cooperativa y autogestionaria, y parece que tiene para unos cuantos años más.
Un paisaje de contradicciones
No es que proyectos de este tipo sean difíciles de encontrar en Europa o en el Estado español. Lo que sorprende es encontrarlos en Nueva York. Y también que sean tan grandes y que lleven tantos años. Podemos pensar que nos llevan un par de décadas de adelanto y que la escena de los llamados circuitos cortos de comercialización aquí en el Estado español va a tender claramente hacia esa evolución, pero pensar esto sería un error: sin duda cada escenario presenta condicionantes muy distintos.
En este sentido es interesante analizar las distintas contradicciones que desde una mirada antagonista y europea nos pueden surgir: la institucionalización de estos proyectos, la instrumentalización por parte de la administración, su pequeño alcance en número de personas involucradas, la aparentemente tranquila coexistencia entre el capitalismo más descarnado y proyectos con lógica autogestionaria, la integración de reliquias rurales como paisaje de la ciudad global, la coexistencia entre productos ecológicos locales y productos agroindustriales de multinacionales…
Cabe preguntarse hasta qué punto o, mejor dicho, en qué aspectos estos proyectos han perdido su esencia transformadora o han sabido atravesar sus contradicciones para mantener rasgos profundamente transgresores y valiosos. Valores como la propiedad colectiva, la pequeña producción artesanal, el trabajo cooperativo, los usos agrarios de zonas urbanas, la participación del consumidor en la producción.
Y a la vez seguir vivos 20 (o 40) años en un entorno tan absolutamente hostil.
7 AMAP: alianzas locales entre agricultores y consumidores para mantener la agricultura campesina en Francia
Los AMAP (Asociación por el Mantenimiento de la Agricultura Campesina) son un modelo de asociación entre pequeños productores agrícolas y consumidores que surge en Francia en 2001, y desde entonces se ha extendido de forma vertiginosa: Alliance-PEC hablaba de 80 en 2005 .
En busqueda de alternativas para la pequeña producción agraria
Desde el inicio de la industrialización de la agricultura, y más pronunciadamente, con la llamada globalización económica, asistimos en Europa a procesos como el abandono de la producción en amplios territorios; la desaparición de las explotaciones más pequeñas, con peor acceso al mercado o con menor capacidad de inversión; la degradación creciente de los ecosistemas agrarios: suelos, agua y biodiversidad (salvaje o cultivada), y la degradación de las condiciones laborales generales en el sector. Esta dramática situación está debilitando el medio rural y el medio ambiente, y nos acerca a un verdadero problema de seguridad alimentaria. Y no solo por los problemas crecientes de salud que vienen asociados a la producción industrial, para trabajadores y consumidores; también por la disminución de las producciones básicas agrarias en el primer mundo y la creciente dependencia del inseguro mercado mundial.
Estas razones llevaron a distintas organizaciones francesas a reimpulsar la Alliance Producteurs-Ecologistes-Consommateurs (A-PEC) en la región de la Provenza, que había sufrido un fuerte éxodo rural en las últimas décadas. Más tarde unos agricultores del sur de Francia decidieron crear lo que llamaron AMAP, tras un viaje a Estados Unidos en el que visitaron varios proyectos de CSA. Al comenzar esta nueva iniciativa, la A-PEC empezó a funcionar en la difusión y dinamización de este tipo de proyectos, aunque no en todas las regiones de Francia por igual. Para seguir el proceso de extensión de los AMAP, nos vamos a centrar en la evolución que han seguido en la región de Marsella (PACA, Provence-Alpes-Côte d’Azur), donde tomaron mayor impulso desde los inicios del movimiento.
Alliance Provence: Un espacio de concertación entre movimientos sociales rurales
Alliance Provence se encarga de dinamizar los AMAP de la región. Su composición se divide en cuatro partes: productores familiares, asociaciones socias, AMAP y consumidores o “consumactores”, como ellos les llaman. Cada parte tiene la misma representación y el mismo peso en el Consejo de Administración. Además la Alliance cuenta con dos trabajadores: un secretario y un «animador» para explicar el concepto a los nuevos AMAP. Y están en trámites para contratar un técnico agronómico para la asesoría y acompañamiento de la producción ecológica, así como un director técnico.
Alliance asesora en la creación y desarrollo de los nuevos AMAP, y debe dar su aprobación cada vez que se forma uno nuevo, visitando la finca del productor, conociendo a los consumidores y asegurándose de que todo cumple con los principios de los AMAP. Además se encarga de la difusión de la iniciativa, del mantenimiento del aparato web, de realizar actos de formación y difusión en relación con la «agricultura de proximidad» y de la coordinación con otras regiones y proyectos de otros países. En la actualidad es la principal referencia para este tipo de proyectos en toda Francia .
La carta de los AMAP establece los principios y los puntos generales de su estructura y funcionamiento . Según este documento, un AMAP tiene por objetivos “preservar la existencia y la continuidad de las explotaciones de proximidad dentro de una lógica de agricultura sostenible, esto es: una agricultura campesina, socialmente igualitaria y ecológicamente sana”. Reúne a un grupo de consumidores y a un agricultor alrededor de un contrato a través del cual cada consumidor compra al principio de estación una proporción determinada de la producción, que se distribuye periódicamente a un coste constante. Los productores que dedican toda su producción a un AMAP acuerdan un precio con los consumidores en función de los costes y gastos de mantenimiento de la actividad. Los que solo dedican una parte deben acordar un precio con un determinado porcentaje de descuento respecto a sus precios de mercado. El hecho de compartir los riesgos de la producción (climáticos o sanitarios) y la sobreproducción del verano hacen de este un sistema alternativo a los precios del mercado y sus fluctuaciones.
Cada AMAP ha de tener un solo productor, aunque puede recibir distintos productos estableciendo contratos con otros productores. Lo que se reparte cada semana se acuerda a principio de estación, y todos los productos deben provenir directamente de la granja. La Carta también habla de la calidad de los productos (no se pueden utilizar químicos de síntesis), de la solidaridad de los AMAP con otros agricultores y del respeto de las normas sociales con los asalariados de cada explotación, entre otras cosas. Pero más allá de estos puntos definidos en la carta, cada AMAP debe concretar su funcionamiento de forma autónoma.
Un ejemplo de AMAP
Jerome Laplane es agricultor ecológico y distribuye sus productos en dos AMAP, y además en venta directa en el Mercado Campesino de Cours en Marsella. Jerome es militante de la Confederation Paysanne Française (CPF) y forma parte del Consejo de Administración de Alliance–Provence.
Jerome es el titular de una granja con cinco hectáreas de tierra en la Provenza, cerca de la ciudad de Roquevaire. Cultiva tres hectáreas de hortaliza y maneja alrededor de cuarenta cultivos diferentes durante todo el año. También tiene 3.000 m2 de invernaderos, aves, frutales y olivos. En la explotación trabaja otra persona asalariada a tiempo completo y una más en los seis meses de mayor trabajo, además de contar a menudo con estudiantes en prácticas de las escuelas agrarias de la región. Para su trabajo cuenta con tres tractores: uno más nuevo y potente, y otros dos más antiguos que utiliza ocasionalmente .
Los AMAP para los que produce Jerome reúnen cada uno unas 50 «cestas» de verdura, correspondientes a 60 o 70 familias y 180 consumidores/as totales. En uno de ellos las familias se encuentran todas en Marsella, a unos 20 kilómetros de la explotación, donde funcionan en la actualidad otros 24 AMAP y alguna otra estructura de consumo asociativo con el sistema de “cesta fija”. En el otro las familias se encuentran en las cercanías de la granja, y van allí directamente a recoger el lote semanal. El tamaño de cada AMAP está así establecido para permitir una más fácil gestión. Cada AMAP tiene un grupo gestor, formado por los consumidores, que realiza las tareas de contabilidad y tesorería, animación del grupo, coordinación con los productores que les abastecen de otros productos (en este caso, queso, miel, carne, pan y fruta) y presidencia del AMAP. Por otro lado, cada consumidor se encarga de coordinar o realizar la distribución una semana al año.
Se reúnen al completo dos veces al año, y una o dos veces al año se organizan días de puertas abiertas en la finca, a los que suelen ir cincuenta o sesenta personas de cada AMAP. Jerome también informa todas las semanas a los consumidores del estado de la huerta y de otros aspectos de la producción, como las épocas en que tiene más trabajo, por si quieren acercarse a ayudar; aunque afirma que solo dos personas acuden regularmente. Cuando Jerome ha necesitado un apoyo fuerte, los consumidores han respondido bien. Como en 2005, cuando la inversión en las instalaciones para la producción de huevos falló y quedó fuertemente endeudado.
La cuota de socio del AMAP, 19 euros por semana , se paga por adelantado cada seis meses. El acuerdo entre Jerome y los consumidores es que la verdura que estos reciban va a salir entre el 15 y el 20% más barata que los precios de Jerome en el Mercado Campesino. Además se compromete a repartir en los AMAP todo lo que no venda en el mercado, a la vez que los consumidores deben aceptar que, si hay problemas y la cosecha se reduce en algún periodo, también deberán asumir las pérdidas. Jerome nos explica que para él es muy importante que los consumidores asuman los riesgos e inestabilidades de la producción agraria, a la vez que comparten los beneficios de las buenas cosechas.
Conversando sobre el movimiento de los AMAP
Fuimos a ver a Jerome un sábado al Mercado Campesino de Marsella, y le hicimos algunas preguntas relámpago:
PREGUNTA: ¿Qué criterios sociales hay para la constitución de un AMAP?
