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El diario de Ana Frank (Primera parte)

Ana Frank :: 23.11.18

“Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo.”
La historia de la niña que escribió escondida de los nazis en otra época donde también la racionalidad había sido derrotada por la brutalidad y ella representa la esperanza, tal como hoy día es la organización de los pueblos por abajo ante el fracaso de los partidos y los estados.

ANA FRANK

DIARIO  
2 de junio de 1942

Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo.
28 de setiembre de 1942 (Añadido)

Hasta ahora has sido para mí un gran apoyo, y también Kitty, a quien escribo regularmente. Esta manera de escribir en mi diario me agrada mucho más y ahora me cuesta esperar cada vez a que llegue el momento para sentarme a escribir en ti.
¡Estoy tan contenta de haberte traído conmigo!
Domingo, 14 de junio de 1942

Lo mejor será que empiece desde el momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la mesa de los regalos de cumpleaños (porque también presencié el momento de la compra, pero eso no cuenta).
El viernes 12 de junio, a las seis de la mañana ya me había despertado, lo que se entiende, ya que era mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, de modo que tuve que contener mi curiosidad hasta las siete menos cuarto. Entonces ya no pude más: me levanté y me fui al comedor, donde Moortje , el gato, me recibió haciéndome carantoñas.
Poco después de las siete fui a saludar a papá y mamá y luego al salón, a desenvolver los regalos, lo primero que vi fuiste tú, y quizá hayas sido uno de mis regalos más bonitos. Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una blusa azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que a mi entender sabe un poco a vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro de crema, un billete de 2,50 florines y un vale para comprarme dos libros. Luego me regalaron otro libro, La cámara oscura, de Hildebrand (pero como Margot ya lo tiene he ido a cambiarlo), una bandeja de galletas caseras (hechas por mí misma, porque últimamente se me da muy bien eso de hacer galletas), muchos dulces y una tarta de fresas hecha por mamá. También una carta de la abuela, que ha llegado justo a tiempo; pero eso, naturalmente, ha sido casualidad.
Entonces pasó a buscarme Hanneli y nos fuimos al colegio. En el recreo convidé a galletas a los profesores y a los alumnos, y luego tuvimos que volver a clase. Llegué a casa a las cinco, pues había ido a gimnasia (aunque no me dejan participar porque se me dislocan fácilmente los brazos y las piernas) y como juego de cumpleaños elegí el voleibol para que jugaran mis compañeras. Al llegar a casa ya me estaba esperando Sanne Lederman. A Ilse Wagner, Hanneli Goslar y Jacqueline van Maarsen las traje conmigo de la clase de gimnasia, porque son compañeras mías del colegio. Hanneli y Sanne eran antes mis mejores amigas, y cuando nos veían juntas, siempre nos decían: «Ahí van Anne, Hanne y Sanne.» A Jacqueline van Maarsen la conocí hace poco en el liceo judío y es ahora mi mejor amiga. use es la mejor amiga de Hanneli, y Sanne va a otro colegio, donde tiene sus amigas.
El club me ha regalado un libro precioso, Sagas y leyendas neerlandesas, pero por equivocación me han regalado el segundo tomo, y por eso he cambiado otros dos libros por el primer tomo. La tía Helene me ha traído otro rompecabezas, la tía Stephanie un broche muy mono y la tía Leny un libro muy divertido, Las vacaciones de Daisy en la montaña. Esta mañana, cuando me estaba bañando, pensé en lo bonito que sería tener un perro como Rin-tintín. Yo también lo llamaría Rin-tin-tín, y en el colegio siempre lo dejaría con el conserje, o cuando hiciera buen tiempo, en el garaje para las bicicletas.
Lunes, 15 de junio de 1942
El domingo por la tarde festejamos mi cumpleaños. Rin-tin-tín gustó mucho a mis compañeros. Me regalaron dos broches, una señal para libros y dos libros. Ahora quisiera contar algunas cosas sobre las clases y el colegio, comenzando por los alumnos.
Betty Bloemendaal tiene aspecto de pobretona, y creo que de veras lo es, vive en la Jan Klasenstraat, una calle al oeste de la ciudad, que ninguno de nosotros sabe dónde queda. En el colegio es muy buena alumna, pero sólo porque es muy aplicada, pues su inteligencia va dejando que desear. Es una chica bastante tranquila.
A Jacqueline van Maarsen la consideran mi mejor amiga, pero nunca he tenido una verdadera amiga. Al principio pensé que Jacque lo sería, pero me ha decepcionado bastante.
D. Q. es una chica muy nerviosa que siempre se olvida de las cosas y a la que en el colegio dan un castigo tras otro. Es muy buena chica, sobre todo con G. Z.
E. S. es una chica que habla tanto que termina por cansarte. Cuando te pregunta algo, siempre se pone a tocarte el pelo o los botones. Dicen que no le caigo nada bien, pero mucho no me importa, ya que ella a mí tampoco me parece demasiado simpática.
Henny Mets es una chica alegre y divertida, pero habla muy alto y cuando juega en la calle se nota que todavía es una niña. Es una lástima que tenga una amiga, llamada Beppy, que influye negativamente en ella, ya que ésta es una marrana y una grosera.
J. R., a quien podríamos dedicar capítulos enteros, es una chica presumida, cuchicheadora, desagradable, que le gusta hacerse la mayor; siempre anda con tapujos y es una hipócrita. Se ha ganado a Jacqueline, lo que es una lástima. Llora por cualquier cosa, es quisquillosa y sobre todo muy melindrosa. Siempre quiere que le den la razón. Es muy rica y tiene el armario lleno de vestidos preciosos, pero que la hacen muy mayor. La onta se cree que es muy guapa, pero es todo lo contrario. Ella y yo no nos soportamos para
nada.
Ilse Wagner es una niña alegre y divertida, pero es una quisquilla y por eso a veces un poco latosa. use me aprecia mucho. Es muy guapa, pero holgazana.
Hanneli Goslar o Lies, como la llamamos en el colegio, es una chica un poco curiosa. Por lo general es tímida, pero en su casa es de lo más fresca. Todo lo que le cuentas se lo cuenta a su madre. Pero tiene opiniones muy definidas y sobre todo últimamente le tengo mucho aprecio.
Nannie van Praag-Sigaar es una niña graciosa, bajita e inteligente. Me cae simpática. Es bastante guapa. No hay mucho que comentar sobre ella.
Eefje de Jong es muy maja. Sólo tiene doce años, pero ya es toda una damisela. Me trata siempre como a un bebé. También es muy servicial, y por eso me cae muy bien.
G. Z. es la más guapa del curso. Tiene una cara preciosa, pero para las cosas del colegio es bastante cortita. Creo que tendrá que repetir curso, pero eso, naturalmente, nunca se lo he dicho.
(Añadido)
Para gran sorpresa mía, G. Z. no ha tenido que repetir curso.
Y la última de las doce chicas de la clase soy yo, que soy compañera de pupitre de G. Z.
Sobre los chicos hay mucho, aunque a la vez poco que contar. Maurice Coster es uno de mis muchos admiradores, pero es un chico bastante pesado.
Sallie Springer es un chico terriblemente grosero y corre el rumor de que ha copulado. Sin embargo me cae simpático, porque es muy divertido.
Emiel Bonewit es el admirador de G. Z., pero ella a él no le hace demasiado caso. Es un chico bastante aburrido.
Rob Cohen también ha estado enamorado de mí, pero ahora ya no lo soporto. Es hipócrita, mentiroso, llorón, latoso, está loco y se da unos humos tremendos.
Max van der Velde es hijo de unos granjeros de Medemblik, pero es un buen tipo, como diría Margot.
Herman Koopman también es un grosero, igual que Jopie de Beer, que es un donjuán y un mujeriego.
Leo Blom es el amigo del alma de Jopie de Beer pero se le contagia su grosería.
Albert de Mesquita es un chico que ha venido del colegio Montessori y que se ha saltado un curso. Es muy inteligente.
Leo Slager ha venido del mismo colegio pero no es tan inteligente.
Ru Stoppelmon es un chico bajito y gracioso de Almelo, que ha comenzado el curso más tarde. C. N. hace todo lo que está prohibido.
Jacques Kocernoot está sentado detrás de nosotras con Pam y nos hace morir de risa (a G. y a mí).
Harry Schaap es el chico más decente de la clase, y es bastante simpático.
Werner Joseph ídem de ídem, pero por culpa de los tiempos que corren es algo callado, por lo que parece un chico un tanto aburrido.
Sam Salomon parece uno de esos pillos arrabaleros, un granuja. (¡Otro admirador!) Appie Riem es bastante ortodoxo, pero otro mequetrefe.
Ahora debo terminar. La próxima vez tendré muchas cosas que escribir en ti, es decir, que contarte. ¡Adiós! ¡Estoy contenta de tenerte!
Sábado, 20 de junio de 1942
Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No sólo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. «El papel es más paciente que los hombres.» Me acordé de esta frase uno de esos días medio melancólicos en que estaba sentada con la cabeza apoyada entre las manos, aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y finalmente me puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del alma», lo más probable es que a nadie le interese.
He llegado al punto donde nace toda esta idea de escribir un diario: no tengo ninguna amiga.
Para ser más clara tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá cómo una chica de trece años puede estar sola en el mundo. Es que tampoco es tan así: tengo unos padres muy buenos y una hermana de dieciséis, y tengo como treinta amigas en total, entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de admiradores que tratan de que nuestras miradas se crucen o que, cuando no hay otra posibilidad, intentan mirarme durante la clase a través de un espejito roto. Tengo a mis parientes, a mis tías, que son muy buenas, y un buen hogar. Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma. Con las chicas que conozco lo único que puedo hacer es divertirme y pasarlo bien. Nunca hablamos de otras cosas que no sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas íntimas. Y ahí está justamente el quid de la cuestión. Tal vez la falta de confidencialidad sea culpa mía, el asunto es que las cosas son como son y lamentablemente no se pueden cambiar. De ahí este diario.
Para realzar todavía más en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que el propio diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.
¡Mi historia! (¡Cómo podría ser tan tonta de olvidármela!)
Como nadie entendería nada de lo que fuera a contarle a Kitty si lo hiciera así, sin ninguna introducción, tendré que relatar brevemente la historia de mi vida, por poco que me plazca hacerlo.
Mi padre, el más bueno de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta los treinta y seis años con mi madre, que tenía veinticinco. Mi hermana Margot nació en 1926 en Alemania, en Francfort del Meno. El 1 z de junio de 1929 le seguí yo. Viví en Francfort hasta los cuatro años. Como somos judíos «de pura cepa», mi padre se vino a Holanda en 1933, donde fue nombrado director de Opekta, una compañía holandesa de preparación de mermeladas. Mi madre, Edith Holländer, también vino a Holanda en septiembre, y Margot y yo fuimos a Aquisgrán, donde vivía mi abuela. Margot vino a Holanda en diciembre y yo en febrero, cuando me pusieron encima de la mesa como regalo de cumpleaños para Margot.
Pronto empecé a ir al jardín de infancia del colegio Montessori, y allí estuve hasta cumplir los seis años. Luego pasé al primer curso de la escuela primaria. En sexto tuve a la señora Kuperus, la directora. Nos emocionamos mucho al despedirnos a fin de curso y lloramos las dos, porque yo había sido admitida en el liceo judío, al que también iba Margot.
Nuestras vidas transcurrían con cierta agitación, ya que el resto de la familia que se había quedado en Alemania seguía siendo víctima de las medidas antijudías decretadas por Hitler. Tras los pogromos de 1938, mis dos tíos maternos huyeron y llegaron sanos y salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía setenta y tres años, se vino a vivir con nosotros.
Después de mayo de 1940, los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la guerra, luego la capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para nosotros los judíos. Las medidas antijudías se sucedieron rápidamente y se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde; sólo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; no les está permitida la entrada en las piscinas ni en las pistas de tenis, de hockey ni de ningún otro deporte; no les está permitido practicar remo; no les está permitido practicar ningún deporte en público; no les está permitido estar sentados en sus jardines después de las ocho de la noche, tampoco en los jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en casa de cristianos; tienen que ir a colegios judíos, y otras cosas por el estilo. Así transcurrían nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: «Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido.»
En el verano de 1941, la abuela enfermó gravemente. Hubo que operarla y mi cumpleaños apenas lo festejamos. El del verano de 1940 tampoco, porque hacía poco que había acabado la guerra en Holanda. La abuela murió en enero de 1942. Nadie sabe lo mucho que pienso en ella, y cuánto la sigo queriendo. Este cumpleaños de 1942 lo hemos festejado para compensar los anteriores, y también tuvimos encendida la vela de la abuela.
Nosotros cuatro todavía estamos bien, y así hemos llegado al día de hoy, 20 de junio de 1942, fecha en que estreno mi diario con toda solemnidad.
Sábado, 20 de junio de 1942
¡Querida Kitty!
Empiezo ya mismo. En casa está todo tranquilo. Papá y mamá han salido y Margot ha ido a jugar al ping-pong con unos chicos en casa de su amiga Trees. Yo también juego mucho al pingpong últimamente, tanto que incluso hemos fundado un club con otras cuatro chicas, llamado «La Osa Menor menos dos». Un nombre algo curioso, que se basa en una equivocación. Buscábamos un nombre original, y como las socias somos cinco pensamos en las estrellas, en la Osa Menor. Creíamos que estaba formada por cinco estrellas, pero nos equivocamos: tiene siete, al igual que la Osa Mayor. De ahí lo de «menos dos». En casa de use Wagner tienen un juego de ping-pong, y la gran mesa del comedor de los Wagner está siempre a nuestra disposición. Como a las cinco jugadoras de ping-pong nos gusta mucho el helado, sobre todo en verano, y jugando al ping-pong nos acaloramos mucho, nuestras partidas suelen terminar en una visita a alguna de las heladerías más próximas abiertas a los judíos, como Oase o Delphi. No nos molestamos en llevar nuestros monederos, porque Oase está generalmente tan concurrido que entre los presentes siempre hay algún señor dadivoso perteneciente a nuestro amplio círculo de amistades, o algún admirador, que nos ofrece más helado del que podríamos tomar en toda una semana.
Supongo que te extrañará un poco que a mi edad te esté hablando de admiradores. Lamentablemente, aunque en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece ser un mal ineludible. Tan pronto como un chico me pregunta si me puede acompañar a casa en bicicleta y entablamos una conversación, nueve de cada diez veces puedes estar segura de que el muchacho en cuestión tiene la maldita costumbre de apasionarse y no quitarme los ojos de encima. Después de algún tiempo, el enamoramiento se les va pasando, sobre todo porque yo no hago mucho caso de sus miradas fogosas y sigo pedaleando alegremente. Cuando a veces la cosa se pasa de castaño oscuro, sacudo un poco la bici, se me cae la cartera, el joven se siente obligado a detenerse para recogerla, y cuando me la entrega yo ya he cambiado completamente de tema. Éstos no son sino los más inofensivos; también los hay que te tiran besos o que intentan cogerte del brazo, pero conmigo lo tienen difícil: freno y me niego a seguir aceptando su compañía, o me hago la ofendida y les digo sin rodeos que se vayan a su casa.
Basta por hoy. Ya hemos sentado las bases de nuestra amistad. ¡Hasta mañana!
Tu Ana
Domingo, 21 de junio de 1942
Querida Kitty:
Toda la clase tiembla. El motivo, claro, es la reunión de profesores que se avecina. Media clase se pasa el día apostando a que si aprueban o no el curso. G. Z. y yo nos morimos de risa por culpa de nuestros compañeros de atrás, C. N. y Jacques Kocernoot, que ya han puesto en juego todo el capital que tenían para las vacaciones. «¡Que tú apruebas!», «¡que no!», «¡que sí!», y así todo el santo día, pero ni las miradas suplicantes de G. pidiendo silencio, ni las broncas que yo les suelto, logran que aquellos dos se calmen.
Calculo que la cuarta parte de mis compañeros de clase deberán repetir curso, por lo zoquetes que son, pero como los profesores son gente muy caprichosa, quién sabe si ahora, a modo de excepción, no les da por repartir buenas notas.
En cuanto a mis amigas y a mí misma no me hago problemas, creo que todo saldrá bien. Sólo las matemáticas me preocupan un poco. En fin, habrá que esperar. Mientras tanto, nos damos ánimos mutuamente.
Con todos mis profesores y profesoras me entiendo bastante bien. Son nueve en total: siete hombres y dos mujeres. El profesor Keesing, el viejo de matemáticas, estuvo un tiempo muy enfadado conmigo porque hablaba demasiado. Me previno y me previno, hasta que un día me castigó. Me mandó hacer una redacción; tema: «La parlanchina». ¡La parlanchina! ¿Qué se podría escribir sobre ese tema? Ya lo vería más adelante. Lo apunté en mi agenda, guardé la agenda en la cartera y traté de tranquilizarme.
Por la noche, cuando ya había acabado con todas las demás tareas, descubrí que todavía me quedaba la redacción. Con la pluma en la boca, me puse a pensar en lo que podía escribir. Era muy fácil ponerse a desvariar y escribir lo más espaciado posible, pero dar una prueba convincente de la necesidad de hablar ya resultaba más difícil. Estuve pensando y repensando, luego se me ocurrió una cosa, llené las tres hojas que me había dicho el profe y me quedé satisfecha. Los argumentos que había aducido eran que hablar era propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que lo más probable era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre hablaba tanto cómo yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy difíciles de cambiar.
Al profesor Keesing le hicieron mucha gracia mis argumentos, pero cuando en la clase siguiente seguí hablando, tuve que hacer una segunda redacción esta vez sobre «La parlanchina empedernida». También entregué esa redacción, y Keesing no tuvo motivo de queja durante dos clases. En la tercera, sin embargo, le pareció que había vuelto a pasarme de la raya. «Ana Frank, castigada por hablar en clase. Redacción sobre el tema: “Cuacuá, cuacuá, parpaba la pata”.»
Todos mis compañeros soltaron la carcajada. No tuve más remedio que reírme con ellos, aunque ya se me había agotado la inventiva en lo referente a las redacciones sobre el parloteo. Tendría que ver si le encontraba un giro original al asunto. Mi amiga Sanne, poetisa excelsa, me ofreció su ayuda para hacer la redacción en verso de principio a fin, con lo que me dio una gran alegría. Keesing quería ponerme en evidencia mandándome hacer una redacción sobre un tema tan ridículo, pero con mi poema yo le pondría en evidencia a él por partida triple.
Logramos terminar el poema y quedó muy bonito. Trataba de una pata y un cisne que tenían tres patitos. Como los patitos eran tan parlanchines, el papá cisne los mató a picotazos. Keesing por suerte entendió y soportó la broma; leyó y comentó el poema en clase y hasta en otros cursos. A partir de entonces no se opuso a que hablara en clase y nunca más me castigó; al contrario, ahora es él el que siempre está gastando bromas.

Tu Ana
Miércoles, 24 de junio de 1942
Querida Kitty:
¡Qué bochorno! Nos estamos asando, y con el calor que hace tengo que ir andando a todas partes. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo cómodo que puede resultar un tranvía, sobre todo los que son abiertos, pero ese privilegio ya no lo tenemos los judíos: a nosotros nos toca ir en el «coche de San Fernando». Ayer a mediodía tenía hora con el dentista en la Jan Luykenstraat, que desde el colegio es un buen trecho. Lógico que luego por la tarde en el colegio casi me durmiera.
Menos mal que la gente te ofrece algo de beber sin tener que pedirlo. La ayudante del dentista es verdaderamente muy amable.
El único medio de transporte que nos está permitido coger es el transbordador. El barquero del canal Jozef Israëlskade nos cruzó nada más pedírselo. De verdad, los holandeses no tienen la culpa de que los judíos padezcamos tantas desgracias.
Ojalá no tuviera que ir al colegio. En las vacaciones de Semana Santa me robaron la bici, y la de mamá, papá la ha dejado en casa de unos amigos cristianos. Pero por suerte ya se acercan las vacaciones: una semana más y ya todo habrá quedado atrás.
Ayer por la mañana me ocurrió algo muy cómico. Cuando pasaba por el garaje de las bicicletas, oí que alguien me llamaba. Me volví y vi detrás de mí a un chico muy simpático que conocí anteanoche en casa de Wilma, y que es un primo segundo suyo. Wilma es una chica que al principio me caía muy bien, pero que se pasa el día hablando nada más que de chicos, y eso termina por aburrirte. El chico se me acercó algo tímido y me dijo que se llamaba Helio Silberberg. Yo estaba un tanto sorprendida y no sabía muy bien lo que pretendía, pero no tardó en decírmelo: buscaba mi compañía y quería acompañarme al colegio. «Ya que vamos en la misma dirección, podemos ir juntos», le contesté, y juntos salimos. Helio ya tiene dieciséis años y me cuenta cosas muy entretenidas.
Hoy por la mañana me estaba esperando otra vez, y supongo que en adelante lo seguirá haciendo.

Tu Ana
Miércoles,1º de julio de 1942
Querida Kitty:
Hasta hoy te aseguro que no he tenido tiempo para volver a escribirte. El jueves estuve toda la tarde en casa de unos amigos, el viernes tuvimos visitas y así sucesivamente hasta hoy.
Helio y yo nos hemos conocido más a fondo esta semana. Me ha contado muchas cosas de su vida. Es oriundo de Gelsenkirchen y vive en Holanda en casa de sus abuelos. Sus padres están en Bélgica, pero no tiene posibilidades de viajar allí para reunirse con ellos. Helio tenía una novia, Ursula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento personificado. Desde que me conoció a mí, Helio se ha dado cuenta de que al lado de Ursula se duerme. O sea, que soy una especie de antisomnífero. ¡Una nunca sabe para lo que puede llegar a servir!
El sábado por la noche, Jacque se quedó a dormir conmigo, pero por la tarde se fue a casa de Hanneli y me aburrí como una ostra.
Helio había quedado en pasar por la noche, pero a eso de las seis me llamó por teléfono. Descolgué el auricular y me dijo: -Habla Helmuth Silberberg. ¿Me podría poner con Ana?
-Sí, Helio, soy Ana.
-Hola, Ana. ¿Cómo estás?
-Bien, gracias.
-Siento tener que decirte que esta noche no podré pasarme por tu casa, pero quisiera hablarte un momento. ¿Te parece bien que vaya dentro de diez minutos?
-Sí, está bien. ¡Hasta ahora!
-¡Hasta ahora!
Colgué el auricular y corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me asomé, nerviosa, por la ventana. Por fin lo vi llegar. Por milagro no me lancé escaleras abajo, sino que esperé hasta que sonó el timbre. Bajé a abrirle y él fue directamente al grano:
-Mira, Ana, mi abuela dice que eres demasiado joven para que esté saliendo contigo. Dice que tengo que ir a casa de los Löwenbach, aunque quizá sepas que ya no salgo con Ursula.
-No, no lo sabía. ¿Acaso habéis reñido?
-No, al contrario. Le he dicho a Ursula que de todos modos no nos entendíamos bien y que era mejor que dejáramos de salir juntos, pero que en casa siempre sería bien recibida, y que yo esperaba serlo también en la suya. Es que yo pensé que ella se estaba viendo con otro chico, y la traté como si así fuera. Pero resultó que no era cierto, y ahora mi tío me ha dicho que le tengo que pedir disculpas, pero yo naturalmente no quería, y por eso he roto con ella, pero ése es sólo uno de muchos motivos. Ahora mi abuela quiere que vaya a ver a Ursula y no a ti, pero yo no opino como ella y no tengo intención de hacerlo. La gente mayor tiene a veces ideas muy anticuadas, pero creo que no pueden imponérnoslas a nosotros. Es cierto que necesito a mis abuelos, pero ellos en cierto modo también me necesitan. Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre porque se supone que voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una de esas reuniones del partido sionista. Mis abuelos no quieren que vaya porque se oponen rotundamente al sionismo. Yo no es que sea fanático, pero me interesa, aunque últimamente están armando tal jaleo que había pensado no ir más. El próximo miércoles será la última vez que vaya. Entonces podremos vernos los miércoles por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los domingos por la tarde, y quizá también otros días. -Pero si tus abuelos no quieren, no deberías hacerlo a sus espaldas.
-El amor no se puede forzar.
En ese momento pasamos por delante de la librería Blankevoort, donde estaban Peter Schiff y otros dos chicos. Era la primera vez que me saludaba en mucho tiempo, y me produjo una gran alegría. El lunes, al final de la tarde, vino Helio a casa a conocer a papá y mamá. Yo había comprado una tarta y dulces, y además había té y galletas, pero ni a Helio ni a mí nos apetecía estar sentados en una silla uno al lado del otro, así que salimos a dar una vuelta, y no regresamos hasta las ocho y diez. Papá se enfadó mucho, dijo que no podía ser que llegara a casa tan tarde. Tuve que prometerle que en adelante estaría en casa a las ocho menos diez a más tardar. Helio me ha invitado a ir a su casa el sábado que viene.
Wilma me ha contado que un día que Helio fue a su casa le preguntó:
-¿Quién te gusta más, Ursula o Ana?
Y entonces él le dijo:
-No es asunto tuyo.
Pero cuando se fue, después de no haber cambiado palabra con Wilma en toda la noche, le dijo:
-¡Pues Ana! Y ahora me voy. ¡No se lo digas a nadie!
Y se marchó.
Todo indica que Helio está enamorado de mí, y a mí, para variar, no me desagrada. Margot diría que Helio es un buen tipo, y yo opino igual que ella, y aún más. También mamá está todo el día alabándolo. Que es un muchacho apuesto, que es muy corté,’ simpático. Me alegro de que en casa a todos les caiga tan bien, menos a mis amigas, a las que él encuentra muy niñas, y en eso tiene razón. Jacque siempre me está tomando el pelo por lo de Hello. Yo no es que esté enamorada, nada de eso. ¿Es que no puedo tener amigos? Con eso no hago mal a nadie.
Mamá sigue preguntándome con quién querría casarme, pero creo que ni se imagina que es con Peter, porque yo lo desmiento una y otra vez sin pestañear. Quiero a Peter como nunca he querido a nadie, y siempre trato de convencerme de que sólo vive persiguiendo a todas las chicas para esconder sus sentimientos. Quizá él ahora también crea que Hello y yo estamos enamorados, pero eso no es cierto. No es más que un amigo o, como dice mamá, un galán.

Tu Ana
Domingo, 5 de julio de 1942
Querida Kitty:
El acto de fin de curso del viernes en el Teatro Judío salió muy bien. Las notas que me han dado no son nada malas: un solo insuficiente (un cinco en álgebra) y por lo demás todo sietes, dos ochos y dos seises. Aunque en casa se pusieron contentos, en cuestión de notas mis padres son muy distintos a otros padres; nunca les importa mucho que mis notas sean buenas o malas; sólo se fijan en si estoy sana, en que no sea demasiado fresca y en si me divierto. Mientras estas tres cosas estén bien, lo demás viene solo.
Yo soy todo lo contrario: no quiero ser mala alumna. Me aceptaron en el liceo de forma condicional, ya que en realidad me faltaba ir al séptimo curso del colegio Montessori, pero cuando a los chicos judíos nos obligaron a ir a colegios judíos, el señor Elte, después de algunas idas y venidas, a Lies Goslar y a mí nos dejó matricularnos de manera condicional. Lies también ha aprobado el curso pero tendrá que hacer un examen de geometría de recuperación bastante difícil.
Pobre Lies, en su casa casi nunca puede sentarse a estudiar tranquila. En su habitación se pasa jugando todo el día su hermana pequeña, una niñita consentida que está a punto de cumplir dos años. Si no hacen lo que ella quiere, se pone a gritar, y si Lies no se ocupa de ella, la que se pone a gritar es su madre. De esa manera es imposible estudiar nada, y tampoco ayudan mucho las incontables clases de recuperación que tiene a cada rato. Y es que la casa de los Goslar es una verdadera casa de tócame Roque. Los abuelos maternos de Lies viven en la casa de al lado, pero comen con ellos. Luego hay una criada, la niñita, el eternamente distraído y despistado padre y la siempre nerviosa e irascible madre, que está nuevamente embarazada. Con un panorama así, la patosa de Lies está completamente perdida.
A mi hermana Margot también le han dado las notas, estupendas como siempre. Si en el colegio existiera el cum laude, se lo habrían dado. ¡Es un hacha!
Papá está mucho en casa últimamente; en la oficina no tiene nada que hacer. No debe ser nada agradable sentirse un inútil. El señor Kleiman se ha hecho cargo de Opekta, y el señor Kugler, de Gies & Cía., la compañía de los sucedáneos de especias, fundada hace poco, en 1941.
Hace unos días, cuando estábamos dando una vuelta alrededor de la plaza, papá empezó a hablar del tema de la clandestinidad. Dijo que será muy difícil vivir completamente separados del mundo. Le pregunté por qué me estaba hablando de eso ahora.
-Mira, Ana -me dijo-. Ya sabes que desde hace más de un año estamos llevando ropa, alimentos y muebles a casa de otra gente. No queremos que nuestras cosas caigan en manos de los alemanes, pero menos aún que nos pesquen a nosotros mismos. Por eso, nos iremos por propia iniciativa y no esperaremos a que vengan por nosotros.
-Pero papá, ¿cuándo será eso?
La seriedad de las palabras de mi padre me dio miedo.
-De eso no te preocupes, ya lo arreglaremos nosotros. Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas.
Eso fue todo. ¡Ojalá que estas tristes palabras tarden mucho en cumplirse! Acaban de llamar al timbre. Es Hello. Lo dejo.

Tu Ana
Miércoles, 8 de julio de 1942
Querida Kitty:
Desde la mañana del domingo hasta ahora parece que hubieran pasado años. Han pasado tantas cosas que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba, pero ya ves, Kitty: aún estoy viva, y eso es lo principal, como dice papá. Sí, es cierto, aún estoy viva, pero no me preguntes dónde ni cómo. Hoy no debes de entender nada de lo que te escribo, de modo que empezaré por contarte lo que pasó el domingo por la tarde.
A las tres de la tarde -Helio acababa de salir un momento, luego volvería- alguien llamó a la puerta. Yo no lo oí, ya que estaba leyendo en una tumbona al sol en la galería. Al rato apareció Margot toda alterada por la puerta de la cocina.
-Ha llegado una citación de la SS para papá -murmuró-. Mamá ya ha salido para la casa de Van Daan. (Van Daan es un amigo y socio de papá.)
Me asusté muchísimo. ¡Una citación! Todo el mundo sabe lo que eso significa. En mi mente se me aparecieron campos de concentración y celdas solitarias. ¿Acaso íbamos a permitir que a papá se lo llevaran a semejantes lugares?
-Está claro que no irá -me aseguró Margot cuando nos sentamos a esperar en el salón a que regresara mamá-. Mamá ha ido a preguntarle a Van Daan si podemos instalarnos en nuestro escondite mañana. Los Van Daan se esconderán con nosotros. Seremos siete.
Silencio. Ya no podíamos hablar. Pensar en papá, que sin sospechar nada había ido al asilo judío a hacer unas visitas, esperar a que volviera mamá, el calor, la angustia, todo ello junto hizo que guardáramos silencio.
De repente llamaron nuevamente a la puerta. -Debe de ser Helio -dije yo.
-No abras -me detuvo Margot, pero no hacía falta, oímos a mamá y al señor Van Daan abajo hablando con Helio. Luego entraron y cerraron la puerta. A partir de ese momento, cada vez que llamaran a la puerta, una de nosotras debía bajar sigilosamente para ver si era papá; no abriríamos la puerta a extraños. A Margot y a mí nos hicieron salir del salón; Van Daan quería hablar a solas con mamá.
Una vez en nuestra habitación, Margot me confesó que la cita ción no estaba dirigida a papá, sino a ella. De nuevo me asusté muchísimo y me eché a llorar. Margot tiene dieciséis años. De modo que quieren llevarse a chicas solas tan jóvenes como ella… Pero por suerte no iría, lo había dicho mamá, y seguro que a eso se había referido papá cuando conversaba conmigo sobre el hecho de escondernos. Escondernos… ¿Dónde nos esconderíamos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en una cabaña, cómo, cuándo, dónde? Eran muchas las preguntas que no podía hacer, pero que me venían a la mente una y otra vez.
Margot y yo empezamos a guardar lo indispensable en una cartera del colegio. Lo primero que guardé fue este cuaderno de tapas duras, luego unas plumas, pañuelos, libros del colegio, un peine, cartas viejas… Pensando en el escondite, metí en la cartera las cosas más estúpidas, pero no me arrepiento. Me importan más los recuerdos que los vestidos.
A las cinco llegó por fin papá. Llamamos por teléfono al señor Kleiman, pidiéndole que viniera esa misma tarde. Van Daan fue a buscar a Miep. Miep vino, y en una bolsa se llevó algunos zapatos, vestidos, chaquetas, ropa interior y medias, y prometió volver por la noche. Luego hubo un gran silencio en la casa: ninguno de nosotros quería comer nada, aún hacía calor y todo resultaba muy extraño.
La habitación grande del piso de arriba se la habíamos alquilado a un tal Goldschmidt, un hombre divorciado de treinta y pico, que por lo visto no tenía nada que hacer, por lo que se quedó matando el tiempo hasta las diez con nosotros e4 el salón, sin que hubiera manera de hacerle entender que se fuera.
A las once llegaron Miep y Jan Gies. Miep trabaja desde 1933 para papá y se ha hecho íntima amiga de la familia, al igual que su flamente marido Jan. Nuevamente desaparecieron zapatos, medias, libros y ropa interior en la bolsa de Miep y en los grandes bolsillos del abrigo de Jan, y a las once y media también desaparecieron ellos mismos.
Estaba muerta de cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría en mi cama, me dormí en seguida y no me desperté hasta las cinco y media de la mañana, cuando me llamó mamá. Por suerte hacía menos calor que el domingo; durante todo el día cayó una lluvia cálida. Todos nos pusimos tanta ropa que era como si tuviéramos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas de vestir. A ningún judío que estuviera en nuestro lugar se le habría ocurrido salir de casa con una maleta llena de ropa. Yo lleva a puestas dos camisetas, tres pantalones, un vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de me ‘as, zapatos cerrados, un gorro, un pañuelo y muchas cosas as; estando todavía en casa ya me entró asfixia, pero no había’ más remedio.
Margot llenó de libros la cartera del colegio, sacó la bicicleta del garaje para bicicletas y salió detrás de Miep, con un rumbo para mí desconocido. Y es que yo seguía sin saber cuál era nuestro misterioso destino.
A las siete y media también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del único del que había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería acogido en casa de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una nota.
Las camas deshechas, la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de carne para el gato en la nevera, todo daba la impresión de que habíamos abandonado la casa atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos irnos, sólo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.
Seguiré mañana.

Tu Ana
Jueves, 9 de julio de 1942
Querida Kitty:
Así anduvimos bajo la lluvia torrencial, papá, mamá y yo, cada cual con una cartera de colegio y una bolsa de la compra, cargadas hasta los topes con una mezcolanza de cosas. Los trabajadores que iban temprano a trabajar nos seguían con la mirada. En sus caras podía verse claramente que lamentaban no poder ofrecernos ningún transporte: la estrella amarilla que llevábamos era elocuente.
Sólo cuando ya estuvimos en la calle, papá y mamá empezaron a contarme poquito a poco el plan del escondite. Llevaban meses sacando de la casa la mayor cantidad posible de muebles y enseres, y habían decidido que entraríamos en la clandesti nidad voluntariamente, el i6 de julio. Por causa de la citación, el asunto se había adelantado
diez días, de modo que tendríamos que conformarnos con unos aposentos menos arreglados y ordenados.
El escondite estaba situado en el edificio donde tenía las oficinas papá. Como para las personas ajenas al asunto esto es algo difícil de entender, pasaré a dar una aclaración. Papá no ha tenido nunca mucho personal: el señor Kugler, Kleiman y Miep, además de Bep Voskuijl, la secretaria de z3 años. Todos estaban al tanto de nuestra llegada. En el almacén trabajan el señor Voskuijl, padre de Bep, y dos mozos, a quienes no les habíamos dicho nada.
El edificio está dividido de la siguiente manera: en la planta baja hay un gran almacén, que se usa para el depósito de mercancías. Este está subdividido en distintos cuartos, como el que se usa para moler la canela, el clavo y el sucedáneo de la pimienta, y luego está el cuarto de las provisiones. Al lado de la puerta del almacén está la puerta de entrada normal de la casa, tras la cual una segunda puerta da acceso a la escalera. Subiendo las escaleras se llega a una puerta de vidrio traslúcido, en la que antiguamente ponía «OFICINA» en letras negras. Se trata de la oficina principal del edificio, muy grande, muy luminosa y muy llena. De día trabajan allí Bep, Miep y el señor Kleiman. Pasando por un cuartito donde está la caja fuerte, el guardarropa y un armario para guardar útiles de escritorio, se llega a una pequeña habitación bastante oscura y húmeda que da al patio. Éste era el despacho que compartían el señor Kugler y el señor Van Daan, pero que ahora sólo ocupa el pri mero. También se puede acceder al despacho de Kugler desde el pasillo, aunque sólo a través de una puerta de vidrio que se abre desde dentro y que es difícil de abrir desde fuera. Saliendo de ese despacho se va por un pasillo largo y estrecho, se pasa por la carbonera y, después de subir cuatro peldaños, se llega a la habitación que es el orgullo del edificio: el despacho principal. Muebles oscuros muy elegantes, el piso cubierto de linóleo y alfombras, una radio, una hermosa lámpara, todo verdaderamente precioso. Al lado, una amplia cocina con calentador de agua y dos hornillos, y al lado de la cocina, un retrete. Ése es el primer piso.
Desde el pasillo de abajo se sube por una escalera corriente de madera. Arriba hay un pequeño rellano, al que llamamos normalmente descansillo. A la izquierda y derecha del descansillo hay dos puertas. La de la izquierda comunica con la casa de delante, donde hay almacenes, un desván y una buhardilla. Al otro extremo de esta parte delantera del
edificio hay una escalera superempinada, típicamente holandesa (de ésas en las que es fácil romperse la crisma), que lleva a la segunda puerta que da a la calle. A la derecha del descansillo se halla la «casa de atrás». Nunca
nadie sospecharía que detrás de esta puerta pintada de gris, sin nada de particular, se esconden tantas habitaciones. Delante de la puerta hay un escalón alto, y por allí se entra. Justo enfrente de la puerta de entrada, una escalera empinada; a la izquierda hay un pasillito y una habitación que pasó a ser el cuarto de estar y dormitorio de los Frank, y al lado otra habitación más pequeña: el dormitorio y estudio de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera, un cuarto sin ventanas, con un lavabo y un retrete cerrado, y otra puerta que da a la habitación de Margot y mía. Subiendo las escaleras, al abrir la puerta de arriba, uno se asombra al ver que en una casa tan antigua de los canales pueda haber una habitación tan grande, tan luminosa y tan amplia. En este espacio hay un fogón (esto se lo debemos al hecho de que aquí Kugler tenía antes su laboratorio) y un fregadero. O sea, que ésa es la cocina, y a la vez también dormitorio del señor y la señora Van Daan, cuarto de estar general, comedor y estudio. Luego, una diminuta habitación de paso, que será la morada de Peter van Daan y, finalmente, al igual que en la casa de delante, un desván y una buhardilla. Y aquí termina la presentación de toda nuestra hermosa Casa de atrás.

