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Cuando el presente deja de ser una extensión del pasado (IV)

Raúl Zibechi :: 22.10.18

Capítulo de libro “Palabras para tejernos…”

Cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
Raúl Zibechi 31.May.14 Construcción desde abajo
Capítulo del libro “Palabras para tejernos, resistir y transformar en la época que estamos viviendo”

Cuando el presente deja de ser una extensión del pasado

Raúl Zibechi

Así, camaradas, no rindamos tributo a Europa
creando Estados, instituciones y sociedades que
derivan inspiración de ella.
La humanidad espera de nosotros
alguna otra cosa que una imitación,
algo que sería una caricatura obscena.
Frantz Fanon

Vivimos tiempos sombríos y luminosos. Masivas rebeldías
de los más diversos abajos en varios continentes conviven
con oscuros nubarrones que anuncian nuevas formas de
dominación. Vientos de guerra son agitados por imperios
decadentes que optaron por destruir la vida antes que perder
privilegios. Un vago y penetrante olor a muerte -material y
simbólica- se adivina como uno de los modos de resolver la
crisis sistémica. Ninguna novedad. A no ser por la existencia de
armas de destrucción masiva: desde el hambre de poblaciones
remotas, hasta drones lanzados al vuelo para provocar daños
colaterales.
Entre los abajos no está resultando sencillo orientarnos en
un mundo que ingresa con rapidez inusitada en el vórtice del
caos. Menos aún encontrar caminos realistas pero también
transformadores. Nos acercamos a una situación similar a la
que enfrentaban los antiguos navegantes cuando arreciaba
la tormenta lejos de las costas. En esos momentos ya no es
posible confiar en los instrumentos de navegación, ya que
los sextantes y las brújulas dejan de tener utilidad ante la
abigarrada superposición de instantes críticos capaces de
hundir la nave. Lo único, a lo que sensatamente podía apelar
la tripulación, era evitar el momento terrible del naufragio aún
57palabras para tejernos, resistir y transformar
a costa de perder el rumbo y los puntos de referencia. Cuando
pasa la tempestad, se trata de intentar saber dónde está la nave,
si es que logró sobrevivir, para lentamente reencausarla hacia
el puerto deseado.
Nos acercamos hacia momentos similares. ¿Podemos, quienes
queremos cambiar-nos en el mundo, apostar sólo a sobrevivir?
¿Cómo combinar la sobrevivencia con la creación de un
mundo nuevo? No tengo respuestas, para mal y para bien.
Para mal, porque el pasado dejó de iluminarnos el camino, en
gran medida porque los cambios sistémicos han borroneado
estrategias y tácticas; y a menudo esa herencia nos impide
entender qué nos está sucediendo. Para bien, porque el futuro
y en gran medida el presente son páginas en blanco sobre las
que hay que dibujar y, sobre todo, porque podemos y debemos
inventar y reinventarnos en estos mundos que necesariamente
vamos a tener que crear. Si sobrevivimos, claro.
Desorden y caos más que crisis
La mejor forma de no comprender lo que está sucediendo es
tratarlo como una crisis económica. No es que no exista tal
crisis, sino que ella es, apenas, una manifestación de un conjunto
de fenómenos de envergadura mayor. El más importante está
conformado por los cambios de larga duración en el sistema-
mundo: la difuminación de los contornos de la relación centro-
periferia, la decadencia de la potencia imperial hegemónica
(Estados Unidos), la emergencia de un mundo multipolar y
la transición del centro de gravedad del sistema-mundo de
Occidente hacia Oriente. A tales cambios, tan importantes,
deben sumarse: crisis ambiental que nos acerca a situaciones
de caos climático, decadencia de la civilización del petróleo
que impone el fin del consumo energético y la búsqueda
de alternativas, así como la incapacidad del patriarcado de
mantener un orden jerárquico sin contestación. Apenas podré
acercarme a las primeras, sin olvidar que las tres últimas tienen
58cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
consecuencias no menos importantes que aquellas.