RESPUESTA: Alliance-Provence discute actualmente estos criterios, que deben cumplir los de la Carta de los AMAP de la región PACA. En la práctica se reducen a los criterios establecidos por la Confederation Paysanne Française para lo que denominamos agricultura campesina: 1) que sea agricultura familiar (no más de uno o dos asalariados por explotación), 2) que la producción sea local: por ejemplo, más de cien kilómetros de distancia entre producción y consumo ya no es local, y 3) que la producción sea de agricultura ecológica certificada o sin el empleo de pesticidas o herbicidas quimicos. Pero en la práctica es el Consejo de Administración de Alliance quien examina caso a caso, y quien decide en último término quién hace agricultura campesina y quién no.
Durante los dos últimos años hemos tenido un gran debate sobre la agricultura ecológica. Hay gente en la Alliance que le da importancia sobre todo a la agricultura campesina, y no quiere excluir a pequeños agricultores convencionales. Pero en la Carta hemos acordado que no se deben utilizar químicos de síntesis en la producción, y aunque nunca se ha pedido certificación, sabemos que hay productores que no cumplen este acuerdo. En la actualidad hemos acordado que todos los AMAP tendrán que demostrar que no utilizan químicos, ya sea a través de la certificación oficial o de alguna institución independiente que lo acredite. En la práctica, el 60% de los productores de Alliance-Provence están certificados y el 20% cultiva en ecológico aunque no lo esté. El 20% restante tendrá que reconvertirse o irse.
P: ¿Qué problemas están surgiendo en estos años de desarrollo de los AMAP?
R: El primero es que no está claro lo de la producción ecológica, y esto nos ha llevado a muchas discusiones, y algunas muy fuertes. Cuando ha cambiado la presidencia de la Alliance, hemos avanzado en este debate, como ya he explicado.
Otro problema es que estamos creciendo mucho y muy rápido, y eso nos está impidiendo realizar el trabajo de asesoría y acompañamiento de los nuevos grupos como nos gustaría.
Por otro lado, encontramos que las familias quieren más diversidad en las cestas semanales. Para ello nos estamos planteando organizar la producción entre varias granjas para poder repartir cultivos, porque cuanta más diversidad, más difícil resulta la gestión de la finca. Sin embargo, personalmente yo creo que reducir la diversidad es un problema para una verdadera gestión agroecológica de cada explotación.
Por último, excepcionalmente, ha habido algunos productores que sacan en los AMAP los productos defectuosos, mientras que al mercado llevan lo bueno. Esto es un serio problema para la confianza de los consumidores en general, y vamos a tener que hablar con esta gente.
P: Dime dos potencialidades que ves en el modelo de los AMAP.
R: Por un lado, creo que es una oportunidad muy buena para la nueva instalación de jóvenes agricultores: la circulación de nuestros productos es mucho más fácil y segura con este sistema, porque tienes el apoyo de los consumidores. Por otro lado, es muy importante la unión entre productores y consumidores: podemos hablar y entendernos, y esto puede permitir la supervivencia de la agricultura. Los pequeños agricultores solos no podemos con lo que se nos viene encima con la globalización.
P: Dime dos límites de vuestra iniciativa.
R: Lo primero que veo es que no hay suficientes agricultores militantes, y menos, cerca de las ciudades. Si las administraciones locales no apoyan este tipo de iniciativas, en poco tiempo la pequeña agricultura periurbana desaparecerá.
Por otro lado, es un límite para el desarrollo de esta iniciativa el que la gente piensa que solo es para ricos, y hay que trabajar esto, porque no es cierto. Tenemos que aprovechar la potencialidad de todas las personas. Incluso con gente de poco dinero podemos sacar adelante iniciativas muy interesantes, por ejemplo, a través de microcréditos a jóvenes agricultores, como se hace en África o América Latina; o de la creacion de «cestas solidarias» para gente de menos recursos.
P: ¿Crees que los AMAP son útiles para la concienciación y movilización de los consumidores en torno a las problemáticas rural y agraria?
R: Bueno, hay gente a la que solo le interesa la verdura de calidad y barata, pero también hay mucha gente muy concienciada, y que poco a poco van conociendo y sensibilizándose con la situación en el campo. Nuestros consumidores están muy orgullosos de saber lo que pasa en la granja y de poder ayudar si es necesario. Mucha de esta gente piensa que estar en un AMAP es algo muy político.
P: ¿Cómo valoras la importancia de los AMAP en el contexto de la agricultura campesina en Francia?
R: El peso real que tenemos en la actualidad es muy poco si nos comparamos con lo que mueven Carrefour o Alcampo. Pero, a otro nivel, es muy importante para muchos pequeños agricultores: en la región PACA los AMAP han movido en 2005 unos cinco millones de euros al año.
A nivel simbólico, también tiene mucha importancia: se conoce mucho y se valora bien, también en los grandes medios de comunicación. Aunque se habla más de los AMAP que la importancia real que tienen, esto hace aumentar la conciencia y puede que ocurran cosas en el futuro que no habíamos imaginado antes.
A nivel internacional, la organizacion Ugenci impulsa redes y espacios de encuentro con proyectos como los Teikkei de Japón o los CSA de Estados Unidos y Canadá. Después del encuentro mundial en Portugal en 2005, hemos visto que esto ha animado al surgimiento de varios proyectos de este tipo en la zona.
P: ¿Cómo ves el futuro de los AMAP?
R: Creo que van a crecer, pero los AMAP no son la única solución para la agricultura. Quizá hay que hacer revistas o hacer proyectos para gente con poco dinero… Lo que pueden hacer los AMAP es permitir la instalación de nuevos agricultores, extender la conciencia sobre la problemática rural y de la pequeña produccion agraria, apoyar a agricultores con dificultades o fomentar que los organismos que gestionan el territorio vean la importancia de este tipo de iniciativas. Los AMAP han hecho ver a los consumidores que lo que venimos denunciando, con Bové y otros, desde la CPF es cierto: comemos mal, y eso nos trae muchos otros problemas.
8 Grandes cooperativas de consumo.
Llegar al gran público desde la economía social
El año 1992 fue importante para la agroecología en el Estado español, ya que se crearon Otarra en Donostia-San Sebastián, Landare en Iruña-Pamplona y El Encinar en Granada. Al año siguiente se crearon BioAlai en Vitoria-Gasteiz, Almocafre en Córdoba y La Ortiga en Sevilla. Su vigésimo aniversario nos brindó una ocasión para retratar un modelo importante de circuito corto de comercialización: asociaciones grandes (por encima de 150 socios/as) de productores y consumidores ecológicos, con tienda abierta al público en horario comercial, gestión profesionalizada y oferta de gran variedad de productos (por encima de 500 referencias). Enviamos una pequeña encuesta a 13 iniciativas de distintas comunidades autónomas que cumplían con este perfil, y obtuvimos 11 respuestas.
Algunos datos para situarnosAlgunos datos para situarnos
Las asociaciones y cooperativas con las que hemos hablado oscilan entre
los 122 socios de Ecogermen (Valladolid) y los 1.700 de Landare (Iruña-Las asociaciones y cooperativas con las que hemos hablado oscilan entre los 122 Pamplona), si bien la mayoría de ellas se sitúan entre los 200 y 500 socios. Los socios de Ecogermen (Valladolid) y los 1.700 de Landare (Iruña-Pamplona), si bien la promedios de gasto por cada socio se sitúan entre los 1.000 y 1.400 euros al mayoría de ellas se sitúan entre los 200 y 500 socios. Los promedios de gasto por cada año, excepto en Biosegura en Murcia (con 646 euros por socio y año), que socio se sitúan entre los 1.000 y 1.400 euros al año, excepto en Biosegura en Murcia
(con 646 euros por socio y año), que realiza parte de las ventas fuera de la tienda, y realiza parte de las ventas fuera de la tienda, y Ecogermen (con 2.582 euros por Ecogermen (con 2.582 euros por socio y año), que vende gran cantidad de producto socio y año), que vende gran cantidad de producto a personas no socias. Las a personas no socias. Las facturaciones en 2011 oscilaron entre los 200.000 y los 1,5 facturaciones en 2011 oscilaron entre los 200.000 y los 1,5 millones de euros. millones de euros.
Seis de ellas solo venden productos a socios, y las que también venden a no socios suelen cobrarles un sobreprecio. Los horarios de apertura de las tiendas Seis de ellas solo venden productos a socios, y las que también venden a no socios suelen van desde las 12 horas a la semana de Biosegura y las 17 horas de Ecogermen cobrarles un sobreprecio. Los horarios de apertura de las tiendas van desde las 12 horas a a las 59 horas a la semana de BioAlai (Gasteiz). Las que abren menos horas la semana de Biosegura y las 17 horas de Ecogermen a las 59 horas a la semana de BioAlai complementan la venta con repartos a domicilio o a puntos de acopio o realizan (Gasteiz). Las que abren menos horas complementan la venta con repartos a domicilio o
gran parte de sus ventas a personas no socias.
a puntos de acopio o realizan gran parte de sus ventas a personas no socias. El tamaño de las tiendas se sitúa en torno a 100 o 150 m2, excepto en El tamaño de las tiendas se sitúa en torno a 100 o 150 mBioAlai, que dispone de 300; y tan solo dos iniciativas han abierto una segunda 2, excepto en BioAlai, que dispone tienda en la misma ciudad. La media de facturación anual es de 3.200 euros de 300; y tan solo dos iniciativas han abierto una segunda tienda en la misma ciudad. La por cada metro cuadrado de tienda, si bien oscila entre los 1.500 y los 4.500 media de facturación anual es de 3.200 euros por cada metro cuadrado de tienda, si bien euros. La variedad de productos ofrecidos en cada tienda va de las 600 a las oscila entre los 1.500 y los 4.500 euros. La variedad de productos ofrecidos en cada tienda 4.000va de las 600 a las 4.000 referencias. referencias.