Tu Ana

Viernes, 10 de julio de 1942
Querida Kitty:
Es muy probable que te haya aburrido tremendamente con mi tediosa descripción de la casa, pero me parece importante que sepas dónde he venido a parar. A través de mis próximas cartas ya te enterarás de cómo vivimos aquí.
Ahora primero quisiera seguir contándote la historia del otro día, que todavía no he terminado. Una vez que llegamos al edificio de Prinsengracht 663, Miep nos llevó en seguida por el largo pasillo, subiendo por la escalera de madera, directamente hacia arriba, a la Casa de atrás. Cerró la puerta detrás de nosotros y nos dejó solos. Margot había llegado
mucho antes en bicicleta y ya nos estaba esperando.
El cuarto de estar y las demás habitaciones estaban tan atiborradas de trastos que superaban toda descripción. Las cajas de cartón que a lo largo de los últimos meses habían sido enviadas a la oficina, se encontraban en el suelo y sobre las camas. El cuartito pequeño estaba hasta el techo de ropa de cama. Si por la noche queríamos dormir en camas decentes, teníamos que poner manos a la obra de inmediato. A mamá y a Margot les era imposible mover un dedo, estaban echadas en las camas sin hacer, cansadas, desganadas y no sé cuántas cosas más, pero papá y yo, los dos «ordenalotodo» de la familia, queríamos empezar cuanto antes.
Anduvimos todo el día desempaquetando, poniendo cosas en los armarios, martilleando y ordenando, hasta que por la noche caímos exhaustos en las camas limpias. No habíamos comido nada caliente en todo el día, pero no nos importaba; mamá y Margot estaban demasiado cansadas y nerviosas como para comer nada, y papá y yo teníamos demasiado que hacer.
El martes por la mañana tomamos el trabajo donde lo habíamos dejado el lunes. Bep y Miep hicieron la compra usando nuestras cartillas de racionamiento, papá arregló los paneles para oscurecer las ventanas, que no resultaban suficientes, fregamos el suelo de la cocina y estuvimos nuevamente trajinando de la mañana a la noche. Hasta el miércoles casi no tuve tiempo de ponerme a pensar en los grandes cambios que se habían producido en mi vida. Sólo entonces, por primera vez desde que llegamos a la Casa de atrás, encontré ocasión para ponerte al tanto de los hechos y al mismo tiempo para darme cuenta de lo que realmente me había pasado y de lo que aún me esperaba.
Tu Ana
Sábado, 11 de julio de 1942
Querida Kitty:
Papá, mamá y Margot no logran acostumbrarse a las campanadas de la iglesia del Oeste, que suenan cada quince minutos anunciando la hora. Yo sí, me gustaron desde el principio, y sobre todo por las noches me dan una sensación de amparo. Te interesará saber qué me parece mi vida de escondida, pues bien, sólo puedo decirte que ni yo misma lo sé muy bien. Creo que aquí nunca me sentiré realmente en casa, con lo que no quiero decir en absoluto que me desagrade estar aquí; más bien me siento como si estuviera pasando unas vacaciones en una pensión muy curiosa. Reconozco que es una concepción un tanto extraña de la clandestinidad, pero las cosas son así, y no las puedo cambiar. Como escondite, la Casa de atrás es ideal; aunque hay humedad y está toda inclinada, estoy segura de que en todo Amsterdam, y quizás hasta en toda Holanda, no hay otro escondite tan confortable como el que hemos instalado aquí.
La pequeña habitación de Margot y mía, sin nada en las paredes, tenía hasta ahora un aspecto bastante desolador. Gracias a papá, que ya antes había traído mi colección de tarjetas postales y mis fotos de estrellas de cine, pude decorar con ellas una pared entera, pegándolas con cola. Quedó muy, muy bonito, por lo que ahora parece mucho más alegre. Cuando lleguen los Van Daan, ya nos fabricaremos algún armarito y otros chismes con la madera que hay en el desván.
Margot y mamá ya se han recuperado un poco. Ayer mamá quiso hacer la primera sopa de guisantes, pero cuando estaba abajo charlando, se olvidó de la sopa, que se quemó de tal manera que los guisantes estaban negros como el carbón y no había forma de despegarlos del fondo de la olla. ‘
Ayer por la noche bajamos los cuatro al antiguo despacho de papá y pusimos la radio inglesa.
Yo tenía tanto miedo de que alguien pudiera oírnos que le supliqué a papá que volviéramos arriba. Mamá comprendió mi temor y subió conmigo. También con respecto a otras cosas tenemos mucho miedo de que los vecinos puedan vernos u oírnos. Ya el primer día tuvimos que hacer cortinas, que en realidad no se merecen ese nombre, ya que no son más que unos trapos sueltos, totalmente diferentes entre sí en forma, calidad y dibujo. Papá y yo, que no entendemos nada del arte de coser, las unimos de cualquier manera con hilo y aguja. Estas verdaderas joyas las colgamos luego con chinchetas delante de las ventanas, y ahí se quedarán hasta que nuestra estancia aquí acabe.
A la derecha de nuestro edificio se encuentra una filial de la compañía Keg, de Zaandam, y a la izquierda una ebanistería. La gente que trabaja allí abandona el recinto cuando termina su horario de trabajo, pero aun así podrían oír algún ruido que nos delatara. Por eso, hemos prohibido a Margot que tosa por las noches, pese a que está muy acatarrada, y le damos codeína en grandes cantidades.
Me hace mucha ilusión la venida de los Van Daan, que se ha fijado para el martes. Será mucho más ameno y también habrá menos silencio. Porque es el silencio lo que por las noches y al caer la tarde me pone tan nerviosa, y daría cualquier cosa por que alguno de nuestros protectores se quedara aquí a dormir.
La vida aquí no es tan terrible, porque podemos cocinar nosotros mismos y abajo, en el despacho de papá, podemos escuchar la radio. El señor Kleiman y Miep y también Bep Voskuijl nos han ayudado muchísimo. Nos han traído ruibarbo, fresas y cerezas, y no creo que por el momento nos vayamos a aburrir. Tenemos suficientes cosas para leer, y aún vamos a comprar un montón de juegos. Está claro que no podemos mirar por la ventana ni salir fuera. También está prohibido hacer ruido, porque abajo no nos deben oír.
Ayer tuvimos mucho trabajo; tuvimos que deshuesar dos cestas de cerezas para la oficina. El señor Kugler quería usarlas para hacer conservas.
Con la madera de las cajas de cerezas haremos estantes para libros. Me llaman.

Tu Ana
28 de setiembre de 1942. (Añadido)
Me angustia más de lo que puedo expresar el que nunca podamos salir fuera, y tengo mucho miedo de que nos descubran y nos fusilen. Eso no es, naturalmente, una perspectiva demasiado halagüeña.
Domingo, 12 de julio de 1942
Hoy hace un mes todos fueron muy buenos conmigo, cuando era mi cumpleaños, pero ahora siento cada día más cómo me voy distanciando de mamá y Margot. Hoy he estado trabajando duro, y todos me han elogiado enormemente, pero a los cinco minutos ya se pusieron a regañarme.
Es muy clara la diferencia entre cómo nos tratan a Margot y a mí. Margot, por ejemplo, ha roto la aspiradora, y ahora nos hemos quedado todo el día sin luz. Mamá le dijo:
-Pero Margot, se nota que no estás acostumbrada a trabajar, si no habrías sabido que no se debe desenchufar una aspiradora tirando del cable.
Margot respondió algo y el asunto no pasó de ahí.
Pero hoy por la tarde yo quise pasar a limpio la lista de la compra de mamá, que tiene una letra bastante ilegible, pero no quiso que lo hiciera y en seguida me echó una tremenda regañina en la que se metió toda la familia.
Estos últimos días estoy sintiendo cada vez más claramente que no encajo en mi familia. Se ponen tan sentimentales cuando están juntos, y yo prefiero serlo cuando estoy sola. Y luego hablan de lo bien que estamos y que nos llevamos los cuatro, y de que somos una familia tan unida, pero en ningún momento se les ocurre pensar en que yo no lo siento así.
Sólo papá me comprende de vez en cuando, pero por lo general está del lado de mamá y Margot. Tampoco soporto que en presencia de extraños hablen de que he estado llorando o de lo sensata e inteligente que soy. Lo aborrezco. Luego también a veces hablan de Moortje, y me sabe muy mal, porque ése es precisamente mi punto flaco y vulnerable. Echo de menos a Moortje a cada momento, y nadie sabe cuánto pienso en él. Siempre que pienso en él se me saltan las lágrimas. Moortje es tan bueno, y lo quiero tanto… Sueño a cada momento con su vuelta.
Aquí siempre tengo sueños agradables, pero la realidad es que tendremos que quedarnos aquí hasta que termine la guerra. Nunca podemos salir fuera, y tan sólo podemos recibir la visita de Miep, su marido Jan, Bep Voskuijl, el señor Voskuijl, el señor Kugler, el señor Kleiman y la señora Kleiman, aunque ésta nunca viene porque le parece muy peligroso.
Setiembre de 1942. (Añadido)
Papá siempre es muy bueno. Me comprende de verdad, y a veces me gustaría poder hablar con él en confianza, sin ponerme a llorar en seguida. Pero eso parece tener que ver con la edad. Me gustaría escribir todo el tiempo, pero se haría muy aburrido.
Hasta ahora casi lo único que he escrito en mi libro son pensamientos, y no he tenido ocasión de escribir historias divertidas para poder leérselas a alguien más tarde. Pero a partir de ahora intentaré no ser sentimental, o serlo menos, y atenerme más a la realidad.
Viernes, 14 de agosto de 1942
Querida Kitty:
Durante todo un mes te he abandonado, pero es que tampoco hay tantas novedades como para contarte algo divertido todos los días. Los Van Daan llegaron el 13 de julio. Pensamos que vendrían el 14, pero como entre el 13 y el 16 de julio los alemanes empezaron a poner nerviosa cada vez a más gente, enviando citaciones a diestro y siniestro, pensaron que era más seguro adelantar un día la partida, antes de que fuera demasiado tarde.
A las nueve y media de la mañana -aún estábamos desayunando- llegó Peter van Daan, un muchacho desgarbado, bastante soso y tímido que no ha cumplido aún los dieciséis años, y de cuya compañía no cabe esperar gran cosa. El señor y la señora Van Daan llegaron media hora más tarde. Para gran regocijo nuestro, la señora traía una sombrerera con un enorme orinal -dentro.
-Sin orinal no me siento en mi casa en ninguna parte -sentenció, y el orinal fue lo primero a lo que le asignó un lugar fijo: debajo del diván. El señor Van Daan no traía orinal, pero sí una mesa de té plegable bajo el brazo.
El primer día de nuestra convivencia comimos todos juntos, y al cabo de tres días los siete nos habíamos hecho a la idea de que nos habíamos convertido en una gran familia. Como es natural, los Van Daan tenían mucho que contar de lo que había sucedido durante la última semana que habían pasado en el mundo exterior. Entre otras cosas nos interesaba mucho saber lo que había sido de nuestra casa y del señor Goldschmidt.
El señor Van Daan nos contó lo siguiente:
-El lunes por la mañana, a las 9, Goldschmidt nos telefoneó y me dijo si podía pasar por ahí un momento. Fui en seguida y lo encontré muy alterado. Me dio a leer una nota que le habían dejado los Frank y, siguiendo las indicaciones de la misma, quería llevar al gato a casa de los vecinos, lo que me pareció estupendo. Temía que vinieran a registrar la casa, por lo que recorrimos todas las habitaciones, ordenando un poco aquí y allá, y también recogimos la mesa. De repente, en el escritorio de la señora Frank encontré un bloc que tenía escrita una dirección en Maastricht. Aunque sabía que ella lo había hecho adrede, me hice el sorprendido y asustado y rogué encarecidamente a Goldschmidt que quemara ese papel, que podía ser causante de alguna desgracia. Seguí haciendo todo el tiempo como si no supiera nada de que ustedes habían desaparecido, pero al ver el papelito se me ocurrió una buena idea. «Señor Goldschmidt -le dije-, ahora que lo pienso, me parece saber con qué puede tener que ver esa dirección. Recuerdo muy bien que hace más o menos medio año
vino a la oficina un oficial de alta graduación, que resultó ser un gran amigo de infancia del señor Frank. Prometió ayudarle en caso de necesidad, y precisamente residía en Maastricht. Se me hace que este oficial ha mantenido su palabra y que ha ayudado al señor Frank a pasar a Bélgica y de allí a Suiza. Puede decirle esto a los amigos de los Frank que pregunten por ellos. Claro que no hace falta que mencione lo de Maastricht.» Dicho esto, me retiré. La mayoría de los amigos y conocidos ya lo saben, porque en varias oportunidades ya me ha tocado oír esta versión.
La historia nos causó mucha gracia, pero todavía nos hizo reír más la fantasía de la gente cuando Van Daan se puso a contar lo que algunos decían. Una familia de la Merwedeplein aseguraba que nos había visto pasar a los cuatro temprano por la mañana en bicicleta, y otra señora estaba segurísima de que en medio de la noche nos habían cargado en un furgón militar.

Tu Ana
Viernes, 21 de agosto de 1942
Querida Kitty:
Nuestro escondite sólo ahora se ha convertido en un verdadero
escondite. Al señor Kugler le pareció que era mejor que delante de la puerta que da acceso a la Casa de atrás colocáramos una estantería, ya que los alemanes están registrando muchas casas en busca de bicicletas escondidas. Pero se trata naturalmente de una estantería giratoria, que se abre como una puerta. La ha fabricado el señor Voskuijl. (Le hemos puesto al corriente de los siete escondidos, y se ha mostrado muy servicial en todos los aspectos.)
Ahora, cuando queremos bajar al piso de abajo, tenemos que agacharnos primero y luego saltar. Al cabo de tres días, todos teníamos la frente llena de chichones de tanto chocarnos la cabeza al pasar por la puerta, demasiado baja. Para amortiguar los golpes en lo posible, Peter ha colocado un paño con virutas de madera en el umbral. ¡Veremos si funciona!
Estudiar, no estudio mucho. Hasta septiembre he decidido que tengo vacaciones. Papá me ha dicho que luego él me dará clases, pero primero tendremos que comprar todos los libros del nuevo curso.
Nuestra vida no cambia demasiado. Hoy le han lavado la cabeza a Peter, lo que no tiene nada de particular. El señor Van Daan y yo siempre andamos discutiendo. Mamá siempre me trata como a una niñita, y a mí eso me da mucha rabia. Por lo demás, estamos algo mejor. Peter sigue sin caerme más simpático que antes; es un chico latoso, que está todo el día ganduleando en la cama, luego se pone a martillear un poco y cuando acaba se vuelve a tumbar. ¡Vaya un tonto!
Esta mañana mamá me ha vuelto a soltar un soberano sermón. Nuestras opiniones son diametralmente opuestas. Papá es un cielo, aunque a veces se enfada conmigo durante cinco minutos.
Afuera hace buen tiempo, y pese a todo tratamos de aprovecharlo en lo posible, tumbándonos en el catre que tenemos en el desván.

Tu Ana
21 de setiembre de 1942. (Añadido)
El señor Van Daan está como una malva conmigo últimamente. Yo le dejo hacer, sin oponerme.
Miércoles, 2 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
Los Van Daan han tenido una gran pelea. Nunca he presenciado una cosa igual, ya que a papá y mamá ni se les ocurriría gritarse de esa manera. El motivo fue tan tonto que ni merece la pena mencionarlo. En fin, allá cada uno.
Claro que es muy desagradable para Peter, que está en medio de los dos, pero a Peter ya nadie lo toma en serio, porque es tremendamente quisquilloso y vago. Ayer andaba bastante preocupado porque tenía la lengua de color azul en lugar de rojo. Este extraño fenómeno, sin embargo, desapareció tan rápido como se había producido. Hoy anda con una gran bufanda al cuello, ya que tiene tortícolis, y por lo demás el señor Van Daan se queja de que tiene lumbago. También tiene unos dolores en la zona del corazón, los riñones y el pulmón. ¡Es un verdadero hipocondríaco!
(Se les llama así, ¿verdad?)
Mamá y la señora Van Daan no hacen muy buenas migas. Motivos para la discordia hay de sobra. Por poner un ejemplo: la señora ha sacado del ropero común todas sus sábanas, dejando sólo tres. ¡Si se cree que toda la familia va a usar la ropa de mamá, se llevará un buen chasco cuando vea que mamá ha seguido su ejemplo!
Además, la señora está de mala uva porque no usamos nuestra vajilla, y sí la suya. Siempre está tratando de averiguar dónde hemos metido nuestros platos; están más cerca de lo que ella supone: en el desván, metidos en cajas de cartón, detrás de un montón de material publicitario de Opekta. Mientras estemos escondidos, los platos estarán fuera de alcance. ¡Tanto mejor!
A mí siempre me ocurren toda clase de desgracias. Ayer rompí en mil pedazos un plato sopero de la señora.
-i Ay! -exclamó furiosa-. Ten más cuidado con lo que haces, que es lo uno que me queda.
Por favor ten en cuenta, Kitty, que las dos señoras de la casa hablan un holandés macarrónico (de los señores no me animo a decir nada, se ofenderían mucho). Si vieras cómo mezclan y confunden todo, te partirías de risa. Ya ni prestamos atención al asunto, ya que no tiene sentido corregirlas. Cuando te escriba sobre alguna de ellas, no te citaré textualmente lo que dicen, sino que lo pondré en holandés correcto.
La semana pasada ocurrió algo que rompió un poco la monotonía: tenía que ver con un libro sobre mujeres y Peter. Has de saber que a Margot y Peter les está permitido leer casi todos los libros que nos presta el señor Kleiman, pero este libro en concreto sobre un tema de mujeres, los adultos prefirieron reservárselo para ellos. Esto despertó en seguida la curiosidad de Peter. ¿Qué cosas prohibidas contendría ese libro? Lo cogió a escondidas de donde lo tenía guardado su madre mientras ella estaba abajo charlando, y se llevó el botín a la buhardilla. Este método funcionó bien durante dos días; la señora Van Daan sabía perfectamente lo que pasaba, pero no decía nada, hasta que su marido se enteró. Este se enojó, le quitó el libro a Peter y pensó que la cosa terminaría ahí. Sin embargo, había subestimado la curiosidad de su hijo, que no se dejó impresionar por la enérgica actuación de su padre. Peter se puso a rumiar las posibilidades de seguir con la lectura de este libro tan interesante.
Su madre, mientras tanto, consultó a mamá sobre lo que pensaba del asunto. A mamá le pareció que éste no era un libro muy recomendable para Margot, pero los otros no tenían nada de malo, según ella.
-Entre Margot y Peter, señora Van Daan -dijo mamá-, hay una gran diferencia. En primer lugar, Margot es una chica, y las mujeres siempre son más maduras que los varones; en segundo lugar, Margot ya ha leído bastantes libros serios y no anda buscando temas que ya no le están prohibidos, y en tercer lugar, Margot es más seria y está mucho más adelantada, puesto que ya ha ido cuatro años al liceo.
La señora Van Daan estuvo de acuerdo, pero de todas maneras consideró que en principio era inadecuado dar a leer a los jóvenes libros para adultos.
Entretanto, Peter encontró el momento indicado en el que nadie se preocupara por el libro ni le prestara atención a él: a las siete y media de la tarde, cuando toda la familia se reunía en el antiguo despacho de papá para escuchar la radio, se llevaba el tesoro a la buhardilla. A las ocho y media tendría que haber vuelto de nuevo abajo, pero como el libro lo había cautivado tanto, no se fijó en la hora y justo estaba bajando la escalera del desván cuando su padre entraba en el cuarto de estar. Lo que siguió es fácil de imaginar: un cachete, un golpe, un tirón, el libro tirado sobre la mesa y Peter de vuelta en la buhardilla.
Así estaban las cosas cuando la familia se reunió para cenar. Peter se quedó arriba, nadie le hacía caso, tendría que irse a la cama sin comer. Seguimos comiendo, conversando alegremente, cuando de repente se oyó un pitido penetrante. Todos soltamos los tenedores y miramos con las caras pálidas del susto.
Entonces oímos la voz de Peter por el tubo de la chimenea:
-¡No os creáis que bajaré!
El señor Van Daan se levantó de un salto, se le cayó la servilleta al suelo, y con la cara de un rojo encendido exclamó: -¡Hasta aquí hemos llegado!
Papá lo cogió del brazo, temiendo que algo malo pudiera pasarle, y juntos subieron al desván. Tras muchas protestas y pataleo, Peter fue a parar a su habitación, la puerta se cerró y nosotros seguimos comiendo.
La señora Van Daan quería guardarle un bocado a su niñito, pero su marido fue terminante.
-Si no se disculpa inmediatamente, tendrá que dormir en la buhardilla.
Todos protestamos; mandarlo a la cama sin cenar ya nos parecía castigo suficiente. Si Peter llegaba a acatarrarse, no podríamos hacer venir a ningún médico.
Peter no se disculpó, y volvió a instalarse en la buhardilla. El señor Van Daan no intervino más en el asunto, pero por la mañana descubrió que la cama de Peter había sido usada. Éste había vuelto a subir al desván a las siete, pero papá lo convenció con buenas palabras para que bajara. Al cabo de tres días de ceños fruncidos y de silencios obstinados, todo volvió a la normalidad.

Tu Ana
Lunes, 21 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
Hoy te comunicaré las noticias generales de la Casa de atrás. Por encima de mi diván hay una lamparita para que pueda tirar de una cuerda en caso de que haya disparos. Sin embargo, de momento esto no es posible, ya que tenemos la ventana entornada día y noche.
La sección masculina de la familia Van Daan ha fabricado una despensa muy cómoda, de madera barnizada y provista de mosquiteros de verdad. Al principio habían instalado el armatoste en el cuarto de Peter, pero para que esté más fresco lo han trasladado al desván. En su lugar hay ahora un estante. Le he recomendado a Peter que allí ponga la mesa, con un bonito mantel, y que cuelgue el armarito en la pared, donde ahora tiene la mesa. Así, aún puede convertirse en un sitio acogedor, aunque a mí no me gustaría dormir ahí.
La señora Van Daan es insufrible. Arriba me regañan continua
mente porque hablo sin parar, pero yo no les hago caso. Una novedad es que a la señora ahora le ha dado por negarse a fregar las ollas. Cuando queda un poquitín dentro, en vez de guardarlo en una fuente de vidrio deja que se pudra en la olla. Y si luego a Margot le toca fregar muchas ollas, la señora le dice:
-Ay Margot, Margotita, ¡cómo trabajas!
El señor Kleiman me trae cada quince días algunos libros para niñas. Me encanta la serie de libros sobre Joop ter Heul, y los de Cissy van Marxveldt por lo general también me gustan mucho. Locura de verano me lo he leído ya cuatro veces, pero me siguen divirtiendo mucho las situaciones tan cómicas que describe.
Con papá estamos haciendo un árbol genealógico de su familia, y sobre cada uno de sus miembros me va contando cosas.
Ya hemos empezado otra vez los estudios. Yo hago mucho francés, y cada día me machaco la conjugación de cinco verbos irregulares. Sin embargo, he olvidado mucho de lo que aprendí en el colegio.
Peter ha encarado con muchos suspiros su tarea de estudiar inglés. Algunos libros acaban de llegar; los cuadernos, lápices, gomas de borrar y etiquetas me los he traído de casa en grandes cantidades. Pim (así llamo cariñosamente a papá) quiere que le demos clases de holandés. A mí no me importa dárselas, en compensación por la ayuda que me da en francés y otras asignaturas. Pero no te imaginas los errores garrafales que comete. ¡Son increíbles!
A veces me pongo a escuchar Radio Orange ; hace poco habló el príncipe Bernardo, que contó que para enero esperan el nacimiento de un niño. A mí me encanta la noticia, pero en casa no entienden m¡ afición por la Casa de Orange4.

Hace días estuvimos hablando de que todavía soy muy ignorante, por lo que al día siguiente me puse a estudiar como loca, porque no me apetece para nada tener que volver al primer curso cuando tenga catorce o quince años. En esa conversación también se habló de que casi no me permiten leer nada. Mamá de momento está leyendo Hombres, mujeres y criados, pero a mí por supuesto no me lo dejan leer (¡a Margot sí!); primero tengo que tener más cultura, como la sesuda de mi hermana. Luego hablamos de mi ignorancia en temas de filosofía, psicología y fisiología (estas palabras tan difíciles he tenido que buscarlas en el diccionario), y es cierto que de eso no sé nada. ¡Tal vez el año que viene ya sepa algo!
He llegado a la aterradora conclusión de que no tengo más que un vestido de manga larga y tres chalecos para el invierno. Papá me ha dado permiso para que me haga un jersey de lana blanca. La lana que tengo no es muy bonita que digamos, pero el calor que me dé me compensará de sobras. Tenemos algo de ropa en casa de otra gente, pero lamentablemente sólo podremos ir a recogerla cuando termine la guerra, si es que para entonces todavía sigue allí.
Hace poco, justo cuando te estaba escribiendo algo sobre ella, apareció la señora Van Daan. ¡Plaf!, tuve que cerrar el cuaderno de golpe.
-Oye, Ana, ¿no me enseñas algo de lo que escribes? -No, señora, lo siento.
-¿Tampoco la última página?
-No, señora, tampoco.
Menudo susto me llevé, porque lo que había escrito sobre ella justo en esa página no era muy halagüeño que digamos.
Así, todos los días pasa algo, pero soy demasiado perezosa y estoy demasiado cansada para escribírtelo todo.

Tu Ana
Viernes, 25 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
Papá tiene un antiguo conocido, el señor Dreher, un hombre de unos setenta y cinco años, bastante sordo, enfermo y pobre, que tiene a su lado, a modo de apéndice molesto, a una mujer veintisiete años menor que él, igualmente pobre, con los brazos llenos de brazaletes y anillos falsos y de verdad, que le han quedado de otras épocas. Este señor Dreher ya le ha causado a papá muchas molestias, y siempre he admirado su inagotable paciencia cuando atendía a este pobre tipo al teléfono. Cuando aún vivíamos en casa, mamá siempre le recomendaba a papá que colocara el auricular al lado de un gramófono, que a cada tres minutos dijera «sí señor Dreher, no señor Dreher», porque total el viejo no entendía ni una palabra de las largas respuestas de papá.
Hoy el señor Dreher telefoneó a la oficina y le pidió a Kugler que pasara un momento a verle. A Kugler no le apetecía y quiso enviar a Miep. Miep llamó por teléfono para disculparse. Luego la señora de Dreher telefoneó tres veces, pero como presuntamente Miep no estaba en toda la tarde, tuvo que imitar al teléfono la voz de Bep. En el piso de abajo, en las oficinas, y también arriba hubo grandes carcajadas, y ahora, cada vez que suena el teléfono, dice Bep: «¿Debe de ser la señora Dreher!» por lo que a Miep ya le da la risa de antemano y atiende el teléfono entre risitas muy poco corteses. Ya ves, seguro que en el mundo no hay otro negocio como el nuestro, en el que los directores y las secretarias se divierten horrores.
Por las noches me paso a veces por la habitación de los Van Daan a charlar un rato. Comemos una «galleta apolillada» con melaza (la caja de galletas estaba guardada en el ropero atacado por las polillas) y lo pasamos bien. Hace poco hablamos de Peter. Yo les conté que Peter me acaricia a menudo la mejilla y que eso a mí no me gusta. Ellos me preguntaron de forma muy paternalista si yo no podía querer a Peter, ya que él me quería mucho. Yo pensé «¡huy!» y contesté que no. ¡Figúrate! Entonces le dije que Peter era un poco torpe y que me parecía que era tímido. Eso les pasa a todos los chicos cuando no están acostumbrados a tratar con chicas.
Debo decir que la Comisión de Escondidos de la Casa de atrás (sección masculina) es muy inventiva. Fíjate lo que han ideado para hacerle llegar al señor Broks, representante de la Cía.
Opekta, conocido nuestro y depositario de algunos de nuestros bienes escondidos, un mensaje de nuestra parte: escriben una carta a máquina dirigida a un tendero que es cliente indirecto de Opekta en la provincia de Zelanda, pidiéndole que rellene una nota adjunta y nos la envíe a vuelta de correo en el sobre también adjunto. El sobre ya lleva escrita la dirección en letra de papá. Cuando llega todo a Zelanda, reemplazan la nota por una señal de vida manuscrita de papá. Así, Broks la lee sin albergar sospechas. Han escogido precisamente Zelanda porque al estar cerca de Bélgica la carta puede haber pasado la frontera de manera clandestina y porque nadie puede viajar allí sin permiso especial. Un representante corriente como Broks seguro que nunca recibiría un permiso así.
Anoche papá volvió a hacer teatro. Estaba muerto de cansancio y se fue a la cama tambaleándose. Como tenía frío en los pies, le puse mis escarpines para dormir. A los cinco minutos ya se le habían caído al suelo. Luego tampoco quería luz y metió la cabeza debajo de la sábana. Cuando se apagó la luz fue sacando la cabeza lentamente. Fue algo de lo más cómico. Luego, cuando estábamos hablando de que Peter trata de «tía» a Margot, se oyó de repente la voz cavernosa de papá, diciendo: «tía María».
El gato Mouschi está cada vez más bueno y simpático conmigo, pero yo sigo teniéndole un poco de miedo.

Tu Ana
Domingo, 27 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
Hoy he tenido lo que se dice una «discusión» con mamá, pero lamentablemente siempre se me saltan en seguida las lágrimas, no lo puedo evitar. Papá siempre es bueno conmigo, y también mucho más comprensivo. En momentos así, a mamá no la soporto, y es que se le nota que soy una extraña para ella, ni siquiera sabe lo que pienso de las cosas más cotidianas.
Estábamos hablando de criadas, de que habría que llamarlas «asistentas domésticas», y de que después de la guerra seguro que será obligatorio llamarlas así. Yo no estaba tan segura de ello, y entonces me dijo que yo muchas veces hablaba de lo que pasará «más adelante», y que pretendía ser una gran dama, pero eso no es cierto; ¿acaso yo no puedo construirme mis propios castillitos en el aire? Con eso no hago mal a nadie, no hace falta que se lo tomen tan en serio. Papá al menos me defiende; si no fuera por él, seguro que no aguantaría seguir aquí, o casi.
Con Margot tampoco me llevo bien. Aunque en nuestra familia nunca hay enfrentamientos como el que te acabo de describir, para mí no siempre es agradable ni mucho menos formar parte de ella. La manera de ser de Margot y de mamá me es muy extraña. Comprendo mejor a mis amigas que a mi propia madre. Una lástima, ¿verdad?
La señora Van Daan está de mala uva por enésima vez. Está muy malhumorada y va escondiendo cada vez más pertenencias personales. Lástima que mamá, a cada ocultación vandaaniana, no responda con una ocultación frankiana.
Hay algunas personas a las que parece que les diera un placer especial educar no sólo a sus propios hijos, sino también participar en la educación de los hijos de sus amigos. Tal es el caso de Van Daan. A Margot no hace falta educarla, porque es la bondad, la dulzura y la sapiencia personificada; a mí, en cambio, me ha tocado en suerte ser maleducada por partida doble. Cuando estamos todos comiendo, las recriminaciones y las respuestas insolentes van y vienen más de una vez. Pápa y mamá siempre me defienden a capa y espada, si no fuera por ellos no podría entablar la lucha tantas veces sin pestañear. Aunque una y otra vez me dicen que tengo que hablar menos, no meterme en lo que no me importa y ser más modesta, mis esfuerzos no tienen demasiado éxito. Si papá no tuviera tanta paciencia, yo ya habría perdido hace mucho las esperanzas de llegar a satisfacer las exigencias de mis propios padres, que no son nada estrictas.
Cuando en la mesa me sirvo poco de alguna verdura que no me gusta nada, y como patatas en su lugar, el señor Van Daan, y sobre todo su mujer, no soportan que me consientan tanto. No tardan en dirigirme un «¿Anda, Ana, sírvete más verdura!»
-No, gracias, señora -le contesto-. Me basta con las patatas.
-La verdura es muy sana, lo dice tu propia madre. Anda, sírvete -insiste, hasta que intercede papá y confirma mi negativa.
Entonces, la señora empieza a despotricar:
-Tendrían que haber visto cómo se hacía en mi casa. Allí por lo menos se educaba a los niños. A esto no lo llamo yo educar. Ana es una niña terriblemente malcriada. Yo nunca lo permitiría. Si Ana fuese mi hija…
Así siempre empiezan y terminan todas sus peroratas: «Si Ana fuera mi hija…» ¡Pues por suerte no lo soy!
Pero volviendo a nuestro tema de la educación, ayer, tras las palabras elocuentes de la señora, se produjo un silencio. Entonces papá contestó:
-A mí me parece que Ana es una niña muy bien educada, al menos ya ha aprendido a no contestarle a usted cuando le suelta sus largas peroratas. Y en cuanto a la verdura, no puedo más que contestarle que a lo dicho, viceversa.
La señora estaba derrotada, y bien. El «viceversa» de papá estaba dirigido directamente a ella, ya que por las noches nunca come judías ni coles, porque le produce «ventosidad». Pero eso también podría decirlo yo. ¡Qué mujer más idiota! Por lo menos, que no se meta conmigo.
Es muy cómico ver la facilidad con que se pone colorada. Yo por suerte no, y se ve que eso a ella, secretamente, le da mucha rabia.
Tu Ana
Lunes, 28 de septiembre de 1942
Querida Kitty:
Cuando todavía faltaba mucho para terminar mi carta de ayer, tuve que interrumpir la escritura. No puedo reprimir las ganas de informarte sobre otra disputa, pero antes de empezar debo contarte otra cosa: me parece muy curioso que los adultos se peleen tan fácilmente y por cosas pequeñas. Hasta ahora siempre he pensado que reñir era cosa de niños, y que con los años se pasaba. Claro que a veces hay motivo para pelearse en serio, pero las rencillas de aquí no son más que riñas de poca monta. Como están a la orden del día, en realidad ya debería estar acostumbrada a ellas. Pero no es el caso, y no lo será nunca, mientras sigan hablando de mí en casi todas las discusiones (ésta es la palabra que usan en lugar de riña, lo que por supuesto no está mal, pero la confusión es por el alemán). Nada, pero absolutamente nada de lo que yo hago les cae bien: mi comportamiento, mi carácter, mis modales, todos y cada uno de mis actos son objeto de un tremendo chismorreo y de continuas habladurías, y las duras palabras y gritos que me sueltan, dos cosas a las que no estaba acostumbrada, me los tengo que tragar alegremente, según me ha recomendado una autoridad en la materia. ¡Pero yo no puedo! Ni pienso permitir que me insulten de esa manera. Ya les enseñaré que Ana Frank no es ninguna tonta, se quedarán muy sorprendidos y deberán cerrar sus bocazas cuando les haga ver que antes de ocuparse tanto de mi educación, deberían ocuparse de la suya propia. ¡Pero qué se han creído! ¡Vaya unos zafios! Hasta ahora siempre me ha dejado perpleja tanta grosería y, sobre todo, tanta estupidez (de la señora Van Daan). Pero tan pronto como esté acostumbrada, y ya no falta mucho, les pagaré con la misma moneda. ¡Ya no volverán a hablar del mismo modo! ¿Es que realmente soy tan maleducada, tan terca, tan caprichosa, tan poco modesta, tan tonta, tan haragana, etc., etc., corno dicen los de arriba? Claro que no. Ya sé que tengo muchos defectos y que hago muchas cosas mal, ¡pero tampoco hay que exagerar tanto! Si supieras, Kitty, cómo a veces me hierve la sangre cuando todos se ponen a gritar y a insultar de ese modo. Te aseguro que no falta mucho para que toda mi rabia contenida estalle.
Pero basta ya de hablar de este asunto. Ya te he aburrido bastante con mis disputas, y sin embargo no puedo dejar de relatarte una discusión de sobremesa harto interesante.
A raíz de no sé qué tema llegamos a hablar sobre la gran modestia de Pim. Dicha modestia es un hecho indiscutible, que hasta el más idiota no puede dejar de admitir. De repente, la señora Van Daan, que siempre tiene que meterse en todas las conversaciones, dijo:
-Yo también soy muy modesta, mucho más modesta que mi marido.
¡Habráse visto! ¡Pues en esta frase sí que puede apreciarse claramente toda su modestia! El señor Van Daan, que creyó necesario aclarar aquello de «que mi marido», replicó muy tranquilamente:
-Es que yo no quiero ser modesto. Toda mi vida he podido ver que las personas que no son modestas llegan mucho más lejos que las modestas.
Y dirigiéndose a mí, dijo:
-No te conviene ser modesta, Ana. No llegarás a ninguna parte siendo modesta.
Mamá estuvo completamente de acuerdo con este punto de vista, pero la señora Van Daan, como de costumbre, tuvo que añadir su parecer a este tema educacional. Por esta única vez, no se dirigió directamente a mí, sino a mis señores padres, pronunciando las siguientes palabras:
-¡Qué concepción de la vida tan curiosa la suya, al decirle a Ana una cosa semejante! En mis tiempos no era así, y ahora seguro que tampoco lo es, salvo en una familia moderna como la suya.
Esto último se refería al método educativo moderno, tantas veces defendido por mamá. La señora Van Daan estaba coloradísima de tanto sulfurarse. Una persona que se pone colorada se altera cada vez más por el acaloramiento y por consiguiente lleva todas las de perder frente a su adversario.
La madre no colorada, que quería zanjar el asunto lo antes posible, recapacitó tan sólo un instante, y luego respondió:
-Señora Van Daan, también yo opino ciertamente que en la vida es mucho mejor no ser tan modesta. Mi marido, Margot y Peter son todos tremendamente modestos. A su marido, a Ana, a usted y a mí no nos falta modestia, pero tampoco permitimos que se nos dé de lado.
La señora Van Daan:
-¡Pero señora, no la entiendo! De verdad que soy muy, pero que muy modesta. ¡Cómo se le ocurre llamarme poco modesta a mí!
Mamá:
-Es cierto que no le falta modestia, pero nadie la consideraría verdaderamente modesta.
La señora:
-Me gustaría saber en qué sentido soy poco modesta. ¡Si yo aquí no cuidara de mí misma, nadie lo haría, y entonces tendría que morirme de hambre, pero eso no significa que no sea igual de modesta que su marido!
Lo único que mamá pudo hacer con respecto a esta autodefensa tan ridícula fue reírse. Esto irritó a la señora Van Daan, que continuó su maravillosa perorata soltando una larga serie de hermosas palabras germano-holandesas y holando-germanas, hasta que la oradora nata se enredó tanto en su propia palabrería, que finalmente se levantó de su silla y quiso abandonar la habitación, pero entonces sus ojos se clavaron en mí. ¡Deberías haberlo visto! De safortunadamente, en el mismo momento en que la señora nos había vuelto la espalda, yo meneé burlonamente la cabeza, no a propósito, sino de manera más bien involuntaria, por haber estado siguiendo la conversación con tanta atención. La señora se volvió y empezó a reñirme en voz alta, en alemán, de manera soez y grosera, como una verdulera gorda y colorada. Daba gusto verla. Si supiera dibujar, ¡cómo me habría gustado dibujar a esa mujer bajita y tonta en esa posición tan cómica! De todos modos, he aprendido una cosa, y es lo siguiente: a la gente no se la conoce bien hasta que no se ha tenido una verdadera pelea con ella. Sólo entonces puede uno juzgar el carácter que tienen. Tu Ana
Martes, 29 de setiembre de 1942
Querida Kitty:
A los escondidos les pasan cosas muy curiosas. Figúrate que como no tenemos bañera, nos bañamos en una pequeña tina, y como sólo la oficina (con esta palabra siempre me refiero a todo el piso de abajo) dispone de agua caliente, los siete nos turnamos para bajar y aprovechar esta gran ventaja. Pero como somos todos tan distintos y la cuestión del pudor y la vergüenza está más desarrollada en unos que en otros, cada miembro de la familia se ha buscado un lugar distinto para bañarse. Peter se baña en la cocina, pese a que ésta tiene una puerta de cristal. Cuando va a darse un baño, pasa a visitarnos a todos por separado para comunicarnos que durante la próxima media hora no debemos transitar por la cocina. Esta medida le parece suficiente. El señor Van Daan se baña en el piso de arriba. Para él la seguridad del baño tomado en su propia habitación le compensa la molestia de subir toda el agua caliente tantos pisos. La señora, de momento, no se baña en ninguna parte; todavía está buscando el mejor sitio para hacerlo. Papá se baña en su antiguo despacho, mamá en la cocina, detrás de una mampara, y Margot y yo hemos elegido para nuestro chapoteo la oficina grande. Los sábados por la tarde cerramos las cortinas y nos aseamos a oscuras. Mientras una está en la tina, la otra espía por la ventana por entre las cortinas cerradas y curiosea a la gente graciosa que pasa.
Desde la semana pasada ya no me agrada este lugar para bañarme y me he puesto a buscar un sitio más confortable. Fue Peter quien me dio la idea de instalar la tina en el amplio lavabo de las oficinas. Allí puedo sentarme, encender la luz, cerrar la puerta con el pestillo, vaciar la tina yo sola sin la ayuda de nadie, y además estoy a cubierto de miradas indiscretas. El domingo fue el día en que estrené mi hermoso cuarto de baño, y por extraño que suene, me gusta más que cualquier otro sitio.
El miércoles vino el fontanero, y en el lavabo de las oficinas quitó las cañerías que nos abastecen de agua y las volvió a instalar en el pasillo. Este cambio se ha hecho pensando en un invierno frío, para evitar que el agua de la cañería se congele. La visita del fontanero no fue nada placentera. No sólo porque durante el día no podíamos dejar correr el agua, sino porque tampoco podíamos ir al retrete. Ya sé que no es muy educado contarte lo que hemos hecho para remediarlo, pero no soy tan pudorosa como para no hablar de estas cosas. Ya al principio de nuestro período de escondidos, papá y yo improvisamos un orinal; al no disponer de uno verdadero, sacrificamos para este fin un frasco de los de hacer conservas. Durante la visita del fontanero, pusimos dichos frascos en la habitación y allí guardamos nuestras necesidades de ese día. Esto me pareció mucho menos desagradable que el hecho de tener que pasarme todo el día sentada sin moverme y sin hablar. No puedes imaginarte lo difícil que le resultó esto a la señorita Cuacua-cuá. Habitualmente ya debemos hablar en voz baja, pero no poder abrir la boca ni moverse es mil veces peor.
Después de estar tres días seguidos pegada a la silla, tenía el trasero todo duro y dolorido. Con unos ejercicios de gimnasia vespertina pude hacer que se me quitara un poco el dolor.

