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El mundo del “arte”: ¿un dispositivo de exclusión?

Javier Caballero Galván :: 25.11.18

El “arte” es un instrumento que legitima el orden social de la modernidad capitalista, y ha sido un indispensable para la demarcación de los territorios culturales que la clasificación colonial ha requerido. La crítica posmoderna, a pesar de su fragilidad política y filosófica, puede coadyuvar en la tarea de los pueblos colonizados a desenmascarar los dispositivos que como el “arte”, han servido como estrategia de dominio cultural.

El mundo del “arte”: ¿un dispositivo de exclusión?
23 noviembre, 2018

El “arte” es un instrumento que legitima el orden social de la modernidad capitalista, y ha sido un indispensable para la demarcación de los territorios culturales que la clasificación colonial ha requerido. La crítica posmoderna, a pesar de su fragilidad política y filosófica, puede coadyuvar en la tarea de los pueblos colonizados a desenmascarar los dispositivos que como el “arte”, han servido como estrategia de dominio cultural.

Por Javier Caballero Galván

Tal parece -por más que lo intentamos- que la idea de “arte”1 no puede abandonar su carácter de exclusión, elitismo y colonialidad que siempre la ha caracterizado; tal parece que su propia forma, aquello que lo delimita como disciplina y campo del saber, yace adosado a la estructura de poder colonial que configuró la modernidad capitalista. Y como nos parece imposible sacudirlo de ello, hemos entonces de afirmar que el “arte” ha sido un instrumento fundamental en el proceso de dominación que la cultura europea ha desplegado desde finales del siglo XV.

Se trata desde luego de una afirmación problemática fundamentalmente porque este goza de una muy alta reputación en la sociedad occidental, y, además, porque es común relacionarlo con una instancia espiritual propia de la “naturaleza humana”2. De esta manera, afirmar que el “arte” es un instrumento político de los grupos dominantes para conservar un orden y una clasificación social que los privilegia, puede fácilmente provocar el desacuerdo y vetar al menos, una reflexión por demás pertinente en una sociedad que -como la nuestra- se constituye como parte esencial de un orden colonial global. Creo por ello que es importante partir de ese supuesto y mirar la posibilidad de que aquello que llamamos “arte” sea en realidad un espejismo producido por la ideología colonial; forma sutil que ahora forma parte del sentido común, y que legitima la producción cultural de las clases dominantes.

Desde luego, mis sospechas nos son infundadas, porque al menos encuentro dos instancias en las que es relativamente sencillo observar la exclusividad de esta narrativa: por un lado, el acceso que sólo tienen las capas sociales y/o personas que cuentan con las condiciones materiales de vida para dedicar tiempo y dinero a la reflexión artística, a su consumo, producción y apreciación; y por el otro, la desacreditación por demás perversa de toda producción “artística” que no se sujeta a los parámetros estéticos que el mundo del arte impone como necesarios.

Para minimizar los efectos de esta evidencia, se piensa que el “arte” nada tiene que ver con lo político, y que, por el contrario, se trata de un terreno en el que puede dirimirse cualquier conflicto. En todo caso, aborda contenidos políticos, pero ello no significa que en sí mismo lo sea. De esta manera se ha difundido -desde la narrativa hegemónica- un concepto de “arte”, según el cual, se trata de una actividad de transformación material que es universal y que nada tiene que ver con las relaciones de poder, sino con la expresión o manifestación del pensamiento simbólico; si acaso existe un acceso diferenciado al “arte”-se nos explicará- ese sería otro problema y no responde tanto a que este sea en sí mismo excluyente, sino al orden social existente impide a la mayoría tener proximidad y conocimiento. Sin embargo, el “arte” yace sujeto a relaciones de poder que no son extrínsecas a él, sino constitutivas; es en la obra de “arte” que se sintetiza y se objetiva un mundo político, intersubjetivo y dialógico, y carga, por tanto, con un alto contenido de disputa y conflicto social.

mundo del arteAsí que a pesar de la concepción dominante de “arte” conformada por varios componentes aparentemente autónomos, esto es, la obra, el público, el artista y las instituciones que lo rodean, todas forman parte de un todo articulado que lo hace inminentemente político; un todo que cabe en la ya vieja idea del “mundo del arte” que el filósofo estadunidense Arthur Danto acuñó hace más de 50 años cuando en 1964 visitó la exposición en la que Andy Warhol exhibía las hoy famosas Brillo boxes. Recordemos que la obra consistía en una escultura hecha de cajas de madera serigrafiada que imitaba a las cajas de cartón del famoso detergente (Imagen 1), así que Danto, fascinado ante lo que el artista planteaba, se preguntó: “¿Cómo es posible que dos cosas se perciban como iguales y que una de ellas sea arte y la otra no?” (Bugel, 1999)

La pregunta, que conformará el leitmotiv de su famoso ensayo El mundo del arte (1964), formaría parte de los profundos cuestionamientos que durante los años sesenta agrietaron el edificio teórico de la modernidad3. Con su pregunta, Danto coadyuvaría a poner sobre la mesa la relación oculta que el “arte” siempre ha mantenido con la política4: por un lado, probará el agotamiento del régimen de verdadrepresentado en la imposibilidad de diferenciar perceptualmente la Brillo Box-arte de la Brillo box-objeto; y por el otro, visibilizará a los grupos de poder que, legitimados por este régimen, tenían -y tienen- la capacidad de controlar la producción de los diferentes campos del saber.