Las cooperativas contratan entre 3 y 10 trabajadores, y su proporción varía
entre los 80 y los 150 socios por cada trabajador contratado, o entre los 100.000 Las cooperativas contratan entre 3 y 10 trabajadores, y su proporción varía entre los 80 y los 150 socios por cada trabajador contratado, o entre los 100.000 y los 150.000 euros y los 150.000 euros de facturación anual por trabajador. Una de las cooperativas de facturación anual por trabajador. Una de las cooperativas factura 50.000 euros por factura 50.000 euros por trabajador, y es la que mayor esfuerzo realiza en el trabajador, y es la que mayor esfuerzo realiza en el reparto a domicilio. Estas proporcio-
reparto a domicilio. Estas proporciones reflejan márgenes comerciales reducidos, nes reflejan márgenes comerciales reducidos, que revierten en precios lo más ajustados que revierten en precios lo más ajustados posibles para las personas socias.posibles para las personas socias.
Una idea y distintas versiones para su realización
Los objetivos de todas ellas confluyen en la promoción de la producción y el consumo ecológico y responsable en sus ciudades y en establecer relaciones directas entre producción y consumo. Muchas de ellas, además, señalan su vocación de generar modelos de economía alternativos al capitalismo imperante, y al servicio de las personas, como nos comentan desde Ecogermen (Valladolid, 2003): “Somos una cooperativa sin ánimo de lucro, participamos activamente en la economía social y banca ética, tratamos directamente con productores, dando preferencia a los locales… Defendemos un modelo de consumo responsable y respetuoso con el medio ambiente y las condiciones de trabajo, desde la producción al consumidor final”.
Algunas cooperativas también se proponen defender los derechos del consumidor ecológico y promover el comercio justo, nacional e internacional. Asumen, por lo tanto, un papel social que en algunos casos han integrado en sus objetivos. En esta línea, varias iniciativas afirman en sus estatutos su objetivo de transformación social, y muchas de ellas se esfuerzan en crear redes con otras entidades de todo tipo, especialmente las relacionadas con la distribución alternativa y solidaria de alimentos ecológicos. Por ejemplo, Mercatrémol (Alacant, 2008) está trabajando desde hace tiempo por crear una red de nuevas iniciativas de distribución por la provincia. Coordinando las compras y la logística, pretenden aprovechar la economía de escala ligada al volumen creciente que distribuyen, sin necesidad de centralizar todo el trabajo en una sola entidad.
Al preguntarles por los rasgos que les diferencian de otras entidades de consumo asociativo de alimentos ecológicos, resaltan la comodidad para el consumidor, como en La Tierra Llana (Albacete): “Ofrecemos una amplia variedad de productos al tener un buen local, y buenos precios”. También pretenden ser una alternativa de distribución real para las producciones locales. Desde Otarra-Bioelkartea (Donostia, 1992) creen “que las asociaciones motivan a los agricultores a que sigan produciendo productos ecológicos, les muestran que hay demanda”.
Después de 20 años de andadura, Almocafre (Córdoba, 1993) habla de “pragmatismo y realismo” y Landare (Iruña-Pamplona, 1992), de “un proyecto consolidado”. Su mayor tamaño respecto a otras iniciativas responde a una vocación de llegar a masas de población amplias y de promover así el consumo ecológico. Sin embargo, muchas de ellas establecen como seña de identidad su vocación de construir relaciones de confianza entre producción y consumo, y su mayor tamaño no debería obstaculizar esta construcción de relaciones alternativas.
Las asociaciones evolucionan según crece el sector
A pesar de la crisis, todas las iniciativas han afirmado haber crecido en número de socios en los últimos años (entre el 5 y el 25%), a excepción de Ecogermen, que, sin embargo, ha crecido en facturación. Este ritmo de crecimiento es similar al crecimiento en la superficie certificada en el Estado español, aunque un poco menor que el crecimiento en el consumo total de alimentos ecológicos. Por contra, las grandes superficies redujeron en 2011 su facturación de alimentos ecológicos; por lo tanto, el mayor crecimiento en el consumo quizá se está dando en iniciativas asociativas más pequeñas y en pequeñas tiendas especializadas. En todo caso, los datos nos hacen ver que estas grandes cooperativas de consumo gozan de buena salud.
Por lo general, estas asociaciones y cooperativas presentan un perfil de socios variado en cuanto a poder adquisitivo, edad y motivaciones. Dibujan dos grandes grupos de consumidores: aquellos que buscan alimentos saludables y otros que ponen un mayor énfasis en la responsabilidad ecológica y los criterios sociales alrededor de la alimentación. Desde Almocafre especifican más: “Los socios son fundamentalmente personas de más de 40 años y mujeres, preocupadas por la salud y la calidad alimentaria. Luego hay otro grupo de jóvenes menores de 30 años, y su compromiso es la compra de productos ecológicos por la propia salud y por la del planeta”. Desde La Tierra Llana aseguran que los perfiles han ido cambiando y que cada vez se acerca más gente “no tan ligada a la ecología, sino también por fines médicos y de salud”.
Resulta difícil estimar si el buscar una mayor comodidad para el consumo ha llevado a perfiles menos “activistas” o si ha sido al revés. En cualquier caso, estas iniciativas han escogido crecer en volumen para cumplir sus objetivos de fomento de la agricultura ecológica, y ello les ha llevado a diversificar la oferta y abrir tiendas con horario comercial. Prácticamente todas ellas han señalado la mejora de la gestión contable y financiera de la tienda como uno de los principales retos que han tenido que afrontar en este crecimiento. Para ello, han tenido que profesionalizar la gestión, y uno de los principales esfuerzos que deben realizar es mantener (o ampliar) el número de socios para poder costear las infraestructuras y los empleos generados.
Aun así, tal y como se muestra en el primer recuadro, las estrategias económicas varían mucho entre las distintas experiencias. Las proporciones entre socios y número de trabajadores, o entre facturación y superficie de la tienda, varían en gran medida entre ellas, lo cual condiciona la cuenta de resultados a finales de año. Pero las cuentas tienen que salir y, por lo tanto, cada una se adapta de una forma distinta al número de socios y a su evolución.
Una propuesta de economía solidaria y agroecológica
Todas estas iniciativas entienden su existencia como un medio de transformación social hacia la sostenibilidad. Desde Almocafre matizan: “Nosotros no trasformamos la realidad, sino que somos un referente de ese cambio social, un modelo hacia un mundo algo más justo e igualitario. Es un objetivo de supervivencia, es la forma de demostrar que nuestro modelo es posible y no es un modelo marginal ni marginado. No podemos ser un modelo ineficiente, caro y caprichoso. En ese caso nos convertiríamos en una empresa asimilada a la distinción social y al lujo de una clase acomodada”.
Desde Landare añaden: “Queremos generar una cultura de la alimentación, de la agricultura de cercanía, de la biodiversidad agraria, de las semillas, de la soberanía alimentaria. Queremos comunicar a las personas asociadas el esfuerzo de agricultores y ganaderos por ofrecernos esos productos tan buenos, limpios y justos para que se valoren adecuadamente, independientemente del precio”.
Por ello, todas las cooperativas aceptan los precios que propone el productor en origen y, como aseguran desde Otarra, cargan el precio final con “el margen mínimo necesario para seguir adelante”. Los sobreprecios oscilan entre el 10 y el 28%, y en general son menores para los productos locales y los que vienen directamente desde el productor. Por contra, los productos más difíciles de manejar o muy perecederos tienen mayores sobrecostes. En Árbore (Vigo, 2001) aplican “un descuento del 20% a una serie de productos considerados cesta básica (alimentos básicos). Sobre todo, son cereales, legumbres, frutos secos a granel y producto fresco local, para que pueda acceder a ellos la gente que económicamente lo está pasando peor”. Landare carga menos sobreprecio a los productores más cercanos “filosóficamente” o que tienen detrás un proyecto social. En El Encinar (Granada, 1992) “se realizan reuniones para la planificación de los productos en cada una de las temporadas con las personas asociadas; y las iniciativas de producción que son socias son las que tienen prioridad a la hora de realizar los pedidos semanales. En el caso de que falten productos concretos se recurre a distribuidoras. Para los precios de agricultores socios de producto fresco, se fijan además horquillas de precios máximos y mínimos anuales”.
Estas experiencias son conscientes de su potencial para promover cambios sociales desde abajo, construyendo una cultura de la cooperación y la autogestión, tal y como explican desde BioAlai (Gasteiz, 1993), una de las cooperativas más grandes: “Tenemos un goteo permanente de nuevos asociados. Hacemos reuniones previas para explicar qué es BioAlai y entregar los estatutos de la asociación, así como los pasos para asociarse y los compromisos que se adquieren al ser socio. Entre socios y beneficiarios, llegaremos aproximadamente a más de 2.000 personas. Consideramos que este elevado número de consumidores activa la producción ecológica”.
Además, todas ellas realizan gran número de actividades de promoción de la alimentación y la producción ecológicas, entre sus socios y también hacia fuera: degustaciones, charlas, cursos de cocina, cinefórums, visitas a fincas, exposiciones, participación en ferias y mercadillos, distintas publicaciones, etcétera. Tratan de construir y difundir una nueva cultura de la sostenibilidad y la justicia social a través de la economía cooperativa. Y esta cultura de la cooperación supone crear nuevas redes de confianza entre producción y consumo.