El sistema-mundo está ordenado en torno a un centro y una
periferia (y, según algunos, también una semiperiferia)1 . Esta
es la característica central del mundo capitalista, que explica
cómo se distribuyen y concentran el plusvalor y las riquezas
que se apropian y expropian. Esta división del mundo en
centro y periferia subordina todas las demás contradicciones, y
soy conciente que esta es una afirmación polémica. Immanuel
Wallerstein analiza el sistema-mundo de la siguiente manera:
una sola unidad con una división extensiva y geográfica del
trabajo y múltiples sistemas culturales y políticos; los países
no tienen economías, sino son parte de la economía-mundo
con una división del trabajo tripartita en zonas: central, semi-
periférica y periférica 2.
En estos momento estamos atravesando un cambio
impresionante: el centro dejó de ocupar el lugar central,
estamos ante una desarticulación geopolítica sistémica que
supone que todo el edificio está siendo sacudido. Este edificio
se mantuvo estable durante cinco siglos, por lo que podemos
decir que es un cambio de muy larga duración. En este largo
tiempo pasamos de la hegemonía de Venecia a la de Génova,
luego a la hegemonía de Amsterdam y más tarde del Reino
Unido; finalmente, llegamos a la de Estados Unidos y en
todo ese trayecto, la división centro-periferia siguió siendo la
principal división del trabajo en el sistema-mundo.
En segundo lugar, el dominio de Occidente está en cuestión y
todo indica que el centro de gravedad se está trasladando hacia
Oriente; hacia Asia, con un papel preponderante de China e
1 En esa terminología, el centro es el mundo desarrollado, industrializado, de-
mocrático –el primer mundo-, y la periferia el mundo subdesarrollado o tercer
mundo, exportadores de materias primas
2 Immanuel Wallerstsein, El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista
y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI, Siglo XXI, México,
1988, pp. 489 y ss.
59palabras para tejernos, resistir y transformar
India. No será sólo un cambio económico, como suele afirmarse
en los medios de comunicación y a menudo, también, en los
académicos. Se estima que el PIB de China sobrepasará al de
Estados Unidos hacia 2016 o 2020, el de India al de Japón y el
de Brasil al de Alemania. Pero esto no es lo único.
¿Cómo sería un mundo centrado en Asia? ¿Podemos seguir
pensando en los mismos términos cuando nos referimos a
movimientos sociales, autonomía, sociedad civil, etcétera?
¿Qué consecuencias tendrá en el largo plazo este “viraje
civilizatorio”, en relación con el pensamiento crítico y la
emancipación? Las tres fechas universales que celebramos
quienes vivimos para la emancipación (1 de mayo, 8 de marzo
y 28 junio) nacieron en el mismo país y son referente de los
oprimidos y oprimidas de Occidente. Nuestro imaginario
revolucionario y rebelde está inspirado en las revoluciones
francesa y rusa y tiene un indudable cuño eurocéntrico. Desde
el punto de vista de la lucha anticapitalista y antipatriarcal,
¿qué nos aporta Oriente? En modo alguno pretendo insinuar
que Oriente no contenga tradiciones emancipatorias, sino que
estamos a punto de ingresar en un terreno desconocido: el
de una civilización diferente a la occidental, ni mejor ni peor,
con otras tradiciones revolucionarias que debemos descubrir,
aprehender e incorporar, en la medida que las consideremos
compatibles con nuestra lucha libertaria.
El tercer aspecto es que estamos asistiendo al nacimiento de
un mundo multipolar que tendrá especiales repercusiones
en América Latina y sobre todo en América del Sur. Será la
primera vez en cinco siglos que este continente tendrá una
hegemonía “interior” y no de una potencia extra continental.
Me refiero a la hegemonía brasileña, que está llamada a tener
hondas repercusiones en toda la región sudamericana, y muy
en particular, en los pequeños y medianos países. Pensemos
que zonas enteras de Paraguay y Bolivia están siendo
60cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
ocupadas por colonos y empresarios brasileños. Esto hace que
exista una dependencia económica de estos paises respecto
a un vecino que tiene un PIB entre cincuenta y cien veces
superior, una superficie de diez a veinte veces más grande y
una población de veinte a cincuenta veces mayor. Esas brutales
asimetrías “se complementan” con un desborde demográfico
que ya ha reconfigurado regiones fronterizas y departamentos
estratégicos como Santa Cruz (Bolivia) y varios departamentos
paraguayos. Quiero decir que hay un cambio respecto al
imperialismo yanki que merece ser reflexionado.