Tu Ana
Jueves, 1º de octubre de 1942
Querida Kitty:
Ayer me di un susto terrible. A las ocho alguien tocó el timbre muy fuerte. Pensé que serían ya sabes quiénes. Pero cuando todos aseguraron que serían unos gamberros o el cartero, me calmé.
Los días transcurren en silencio. Levinsohn, un farmacéutico y químico judío menudo que trabaja para Kugler en la cocina, conoce muy bien el edificio y por eso tenemos miedo de que se le ocurra ir a echar un vistazo al antiguo laboratorio. Nos mantenemos silenciosos como ratoncitos bebés. ¡Quién iba a decir hace tres meses que «doña Ana puro nervio» debería y podría estar sentada quietecita horas y horas!
El 29 cumplió años la señora Van Daan. Aunque no hubo grandes festejos, se la agasajó con flores, pequeños obsequios y buena comida. Los claveles rojos de su señor esposo parecen una tradición familiar.
Volviendo a la señora Van Daan, puedo decirte que una fuente permanente de irritación y disgusto para mí es cómo coquetea con papá. Le acaricia la mejilla y el pelo, se sube muchísimo la falda, dice cosas supuestamente graciosas y trata de atraer de esta manera la atención de Pim. Por suerte a Pim ella no le gusta ni la encuentra simpática, de modo que no hace caso de sus coqueteos. Como sabes, yo soy bastante celosa por naturaleza, así que todo esto me sabe muy mal. ¿Acaso mamá hace esas cosas delante de su marido? Eso mismo se lo he dicho a la señora en la cara.
Peter tiene alguna ocurrencia divertida de vez en cuando. Al menos una de sus aficiones que hace reír a todos, la comparte conmigo: le gusta disfrazarse. Un día aparecimos él metido en un vestido negro muy ceñido de su madre, y yo vestida con un traje suyo; Peter llevaba un sombrero y yo una gorra. Los mayores se partían de risa y nosotros no nos divertimos menos.
Bep ha comprado unas faldas nuevas para Margot y para mí en los grandes almacenes Bijenkorf. Son de una tela malísima, parece yute, como aquella tela de la que hacen sacos para meter patatas. Una falda que las tiendas antes ni se hubieran atrevido a vender, vale ahora 7,75 florines o 24 florines, respectivamente. Otra cosa que se avecina: Bep ha encargado a una academia unas clases de taquigrafía por correspondencia para Margot, para Peter y para mí. Ya verás en qué maravillosos taquígrafos nos habremos convertido el año que viene. A mí al menos me parece superinteresante aprender a dominar realmente esa escritura secreta.
Tengo un dolor terrible en el índice izquierdo, con lo que no puedo planchar. ¡Por suerte!
El señor Van Daan quiso que yo me sentara a su lado a la mesa, porque a su gusto Margot no come suficiente; a mí no me desagrada cambiar por un tiempo. En el jardín ahora siempre hay un gatito negro dando vueltas, que me recuerda a mi querido Moortje, pobrecillo. Mamá siempre tiene algo que objetar, sobre todo cuando estamos comiendo, por eso también me gusta el cambio que hemos hecho. Ahora la que tiene que soportarla es Margot, o mejor dicho no tiene que soportarla nada, porque total a ella mamá no le hace esos comentarios tan ponzoñosos, la niña ejemplar. Con eso de la niña ejemplar ahora me paso el día haciéndola rabiar, y ella no lo soporta. Quizá así aprenda a dejar de serlo. ¡Buena hora sería!
Para terminar esta serie de noticias variadas, un chiste muy divertido del señor Van Daan: ¿Sabes lo que hace 99 veces «clic» y una vez «clac»? ¡Un ciempiés con una pata de palo!

Tu Ana
Sábado, 3 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Ayer me estuvieron gastando bromas por haber estado tumbada en la cama junto al señor Van Daan. «¡A esta edad! ¡Qué escándalo!» y todo tipo de comentarios similares. ¡Qué tontos son! Nunca me acostaría con Van Daan, en el sentido general de la palabra, naturalmente.
Ayer hubo otro encontronazo; mamá empezó a despotricar y le contó a papá todos mis pecados, y entonces se puso a llorar, y yo también, claro, y eso que ya tenía un dolor de cabeza horrible. Finalmente le conté a papaíto que lo quiero mucho más a él que a mamá. Entonces él dijo que ya me pasaría, pero no le creo. Es que a mamá no la puedo soportar y me tengo que esforzar muchísimo para no estar siempre soltándole bufidos y calmarme. A veces me gustaría darle una torta, no sé de dónde sale esta enorme antipatía que siento por ella. Papá me ha dicho que cuando mamá no se siente bien o tiene dolor de cabeza, yo debería tomar la iniciativa para ofrecerme a hacer algo por ella, pero yo no lo hago, porque no la quiero y sencillamente no me sale. También puedo imaginarme que algún día mamá se morirá, pero me parece que nunca podría superar que se muriera papá. Espero que mamá nunca lea esto ni lo demás.
Últimamente me dejan leer más libros para adultos. Ahora es toy leyendo La niñez de Eva, de Nico van Suchtelen. No veo que haya mucha diferencia entre las novelas para chicas y esto. Eva pensaba que los niños crecían en los árboles, como las manzanas, y que la cigüeña los recoge cuando están maduros y se los lleva a las madres. Pero la gata de su amiga tuvo cría y los gatitos salían de la madre gata. Ella pensaba que la gata ponía huevos, igual que las gallinas, y que se ponía a empollarlos, y también que las madres que tienen un niño, unos días antes suben a poner un huevo y luego lo empollan. Cuando viene el niño, las madres todavía están debilitadas de tanto estar en cuclillas. Eva también quería tener un niño. Cogió un chal de lana y lo extendió en el suelo, donde caería el huevo. Entonces se puso de cuclillas a hacer fuerza. Al mismo tiempo empezó a cacarear, pero no le vino ningún huevo. Por fin, después de muchos esfuerzos, salió algo que no era ningún huevo, sino una salchichita. Eva sintió mucha vergüenza. Pensó que estaba enferma. ¿Verdad que es cómico? La niñez de Eva también habla de mujeres que venden sus cuerpos en unos callejones por un montón de dinero. A mí me daría muchísima vergüenza algo así. Además también habla de que a Eva le vino la regla. Es algo que quisiera que también me pasara a mí, así al menos sería adulta.
Papá anda refunfuñando y amenaza con quitarme el diario. ¡Por favor, no! ¡Vaya un susto! En lo sucesivo será mejor que lo esconda.
Tu Ana
Miércoles, 7 de octubre de 1942
Me imagino que…
viajo a Suiza. Papá y yo dormimos en la misma habitación, mientras que el cuarto de estudio de los chicos pasa a ser mi cuarto privado, en el que recibo a las visitas. Para darme una sorpresa me han comprado un juego de muebles nuevos, con mesita de té, escritorio, sillones y un diván, todo muy, pero muy bonito. Después de unos días, papá me da 150 florines, o el equivalente en moneda suiza, pero digamos que son florines, y dice que me compre todo lo que me haga falta, sólo para mí. (Después, todas las semanas me da un florín, con el que también puedo comprarme lo que se me antoje.) Salgo con Bernd y me compro:

3 blusas de verano, a razón de 0,50 = 1,50
3 pantalones de verano, a razón de 0,50 = 1,50
3 blusas de invierno, a razón de 0,75 = 2,25
3 pantalones de invierno, a razón de 0,75 = 2,25
2 enaguas, a razón de 0, 50 = 1,00
2 sostenes (de la talla más pequeña), a razón de 0,50 = 1,00
5 pijamas, a razón de 1,00 = 5,00
1 salto de cama de verano, a razón de 2,50 = 2,50
1 salto de cama de invierno a razón de 3,00 = 3,00
2 mañanitas, a razón de 0,75 = 1,50
1 cojín, a razón de 1,00 = 1,00
1 par de zapatillas de verano, a razón de 1,00 = 1,00
1 par de zapatillas de invierno, a razón de 1,50 = 1,50
1 par de zapatos de verano (colegio), a razón de 1,50 = 1,50
1 par de zapatos de verano (vestir), a razón de 2,oo = 2,00
1 par de zapatos de invierno (colegio), a razón de 2,50 = 2,50
1 par de zapatos de invierno (vestir), a razón de 3,00 = 3,00
2 delantales, a razón de 0,50 = 1,00
25 pañuelos, a razón de 0,05 = 1,25
4 pares de medias de seda, a razón de 0,75 = 3,00
4 pares de calcetines largos hasta la rodilla, a razón de 0,50 = 2,00
4 pares de calcetines cortos, a razón de 0,25 = 1,00
2 pares de medias de lana, a razón de 1,00 = 2,00
3 ovillos de lana blanca (pantalones, gorro) = 1,50
3 ovillos de lana azul (jersey, falda) = 1,50 3 ovillos de lana de colores (gorro, bufanda) = 1,50 chales, cinturones, cuellos, botones = 1,25
También 2 vestidos para el colegio (verano), 2 vestidos para el colegio (invierno), 2 vestidos de vestir (verano), a vestidos de vestir (invierno), 1 falda de verano, 1 falda de invierno de vestir, 1 falda de invierno para el colegio, 1 gabardina, 1 abrigo de verano, i abrigo de invierno, 2 sombreros, z gorros. Todo junto son 10 florines.
2 bolsos, i traje para patinaje sobre hielo, 1 par de patines con zapatos, 1 caja (con polvos, pomadas, crema desmaquilladora, aceite bronceador, algodón, gasas y esparadrapos, colo rete, barra de labios, lápiz de cejas, sales de baño, talco, agua de colonia, jabones, borla).
Luego cuatro jerseys a razón de 1,50, 4 blusas a razón de 1,oo, objetos varios por un valor total de 1o,oo, regalos por valor de 4,50
Viernes, 9 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Hoy no tengo más que noticias desagradables y desconsoladoras para contarte. A nuestros numerosos amigos y conocidos judíos se los están llevando en grupos. La Gestapo no tiene la mínima consideración con ellos, los cargan nada menos que en vagones de ganado y los envían a Westerbork, el gran campo de concentración para judíos en la provincia de Drente. Miep nos ha hablado de alguien que logró fugarse de allí. Debe de ser un sitio horroroso. A la gente no le dan casi de comer y menos de beber. Sólo hay agua una hora al día, y no hay más que un retrete y un lavabo para varios miles de personas. Hombres y mujeres duermen todos juntos, y a estas últimas y a los niños a menudo les rapan la cabeza. Huir es prácticamente imposible. Muchos llevan la marca inconfundible de su cabeza rapada o también la de su aspecto judío.
Si ya en Holanda la situación es tan desastrosa, ¿cómo vivirán en las regiones apartadas y bárbaras adonde los envían? Nosotros suponemos que a la mayoría los matan. La radio inglesa dice que los matan en cámaras de gas, quizá sea la forma más rápida de morir.
Estoy tan confusa por las historias de horror tan sobrecogedoras que cuenta Miep y que también a ella la estremecen. Hace poco, por ejemplo, delante de la puerta de su casa se había sentado una viejecita judía entumecida esperando a la Gestapo, que había ido a buscar una furgoneta para llevársela. La pobre vieja estaba muy atemorizada por los disparos dirigidos a los aviones ingleses que sobrevolaban la ciudad, y por el relampagueo de los reflectores. Sin embargo, Miep no se atrevió a hacerla entrar en su casa. Nadie lo haría. Sus señorías alemanas no escatiman medios para castigar.
También Bep está muy callada; al novio lo mandan a Alemania.
Cada vez que los aviones sobrevuelan nuestras casas, ella tiene miedo de que suelten sus cargas explosivas de hasta mil toneladas en la cabeza de su Bertus. Las bromas del tipo «seguro que no le caerán mil toneladas» y «con una sola bomba basta» me parece que están un tanto fuera de lugar. Bertus no es el único, todos los días salen trenes llenos de muchachos holandeses que van a trabajar a Alemania. En el camino, cuando paran en alguna pequeña estación, algunos se bajan a escondidas e intentan buscar refugio. Una pequeña parte de ellos quizá lo consiga.
Todavía no he terminado con mis lamentaciones.
¿Sabes lo que es un rehén? Es el último método que han impuesto como castigo para los saboteadores. Es los más horrible que te puedas imaginar. Detienen a destacados ciudadanos inocentes y anuncian que los ejecutarán en caso de que alguien realice un acto de sabotaje. Cuando hay un sabotaje y no encuentran a los responsables, la Gestapo sencillamente pone a cuatro o cinco rehenes contra el paredón. A menudo los periódicos publican esquelas mortuorias sobre estas personas, calificando sus muertes de «accidente fatal».
¡Bonito pueblo el alemán, y pensar que en realidad yo también pertenezco a él! Pero no, hace mucho que Hitler nos ha convertido en apátridas. De todos modos no hay enemistad más grande en el mundo que entre los alemanes y los judíos.

Tu Ana
Miércoles, 14 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Estoy atareadísima. Ayer, primero traduje un capítulo de La beIle Nivernaise e hice un glosario. Luego resolví un problema de matemáticas dificilísimo y traduje tres páginas de gramática francesa. Hoy tocaba gramática francesa e historia. Me niego a hacer problemas tan difíciles todos los días. Papá también dice que son horribles. Yo casi los sé hacer mejor que él, pero en realidad no nos salen a ninguno de los dos, de modo que siempre tenemos que recurrir a Margot. También estoy muy afanada con la taquigrafía, que me encanta. Soy la que va más adelantada de los tres. He leído Los exploradores. Es un libro divertido, pero no tiene
ni punto de comparación con Joop ter Heul. Por otra parte, aparecen a menudo las mismas palabras, pero eso se entiende al ser de la misma escritora. Cissy van Marxveldt escribe de miedo. Fijo que luego se los daré a leer a mis hijos.
Además he leído un montón de obras de teatro de Körner. Me gusta cómo escribe. Por ejemplo: Eduviges, El primo de Bremen, La gobernanta, El dominó verde y otras más.
Mamá, Margot y yo hemos vuelto a ser grandes amigas, y en realidad me parece que es mucho mejor así. Anoche estábamos acostadas en mi cama Margot y yo. Había poquísimo espacio, pero por eso justamente era muy divertido. Me pidió que le dejara leer mi diario.
-Sólo algunas partes -le contesté, y le pedí el suyo. Me dejó que lo leyera.
Así llegamos al tema del futuro, y le pregunté qué quería ser cuando fuera mayor. Pero no quiso decírmelo, se lo guarda como un gran secreto. Yo he captado algo así como que le interesaría la enseñanza. Naturalmente, no sé si le convendrá, pero sospecho que tirará por ese lado. En realidad no debería ser tan curiosa.
Esta mañana me tumbé en la cama de Peter, después de ahuyentarlo. Estaba furioso, pero me importa un verdadero bledo. Podría ser más amable conmigo, porque sin ir más lejos, anoche le regalé una manzana.
Le pregunté a Margot si yo le parecía muy fea. Me contestó que tenía un aire gracioso, y que tenía unos ojos bonitos. Una respuesta un tanto vaga, ¿no te parece? ¡Hasta la próxima!

Ana Frank

P. D. Esta mañana todos hemos pasado por la balanza. Margot pesa 6o kilos, mamá 62, papá 70 y 1/2, Ana 43 y 1/2, Peter 67, la señora Van Daan 53, el señor Van Daan 75. En los tres meses que llevo aquí, he aumentado 8 y 1/2 kilos. ¡Cuánto!, ¿no?
Martes, 20 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Todavía me tiembla la mano, a pesar de que ya han pasado dos horas desde el enorme susto que nos dimos. Debes saber que en el edificio hay cinco aparatos Minimax contra incendios. Los de abajo fueron tan inteligentes de no avisarnos que venía el carpintero, o como se le llame, a rellenar estos aparatos. Por consiguiente, no estábamos para nada tratando de no hacer ruido, hasta que en el descansillo (frente a nuestra puerta-armario) oí golpes de martillo. En seguida pensé que sería el carpintero y avisé a Bep, que estaba comiendo, que no podría bajar a la oficina. Papá y yo nos apostamos junto a la puerta para oír cuándo el hombre se iba. Tras haber estado unos quince minutos trabajando, depositó el martillo y otras herramientas sobre nuestro armario (por lo menos, así nos pareció) y golpeó a la puerta. Nos pusimos blancos. ¿Habría oído algún ruido y estaría tratando de investigar el misterioso mueble? Así parecía, porque los golpes, tirones y empujones continuaban.
Casi me desmayo del susto, pensando en lo que pasaría si aquel perfecto desconocido lograba desmantelar nuestro hermoso escondite. Y justo cuando pensaba que había llegado el fin de mis días, oímos la voz del señor Kleiman, diciendo:
-Abridme, soy yo.
Le abrimos inmediatamente. ¿Qué había pasado? El gancho con el que se cierra la puertaarmario se había atascado, con lo que nadie nos había podido avisar de la venida del carpintero. El hombre ya había bajado y Kleiman vino a buscar a Bep, pero no lograba abrir el armario. No te imaginas lo aliviada que me sentí. El hombre que yo creía que quería entrar en nuestra casa, había ido adoptando en mi fantasía proporciones cada vez más gigantescas, pasando a ser un fascista monstruoso como ninguno. ¡Ay!, por suerte esta vez todo acabó bien.
El lunes nos divertimos mucho. Miep y Jan pasaron la noche con nosotros. Margot y yo nos fuimos a dormir una noche con papá y mamá, para que los Gies pudieran ocupar nuestro lugar. La cena de honor estuvo deliciosa. Hubo una pequeña interrupción originada por la lámpara de papá, que causó un cortocircuito y nos dejó a oscuras. ¿Qué hacer? Plomos nuevos había, pero había que ir a cambiarlos al almacén del fondo, y eso de noche no era una tarea muy agradable. Igualmente, los hombres de la casa hicie ron un intento y a los diez minutos pudimos volver a guardar nuestras velas iluminatorias.
Esta mañana me levanté temprano. Jan ya estaba vestido. Tenía que marcharse a las ocho y media, de modo que a las ocho ya estaba arriba desayunando. Miep se estaba vistiendo, y sólo tenía puesta la enagua cuando entré. Usa las mismas bragas de lana que yo para montar en bicicleta. Margot y yo también nos vestimos y subimos al piso de arriba mucho antes que de costumbre. Después de un ameno desayuno, Miep bajó a la oficina. Llovía a cántaros, y se alegró de no tener que pedalear al trabajo bajo la lluvia. Hice las camas con papá y luego me aprendí la conjugación irregular de cinco verbos franceses. ¡Qué aplicada soy!, ¿verdad?
Margot y Peter estaban leyendo en nuestra habitación, y Mouschi se había instalado junto a Margot en el diván. Al acabar con mis irregularidades francesas yo también me sumé al grupo, y me puse a leer El canto eterno de los bosques. Es un libro muy bonito, pero muy particular, y ya casi lo he terminado.
La semana que viene también Bep nos hará una visita nocturna.

Tu Ana
Jueves, 29 de octubre de 1942
Querida Kitty:
Estoy muy preocupada; papá se ha puesto malo. Tiene mucha fiebre y le han salido granos. Parece que tuviera viruela. ¡Y ni siquiera podemos llamar a un médico! Mamá le hace sudar, quizá con eso le baje la fiebre.
Esta mañana Miep nos contó que han «desmueblado» la casa de los Van Daan, en la ZuiderAmstellaan. Todavía no se lo hemos dicho a la señora, porque últimamente anda bastante nerviosa y no tenemos ganas de que nos suelte otra jeremiada sobre su hermosa vajilla de porcelana y las sillas tan elegantes que debió abandonar en su casa. También nosotros hemos tenido que abandonar casi todas nuestras cosas bonitas. ¿De qué nos sirve ahora lamentarnos?
Papá quiere que empiece a leer libros de Hebbel y de otros escritores alemanes famosos. Leer alemán ya no me resulta tan difícil, sólo que por lo general leo bisbiseando, en vez de leer para mis adentros. Pero ya se me pasará. Papá ha sacado los dramas de Goethe y de Schiller de la biblioteca grande, y quiere leerme unos párrafo; todas las noches. Ya hemos empezado con DON CARLOS. Siguiendo el buen ejemplo de papá, mamá me ha dado su libro de oraciones. Para no contrariarla he leído algunos rezos en alemán. Me parecen bonitos, pero no me dicen nada. ¿Por qué me obliga a ser tan beata y religiosa?
Mañana encenderemos la estufa por primera vez. Seguro que se nos llenará la casa de humo, porque hace mucho que no han deshollinado la chimenea. ¡Esperemos que tire!

Tu Ana
Lunes, 2 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
El viernes estuvo con nosotros Bep. Pasamos un rato agradable, pero no durmió bien porque había bebido vino. Por lo demás, nada de particular. Ayer tuve mucho dolor de cabeza y me fui a la cama temprano. Margot está nuevamente latosa.
Esta mañana empecé a ordenar un fichero de la oficina, que se había caído y que tenía todas las fichas mezcladas. Como era para volverme loca, les pedí a Margot y Peter que me ayudaran, pero los muy haraganes no quisieron. Así que lo guardé tal cual, porque sola no lo voy a hacer. ¡Soy tonta pero no tanto!

Tu Ana

P. D. He olvidado comunicarte la importante noticia de que es muy probable que muy pronto me venga la regla. Lo noto porque a cada rato tengo una sustancia pegajosa en las bragas y mamá ya me lo anticipó. Apenas puedo esperar. ¡Me parece algo tan importante! Es una lástima que ahora no pueda usar compresas, porque ya no se consiguen, y los palitos que usa mamá sólo son para mujeres que ya han tenido hijos alguna voz.
22 de enero de 1944. (Añadido)
Ya no podría escribir una cosa así.
Ahora que releo mi diario después de un año y medio, me sorprendo de que alguna vez haya sido tan cándida e ingenua. Me doy cuenta de que, por más que quisiera, nunca más podré ser así. Mis estados de ánimo, las cosas que digo sobre Margot, mamá y papá, todavía lo comprendo como si lo hubiera escrito ayer. Pero esa manera desvergonzada de escribir sobre ciertas cosas ya no me las puedo imaginar. De verdad me avergüenzo de leer algunas páginas que tratan de temas que preferiría imaginármelos más bonitos. Los he descrito de manera tan poco elegante… ¡Pero ya basta de lamentarme!
Lo que también comprendo muy bien es la añoranza de Moortje y el deseo de tenerlo conmigo. A menudo conscientemente, pero mucho más a menudo de manera insconciente, todo el tiempo que he estado y que estoy aquí he tenido un gran deseo de confianza, afecto y cariño. Este deseo es fuerte a veces, y menos fuerte otras veces, pero siempre está ahí.
Jueves, 5 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Por fin los ingleses han tenido algunas victorias en África, y Stalingrado aún no ha caído, de modo que los señores de la casa están muy alegres y contentos, así que esta mañana sirvieron café y té. Por lo demás, nada de particular.
Esta semana he leído mucho y he estudiado poco. Así han de hacerse las cosas en este mundo, y así seguro que se llega lejos…
Mamá y yo nos entendemos bastante mejor últimamente, aunque nunca llegamos a tener una verdadera relación de confianza, y papá, aunque hay algo que me oculta, no deja de ser un cielo.
La estufa lleva varios días encendida, y la habitación está inundada de humo. Yo realmente prefiero la calefacción central, y supongo que no soy la única. A Margot no puedo calificarla más que de detestable; me crispa terriblemente los nervios de la noche a la mañana. Ana Frank
Sábado, 7 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Mamá anda muy nerviosa, y eso para mí siempre es muy peligroso. ¿Puede ser casual que papá y mamá nunca regañen a Margot, y siempre sea yo la que cargue con la culpa de todo? Anoche, por ejemplo, pasó lo siguiente: Margot estaba leyendo un libro con ilustraciones muy bonitas. Se levantó y dejó de lado el libro con intención de seguir leyéndolo más tarde. Como yo en ese momento no tenía nada que hacer, lo cogí y me puse a mirar las ilustraciones. Margot volvió, vio «su» libro en mis manos, frunció el ceño y me pidió que se lo devolviera, enfadada. Yo quería seguir leyéndolo un poco más. Margot se enfadó más y más, y mamá se metió en el asunto diciendo:
-Ese libro lo estaba leyendo Margot, así que dáselo a ella. En eso entró papá sin saber siquiera de qué se trataba, pero al ver lo que pasaba, me gritó:
-¡Ya quisiera ver lo que harías tú si Margot se pusiera a hojear tu libro!
Yo en seguida cedí, solté el libro y salí de la habitación, «ofendida» según ellos. No estaba ofendida ni enfadada, sino triste.
Papá no estuvo muy bien al juzgar sin conocer el objeto de la controversia. Yo sola le habría devuelto el libro a Margot, e incluso mucho antes, de no haberse metido papá y mamá en el asunto para proteger a Margot, como si de la peor injusticia se tratara.
Que mamá salga a defender a Margot es normal, siempre se andan defendiendo mutuamente. Yo ya estoy tan acostumbrada, que las regañinas de mamá ya no me hacen nada, igual que cuando Margot se pone furiosa. Las quiero sólo porque son mi madre y Margot; como personas, por mí que se vayan a freír espárragos. Con papá es distinto. Cuando hace distinción entre las dos, aprobando todo lo que hace Margot, alabándola y haciéndole cariños, yo siento que algo me carcome por dentro, porque a papá yo lo adoro, es mi gran ejemplo, no quiero a nadie más en el mundo sino a él. No es consciente de que a Margot la trata de otra manera que a mí. Y es que Margot es la más lista, la más buena, la más bonita y la mejor. ¿Pero acaso no tengo yo derecho a que se me trate un poco en serio? Siempre he sido la payasa y la traviesa de la familia, siempre he tenido que pagar dos veces por las cosas que hacía: por un lado, las regañinas, y por el otro, la desesperación den tro de mí misma. Ahora esos mismos frívolos ya no me satisfacen, como tampoco las conversaciones presuntamente serias. Hay algo que quisiera que papá me diera que él no es capaz de darme. No tengo celos de Margot, nunca los he tenido. No ansío ser tan lista y bonita como ella, tan sólo desearía sentir el amor verdadero de papá, no solamente como su hija, sino también como Ana-en-sí-misma.
Intento aferrarme a papá, porque cada día desprecio más a mamá, y porque papá es el único que todavía hace que conserve mis últimos sentimientos de familia. Papá no entiende que a veces necesito desahogarme sobre mamá. Pero él no quiere hablar, y elude todo lo que pueda hacer referencia a los errores de mamá.
Y sin embargo es ella, con todos sus defectos, la carga más pesada. No sé qué actitud adoptar; no puedo refregarle debajo de las narices su dejadez, su sarcasmo y su dureza, pero tampoco veo por qué habría de buscar la culpa de todo en mí.
Soy exactamente opuesta a ella en todo, y eso, naturalmente, choca. No juzgo su carácter porque no sé juzgarlo, sólo la observo como madre. Para mí, mamá no es mi madre. Yo misma tengo que ser mi madre. Me he separado de ellos, ahora navego sola y ya veré dónde voy a parar. Todo tiene que ver sobre todo con el hecho de que veo en mí misma un gran ejemplo de cómo ha de ser una madre y una mujer, y no encuentro en ella nada a lo que pueda dársele el nombre de madre.
Siempre me propongo no mirar los malos ejemplos que ella me da; tan sólo quiero ver su lado bueno, y lo que no encuentre en ella, buscarlo en mí misma. Pero no me sale, y lo peor es que ni papá ni mamá son conscientes de que están fallando en cuanto a mi educación, y de que yo se lo tomo a mal. ¿Habrá gente que pueda satisfacer plenamente a sus hijos?
A veces creo que Dios me quiere poner a prueba, tanto ahora como más tarde. Debo ser buena sola, sin ejemplos y sin hablar, sólo así me haré más fuerte.
¿Quién sino yo leerá luego todas estas cartas? ¿Quién sino yo misma me consolará? Porque a menudo necesito consuelo; muchas veces no soy lo suficientemente fuerte y fallo más de lo que acierto. Lo sé, y cada vez intento mejorar, todos los días.
Me tratan de forma poco coherente. Un día Ana es una chica seria, que sabe mucho, y al día siguiente es una borrica que no sabe nada y cree haber aprendido de todo en los libros. Ya no soy el bebé ni la niña mimada que causa gracia haciendo cualquier cosa. Tengo mis propios ideales, mis ideas y planes, pero aún no sé expresarlos.
¡Ah!, me vienen tantas cosas a la cabeza cuando estoy sola por las noches, y también durante el día, cuando tengo que soportar a todos los que ya me tienen harta y siempre interpretan mal mis intenciones. Por eso, al final siempre vuelvo a mi diario: es mi punto de partida y mi destino, porque Kitty siempre tiene paciencia conmigo. Le prometeré que, a pesar de todo, perseveraré, que me abriré mi propio camino y me tragaré mis lágrimas. Sólo que me gustaría poder ver los resultados, o que alguien que me quisiera me animara a seguir.
No me juzgues, sino considérame como alguien que a veces siente que está rebosando.

Tu Ana
Lunes, 9 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Ayer fue el cumpleaños de Peter. Cumplió dieciséis años. A las ocho ya subí a saludarlo y a admirar sus regalos. Le han regalado, entre otras cosas, un juego de la Bolsa, una afeitadora y un encendedor. No es que fume mucho; al contrario, pero es por motivos de elegancia.
La mayor sorpresa nos la dio el señor Van Daan, cuando nos informó que los ingleses habían desembarcado en Túnez, Argel, Casablanca y Orán.
«Es el principio del fin», dijeron todos, pero Churchill, el primer ministro inglés, que seguramente oyó la misma frase en Inglaterra, dijo: «Este desembarco es una proeza, pero no se debe pensar que sea el principio del fin. Yo más bien diría que significa el fin del principio.» ¿Te das cuenta de la diferencia? Sin embargo, hay motivos para mantener el optimismo. Stalingrado, la ciudad rusa que ya llevan tres meses defendiendo, aún no ha sido entregada a los alemanes.
Para darte una idea de otro aspecto de nuestra vida en la Casa de atrás, tendré que escribirte algo sobre nuestra provisión de alimentos. (Has de saber que los del piso de arriba son unos verdaderos golosos.)
El pan nos lo proporciona un panadero muy amable, un conocido de Kleiman. No conseguimos tanto pan como en casa, naturalmente, pero nos alcanza. Los cupones de racionamiento también los compramos de forma clandestina. El precio aumenta continuamente; de 27 florines ha subido ya a 33. ¡Y eso sólo por una hoja de papel impresa!
Para tener más víveres no perecederos, aparte de los cien botes de comida que tenemos, hemos comprado 13 S kilos de legumbres. Esto no es para nosotros solos; una parte es para los de la oficina. Los sacos de legumbres estaban colgados con ganchos en el pasillo que hay detrás de la puerta-armario. Algunas costuras de los sacos se abrieron debido al gran peso. Decidimos que era mejor llevar nuestras provisiones de invierno al desván, y encomendamos la tarea a Peter. Cuando cinco de los seis sacos ya se encontraban arriba sanos y salvos y Peter estaba subiendo el sexto, la costura de debajo se soltó y una lluvia, mejor dicho un granizo, de judías pintas voló por el aire y rodó por la escalera. En el saco había unos 25 kilos, de modo que fue un ruido infernal. Abajo pensaron que se les venía el viejo edifico encima. Peter se asustó un momento, pero soltó una carcajada cuando me vio al pie de la escalera como una especie de isla en medio de un mar de judías, que me llegaba hasta los tobillos. En seguida nos pusimos a recogerlas, pero las judías son tan pequeñas y resbaladizas que se meten en todos los rincones y grietas posibles e imposibles. Cada vez que ahora alguien sube la escalera, se agacha para recoger un puñado de judías, que seguidamente entrega a la señora Van Daan.
Casi me olvidaba de decirte que a papá ya se le ha pasado totalmente la enfermedad que tenía.
Tu Ana

P. D. Acabamos de oír por radio la noticia de que ha caído Argel. Marruecos, Casablanca y Orán ya hace algunos días que están en manos de los ingleses. Ahora sólo falta Túnez.
Martes, 10 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
¡Gran noticia! ¡Vamos a acoger a otro escondido!
Sí, es cierto. Siempre habíamos dicho que en la casa en realidad aún había lugar y comida para una persona más, pero no queríamos que Kugler y Kleiman cargaran con más responsabilidad. Pero como nos llegan noticias cada vez más atroces respecto de lo que está pasando con los judíos, papá consultó a los dos principales implicados y a ellos les pareció un plan excelente. «El peligro es tan grande para ocho como lo es para siete», dijeron muy acertadamente. Cuando nos habíamos puesto de acuerdo, pasamos revista mentalmente a todos nuestros amigos y conocidos en busca de una persona soltera o sola que encajara bien en nuestra familia de escondidos. No fue difícil dar con alguien así: después de que papá había descartado a todos los parientes de los Van Daan, la elección recayó en un dentista llamado Alfred Dussel. Vive con una mujer cristiana muy agradable y mucho más joven que él, con la que seguramente no está casado, pero ése es un detalle sin importancia. Tiene fama de ser una persona tranquila y educada, y a juzgar por la presentación, aunque superficial, tanto a Van Daan como a nosotros nos pareció simpático. También Miep lo conoce, de modo que ella podrá organizar el plan de su venida al escondite. Cuando venga Dussel, tendrá que dormir en mi habitación en la cama de Margot, que deberá conformarse con el catre bién le pediremos que traiga algo para engañar el estómago.