Organizar la producción y el consumo locales
Estas cooperativas, por su volumen de consumo y por la capacidad de trabajo de sus socios, están siendo capaces de estructurar las redes locales de producción y consumo en sus territorios, lo que consideran necesario para su supervivencia y mejor funcionamiento. Un ejemplo es El Encinar, que cuenta con un servicio de asesoría técnica para la producción ecológica, en convenio con la Junta de Andalucía. Para Biosegura (Murcia, 2005) “consideramos vital la existencia de una red local de productores, y por eso queremos aportar nuestra experiencia en temas de producción y comercialización de productos ecológicos a escala regional y, a ser posible, estatal. Intentamos establecer lazos para el desarrollo del sector, y queremos contribuir a la mejora y diversificación de la red de iniciativas”.
Todas ellas dan prioridad a los productos locales o de productores asociados. En Árbore priorizan “el consumo de productos locales y es un objetivo claro en las compras de la cooperativa, aunque esto no significa que se complete la oferta con productos no locales”. Esto lo realizan principalmente a partir de la política de precios que ya hemos comentado, y poniendo como oferta exclusiva estos productos. Pero muchas de las cooperativas incluyen a los productores como socios, y así se integran en el funcionamiento general.
Por último, varias cooperativas están implicadas en Sistemas de Certificación Participativa o SPG, como Biosegura y la FACPE, de la que forman parte El Encinar, Almocafre y La Ortiga (Sevilla, 1993). Desde El Encinar (Granada 1992) nos explican que “este aval pretende incorporar más elementos que los que recoge el Reglamento Europeo de la Producción Ecológica, incluyendo cuestiones de índole socioeconómica, añadiendo criterios más concretos a temas de manejo (por ejemplo, relativos a la biodiversidad en finca) o medioambientales (por ejemplo, reutilización de envases o distancia recorrida por los productos hasta el punto de venta). Así pues, no se trata solamente de dar una cobertura formal a las personas agricultoras sin certificación por tercera parte. También se trata de construir un espacio de encuentro entre la producción y el consumo”.
Armonizar el gran tamaño y la acción social
En línea con su proyecto de transformación social, uno de los principales puntos débiles planteados por las cooperativas es la falta de participación de los socios en la gestión y la toma de decisiones. En Landare, “por su tamaño, se ha complicado la interrelación entre los asociados. Por ello es muy importante potenciar las herramientas y vías que permiten que esto siga siendo una asociación participativa y viva, y no un simple punto de adquisición de bienes de consumo de producción ecológica certificada. En ese sentido son trascendentales los boletines internos (correo-e, revista, foros, tablón, etcétera) y las múltiples actividades (encuentros, cursos, talleres, visitas, catas, comisiones, etcétera). Por medio de estos canales se está consiguiendo intercambiar, debatir y ampliar ideas e ilusiones en torno al consumo (¡y producción!) sostenible a un nivel impensable hace solo unos años. Estas herramientas pueden permitir que, al menos por el momento, el tamaño de Landare, lejos de suponer una amenaza por la pérdida de protagonismo del asociado, se puede convertir en una ventaja que le permite poner en sintonía a más y más productores y consumidores responsables”.
La importante tarea de dinamizar la participación en las asociaciones
Todas las cooperativas con las que hemos hablado destinan grandes esfuerzos a las actividades de dinamización de los asociados, y al acompañamiento de las personas nuevas que se asocian. Un ejemplo es el de la cooperativa granadina El Encinar, que ha creado distintos grupos de trabajo voluntario entre sus socios y socias a este fin:
Grupo de Comunicación. Difunde entre personas socias temas de interés, y elabora el boletín La Bellota. Se encargan del mantenimiento de la página web125, lugar de información permanente, encuentro y cooperación entre socios y socias.
Grupo de Actividades. Fundamentalmente, organiza charlas y conferencias, talleres, excursiones a fincas de producción ecológica, aperitivos y debates.
Comité de Bienvenida. Organiza reuniones casi cada mes para explicar a las personas recién incorporadas todo el funcionamiento de la asociación, con el fin de alentar su participación e incentivar su interés por una forma de consumo responsable.
Grupo de Debate. Intercambian opiniones sobre ecología y el actual modelo de consumo.
Cinefórum. Organiza proyecciones de películas con interés en el aspecto cinematográfico, y que conecten con temas relacionados con la ecología, la alimentación o lo social.

128 www.asociacionelencinar.org
Sobrevivir en el contexto de crisis del consumo
La situación económica actual hace que el principal reto de futuro para estas cooperativas sea mejorar su gestión interna y mantener la estructura creada. Sin embargo, se sienten fuertes gracias a su larga trayectoria y su actual crecimiento. Puede ser que, precisamente en estos momentos en que el sistema capitalista parece que se desmorona, este tipo de iniciativas sean más necesarias que nunca. Seguramente estas experiencias sean mejorables, pero también es seguro que en estas formas de autoorganización para una alimentación sostenible y responsable encontraremos importantes claves para el futuro inmediato en estos tiempos de rápidos cambios. Un futuro que debe contar con una economía al servicio de las personas y en armonía con la naturaleza. 
9 Estrategias de comercialización “multicanal” para las pequeñas producciones ecológicas
Daniel López, Julia del Valle y Sara Velázquez
Con el presente artículo pretendemos profundizar en la naturaleza de las estrategias de comercialización de los productores ecológicos a través de CCC, así como en la adaptación de distintos tipos de explotaciones a cada CCC. Este análisis puede resultar de interés de cara a diseñar políticas públicas para el fortalecimiento del mercado interior de alimentos ecológicos, especialmente de aquellas destinadas a las explotaciones ecológicas de menor tamaño. Por ello, se ha diseñado una investigación con el objetivo de identificar las valoraciones asignadas por los productores ecológicos a los distintos CCC. También se ha tratado de identificar estrategias combinadas de distintos CCC que guarden coherencia interna –estrategias “multicanal”–. Y por último, se ha tratado de identificar la correlación entre las estrategias de comercialización y ciertas variables socio-demográficas y territoriales, que pueden resultar clave en la determinación de estrategias adaptadas a cada contexto específico.
Para responder a las preguntas formuladas se ha puesto en marcha un estudio en el sector de hortofruticultura ecológica, ya que este subsector agrícola ha sido señalado como aquel sobre el que se establecen inicialmente los circuitos cortos de comercialización (López y Fadón, 2012). La investigación se realizaría en un contexto doble, en dos comunidades autónomas con un perfil agrario marcadamente diferente. Por un lado, en 2011 se realizó una investigación con hortofruticultores ecológicos en Extremadura, como comunidad autónoma eminentemente agraria (15% de la población activa), con una densidad de población muy por debajo de la media estatal (26,52 hab/km2) y carencia de grandes núcleos urbanos; en la que la producción ecológica supone cierta importancia (3.231 operadores certificados en 2012), siendo en aquel momento la cuarta comunidad autónoma por superficie certificada en producción ecológica y la tercera por número de operadores. En segundo lugar, en 2012 se realizó una investigación similar con productores hortofrutícolas ecológicos de la Comunidad de Madrid, como territorio eminentemente urbano (809 hab/km2), en el que la actividad agraria es residual (0,7% de la población activa total) y la producción ecológica también (355 operadores certificados) (INE, 2014; MAGRAMA, 2013).
Tabla 9.1. Síntesis de métodos utilizados para el levantamiento de datos
Extremadura Comunidad de Madrid
Entrevistas en profundidad 15 25
Encuesta telefónica (incluidas repeticiones) 48 7
Observación participante en eventos públicos 17 7
La recogida de datos se realizaría a través de entrevistas mixtas, que incluían una parte de entrevista en profundidad, así como preguntas de cuestionario cerrado. Dentro del universo muestral de los productores ecológicos en cada territorio, las entrevistas se limitarían a aquellos productores ya implicados de una forma u otra en CCC. Se realizaron un total de 15 entrevistas en Extremadura y 25 en la Comunidad de Madrid, que cubrieron el total del universo muestral de productores implicados en CCC en cada territorio, y en 22 casos se realizó una segunda entrevista para completar los datos obtenidos. La recogida de datos primarios se completaría con observación participante en la asistencia a 17 eventos en Extremadura, y 7 eventos en la Comunidad de Madrid.
Tabla 9.2. Caracterización socioeconómica de las explotaciones analizadas
Extremadura Comunidad de Madrid
Hortaliza Fruta Hortaliza Fruta
Antigüedad media de la iniciativa (años) 10, 5 5
% agricultores con dedicación exclusiva a la finca 50% 63,20%
Superficie total de finca (media) 3,7 ha 2 ha
Superficie cultivada (media) 2,5 ha 1 ha
Tipo de producción 30, 8% 69,2% 80,95% 19,05%
La encuesta se ha basado en un cuestionario cerrado que combinaba preguntas de respuesta cerrada y abierta. Se consultó a los productores determinados aspectos encaminados a una caracterización socioeconómica de las explotaciones orientadas a los circuitos cortos en cada territorio (tabla 9.2). A su vez, se incluyeron aspectos relativos a la valoración, por parte de los productores, de distintos aspectos relevantes acerca de la puesta en marcha de distintos circuitos cortos de comercialización. Para ello se han analizado diversas fórmulas de venta directa o a través de un único intermediario, que han resultado ser las más representativas para el territorio español en la bibliografía consultada. Una tercera sección de los formularios sondeaba valoraciones y propuestas de mejora desde una visión general de CCC.
El conjunto de aspectos analizados se ha construido a partir de la revisión bibliográfica de distintos trabajos previos de análisis de los circuitos cortos de comercialización en el Estado español . La información recogida en esta encuesta se refería solamente a la proporción de producto que los productores comercializaban a través de circuito corto, ya que gran parte de ellos (sobre todo en Extremadura) solo comercializaban una parte de su producción a través de canales alternativos.