En paralelo, se registra una preocupante separación conceptual
y política entre América del Sur y América Latina, que va de
la mano del nacimiento de gobiernos progresistas en la región
y, de modo muy particular, del ascenso del gobierno del PT en
Brasil. Carlos Walter Porto Gonçalves destaca que América
Latina habría emergido como concepto en el siglo XIX para
oponerse al ascendente imperialismo yanki, pero que con
el declive de la hegemonía estadounidense se produce una
reconfiguración geopolítica funcional a las grandes empresas
brasileñas que se expanden en la región:
Si América del Sur se desvincula de la hegemonía
estadounidense ejercida sobre todo a través de la OEA, con
eso se abandona también una tradición que se construyó con/
contra Estados Unidos a través de la idea de América Latina,
y se vacía su contenido antiimperialista. Además, la afirmación
de una América del Sur reconoce, en los hechos, la hegemonía
estadounidense en América Central y el Caribe. 3
Es evidente que cambios de esta envergadura van a remodelar
no sólo el sistema-mundo; sino a generar, durante el tiempo
que dure el proceso más intenso de cambios, un elevado nivel
3 Carlos Walter Porto Gonçalves, “”Ou inventamos ou erramos. Encruzilha-
das da Integraçao Regional Sul-americana”, IPEA, 2011, p. 21.
61palabras para tejernos, resistir y transformar
de inestabilidad y lo que llamaos caos sistémico.
El caos sistémico ha sido definido por Arrighi y Wallerstein
como una situación en la cual los marcos institucionales del
capitalismo histórico ya no consiguen neutralizar los conflictos
sociales, las rivalidades interestatales e interempresariales y
la emergencia de nuevas configuraciones de poder. Se crea
entonces en el sistema mundial una dualidad entre la anarquía
y la reorganización institucional impulsada por nuevas fuerzas
estatales y sociales 4.
Sin embargo, el análisis del mismo Arrighi sobre el ascenso
de China como una vía posible para que otras naciones del
mundo “puedan no sólo desarrollarse sino también insertarse
en el orden internacional de una forma que les permita ser
verdaderamente independientes”, no parece pertinente5.
Arrighi argumenta que China ofrece a los países del Sur
términos más generosos para acceder a sus recursos naturales
que las empresas multinacionales del Norte, ya que libra
créditos con menores obligaciones políticas, sin caras tasas de
consultoría y construye grandes complejos de infraestructura
a la mitad del coste que ofrecen las empresas y gobiernos
occidentales.
En su opinión, China mantiene tradiciones de acumulación
sin desposesión, algo que diferencia su proceso de conversión
en gran potencia del camino recorrido por los países
coloniales europeos. La transformación agraria china se
produjo sin separar a los productores agrícolas de la tierra
y protegió la independencia económica de los campesinos;
la modernización, a diferencia del caso ruso, se procesó sin
destrucción sino mediante la mejora económica y educativa
4 Ver por ejemplo, Immanuel Wallerstein, “Paz, estabilidad y legitimación:
1990-2025/2050”, en Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos, Akal,
Madrid, 2004 y Giovanni Arrighi y Beverly Silver, Caos y orden en el sistema-
mundo moderno, Akal, Madrid, 2001.
5 Giovanni Arrighi, Adam Smith en Pekín, Akal, Madrid, 2007, p. 397.
62cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
del campesinado6 . Por eso, sostiene que si se mantiene en esa
tradición diferenciada, “es probable que esté en condiciones de
contribuir decisivamente al surgimiento de una comunidad de
civilizaciones auténticamente respetuosa hacia las diferencias
culturales” 7.
La experiencia latinoamericana no nos permite coincidir
con Arrighi en este punto. Estamos viviendo un proceso
que para los de abajo consiste en un nuevo colonialismo o
una salvaje re-colonización: acumulación por desposesión,
que en realidad es acumulación por guerra. No hay mayor
diferencia entre las mineras canadienses y las chinas, entre las
megaobras del Norte y las que encabeza Brasil como parte
de la IIRSA. Pienso que un mundo multilateral, con varios
polos de poder, es menos malo para los pueblos que un mundo
unipolar porque abre otras posibilidades de resistencia, ya que
esos diversos poderes chocan y se confrontan y eso genera
inestabilidad en la dominación. Pero aún está por demostrarse
que los proyectos de China y Brasil sean algo diferente en su
esencia al imperialismo/colonialismo del Norte. Aunque debe
reconocerse que por ahora no practican guerras de ocupación
y pillaje.