Tu Ana
Jueves, 12 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Vino Miep a informarnos que había estado con el doctor Dussel, quien al verla entrar en su consulta le había preguntado en seguida si no sabía de un escondite. Se había alegrado muchísimo cuando Miep le contó que sabía de uno y que tendría que ir allí lo antes posible, mejor ya el mismo sábado. Pero eso le hizo entrar en la duda, ya que todavía tenía que ordenar su fichero, atender a dos pacientes y hacer la caja. Esta fue la noticia que nos trajo Miep esta mañana. No nos pareció bien esperar tanto tiempo. Todos esos preparativos significan dar explicaciones a un montón de gente que preferiríamos no implicar en el asunto. Miep le iba a preguntar si no podía organizar las cosas de tal manera que pudiera venir el sábado, pero Dussel dijo que no, y ahora llega el lunes.
Me parece muy curioso que no haya aceptado inmediatamente nuestra propuesta. Si lo detienen en la calle tampoco podrá ordenar el fichero ni atender a sus pacientes. ¿Por qué retrasar el asunto entonces? Creo que papá ha hecho mal en ceder.
Ninguna otra novedad.
Tu Ana
Martes, 17 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Ha llegado Dussel. Todo ha salido bien. Miep le había dicho que a las once de la mañana estuviera en un determinado lugar frente a la oficina de correos, y que allí un señor lo pasaría a buscar. A las once en punto, Dussel se encontraba en el lugar convenido. Se le acercó el señor Kleiman, informándole que la persona en cuestión todavía no podía venir y que si no podía pasar un momento por la oficina de Miep. Kleiman volvió a la oficina en tranvía y Dussel hizo lo propio andando.
A las once y veinte Dussel tocó a la puerta de la oficina. Miep le ayudó a quitarse el abrigo procurando que no se le viera la estrella, y lo condujo al antiguo despacho de papá, donde Kleiman lo entretuvo hasta que se fuera la asistenta. Esgrimiendo la excusa de que ya el despacho estaba ocupado, Miep acompañó a Dussel arriba, abrió la estantería giratoria y, para gran sorpresa de éste, entró en nuestra Casa de atrás.
Los siete estábamos sentados alrededor de la mesa con coñac y café, esperando a nuestro futuro compañero de escondite. Miep primero le enseñó el cuarto de estar; Dussel en seguida reconoció nuestros muebles, pero no pensó ni remotamente en que nosotros pudiéramos encontrarnos encima de su cabeza. Cuando Miep se lo dijo, casi se desmaya del asombro. Pero por suerte, Miep no le dejó tiempo de seguir asombrándose y lo condujo hacia arriba. Dussel se dejó caer en un sillón y se nos quedó mirando sin decir palabra, como si primero quisiera enterarse de lo ocurrido a través de nuestras caras. Luego
tartamudeó:
-Perro… ¿entonces ustedes no son en la Bélgica? ¿El militar no es aparrecido? ¿El coche? ¿El huida no es logrrado?
Le explicamos cómo había sido todo, cómo habíamos difundido la historia del militar y el coche a propósito, para despistar a la gente y a los alemanes que pudieran venir a buscarnos. Dussel no tenía palabras para referirse a tanta ingeniosidad, y no pudo más que dar un primer recorrido por nuestra querida casita de atrás, asombrándose de lo superpráctico que era todo. Comimos todos juntos, Dussel se echó a dormir un momento y luego tomó el té con nosotros, ordenó sus poquitas cosas que Miep había traído de antemano y muy pronto se sintió como en su casa. Sobre todo cuando se le entregaron las siguientes normas de la Casaescondite de atrás (obra de Van Daan):

PROSPECTO Y GUÍA DE LA CASA DE ATRÁS
Establecimiento especial para la permanencia temporal de judíos y similares.

Abierto todo el año.
Convenientemente situado, en zona tranquila y boscosa en el corazón de Amsterdam. Sin vecinos particulares (sólo empresas). Se puede llegar en las líneas 13 y 17 del tranvía municipal, en automóvil y en bicicleta. En los casos en que las autoridades alemanas no permiten el uso de estos últimos medios de transporte, también andando. Disponibilidad permanente de pisos y habitaciones, con pensión incluida o sin ella.
Alquiler: gratuito.
Dieta: sin grasas.
Agua corriente: en el cuarto de baño (sin bañera, lamentablemente) y en varias paredes y muros. Estufas y hogares de calor agradable.
Amplios almacenes: para el depósito de mercancías de todo tipo. Dos grandes y modernas cajas de seguridad.
Central de radio propia: con enlace directo desde Londres, Nueva York, Tel Aviv y muchas otras capitales. Este aparato está a disposición de todos los inquilinos a partir de las seis de la tarde, no existiendo emisoras prohibidas, con la salvedad de que las emisoras alemanas sólo podrán escucharse a modo de excepción, por ejemplo audiciones de música clásica y similares. Queda terminantemente prohibido escuchar y difundir noticias alemanas (indistintamente de donde provengan).
Horario de descanso: desde las so de la noche hasta las 7.3o de la mañana, los domingos hasta las 10.15. Debido a las circunstancias reinantes, el horario de descanso también regirá durante el día, según indicaciones de la dirección. ¡Se ruega encarecidamente respetar estos horarios por razones de seguridad!
Tiempo libre: suspendido hasta nueva orden por lo que respecta a actividades fuera de casa.
Uso del idioma: es imperativo hablar en voz baja a todas horas; admitidas todas las lenguas civilizadas; o sea, el alemán no.
Lectura y entretenimiento: no se podrán leer libros en alemán, excepto los científicos y de autores clásicos; todos los demás, a discreción.
Ejercicios de gimnasia: a diario.
Canto: en voz baja exclusivamente, y sólo después de las 18 horas. Cine: funciones a convenir.
Clases: de taquigrafía, una clase semanal por correspondencia; de inglés, francés, matemáticas e historia, a todas horas; retribución en forma de otras clases, de idioma neerlandés, por ejemplo.
Sección especial: para animales domésticos pequeños, con atención esmerada (excepto bichos y alimañas, que requieren un permiso especial).
Reglamento de comidas:
Desayuno: todos los días, excepto domingos y festivos, a las 9 de la mañana; domingos y festivos, a las 11.30 horas, aproximadamente.
Almuerzo: parcialmente completo. De 13.15 a 13.45 horas.
Cena: fría y/o caliente; sin horario fijo, debido a los partes informativos. Obligaciones con respecto a la brigada de aprovisionamiento: es tar siempre dispuestos a asistir en las tareas de oficina.
Aseo personal: los domingos a partir de las 9 de la mañana, los inquilinos pueden disponer de la tina; posibilidad de usarla en el lavabo, la cocina, el despacho o la oficina principal, según preferencias de cada uno.
Bebidas fuertes: sólo por prescripción médica. Fin.

Tu Ana
Jueves, 19 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Como todos suponíamos, Dussel es una persona muy agradable. Por supuesto, le pareció bien compartir la habitación conmigo; yo sinceramente no estoy muy contenta de que un extraño vaya a usar mis cosas, pero hay que hacer algo por la causa común, de modo que es un pequeño sacrificio que hago de buena gana. «Con tal que podamos salvar a alguno de nuestros conocidos, todo lo demás es secundario», ha dicho papá, y tiene toda la razón.
El primer día de su estancia aquí, Dussel empezó a preguntarme en seguida toda clase de cosas, por ejemplo cuándo viene la asistenta, cuáles son las horas de uso del cuarto de baño, cuándo se puede ir al lavabo, etc. Te reirás, pero todo esto no es tan fácil en un escondite. Durante el día no podemos hacer ruido, para que no nos oigan desde abajo, y cuando hay otra persona, como por ejemplo la asistenta, tenemos que prestar más atención aún para no hacer ruido. Se lo expliqué prolijamente a Dussel, pero hubo una cosa que me sorprendió; que es un poco duro de entendederas, porque pregunta todo dos veces y aun así no lo retiene.
Quizá se le pase, y sólo es que está aturdido por la sorpresa. Por lo demás todo va bien.
Dussel nos ha contado mucho de lo que está pasando fuera, en ese mundo exterior que tanto echamos de menos. Todo lo que nos cuenta es triste. A muchísimos de nuestros amigos y conocidos se los han llevado a un horrible destino. Noche tras noche pasan los coches militares verdes y grises. Llaman a todas las puertas, preguntando si allí viven judíos. En caso afirmativo, se llevan en el acto a toda la familia. En caso negativo continúan su recorrido. Nadie escapa a esta suerte, a no ser que se esconda. A menudo pagan un precio por persona que se llevan: tantos florines por cabeza. ¡Como una cacería de esclavos de las que se hacían antes! Pero no es broma, la cosa es demasiado dramática para eso.
Por las noches veo a menudo a esa pobre gente inocente desfilando en la oscuridad, con niños que lloran, siempre en marcha, cumpliendo las órdenes de esos individuos, golpeados y maltratados hasta casi no poder más. No respetan a nadie: ancianos, niños, bebés, mujeres embarazadas, enfermos, todos sin excepción marchan camino de la muerte.
Qué bien estamos aquí, qué bien y qué tranquilos. No necesitaríamos tomarnos tan a pecho toda esta miseria, si no fuera que tememos por lo que les está pasando a todos los que tanto queremos y a quienes ya no podemos ayudar. Me siento mal, porque mientras yo duermo en una cama bien abrigada, mis amigas más queridas quién sabe dónde estarán tiradas.
Me da mucho miedo pensar en todas las personas con quienes me he sentido siempre tan íntimamente ligada y que ahora están en manos de los más crueles verdugos que hayan existido jamás.
Y todo por ser judíos.
Tu Ana
Viernes, 20 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Ninguno de nosotros sabe muy bien qué actitud adoptar. Hasta ahora nunca nos habían llegado tantas noticias sobre la suerte de los judíos y nos pareció mejor conservar en lo posible el buen humor. Las pocas veces que Miep ha soltado algo sobre las cosas terribles que le sucedieron a alguna conocida o amiga, mamá y la señora Van Daan se han puesto cada vez a llorar, de modo que Miep decidió no contarles nada más. Pero a Dussel en seguida lo acribillaron a preguntas, y las historias que contó eran tan terribles y bárbaras que no eran como para entrar por un oído y salir por el otro. Sin embargo, cuando ya no tengamos las noticias tan frescas en nuestras memorias, seguramente volveremos a contar chistes y a gastarnos bromas. De nada sirve seguir tan apesadumbrados como ahora. A los que están fuera de todos modos no podemos ayudarlos. ¿Y qué sentido tiene hacer de la Casa de atrás una «casa melancolía»?
En todo lo que hago me acuerdo de todos los que están ausentes. Y cuando alguna cosa me da risa, me asusto y dejo de reír, pensando en que es una vergüenza que esté tan alegre. ¿Pero es que tengo que pasarme el día llorando? No, no puedo hacer eso, y esta pesadumbre ya se me pasará.
A todos estos pesares se les ha sumado ahora otro más, pero de tipo personal, y que no es nada comparado con la desgracia que acabo de relatar. Sin embargo, no puedo dejar de contarte que últimamente me estoy sintiendo muy abandonada, que hay un gran vacío demasiado grande a mi alrededor. Antes nunca pensaba realmente en estas cosas; mis alegrías y mis amigas ocupaban todos mis pensamientos. Ahora sólo pienso en cosas tristes o acerca de mí misma. Y finalmente he llegado a la conclusión de que papá, por más bueno que sea, no puede suplantar él solo a mi antiguo mundo. Mamá y Margot ya no cuentan para nada en cuanto a mis sentimientos.
¿Pero por qué molestarte con estas tonterías, Kitty? Soy muy ingrata, ya lo sé, ¡pero la cabeza me da vueltas cuando no hacen más que reñirme, y además, sólo me vienen a la mente todas estas cosas tristes!

Tu Ana
Sábado, 28 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Hemos estado usando mucha luz, excediéndonos de la cuota de electricidad que nos corresponde. La consecuencia ha sido una economía exagerada en el consumo de luz y la perspectiva de un corte en el suministro. ¡Quince días sin luz! ¿Qué te parece? Pero quizá no lleguemos a tanto. A las cuatro o cuatro y media de la tarde ya está demasiado oscuro para leer, y entonces matamos el tiempo haciendo todo tipo de tonterías. Adivinar acertijos, hacer gimnasia a oscuras, hablar inglés o francés, reseñar libros, pero a la larga todo te aburre. Ayer descubrí algo nuevo: espiar con un catalejo las habitaciones bien iluminadas de los vecinos de atrás. Durante el día no podemos correr las cortinas ni un centímetro, pero cuando todo está tan oscuro no hay peligro.
Nunca antes me había dado cuenta de lo interesante que podían resultar los vecinos, al menos los nuestros. A unos los encontré sentados a la mesa comiendo, una familia estaba haciendo una proyección y el dentista de aquí enfrente estaba atendiendo a una señora mayor muy miedica.
El señor Dussel, el hombre del que siempre decían que se entendía tan bien con los niños y que los quería mucho a todos, ha resultado ser un educador de lo más chapado a la antigua, a quien le gusta soltar sermones interminables sobre buenos modales y buen comportamiento. Dado que tengo la extraordinaria dicha (!) de compartir mi lamentablemente muy estrecha habitación con este archidistinguido y educado señor, y dado que por lo general se me considera la peor educada de los tres jóvenes de la casa, tengo que hacer lo imposible para eludir sus reiteradas regañinas y recomendaciones de viejo y hacerme la sueca. Todo esto no sería tan terrible si el estimado señor no fuera tan soplón y, para colmo de males, no hubiera elegido justo a mamá para irle con el cuento. Cada vez que me suelta un sermón, al poco tiempo aparece mamá y la historia se repite. Y cuando estoy realmente de suerte, a los cinco minutos me llama la señora Van Daan para pedirme cuentas, y ¡vuelta a empezar!
De veras, no creas que es tan fácil ser el foco maleducado de la atención de una familia de escondidos entrometidos.
Por las noches, cuando me pongo a repensar los múltiples pecados y defectos que se me atribuyen, la gran masa de cosas que debo considerar me confunde de tal manera que o bien me echo a reír, o bien a llorar, según cómo esté de humor. Y entonces me duermo con la extraña sensación de querer otra cosa de la que soy, o de ser otra cosa de la que quiero, o quizá también de hacer otra cosa de la que quiero o soy.
¡Santo cielo!, ahora también te voy a confundir a ti, perdóname, pero no me gusta hacer tachones, y tirar papel en épocas de gran escasez está prohibido. De modo que sólo puedo recomendarte que no releas la frase de arriba y sobre todo que no te pongas a analizarla, porque de cualquier modo no llegarás a comprenderla.

Tu Ana
Lunes, 7 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
Este año Januká y San Nicolás coinciden; hay un solo día de diferencia. Januká no lo festejamos con tanto bombo, sólo unos pequeños regalitos y luego las velas. Como hay escasez de velas, no las tenemos encendidas más que diez minutos, pero si va acompañado del cántico, con eso basta. El señor Van Daan ha fabricado un candelabro de madera, así que eso también lo tenemos.
La noche de San Nicolás, el sábado, fue mucho más divertida. Bep y Miep habían despertado nuestra curiosidad cuchicheando todo el tiempo con papá entre las comidas, de modo que ya intuíamos que algo estaban tramando. Y así fue: a las ocho de la noche todos bajamos por la escalera de madera, pasando por el pasillo superoscuro (yo estaba aterrada y hubiese querido estar nuevamente arriba, sana y salva), hasta llegar al pequeño cuarto del medio. Allí pudimos encender la luz, ya que este cuartito no tiene ventanas. Entonces papá abrió la puerta del armario grande.
-¡Oh, qué bonito! -exclamamos todos.
En el rincón había una enorme cesta adornada con papel especial de San Nicolás y con una careta de su criado Pedro el negro.
Rápidamente nos llevamos la cesta arriba. Había un regalo para cada uno, acompañado de un poema alusivo. Ya sabrás cómo son los poemas de San Nicolás, de modo que no te los voy a copiar.
A mí me regalaron un muñeco, a papá unos sujetalibros, etc. Lo principal es que todo era muy ingenioso y divertido, y como ninguno de los ocho escondidos habíamos festejado jamás San Nicolás, este estreno estuvo muy acertado.

Tu Ana

P. D. Para los de abajo por supuesto también había regalos, todos procedentes de otras épocas mejores, y además algún dinero, que a Miep y Bep siempre les viene bien.
Hoy supimos que el cenicero que le regalaron al señor Van Daan, el portarretratos de Dussel y los sujetalibros de papá, los hizo todos el señor Voskuijl en persona. ¡Es asombroso lo que ese hombre sabe fabricar con las manos!
Jueves, 10 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
El señor Van Daan ha trabajado toda su vida en el ramo de los embutidos, las carnes y las especias. En el negocio de papá se le contrató por sus cualidades de especiero, pero ahora está mostrando su lado de charcutero, lo que no nos viene nada mal.
Habíamos encargado mucha carne (clandestinamente, claro) para conservar en frascos para cuando tuviéramos que pasar tiempos difíciles. Van Daan quería hacer salchicha, longaniza y salchichón. Era gracioso ver cómo iba pasando primero por la picadora los trozos de carne, dos o tres veces, y cómo iba introduciendo en la masa de carne todos los aditivos y llenando las tripas a través de un embudo. Las salchichas nos las comimos en seguida al mediodía con el chucrut, pero las longanizas, que eran para conservar, primero debían secarse bien, y para ello las colgamos de un palo que pendía del techo con dos cuerdas. Todo el que entraba en el cuarto y veía la exposición de embutidos, se echaba a reír. Es que era todo un espectáculo.
En el cuarto reinaba un gran ajetreo. Van Daan tenía puesto un delantal de su mujer y estaba, todo lo gordo que era (parecía más gordo de lo que es en realidad) atareadísimo preparando la carne. Las manos ensangrentadas, la cara colorada y las manchas en el delantal le daban el aspecto de un carnicero de verdad. La señora hacía de todo a la vez: aprender holandés de un librito, remover la sopa, mirar la carne, suspirar y lamentarse por su costilla pectoral superior rota. ¡Eso es lo que pasa cuando las señoras mayores (!) se ponen a hacer esos ejercicios de gimnasia tan ridículos para rebajar el gran trasero que tienen!
Dussel tenía un ojo inflamado y se aplicaba compresas de manzanilla junto a la estufa. Pim estaba sentado en una silla justo donde le daba un rayo de sol que entraba por la ventana; le pedían que se hiciera a un lado continuamente. Seguro que de nuevo le molestaba el reúma, porque torcía bastante el cuerpo y miraba lo que hacía Van Daan con un gesto de fastidio en la cara. Parecía clavado uno de esos viejecitos inválidos de un asilo de ancianos.
Peter se revolcaba por el suelo con el gato Mouschi, y mamá, Margot y yo estábamos pelando patatas. Pero finalmente nadie hacía bien su trabajo, porque todos estábamos pendientes de lo que hacía Van Daan.

Dussel ha abierto su consulta de dentista. Para que te diviertas, te contaré cómo ha sido el primer tratamiento.
Mamá estaba planchando la ropa y la señora Van Daan, la primera víctima, se sentó en un sillón en el medio de la habitación. Dussel empezó a sacar sus cosas de una cajita con mucha parsimonia, pidió agua de colonia para usar como desinfectante, y vaselina para usar como cera. Le miró la boca a la señora y le tocó un diente y una muela, lo que hizo que se encogiera del dolor como si se estuviera muriendo, emitiendo al mismo tiempo sonidos ininteligibles. Tras un largo reconocimiento (según le pareció a ella, porque en realidad no duró más que dos minutos), Dussel empezó a escarbar una caries. Pero ella no se lo iba a permitir. Se puso a agitar frenéticamente brazos y piernas, de modo que en determinado momento Dussel soltó el escarbador… ¡que a la señora se le quedó clavado en un diente! ¡Ahí sí que se armó la gorda! La señora empezó a hacer aspavientos, lloraba (en la medida en que eso es posible con un instrumento así en la boca), intentaba sacarse el escarbador de la boca, pero en vez de salirse, se le iba metiendo más. Dussel observaba el espectáculo con toda la calma del mundo, con las manos en la cintura. Los demás espectadores nos moríamos de risa, lo que estaba muy mal, porque estoy segura de que yo misma hubiera gritado más fuerte aún. Después de mucho dar vueltas, patear, chillar y gritar, la señora logró quitarse el escarbador y Dussel, sin inmutarse, continuó su trabajo. Lo hizo tan rápido que a la señora ni le dio tiempo de volver a la carga. Es que Dussel contaba con más ayuda de la que había tenido jamás: el señor Van Daan y yo éramos sus dos asistentes, lo cual no era poco. La escena parecía una estampa de la Edad Media, titulada «curandero en acción». Entretanto, la señora no se mostraba muy paciente, ya que tenía que hacerse cargo de su tarea de vigilar la sopa y la comida. Lo que es seguro, es que la señora dejará pasar algún tiempo antes de pedir que le hagan otro tratamiento.

Tu Ana
Domingo, 13 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
Estoy cómodamente instalada en la oficina principal, mirando por la ventana a través de la rendija del cortinaje. Estoy en la penumbra, pero aún hay suficiente luz para escribirte.
Es curioso ver pasar a la gente, parece que todos llevaran muchísima prisa y anduvieran pegando tropezones. Y las bicicletas, bueno, ¡ésas sí que pasan a ritmo vertiginoso! Ni siquiera puedo ver qué clase de individuo va montado en ellas. La gente del barrio no tiene muy buen aspecto, y sobre todo los niños están tan sucios que da asco tocarlos. Son verdaderos barriobajeros, con los mocos colgándoles de la nariz. Cuando hablan, casi no entiendo lo que dicen.
Ayer por la tarde, Margot y yo estábamos aquí bañándonos y le dije:
- ¿Qué pasaría si con una caña de pescar pescáramos a los niños que pasan por aquí y los metiéramos en la tina, uno por uno, les laváramos y arregláramos la ropa y volviéramos a soltarlos?
A lo que Margot respondió:
-Mañana estarían igual de mugrientos y con la ropa igual de rota que antes.
Pero basta ya de tonterías, que también se ven otras cosas: coches, barcos y la lluvia. Oigo pasar el tranvía y a los niños, y me divierto.
Nuestros pensamientos varían tan poco como nosotros mismos. Pasan de los judíos a la comida y de la comida a la política, como en un tiovivo. Entre paréntesis, hablando de judíos: ayer, mirando por entre las cortinas, y como si se tratara de una de las maravillas del mundo, vi pasar a dos judíos. Fue una sensación tan extraña… como si los hubiera traicionado y estuviera espiando su desgracia.
Justo enfrente de aquí hay un barco vivienda en el que viven el patrón con su mujer y sus hijos. Tienen uno de esos perritos ladradores, que aquí todos conocemos por sus ladridos y por el rabo en alto, que es lo único que sobresale cuando recorre el barco.
¡Uf!, ha empezado a llover-y la mayoría de la gente se ha escondido bajo sus paraguas. Ya no veo más que gabardinas y a veces la parte de atrás de alguna cabeza con gorro. En realidad no hace falta ver más. A las mujeres ya casi me las conozco de memoria:
hinchadas de tanto comer patatas, con un abrigo rojo o verde, con zapatos de tacones desgastados, un bolso colgándoles del brazo, con un aire furioso o bonachón, según cómo estén de humor sus maridos.

Tu Ana
Martes, 22 de diciembre de 1942
Querida Kitty:
La Casa de atrás ha recibido la buena nueva de que para Navidad entregarán a cada uno un cuarto de kilo de mantequilla extra. En el periódico dice un cuarto de kilo, pero eso es sólo para los mortales dichosos que reciben sus cupones de racionamiento del Estado, y no para judíos escondidos, que a causa de lo elevado del precio compran cuatro cupones en lugar de ocho, y clandestinamente. Con la mantequilla todos pensamos hacer alguna cosa de repostería. Yo esta mañana he hecho galletas y dos tartas. En el piso de arriba todos andan trajinando como locos, y mamá me ha prohibido que vaya a estudiar o a leer hasta que no hayan terminado de hacer todas las tareas domésticas.
La señora Van Daan guarda cama a causa de su costilla contusionada, se queja todo el día, pide que le cambien los vendajes a cada rato y no se conforma con nada. Daré gracias cuando vuelva a valerse por sí misma, porque hay que reconocer una cosa: es extraordinariamente hacendosa y ordenada y también alegre, siempre y cuando esté en forma, tanto física como anímicamente.
Como si durante el día no me estuvieran insistiendo bastante con el «ichis, chis!» para que no haga ruido, a mi compañero de habitación ahora se le ha ocurrido chistarme también por las noches a cada rato. O sea que, según él, ni siquiera puedo volverme en la cama. Me niego a hacerle caso, y la próxima vez le contestaré con otro «ichis!».
Cada día que pasa está más fastidioso y egoísta. De las galletas que tan generosamente me prometió, después de la primera semana no volví a ver ni una. Sobre todo los domingos me pone furiosa que encienda la luz tempranísimo y se ponga a hacer gimnasia durante diez minutos.
A mí, pobre víctima, me parece que fueran horas, porque las silías que hacen de prolongación de mi cama se mueven continuamente bajo mi cabeza, medio dormida aún. Cuando acaba con sus ejercicios, haciendo unos enérgicos movimientos de brazos, el caballero comienza con su rito indumentario. Los calzoncillos cuelgan de un gancho, de modo que primero va hasta allí a recogerlos, y luego vuelve adonde estaba. La corbata está sobre la mesa, y para ir hasta allí tiene que pasar junto a las sillas, a empujones y tropezones.
Pero mejor no te molesto con mis lamentaciones sobre viejos latosos, ya que de todos modos no cambian nada, y mis pequeñas venganzas, como desenroscarle la lámpara, cerrar la puerta con el pestillo o esconderle la ropa, debo suprimirlas, lamentablemente, para mantener la paz.
¡Qué sensata me estoy volviendo! Aquí todo debe hacerse con sensatez: estudiar, obedecer, cerrar el pico, ayudar, ser buena, ceder y no sé cuántas cosas más. Temo que mi sensatez, que no es muy grande, se esté agotando demasiado rápido y que no me quede nada para después de la guerra.
Tu Ana
Miércoles, 13 de enero de 1943
Querida Kitty:
Esta mañana me volvieron a interrumpir en todo lo que hacía, por lo que no he podido acabar nada bien.
Tenemos una nueva actividad: llenar paquetes con. salsa de carne (en polvo), un producto de Gies & Cía.
El señor Kugler no encuentra gente que se lo haga, y haciéndolo nosotros también resulta mucho más barato. Es un trabajo como el que hacen en las cárceles, muy aburrido, y que a la larga te marea y hace que te entre la risa tonta.
Afuera es terrible. Día y noche se están llevando a esa pobre gente, que no lleva consigo más que una mochila y algo de dinero. Y aun estas pertenencias se las quitan en el camino. A las familias las separan sin clemencia: hombres, mujeres y niños van a parar a sitios diferentes. Al volver de la escuela, los niños ya no encuentran a sus padres. Las mujeres que salen a hacer la compra, al volver a sus casas se encuentran con la puerta sellada y con que sus familias han desaparecido. Los holandeses cristianos también empiezan a tener miedo, pues se están llevando a sus hijos varones a Alemania a trabajar. Todo el mundo tiene miedo. Y todas las noches cientos de aviones sobrevuelan Holanda, en dirección a Alemania, donde las bombas que tiran arrasan con las ciudades, y en Rusia y África caen cientos o miles de soldados cada hora. Nadie puede mantenerse al margen. Todo el planeta está en guerra, y aunque a los aliados les va mejor, todavía no se logra divisar el final.
¿Y nosotros? A nosotros nos va bien, mejor que a millones de otras personas. Estamos en un sitio seguro y tranquilo y todavía nos queda dinero para mantenernos. Somos tan egoístas que hablamos de lo que haremos «después de la guerra», de que nos compraremos ropa nueva y zapatos, mientras que deberíamos ahorrar hasta el último céntimo para poder ayudar a esa gente cuando acabe la guerra, e intentar salvar lo que se pueda.
Los niños del barrio andan por la calle vestidos con una camisa finita, los pies metidos en zuecos, sin abrigos, sin gorros, sin medias, y no hay nadie que haga algo por ellos. Tienen la panza vacía, pero van mordiendo una zanahoria, dejan sus frías casas, van andando por las calles aún más frías y llegan a las aulas igualmente frías. Holanda ya ha llegado al extremo de que por las calles muchísimos niños paran a los transeúntes para pedirles un pedazo de pan.
Podría estar horas contándote sobre las desgracias que trae la guerra, pero eso haría que me desanimara aún más. No nos queda más remedio que esperar con la mayor tranquilidad posible el final de toda esta desgracia. Tanto los judíos como los cristianos están esperando, todo el planeta está esperando, y muchos están esperando la muerte.