Los datos cuantitativos obtenidos mediante cuestionario cerrado se procesaron mediante análisis de medias, en algunos casos ponderadas en relación con el tamaño de de las superficies destinadas a CCC en cada finca (por ejemplo, en el cálculo del peso relativo de cada CCC). Para las preguntas abiertas el análisis de los discursos se realizó de forma manual, con el objetivo de obtener las valoraciones de los productores acerca de los distintos circuitos cortos utilizados.
Las estrategias de los productores extremeños
La producción hortofrutícola ecológica en Extremadura supone el 1% de la producción nacional (107 hectáreas) en el caso de las hortalizas y el 15% en el caso de los frutales (730 hectáreas), destacando el frutal de hueso y, en menor medida, de pepita. La mayor parte de la producción se centra en un número limitado de grandes empresas, con superficies de varias decenas de hectáreas, cuyas producciones se orientan al mercado exterior. Sin embargo, se ha observado la presencia de un número creciente de explotaciones de pequeño tamaño (menores de 8 hectáreas en todos los casos) cuyas producciones se orientan al mercado interior, especialmente a CCC. En estas explotaciones es en las que nos centraremos en las siguientes páginas.
Las estrategias de comercialización identificadas entre los productores extremeños consisten en muchos casos en redes de distribución híbridas, que combinan canales alternativos con otros canales convencionales; ya sea comercializando como producto convencional o como ecológico. Las estrategias de comercialización se podrían explicar en función del volumen de la producción de cada producto o familia de productos y de la diversidad de producciones en cada iniciativa. Encontramos productores que utilizan estrategias de comercialización totalmente distintas para distintos productos o grupos de productos, en función de estas variables. A menudo, estas variables corresponden con determinados perfiles de productores.
En el caso de aquellas fincas centradas en producciones monoespecíficas, podemos diferenciar ente volúmenes más y menos grandes, a pesar de que cabe situar las experiencias analizadas dentro de la horquilla de explotaciones pequeñas que optan por los CCC y presentes en la región . Para las iniciativas profesionales, de mayor volumen de producción –en torno a los 20.000 kilos de cereza anual, por ejemplo–, el uso de circuitos convencionales (a través de almacén mayorista o cooperativa en origen) es fundamental, y suele complementarse de forma minoritaria con circuitos alternativos. Los CCC representan una media del 18% del producto comercializado en este tipo de explotaciones, y el 2,5% de media si excluimos a aquella iniciativa que comercializa más producto en circuito corto . En el caso de volúmenes monoespecíficos más pequeños (10.000 kilos), el canal alternativo suele ganar más peso, y puede ser incluso mayoritario, dependiendo de los contactos que posea el productor con las redes alimentarias alternativas regionales o de ámbito estatal, así como de las facilidades de la demanda (agrupación, por ejemplo). Para pequeños volúmenes de una o pocas producciones, en explotaciones no profesionales (3.000-5.000 kilos) el uso del canal corto se vuelve más sencillo, incluso de forma exclusiva, siendo en ocasiones la única vía posible para poder obtener una mínima rentabilidad de la fuerza de trabajo.
En el caso de explotaciones con producciones diversificadas, ya sean de huerta y/o frutal, encontramos una diferencia entre volúmenes medios y pequeños. En el primer caso, hablamos de entre 1 y 2 hectáreas de hortaliza, y hasta 4 hectáreas si incluimos explotaciones mixtas de fruta y hortaliza, en las que el frutal suele ocupar más de la mitad de la explotación. En el segundo grupo hablamos de microexplotaciones con menos de 1 hectárea de terreno cultivado. La mayoría de los productores hortícolas empiezan con pequeño volumen (alrededor de 0,5 hectáreas) y tienen más facilidad para comercializar la totalidad de sus producciones a través de circuitos alternativos, siendo estos los únicos que les permiten trabajar con esos pequeños volúmenes. A veces estas formas de comercialización tampoco resultarán fáciles, y dependerán de los contactos y el tipo de espacios de destino elegidos para sus producciones.
Los CCC requieren un suministro continuo, no estacional, por lo que la fidelidad de los clientes pasa por ampliar tanto la variedad como el volumen y continuidad. Es por ello que la mayoría de las iniciativas entrevistadas intentan aumentar la diversidad en sus producciones, tanto para ampliar las campañas de cosecha como para alcanzar una oferta lo más diversificada posible a los puntos finales de consumo. Esta diversificación de las producciones incluye en algunos casos producciones no agrícolas, como pueden ser pan, huevos o conservas vegetales. Y a menudo requieren de la comercialización a través de intermediarios, especialmente, distribuidoras especializadas en el producto ecológico. En algún caso estos productores han optado por la creación de establecimientos propios a través de los que asegurar la venta de sus productos.
En el caso de la producción de frutal, el uso de canales cortos se ha vinculado con el aumento en la diversidad de variedades para poder alargar la temporada y evitar picos de producción difíciles de manejar. En el caso de la producción hortícola y/o variada, el uso de los canales cortos incita a aumentar la escala de producción y la diversidad intra e intervarietal, de cara a alcanzar un mayor volumen en la oferta de cada producto, así como a asegurar la estabilidad de la provisión al cliente final. En ambos casos se observa que, para pequeños volúmenes, el canal corto sería muy apto e incluso exclusivo (aunque insuficiente para asegurar una continuidad). Para las grandes producciones monoespecíficas el canal corto solo es un complemento que permite captar un alto valor añadido para una pequeña porción de la producción total. En el caso de las explotaciones de tamaño medio (diversificadas o no) esta estrategia híbrida ha sido altamente valorada por los productores, siempre y cuando se manejen determinados contactos y apoyo en estructuras comerciales convencionales.
En definitiva, se observa cómo las estrategias productivas influyen en las estrategias de comercialización y viceversa. El paso de un manejo convencional al ecológico, o de monoespecífico a un diseño diversificado de las fincas, conlleva la búsqueda de nuevos canales para encontrar un valor añadido que el mercado convencional no permite. De la misma forma, el aumento en el volumen de producción permite diversificar y aumentar el número de circuitos comerciales utilizados (de entre los posibles circuitos cortos): “Una de las razones de diversificar tu cultivo es esa…, poder colocarlo en canal corto” (AINF 1).
En el caso del cambio de estrategias de comercialización, el paso de un canal convencional (ya sea a través de cooperativa o de almacén mayorista) a uno especializado, como una distribuidora de alimentos ecológicos, permite planificar mejor el volumen (ya sea porque hay un mínimo exigido o asegurado) y obtener también mejores precios. Cuando el productor pasa a complementar la venta directa con la comercialización a distribuidoras especializadas, tendrá que aumentar el volumen total o de determinados productos (aquellos más solicitados o mejor pagados), homogeneizando en parte su producción. A su vez, debe estructurar de una forma distinta las cosechas, para repartirlas en el tiempo y ajustarlas a la frecuencia de los pedidos (días concretos de recogida), o empezar un proceso de agrupación con otros productores en su misma situación: “El problema que puedo tener es que lo voy vendiendo y luego me sobra, pero no para un palé, porque lo tengo escalonao… Sería bueno que hubiese más gente para llegar (juntos) a esos volúmenes…” (AMH 1).
En el caso en que el cambio sea a la inversa (de distribuidora a venta directa), la adaptación de la producción pasará por una diversificación de cultivos y variedades para su continuidad en el tiempo, así como una planificación en función de la demanda estimada. La influencia de un canal u otro en la planificación de cultivos dependerá de la importancia relativa de dicho canal y, por lo tanto, del volumen de producción que absorba.
En algunos casos, el circuito corto es la única vía de subsistencia, por la dificultad de acceso a la tierra, infraestructuras y maquinaria para jóvenes o nuevos agricultores. En estos casos, la diversificación de cultivos (tanto en manejo convencional como ecológico) resulta imprescindible para la comercialización en circuito corto; y esta resulta mucho más accesible para los nuevos productores que los circuitos convencionales, que requieren mayores volúmenes de producción y, por lo tanto, mayores inversiones de partida. La opción de los CCC resulta especialmente apropiada en casos de emigrantes urbanos hacia el medio rural, que en general mantienen redes de contactos con las ciudades que facilitan el establecimiento de redes de distribución alternativas. El inicio de actividad en base a CCC permite además el desarrollo de estrategias de comercialización híbridas, ya que cada canal tiene sus requisitos, pero algunos son compatibles (en relación con la frecuencia de reparto, los volúmenes exigidos, la optimización de gastos de transporte de la mercancía, etcétera) entre ciertos circuitos convencionales y los alternativos.
Estrategias multicanal entre los productores extremeños volcados al circuito corto
Los CCC permiten una diversificación progresiva de las formas de comercialización, que a su vez repercute no solo en el manejo productivo, sino en las capacidades del propio productor. El canal comercial es elegido porque es accesible, pero también obliga a incorporar ciertos cambios para ajustarse al nuevo formato de comercialización (tiempo para la búsqueda activa de clientes, desarrollo de habilidades sociales y de comunicación, habilidades para el manejo de tecnologías de la información, asociacionismo entre productores, etcétera). Existen canales cortos más cómodos y utilizados, sobre todo, en los inicios del proceso de experimentación en las redes alimentarias alternativas, tanto por la accesibilidad para producciones pequeñas y poco estandarizadas como por la relación de confianza y cooperación entre producción y consumo. Entre estos podemos situar los grupos de consumo o los mercadillos de productores. Otros tipos de circuito corto se van incorporando según mejoran las capacidades logísticas y comerciales del productor, como las tiendas, los restaurantes o el consumo social (comedores escolares, residencias, etcétera). En todo caso, en la muestra analizada se ha dado una media de 2,3 circuitos cortos diferentes para cada productor. Excepto aquellos productores que solo comercializan a través de grupos o cooperativas de consumo, el resto suele utilizar una combinación adaptada a sus necesidades de entre 2 y 4 canales cortos distintos, pudiendo ser alguno de ellos experimental (por el bajo volumen de venta). Otros canales se postergan por falta de una producción apropiada, hasta que esta se estabiliza, ya sea por requerimientos de volumen, variedad o estabilidad en el suministro.