Qué movimientos para qué mundo
Los movimientos de los abajos son los principales promotores
de estas transiciones, pero a su vez están siendo vapuleados
por ellas. La actual crisis sistémica ha sido precedida por
un fenomenal ciclo de luchas que llamamos revolución
de 1968. Es un ciclo muy fuerte, en el que la lucha contra
el autoritarismo abarcó la familia y la escuela, el cuartel y el
hospital, el manicomio y el taller. O sea, no dejó espacio de la
vida cotidiana sin atravesar y modificar.
6 Idem, pp. 375-389
7 Idem, p. 403.
63palabras para tejernos, resistir y transformar
En América Latina despuntaron nuevos actores: mujeres,
jóvenes, indios, afrodescendientes, sin tierra, sin techo, sin
trabajo, eso que la ciencia social denomina “minorías” y que
son la inmensa mayoría de la humanidad. Fue la lucha social
la que abrió una crisis de una profundidad inaudita, de la que
aún no hemos salido. Con las luchas de los años 60 surge un
nuevo patrón que diferencia esta transición sistémica de las
anteriores:
En resumen, mientras que en las anteriores crisis hegemónicas
la intensificación de la rivalidad entre las grandes potencias
precedió y configuró de arriba abajo la intensificación del
conflicto social, en la crisis de la hegemonía estadounidense
esta última precedió y configuró enteramente aquella. Se puede
detectar una aceleración análoga de la historia social en las
relaciones entre conflicto social y competencia interempresarial.
Mientras que en las anteriores crisis hegemónicas el primero
siguió la pauta marcada por la intensificación de la segunda,
en la crisis de la hegemonía estadounidense una oleada
de militancia obrera precedió a la crisis del fordismo y la
configuró.8
La revuelta de los abajos y la crisis de los de arriba son dos
caras de un mismo proceso. El énfasis en el capital financiero,
la fase financiera de la economía que es acumulación por
desposesión, va de la mano de la militarización de la política.
Por duros que sean los procesos que vivimos -las guerras
en Colombia, Guatemala y México, la criminalización de
la pobreza en los barrios marginalizados, la minería a cielo
abierto y los monocultivos- debemos entender que fue nuestra
rebelión la que llevó al capital a abandonar el modelo del
desarrollo anclado en la producción fabril donde ya no podía
seguir acumulando. No somos los culpables, sino otra cosa:
8 Giovanni Arrighi y Beverly Silver, op cit., p. 219.
64cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
es la potencia y el poder adquirido por los de abajo lo que los
llevó a cambiar de estrategia. Tenemos que hacernos cargo de
lo que hicimos para seguir avanzando. Por eso digo que los
movimientos provocaron la crisis del sistema y son, a su vez,
víctimas de esa crisis.
Estamos ahora ante nuevos problemas, ante la necesidad de
enfrentar situaciones para las cuales la generación anterior de
movimientos antisistémicos no tiene respuestas. Hasta este
período nacido con el neoliberalismo, los movimientos más
importantes eran el sindical, el estudiantil y el campesino.
Eran movimientos estadocéntricos en un período en el
cual el Estado-nación respondía básicamente a un modelo
centrado en el desarrollo por sustitución de importaciones, la
soberanía nacional y el Estado del Bienestar, aún con todas las
limitaciones y desfiguraciones que tuvo en América Latina.
Como todo movimiento estadocéntrico descansaba en la
figura de la representación porque sus prácticas consistían
en el vínculo con el Estado, ya sea para reclamar, negociar o
confrontar.
Pero durante este período de acumulación por guerra, se trata
de abordar nuevas tareas, de asumir los nuevos desafíos, ya
que los estados dejaron de jugar aquel papel de mediación
y de dirección de los destinos de la nación y fueron siendo
marginados por el capital transnacional a un lugar secundario
en el que juegan básicamente una sola y fundamental tarea:
controlar, contener y reprimir a esa mitad de la población que
el nuevo modelo considera superflua (y peligrosa) porque ya
no es posible integrarla ni como fuerza de trabajo ni como
consumidores, en tanto que el grueso de las mercancías
que producen los países de la región se consumen en otros
continentes y, muy a menudo, ni siquiera forman parte del
consumo humano. Esa mitad aproximada de la población
“sobrante” debe ser encerrada en campos de concentración,
sub-alimentada con políticas sociales a las que se destina
65palabras para tejernos, resistir y transformar
menos del 1% del PIB y rigurosamente vigiladas detrás de
muros y alambradas. La biopolítica incluye el encierro a cielo
abierto.