Tu Ana
Sábado, 30 de enero de 1943
Querida Kitty:
Me hierve la sangre y tengo que ocultarlo. Quisiera patalear, gritar, sacudir con fuerza a mamá, llorar y no sé qué más, por todas las palabras desagradables, las miradas burlonas, las recriminaciones que como flechas me lanzan todos los días con sus arcos tensados y que se clavan en mi cuerpo sin que pueda sacármelas. A mamá, Margot, Van Daan, Dussel y también a papá me gustaría gritarles: «iDejadme en paz, dejadme dormir por fin una noche sin que moje de lágrimas la almohada, me ardan los ojos y me latan las sienes! ¡Dejadme que me vaya lejos, muy lejos, lejos del mundo si fuera posible!». Pero no puedo. No puedo mostrarles mi desesperación, no puedo hacerles ver las heridas que han abierto en mí. No soportaría su compasión ni sus burlas bienintencionadas. En ambos casos me daría por gritar.
Todos dicen que hablo de manera afectada, que soy ridícula cuando callo, descarada cuando contesto, taimada cuando tengo una buena idea, holgazana cuando estoy cansada, egoísta cuando como un bocado de más, tonta, cobarde, calculadora, etc. Todo el santo día me están diciendo que soy una tipa insoportable, y aunque me río de ello y hago como que no me importa, en verdad me afecta, y me gustaría pedirle a Dios que me diera otro carácter, uno que no haga que la gente siempre descargue su furia sobre mí.
Pero no es posible, mi carácter me ha sido dado tal cual es, y siento en mí que no puedo ser mala. Me esfuerzo en satisfacer los deseos de todos, más de lo que se imaginan aun remotamente. Arriba trato de reír, pues no quiero mostrarles mis penas.
Más de una vez, después de recibir una sarta de recriminaciones injustas, le he dicho a mamá: «No me importa lo que digas. No te preocupes más por mí, que soy un caso perdido.» Naturalmente, en seguida me contestaba que era una descarada, me ignoraba más o menos durante dos días y luego, de repente, se olvidaba de todo y me trataba como a cualquier otro.
Me es imposible ser toda melosa un día, y al otro día dejar que me echen a la cara todo su odio. Prefiero el justo medio, que de justo no tiene nada, y no digo nada de lo que pienso, y alguna vez trato de ser tan despreciativa con ellos como ellos lo son conmigo. ¡Ay, si sólo pudiera! Tu Ana
Viernes, 5 de febrero de 1943
Querida Kitty:
Hace mucho que no te escribo nada sobre las riñas, pero de todos modos, nada ha cambiado al respecto. El señor Dussel al principio se tomaba nuestras desavenencias, rápidamente olvidadas, muy en serio, pero está empezando a acostumbrarse a ellas y ya no intenta hacer de mediador.
Margot y Peter no son para nada lo que se dice «jóvenes»; los dos son tan aburridos y tan callados… Yo desentono muchísimo con ellos, y siempre me andan diciendo «Margot y Peter tampoco hacen eso, fíjate en cómo se porta tu hermana.» ¡Estoy harta!
Te confesaré que yo no quiero ser para nada como Margot. La encuentro demasiado blandengue e indiferente, se deja convencer por todo el mundo y cede en todo. ¡Yo quiero ser más firme de espíritu! Pero estas teorías me las guardo para mí, se reirían mucho de mí si usara estos argumentos para defenderme.
En la mesa reina por lo general un clima tenso. Menos mal que los «soperos» cada tanto evitan que se llegue a un estallido. Los soperos son todos los que suben de la oficina a tomar un plato de sopa.
Esta tarde el señor Van Daan volvió a hablar de lo poco que come Margot: «Seguro que lo hace para guardar la línea», prosiguió en tono de burla.
Mamá, que siempre sale a defenderla, dijo en voz bien alta: -Ya estoy cansada de oír las sandeces que dice.
La señora se puso colorada como un tomate; el señor miró al frente y no dijo nada.
Pero muchas veces también nos reímos de algo que dice alguno de nosotros. Hace poco la señora soltó un disparate muy cómico cuando estaba hablando del pasado, de lo bien que se entendía con su padre y de sus múltiples coqueteos:
-Y saben ustedes que cuando a un caballero se le va un poco la mano -prosiguió-, según mi padre, había que decirle: «Señor, que soy una dama», y él sabría a qué atenerse.
Soltamos la carcajada como si se tratara de un buen chiste.
Aun Peter, pese a que normalmente es muy callado, de tanto en tanto nos hace reír. Tiene la desgracia de que le encantan las palabras extranjeras, pero que no siempre conoce su significado. Una tarde en la que no podíamos ir al retrete porque había visitas en la oficina, Peter tuvo gran necesidad de ir, pero no pudo tirar de la cadena. Para prevenirnos del olor, sujetó un cartel en la puerta del lavabo, que ponía «svp gas». Naturalmente, había querido poner «Cuidado, gas», pero «svp» le pareció más fino. No tenía la más mínima idea de que eso significa «por favor». Tu Ana
Sábado, 27 de febrero de 1943
Querida Kitty:
Según Pim, la invasión se producirá en cualquier momento. Churchill ha tenido una pulmonía, pero se está restableciendo. Gandhi, el independentista indio, hace su enésima huelga de hambre.
La señora asegura que es fatalista. ¿Pero a quién le da más miedo cuando disparan? Nada menos que a Petronella van Daan.
Jan Gies nos ha traído una copia de la carta pastoral de los obispos dirigida a la grey católica. Es muy bonita y está escrita en un estilo muy exhortativo. «¡Holandeses, no permanezcáis pasivos! ¡Que cada uno luche con sus propias armas por la libertad del país, por su pueblo y por su religión! ¡Ayudad, dad, no dudéis!» Esto lo exclaman sin más ni más desde el púlpito. ¿Servirá de algo? Decididamente no servirá para salvar a nuestros correligionarios.
No te imaginas lo que nos acaba de pasar: el propietario del edificio ha vendido su propiedad sin consultar a Kugler ni a Kleiman. Una mañana se presentó el nuevo dueño con un arquitecto para ver la casa. Menos mal que estaba Kleiman, que les enseñó todo el edificio, salvo nuestra casita de atrás. Supuestamente había olvidado la llave de la puerta de paso en su casa. El nuevo casero no insistió. Esperemos que no vuelva para ver la Casa de atrás, porque entonces sí que nos veremos en apuros.
Papá ha vaciado un fichero para que lo usemos Margot y yo, y lo ha llenado de fichas con una cara todavía sin escribir. Será nuestro fichero de libros, en el que las dos apuntaremos qué libros hemos leído, el nombre de los autores y la fecha. He aprendido dos palabras nuevas: «burdel» y «cocotte». He comprado una libreta especial para apuntarlas.
Tenemos un nuevo sistema para la distribución de la mantequilla y la margarina. A cada uno se le da su ración en el plato, pero la distribución es bastante injusta. Los Van Daan, que son los que se encargan de hacer el desayuno, se dan a sí mismos casi el doble de lo que nos ponen a nosotros. Mis viejos no dicen nada porque no quieren pelea. Lástima, porque pienso que a esa gente hay que pagarle con la misma moneda.
Tu Ana
Jueves, 4 marzo de 1943
Querida Kitty:
La señora tiene un nuevo nombre; la llamamos la Sra. Beaverbrook. Claro, no comprenderás el porqué. Te explico: en la radio inglesa habla a menudo un tal míster Beaverbrook, sobre que se bombardea demasiado poco a Alemania. La señora Van Daan siempre contradice a todo el mundo, hasta a Churchill y al servicio informativo, pero con míster Beaverbrook está completamente de acuerdo. Por eso, a nosotros nos pareció lo mejor que se casara con este Beaverbrook, y como se sintió halagada, en lo sucesivo la llamaremos Sra. Beaverbrook.
Vendrá a trabajar un nuevo mozo de almacén. Al viejo lo mandan a trabajar a Alemania. Lo lamentamos por él, pero a nosotros nos conviene porque el nuevo no conoce el edificio. Los mozos del almacén todavía nos tienen bastante preocupados.
Gandhi ha vuelto a comer.
El mercado negro funciona a las mil maravillas. Podríamos comer todo lo que quisiéramos si tuviéramos el dinero para pagar los precios prohibitivos que piden. El verdulero le compra las patatas a la «Wehrmacht» y las trae en sacos al antiguo despacho de papá. Sabe que estamos escondidos, y por eso siempre se las arregla para venir al mediodía, cuando los del almacén se van a sus casas a comer.
Cada vez que respiramos, nos vienen estornudos o nos da la tos, de tanta pimienta que estamos moliendo. Todos los que suben a visitarnos, nos saludan con un «iachís!». La señora afirma que no baja porque se enfermeraría si sigue aspirando tanta pimienta.
No me gusta mucho el negocio de papá; no vende más que gelatinizantes y pimienta. ¡Un comerciante en productos alimenticios debería vender por lo menos alguna golosina!
Esta mañana ha vuelto a caer sobre mí una tormenta de palabras. Hubo rayos y centellas de tal calibre que todavía me zumban los oídos. Que esto y que aquello, que «Ana mal» y que «Van Daan bien», que patatín y que patatán.
Tu Ana
Miércoles, 10 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Anoche se produjo un cortocircuito. Además, hubo tiros a granel. Todavía no le he perdido el miedo a todo lo que sea metrallas o aviones y casi todas las noches me refugio en la cama de papá para que me consuele. Te parecerá muy infantil, pero ¡si supieras lo horrible que es! No puedes oír ni tus propias palabras, de tanto que truenan los cañones. La Sra. Beaverbrook, la fatalista, casi se echó a llorar y dijo con un hilito de voz:
-iAy, por Dios, qué desagradable! ¡Ay, qué disparos tan fuertes!
Lo que viene a significar: ¡Estoy muerta de miedo!
A la luz de una vela no parecía tan terrible como cuando todo estaba oscuro. Yo temblaba como una hoja y le pedí a papá que volviera a encender la vela. Pero él fue implacable y no la encendió. De repente empezaron a disparar las ametralladoras, que son diez veces peor que los cañones. Mamá se levantó de la cama de un salto y, con gran disgusto de Pim, encendió la vela. Cuando Pim protestó, mamá 1e contestó resueltamente:
-¡Ana no es soldado viejo!
Y sanseacabó.
¿Te he contado sobre los demás miedos de la señora? Creo que no. Para que estés al tanto de todas las aventuras y desventuras de la Casa de atrás, debo contarte lo siguiente. Una noche, la señora creyó que había ladrones en el desván. De verdad oyó pasos fuertes, según ella, y sintió tanto miedo que despertó a su marido.
Justo en ese momento, los ladrones desaparecieron y el único ruido que oyó el señor fue el latido del corazón temeroso de la fatalista.
-¡Ay, Putti (el apodo cariñoso del señor), seguro que se han llevado las longanizas y todas nuestras legumbres! ¡Y Peter! ¡Oh!, ¿estará todavía en su cama?
-A Peter difícilmente se lo habrán llevado, no temas. Y ahora, déjame dormir.
Pero fue imposible. La señora tenía tanto miedo que ya no se pudo dormir.
Algunas noches más tarde, toda la familia del piso de arriba se despertó a causa de un ruido fantasmal. Peter subió al desván con una linterana y itrrrr!, vio cómo un ejército de ratas se daba a la fuga.
Cuando nos enteramos de quiénes eran los ladrones, dejamos que Mouschi durmiera en el desván, y los huéspedes inoportunos ya no regresaron. Al menos, no por las noches.
Hace algunos días, Peter subió a la buhardilla a buscar unos periódicos viejos. Eran las siete y media de la tarde y aún había luz. Para poder bajar por la escalera, tenía que agarrarse de la trampilla. Apoyó la mano sin mirar y… ¡casi se cae del susto! Sin saberlo había apoyado la mano en una enorme rata, que le dio un gran mordisco en el brazo. La sangre se le pasaba por la tela del pijama cuando llegó tambaleándose y más blanco que el papel donde estábamos nosotros. No era para menos: acariciar una rata no debe ser nada agradable, y recibir una mordedura encima, menos aún.
Tu Ana
Viernes, 12 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Permíteme que te presente: Mamá Frank, defensora de los niños. Más mantequilla para los jóvenes, los problemas de la juventud moderna: en todo sale a la defensa de los jóvenes y, tras una buena dosis de disputas, casi siempre se sale con la suya.
Una lata de lenguado en conserva se ha echado a perder. Comida de gala para Mouschi y Mofe
Mofe aún es un desconocido para ti. Sin embargo, ya pertenecía al edificio antes de que nos instaláramos aquí. Es el gato del almacén y de la oficina, que ahuyenta a las ratas en los depósitos de mercancías. Su nombre político es fácil de explicar. Durante una época, la firma Gies & Cía. tenía dos gatos, uno para el almacén y otro para el desván. A veces sucedía que los dos se encontraban, lo que acababa en grandes peleas. El que atacaba era generalmente el almacenero, aunque luego fuera el desvanero el que ganara. Igual que en la política. Por eso, el gato del almacén pasó a ser el alemán o Mofe, y el del desván, el inglés o Tommie12. Tommie ya no está, pero Mofe hace las delicias de todos nosotros cuando bajamos al piso de abajo.
Hemos comido tantas habas y judías pintas que ya no las puedo ni ver. Con sólo pensar en ellas se me revuelve el estómago.
Hemos tenido que suprimir el suministro de pan por las noches.
Papá acaba de anunciar que está de mal humor. Otra vez tiene los ojos tan tristes, pobre ángel.
Estoy completamente enganchada con el libro El golpe en la puerta, de Ina Boudier-Bakker. La parte que describe la historia de la familia está muy bien, pero las partes sobre la guerra, los escritores y la emancipación de la mujer son menos buenas, y en realidad tampoco me interesan demasiado.
Bombardeos terribles en Alemania. El señor Van Daan está de mal humor. El motivo: la escasez de tabaco.
La discusión sobre si debemos abrir o no las latas de conservas para comerlas la hemos ganado nosotros.
Ya no me entra ningún zapato, salvo los de esquiar, que son poco prácticos para andar dentro de la casa. Un par de sandalias de esparto de 6,5o florines sólo pude usarlas durante una semana, luego ya no me sirvieron. Quizá Miep consiga algo en el mercado negro.
Todavía tengo que cortarle el pelo a papá. Pim dice que lo hago tan bien que cuando termine la guerra nunca más irá a un peluquero. ¡Ojalá no le cortara tantas veces en la oreja! Tu Ana
Jueves, 18 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Turquía ha entrado en guerra. Gran agitación. Esperamos con gran ansiedad las noticias de la radio.
Viernes, 19 de marzo de 1943
Querida Kitty:
La alegría dio paso a la decepción en menos de una hora. Turquía aún no ha entrado en guerra; el ministro de allí sólo mencionó la supresión inminente de la neutralidad. Un vendedor de periódicos de la plaza del Dam exclamaba: «¿Turquía del lado de Inglaterra!» La gente le arrebataba los ejemplares de las manos. Así fue cómo la grata noticia llegó también a nuestra casa.
Los billetes de mil florines serán declarados sin valor, lo que supondrá un gran chasco para los estraperlistas y similares, pero aún más para los que tienen dinero negro y para los escondidos. Los que quieran cambiar un billete de mil florines, tendrán que explicar y demostrar cómo lo consiguieron exactamente. Para pagar los impuestos todavía se pueden utilizar, pero la semana que viene eso habrá acabado. Y para esa misma fecha, también los billetes de quinientos florines habrán perdido su validez. Gies & Cía. aún tenía algunos billetes de mil en dinero negro, pero los han usado para pagar un montón de impuestos por adelantado, con lo que ha pasado a ser dinero limpio.
A Dussel le han traído un pequeño taladro a pedal. Supongo que en poco tiempo más me
tocará hacerme una revisión a fondo.
Hablando de Dussel, no acata para nada las reglas del escondite. No sólo le escribe cartas a la mujer, sino que también mantiene una asidua correspondencia con varias otras personas. Las cartas se las da a Margot, la profe de holandés de la Casa de atrás, para que se las corrida. Papá le ha prohibido terminantemente a Dussel que siga con sus cartas. La tarea de corregir de Margot ha terminado, pero supongo que Dussel no estará mucho tiempo sin escribir.
El «Führer de todos los alemanes» ha hablado con los soldados heridos. Daba pena oírlo. El juego de preguntas y respuestas era más o menos el siguiente:
-Me llamo Heinrich Scheppel.
-¿Lugar donde fue herido?
-Cerca de Stalingrado.
-¿Tipo de heridas?
-Pérdida de los dos pies por congelamiento y rotura de la articulación del brazo izquierdo.
Exactamente así nos transmitía la radio este horrible teatro de marionetas. Los heridos parecían estar orgullosos de sus heridas. Cuantas más tenían, mejor. Uno estaba tan emocionado de poder estrecharle la mano al Führer (si es que aún la tenía), que casi no podía pronunciar palabra.
Se me ha caído la pastilla de jabón de Dussel, y como luego la pisé, se le ha quedado en la mitad. Ya le he pedido a papá una indemnización por adelantado, sobre todo porque a Dussel no le dan más que una pastilla de jabón al mes.
Tu Ana
Jueves, 25 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Mamá, papá, Margot y yo estábamos sentados placenteramente en la habitación, cuando de repente entró Peter y le dijo algo al oído a papá. Oí algo así como «un barril volcado en el almacén» y «alguien forcejeando la puerta».
También Margot había entendido eso, pero trató de tranquilizarme un poco, porque ya me había puesto más blanca que el papel y estaba muy nerviosa, naturalmente. Las tres nos quedamos esperando a ver qué pasaba, mientras papá bajó con Peter. No habían pasado dos minutos cuando la señora Van Daan, que había estado escuchando la radio abajo, subió para decir que Pim le había pedido que apagara la radio y que se fuera para arriba sin hacer ruido. Pero como suele pasar cuando uno no quiere hacer ruido: los escalones de una vieja escalera crujen más que nunca. A los cinco minutos volvieron Peter y Pim blancos hasta la punta de las narices, y nos contaron sus vicisitudes.
Se habían apostado a esperar al pie de la escalera, pero sin resultado. Pero de repente escucharon dos fuertes golpes, como si dentro de la casa se hubieran cerrado con violencia dos puertas. Pim había subido de un salto, pero Peter había ido antes a avisar a Dussel, que haciendo muchos aspavientos y estruendo llegó también por fin arriba. Luego todos subimos en calcetines al piso de los Van Daan. El señor estaba muy acatarrado y ya se había acostado, de modo que nos reunimos alrededor de su lecho y le susurramos nuestras sospechas. Cada vez que se ponía a toser fuerte, a su mujer y a mí nos daba un susto tremendo. Esto sucedió unas cuantas veces, hasta que a alguien se le ocurrió darle codeína. La tos se le pasó en seguida.
Esperamos y esperamos, pero no se oyó nada más. Entonces en realidad todos supusimos que los ladrones, al oír pasos en la casa que por lo demás estaba tan silenciosa, se habrían largado. Pero el problema era que la radio de abajo aún estaba sintonizada en la emisora inglesa, con las sillas en hilera a su alrededor. Si alguien forzaba la puerta y los de la defensa antiaérea se enteraban y avisaban a la Policía, las consecuencias podrían ser muy desagradables para nosotros. El señor Van Daan se levantó, se puso los pantalones y la chaqueta, se caló el sombrero y siguió a papá escaleras abajo, cautelosamente, con Peter detrás, que para mayor seguridad iba armado con un gran martillo. Las mujeres (incluidas Margot y yo) nos quedamos arriba esperando con gran ansiedad, hasta que a los cinco minutos los hombres volvieron diciendo que en toda la casa reinaba la calma. Convinimos en que no dejaríamos correr el agua ni tiraríamos de la cadena, pero como el revuelo nos había trastocado el estómago, te podrás imaginar el aroma que había en el retrete cuando fuimos uno tras otro a depositar nuestras necesidades.
Cuando pasa algo así, siempre hay varias cosas que coinciden. Lo mismo que ahora: en primer
lugar, las campanas de la iglesia no tocaban, lo que normalmente siempre me tranquiliza. En segundo lugar, el señor Voskuijl se había retirado la tarde anterior un rato antes de lo habitual, sin que nosotros supiéramos a ciencia cierta si Bep se había hecho con la llave a tiempo o si había olvidado cerrar con llave.
Pero no importaban los detalles. Lo cierto es que aún era de noche y no sabíamos a qué atenernos, aunque por otro lado ya estábamos algo más tranquilos, ya que desde las ocho menos cuarto, aproximadamente, hora en que el ladrón había entrado en la casa, hasta las diez y media no oímos más ruidos. Pensándolo bien, nos pareció bastante poco probable que un ladrón hubiera forzado una puerta a una hora tan temprana, cuando todavía podía haber gente andando por la calle. Además, a uno de nosotros se le ocurrió que era posible que el jefe de almacén de nuestros vecinos, la compañía Keg, aún estuviera trabajando, porque con tanta agitación y dadas nuestras paredes tan finitas, uno puede equivocarse fácilmente en los ruidos, y en momentos tan angustiantes también la imaginación suele jugar un papel importante.
Por lo tanto nos acostamos, pero ninguno podía conciliar el sueño. Tanto papá como mamá, y también el señor Dussel estuvieron mucho rato despiertos, y exagerando un poco puedo asegurarte que tampoco yo pude pegar ojo. Esta mañana los hombres bajaron hasta la puerta de entrada, controlaron si aún estaba cerrada y vieron que no había ningún peligro.
Los acontecimientos por demás desagradables les fueron relatados, naturalmente, con pelos y señales a todos los de la oficina, ya que pasado el trance es fácil reírse de esas cosas, y sólo Bep se tomó el relato en serio.
Tu Ana

P. D. El retrete estaba esta mañana atascado, y papá ha tenido que sacar de la taza con un palo todas las recetas de fresas (nuestro actual papel higiénico) junto con unos cuantos kilos de caca. El palo luego lo quemamos.
Sábado, 27 de marzo de 1943
Querida Kitty:
El curso de taquigrafía ha terminado. Ahora empezamos a practicar la velocidad. ¡Seremos unas hachas! Te voy a contar algo más sobre nuestras «asignaturas matarratos», que llamamos así porque las estudiamos para que los días transcurran lo más rápido posible, y de ese modo hacer que el fin de nuestra vida de escondidos llegue pronto. Me encanta la mitología, sobre todo los dioses griegos y romanos. Aquí piensan que son afi- ciones pasajeras, ya que nunca han sabido de ninguna jovencita con inclinaciones deístas. ¡Pues bien, entonces seré yo la primera!
El señor Van Daan está acatarrado, o mejor dicho: le pica un poco la garganta. A causa de eso se hace el interesante: hace gárgaras con manzanilla, se unta el paladar con tintura de mirra, se pone bálsamo mentolado en el pecho, la nariz, los dientes y la lengua y aun así está de mal humor.
Rauter, un pez gordo alemán, ha dicho en un discurso que para el i de julio todos los judíos deberán haber abandonado los países germanos. Del i de abril al i de mayo se hará una purga en la provincia de Utrecht (como si de cucarachas se tratara), y del i de mayo al i de junio en las provincias de Holanda Septentrional y Holanda Meridional. Como si fueran ganado enfermo y abandonado, se llevan a esa pobre gente a sus inmundos mataderos. Pero será mejor no hablar de ello, que de sólo pensarlo me entran pesadillas.
Una buena nueva es que ha habido un incendio en la sección alemana de la Bolsa de trabajo, por sabotaje. Unos días más tarde le tocó el turno al Registro civil. Unos hombres en uniformes de la Policía alemana amordazaron a los guardias e hicieron desaparecer un montón de papeles importantes.
Tu Ana
Jueves, 2 de abril de 1943 Querida Kitty:
No te creas que estoy para bromas (fíjate en la fecha ) contrario, hoy más bien podría citar aquel refrán que dice: «Las desgracias nunca vienen solas.»
En primer lugar, el señor Kleiman, que siempre nos alegra la vida, sufrió ayer una gran hemorragia estomacal y tendrá que guardar cama por lo menos durante tres semanas. Has de saber que estas hemorragias le vienen a menudo, y que al parecer no tienen remedio. En segundo lugar, Bep está con gripe. En tercer lugar, al señor Voskuijl lo internan en el hospital la semana que viene. Según parece, tiene una úlcera y lo tienen que operar. Y en cuarto lugar iban a venir los directores de la fábrica Pomosin, de Francfort, para negociar las nuevas entregas de mercancías de Opekta. Todos los puntos de las negociaciones los había conversado papá con Kleiman, y no había suficiente tiempo para informar bien de todo a Kugler.
Vendrían los señores de Francfort y papá temblaba pensando en los resultados de la reunión.
-¡Ojalá pudiera estar yo presente, ojalá pudiera estar yo allí abajo! -decía.
-Pues échate en el suelo con el oído pegado al linóleo. Los señores se reunirán en tu antiguo despacho, de modo que podrás oírlo todo.
A papá se le iluminó la cara, y ayer a las diez y media de la mañana, Margot y Pim (dos oyen más que uno) tomaron sus posiciones en el suelo. A mediodía la reunión no había terminado, pero papá no estaba en condiciones de continuar con su campaña de escuchas por la tarde. Estaba molido por la posición poco acostumbrada e incómoda. A las dos y media de la tarde, cuando oímos voces en el pasillo, yo ocupé su lugar. Margot me hizo compañía. La conversación era en-parte tan aburrida y tediosa que de repente me quedé dormida en el suelo frío y duro de linóleo. Margot no se atrevía a tocarme por miedo a que nos oyeran abajo, y menos aún podía llamarme. Dormí una buena media hora, me desperté medio asustada y había olvidado todo lo referente a la importante conversación. Menos mal que Margot había prestado más atención. Tu Ana
Viernes, 3 de abril de 1943
Querida Kitty:
Nuevamente se ha ampliado mi extensa lista de pecados. Anoche estaba acostada en la cama esperando que viniera papá a rezar conmigo y darme las buenas noches, cuando entró mamá y, sentándose humildemente en el borde de la cama, me preguntó:
-Ana, papá todavía no viene, ¿quieres que rece yo contigo? -No, Mansa14 -contesté.
Mamá se levantó, se quedó de pie junto a la cama y luego se dirigió lentamente a la puerta. De repente se volvió, y con un gesto de amargura en la cara me dijo:
-No quiero enfadarme contigo. El amor 4o se puede forzar.
Salió de la habitación con lágrimas en las mejillas.
Me quedé quieta en la cama y en seguida me pareció mal de mi parte haberla rechazado de esa manera tan pida, pero al mismo tiempo sabía que no habría podido contestarlo de otro modo. No puedo fingir y rezar con ella en contra de mi voluntad. Sencillamente no puedo. Sentí compasión por ella, una gran compasión, porque por primera vez en mi vida me di cuenta de que mi actitud fría no le es indiferente. Pude leer tristeza en su cara, cuando decía que el amor no se puede forzar. Es duro decirla verdad, y sin embargo es verdad cuando digo que es ella la que me ha rechazado, ella la que me ha hecho insensible a cualquier amor de su parte, con sus comentarios tan faltos de tacto y sus bromas burdas sobre cosas que yo difícilmente podía encontrar graciosas. De la misma manera que siento que me enojo cuando me suelta sus duras palabras, se encogió su corazón cuando-le dio cuenta de que nuestro amor realmente había desaparecido.
Lloró casi toda la noche y toda la noche durmió mal. Papá ni me mira, y cuando lo hace sólo un momento, leo en sus ojos las siguientes palabras: «¡Cómo puedes ser así, cómo te atreves a causarle tanta pena a tu madre!»
Todos se esperan que le pida perdón, pero se trata de un asunto en el que no puedo pedir perdón, sencillamente porque lo que he dicho es cierto y es algo que mamá tarde o temprano tenía que saber. Parezco indiferente a las lágrimas de mamá y a las miradas de papá, y lo soy, porque es la primera vez que sienten algo de lo que yo me doy cuenta continuamente. Mamá sólo me inspira compasión. Ella misma tendrá que buscar cómo recomponerse. Yo, por mi parte, seguiré con mi actitud fría y silenciosa, y tampoco en el futuro le tendré miedo a la verdad, puesto que cuanto más se la pospone, tanto más difícil es enfrentarla.

Tu Ana
Martes, 27 de abril de 1943
Querida Kitty:
La casa entera retumba por las disputas. Mamá y yo, Van Daan y papá, mamá y la señora, todos están enojados con todos. Bonito panorama, ¿verdad? Como de costumbre, sacaron a relucir toda la lista de pecados de Ana.
El sábado pasado volvieron a pasar los señores extranjeros. Se quedaron hasta las seis de la tarde. Estábamos todos arriba inmóviles, sin apenas respirar. Cuando no hay nadie trabajando en todo el edificio ni en los aledaños, en el despacho se oye cualquier ruidito. De nuevo me ha dado la fiebre sedentaria: no es nada fácil tener que estar sentada tanto tiempo sin moverme y en el más absoluto silencio.
El señor Voskuijl ya está en el hospital, y el señor Kleiman ha vuelto a la oficina, ya que la hemorragia estomacal se le ha pasado antes que otras veces. Nos ha contado que el Registro civil ha sido dañado de forma adicional por los bomberos, que en vez de limitarse a apagar el incendio, inundaron todo de agua. ¡Me gusta!
El Hotel Cariton ha quedado destruido. Dos aviones ingleses que llevaban un gran cargamento de bombas incendiarias cayeron justo sobre el Centro de oficiales alemán. Toda la esquina del Singel y la calle Vijzelstraat se ha quemado. Los ataques aéreos a las ciudades alemanas son cada día más intensos. Por las noches ya no dormimos; tengo unas ojeras terribles por falta de sueño.
La comida que comemos es una calamidad. Para el desayuno, pan seco con sucedáneo de café. El almuerzo ya hace quince días que consiste en espinacas o lechuga. Patatas de veinte centímetros de largo, dulces y con sabor a podrido. ¡Quien quiera adelgazar, que pase una temporada en la Casa de atrás! Los del piso de arriba viven quejándose, pero a nosotros no nos parece tan trágico.
Todos los hombres que pelearon contra los alemanes o que estuvieron movilizados en 1940, se han tenido que presentar en los campos de prisioneros de guerra para trabajar para el Führer. ¡Seguro que es una medida preventiva para cuando sea la invasión!

Tu Ana
Sábado, 1º de mayo de 1943
Querida Kitty:
Fue el cumpleaños de Dussel. Antes de que llegara el día se hizo el desinteresado, pero cuando vino Miep con una gran bolsa de la compra llena de regalos, se puso como un niño de contento. Su mujer Lotje le ha enviado huevos, mantequilla, galletas, limonada, pan, coñac, pastel de especias, flores, naranjas, chocolate, libros y papel de cartas. Instaló una mesa de regalos de cumpleaños, que estuvieron expuestos nada menos que tres días. ¡Viejo loco!
No vayas a pensar que pasa hambre; en su armario hemos encontrado pan, queso, mermelada y huevos. Es un verdadero escándalo que tras acogerlo con tanto cariño para salvarlo de una desgracia segura, se llene el estómago a escondidas sin darnos nada a nosotros. ¿Acaso nosotros no hemos compartido todo con él? Pero peor aún nos pareció lo miserable que es con Kleiman, Voskuijl y Bep, a quienes tampoco ha dado nada. Las naranjas que tanta falta le hacen a Kleiman para su estómago enfermo, Dussel las considera más sanas para su propio estómago.
Anoche recogí cuatro veces todas mis pertenencias, a causa de los fuertes disparos. Hoy he hecho una pequeña maleta, en la que he puesto mis cosas de primera necesidad en caso de huida. Pero mamá, con toda la razón, me ha preguntado: «¿Adónde piensas huir?»
Toda Holanda ha sido castigada por la huelga de tantos trabajadores. Han declarado el estado
de sitio y a todos les van a dar un cupón de mantequilla menos. ¡Eso les pasa por portarse mal!
Al final de la tarde le lavé la cabeza a mamá, lo que en estos tiempos no resulta nada fácil. Como no tenemos champú, debemos arreglarnos con un jabón verde todo pegajoso, y en segundo lugar Mansa no puede peinarse bien, porque al peine de la familia sólo le quedan diez dientes. Tu Ana
Domingo, 2 de mayo de 1943
Querida Kitty:
A veces me pongo a reflexionar sobre la vida que llevamos aquí, y entonces por lo general llego a la conclusión de que, en comparación con otros judíos que no están escondidos, vivimos como en un paraíso. De todos modos, algún día, cuando todo haya vuelto a la normalidad, me extrañaré de cómo nosotros, que en casa éramos tan pulcros y ordenados, hayamos venido tan a menos, por así decirlo. Venido a menos por lo que se refiere a nuestro modo de vida. Desde que llegamos aquí, por ejemplo, tenemos la mesa cubierta con un hule que, como lo usamos tanto, por lo general no está demasiado limpio. A veces trato de adecentarlo un poco, pero con un trapo que es puro agujero y que ya es de mucho antes de que nos instaláramos aquí; por mucho que frote, no consigo quitarle toda la suciedad. Los Van Daan llevan todo el invierno durmiendo sobre una franela que aquí no podemos lavar por el racionamiento del jabón en polvo, que además es de pésima calidad. Papá lleva unos pantalones deshilachados y tiene la corbata toda desgastada. El corsé de mamá hoy se ha roto de puro viejo, y ya no se puede arreglar, mientras que Margot anda con un sostén que es dos tallas más pequeño del que necesitaría. Mamá y Margot han compartido tres camisetas durante todo el invierno, y las mías son tan pequeñas que ya no me llegan ni al ombligo. Ya sé que son todas cosas de poca importancia, pero a veces me asusta pensar: si ahora usamos cosas gastadas, desde mis bragas hasta la brocha de afeitar de papá, ¿cómo tendremos que hacer para volver a pertenecer a nuestra clase social de antes de la guerra? Tu Ana
Domingo, 2 de mayo de 1943
Apreciaciones sobre la guerra de los moradores de la Casa de atrás.
El señor Van Daan: En opinión de todos, este honorable caballero entiende mucho de política. Sin embargo, nos predice que tendremos que permanecer aquí hasta finales del 43. Aunque me parece mucho tiempo, creo que aguantaremos. ¿Pero quién nos garantiza que esta guerra, que no nos ha traído más que penas y dolores, habrá acabado para esa fecha? ¿Y quién nos puede asegurar que a nosotros y a nuestros cómplices del escondite no nos habrá pasado nada? ¡Absolutamente nadie! Y por eso vivimos tan angustiados día a día. Angustiados tanto por la espera y la esperanza, como por el miedo cuando se oyen ruidos dentro o fuera de la casa, cuando suenan los terribles disparos o cuando publican en los periódicos nuevos «comunicados», porque también es posible que en cualquier momento algunos de nuestros cómplices tengan que esconderse aquí ellos mismos. La palabra escondite se ha convertido en un término muy corriente. ¡Cuánta gente no habrá refugiada en un escondite! En proporción no serán tantos, naturalmente, pero seguro que cuando termine la guerra nos asombraremos cuando sepamos cuánta gente buena en Holanda ha á dado cobijo en su casa a judíos y también a cristianos que debían huir, con o sin dinero. Y también es increíble la cantidad de gente de la que dicen que tiene un carnet de identidad falsificado.
La señora Van Daan: Cuando esta bella dama (en palabras de ella misma) se enteró de que ya no era tan difícil como antes conseguir un carnet de identidad falsificado, inmediatamente propuso que nos mandáramos hacer uno cada uno. Como si fueran gratis, o como si a papá y al señor Van Daan el dinero les lloviera del cielo. Cuando la señora Van Daan profiere las tonterías más increíbles, Putti a menudo pega un salto de exasperación. Pero es lógico, porque un día Kerli , dice: «Cuando todo esto acabe, haré que me bauticen», y al otro día afirma: ¡Siempre he querido ir a Jerusalén,
porque sólo me siento en mi casa cuando estoy rodeada de judíos!»
Pim es un gran optimista, pero es que siempre encuentra motivo para serlo.
El señor Dussel no hace más que inventar todo lo que dice, y cuando alguien osa contradecir a su excelencia, luego las tiene que pagar. En casa del señor Alfred Dussel supongo que la norma es que él siempre tiene la última palabra, pero a Ana Frank eso no le va para nada.
Lo que piensan sobre la guerra los demás integrantes de la Casa de atrás no tiene ningún interés. Sólo las cuatro personas mencionadas pintan algo en materia de política; en verdad tan sólo dos, pero doña Van Daan y Dussel consideran que sus opiniones también cuentan. Tu Ana
Martes, 28 de mayo de 1943
Querida Kitty:
He sido testigo de un feroz combate aéreo entre aviadores ingleses y alemanes. Algunos aliados han tenido que saltar de sus aviones en llamas, lamentablemente. El lechero, que vive en Halfweg, ha visto a cuatro canadienses sentados a la vera del camino, uno de los cuales hablaba holandés fluido. Este le pidió fuego al lechero para encender un cigarrillo y le contó que la tripulación del avión estaba compuesta por seis personas. El piloto se había quemado y el quinto hombre estaba escondido en alguna parte. A los otros cuatro, que estaban vivitos y coleando, se los llevó la «policía verde alemana». ¡Qué increilAe que después de un salto tan impresionante en paracaídas todavía tuvieran tanta presencia de ánimo!
Aunque ya va haciendo calor, tenemos que encender la lumbre un día sí y otro no para quemar los desechos y la basura. No podemos usar los cubos, porque eso despertaría las sospechas del mozo de almacén. La menor imprudencia nos delataría.
Todos los estudiantes tienen que firmar una lista del Gobierno, declarando que «simpatizan con. todos los alemanes y con el nuevo orden político». El ochenta por ciento se ha negado a traicionar su conciencia y a renegar de sus convicciones, pero las consecuencias no tardaron en hacerse sentir. A los estudiantes que no firmaron los envían a campos de trabajo en Alemania. ¿Qué quedará de la juventud holandesa si todos tienen que trabajar tan duramente en Alemania?
Anoche mamá cerró la ventana a causa de los fuertes estallidos. Yo estaba en la cama de Pim. De repente, oímos cómo en el piso de arriba la señora saltó de la cama, como mordida por Mouschi, a lo que inmediatamente siguió otro golpe. Sonó como si hubiera caído una bomba incendiaria junto a mi cama. Grité:
-¡La luz, la luz!
Pim encendió la luz. No me esperaba otra cosa sino que en pocos minutos estuviera la habitación en llamas. No pasó nada. Todos nos precipitamos por la escalera al piso de arriba para ver lo que pasaba. Los Van Daan habían visto por la ventana abierta un resplandor de color rosa. El señor creía que había fuego por aquí cerca, y la señora pensaba que la que se había prendido fuego era nuestra casa. Cuando se oyó el golpe, la señora estaba temblando de pie. Dussel se quedó arriba fumando un cigarrillo, mientras nosotros volvíamos a nuestras camas. Cuando aún no habían pasado quince minutos, volvimos a oír tiros. La señora se levantó en seguida y bajó la escalera a la habitación de Dussel, para buscar junto a él la tranquilidad que no le era dada junto a su cónyuge. Dussel la recibió pronunciando las palabras «Acuéstate aquí conmigo, hija mía», lo que hizo que nos desternilláramos de risa. El tronar de los cañones ya no nos preocupaba: nuestro temor había desaparecido. Tu Ana
Domingo, 13 de junio de 1943
Querida Kitty:
El poema de cumpleaños que me ha hecho papá es tan bonito que no quisiera dejar de enseñártelo.
Como papá escribe en alemán, Margot ha tenido que ponerse a traducir. Juzga por ti misma lo bien que ha cumplido su tarea de voluntaria. Tras el habitual resumen de los acontecimientos del año, pone lo siguiente:
Siendo la más pequeña, aunque ya no una niña, no lo tienes fácil; todos quieren ser un poco tu maestro, y no te causa placer. «¡Tenemos experiencia!» «¡Sé lo que te digo!» «Para nosotros no es la primera vez, sabemos muy bien lo que hay que hacer.» Sí, sí, es siempre la misma historia y todos tienen muy mala memoria. Nadie se fija en sus propios defectos, sólo miran los errores ajenos; a todos les resulta muy fácil regañar y lo hacen a menudo sin pestañear. A tus padres nos resulta difícil ser justos, tratando de que no haya mayores disgustos; regañar a tus mayores es algo que está mal por mucho que te moleste la gente de edad, como una píldora has de tragar sus regañinas para que haya paz. Los meses aquí no pasan en vano aprovéchalos bien con tu estudio sano, que estudiando y leyendo libros por cientos se ahuyenta el tedio y el aburrimiento. La pregunta más difícil es sin duda: «¿Qué me pongo? No tengo ni una muda, todo me va chico, pantalones no tengo, mi camisa es un taparrabo, pero es lo de menos. Luego están los zapatos: no puedo ya decir los dolores inmensos que me hacen sufrir.» Cuando creces 10 cm no hay nada que hacer: ya no tienes ni un trapo que te puedas poner.

Margot no logró traducir con rima la parte referida al tema de la comida, así que esa parte no la he copiado. Pero el resto es muy bonito, ¿verdad?
Por lo demás me han malcriado mucho con los hermosos regalos que me han dado; entre otras cosas, un libro muy gordo sobre mitología griega y romana, mi tema favorito. Tampoco puedo quejarme de las golosinas, ya que todos me han dado algo de sus respectivas últimas provisiones. Como benjamina de la familia de escondidos me han mimado verdaderamente mucho más de lo que merezco.
Tu Ana
Martes, 15 de junio de 1943
Querida Kitty:
Han pasado cantidad de cosas, pero muchas veces pienso que todas mis charlas poco interesantes te resultarán muy aburridas y que te alegrarás de no recibir tantas cartas. Por eso, será mejor que te resuma brevemente las noticias.
Al señor Voskuijl no lo han operado del estómago. Cuando lo tenían tumbado en la mesa de operaciones con el estómago abierto, los médicos vieron que tenía un cáncer mortal en un estado tan avanzado, que ya no había nada que operar. Entonces le cerraron nuevamente el estómago, le hicieron guardar cama durante tres semanas y comer bien, y luego lo mandaron a su casa. Pero cometieron la estupidez imperdonable de decirle exactamente en qué estado se encuentra. Ya no está en condiciones de trabajar, está en casa rodeado de sus ocho hijos y cavila sobre la muerte que se avecina. Me da muchísima lástima, y también me da mucha rabia no poder salir a la calle, porque si no iría muchas veces a visitarlo para distraerlo. Para nosotros es una calamidad que el bueno de Voskuijl ya no esté en el almacén para informarnos sobre todo lo que pasa allí o todo lo que oye. Era nuestra mayor ayuda y apoyo en materia de seguridad, y lo echamos mucho de menos.
El mes que viene nos toca a nosotros entregar la radio. Kleiman tiene en su casa una radio miniatura clandestina, que nos dará para reemplazar nuestra Philips grande. Es una verdadera lástima que haya que entregar ese mueble tan bonito, pero una casa en la que hay escondidos no debe, bajo ningún concepto, despertar las sospechas de las autoridades. La radio pequeñita nos la llevaremos arriba, naturalmente. Entre judíos clandestinos y dinero negro, qué mas da una radio clandestina.
Todo el mundo trata de conseguir una radio vieja para entregar en lugar de su «fuente de ánimo». De veras es cierto que a medida que las noticias de fuera van siendo peores, la radio con su voz maravillosa nos ayuda a que no perdamos las esperanzas y digamos cada vez. «¡Adelante, ánimo, ya vendrán tiempos mejores!»