Tabla 9.3. Valoración por parte de los productores extremeños de los distintos canales cortos utilizados
Pie de finca Mercadillo ecológico Reparto a domicilio Grupos de consumo Pequeño comercio local Restaurantes Consumo social
Costes de tiempo altos medios altos medios altos altos altos
Costes económicos altos altos altos bajos bajos bajos altos
Facilidad de gestión del transporte alta alta alta media alta alta baja
Facilidad de gestión del canal alta alta alta baja bajo baja baja
Frecuencia y constancia
de venta baja alta alta alta alta media alta
Promoción del producto baja alta baja media alta baja alta
Relación con el cliente baja media baja alta alta media alta
Precio de venta bajo alto alto alto medio medio bajo
Nota media del canal 3,125 4,875 4,125 3,375 4,125 3,375 4,125
% del volumen
de venta 1,5 4 10 77 6 0 0,5
En la tabla 9.3 se muestran las valoraciones de los productores extremeños de los distintos canales cortos utilizados. El peso relativo de cada uno de los canales se ha obtenido a partir de las proporciones de ventas que supone cada canal en cada finca. Estos valores relativos se han ponderado en función de la superficie total que cada explotación destina a la comercialización en circuito corto de alimentos ecológicos. A partir de esta ponderación, se han obtenido valores medios del volumen de ventas que representa cada canal en el total de superficie ecológica destinada a CCC entre los agricultores analizados. En total, la superficie destinada a CCC, declarada por los 11 titulares de los que se obtuvieron datos completos, suma el 49% de la superficie total cultivada en sus explotaciones, alcanzando un total de 13,81 hectáreas.
El canal corto más valorado por los encuestados resulta el mercadillo de productores ecológicos, con una valoración alta en la mayor parte de los distintos aspectos incluidos en la encuesta: “Mis lechugas se venden igual en el mercado de Rivas que en el de Jaraíz, pero allí las puedo vender a 1,50 y aquí a 0,90 como mucho. Allí me las compran con gusto porque lo valoran y aquí no… Prefiero gastar en transporte que vender aquí… porque aquí la competencia es por precio…, allí compran por calidad […]. Se promociona mejor en un mercado solo ecológico que en uno convencional” (AMM 2). Sin embargo, el volumen de producto comercializado a través de este canal es reducido (4%), debido a la inexistencia en la región de mercadillos ecológicos con periodicidad más frecuente que la anual.
Seguidamente, los canales más valorados son el pequeño comercio local, el reparto a domicilio y el consumo social. De estos tres canales, el más importante en volumen de facturación es el reparto a domicilio, en rutas a menudo muy locales que reducen los costes y se desarrollan en contextos de profunda confianza. En cuanto al reparto a grandes y distantes ciudades, el grado de formación y el manejo de nuevas tecnologías por parte de los productores tradicionales suponen un limitante de peso, mientras que el arraigo en el entorno socioeconómico local favorece el uso de canales más tradicionales, como tiendas y mercadillos semanales. El reparto a domicilio ha sido valorado de forma muy positiva, a excepción de los aspectos de visibilización del producto y relación de confianza entre productor y consumidor, ya que este es un canal de venta directa individual, en el que no son necesarias estructuras asociativas y en el que el intercambio se realiza en el ámbito privado.
En cuanto al pequeño comercio (6% de las ventas totales), se ha valorado negativamente el elevado precio de venta final, los costes económicos de la distribución y la complejidad de la gestión de pedidos, cobros y repartos. Por su parte, el consumo social (comedores escolares, residencias geriátricas y otros comedores colectivos) es altamente valorado excepto en los precios a la baja marcados por el cliente y por la dificultad de adaptación de los productores a los rígidos plazos de estos establecimientos. Sin embargo, su presencia en la región es despreciable, ya que se ha registrado tan solo una experiencia piloto, que duró una semana.
El canal que de manera indiscutible absorbe mayores volúmenes de producción (77%) son los grupos y asociaciones de consumo, que en muchos casos es canal único o ampliamente mayoritario. A pesar de la existencia de 11 iniciativas de consumo asociativo en la región en el momento de realizar el trabajo de campo, la mayor parte de estas partidas se destinan a la conurbación madrileña, donde en
2010 se contaban 90 iniciativas, muchas de ellas con un tamaño mucho mayor que las experiencias extremeñas. Sin embargo, este canal resulta poco valorado por los productores, amén de la elevada complejidad en la gestión de los pedidos y cobros y de los elevados costes económicos del transporte. En cualquier caso, resultaba muy valorada la estabilidad de esta demanda, así como los precios percibidos a través de este canal, y especialmente la recompensa simbólica que supone la alta valoración del trabajo del agricultor por parte de los consumidores, así como la relación de confianza y cooperación que se establece de forma directa e inmediata entre ambos polos de la cadena de valor.
Por último, la venta a restaurantes resulta despreciable en cuanto a la proporción de producto comercializado y, a su vez, resulta poco valorada. En general, las razones apuntadas han sido la poca sensibilidad del sector de la restauración en cuanto al producto ecológico y la dificultad en la gestión de pequeños pedidos.
Las estrategias de los productores en la Comunidad de Madrid
El perfil mayoritario de las iniciativas entrevistadas en la Comunidad de Madrid muestra una escasa vinculación con el sector agrario convencional tradicional, que, por otro lado, prácticamente ha desaparecido en las últimas décadas y actualmente es muy reducido (0,7% de la población activa agraria). La Comunidad de Madrid ha sufrido una fuerte desagrarización, que ha tenido como consecuencia que no existan horticultores ecológicos que provengan de la agricultura convencional. Se trata, por lo tanto, de un sector nuevo e incipiente (son muy pocas las explotaciones ecológicas con más de 10 años de existencia), que constituye la primera generación de la agricultura ecológica en la Comunidad de Madrid.
En la mayoría de los casos tenemos superficies de cultivo limitadas, que no llegan a generar ingresos suficientes como para mantener un puesto de trabajo completo. Es un grupo de personas con alto nivel educativo, que busca de manera consciente y por decisión personal una alternativa laboral y de vida en la actividad agraria. El tamaño medio de las fincas es el doble de la superficie de cultivo, lo que muestra incapacidad para comercializar la totalidad del producto, especialmente en los proyectos más recientes, con estrategias de comercialización aún en construcción.
Es importante destacar la importancia del apoyo institucional en la aparición de nuevas iniciativas de este tipo, como es el caso del programa de Agroecología del Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, que ofrece tierras certificadas en ecológico e infraestructura de riego a precios de alquiler muy bajos. Por otro lado, resulta reseñable la presencia del modelo de “cooperativas agroecológicas” integrales, que reúnen producción y consumo en una misma entidad y que han tenido un desarrollo significativo en la región desde el año 2000. Estas estructuras han dinamizado el surgimiento de nuevos proyectos que, partiendo de su misma filosofía, están también jugando un rol importante en el sector ecológico de Madrid, demostrando que otras formas de consumir y relacionarse son posibles.
En la mayoría de los casos la estrategia es multicanal, ya que, aunque exista un canal principal, se hace uso de otros canales para completar las ventas, llegando a alcanzar una media de 2,8 canales utilizados en cada explotación y el 76% de las explotaciones que utilizan más de un circuito corto. En los proyectos más antiguos se detecta cierta tendencia conservadora hacia comercializar a través de los canales que les parecen más cómodos, ya que eliminan las relaciones con el cliente final (especialmente, pequeño comercio especializado). Estas estrategias son dinámicas y seguramente evolucionen con el tiempo, sobre todo en los proyectos más jóvenes, que aún se están asentando.
La mayoría de los proyectos antiguos han tenido una vinculación más estrecha con redes sociales implicadas en la construcción de modelos alimentarios alternativos o una trayectoria en la economía social. Como consecuencia, han escogido formas de comercialización vinculadas a los grupos de consumo. Para la mayoría de estos proyectos es más fácil acceder a estos circuitos comerciales, porque existen contactos y están más familiarizados con las dinámicas de ese entorno. Estos proyectos han generado vínculos con grupos de consumo muy organizados y con mucha trayectoria.
En los últimos tres años han surgido muchos proyectos nuevos, con diversidad de motivaciones, que van desde la generación de trabajo para personas con diversidad funcional hasta el autoempleo. Estas nuevas experiencias no siempre están articuladas con los movimientos sociales y, por lo tanto, sus estrategias de comercialización están vinculadas a circuitos en los que pueden tener más facilidad para vender su producto aprovechando sus redes personales, tales como el reparto en finca y a domicilio.