Son esos masas marginalizadas las que no tienen nada que
perder más que sus cadenas, y es con ellas que trabajamos para
crear nuevo sujetos rebeldes y movimientos antisistémicos.
“Abajo y a la izquierda” es el campo de concentración pronto a
convertirse en campo de exterminio. Es en esas condiciones y
en esos espacios en donde trabajamos para cambiar el mundo:
vigilados, perseguidos, amenazados permanentemente. Por
eso es tan difícil construir. Quien crea que exagero, que de
una vuelta por los resguardos nasa del norte del Cauca, por
cualquier territorio indígena y por cualquier favela o barrio
popular de nuestras ciudades.
¿Podemos llamarle “movimiento social” a sujetos y acciones
colectivas que nacen en estas condiciones y territorios? En
el campo de exterminio no funciona la división entre lo
político y lo social. Eso sirve para otras realidades, para las
clases medias europeizadas de nuestras metrópolis. Por eso,
cualquier movimiento es necesariamente antisistémico, como
cualquier acción colectiva en el campo de concentración no
puede existir sino para destruirlo. (Quien ha sido prisionero,
sabe que lo único que no aceptan los guardias son reclamos
colectivos.)
En el campo de concentración tampoco funciona la estrategia
en dos pasos: tomar el poder para luego cambiar las cosas. En
el campo, tomar el poder es equivalente a destruir el campo
como lugar de aniquilación/control de la vida. ¿Qué se puede
hacer en esas condiciones? Juntarse con otras, abrir espacios,
y en esos espacios ensayar/preparar la rebelión. ¿No es eso
lo que vienen haciendo los movimientos antisistémicos en
las dos últimas décadas? En nuestras sociedades actuales,
marcadas a fuego por la acumulación por despojo, son prácticas
anticoloniales o descolonizadoras.
66cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
Pensar/actuar en movimiento
¿Por qué necesitamos pensar/actuar en movimiento? En
primer lugar, porque los subalternos, los de abajo, sólo nos
volvemos visibles cuando nos movemos, cuando reclamamos,
cuando exigimos, cuando dejamos la pasividad y la inercia. De
lo contrario, todo el escenario es ocupado por el arriba, en sus
más diversas manifestaciones, derecha e izquierda, laico o no
laico, académico o político.
En segundo lugar, porque movernos es dejar de ser lo que
éramos cuando no nos movíamos. No pienso en términos de
“movimiento social”, una categoría que debe ser repensada a
la luz de nuestra realidad colonizada. Movimiento social es un
concepto creado para dar cuenta de lo que sucedió a partir de
la década de 1960 en el Norte industrializado, cuando diversos
sectores de la sociedad comenzaron a manifestar rechazo al
consenso político institucional. En sociedades homogéneas,
sectores portadores de las mismas relaciones sociales que el
resto, se pusieron en movimiento para reclamar al Estado, para
hacer notar desigualdades e injusticias que los desfavorecen.
Las “teorías de los movimientos sociales”, de neto cuño
eurocentrista, se enfocan en los modos de organización, en los
ciclos de protesta, en las oportunidades políticas, y en otros
aspectos que caracterizan los más diversos movimientos de
sociedades homogéneas = aquellas que tienen UNA relación
social hegemónica.
Se trata de un concepto acuñado por especialistas, en general
sociólogos blancos/académicos/profesionales, para dar cuenta
de lo que otros hacían. Es un concepto nacido en las asépticas
y reconocidas universidades de algunas grandes ciudades
europeas y norteamericanas, que ha sido fervorosamente
adoptado por las ONGs que trabajan en el Sur.