Tu Ana
Domingo, 11 de julio de 1943
Querida Kitty:
Volviendo por enésima vez al tema de la educación, te diré que hago unos esfuerzos tremendos para ser cooperativa, simpática y buena y para hacer todo de tal manera que el torrente de comentarios se reduzca a una leve llovizna. Es endiabladamente difícil tener un comportamiento tan ejemplar ante personas que no soportas, sobre todo al ser tan fingido. Pero veo que realmente se llega más lejos con un poco de hipocresía que manteniendo mi vieja costumbre de decirle a cada uno sin vueltas lo que pienso (aunque nunca nadie me pida mi opinión ni le dé importancia). Por supuesto que a menudo me salgo de mi papel y no puedo contener la ira ante una injusticia, y durante cuatro semanas no hacen más que hablar de la chica más insolente del mundo. ¿No te parece que a veces deberías compadecerme? Menos mal que no soy tan refunfuñona, porque terminaría agriándome y perdería mi buen sentido del humor. Por lo general me tomo las regañinas con humor, pero me sale mejor cuando es otra persona a la que ponen como un trapo, y no cuando esa persona soy yo misma.
Por lo demás, he decidido abandonar un poco la taquigrafía, aunque me lo he tenido que pensar bastante. En primer lugar quisiera dedicar más tiempo a mis otras asignaturas, y en segundo lugar a causa de la vista, que es lo que más me tiene preocupada. Me he vuelto bastante miope y hace tiempo que necesito gafas. (¡Huy, qué cara de lechuza tendré!) Pero ya sabes que a los escondidos no les está permitido (etc.).
Ayer en toda la casa no se habló más que de la vista de Ana, porque mamá sugirió que la señora Kleiman me llevara al oculista. La noticia me hizo estremecer, porque no era ninguna tontería. ¡Salir a la calle! ¡A la calle, figúrate! Cuesta imaginárselo. Al principio me dio muchísimo miedo, pero luego me puse contenta. Sin embargo, la cosa no era tan fácil, porque no todos los que tienen que tomar la decisión se ponían de acuerdo tan fácilmente. Todos los riesgos y dificultades debían ponerse en el platillo de la balanza, aunque Miep quería llevarme inmediatamente. Lo primero que hice fue sacar del ropero mi abrigo gris, que me quedaba tan pequeño que parecía el abrigo de mi hermana menor. Se le salía el dobladillo y, además, ya no podía abotonármelo. Realmente tengo gran curiosidad por saber lo que pasará, pero no creo que el plan se lleve a cabo, porque mientras tanto los ingleses han desembarcado en Sicilia y papá tiene la mira puesta en un «desenlace inminente».
Bep nos da mucho trabajo de oficina a Margot y a mí. A las dos nos da la sensación de estar haciendo algo muy importante, y para Bep es una gran ayuda. Archivar la correspondencia y hacer los asientos en el libro de ventas es algo que puede hacer todo el mundo, pero nosotras lo hacemos con gran minuciosidad.
Miep parece un verdadero burro de carga, siempre llevando y trayendo cosas. Casi todos los días encuentra verdura en alguna parte y la trae en su bicicleta, en grandes bolsas colgadas del manillar. También nos trae todos los sábados cinco libros de la biblioteca. Siempre esperamos con gran ansiedad que llegue el sábado, porque entonces nos traen los libros. Como cuando les traen regalitos a los niños. Es que la gente corriente no sabe lo que significa un libro para un escondido. La lectura, el estudio y las audiciones de radio son nuestra única distracción.

Tu Ana
Martes, 13 de julio de 1943
El mejor escritorio.
Ayer por la tarde le pregunté a Dussel, con permiso de papá (y de forma bastante educada, me parece), si por favor estaría de acuerdo en que dos veces por semana, de cuatro a cinco y media de la tarde, yo hiciera uso del pequeño escritorio de nuestra habitación. Ya escribo ahí todos los días de dos y media a cuatro mientras Dussel duerme la siesta; a otras horas la habitación y el escritorio son zona prohibida para mí. En el cuarto de estar común hay demasiado alboroto por las tardes; ahí uno no se puede concentrar, y además también a papá le gusta sentarse a escribir en el escritorio grande por las tardes.
Por lo tanto, el motivo era bastante razonable y mi ruego una mera cuestión de cortesía. Pero, ¿a que no sabes lo que contestó el distinguido señor Dussel?
-No.
¡Dijo lisa y llanamente que no!
Yo estaba indignada y no lo dejé ahí. Le pregunté cuáles eran sus motivos para decirme que no y me llevé un chasco. Fíjate cómo arremetió contra mí:
-Yo también necesito el escritorio. Si no puedo disponer de él por la tarde no me queda nada de tiempo. Tengo que poder escribir mi cuota diaria, si no todo mi trabajo habrá sido en balde. De todos modos, tus tareas no son serias. La mitología, qué clase de tarea es ésa, y hacer punto y leer tampoco son tareas serias. De modo que el escritorio lo seguiré usando yo.
Mi respuesta fue:
-Señor Dussel, mis tareas sí que son serias. En el cuarto de estar, por las tardes no me puedo concentrar, así que le ruego encarecidamente que vuelva a considerar mi petición.
Tras pronunciar estas palabras, Ana se volvió ofendida e hizo como si el distinguido doctor no existiera. Estaba fuera de mí de rabia. Dussel me pareció un gran maleducado (lo que en verdad era) y me pareció que yo misma había estado muy cortés Por la noche, cuando logré hablar un momento con Pim, le conté cómo había terminado todo y le pregunté qué debía hacer ahora, porque no quería darme por vencida y prefería arreglar la cuestión yo sola. Pim me explicó más o menos cómo debía encarar el asunto, pero me recomendó que esperara hasta el otro día, dado mi estado de exaltación. Desoí este último consejo, y después de fregar los platos me senté a esperar a Dussel. Pim estaba en la habitación contigua, lo que me daba una gran tranquilidad.
Empecé diciendo:
-Señor Dussel, creo que a usted no le ha parecido que valiera la pena hablar con más detenimiento sobre el asunto; sin embargo, le ruego que lo haga.
Entonces, con su mejor sonrisa, Dussel comentó:
-Siempre y en todo momento estaré dispuesto a hablar sobre este asunto ya zanjado.
Seguí con la conversación, interrumpida continuamente por Dussel:
-Al principio, cuando usted vino aquí, convinimos en que esta habitación sería de los dos. Si el reparto fuera equitativo, a usted le corresponderían las mañanas y a mí todas las tardes. Pero yo ni siquiera le pido eso, y por lo tanto me parece que dos tardes a la semana es de lo más razonable.
En ese momento Dussel saltó como pinchado por un alfiler:
-¿De qué reparto equitativo me estás hablando? ¿Adónde he de irme entonces? Tendré que pedirle al señor Van Daan que me construya una caseta en el desván, para que pueda sentarme allí. ¡Será posible que no pueda trabajar tranquilo en ninguna parte, y que uno tenga que estar siempre peleándose contigo! Si la que me lo pidiera fuera tu hermana Margot, que tendría más motivos que tú para hacerlo, ni se me ocurriría negárselo, pero tú…
Y luego siguió la misma historia sobre la mitología y el hacer punto, y Ana volvió a ofenderse. Sin embargo, hice que no se me notara y dejé que Dussel acabara:
-Pero ya está visto que contigo no se puede hablar. Eres una tremenda egoísta. Con tal de salirte con la tuya, los demás que revienten. Nunca he visto una niña igual. Pero al final me veré obligado a darte el gusto; si no, en algún momento me dirán que a Ana Frank la suspendieron porque el señor Dussel no le quería ceder el escritorio.
El hombre hablaba y hablaba. Era tal la avalancha de palabras que al final me perdí. Había momentos en que pensaba: «¡Le voy a j dar un sopapo que va a ir a parar con todas sus mentiras contra la pared!», y otros en que me decía a mí misma: «Tranquilízate. Ese tipo no se merece que te sulfures tanto por su culpa.»
Por fin Dussel terminó de desahogarse y, con una cara en la que se leía el enojo y el triunfo al mismo tiempo, salió de la habitación con su abrigo lleno de alimentos.
Corrí a ver a papá y a contarle toda la historia, en la medida en que no la había oído ya. Pim decidió hablar con Dussel esa misma noche, y así fue. Estuvieron más de media hora hablando. Primero hablaron sobre si Ana debía disponer del escritorio o no. Papá le dijo que ya habían hablado sobre el tema, pero que en aquella ocasión le había dado supuestamente la razón a Dussel para no dársela a una niña frente a un adulto, pero que tampoco en ese momento a papá le había parecido razonable. Dussel respondió que yo no debía hablar como si él fuera un intruso que tratara de apoderarse de todo, pero aquí papá le contradijo con firmeza, porque en ningún momento me había oído a mí decir eso. Así estuvieron un tiempo discutiendo: papá defendiendo mi egoísmo y mis «tareítas», y Dussel refunfuñando todo el tiempo.
Finalmente Dussel tuvo que ceder, y se me concedieron dos tardes por semana para dedicarme a mis tareas sin ser molestada. Dussel puso cara de mártir, no habló durante dos días y, como un 1 niño, fue a ocupar el escritorio de cinco a cinco y media, antes de la hora de cenar.
A una persona de 14 años que todavía tiene hábitos tan pedan- 1 tes y mezquinos, la naturaleza la ha hecho así, y ya nunca se le quitarán.

Viernes, 16 de julio de 1943
Querida Kitty:
Nuevamente han entrado ladrones, pero esta vez ladrones de verdad. Esta mañana a las siete, como de costumbre, Peer bajó al almacén y en seguida vio que tanto la puerta del almacén como la de la calle estaban abiertas. Se lo comunicó en seguida a Pim, que en su antiguo despacho sintonizó la radio alemana y cerró la puerta con llave. Entonces subieron los dos. La consigna habitual para estos casos, «no lavarse, guardar silencio, estar listos a las ocho y no usar el retrete», fue acatada rigurosamente como de costumbre. Todos nos alegrábamos de haber dormido muy bien y de no haber oído nada durante la noche. Pero también estábamos un poco indignados de que en toda la mañana no se le viera el pelo a ninguno de los de la oficina, y de que el señor Kleiman nos dejara hasta las once y media en ascuas. Nos contó que los ladrones habían abierto la puerta de la calle con una palanca de hierro y luego habían forzado la del almacén. Pero como en el almacén no encontraron mucho para llevarse, habían probado suerte un piso más arriba. Robaron dos cajas con cuarenta florines, talonarios en blanco de la caja postal y del banco, y lo peor: todos nuestros cupones de racionamiento del azúcar, por un total de 150 kilos. No será fácil conseguir nuevos cupones.
El señor Kugler cree que el ladrón pertenece a la misma banda que el que estuvo aquí hace seis semanas y que intentó entrar por las tres puertas (la del almacén y las dos puertas de la calle), pero que en aquel momento no tuvo éxito.
El asunto nos ha estremecido a todos, y casi se diría que la Casa de atrás no puede pasarse sin estos sobresaltos. Naturalmente nos alegramos de que las máquinas de escribir y la caja fuerte estuvieran a buen recaudo en nuestro ropero.
Tu Ana

P. D. Desembarco en Sicilia. Otro paso más que nos acerca a…
Lunes, 19 de julio de 1943
Querida Kitty:
El domingo hubo un terrible bombardeo en el sector norte de Amsterdam. Los destrozos parece que son enormes. Calles enteras han sido devastadas, y tardarán mucho en rescatar a toda la gente sepultada bajo los escombros. Hasta ahora se han contado 200 muertos y un sinnúmero de heridos. Los hospitales están llenos hasta los topes. Se dice que hay niños que, perdidos entre las ruinas incandescentes, van buscando a sus padres muertos. Cuando pienso en los estruendos que se oían en la lejanía, que para nosotros eran una señal de la destrucción que se avecina, me da escalofríos.

Tu Ana
Viernes, 23 de julio de 1943
Querida Kitty:
De momento, Bep ha vuelto a conseguir cuadernos, sobre todo diarios y libros mayores, que son los que necesita mi hermana la contable. Otros cuadernos también se consiguen, pero no me preguntes de qué tipo y por cuánto tiempo. Los cuadernos llevan actualmente el siguiente rótulo: «Venta sin cupones». Como todo lo que se puede comprar sin cupones, son un verdadero desastre. Un cuaderno de éstos consiste en doce páginas de papel grisáceo de líneas torcidas y estrechas. Margot tiene pensado seguir un curso de caligrafía. Yo se lo he recomendado encarecidamente. Mamá me prohíbe que yo también participe, por no arruinarme la vista, pero me parece una tontería. Lo mismo da que haga eso u otra cosa.
Como tú nunca has vivido una guerra, Kitty, y como a pesar de mis cartas tampoco te haces una idea clara de lo que es vivir escondido, pasaré a escribirte cuál es el deseo más ferviente de cada uno de nosotros para cuando volvamos a salir de aquí:
Lo que más anhelan Margot y el señor Van Daan es un baño de agua caliente hasta el cogote, durante por lo menos media hora. La señora Van Daan quisiera irse en seguida a comer pasteles, Dussel en lo único que piensa es en su Charlotte, y mamá en ir a algún sitio a tomar café. Papá iría a visitar al señor Voskuijl, Peter iría al centro y al cine, y yo de tanta gloria no sabría por dónde empezar.
Lo que más anhelo yo es una casa propia, poder moverme libremente y que alguien me ayude en las tareas, o sea, ¡volver al colegio!
Bep nos ha ofrecido fruta, pero cuesta lo suyo, ¡y cómo! Uvas a f florines el kilo, grosellas a 70 céntimos el medio kilo, un melocotón a 50 céntimos, melón a 1,50 el kilo. Y luego ponen en el periódico en letras enormes: «¡El alza de los precios es usura!»
Lunes, 26 de julio de 1943
Querida Kitty:
Ayer fue un día de mucho alboroto, y todavía estamos exaltados. No me extrañaría que te preguntaras si es que pasa algún día sin sobresaltos.
Por la mañana, cuando estábamos desayunando, sonó la primera prealarma, pero no le hacemos mucho caso, porque sólo significa que hay aviones sobrevolando la costa. Después de desayunar fui a tumbarme un rato en la cama porque me dolía mucho la cabeza. Luego bajé a la oficina. Era alrededor de las dos de la tarde. A las dos y media, Margot había acabado con su trabajo de oficina. No había terminado aún de recoger sus bártulos cuando empezaron a sonar las sirenas, de modo que la seguí al piso de arriba. Justo a tiempo, porque menos de cinco minutos después de llegar arriba comenzaron los disparos y tuvimos que refugiarnos en el pasillo. Yo tenía mi bolsa para la huida bien apretada entre los brazos, más para tener algo a qué aferrarme que para huir realmente, porque de cualquier modo no nos podemos ir, o en caso extremo la calle implica el mismo riesgo de muerte que un bombardeo. Después de media hora se oyeron menos aviones, pero dentro de casa la actividad aumentó. Peter volvió de su atalaya en el desván de la casa de delante. Dussel estaba en la oficina principal, la señora se sentía más segura en el antiguo despacho de papá, el señor Van Daan había observado la acción por la ventana de la buardilla, y también los que habíamos esperado en el descansillo nos dispersamos para ver las columnas de humo que se elevaban en la zona del puerto. Al poco tiempo todo olía a incendio y afuera parecía que hubiera una tupida bruma.
A pesar de que un incendio de esa magnitud no es un espectáculo agradable, para nosotros el peligro felizmente había pasado y todos volvimos a nuestras respectivas ocupaciones. Al final de la tarde, a la hora de la comida: alarma aérea. La comida era deliciosa, pero al oír la primera sirena se me quitó el apetito. Sin embargo, no pasó nada y a los cuarenta y cinco minutos ya no había peligro. Cuando habíamos fregado los platos: alarma aérea, tiros, muchísimos aviones. «Dos veces en un mismo día es mucho», pensamos todos, pero fue inútil, porque nuevamente cayeron bombas a raudales, esta vez al otro lado de la ciudad, en la zona del aeropuerto. Los aviones caían en picado, volvían a subir, había zumbidos en el aire y era terrorífico. A cada momento yo pensaba: «¡Ahora cae, ha llegado tu hora!»
Puedo asegurarte que cuando me fui a la cama a las nueve de la noche, todavía no podía tenerme en pie sin que me temblaran las piernas. A medianoche me desperté: ¡más aviones! Dussel se estaba desvistiendo, pero no me importó: al primer tiro salté de la cama totalmente despabilada. Hasta la una estuve metida en la cama de papá, a la una y media vuelta a mi propia cama, a las dos otra vez en la de papá, y los aviones volaban y seguían volando. Por fin terminaron los tiros y me pude volver «a casa». A las dos y media me dormí.
Las siete. Me desperté de un sobresalto y me quedé sentada en la cama. Van Daan estaba con papá. «Otra vez ladrones», fue lo primero que pensé. Oí que Van Daan pronunciaba la palabra «todo» y pensé que se lo habían llevado todo. Pero no, era una noticia gratísima, quizá la más grata que hayamos tenido desde que comenzó la guerra. Ha renunciado Mussolini. El rey-emperador de Italia se ha hecho cargo del gobierno.
Pegamos un grito de alegría. Tras los horrores de ayer, por fin algo bueno y… ¡nuevas esperanzas! Esperanzas de que todo termine, esperanzas de que haya paz.
Kugler ha pasado un momento y nos ha contado que en los bombardeos del aeropuerto han causado grandes daños a la fábrica de aviones Fokker. Mientras tanto, esta mañana tuvimos una nueva alarma aérea con aviones sobrevolándonos y otra vez prealarma. Estoy de alarmas hasta las narices, he dormido mal y no me puedo concentrar, pero la tensión de lo que pasa en Italia ahora nos mantiene despiertos y la esperanza por lo que pueda ocurrir de aquí a fin de año…

Tu Ana
Jueves, 29 de julio de 1943
Querida Kitty:
La señora Van Daan, Dussel y yo estábamos fregando los platos y yo estaba muy callada, cosa poco común en mí y que seguramente les debería llamar la atención. A fin de evitar preguntas molestas busqué un tema neutral de conversación, y pensé que el libro Enrique, el de la acera de enfrente cumplía con esa exigencia.
Pero me equivoqué de medio a medio. Cuando no me regaña la señora Van Daan, me regaña el señor Dussel. El asunto era el siguiente: Dussel nos había recomendado este libro muy especialmente por ser una obra excelente. Pero a Margot y a mí no nos pareció excelente para nada. El niño estaba bien caracterizado, pero el resto… mejor no decir nada. Al fregar los platos hice un comentario de este tenor, y eso me sirvió para que toda la artillería se volviera contra mí.
-i¿Cómo quieres tú comprender la psiquis de un hombre?! La de un niño, aún podría ser. Eres demasiado pequeña para un libro así. Aun para un hombre de veinte años sería demasiado difícil.
Me pregunto por qué nos habrá recomendado entonces el libro tan especialmente a Margot y a mí. Ahora Dussel y la señora arremetieron los dos juntos:
-Sabes demasiado de cosas que no son adecuadas para ti. Te han educado de manera totalmente equivocada. Más tarde, cuando seas mayor, ya no sabrás disfrutar de nada. Dirás que lo has leído todo en los libros hace veinte años. Será mejor que te apresures en conseguir marido o en enamorarte, porque seguro que nada te satisfará. En teoría ya lo sabes todo, sólo te falta la práctica.
No resulta nada difícil imaginarse cómo me sentí en aquel momento. Yo misma me sorprendí de que pudiera guardar la calma para responder: «Quizá ustedes opinen que he tenido una educación equivocada, pero no todo el mundo opina como ustedes.»
¿Acaso es de buena educación sembrar cizaña todo el tiempo entre mis padres y yo (porque eso es lo que hacen muchas veces) y hablarle de esas cosas a una chica de mi edad? Los resultados de una educación semejante están a la vista.
En ese momento hubiera querido darles un bofetón a los dos, por ponerme en ridículo. Estaba fuera de mí de la rabia y realmente me hubiera gustado contar los días que faltaban para librarme de esa gente, de haber sabido dónde terminar.
¡La señora Van Daan es un caso serio! Es un modelo de conducta… ¡pero de qué conducta! A la señora Van Daan se la conoce por su falta de modestia, su egoísmo, su astucia, su actitud calculadora y porque nunca nada le satisface. A esto se suman su vanidad y su coquetería. No hay más vueltas que darle, es una persona desagradable como ninguna. Podría escribir libros enteros de ella, y puede que alguna vez lo haga. Cualquiera puede aplicarse un bonito barniz exterior. La señora es muy amable con los extraños, sobre todo si son hombres, y eso hace que uno se equivoque cuando la conoce poco.
Mamá la considera demasiado tonta para gastar saliva en ella, Margot la considera demasiado insignificante y Pim, demasiado fea (tanto por dentro como por fuera) y yo, tras un largo viaje -porque nunca me dejo llevar por los prejuicios- he llegado a la conclusión de que es las tres cosas a la vez, y muchísimo más. Tiene tantas malas cualidades, que no sabría con cuál quedarme.

Tu Ana

P. D. No olvide el lector que cuando fue escrito este relato, la ira de la autora todavía no se había disipado.
Martes, 3 de agosto de 1943
Querida Kitty:
La política marcha viento en popa. En Italia, el partido fascista ha sido prohibido. En muchos sitios el pueblo lucha contra los fascistas, y algunos militares participan en la lucha. ¿Cómo un país así puede seguir haciéndole la guerra a Inglaterra?
La semana pasada entregamos nuestra hermosa radio. Dussel estaba muy enfadado con Kugler porque la entregó en la fecha estipulada. Mi respeto por Dussel se reduce cada día más; ya debe de andar por debajo de cero. Son tales las sandeces que dice en materia de política, historia, geografía o cualquier otro tema, que .casi no me atrevo a citarlas. «Hitler desaparece en la historia. El puerto de Rotterdam es más grande que el de Hamburgo. Los ingleses son idiotas porque no bombardean Italia de arriba abajo, etc., etc.»
Ha habido un tercer bombardeo. He apretado los dientes, tratando de armarme de valor.
La señora Van Daan, que siempre ha dicho «dejadlos que vengan» y «más vale un final con susto que ningún final», es ahora la más cobarde de todos. Esta mañana se puso a temblar como una hoja y hasta se echó a llorar. Su marido, con quien acaba de hacer las paces después de estar reñidos durante una semana, la consolaba. De sólo verlo casi me emociono.
Mouschi ha demostrado de forma patente que el tener gatos en la casa no sólo trae ventajas: todo el edificio está infestado de pulgas, y la plaga se extiende día a día. El señor Kugler ha echado polvo amarillo en todos los rincones, pero a las pulgas no les hace nada. A todos nos pone muy nerviosos; todo el tiempo creemos que hay algo arañándonos un brazo, una pierna u otra parte del cuerpo. De ahí que muchos integrantes de la familia estén siempre haciendo ejercicios gimnásticos para mirarse la parte trasera de la pierna o la nuca. Ahora pagamos la falta de ejercicio: tenemos el cuerpo demasiado entumecido como para poder torcer bien el cuello. La gimnasia propiamente dicha hace mucho que no la practicamos.
Tu Ana
Miércoles, 4 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Ahora que llevamos más de un año de reclusión en la Casa de atrás, ya estás bastante al tanto de cómo es nuestra vida, pero nunca puedo informarte de todo realmente. ¡Es todo tan extremadamente distinto de los tiempos normales y de la gente normal! Pero para que te hagas una idea de la vida que llevamos aquí, a partir de ahora describiré de tanto en tanto una parte de un día cualquiera. Hoy empiezo por la noche.
A las nueve de la noche comienza en la Casa de atrás el ajetreo de la hora de acostarse, y te aseguro que siempre es un verdadero alboroto. Se apartan las sillas, se arman las camas, se extienden las mantas, y nada queda en el mismo estado que durante el día. Yo duermo en el pequeño diván, que no llega a medir un metro y medio de largo, por lo que hay que colocarle un añadido en forma de sillas. De la cama de Dussel, donde están guardados durante el día, hay que sacar plumón, sábanas, almohadas y mantas.
En la habitación de al lado se oye un chirrido: es el catre tipo armónica de Margot. Nuevamente hay que extraer mantas y almohadas del sofá: todo sea por hacer un poco más confortables las tablitas de madera del catre. Arriba parece que se hubiera desatado una tormenta, pero no es más que la cama de la señora. Es que hay que arrimarla junto a la ventana, para que el aire pueda estimular los pequeños orificios nasales de Su Alteza con la mañanita rosa.
Las nueve de la noche: Cuando sale Peter entro en el cuarto de baño y me someto a un tratamiento de limpieza a fondo. No pocas veces -sólo en los meses, semanas o días de gran calorocurre que en el agua del baño se queda flotando alguna pequeña pulga. Luego toca lavarme los dientes, rizarme el pelo, tratarme las uñas, preparar los algodones con agua oxigenada -que son para teñir los pelillos negros del bigote- y todo esto en media hora.
Las nueve y media: Me pongo el albornoz. Con el jabón en una mano y el orinal, las horquillas, las bragas, los rulos y el algodón en la otra, me apresuro en dejar libre el cuarto de baño, pero por lo general después me llaman para que vuelva y quite la colección de pelos elegantemente depositados en el lavabo, pero que no son del agrado del usuario siguiente.
Las diez de la noche: Colgamos los paneles de oscurecimiento y… ¡buenas noches! En la casa aún se oyen durante un cuarto de hora los crujidos de las camas y el rechinar de los muelles rotos, pero luego reina el silencio; al menos, cuando los de arriba no tienen una disputa de lecho conyugal.
Las once y media: Se oye el chirrido de la puerta del cuarto de baño. En la habitación entra un diminuto haz de luz. Unos zapatos que crujen, un gran abrigo, más grande que la persona que lo lleva puesto… Dussel vuelve de su trabajo nocturno en el despacho de Kugler. Durante diez minutos se le oye arrastrar los pies, hacer ruido de papeles -son los alimentos que guarda- y hacer la cama. Luego, la figura vuelve a desaparecer y sólo se oye venir a cada rato un ruidito sospechoso del lavabo.
A eso de las tres de la madrugada: Debo levantarme para hacer aguas menores en la lata que guardo debajo de la cama y que para mayor seguridad está colocada encima de una esterilla de goma contra las posibles pérdidas. Cuando me encuentro en este, trance, siempre contengo la respiración, porque en la latita se oye como el gorgoteo de un arroyuelo en la montaña. Luego devuelvo la lata a su sitio y la figura del camisón blanco, que a Margot le arranca cada noche la exclamación: «¡Ay, qué camisón tan indecente!», se mete de nuevo en la cama. Entonces, alguien que yo sé permanece unos quince minutos atenta a los ruidos de la noche. En primer lugar, a los que puedan venir de algún ladrón en los pisos de abajo; luego, a los procedentes de las distintas camas de la habitación de arriba, la de al lado y la propia, de los que por lo general se puede deducir cómo está durmiendo cada uno de los convecinos, o si están pasando la noche medio desvelados. Esto último no es nada agradable, sobre todo cuando se trata de un miembro de la familia que responde al nombre de doctor Dussel. Primero oigo un ruidito como de un pescado que se ahoga. El ruido se repite unas diez veces, y luego, con mucho aparato, pasa a humedecerse los labios, alternando con otros ruiditos como si estuviera masticando, a lo que siguen innumerables vueltas en la cama y reacomodamientos de las almohadas. Luego hay cinco minutos de tranquilidad absoluta, y toda la secuencia se repite tres veces como mínimo, tras lo cual el doctor seguramente se habrá adormilado por un rato.
También puede ocurrir que de noche, variando entre la una y las cuatro, se oigan disparos. Nunca soy realmente consciente hasta el momento en que, por costumbre, me veo de pie junto a la cama. A veces estoy tan metida en algún sueño, que pienso en los verbos franceses irregulares o en las riñas de arriba. Cuando termino de pensar, me doy cuenta de que ha habido tiros y de que me he quedado en silencio en mi habitación. Pero la mayoría de las veces pasa como te he descrito arriba. Cojo rápidamente un pañuelo y una almohada, me pongo el albornoz, me calzo las zapatillas y voy corriendo donde papá, tal como lo describió Margot en el siguiente poema con motivo de mi cumpleaños:
Por las noches, al primerísimo disparo, se oye una puerta crujir y aparecen un pañuelo, un cojín y una chiquilla…

Una vez instalada en la cama grande, el mayor susto ya ha pasado, salvo cuando los tiros son muy fuertes.
Las siete menos cuarto: ¡Trrrrr..! Suena el despertador, que puede elevar su vocecita a cada hora del día, bien por encargo, bien sin él. ¡Crac…! ¡Paf…! La señora lo ha hecho callar. ¡Cric…! Se ha levantado el señor. Pone agua a hervir y se traslada rápidamente al cuarto de baño.
Las siete y cuarto: La puerta cruje nuevamente. Ahora Dussel puede ir al cuarto de baño. Una vez que estoy sola, quito los paneles de oscurecimiento, y comienza un nuevo día en la Casa de atrás.

Tu Ana
Jueves, 5 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Tomemos hoy la hora de la comida, a mediodía.
Son las doce y media. Toda la compañía respira aliviada. Por fin Van Maaren, el hombre del oscuro pasado, y De Kok se han ido a sus casas. Arriba se oye el traqueteo de la aspiradora que la señora le pasa a su hermosa y única alfombra. Margot coge unos libros y se los lleva bajo el brazo a la clase «para alumnos que no avanzan», porque así se podría llamar a Dussel. Pim se instala en un rincón con su inseparable Dickens, buscando un poco de tranquilidad. Mamá se precipita hacia el piso de arriba para ayudar a la hacendosa ama de casa y yo me encierro en el cuarto de baño para adecentarlo un poco, haciendo lo propio conmigo misma.
La una menos cuarto: Gota a gota se va llenando el cubo. Primero llega el señor Gies; luego Kleiman o Kugier, Bep y a veces también un rato Miep.
La una: Todos escuchan atentos las noticias de la BBC, formando corro en torno a la radio miniatura. Éstos son los únicos momentos del día en que los miembros de la Casa de atrás no se interrumpen todo el tiempo mutuamente, porque está hablando alguien al que ni siquiera el señor Van Daan puede llevar la contraria.
La una y cuarto: Comienza el gran reparto. A todos los de abajo se les da un tazón de sopa, y cuando hay algún postre, también se les da. El señor Gies se sienta satisfecho en el diván o se reclina en el escritorio. Junto a él, el periódico, el tazón y, la mayoría de veces, el gato. Si le falta alguno de estos tres, no dejará de protestar. Kleiman cuenta las últimas novedades de la ciudad; para eso es realmente una fuente de información estupenda. Kugler sube la escalera con gran estrépito, da un golpe seco y firme en la puerta y entra frotándose las manos, de buen humor y haciendo aspavientos, o de mal humor y callado, según los ánimos.
Las dos menos cuarto: Los comensales se levantan y cada uno retoma sus actividades. Margot y mamá se ponen a fregar los platos, el señor y la señora Van Daan vuelven al diván, Peter al desván, papá al otro diván, Dussel también, y Ana a sus tareas.
Ahora comienza el horario más tranquilo. Cuando todos duermen, no se molesta a nadie. Dussel sueña con una buena comida, se le nota en la cara, pero no me detengo a observarlo porque el tiempo corre y a las cuatro ya lo tengo al doctor pedante a mi lado, con el reloj en la mano, instándome a desocupar el escritorio que he ocupado un minuto de más.

Tu Ana
Sábado, 7 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Unas semanas atrás me puse a escribir un relato, algo que fuera pura fantasía, y me ha dado tanto gusto hacerlo que mi producción literaria ya va formando una verdadera pila de papel.

Tu Ana
Lunes, 9 de agosto de 1943
Querida Kitty:
Sigo con la descripción del horario que tenemos en la Casa de atrás. Tras la comida del mediodía, ahora le toca a la de la tarde.
El señor Van Daan. Comencemos por él. Es el primero en ser atendido a la mesa, y se sirve bastante de todo cuando la comida es de su gusto. Por lo general participa en la conversación, dando siempre su opinión, y cuando así sucede, no hay quien le haga cambiar de parecer, porque cuando alguien osa contradecirle, se pone bastante violento. Es capaz de soltarte un bufido como un gato, y la verdad es que es preferible evitarlo. Si te pasa una vez, haces lo posible para que no se repita. Tiene la mejor opinión, es el que más sabe de todo. De acuerdo, sabe mucho, pero también su presunción ha alcanzado altos niveles.
Madame: En verdad sería mejor no decir nada. Ciertos días, especialmente cuando se avecina alguna tormenta, más vale no mirarla a la cara. Bien visto, es ella la culpable de todas las discusiones, ¡pero no el tema! Todos prefieren no hablar de él; pero tal vez pudiera decirse que ella es la iniciadora. Azuzar, eso es lo que le gusta. Azuzar a la señora Frank y a Ana. Azuzar a Margot y al señor Frank no es tan fácil.
Pero ahora volvamos a la mesa. La señora siempre recibe lo que le corresponde, aunque ella a veces piensa que no es así. Escoger para ella las patatas más pequeñas, el bocado más sabroso, lo más tierno de todo, ésa es su consigna. «A los demás ya les tocará lo suyo, primero estoy yo.» (Exactamente así piensa ella que piensa Ana.) Lo segundo es hablar, siempre que haya alguien escuchando, le interese o no, eso al parecer le da igual. La señora Van Daan seguramente piensa que a todo cl mundo le interesa lo que ella dice.
Las sonrisas coquetas, el hacer como si entendiera de cualquier tema, el aconsejar a todos o el dárselas de madraza, se supone que dejan una buena impresión. Pero si uno mira más allá, lo bueno se acaba en seguida. En primer lugar hacendosa, luego alegre, luego coqueta y a veces una cara bonita. Esa es Petronella van Daan.
El tercer comensal: No dice gran cosa. Por lo general, el joven Van Daan es muy callado y no se hace notar. Por lo que respecta a su apetito: un pozo sin fondo, que no se llena nunca. Aun después de la comida más sustanciosa, afirma sin inmutarse que podría comerse el doble.
En cuarto lugar está Margot. Come como un pajarito, no dice ni una palabra. Lo único que toma son frutas y verduras. <,Consentida», en opinión de Van Daan. «Falta de aire y deporte», en opinión nuestra.
Luego está mamá: un buen apetito, una buena lengua. No da la impresión de ser el ama de casa, como es el caso de la señora Van Daan. ¿La diferencia? La señora cocina y mamá friega.
En sexto y séptimo lugar: De papá y yo será mejor que no diga mucho. El primero es el más modesto de toda la mesa. Siempre se fija en primer lugar si todos los demás ya tienen. No necesita nada, lo mejor es para los jóvenes. Es la bondad personificada, y a su lado se sienta el terremoto de la Casa de atrás.
Dussel: Se sirve, no mira, come, no habla. Y cuando hay que hablar, que sea sobre la comida, así no hay disputa, sólo presunción. Deglute raciones enormes y nunca dice que no: tanto en las buenas como también bastante poco en las malas.
Pantalones que le llegan hasta el pecho, chaqueta roja, zapatillas negras de charol y gafas de concha: así se lo puede ver sentado frente al pequeño escritorio, eternamente atareado, no avanzando nunca, interrumpiendo su labor sólo para dormirse su siestecita, comer y… acudir a su lugar preferido: el retrete. Tres, cuatro, cinco veces al día hay alguien montando guardia delante de la puerta, conteniéndose, impaciente, balanceándose de una pierna a otra, casi sin aguantar más. ¿Se da por enterado? En absoluto. De las siete y cuarto a las siete y media, de las doce y media a la una, de las dos a las dos y cuarto, de las cuatro a las cuatro y cuarto, de las seis a las seis y cuarto y de las once y media a las doce. Es como para apuntárselo, porque son sus «horas fijas de sesión», de las que no se aparta. Tampoco hace caso de la voz implorante al otro lado de la puerta, que presagia una catástrofe inminente.
La novena no forma parte de la familia de la Casa de atrás, pero sí es una convecina y comensal. Bep tiene un buen apetito. No deja nada, no es quisquillosa. Todo lo come con gusto, y eso justamente nos da gusto a nosotros. Siempre alegre y de buen humor, bien dispuesta y bonachona: ésos son sus rasgos característicos.
Martes, 10 de agosto de 1943
Querida Kitty.
Una nueva idea: en la mesa hablo más conmigo misma que con los demás, lo cual resulta ventajoso en dos aspectos. En primer lugar, a todos les agrada que no esté charlando continuamente, y en segundo lugar no necesito estar irritándome a causa de las opiniones de los demás. Mi propia opinión a mí no me parece estúpida, y a otros sí, de modo que mejor me la guardo para mí. Lo mismo hago con la comida que no me gusta: pongo el plato delante de mí, me imagino que es una comida deliciosa, la miro lo menos posible y me la como sin darme cuenta. Por las mañanas, al levantarme otra de esas cosas nada agradables-, salgo de la cama de un salto, pienso «en seguida puedes volver a meterte en tu camita», voy hasta la ventana, quito los paneles de oscurecimiento, me quedo aspirando el aire que entra por la rendija y me despierto. Deshago la cama lo más rápido posible, para no poder caer en la tentación. ¿Sabes cómo lo llama mamá? «El arte de vivir.» ¿No te parece graciosa la expresión?
Desde hace una semana todos estamos un poco desorientados en cuanto a la hora, ya que por lo visto se han llevado nuestra querida y entrañable campana de la iglesia para fundirla, por lo que ya no sabemos exactamente qué hora es, ni de día, ni de noche. Todavía tengo la esperanza de que inventen algo que a los del barrio nos haga recordar un poco nuestra campana, como por ejemplo un artefacto de estaño, de cobre o de lo que sea.
Vaya a donde vaya, ya sea al piso de arriba o al de abajo, todo el mundo me mira extrañado los pies, que llevan un par de zapatos verdaderamente hermosos para los tiempos que corren. Miep los ha encontrado en una tienda por 27,50 florines. Color vino, de piel de ante y cuero y con un tacón bastante alto. Me siento como si anduviera con zancos y parezco mucho más alta de lo que soy.
Ayer fue un día de mala suerte. Me pinché el pulgar derecho con la punta gruesa de una aguja. En consecuencia, Margot tuvo que pelar las patatas por mí (su lado bueno debía tener) y yo casi no podía escribir. Luego, con la cabeza me llevé por delante la puerta del armario y por poco me caigo, pero me cayó una regañina por hacer tanto ruido y no podía hacer correr el agua para mojarme la frente, por lo que ahora tengo un chichón gigantesco encima del ojo derecho. Para colmo de males, me enganché el dedo pequeño del pie derecho en el extremo de la aspiradora. Me salía sangre y me dolía, pero no tenía n¡ punto de comparación con mis otros males. Ahora lamento que haya sido así, porque el dedo del pie se me ha infectado, y tengo que ponerme basilicón y gasas y esparadrapo, y no puedo ponerme mis preciosos zapatos.
Dussel nos ha puesto en peligro de muerte por enésima vez. Créase o no, Miep le trajo un libro prohibido, lleno de injurias dirigidas a Mussolini. En el camino la rozó una moto de la SS. Perdió los estribos, les gritó «¡miserables!» y siguió pedaleando. No quiero ni pensar en lo que hubiera pasado si se la llevaban a la comisaría.
Tu Ana
La tarea del día en la comunidad: ¡pelar patatas!
Uno trae las hojas de periódico, otro los pelapatatas (y se queda con el mejor, naturalmente), el tercero las patatas y el cuarto el agua.
El que empieza es el señor Dussel. No siempre pela bien, pero lo hace sin parar, mirando a diestro y siniestro para ver s¡ todos lo hacen como él. ¡Pues no!
-Ana, mírrame, ¡o cojo el cuchillo en mi mano de este manerra, y pelo de arriba abajo. ¡Nein! Así no… ¡así!
-Pues a mí me parece más fácil así, señor Dussel -le digo tímidamente.
-Perro el mejor manerra es éste. Haz lo que te digo. En fin, tú sabrrás lo que haces, a mí no me imporrta.
Seguimos pelando. Como quien no quiere la cosa, miro lo que está haciendo mi vecino. Sumido en sus pensamientos, menea la cabeza (por mi culpa, seguramente), pero ya no dice nada.
Sigo pelando. Ahora miro hacia el otro lado, donde está sentado papá. Para papá, pelar patatas no es una tarea cualquiera, sino un trabajo minucioso. Cuando lee, frunce el ceño con gesto de gravedad, pero cuando ayuda a preparar patatas, judías u otras verduras, no parece enterarse de nada. Pone cara de pelar patatas y nunca entregará una patata que no esté bien pelada. Eso es sencillamente imposible.
Sigo con la tarea y levanto un momento la mirada. Con eso me basta: la señora trata de atraer la atención de Dussel. Primer lo mira un momento, Dussel se hace el desentendido. Luego le guiña el ojo, pero Dussel sigue trabajando. Después sonríe, pero Dussel no levanta la mirada. Entonces también mamá ríe, pero Dussel no hace caso. La señora no ha conseguido nada, de modo que tendrá que utilizar otros métodos. Se produce un silencio, y luego:
-Pero, Putti, ¿por qué no te has puesto un delantal? Ya veo que mañana tendré que quitarte las manchas del traje.
-No me estoy ensuciando.
De nuevo un silencio, y luego:
-Putti, ¿por qué no te sientas?
-Estoy bien así, prefiero estar de pie. Pausa.
-iPutti, fíjate cómo estás salpicando!
-Sí, mamita, tendré cuidado.
La señora saca otro tema de conversación:
-Dime, Putti, ¿por qué los ingleses no tiran bombas ahora? -Porque hace muy mal tiempo, Kerli. -Pero ayer hacía buen tiempo y tampoco salieron a volar. -No hablemos más de ello. -¿Por qué no? ¿Acaso no es un tema del que se puede hablar y dar una opinión? -No.
-¿Por qué no?
-Cállate, Mammichew .
-¿Acaso el señor Frank no responde siempre a lo que le pregunta la señora?
El señor lucha, éste es su talón de Aquiles, no lo soporta, y la señora arremete una y otra vez:
-¡Pues esa invasión no llegará nunca!
El señor se pone blanco; la señora, al notarlo, se pone colorada, pero igual sigue con lo suyo: -¡Esos ingleses no hacen nada! Estalla la bomba.
-¡Cierra el pico, maldita sea!
Mamá casi no puede contener la risa, yo trato de no mirar.
La escena se repite casi a diario, salvo cuando los señores acaban de tener alguna disputa, porque entonces tanto él como ella no dicen palabra.
Me mandan a buscar más patatas. Subo al desván, donde está Peter quitándole las pulgas al gato. Levanta la mirada, el gato se da cuenta y izas!, se escapa por la ventana, desapareciendo en el canalón.
Peter suelta un taco, yo me río y también desaparezco.