Tabla 9.4. Valoración por parte de los productores madrileños de los distintos canales cortos utilizados

Costes de tiempo 2,5 3,5 3,5 2 4 4,5 4 4,25 2 2,5
Costes económicos 3 3 4,5 4 3,5 3 2 4,5 2 2,5
Facilidad de gestión del transporte 3 4 4 5 4 1,5 4,5 4,5 2 4
Facilidad de gestión del canal 3 4 3,5 5 3 3,5 4,5 3,5 2 3,5
Frecuencia y constancia de la venta 4 4 3 2 4 2,5 4 3,5 3 2,5
Promoción del producto 4 4 2,5 3 3 4 2 3,5 4 4,5
Relacción con el cliente 4 3,5 4 5 3 4 1,5 2,5 4 2,5
% del volumen de venta 33,5 11,5 2,6 0,8 22,9 4,9 1,7 0,3 20,5 1,2
Precio/Kg de tomate 2,2 2,25 1,8 1,8 1,75 2,9 2,08 2,14 2,3 2,45
Nota media del canal 3,35 3,71 3,57 3,71 3,5 3,28 3,21 3,75 2,71 3,14
En la tabla 9.4 se han recogido las valoraciones medias asignadas a los distintos canales por los productores encuestados en la Comunidad de Madrid. Tan solo se han incluido las valores relativos a las 16 encuestas en que se utilizaba más de un canal corto. Cabe resaltar que, en este caso, la totalidad de la producción hortofrutícola ecológica se comercializa como tal, percibiendo, por lo tanto, los precios premio correspondientes. A su vez, el porcentaje de producto comercializado a través de canales largos ha resultado ser tan solo del 5%, que se comercializa a través de distribuidoras especializadas en producto ecológico. El total de la superficie comercializada como ecológica, incluyendo CCC y distribuidora, es de 49 hectáreas.
En la tabla aparece una nueva categoría de CCC (“distribuidoras sociales”) que no existían o no resultaban relevantes en el ámbito de la Comunidad de Extremadura. Entendemos por distribuidoras sociales aquellas entidades que intermedian entre producción y consumo para concentrar la oferta en el origen o el destino de las producciones, desde una vinculación asociativa con ambos eslabones de la cadena productiva; que se basan en criterios de justicia social y transparencia en cuanto a precios, márgenes y conocimiento entre los distintos eslabones, y que se centran en la distribución a grupos de consumo u otras redes alimentarias alternativas. A pesar de que el volumen de ventas no es importante en este canal, se ha considerado de interés su inclusión en el estudio, ya que supone una categoría emergente que se expande con cierta velocidad. A su vez, se ha eliminado del análisis la categoría de “consumo social”, ya que no existen experiencias de este tipo en la región.
Los CCC son la principal vía de comercialización para los horticultores ecológicos de Madrid, y son los grupos de consumo los que tienen el mayor porcentaje de ventas, seguidos de las tiendas y de la venta directa a particulares. De ahí que muchos productores consideren que los grupos de consumo han sido muy importantes en la dinamización del consumo ecológico en Madrid. Observando la tabla 5 podemos ver cómo el canal mejor valorado es el menos usado (las distribuidoras sociales) y el peor valorado es el segundo más usado (la venta directa a particulares).
Las distribuidoras sociales son un modelo de distribución innovador vinculado exclusivamente con el mercado de alimentos ecológicos. Surgen de la confluencia entre la agroecología y los proyectos de economía social vinculada al cooperativismo. La propuesta es generar un nuevo concepto de intermediación, que pretende optimizar las distintas estrategias de comercialización de los productores y las necesidades de los consumidores. Por un lado, facilitan el acceso al alimento local y ecológico a consumidores con mayor dificultad para participar de circuitos cortos que requieren cierta implicación personal, como los grupos y asociaciones de consumo, ya que no exigen procesos de autoorganización en el consumo. Por otro lado, concentran físicamente la demanda en puntos colectivos de reparto que abaratan los costes de distribución respecto al reparto individual a domicilio, de forma análoga al formato de grupos y asociaciones de consumo. Este canal está muy valorado por los productores debido a la simplificación que supone delegar las labores comerciales y la concentración de la demanda en destino, así como por la relación de confianza y cooperación que se establece entre productor y distribuidor. El alza de los costes que supone la intermediación está limitando el desarrollo de estas iniciativas, que está resultando más lento que en otros países de nuestro entorno, como Francia.
A continuación, los canales más valorados son los de venta directa en finca y en mercadillo de productores, con igual nota media. Ambos canales absorben volúmenes muy diversos, mostrando las ferias un gran peso en las ventas totales, mientras que la venta a pie de finca muestra valores casi despreciables, que a su vez se concentran en dos de las iniciativas de producción encuestadas. A su vez, los beneficios e inconvenientes de cada canal son divergentes. Por un lado, en la venta a pie de finca se acusa la mayor dedicación en tiempo requerida, y la inconstancia e inestabilidad de las ventas, mientras que se valora muy positivamente la relación de confianza y el potencial de sensibilización hacia el consumo, así como la eliminación del transporte y de la gestión de cobros y pedidos. Por contra, en las ferias y mercadillos se acusan los costes que suponen los desplazamientos y los costes de tiempo que estos acarrean, mientras que se valora la difusión del producto y la consiguiente captación de clientes, así como la estabilidad y frecuencia en las ventas. A su vez, en este último canal se consiguen altos precios por el producto.
Se valoran positivamente canales con intermediarios, como la venta a través de pequeño comercio y la venta a restaurantes, de los cuales el primero de ellos resulta el segundo canal en volumen de ventas totales (22,90%) y el segundo, muy poco significativo. En el pequeño comercio se aprecia el volumen y la frecuencia de la demanda, que facilita una gestión más sencilla y estructurada de los repartos, pedidos y cobros. Se pierde, sin embargo, relación con el cliente final, y se acusan problemas en la valoración del producto por parte del comerciante, además de una mayor presión sobre el precio en origen. Respecto a los restaurantes, el principal valor es la relación directa con el propio establecimiento y la sencillez de la gestión de repartos, cobros y pedidos, mientras que se considera que los establecimientos no valoran ni promocionan adecuadamente el producto y que presionan a la baja sobre los precios en origen. Dos productores han puesto en marcha tiendas propias que, sin embargo, absorben de momento un escaso volumen de producción y son escasamente valoradas: “Lo peor…, horarios amplios, gestión compleja y gastos fijo” (F13); “La gestión y el gasto fijo” (F16).
El canal que absorbe un mayor volumen de ventas son los grupos y asociaciones de consumo (33,52%), que, sin embargo, obtienen una escasa valoración respecto a otros canales. En general, se valora de forma muy negativa los altos requerimientos en tiempo y en transporte para la gestión de pedidos y distribución: “Hay que ser muy organizado y yo no lo soy” (F2); “Hay que estar muy atento a las particularidades” (F4); “(Es una) comunicación compleja porque suele cambiar la persona interlocutora” (F7). Sin embargo, se valora de forma positiva la relación con el cliente, el precio percibido y el papel que representan estas iniciativas en la expansión del consumo interno (López, 2011): “Se involucran mucho” (F2) y “Se generan vínculos personales” (F6).
Por último, resultan escasamente valoradas fórmulas de comercialización individual, como son las ventas online y el reparto a domicilio, que resultan extremadamente costosas en cuanto a gestión de pedidos y transporte, y que no generan relaciones satisfactorias entre producción y consumo. En el primer caso se simplifica la gestión de pedidos y se alcanzan los mayores precios en origen, aunque los elevados costes de distribución encarecen el producto y limitan el desarrollo del canal. El segundo caso absorbe más del 20% de las ventas totales y permite una relación más satisfactoria con el cliente. Sin embargo, entraña una elevada complejidad y costes en la distribución y la gestión de pedidos.

Conclusiones. Estrategias diversas y tendencias asociativas en un panorama en rápida evolución
Resulta destacable la generalización de las estrategias multicanal en los dos contextos, con una media de 2,55 en el total de la muestra, siendo un 2,3 en Extremadura y 2,8 en Madrid, a pesar de que en ambos territorios hay una proporción importante de las explotaciones que superan los 4 canales cortos. Estas estrategias son dinámicas y seguramente evolucionen con el tiempo, sobre todo en los proyectos más jóvenes, que aún se están asentando. En los proyectos más antiguos se detecta cierta tendencia conservadora a limitarse a un número reducido de canales que se ajustan bien al perfil y condiciones de la iniciativa.
Como ponen de relieve los datos expuestos, cada distinto tipo de canal corto analizado ofrece unos beneficios y problemáticas definidos y diferentes; y los productores tratan de establecer sus propias combinaciones en función de su contexto territorial y de la naturaleza de su explotación. La mayor parte de los productores combinan los grupos de consumo con las ferias y mercadillos, especialmente aquellos pequeños productores con fincas diversificadas y especialmente en el entorno urbano. La complementación entre estos dos canales se realiza por dos razones principales: el parón estival en los grupos de consumo se compensa con la multiplicación de ferias en los meses de verano; y los elevados costes económicos y en tiempo de los mercadillos se compensan con los contactos que se establecen en estos eventos, que son recogidos en forma de nuevos clientes cotidianos en canales como la venta a pie de finca, el reparto a domicilio y, especialmente, la creación de nuevos grupos de consumo. Los productores han valorado muy positivamente, además, el establecimiento de redes entre productores y el refuerzo personal que suponen los mercadillos y ferias como espacio de encuentro entre productores.
Los grupos y asociaciones de consumo son, con mucho, el canal corto más utilizado en amplios territorios. Sin embargo, este supone un canal que presenta numerosas problemáticas en opinión de los productores. Este modelo requiere de un trabajo importante en cuanto a la gestión de pedidos y cobros, y en la preparación de los envíos, que a veces no se compensa con el volumen de cada envío. El alto requerimiento en tiempo y energía de cara a mantener relaciones de confianza y cooperación entre producción y consumo se compensa con una alta valoración, por parte del consumo, hacia quien produce. Sin embargo, los productores han manifestado preferencias claras por canales con mayores volúmenes y con requerimientos de gestión más sencillos.