Nosotros no tenemos por qué utilizar conceptos en cuya
formulación no tuvimos arte ni parte, y que han sido acuñados
para otras realidades. Ciertamente, algunas de esas categorías
67palabras para tejernos, resistir y transformar
suelen ser muy útiles para pensar nuestras realidades, como la
idea de “ciclo de protesta”. Pero por sobre todo, necesitamos
pensar nuestra realidad con base en nuestras propias
capacidades interpretativas, con base en nuestras realidades
culturales y civilizatorias.
Pongo apenas dos ejemplos: en el Norte la categoría de territorio
no está en modo alguno vinculada a los movimientos sino
a la estatalidad y a las instituciones. Las comunidades, en sus
más diversas realidades, desde las indígenas hasta las eclesiales
de base, desde las ancestrales hasta las nuevas comunidades
urbanas, son propias del Sur y, de modo muy particular, de la
experiencia vital de nuestra América Latina.
Coincido con Immanuel Wallerstein en su concepto de
movimientos antisistémicos, ya que pienso que se adapta mejor
a la realidad de nuestro Sur que la de “movimientos sociales”.
Aún así, movimiento es un concepto demasiado abstracto
y corre el riesgo de ser entendido como institución, como
una organización capaz de movilizar a sus integrantes para
conseguir objetivos, y eso me sigue pareciendo demasiado
acotado y estrecho.
Propongo un acercamiento a un concepto otro de movimiento:
deslizar-se, correr-se del lugar material y simbólico heredado,
poner en cuestión la identidad/prisión para asumir/construir
una identidad nueva. En este sentido el movimiento es
flujo, capacidad colectiva de cuestionar un lugar social.
Creo que esto lo aprendimos de las mujeres, los indios y los
afrodescendientes, entre otros. Tiene la enorme ventaja que
pone en lugar destacado el cambio, la apertura a otra cosa.
Nos movemos cuando salimos/rompemos nuestra identidad
para construir otra. En este sentido, no deberíamos llamar
movimiento a aquellos que confirman el lugar en la sociedad,
por ejemplo: los movimientos de trabajadores.
Pensar en movimiento, en este sentido, es pensar con y en los
movimientos y, para quienes ocupamos espacios como éste,
68cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
no puede sino representar un modo de negar la identidad
asumida… para construir otras con otros y otras en movimiento.
Movimiento es también una epistemología, el espacio-tiempo
para el conocimiento emancipatorio.
La organización, la madre de los abajos
Millones sobran en la acumulación por despojo y guerra. Esos
millones son arrojados todos los días a los márgenes que llaman
exclusión. No es un efecto colateral sino el objetivo primero de
las elites que comprendieron, con la revolución de 1968, que
la integración, la ciudadanía y la democracia no son prácticas
viables porque ponen en riesgo su propia sobrevivencia. Las
elites ya se atreven a hablar francamente de esto, en particular
en los Estados Unidos 9.
Para nosotras, el debate central es qué tipo de movimientos
debemos crear, con qué características, para poder enfrentar
esta era de amenazas y exterminios. En líneas generales, creo
que hay tres grandes tareas en este período: comprender y
debatir de modo permanente lo que está sucediendo, ya que
la incertidumbre del caos a menudo impide ver en la niebla
dominante; intensificar la diferencia de nuestros espacios y
pequeños mundos respecto al poder hegemónico; y orientarnos
por la ética de poner el cuerpo, de no separar palabra y acción.
Wallerstein asegura que desde 1968, cuando los viejos
movimientos sindical y nacionalista mostraron sus limitaciones,
estamos en “una prolongada búsqueda de un movimiento
antisistémico de un tipo mejor, que condujera realmente a un
mundo más democrático e igualitario” 10. Desde ese momento
hasta hoy, sostiene que han surgido cuatro tipo de movimientos:
9 Zhong Sheng, ¿“Post-Ilustración” o “Post-Ideología”?, Diario del Pueblo, Pe-
kín, 30 de agosto de 2011.
10 Immanuel Wallerstein, “Nuevas revueltas contra el sistema”, en Capitalismo
histórico y movimientos antisistémicos, op cit, p. 469
69palabras para tejernos, resistir y transformar
el maoísmo, los movimientos sociales, los movimientos de
derechos humanos y los foros sociales mundiales (FSM). Sólo
estos últimos estarían teniendo éxito, ya que agrupan a las
demás familias de movimientos así como a la vieja izquierda y
los movimientos pre-1968, a los activistas del Norte y del Sur
sin crear una “estructura omnicomprensiva, inevitablemente
jerárquica” 11.