La libertad en la Casa de atrás

Las cinco y media: Sube Bep a concedernos la libertad vespertina. En seguida comienza el trajín. Primero suelo subir con Bep al piso de arriba, donde por lo general le dan por adelantado el postre que nosotros comeremos más tarde. En cuanto Bep se instala, la señora empieza a enumerar todos sus deseos, diciendo por ejemplo:
-Ay, Bep, quisiera pedirte una cosita…
Bep me guiña el ojo; la señora no desaprovecha ninguna oportunidad para transmitir sus deseos y ruegos a cualquier persona que suba a verla. Debe ser uno de los motivos por los que a nadie le gusta demasiado subir al piso de arriba.
Las seis menos cuarto: Se va Bep. Bajo dos pisos para ir a echar un vistazo. Primero la cocina, luego el despacho de papá, y de ahí a la carbonera para abrirle la portezuela a Mouschi.
Tras un largo recorrido de inspección, voy a parar al territorio de Kugler. Van Daan está revisando todos los cajones y archivadores, buscando la correspondencia del día. Peter va a buscar la llave del almacén y a Moffie. Pim carga con máquinas de escribir para llevarlas arriba. Margot se busca un rinconcito tranquilo para hacer sus tareas de oficina. La señora pone a calentar agua. Mamá baja las escaleras con una cacerola llena de patatas. Cada uno sabe lo que tiene que hacer.
Al poco tiempo vuelve Peter del almacén. Lo primero que le preguntan es dónde está el pan: lo ha olvidado. Delante de la puerta de la oficina principal se encoge lo más que puede y se arrastra a gatas hasta llegar al armario de acero, coge el pan y se va; al menos, eso es lo que quiere hacer, pero antes de percatarse de lo que ocurre, Mouschi le salta por encima y se mete debajo del escritorio.
Peter busca por todas partes y por fin descubre al gato. Entra otra vez a gatas en la oficina y le tira de la cola. Mouschi suelta un bufido, Peter suspira. ¿Qué es lo que ha conseguido? Ahora
Mouschi se ha instalado junto a la ventana y se lame, contento de haber escapado de las manos de Peter. Y ahora Peter, como último recurso para atraer al
animal, le tiende un trozo de pan y… ¡sí!, Mouschi acude a la puerta y ésta se cierra.
He podido observarlo todo por la rendija de la puerta.
El señor Van Daan está furioso, da un portazo. Margot y yo nos miramos, pensamos lo mismo: seguro que se ha sulfurado a causa de alguna estupidez cometida por Kugler, y no piensa en Keg.
Se oyen pasos en el pasillo. Entra Dussel. Se dirige a la ventana con aire de propietario, husmea… tose, estornuda y vuelve a toser. Es pimienta, no ha tenido suerte. Prosigue su camino hacia la oficina principal. Las cortinas están abiertas, lo que implica que no habrá papel de cartas. Desaparece con cara de enfado.
Margot y yo volvemos a mirarnos. Oigo que me dice:
-Tendrá que escribirle una hoja menos a su novia mañana.
Asiento con la cabeza.
De la escalera nos llega el ruido de un paso de elefante; es Dussel, que va a buscar consuelo en su lugar más entrañable. Seguimos trabajando. ¡Tic, tic, tic…! Tres golpes: ¡a comer!
Lunes, 23 de agosto de 1943
Cuando el reloj da las ocho y media…
Margot y mamá están nerviosas. «¡Chis, papá! ¡Silencio, Otto! ¡Chis, Pim! ¡Que ya son las ocho y media! ¡Vente ya, que no puedes dejar correr el agua! ¡No hagas ruido al andar!» Así son las distintas exclamaciones dirigidas a papá en el cuarto de bañó. A las ocho y media en punto tiene que estar de vuelta en la habitación. Ni una gota de agua, no usar el retrete, no andar, silencio absoluto. Mientras no está el personal de oficina, en el almacén los ruidos se oyen mucho más.
A las ocho y veinte abren la puerta los del piso de arriba, y al poco tiempo se oyen tres golpecitos en el suelo: la papilla de avena para Ana. Subo trepando por las escaleras y recojo mi platillo para perros.
De vuelta abajo, termino de hacer mis cosas corriendo: cepillarme el pelo, guardar el orinal, volver a colocar la cama en su sitio. ¡Silencio! El reloj da la hora. La señora cambia de calzado: comienza a desplazarse por la habitación en pantuflas; también el señor Charlie Chaplin se calza sus zapatillas; tranquilidad absoluta.
La imagen de familia ideal llega a su apogeo: yo me pongo a leer o a estudiar, Margot también, al igual que papá y mamá. Papá -con Dickens y el diccionario en el regazo, naturalmente- está sentado en el borde de la cama hundida y crujiente, que ni siquiera cuenta con colchones como Dios manda. Dos colchonetas superpuestas también sirven. «No me hacen falta, me arreglo perfectamente sin ellas.»
Una vez sumido en la lectura se olvida de todo, sonríe de tanto en tanto, trata por todos los medios de hacerle leer algún cuento a mamá, que le contesta; -¡Ahora no tengo tiempo!
Por un momento pone cara de desencanto, pero luego sigue leyendo. Poco después, cuando otra vez encuentra algo divertido, vuelve a intentarlo:
-¡Ma, no puedes dejar de leer esto!
Mamá está sentada en la cama plegable, leyendo, cosiendo, haciendo punto o estudiando, según lo que toque en ese momento. De repente se le ocurre algo, y no tarda en decir:
-Ana, ¿te acuerdas…? Margot, apunta esto…
Al rato vuelve la tranquilidad. Margot cierra su libro de un golpe, papá frunce el ceño y se le forma un arco muy gracioso, reaparece la «arruga de la lectura» y ya está otra vez sumido en el libro, mamá empieza a charlar con Margot, la curiosidad me hace escucharlas. Envolvemos a Pim en el asunto y… ¡Las nueve! ¡A desayunar!
Viernes, 10 de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Cada vez que te escribo ha pasado algo especial, pero la mayoría de las veces se trata de cosas más bien desagradables. Ahora, sin embargo, ha pasado algo bonito.
El miércoles 8 de setiembre a las siete de la tarde estábamos escuchando la radio, y lo primero que oímos fue lo siguiente: Here follows the best news from whole the war: Italy has capitulated! ¡Ita lia ha capitulado incondicionalmente! A las ocho y cuarto empezó a transmitir Radio Orange: «Estimados oyentes: hace una hora y quince minutos, cuando acababa de redactar la crónica del día, llegó a la redacción la muy grata noticia de la capitulación de Italia. ¡Puedo asegurarles que nunca antes me ha dado tanto gusto ti rar mis papeles a la papelera!»
Se tocaron los himnos nacionales de Inglaterra y de Estados Unidos y la Internacional rusa. Como de costumbre, Radio Orange levantaba los ánimos, aun sin ser demasiado optimista.
Los ingleses han desembarcado en Nápoles. El norte de Italia ha sido ocupado por los alemanes. El viernes 3 de setiembre ya se había firmado el armisticio, justo el día en que se produjo el desembarco de los ingleses en Italia. Los alemanes maldicen a Badoglio y al emperador italiano en todos los periódicos, por traidores.
Sin embargo, también tenemos nuestras desventuras. Se trata del señor Kleiman. Como sabes, todos’ le queremos mucho, y aunque siempre está enfermo, tiene muchos dolores y no puede comer ni andar mucho, anda siempre de buen humor y tiene una valentía admirable. «Cuando viene el señor Kleiman, sale el sol», ha dicho mamá hace poco, y tiene razón.
Resulta que deben internarlo en el hospital para una operación muy delicada de estómago, y que tendrá que quedarse allí por lo menos cuatro semanas. Tendrías que haber visto cómo se despidió de nosotros: como si fuera a hacer un recado, así sin más.
Tu Ana
Jueves, 16 de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Las relaciones entre los habitantes de la Casa de atrás empeoran día a día. En la mesa nadie se atreve a abrir la boca -salvo para deslizar en ella un bocado-, por miedo a que lo que diga resulte hiriente o se malinterprete. El señor Voskuijl nos visita de vez en cuando. Es una pena que esté tan malo. A su familia tampoco se lo pone fácil, ya que anda siempre con la idea de que se va a morir pronto, y entonces todo le es indiferente. No resulta difícil hacerse una idea de la atmósfera que debe reinar en la casa de los Voskuijl, basta pensar en lo susceptibles que ya son todos aquí.
Todos los días tomo valeriana contra el miedo y la depresión, pero esto no logra evitar que al día siguiente esté todavía peor de ánimo. Poder reír alguna vez con gusto y sin inhibiciones: eso me ayudaría más que diez valerianas, pero ya casi nos hemos olvidado de lo que es reír. A veces temo que de tanta seriedad se me estirará la cara y la boca se me arqueará hacia abajo. Los otros no lo tienen mejor; todos miran con malos presentimientos la mole que se nos viene encima y que se llama invierno.
Otro hecho nada alentador es que Van Maaren, el mozo de almacén, tiene sospechas relacionadas con el edificio de atrás. A una persona con un mínimo de inteligencia le tiene que llamar la atención la cantidad de veces que Miep dice que va al laboratorio, Bep al archivo y Kleiman al almacén de Opekta, y que Kugler sostenga que la Casa de atrás no pertenece a esta parcela, sino que forma parte del edificio de al lado.
No nos importaría lo que Van Maaren pudiera pensar del asunto, si no fuera porque tiene fama de ser poco fiable y porque es tremendamente curioso, y que no se contenta con vagas explicaciones.
Un día, Kugler quería ser en extremo cauteloso: a las doce y veinte del mediodía se puso el abrigo y se fue a la droguería de la esquina. Volvió antes de que hubieran pasado cinco minutos, subió las escaleras de puntillas y entró en nuestra casa. A la una y cuarto quiso marcharse, pero en el descansillo se encontró con Bep, que le previno que Van Maaren estaba en la oficina. Kugler dio media vuelta y se quedó con nosotros hasta la una y media. Entonces se quitó los zapatos y así, a pesar de su catarro, fue hasta la puerta del desván de la casa de delante, bajó la escalera lenta y sigilosamente, y después de haberse balanceado en los escalones durante quince minutos para evitar cualquier crujido, llegó a la oficina como si viniera de la calle.
Bep, que mientras tanto se había librado un momento de Van Maaren, vino a buscar a Kugler a casa, pero Kugler ya se había marchado hacía rato, y todavía andaba descalzo por las escaleras. ¿Qué habrá pensado la gente en la calle al ver al señor director poniéndose los zapatos fuera? Tu Ana
Miércoles, 29 de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Hoy cumple años la señora Van Daan. Aparte de un cupón de racionamiento para comprar queso, carne y pan, tan sólo le hemos regalado un frasco de mermelada. También el marido, Dussel y el personal de la oficina le han regalado flores y alimentos exclusivamente. ¡Los tiempos no dan para más!
El otro día a Bep casi le da un ataque de nervios, de tantos recados que le mandaban hacer. Diez veces al día le encargaban cosas, insistiendo en que lo hiciera rápido, en que volviera a salir o en que había traído alguna cosa equivocada. Si te pones a pensar en que abajo tiene que terminar el trabajo de oficina, que Kleiman está enfermo, que Miep está en su casa con catarro, que ella misma se ha torcido el tobillo, que tiene mal de amores y en casa un padre que se lamenta continuamente, te puedes imaginar cuál es su estado. La hemos consolado y le hemos dicho que si nos dijera unas cuantas veces que no tiene tiempo, las listas de los recados se acortarían automáticamente.
El sábado tuvimos un drama, cuya intensidad superó todo lo vivido aquí hasta el momento. Todo empezó con Van Maaren y terminó en una disputa general con llanto. Dussel se quejó ante mamá de que lo tratamos como a un paria, de que ninguno de nosotros es amable con él, de que él no nos ha hecho nada, y le largó toda una sarta de halagos y lisonjas de los que mamá felizmente no hizo caso. Le contestó que él nos había decepcionado mucho a todos y que más de una vez nos había causado disgustos. Dussel le prometió el oro y el moro, pero como siempre, hasta ahora nada ha cambiado.
Con los Van Daan el asunto va a acabar mal, ya me lo veo venir. Papá está furioso, porque nos engañan. Esconden carne y otras cosas. ¡Ay, qué desgracia nos espera! ¡Cuánto daría por no verme metida en todas estas trifulcas! ¡Ojalá pudiera escapar! ¡Nos van a volver locos! Tu Ana
Sábado, 17 de setiembre de 1943
Querida Kitty:
Ha vuelto Kleiman. ¡Menos mal! Todavía se le ve pálido, pero sale a la calle de buen humor a vender ropa para Van Daan.
Es un hecho desagradable el que a Van Daan se le haya acabado completamente el dinero. Los últimos cien florines los ha perdido en el almacén, lo que nos ha traído problemas. ¿Cómo es posible que un lunes por la mañana vayan a parar cien florines al almacén? Todos motivos de sospecha. Entretanto, los cien florines han volado. ¿Quién es el ladrón?
Pero te estaba hablando de la escasez de dinero. La señora no quiere desprenderse de ninguno de sus abrigos, vestidos ni zapatos; el traje del señor es difícil de vender, y la bicicleta de Peter ha vuelto de la subasta, ya que nadie la quiso comprar. No se sabe cómo acabará todo esto. Quiera o no, la señora tendrá que renunciar a su abrigo de piel. Según ella, la empresa debería mantenernos a todos, pero no logrará imponer su punto de vista. En el piso de arriba han armado una tremenda bronca al respecto, aunque ahora ya han entrado en la fase de reconciliación, con los respectivos «¡Ay, querido Putti!» y «¡Kerli preciosa!».
Las palabrotas que han volado por esta honorable casa durante el último mes dan vértigo. Papá anda por la casa con los labios apretados. Cuando alguien lo llama se espanta un poco, por miedo a que nuevamente lo necesiten para resolver algún asunto delicado. Mamá tiene las mejillas rojas de lo exaltada que está, Margot se queja del dolor de cabeza, Dussel no puede dormir, la señora se pasa el día lamentándose y yo misma no sé dónde tengo la cabeza. Honestamente, a veces ya ni sé con quién estamos reñidos o con quién ya hemos vuelto a hacer las paces. Lo único que me distrae es estudiar, así que estudio mucho. Tu Ana
Viernes, 29 de octubre de 1943
Querida Kitty:
El señor Kleiman se ha tenido que retirar del trabajo nuevamente. Su estómago no lo deja tranquilo. Ni él mismo sabe si la hemorragia ha parado. Nos vino a decir que se sentía mal y que se marchaba para su casa. Es la primera vez que lo vi tan de capa caída.
Aquí ha vuelto a haber ruidosas disputas entre el señor y la señora. Fue así: se les ha acabado el dinero. Quisieron vender un abrigo de invierno y un traje del señor, pero nadie quería comprarlos. El precio que pedían era demasiado alto.
Un día, hace ya algún tiempo, Kleiman comentó algo sobre un peletero amigo. De ahí surgió la idea del señor de vender el abrigo de piel de su mujer. Es un abrigo de pieles de conejo que ya tiene diecisiete años. Le dieron 325 florines por él, una suma enorme. La señora quería quedarse con el dinero para poder comprarse ropa nueva después de la guerra, y no fue nada fácil convencerla de que ese dinero era más que necesario para los gastos de la casa.
No puedes ni imaginarte los gritos, los chillidos, los golpes y las palabrotas. Fue algo espeluznante. Los de mi familia estábamos aguardando al pie de la escalera conteniendo la respiración, listos para separar a los contrincantes en caso de necesidad. Todas esas peleas, llantos y nerviosísimos provocan tantas tensiones y esfuerzos, que por las noches caigo en la cama llorando, dando gracias al cielo de que por fin tengo media hora para mí sola.
A mí me va bien, salvo que no tengo ningún apetito. Viven repitiéndome: «¡Qué mal aspecto tienes!» Debo admitir que se es- . fuerzan mucho por mantenerme más o menos a nivel, recurriendo a la dextrosa, el aceite de hígado de bacalao, a las tabletas de levadura y de calcio. Mis nervios no siempre consigo dominarlos, sobre todo los domingos me siento muy desgraciada. Los domingos reina aquí en casa una atmósfera deprimente, aletargada y pesada; fuera no se oye cantara ningún pájaro; un silencio sofocante y de muerte lo envuelve todo, y esa pesadez se aferra a mí como si quisiera arrastrarme hasta los infiernos. Papá, mamá y Margot me son indiferentes de tanto en tanto, y yo deambulo por las habitaciones, bajando y subiendo las escaleras, y me da la sensación de ser un pájaro enjaulado al que le han arrancado las alas violentamente, j y que en la más absoluta penumbra choca contra los barrotes de su estrecha jaula al querer volar. Oigo una voz dentro de mí que me grita: «¡Sal fuera, al aire, a reír!» Ya ni le contesto;. me tumbo , en uno de los divanes y duermo para acortar el tiempo, el silencio, y también el miedo atroz, ya que es imposible matarlos.

Tu Ana
Miércoles, 3 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Para proporcionarnos un poco de distracción y conocimientos, papá ha pedido un folleto de los cursos por correspondencia de Leiden. Margot estuvo hojeando el voluminoso librito como tres veces, sin encontrar nada que le interesara y a la medida de su presupuesto. Papá fue más rápido en decidirse, y quiso recibir a la institución para solicitar una clase de prueba de «Latín elemental». Dicho y hecho. La clase llegó, Margot se puso a estudiar con buenos ánimos y el cursillo, aunque caro, se encargó. Para mí es demasiado difícil, aunque me encantaría aprender latín.
Para que yo también empezara con algo nuevo, papá le pidió a Kleiman una biblia para jóvenes, para que por fin me entere de algunas cosas del Nuevo Testamento.
- ¿Le vas a regalar a Ana una biblia para Januká? -preguntó Margot algo desconcertada.
-Pues… en fin, crea que será mejor que se la regale para San Nicolás -contestó papá. Y es que Jesús y Januká no tienen nada que ver.
Como se ha roto la aspiradora, todas las noches me toca cepillar la alfombra con un viejo cepillo. Cierro la ventana, enciendo la luz, también la estufa, y paso el escobón. «Esto no puede acabar bien -pensé ya la primera vez-. Seguro que habrá quejas.» Y así fue: a mamá las espesas nubes de polvo que quedaban flotando en la habitación le dieron dolor de cabeza, el nuevo diccionario de latín de Margot se cubrió de suciedad, y Pim hasta se quejó de que el suelo no había cambiado en absoluto de aspecto. «A buen servicio mal galardón», como dice el refrán.
La última consigna de la Casa de atrás es que los domingos la estufa se encienda a las siete y media, y no a las cinco y media de la mañana, como antes. Me parece una cosa peligrosa. ¿Qué van a pensar los vecinos del humo que eche nuestra chimenea?
Lo mismo pasa con las cortinas. Desde que nos instalamos aquí, siempre han estado herméticamente cerradas. Pero a veces, a alguno de los señores o a alguna de las señoras le viene el antojo de mirar hacia fuera un momento. El efecto: una lluvia de reproches.
La respuesta: «¡Pero si no lo ve nadie!» Por ahí empiezan todos los descuidos. Que esto no lo ve nadie, que aquello no lo oye nadie, que a lo de más allá nadie le presta atención. Es muy fácil decirlo, ¿pero se corresponderá con la verdad? De momento las i disputas tempestuosas han amainado, sólo Dussel está reñido con J Van Daan. Cuando habla de la señora, no hace más que repetir las palabras «vaca idiota», «morsa» y «yegua»; viceversa, la señora ca- l lifica al estudioso infalible de «vieja solterona», «damisela susceptible», etcétera. Dijo la sartén al cazo: ¡Apártate, que me tiznas!

Tu Ana
Noche del lunes 8 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Si pudieras leer mi pila de cartas una detrás de otra, seguramente te llamarían la atención los distintos estados de ánimo en que fueron escritas. Yo misma lamento que aquí, en la Casa de atrás, dependa tanto de los estados de ánimo. En verdad, no sólo a ! mí me pasa; nos pasa a todos. Cuando leo un libro que me causa una impresión profunda, tengo que volver a ordenar bien toda mi cabeza antes de mezclarme con los demás, si no podrían llegar a pensar que me ocurre algo extraño. De momento, como podrás apreciar, estoy en una fase depresiva. De verdad no sabría explicarte a qué se debe, pero creo que es mi cobardía, con la que tropiezo una y otra vez.
Hace un rato, cuándo aún estaba con nosotros Bep, se oyó un timbre fuerte, largo y penetrante. En ese momento me puse blanca, me vino dolor de estómago y taquicardia, y todo por la mieditis.
Por las noches, en sueños, me veo en un calabozo, sin papá y mamá. A veces deambulo por la carretera, o se quema nuestra Casa de atrás, o nos vienen a buscar de noche y me escondo debajo de la cama, desesperada. Veo todo como si lo estuviera viviendo en mi propia carne. ¡Y encima tengo la sensación de que todo esto me puede suceder en cualquier momento!
Miep dice a menudo que nos envidia tal como estamos aquí, por la tranquilidad que tenemos. Puede ser, pero se olvida de nuestro enorme miedo.
No puede imaginarse que para nosotros el mundo vuelva a ser alguna vez como era antes. Es cierto que a veces hablo de «después de la guerra», pero es como si hablara de un castillo en el aire, algo que nunca podrá ser realidad.
Nos veo a los ocho y a la Casa de atrás, como si fuéramos un trozo de cielo azul, rodeado de nubes de lluvia negras, muy negras. La isla redonda en la que nos encontramos aún es segura, pero las nubes se van acercando, y el anillo que nos separa del peligro inminente se cierra cada vez más. Ya estamos tan rodeados de peligros y de oscuridad, que la desesperación por buscar una escapatoria nos hace tropezar unos con otros. Miramos todos hacia abajo, donde la gente está peleándose entre sí, miramos todos hacia arriba, donde todo está en calma y es hermoso, y entretanto estamos aislados por esa masa oscura, que nos impide ir hacia abajo o hacia arriba, pero que se halla frente a nosotros como un muro infranqueable, que quiere aplastarnos, pero que aún no lo logra. No puedo hacer otra cosa que gritar e implorar: «¡Oh, anillo, anillo, ensánchate y ábrete, para que podamos pasar!»
Tu Ana
Jueves, 11 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Se me acaba de ocurrir un buen título para este capítulo:
Oda a la estilográfica «In memoriam»
La estilográfica había sido siempre para mí un preciado tesoro; la apreciaba mucho, sobre todo por la punta gruesa que tenía, porque sólo con la punta gruesa de una estilográfica sé hacer una letra realmente bonita. Mi estilográfica ha tenido una larga e interesante vida de estilográfica, que pasaré a relatar brevemente.
Cuando tenía nueve años, mi estilográfica me llegó en un paquete, envuelta en algodón, catalogada como «muestra sin valor», procedente de Aquisgrán, la ciudad donde reside mi abuela, la generosa remitente. Yo estaba en cama con gripe, mientras el viento frío de febrero bramaba alrededor de la casa. La maravillosa estilográfica venía en un estuche de cuero rojo y fue mostrada a todas mis amigas el mismísimo día del obsequio. ¡Yo, Ana Frank, orgullosa poseedora de una estilográfica!
Cuando tenía diez años, me permitieron llevar la estilográfica al colegio, y la señorita consintió que la usara para escribir. A los once años, sin embargo, tuve que guardarla, ya que la señorita del sexto curso sólo permitía que se usaran plumas y tinteros del colegio como útiles de escritura. Cuando cumplí los doce y pasé al liceo judío, mi estilográfica, para mayor gloria, fue a dar a un nuevo estuche, en el que también cabía un lápiz y que, además, parecía mucho más auténtico, ya que cerraba con cremallera. A los trece la traje conmigo a la Casa de atrás, donde me acompañó a través de un sinnúmero de diarios y otros escritos. El año en que cumplí los catorce, fue el último año que mi estilográfica y yo pasamos juntas, y ahora…

Fue un viernes por la tarde después de las cinco; salí de mi habitación y quise sentarme a la mesa a escribir, pero Margot y papá me obligaron bruscamente a cederles el lugar para poder dedicarse a su clase de latín. La estilográfica quedó sobre la mesa, sin utilizar; suspirando, su propietaria tuvo que contentarse con un pequeñísimo rincón de la mesa y se puso a pulir judías. «Pulir judías» significa aquí dentro adecentar las judías pintas enmohecidas. A las seis menos cuarto me puse a barrer el suelo, y la basura, junto con las judías malas, la tiré en la estufa, envuelta en un periódico. Se produjo una tremenda llamarada, y me puse contenta, porque el fuego estaba aletargado y se restableció.
Había vuelto la tranquilidad, los latinistas habían desaparecido y yo me senté a la mesa para
volver a la escritura, pero por más que buscara en todas partes, la estilográfica no aparecía. Busqué otra vez, Margot también buscó, y mamá, y también papá, y Dussel, pero la pluma había desaparecido sin dejar rastro.
-Quizá se haya caído en la estufa, junto con las judías -sugirió Margot.
-¡Cómo se te ocurre! -le contesté.
Sin embargo, cuando por la noche mi estilográfica aún no había aparecido, todos supusimos que se había quemado, sobre todo porque el celuloide arde que es una maravilla. Mi triste presentimiento se confirmó a la mañana siguiente cuando papá, al vaciar la estufa, encontró el clip con el que se sujeta una estilográfica en medio de las cenizas. De la plumilla de oro no encontramos el menor rastro.
-Debe de haberse adherido a alguna piedra al arder -opinó papá.
Al menos me queda un consuelo, aunque sea pequeño: mi estilográfica ha sido incinerada, tal como quiero que hagan conmigo llegado el momento.
Tu Ana
Miércoles, 17 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Están ocurriendo hechos estremecedores. En casa de Bep hay difteria, y por eso tiene que evitar el contacto con nosotros durante seis semanas. Resulta muy molesto, tanto para la comida como para los recados, sin mencionar la falta que nos hace su compañía. Kleiman sigue postrado y lleva tres semanas ingiriendo leche y finas papillas únicamente. Kugler está atareadísimo.
Las clases de Latín enviadas por Margot vuelven corregidas por un profesor. Margot las envía usando el nombre de Bep. El profesor es muy amable y muy gracioso además. Debe de estar contento de que le haya caído una alumna tan inteligente.
Dussel está totalmente confuso, y nadie sabe por qué. Todo comenzó con que cuando estábamos arriba no abría la boca y no intercambiaba ni una sola palabra con el señor Van Daan .ni con la señora. Esto llamó la atención a todos. Como la situación se prolongaba, mamá aprovechó la ocasión para prevenirle que de esta manera la señora ciertamente podía llegar a causarle muchos disgustos. Dussel dijo que el que había empezado a no decir nada era Van Daan, y que por lo tanto no tenía intención de romper su silencio. Debes saber que ayer fue 16 de noviembre, día en que se cumplió un año de su venida a la Casa de atrás. Con ocasión de ello, le regaló a mamá un jarrón de flores, pero a la señora Van Daan, que durante semanas había estado haciendo alusión a la fecha en varias oportunidades, sin ocultar en lo más mínimo su opinión de que Dussel tendría que convidarnos a algo, no le regaló nada. En vez de expresar de una buena vez su agradecimiento por la desinteresada acogida, no dijo ni una palabra. Y cuando el dieciséis por la mañana le pregunté si debía darle la enhorabuena o el pésame, contestó que podía decirle cualquier cosa. Mamá, que quería hacer el noble papel de paloma de la paz, no avanzó ni un milímetro y al final la situación se mantuvo igual.
No exagero si te digo que en la mente de Dussel hay algo que no funciona. A menudo nos mofamos en silencio de su falta de memoria, opinión y juicio, y más de una vez nos reímos cuando transmite, de forma totalmente tergiversada y mezclándolo todo, los mensajes que acaba de recibir. Por otra parte, ante cada reproche o acusación esgrime una bella promesa, que en realidad nunca cumple.

.. Der Mann hat einen grossen Geist und ist so klein von Taten! .

Tu Ana

Sábado, 27 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Anoche, antes de dormirme, se me apareció de repente Hanneli. La vi delante de mí, vestida con harapos, con el rostro demacrado. Tenía los ojos muy grandes y me miraba de manera tan triste y con tanto reproche, que en sus ojos pude leer: «Oh, Ana, ¿por qué me has abandonado? ¡Ayúdame, oh, ayúdame a salir de este infierno!»
Y yo no puedo ayudarla, sólo puedo mirar cómo otras personas sufren y mueren, y estar de brazos cruzados, y sólo puedo pedirle a Dios que nos la devuelva. Es nada menos que a Hanneli a quien vi, nadie sino Hanneli… y comprendí. La juzgué mal, era yo demasiado niña para comprender sus problemas. Ella estaba muy encariñada con su amiga y era como si yo quisiera quitársela. ¡Cómo se habrá sentido la pobre! Lo sé, yo también conozco muy bien ese sentimiento. A veces, como un relámpago, veía cosas de su vida, para luego, de manera muy egoísta, volver a dedicarme a mis propios placeres y problemas.
No hice muy bien en tratarla así, y ahora me miraba con su cara pálida y su mirada suplicante, tan desamparada. ¡Ojalá pudiera ayudarla! ¡Dios mío, cómo es posible que yo tenga aquí todo lo que se me antoja, y que el cruel destino a ella la trate tan mal! Era tan piadosa como yo, o más, y quería hacer el bien, igual que yo; entonces, ¿por qué fui yo elegida para vivir y ella tal vez haya tenido que morir? ¿Qué diferencia había entre nosotras? ¿Por qué estamos tan lejos una de otra?
A decir verdad, hacía meses, o casi un año, que la había olvidado. No del todo, pero tampoco la tenía presente con todas sus desgracias.
Ay, Hanneli, espero que si llegas a ver el final de la guerra y a reunirte con nosotros, pueda acogerte para compensarte en parte el mal que te he hecho.
Pero cuando vuelva a estar en condiciones de ayudarla, no precisará mi ayuda tanto como ahora. ¿Pensará alguna vez en mí? ¿Qué sentirá?
Dios bendito, apóyala, para que al menos no esté sola. ¡Si pudieras decirle que pienso en ella con amor y compasión, quizá eso le dé fuerzas para seguir aguantando!
No debo seguir pensando, porque no encuentro ninguna salida. Siempre vuelvo a ver sus grandes ojos, que no me sueltan. Me pregunto si la fe de Hanneli es suya propia, o si es una cosa que le han inculcado desde fuera. Ni siquiera lo sé, nunca me he tomado la molestia de preguntárselo.
Hanneli, Hanneli, ojalá pudiera sacarte de donde estás, ojalá pudiera compartir contigo todas las cosas que disfruto. Es demasiado tarde. No puedo ayudar ni remediar todo lo que he hecho mal. ¡Pero nunca la olvidaré y siempre rezaré por ella!
Tu Ana
Lunes, 6 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Cuando se acerca el día de San Nicolás, sin quererlo todos pensamos en la cesta del año pasado, tan hermosamente decorada, y sobre todo a mí me pareció horrible tener que saltárnoslo todo este año. Estuve mucho tiempo pensando hasta que encontré algo, algo que nos hiciera reír. Lo consulté con Pim, y la semana pasada pusimos manos a la
obra para escribir un poema para cada uno.
El domingo por la noche a las ocho y cuarto aparecimos en el piso de arriba llevando el canasto de la colada entre los dos, adornado con pequeñas figuras y lazos de papel cebolla de color celeste y rosa. El canasto estaba cubierto de un gran papel de envolver color marrón, que llevaba una nota adherida. Arriba todos estaban un tanto asombrados por el gran volumen del paquete sorpresa. Cogí la nota y me puse a leer:

PRÓLOGO:
Como todos los años, San Nicolás ha venido y a la Casa dé atrás regalos ha traído. Lamentablemente la celebración de este año no puede ser tan divertida como antaño, cuando teníamos tantas esperanzas y creíamos que conservando el optimismo’ triunfaríamos, que la guerra acabaría y que sería posible festejar San Nicolás estando ya libres. De todas maneras, hoy lo queremos celebrar y aunque ya no queda nada para regalar podemos echar mano de un último recurso que se encuentra en el zapato de cada uno…