En este sentido, en la Comunidad de Madrid se ha valorado, por encima de cualquier otro canal, modelos de distribución a través de intermediarios para la concentración de la oferta en destino. Las denominadas “distribuidoras sociales” suponen una fórmula emergente que, en este sentido, permitiría algunos de los elementos más positivos de la fórmula de grupos de consumo (optimización de la distribución final, transparencia y construcción de confianza), a la vez que aligeran la carga de trabajo de gestión para los productores.
La escasa valoración que reciben las ventas online debe ser puesta en cuestión. Una gran proporción de las experiencias analizadas se apoya en herramientas online para la comercialización de sus productos, a pesar de que muy pocas ventas se consuman por medio de pasarelas de pago u otros sistemas de pago online. En este sentido, se multiplican los blogs y páginas web que articulan la relación y construyen confianza entre producción y consumo para mercadillos, restaurantes, pequeño comercio, venta a pie de finca y ventas online. Y la práctica totalidad de los grupos de consumo se apoyan también en herramientas online para gestionar pedidos entre producción y consumo. Por último, cada vez están disponibles más herramientas web que ponen en contacto producción y consumo, ya sea de forma gratuita o mediante alquiler de espacios web, y para formatos de consumo colectivo o individual. Sin embargo, el reparto a domicilio ha sido poco valorado en el contexto madrileño, ya que las grandes distancias recorridas y la dificultad para el transporte en un área metropolitana dificultan y encarecen la distribución.
Un aspecto sorprendente revelado por el estudio es la escasa presencia de producto ecológico en restaurantes y pequeño comercio tradicional, en ambos territorios, a pesar de que este último, en el caso extremeño, es el tercer canal que más volumen absorbe. Mientras que diversos estudios señalan estas dos vías de comercialización como un espacio relevante para la visibilización del producto ecológico , los agricultores entrevistados han expresado frustración generalizada acerca de las escasa promoción y aprecio de esos establecimientos hacia el producto local y ecológico. Resulta significativo, a su vez, la limitada presencia de iniciativas de consumo social y compra pública, frente a otras regiones (especialmente Andalucía, Euskadi y Catalunya) en las que estas iniciativas han recibido un mayor apoyo134. La falta de apoyo institucional define directamente, en este caso, el desarrollo o no de estos canales específicos de comercialización. Esta situación indica a su vez, de forma indirecta, la debilidad del sector ecológico en ambos territorios, al menos en cuanto a su capacidad de incidencia política en el contexto regional.
Los CCC han experimentado un crecimiento exponencial en la Comunidad de Madrid en los últimos años, pero se pueden observar signos de debilidad en cuanto a la capacidad organizativa y la gestión de la distribución. Si existe una gran demanda y una escasa producción, ¿por qué la mayoría de los horticultores ecológicos de la Comunidad de Madrid entrevistados han expresado dificultad para sacar al mercado sus productos? La demanda de productos hortícolas de los CCC madrileños no se cubre con las producciones locales, debido a una carencia en los mecanismos de visibilización de la oferta, y especialmente por un escaso desarrollo de estructuras y mecanismos de estructuración de la oferta en origen, que impide al consumo acceder a una oferta variada y estable a través de un número de proveedores reducido. Por ello, las distintas formas de concentración de la demanda en destino están prefiriendo, en muchos casos, dirigirse a distribuidoras especializadas en el mercado interior ecológico, capaces de solventar estos cuellos de botella mediante sistemas de distribución muy sencillos para el consumidor final.
En el contexto extremeño, en los últimos años se ha congelado el crecimiento en superficie ecológica certificada, especialmente en el cultivo de olivar y pastos. Sin embargo, las experiencias hortofrutícolas volcadas en CCC son cada vez más numerosas y, sin embargo, muestran grandes problemas para comercializar su producción. Los principales limitantes en este sentido son la dispersión territorial y la reducida densidad de población, la muy limitada demanda interior regional y los elevados volúmenes de producciones monoespecíficas que se generan en las fincas que han iniciado el proceso de conversión al cultivo ecológico. La necesidad de buscar mercados extrarregionales (principalmente, Madrid y las capitales andaluzas) se topa con los requerimientos de los incipientes tejidos urbanos de CCC en cuanto a diversidad y estabilidad temporal en el suministro, muy difícil de conseguir para explotaciones aisladas.
Los dos territorios en los que se ha desarrollado el trabajo de campo presentan situaciones casi opuestas en cuanto a concentración de población y de producciones agrarias y que, a su vez, resultan complementarias. Extremadura es productora agraria neta y la tercera comunidad autónoma en superficie ecológica certificada hasta 2012, y Madrid es consumidora agraria neta. Por ello, mientras que la práctica totalidad de las producciones madrileñas se comercializaban en circuito corto, las explotaciones encuestadas en Extremadura comercializan tan solo una media del 45% de sus producciones a través de circuito corto, si bien este porcentaje se reduce en gran medida en las explotaciones más grandes y veteranas, a menudo centradas en producciones menos diversificadas. La mayor concentración de población con elevado nivel cultural en esta región puede incidir en esta dinámica, ya que es este segmento de población el principal demandante de alimentos ecológicos , y en una región eminentemente urbana resulta más difícil acceder directamente a los productores. Sin embargo, el mayor peso relativo de explotaciones profesionales en transición hacia modelos agroecológicos hace que los modelos más convencionales (producciones relativamente grandes, poco variadas y enfocadas a canales largos) aún tengan una presencia muy importante. A partir de la comparación de los resultados obtenidos en cada territorio, podemos detectar diferencias en la valoración que hacen los productores de los distintos canales.
La mayor densidad de población en la Comunidad de Madrid y la mayor demanda relativa de alimentos ecológicos permiten la existencia de canales más variados y un mayor reparto de las cotas de mercado por cada canal. Los grupos de consumo suponen en ambos casos el principal canal corto, en cuanto a volumen de ventas. Sin embargo, reciben una valoración mucho más alta en Extremadura que en Madrid. Hay que tener en cuenta que el consumo de productos ecológicos en Extremadura es todavía incipiente y el poco consumo organizado que existe tiene un fuerte compromiso con los productores. En cambio los mercadillos y ferias tienen mayor incidencia en Madrid, ya que la alta concentración de población que existe en esta comunidad permite que este tipo de eventos tengan gran afluencia de público y supongan un éxito para los productores. En Extremadura el territorio está más fragmentado a nivel poblacional y estos eventos son todavía incipientes, con una frecuencia anual y un carácter demostrativo en todos los casos. De hecho, la mayor parte de las ventas en mercadillos de los productores extremeños se realiza en eventos del ámbito territorial madrileño.
Ambas situaciones señalan una fuerte necesidad, en los dos territorios, de crear estructuras asociativas en origen para la concentración de la oferta. Estas estructuras deben responder a las condiciones de dispersión, inestabilidad y reducidos volúmenes que muestra la demanda interior de alimentos ecológicos, y especialmente los CCC. Para ello las estructuras cooperativas tradicionales resultan inadecuadas, al estar centradas en producciones monoespecíficas para grandes clientes, ya sea a través de los canales de comercialización tradicional o moderno. Por lo tanto, en distintas comunidades autónomas (sobre todo, en el arco mediterráneo y en Euskadi) se están creando nuevas estructuras asociativas en origen para la comercialización, específicas para el mercado interior ecológico a través de CCC. Estas nuevas estructuras deben adoptar estructuras flexibles capaces de sobrevivir en un mercado inestable y cambiante. Para ello minimizan las inversiones y gastos fijos colectivos, y combinan las vías comerciales individuales con las colectivas.
Algunos CCC, como los mercados de productores, empiezan a contar con cierto apoyo institucional, alcanzando así una proyección relevante en ciudades de tamaño medio y grande del contexto estudiado. Sin embargo, otros CCC tienen que abrirse camino y desarrollarse dentro de lógicas voluntaristas y de autoorganización, y no siempre los ritmos de implantación se corresponden con las necesidades de los actores involucrados. Un reforzamiento en el apoyo público a este tipo de iniciativas, por medio de acciones de información y promoción hacia el consumo, resultaría clave, así como en el acceso a infraestructuras logísticas y el apoyo a la coordinación de los productores en origen. Sin embargo, otras acciones de coste cero, como el desarrollo de las excepciones al Paquete Higiénico Sanitario para la comercialización en el ámbito local, resultarían quizá de mayor ayuda. Una adecuada formación de técnicos de la administración sanitaria y de los propios productores, de cara la correcta aplicación de las normativas sanitarias y de trazabilidad a las pequeñas producciones que circulan en contextos locales, también supondría un importante apoyo en el desarrollo de estos nuevos mercados.
La optimización de los distintos CCC y la posibilidad de responder a la demanda de variedad y cantidad de productos demandados por el consumo es una cuestión a la que, tarde o temprano, tendrá que enfrentarse el sector. De hecho, ya existen ejemplos entre los productores hortícolas ecológicos de este modelo, como es el caso de la Cooperativa Crysopa o la asociación Verdevera, en Extremadura, o de Ecosecha y El Fresnedal, en la Comunidad de Madrid. Su incipiente desarrollo hace necesario un seguimiento de este tipo de estructuras en los próximos años, en los que se espera un fuerte desarrollo del mercado interior ecológico.
En todo caso, se hace necesario profundizar en el análisis de las estrategias de comercialización en circuito corto para otros subsectores agroalimentarios, de forma que se facilite la articulación entre producción y consumo para el conjunto de la cesta de la compra. Asimismo, resultaría de interés el complemento de los estudios cualitativos con la obtención de datos cuantitativos acerca de la economía de este tipo de fórmulas comerciales. Un mayor conocimiento de los flujos económicos –físicos y monetarios– implicados en este tipo de sistemas de circulación de los alimentos ayudaría a estimar con mayor rigor su aportación al desarrollo rural y a la sostenibilidad del sistema agroalimentario.


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