A mi modo de ver, los foros sociales han cumplido su ciclo y
ya no pueden ser considerados, si alguna vez lo fueron, como
parte de los movimientos antisistémicos y emancipatorios. El
nacimiento de gobiernos progresistas y de izquierda en América
Latina es un parteaguas que ha colocado a los FSM del lado
del poder estatal y de las empresas extractivas transnacionales,
frente a los movimientos que siguen defendiendo sus territorios
y los bienes comunes. Esta es la contradicción más importante
por la que estamos transitando, que se resume en la aparición
de nuevos modos de dominación inspirados en las prácticas y
formas de hacer de los propios movimientos 12.
Esta nueva realidad nos impone construir movimientos con
otras características, o mejor, que profundicen, mejoren y
sistematicen los rasgos que ya venían formando parte de
la nueva generación de movimientos que nacieron bajo la
primera fase del neoliberalismo durante la década de 1990.
Hace casi diez años sostuve que estos movimientos tenían
un rasgo distintivo fundamental respecto a los anteriores y
a los llamados “movimientos sociales” del Norte: su arraigo
territorial13. Esta característica sigue siendo una diferencia
11 Idem, p. 472
12 Véase mis trabajos Contrainsurgencia y miseria, Pez en el Árbol, México,
2010 y “Ecuador. La construcción de un nuevo modelo de dominación”, Viento
Sur, Madrid, No. 116, mayo 2011, pp. 15-24.
13 “Los movimientos sociales latinoamericanos: tendencias y desafíos”, Re-
vista OSAL (Observatorio Social de América Latina) No. 9, Buenos Aires,
CLACSO, enero de 2003.
70cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
fundamental y fundante de esta camada a la que pertenecen
desde los movimientos indígenas y campesinos sin tierra,
hasta los formados por sectores populares urbanos, sin techo
y sin trabajo. Sin embargo, creo que hay algunos rasgos que
deben ser profundizados y perfeccionados, en lo que a modo
de pequeña provocación sostengo deben ser organizaciones
que actúen como las “madres de los de abajo”.
En primer lugar, los de abajo son huérfanos por lo menos en
dos sentidos: ya no hay instituciones capaces de protegerlos
como fue en algún momento el Estado-nación; y por otro lado,
la inmensa mayoría de los de abajo en las ciudades son mujeres
pobres con sus hijos, o sea debemos hablar en femenino, pero
un femenino madre y pobre. En un doble sentido material y
simbólico14.
Esto quiere decir que la organización/movimiento debe
hacerse cargo de la vida en el sentido literal, de la producción
y reproducción, de la alimentación, la salud, la educación,
la fiesta, el ocio y la religión, de todos los cuidados que las
personas necesitamos para existir. ¿Quién va a hacerse
cargo si no las propias personas en sus colectivos? Esto
supone aprender varias cosas: a cuidar-nos, a producir para
alimentarnos, a prevenirnos y curarnos, autoeducarnos, y todo
esto en colectivo. Este es un aprendizaje de vida; si se quiere, es
la respuesta biopolítica de vida ante la biopolítica de muerte.
En segundo lugar, lo anterior supone contar con espacios o
territorios propios, autocontrolados, tanto en las áreas rurales
como en las ciudades y, de ser posible, en ambos espacios.
La soberanía alimentaria dependerá de que consigamos una
estrecha relación entre barrios populares urbanos con zonas
14 En el trabajo que estoy realizando en barrios informales de Montevideo,
varias mujeres mayores afirman que existe por lo menos una generación, tal
vez dos, de niños y niñas abandonados por sus padres y a veces también por las
madres. En rigor, no existen familias y estos chicos son socialmente huérfanos
y necesitan espacios afectivos y de pertenencia.
71palabras para tejernos, resistir y transformar
rurales o rur-urbanas, porque las ciudades por sí solas pueden
producir algunos alimentos pero no todos los necesarios. En
contrapartida, las experiencias urbanas pueden corresponder
a las zonas rurales con apoyo en salud y educación, y ambas
pueden unirse en la celebración festiva o religiosa y, sobre todo,
en mercados y espacios comunes de intercambio y trueque.