Cuando todos sacaron sus zapatos del canasto, hubo carcajada general. En cada uno de ellos había un paquetito envuelto en papel de envolver, con la dirección de su respectivo dueño. Tu Ana
Miércoles, 22 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Una fuerte gripe ha impedido que te escribiera antes. Es un suplicio caer enfermo aquí; cuando me venía latos, me metía debajo de las sábanas y mantas lo más rápido posible y trataba de acallar mi garganta lo más que podía, lo que por lo general tenía como consecuencia que la picazón no se me iba en absoluto y que había que recurrir a la leche con miel, al azúcar o a las pastillas. Me da vértigo pensar en todas las curas por las que me hicieron pasar: sudación, compresas, paños húmedos y secos en el pecho, bebidas calientes, gargarismos, pinceladas de yodo, reposo, almohada térmica, bolsas de agua caliente, limón exprimido y el termómetro cada dos horas. ¿Puede uno curarse realmente de esa manera? Lo peor de todo me pareció cuando el señor Dussel se puso a hacer de médico y apoyó su cabeza engominada en mi pecho desnudo para auscultar los sonidos que había dentro. No sólo me hacía muchísimas cosquillas su pelo, sino que me daba vergüenza, a pesar de que en algún momento, hace treinta años, estudió para médico y tiene el título. ¿Por qué tiene que estar ese hombre posando su cabeza en mi pecho desnudo? ¿Acaso se cree mi amante? Además, lo que pueda haber de bueno o de malo allí dentro, él no lo oye, y debería lavarse las orejas, porque es bastante duro de oído. Pero basta ya de hablar de enfermedades. Ahora me siento como nueva, he crecido un centímetro, he aumentado un kilo de peso, estoy pálida y deseosa de ponerme a estudiar.
Ausnahmsweise -no cabe emplear otra palabra-, reina en la casa un buen entendimiento, nadie está reñido con nadie, pero no creo que dure mucho, porque hace como seis meses que no disfrutábamos de esta paz hogareña.
Bep sigue separada de nosotros, pero esta hermana nuestra no tardará en librarse de todos sus bacilos.
Para Navidad nos darán una ración extra de aceite, de dulces y de melaza. Para Januká, Dussel les ha regalado a la señora Van Daan y a mamá un hermoso pastel, hecho por Miep a petición suya. Con todo el trabajo que tiene, encima ha tenido que hacer eso. A Margot y a mí nos ha regalado un broche, fabricado con una moneda de un céntimo lustrada y brillante. En fin, no te lo puedo describir, es sencillamente muy bonito.
Para Miep y Bep también tengo unos regalitos de Navidad, y es que durante un mes he estado ahorrando azúcar que era para echar en la papilla de avena. Kleiman la ha usado para mandar hacer unos dulces para la Navidad.
Hace un tiempo feo y lluvioso, la estufa despide mal olor y la comida nos cae muy pesada a todos, lo que produce unos «truenos» tremendos por todos los rincones. Tregua en la guerra, humor de perros.
Tu Ana
Viernes, 24 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Ya te he escrito en otras oportunidades sobre lo mucho que todos aquí dependemos de los estados de ánimo, y creo que este mal está aumentando mucho últimamente, sobre todo en mí. Aquello de Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt , ciertamente es aplicable en mi caso. En la más alta euforia me encuentro cuando pienso en lo bien que estamos aquí, comparado con la suerte que corren otros chicos judíos, y «la más profunda aflicción» me viene, por ejemplo, cuando ha venido de visita la señora Kleiman y nos ha hablado del club de hockey de Jopie, de sus paseos en piragua, de sus representaciones teatrales y los tés con sus amigas.
No creo que la envidie a Jopie, pero lo que sí me da es un ansia enorme de poder salir a divertirme como una loca y reírme hasta que me duela la tripa. Sobre todo ahora, en invierno, con las fiestas de Navidad y Año Nuevo, estamos aquí encerrados como parias, aunque ya sé que en realidad no debo escribir estas palabras, porque parecería que soy una desagradecida, pero no
puedo guardármelo todo, y prefiero citar mis palabras del principio: «El papel es paciente.»
Cuando alguien acaba de venir de fuera, con el viento entre la ropa y el frío en el rostro, querría esconder la cabeza debajo de las sábanas para no pensar en el momento en que nos sea dado volver ‘’ a oler el aire puro. Pero como no me está permitido esconder la cabeza debajo de las sábanas, sino que, al contrario, debo mantenerla firme y erguida, mis pensamientos me vuelven a la cabeza una y otra vez, innumerables veces.
Créeme, cuando llevas un año y medio encerrada, hay días en que ya no puedes más. Entonces ya no cuentan la justicia ni la ingratitud; los sentimientos no se dejan ahuyentar. Montar en bicicleta, bailar, silbar, mirar el mundo, sentirme joven, saber que soy libre, eso es lo que anhelo, y sin embargo no puedo dejar que se me note, porque imagínate que todos empezáramos a lamentarnos o pusiéramos caras largas… ¿Adónde iríamos a parar? A veces me pongo a pensar: ¿no habrá nadie que pueda entenderme, que pueda ver más allá de esa ingratitud, más allá del ser o no ser judío, y ver en mí tan sólo a esa chica de catorce años, que tiene una inmensa necesidad de divertirse un rato despreocupadamente? No lo sé, y es algo de lo que no podría hablar con nadie, porque sé que me pondría a llorar. El llanto es capaz de proporcionar alivio, pero tiene que haber alguien con quien llorar. A pesar de todo, a pesar de las teorías y los esfuerzos, todos los días echo de menos a esa madre que me comprenda. Por eso, en todo lo que hago y escribo, pienso que cuando tenga hijos querría ser para ellos la mamá que me imagino. La mamá que no se toma tan en serio las cosas que se dicen por ahí, pero que sí se toma en serio las cosas que digo yo. Me doy cuenta de que… (me cuesta describirlo) pero la palabra «mamá» ya lo dice todo. ¿Sabes lo que se me ha ocurrido para llamar a mi madre usando una palabra parecida a «mamá»? A menudo la llamo Mansa, y de ahí se derivan Mans o Man. Es como si dijésemos una mamá imperfecta, a la que me gustaría honrar cambiándole un poco las letras al nombre que le he puesto. Por suerte, Mans no sabe nada de esto, porque no le haría ninguna gracia si lo supiera.
Ahora ya basta. Al escribirte se me ha pasado un poco mi «más profunda aflicción». Tu Ana

En estos días, ahora que hace sólo un día que pasó la Navidad, estoy todo el tiempo pensando en Pim y en lo que me dijo el año pasado. El año pasado, cuando no comprendí el significado de sus palabras tal como las comprendo ahora. ¡Ojalá hablara otra vez, para que yo pudiera hacerle ver que lo comprendo!
Creo que Pim me ha hablado de ello porque él, que conoce tantos secretos íntimos de otros, también tenía que desahogarse alguna vez; porque Pim normalmente no dice nada de sí mismo, y no creo que Margot sospeche las cosas por las que ha pasado. Pobre Pim, yo no me creo que la haya olvidado. Nunca olvidará lo ocurrido. Se ha vuelto indulgente, porque también él ve los defectos de mamá. ¡Espero llegar a parecerme un poco a él, sin tener que pasar por lo que ha pasado! Ana
Lunes, 27 de diciembre de 1943
El viernes por la noche, por primera vez en mi vida, me regalaron algo por Navidad. Las chicas, Kleiman y Kugler prepararon otra vez una hermosa sorpresa. Miep hizo un delicioso pastel de Navidad, que llevaba la inscripción de «Paz 1944». Bep nos trajo medio kilo de galletas de una calidad que ya no se ve desde que empezó la guerra.
Para Peter, para Margot y para mí hubo un tarro de yogur, y a los mayores les dieron una botellita de cerveza a cada uno. Todo venía envuelto en un papel muy bonito, con estampas pegadas en los distintos paquetes. Por lo demás, los días de Navidad han pasado rápido.
Ana

Miércoles, 29 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Anoche me sentí nuevamente muy triste. Volvieron a mi mente la abuela y Hanneli. Abuela, mi querida abuela, ¡qué poco nos dimos cuenta de lo que sufrió, qué buena fue siempre con nosotros, cuánto interés ponía en todo lo que tuviera que ver con nosotros! Y pensar que siempre guardó cuidadosamente el terrible secreto del que era portadora
¡Qué buena y leal fue siempre la abuela! Jamás hubiera dejado en la estacada a alguno de nosotros. Hiciera lo que hiciera, me portara como me portara, la abuela siempre me perdonaba. Abuela, ¿me quisiste o acaso tampoco me comprendiste? No lo sé. ¡Qué sola se debe haber sentido la abuela, pese a que nos tenía a nosotros! El ser humano puede sentirse solo a pesar del amor de muchos, porque para nadie es realmente el «más querido».
¿Y Hanneli? ¿Vivirá aún? ¿Qué estará haciendo? ¡Dios querido, protégela y haz que vuelva a estar con nosotros! Hanneli, en ti veo siempre cómo podría haber sido mi suerte, siempre me veo a mí misma en tu lugar. ¿Por qué entonces estoy tan triste a menudo por lo que pasa aquí? ¿No debería estar siempre alegre, feliz y contenta, salvo cuando pienso en ella y en los que han corrido su misma suerte? ¡Qué egoísta y cobarde soy! ¿Por qué sueño y pienso siempre en las peores cosas y quisiera ponerme a gritar de tanto miedo que tengo? Porque a pesar de todo no confío lo suficientemente en Dios. Él me ha dado tantas cosas que yo todavía no merecía, y pese a ello, sigo haciendo tantas cosas mal…
Cuando uno se pone a pensar en sus semejantes, podría echarse a llorar; en realidad podría pasarse el día llorando. Sólo le queda a uno rezar para que Dios quiera que ocurra un milagro y salve a algunos de ellos. ¡Espero estar rezando lo suficiente!
Ana
Jueves, 30 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Después de las últimas grandes peleas, todo ha seguido bien, tanto entre nosotros, Dussel y los del piso de arriba, como entre el señor y la señora. Pero ahora se acercan nuevos nubarrones, que tienen que ver con… ¡la comida! A la señora se le ocurrió la desafortunada idea de freír menos patatas por la mañana y mejor guardarlas. Mamá y Dussel y hasta nosotros no estuvimos de acuerdo, y ahora también hemos dividido las patatas. Pero ahora se está repartiendo de manera injusta la manteca, y mamá ha tenido que intervenir. Si el desenlace resulta ser más o menos interesante, te lo relataré. En el transcurso de los últimos tiempos hemos estado separando: la carne (ellos con grasa, nosotros sin grasa); ellos sopa, nosotros no; las patatas (ellos para mondar, nosotros para pelar). Ello supone tener que comprar dos clases de patatas, a lo que ahora se añaden las patatas para freír. ¡Ojalá estuviéramos otra vez separados del todo!
Tu Ana

P. D. Bep ha mandado hacer por encargo mío una postal de toda la familia real, en la que Juliana aparece muy joven, al igual que la reina. Las tres niñas son preciosas. Creo que Bep ha sido muy buena conmigo, ¿no te parece?
Domingo, 2 de enero de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana, como no tenía nada que hacer, me pu-e a hojear en mi diario y me topé varias veces con cartas que tratan el tema de la madre con tanta vehemencia, que me asusté y me pregunté: «Ana, ¿eres tú la que hablabas de odio? Oh, Ana, ¿cómo has podido escribir una cosa así?»
Me quedé con el diario abierto en la mano, y me puse a pensar en cómo había podido ser que estuviera tan furiosa y tan verdaderamente llena de odio, que tenía que confiártelo todo. He intentado comprender a la Ana de hace un año y de perdonarla, porque no tendré la conciencia tranquila mientras deje que sigas cargando con estas acusaciones, y sin que te haya explicado cómo fue que me puse así. He padecido y padezco estados de ánimo que me mantenían con la cabeza bajo el agua -en sentido figurado, se entiende- y que sólo me dejaban ver las cosas de manera subjetiva, sin que intentara detenerme a analizar tranquilamente las palabras de los demás, para luego poder actuar conforme al espíritu de aquellas personas a las que, por mi temperamento efervescente, haya podido ofender o causado algún dolor.
Me he recluido en mí misma, me he mirado sólo a mí misma, y he escrito en mi diario de modo imperturbable todas mis alegrías, mofas y llantos. Para mí este diario tiene valor, ya que a menudo se ha convertido en el libro de mis memorias, pero en muchas páginas ahora podría poner: «Pertenece al ayer.»
Estaba furiosa con mamá, y a menudo lo sigo estando. Ella no me comprendía, es cierto, pero yo tampoco la comprendía a ella. Como me quería, era cariñosa conmigo, pero como también se vio envuelta en muchas situaciones desagradables por mi culpa, y a raíz de ello y de muchas otras circunstancias tristes estaba nerviosa o irascible, es de entender que me tratara como me trató.
Yo me lo tomaba demasiado en serio, me ofendía, me insolentaba y la trataba mal, lo que a su vez la hacía sufrir. Era entonces, en realidad, un ir y venir de cosas desagradables y tristes. De ningún modo fue placentero, para ninguna de las dos, pero todo pasa. El que yo no quisiera verlo y me tuviera mucha compasión, también es comprensible.
Las frases tan violentas sólo son manifestaciones de enfado, que en la vida normal hubiera podido ventilar dando cuatro patadas en el suelo, encerrada en una habitación o maldiciendo a mamá a sus espaldas.
El período en que condeno a mamá bañada en lágrimas ha quedado atrás; ahora soy más sensata, y los nervios de mamá se han calmado. Por lo general me callo la boca cuando algo me irrita, y ella hace lo mismo, por lo que todo parece marchar mejor. Pero sentir un verdadero amor filial por mamá, es algo que no me sale.
Tranquilizo mi conciencia pensando en que los insultos más vale confiárselos al papel, y no que mamá tenga que llevarlos consigo en el corazón.
Tu Ana
Jueves, 6 de enero de 1944
Querida Kitty:
Hoy tengo que confesarte dos cosas que llevarán mucho tiempo, pero que debo contarle a alguien, y entonces lo mejor será que te lo cuente a ti, porque sé a ciencia cierta que callarás siempre y bajo cualquier concepto.
Lo primero tiene que ver con mamá. Bien sabes que muchas veces me he quejado de ella, pero que luego siempre me he esforzado por ser amable con ella. De golpe me he dado cuenta por fin de cuál es el defecto que tiene. Ella misma nos ha contado que nos ve más como amigas que como hijas. Eso es muy bonito, naturalmente, pero sin embargo una amiga no puede ocupar el lugar de una madre. Siento la necesidad de tomar a mi madre como ejemplo, y de respetarla; es cierto que en la mayoría de los casos mi madre es un ejemplo para mí, pero más bien un ejemplo a no seguir. Me da la impresión de que Margot piensa muy distinto a mí en todas estas cosas, y que nunca entendería esto que te acabo de escribir. Y papá evita toda conversación que pueda tratar sobre mamá.
A una madre me la imagino como una mujer que en primer lugar posee mucho tacto, sobre todo con hijos de nuestra edad, y no como Mansa, que cuando lloro -no a causa de algún dolor, sino por otras cosas- se burla de mí.
Hay una cosa que podrá parecerte insignificante, pero que nunca le he perdonado. Fue un día en que tenía que ir al dentista. Mamá y Margot me iban a acompañar y les pareció bien que llevara la bicicleta. Cuando habíamos acabado en el dentista y salimos a la calle, Margot y mamá me dijeron sin más ni más que se iban de tiendas a mirar o a comprar algo, ya no recuerdo exactamente qué. Yo, naturalmente, quería ir con ellas, pero no me dejaron porque llevaba conmigo la bicicleta. Me dio tanta rabia, que los ojos se me llenaron de lágrimas, y Margot y mamá se echaron a reír. Me enfurecí, y en plena calle les saqué la lengua. Una viejecita que pasaba casualmente nos miró asustada. Me monté en la bicicleta y me fui a casa, donde estuve llorando un rato largo. Es curioso que de mis innumerables heridas, justo ésta vuelva a enardecerme cuando pienso en lo enfadada que estaba en ese momento.
Lo segundo es algo que me cuesta muchísimo contártelo, porque se trata de mí misma. No soy pudorosa, Kitty, pero cuando aquí en casa a menudo se ponen a hablar con todo detalle sobre lo que hacen en el retrete, siento una especie de repulsión en todo mi cuerpo.
Resulta que ayer leí un artículo de Sis Heyster sobre por qué nos sonrojamos. En ese artículo habla como si se estuviera dirigiendo sólo a mí. Aunque yo no me sonrojo tan fácilmente, las otras cosas que menciona sí son aplicables a mí. Escribe más o menos que una chica, cuando entra en la pubertad, se vuelve muy callada y empieza a reflexionar acerca de las cosas milagrosas que se producen en su cuerpo. También a mí me está ocurriendo eso, y por eso últimamente me da la impresión de que siento vergüenza frente a Margot, mamá y papá. Sin embargo Margot, que es mucho más tímida que yo, no siente ninguna vergüenza.
Me parece muy milagroso lo que me está pasando, y no sólo lo que se puede ver del lado exterior de mi cuerpo, sino también lo que se desarrolla en su interior. Justamente al no tener a nadie con quien hablar de mí misma y sobre todas estas cosas, las converso conmigo misma. Cada vez que me viene la regla -lo que hasta ahora sólo ha ocurrido tres veces- me da la sensación de que, a pesar de todo el dolor, el malestar y la suciedad, guardo un dulce secreto y por eso, aunque sólo me trae molestias y fastidio, en cierto modo me alegro cada vez que llega el momento en que vuelvo a sentir en mí ese secreto.
Otra cosa que escribe Sis Heyster es que a esa edad las adolescentes son muy inseguras y empiezan a descubrir que son personas con ideas, pensamientos y costumbres propias. Como yo vine aquí cuando acababa de cumplir los trece años, empecé a reflexionar sobre mí misma y a descubrir que era una .persona por mí misma» mucho antes. A veces, por las noches, siento una terrible necesidad de palparme los pechos y de oír el latido tranquilo y seguro de mi corazón.
Inconscientemente, antes de venir aquí ya había tenido sensaciones similares, porque recuerdo una vez en que me quedé a dormir en casa de Jacque y que no podía contener la curiosidad de conocer su cuerpo, que siempre me había ocultado, y que nunca había llegado a ver. Le pedí que, en señal de nuestra amistad, nos tocáramos mutuamente los pechos. Jacque se negó. También ocurrió que sentí una terrible necesidad de besarla, y lo hice. Cada vez que veo una figura de una mujer desnuda, como por ejemplo la Venus en el manual de historia de arte de Springer, me quedo extasiada contemplándola. A veces me parece de una belleza tan maravillosa, que tengo que contenerme para que no se me salten las lágrimas. ¡Ojalá tuviera una amiga!
Jueves, 6 de enero de 1944
Querida Kitty:
Mis deseos de hablar con alguien se han vuelto tan grandes que de alguna manera muy extraña se me ha ocurrido escoger a Peter para ello. Antes, cuando de tanto en tanto entraba de día en la pequeña habitación de Peter, me parecía siempre un sitio muy acogedor, pero como Peter es tan modesto y nunca echaría a una persona que se pusiera latosa de su habitación, nunca me atreví a quedarme mucho tiempo, temiendo que mi visita le resultara aburrida. Buscaba la ocasión de quedarme en su habitación sin que se diera cuenta, charlando, y esa ocasión se presentó ayer. Y es que a Peter le ha entrado de repente la manía de resolver crucigramas, y ya no hace otra cosa. Me puse a ayudarle, y al poco tiempo estábamos sentados uno a cada lado de su escritorio, uno frente al otro, él en la silla y yo en el diván.
Me dio una sensación muy extraña mirarlo a los ojos, de color azul oscuro, y ver lo cohibido que estaba por la inusual visita. Todo me transmitía su mundo interior; en su rostro vi aún ese desamparo y esa actitud de inseguridad, y al mismo tiempo un asomo de conciencia de su masculinidad. Al ver esa actitud tan tímida, sentí que me derretía por dentro. Hubiera querido pedirle que me contara algo sobre sí mismo; que viera más allá de ese eterno afán mío de charlar. Sin embargo, me di cuenta de que ese tipo de peticiones son más fáciles de pensar que de llevar a la práctica.
El tiempo transcurría y no pasaba nada, salvo que le conté aquello de que se ruborizaba. Por supuesto que no le dije lo mismo que he escrito aquí, pero sí que con los años ganaría más seguridad.
Por la noche, en la cama, lloré. Lloré, y sin embargo nadie debía oírme. La idea de que debía suplicar los favores de Peter me repelía. Una hace cualquier cosa para satisfacer sus deseos, como podrás apreciar, porque me propuse ir a sentarme más a menudo con él para hacer que, de una u otra manera, se decidiera a hablar.
No vayas a creer que estoy enamorada de Peter, ¡nada de eso! Si los Van Daan hubieran tenido una niña en vez de un hijo varón, también habría intentado trabar amistad con ella.
Esta mañana me desperté a eso de las siete menos cinco y en seguida recordé con gran seguridad lo que había soñado. Estaba sentada en una silla, y frente a mí estaba sentado Peter… Schiff. Estábamos hojeando un libro ilustrado por Mary Bos. Mi sueño era tan nítido que aún recuerdo en parte las ilustraciones. Pero aquello no era todo, el sueño seguía. De repente, los ojos de Peter se cruzaron con los míos, y durante algún tiempo me detuve a mirar esos hermosos ojos de color pardo aterciopelado. Entonces, Peter me dijo susurrando:
-De haberlo sabido, habría ido a tu encuentro mucho antes.
Me volví bruscamente, porque sentía una emoción demasiado grande. Después sentí una mejilla suave y deliciosa rozando la mía, y todo estuvo tan bien, tan bien…
En ese momento me desperté, mientras seguía sintiendo su me - ¡¡¡la contra la mía y sus ojos mirándome en lo más profundo de mi corazón, tan profundamente que él había podido leer allí dentro cuánto lo había amado y cuánto seguía amándolo. Los ojos se me volvieron a llenar de lágrimas, y me sentí muy triste por haberlo perdido, pero al mismo tiempo también contenta, porque sabía con seguridad que Peter seguía siendo mi elegido. Es curioso que a veces tenga estos sueños tan nítidos. La primera vez fue cuando, una noche, vi a mi abuela Omi de forma tan clara, que pude distinguir perfectamente su piel gruesa y suave, como de terciopelo. Luego se me apareció Oma como si fuera mi ángel de la guarda, y luego Hanneli, que me sigue pareciendo el símbolo de la miseria que pasan todos mis amigos y todos los judíos; cuando rezo por ella, rezo por todos los judíos y por toda esa pobre gente.
Y ahora Peter, mi querido Peter, que nunca antes se me ha aparecido tan claramente; no necesito una foto suya: así lo veo bien, muy bien.
Tu Ana
Viernes, 7 de enero de 1944
Querida Kitty:
¡Idiota de mí, que no me di cuenta en absoluto de que nunca te había contado la historia de mi gran amor!
Cuando era aún muy pequeña, pero ya iba al jardín de infancia, mi simpatía recayó en Sally Kimmel. Su padre había muerto y vivía con su madre en casa de una tía. Un primo de Sally, Appy, era un chico guapo, esbelto y moreno que más tarde tuvo todo el aspecto de un perfecto actor de cine y que cada vez despertaba más admiración que el gracioso, bajito y rechoncho de Sally. Durante algún tiempo anduvimos mucho juntos, aunque mi amor nunca fue correspondido, hasta que se cruzó Peter en mi camino y me entró un amor infantil el triple de fuerte. Yo también le gustaba, y durante todo un verano fuimos inseparables. En mis pensamientos aún nos veo cogidos de la mano, caminando por la Zuider Amstelaan, él con su traje de algodón blanco y yo con un vestido corto de verano. Cuando acabaron las vacaciones de verano, él pasó a primero de la secundaria y yo a sexto de primaria. Me pasaba a recoger al colegio o yo a él. Peter era un muchacho hermoso, alto, guapo, esbelto, de aspecto serio, sereno e inteligente. Tenía el pelo oscuro y hermosos ojos castaños, mejillas marrón-rojizas y la nariz respingona. Me encantaba sobre todo su sonrisa, que le daba un aire pícaro y travieso.
En las vacaciones me fui afuera y al volver no encontré a Peter en su antigua dirección; se había mudado de casa y vivía con un muchacho mucho mayor que él. Éste le hizo ver seguramente que yo no era más que una chiquilla tonta, y Peter me dejó. Yo lo amaba tanto que no quería ver la realidad y me seguía aferrando a él, hasta que llegó el día en que me di cuenta de que si seguía detrás de él, me tratarían de «perseguidora de chicos».
Pasaron los años. Peter salía con chicas de su edad y ya ni me saludaba. Empecé a ir al liceo judío, muchos chicos de mi curso se enamoraron de mí, a mí eso me gustó, me sentí honrada, pero por lo demás no me hizo nada. Más adelante, Hello estuvo loco por mí, pero como ya te he dicho, nunca más me enamoré.
Hay un refrán que dice: «El tiempo lo cura todo.» Así también me pasó a mí. Me imaginaba que había olvidado a Peter y que ya no me gustaba nada. Pero su recuerdo seguía tan latente en mí, que a veces me confesaba a mí misma que estaba celosa de las otras chicas, y que por eso él ya no me gustaba. Esta mañana comprendí que nada en mí ha cambiado; al contrario, mientras iba creciendo y madurando, también mi amor crecía en mí. Ahora puedo entender muy bien que yo le pareciera a Peter una chiquilla, pero de cualquier manera siempre me hirió el que se olvidara de mí de ese modo. Su rostro se me aparece de manera tan nítida, que ahora sé que nunca llevaré grabada en mi mente la imagen de otro chico como la de él.
Por eso, hoy estoy totalmente confusa. Esta mañana, cuando papá me besó, casi exclamé: «¡Ojalá fueras Peter!» Todo me recuerda a él, y todo el día no hago más que repetir la frase: «¡Oh, Petel , mi querido Petel!»
No hay nada que pueda ayudarme. Tengo que seguir viviendo y pedirle a Dios que si llego a salir de aquí, ponga a Peter en mi camino y que, mirándome a los ojos y leyendo mas sentimientos, me diga: «¡Ana, de haberlo sabido, me habría ido a tu lado hace tiempo!»
Una vez, cuando hablábamos de la sexualidad, papá me dijo que en ese momento yo no podía entender lo que era el deseo, pero yo siempre supe que lo entendía, y ahora lo entiendo del todo. ¡Nada me es tan querido como él, mi Petel!

He visto mi cara en el espejo, y ha cambiado tanto… Tengo una mirada bien despierta y profunda; mis mejillas están teñidas de color de rosa, algo que hacía semanas que no sucedía; tengo la boca mucho menos tirante, tengo aspecto de ser feliz, y sin embargo tengo una expresión triste, y la sonrisa se me desliza de los labios. No soy feliz, porque aun sabiendo que no estoy en los pensamientos de Petel, siento una y otra vez sus hermosos ojos clavados en mí, y su mejilla suave y fresca contra la mía. ¡Oh, Petel, Petel! ¿Cómo haré para desprenderme de tu imagen? A tu lado, ¿no son todos los demás un mísero sucedáneo? Te amo, te quiero con un amor tan grande, que era ya imposible que siguiera creciendo en mi corazón, y en cambio debía saltar a la superficie y revelarse repentinamente en toda su magnitud.
Hace una semana, hace un día, si me hubieras preguntado a cuál de mis amigos elegiría para casarme, te habría contestado que a SaIly, porque a su lado todo es paz, seguridad y armonía. Pero ahora te diría que a Petel, porque a él lo amo con toda mi alma y a él me entrego con todo mi corazón. Pero sólo hay una cosa: no quiero que me toque más que la cara.
Esta mañana, en mis pensamientos estaba sentada con Petel en el desván de delante, encima de unos maderos frente a la ventana, y después de conversar un rato, los dos nos echamos a llorar. Y luego sentí su boca y su deliciosa mejilla. ¡Oh, Petel, ven conmigo, piensa en mí, mi propio y querido Petel!
Miércoles, 12 de enero de 1944
Querida Kitty:
Bep ya ha vuelto a la oficina hace quince días, aunque a su hermana no la dejan ir al colegio hasta dentro de una semana. Ahora Bep ha estado dos días en cama con un fuerte catarro. Tampoco Miep y Jan han podido acudir a sus puestos de trabajo; los dos tenían el estómago mal.
De momento me ha dado por el baile y la danza y todas las noches practico pasos de baile con mucho empeño. Con una enagua de color violeta claro de Mansa me he fabricado un traje de baile supermoderno. Arriba tiene un lazo que cierra a la altura del pecho. Una cinta rosa ondulada completa el conjunto. En vano he intentado transformar mis zapatos de deporte en verdaderas zapatillas de baile. Mis endurecidos miembros van camino de recuperar su antigua flexibilidad. Un ejercicio que me encanta hacer es sentarme en el suelo y levantar las piernas en el aire cogiéndolas con las manos por los talones. Sólo que debo usar un cojín para sentarme encima, para no maltratar demasiado la rabadilla.
En casa están leyendo un libro titulado Madrugada sin nubes. A mamá le pareció un libro estupendo porque describe muchos problemas de los jóvenes. Con cierta ironía pensé que sería bueno que primero se ocupara de sus propias jóvenes…
Creo que mamá piensa que la relación que tenemos Margot y yo con nuestros padres es de lo mejor, y que nadie se ocupa más de la vida de ’sus hijos que ellos. Con seguridad entonces que sólo se fija en Margot, porque creo que ella nunca tiene los mismos problemas o pensamientos que yo. De ningún modo quiero que mamá piense que para uno’ de sus retoños las cosas son totalmente distintas de lo que ella se imagina, porque se quedaría estupefacta y de todas formas no sabría de qué otra manera encarar el asunto; quisiera evitarle el dolor que ello le supondría, sobre todo porque sé que para mí nada cambiaría. Mamá se da perfecta cuenta de que Margot la quiere mucho más que yo, pero cree que son rachas.
Margot se ha vuelto más buena; me parece muy distinta a como era antes. Ya no es tan arisca y se está convirtiendo en una verdadera amiga. Ya no me considera para nada una pequeñaja a la que no es necesario tener en cuenta.
Es muy raro eso de que a veces yo misma me vea como a través de los ojos de otra persona. Observo lo que le pasa a una tal Ana Frank con toda parsimonia y me pongo a hojear en el libro de mi vida como si fuera ajeno.
Antes, en mi casa, cuando aún no pensaba tanto, de vez en cuando me daba la sensación de no pertenecer a la misma familia que Mansa, Pim y Margot, y que siempre sería una extraña. Entonces, a veces me hacía la huérfana como medio año, hasta que me castigaba a mí misma, reprochándome que sólo era culpa mía el que me hiciera la víctima, pese a encontrarme tan bien en realidad. A eso seguía un período en el que me obligaba a ser amable.
Todas las mañanas, cuando oía pasos en la escalera, esperaba que fuera mamá que venía a darme los buenos días, y yo la saludaba con buenas maneras, ya que de verdad me alegraba de que me mirara con buenos ojos. Después, a raíz de algún comentario, me soltaba un bufido y yo me iba al colegio con los ánimos por el suelo. En el camino de vuelta a casa la perdonaba, pensaba que tal vez tuviera problemas, llegaba a casa alegre, hablando hasta por los codos, hasta que se repetía lo ocurrido por la mañana y yo salía de casa con la cartera del colegio, apesadumbrada. A veces me proponía seguir enfadada, pero al volver del colegio tenía tantas cosas que contar, que se me olvidaba lo que me había propuesto y mamá no tenía más remedio que prestar atención a los relatos de mis andanzas. Hasta que volvían los tiempos en que por la mañana no me ponía a escuchar los pasos en la escalera, me sentía sola y por las noches bañaba de lágrimas la almohada.
Aquí las cosas son aún peores; en fin, ya lo sabes. Pero ahora Dios me ha enviado una ayuda para soportarlas: Peter. Cojo mi colgante, lo palpo, le estampo un beso y pienso en que nada han de importarme las cosas, porque Petel está conmigo y sólo yo lo sé. Así podré hacer frente a cualquier bufido. ¿Sabrá alguien en esta casa todo lo que le puede pasar por la mente a una adolescente?
Sábado, 15 de enero de 1944
Mi querida Kitty:
No tiene sentido que te describa una y otra vez con- todo detalle nuestras peleas y disputas. Me parece suficiente contarte que hay muchas cosas que ya no compartimos, como la manteca y la carne, y que comemos nuestras propias patatas fritas. Hace algún tiempo que comemos un poco de pan de centeno extra, porque a eso de las cuatro ya estábamos todos esperando ansiosamente que llegara la hora de la comida y casi no podíamos controlar nuestros estómagos.
El cumpleaños de mamá se acerca a pasos agigantados. Kugler le ha regalado algo de azúcar adicional, lo que ha suscitado la envidia de los Van Daan, ya que para el cumpleaños de la señora nos hemos saltado los regalos. Pero de qué serviría real- mente aburrirte con palabras duras, llantos y conversaciones acres; basta con que sepas que P
nosotros nos aburren aún más.
Mamá ha manifestado el deseo, por ahora irrealizable, de no tener que verle la cara a Van Daan durante quince días. Me pregunto si uno siempre acaba reñido con toda la gente con la que convive durante tanto tiempo. ¿O es que hemos tenido mala suerte? Cuándo Dussel, mientras estamos a la mesa, se sirve la cuarta parte de la salsa que hay en la salsera, dejándonos a todos los demás sin salsa, así como así, a mí se me quita el apetito, y me levantaría de la mesa para abalanzarme sobre él y echarlo de la habitación a empujones.
¿Acaso el género humano es tan tremendamente egoísta y avaro en su mayoría? Me parece muy bien haber adquirido aquí algo de mundología, pero me parece que ya basta. Peter dice lo mismo.
Sea como sea, a la guerra no le importan nuestras rencillas o nuestros deseos de aire y libertad, y por lo tanto tenemos que tratar de que nuestra estancia aquí sea lo más placentera posible.
Estoy sermoneando, pero es que creo que si sigo mucho más tiempo aquí encerrada, me convertiré en una vieja avinagrada. ¡Cuánto me gustaría poder -seguir comportándome como una chica de mi edad!

Tu Ana
Noche del miércoles, 19 de enero de 1944
Querida Kitty:
No sé de qué se trata, pero cada vez que me despierto después de haber soñado, me doy cuenta de que estoy cambiada. Entre paréntesis, anoche soñé nuevamente con Peter y volví a ver su mirada penetrante clavada en la mía, pero este sueño no era tan hermoso ni tan claro como los anteriores.
Tú sabes que yo siempre le he tenido envidia a Margot en lo que respecta a papá. Pues bien, de eso ya no queda ni rastro. Eso sí, me sigue doliendo cuando papá, cuando se pone nervioso, me trata mal y de manera poco razonable, pero igualmente pienso que no les puedo tomar nada a mal. Hablan mucho de lo que piensan los niños y los jóvenes, pero no entienden un rábano del asunto.
Mis deseos van más allá de los besos de papá o de sus caricias. ¡Qué terrible soy, siempre ocupándome de mí misma! Yo que aspiro a ser buena y bondadosa, ¿no debería perdonarlos en primer lugar? Pero si es que mamá la perdono… Sólo que casi no puedo contenerme cuando se pone tan sarcástica y se ríe de mí una y otra vez.
Ya lo sé, aún me falta mucho para ser como debería ser. ¿Acaso llegaré a serlo?
Ana Frank

P. D. Papá preguntó si te había contado lo de la tarta. Es que los de la oficina le han regalado a mamá para su cumpleaños una verdadera tarta como las de antes de la guerra, de moka. Era realmente deliciosa. Pero de momento tengo tan poco sitio en la mente para este tipo de cosas…
Sábado, 22 de enero de 1944
Querida Kitty:
¿Serías capaz de decirme por qué todo el mundo esconde con tanto recelo lo que tiene dentro? ¿Por qué será que cuando estoy en compañía me comporto de manera tan distinta de como debería hacerlo? ¿Por qué las personas se tienen tan poca confianza? Sí, ya sé, algún motivo habrá, pero a veces me parece muy feo que en ninguna parte, aun entre los seres más queridos, una encuentre tan poca confianza.
‘Es como si desde aquella noche del sueño me sintiera mayor, como si fuera mucho más-unapersona por mí misma. Te sorprenderá mucho que te diga que hasta los Van Daan han pasado a ocupar un lugar distinto para mí. De repente, todas esas discusiones, disputas y demás, ya no las miro con la misma predisposición que antes. ¿Por qué será que estoy tan cambiada? Verás, de repente pensé que si mamá fuera distinta, una verdadera madre, nuestra relación también habría sido muy, pero muy distinta. Naturalmente, es cierto que la señora Van Daan no es una mujer demasiado agradable, pero sin embargo pienso que si mamá no fuera una persona tan difícil de tratar cada vez que sale algún tema espinoso, la mitad de las peleas podrían haberse evitado. Y es que la señora Van Daan tiene un lado bueno: con ella siempre se puede hablar. Pese a todo su egoísmo, su avaricia y su hipocresía, es fácil convencerla de que ceda, siempre que no se la irrite ni se le lleve la contraria. Esto no dura hasta la siguiente vez, pero si se es paciente, se puede volver a intentar y ver hasta dónde se llega.
Todo lo relacionado con nuestra educación, con los mimos que recibimos de nuestros padres, con la comida: todo, absolutamente todo habría tomado otro cauce si se hubieran encarado las cosas de manera abierta y amistosa, en vez de ver siempre sólo el lado malo de las cosas.
Sé- perfectamente lo que dirás, Kitty: «Pero Ana, ¿son estas palabras realmente tuyas? ¡Tú que has tenido que tragarte tantos : reproches provenientes del piso de arriba, y que has sido testigo de tantas injusticias!»
En efecto, son palabras mías. Quiero volver a examinarlo todo a fondo, sin dejarme guiar por lo
que opinen mis padres. Quiero analizar a los Van Daan por mí misma y ver qué hay de cierto y qué de exagerado. Si yo también acabo decepcionada, podré seguirle los pasos a papá y mamá; de lo contrario, tendré que tratar de quitarles de la cabeza en primer lugar la idea equivocada que tienen, y si no resulta, mantendré de todos modos mi propia opinión y mi propio parecer. Aprovecharé cualquier ocasión para hablar abiertamente con la señora sobre muchos puntos controvertidos, y a pesar de mi fama de sabihonda, no tendré miedo de decir mi opinión neutral. Tendré que callarme lo que vaya en contra de los míos, pero a partir de ahora, el cotilleo por mi parte pertenece al pasado, aunque eso no significa que en algún momento dejaré de defenderlos contra quien sea.
Hasta ahora estaba plenamente convencida de que toda la culpa de las peleas la tenían ellos, pero es cierto que gran parte de la culpa también la teníamos nosotros. Nosotros teníamos razón en lo que respecta a los temas, pero de las personas razonables (¡y creemos que lo somos!) se podía esperar un mejor criterio en cuanto a cómo tratar a los demás.
Espero haber adquirido una pizca de ese criterio y encontrar la oportunidad de ponerlo en práctica.
Tu Ana


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