En tercer lugar, el tipo de organización que pueda encarar estas
prácticas no debe especializarse en ninguna tarea, porque esa es
la forma en que podrá asumirlas todas. Puede haber personas
más capaces para ciertas prácticas, pero debemos tender a
prácticas rotativas, no sólo en el ejercicio de responsabilidades
(poder). Esta es una lectura de un siglo de trabajo fabril, que
tuvo como resultado un grado tal de especialización que
redundó en la pérdida de saberes y de autonomía, de modo
que cuando se cerró el mercado de trabajo legiones de varones
inútiles comenzaron a deambular sin saber cómo sobrevivir.
Las mujeres, por el contrario, al seguir apegadas a las tareas
de reproducción y de cuidado de los hijos y de sí mismas, a la
casa y a la vida, conservaron saberes prácticos que las colocan
en el centro de la sociabilidad popular, si es que alguna vez no
lo estuvieron.
Estoy pensando, en cuarto lugar, en movimientos y espacios
que sean comunidades de autoaprendizaje y autoeducación,
en las cuales todas las actividades y todos los espacios tengan
un espíritu pedagógico. Cuando somos capaces de aprender
y enseñarnos se despiertan elevados niveles de creatividad y
autoestima. Los espacios comunitarios son relativamente
cerrados, estables en su integración, abigarrados en la
superposición de tiempos y espacios en los que confluyen
haceres y saberes heterogéneos tejidos por vínculos fuertes
cara a cara.
En quinto lugar, estos espacios y estas prácticas deben ser
defendidos de la acumulación por guerra. Eso supone una
72cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
gama muy amplia de formas de defensa, de las cuales la
material pura y dura debe ser la opción última, porque en
ese terreno los estados seguirán especializándose en aniquilar
lo que no controlan. Una primera forma de defensa es la
profundización de la diferencia, ya que dificulta la cooptación
y la asimilación, aunque no la impide. La segunda puede ser
el nomadismo, aún sin cambiar de lugar físico, que supone
huir de las actividades rutinarias y de la inercia, buscando cada
cierto tiempo nuevos terrenos de acción. La tercera es el bajo
perfil para no atraer a quienes reproducen el sistema. La cuarta
es la autonomía, en el sentido de necesitar lo menos posible
al afuera y poder elegir cuándo y con quiénes vincularnos. La
quinta es la resiliencia, estar espiritualmente preparadas para
aceptar ciertas dosis de sufrimiento sin torcer el rumbo. La
sexta es trabajar con programas estatales, siempre que haya
un mínimo control por parte de la comunidad. La séptima es
la lentitud, que no excluye la velocidad cuando sea necesaria.
Hay sin duda muchas más; y esta breve y aleatoria lista es,
solamente, una invitación a pensar-nos.
En sexto lugar, este tipo de organización es básicamente
femenina, en su sentido literal pero también en su sentido
más profundo. La mayor parte de las personas que integran
el campo popular organizado en toda América Latina son
mujeres. Esto merece una reflexión más profunda que la
meramente cuantitativa. Además, este tipo de comunidad en
movimiento ha sido creada para con-tener a la gente común,
está tejida por afectos y no por cargos burocráticos. Supone
pensar el cambio social y eso que en la vieja terminología
llamamos política, desde otro lugar. A diferencia de la política
en clave masculina, deshace la relación sujeto-objeto (asiento
de la representación) y la trasmuta en pluralidad de sujetos. Es
otro tipo de poder. Poder decir. Poder hacer. Poder construir
poder.
73palabras para tejernos, resistir y transformar
En un período de incertidumbres múltiples como el actual,
no es posible actuar con base en una estrategia y una táctica
predefinidas porque la relación causa-efecto deja de funcionar
durante el caos. Debemos movernos con objetivos generales
y con un imaginario del mundo deseable suficientemente
potente como para movilizar el deseo de la personas explotadas
y oprimidas, suficientemente realista como para que la acción
colectiva tenga alguna posibilidad de triunfar. A falta de
caudillos y partidos, será la intuición la que nos podrá guiar
en los momentos más difíciles, que combine el ingenio del
artesano y la sensibilidad del poeta, la contumacia de la vieja
guardia militante y la imaginación de la nueva.
Septiembre de 2011
74cuando el presente deja de ser una extensión del pasado
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