La conclusión a la que Danto llegará será que la diferencia entre los objetos ordinarios y los objetos de “arte” la establece un “mundo del arte”, esto es, el “(…) conjunto de teorías, prácticas, creencias, reglas y roles que determinan qué se considera como arte en un determinado momento” (Alcaraz León, 2006, p.89). Un “mundo” que será constituido y a su vez, constituirá, lo que será la era del arte, la cual considera tendrá su vigencia desde el Renacimiento italiano hasta los años sesenta del siglo XX. Después de esta era Danto anunciará la muerte del arte y antes -pensaba- no se producían objetos artísticos porque simplemente la idea en sí no existía. Los artesanos de la era pre-artística producían objetos que pertenecían a otras esferas, a otras lógicas y racionalidades, pero no a la contemplación y valoración de las cualidades estéticas de los objetos creados. El “arte” sólo surge cuando se tiene conciencia de que este es posible y ello ocurre dentro de un contexto que es el que Danto identifica.

Aquí el problema, nos dice Alcaraz León (2006), es que si existe un “mundo del arte” que define lo que este es o no es, ¿qué ocurre con todas las producciones que no tienen un contexto específicamente artístico?:

“(…) ¿es realmente necesario que alguien tenga en cuenta una determinada concepción acerca del arte para hacer arte? ¿No parece una exigencia demasiado fuerte? Después de todo, no parece que todo lo que los libros de historia del arte incluyen en sus páginas haya sido creado satisfaciendo esta condición. Basta recordar los murales de las cavernas o las pirámides egipcias ¿cuál es la teoría del arte que hay tras ellas? ¿Si no hay ninguna, deberíamos considerarlas como no-arte? (p.92)

Si bien es cierto que Danto podría estar “sobreintelectualizando” el arte y apartándolo de su característica espontaneidad y libertad creativa, me parece que la filósofa española asume que el “arte” es externo a cualquier teoría que pueda hacerse de él, o sea, que lo trata como si fuera algo independiente de la cultura y del contexto histórico. Visto así, estaríamos ante un claro ejemplo de la forma en que el eurocentrismo opera: bajo la batuta de una concepción universalista -que por fuerza se inscribe en el pensamiento moderno/colonial- se nos explica que es de lo más lógico o racional que el “arte” no puede estar subordinado a una definición temporal, porque este ha acompañado a la humanidad siempre; sin embargo esto en sí mismo, es ya una idea de “arte” que pertenece a un tiempo y a un lugar en específico, a saber, la Europa moderna que liga el origen humano con su propia cosmogonía.

En este sentido tendríamos que responderle que efectivamente las pinturas rupestres no son “arte”, así como tampoco los son las producciones espaciales egipcias; y no lo son porque simplemente sus artífices no pensaban -como ya expusimos- que lo que estaban produciendo era “arte”. Por lo tanto, pensar que toda producción material u objetual relacionada con lo que Paul Ricoeur ha denominado el núcleo ético-mítico5 es “arte”, únicamente reafirma la teoría de Danto según la cual efectivamente existe un “mundo” capaz de definirlo en un determinado momento.

Ahora bien, ello nos lleva a un nuevo problema: ¿cómo constituir un “mundo del arte” si la definición de “arte” no existe? Esto equivale a plantear que no se puede establecer una élite académica disciplinar sencillamente porque la disciplina no existe. En efecto hemos de argumentar en contra de ello, que las elites o los grupos de poder político y/o económico de hecho sí producen áreas de conocimiento que le son favorables. Si bien en ocasiones lo hacen inconscientemente, en otras son plenamente conscientes de la potencia que encarna ese conocimiento o saber; no en balde existen las élites académicas anquilosadas en las universidades que no son más que grupúsculos que custodian los intereses y privilegios de la clase a la que pertenecen.

Es en este contexto que se ha desarrollado lo que ahora llamamos “arte”, lo cual no puede ser eximido de su consistencia colonizadora por más que se realicen vuelcos retóricos o discursivos. Tal vez no será coincidencia que la noción difundida por más de 500 años sea justo la que construyó un burgués acaudalado como lo fue Georgio Vasari; un artista y proto-teórico del “arte” que basó su narrativa en la figura del “genio” y de las producciones miméticas, y que, de la mano de la expansión imperial, tendrá la capacidad de obliterar todas y cada una de las producciones simbólicas de las culturas dominadas. Así que, a pesar del intento de las vanguardias y neo-vanguardias artísticas de salir del espacio burgués para introducirse en la vida cotidiana de las personas, el “arte” sigue perteneciendo a un grupo reducido que -no es casualidad- es el que controla los medios de producción, los medios de comunicación y toda industria cultural.

Con base en esto, hemos de agregar que el “mundo del arte” sólo puede constituirse paralelamente a la práctica artística, a la recepción social que van teniendo las producciones simbólicas que representan al núcleo ético-mítico y al desarrollo de una técnica específica. En otras palabras, mientras el “arte” se forja como práctica cultural y se visibiliza como tal en un determinado colectivo, simultáneamente se forma un imaginario que lo arropa y lo soporta. Por ello, refutar le teoría de Danto a partir de la ubicuidad y la abstracción como consistencia conceptual de ese “mundo”, impide observar que detrás de este se anida una serie de relaciones de poder que son determinantes para comprender por qué la definición de “arte” ha sido un dispositivo de colonización cultural.

Ello puede verse fácilmente, por ejemplo, en el pensamiento del crítico estadunidense Clement Greenberg, según el cual, el arte de “masas” o popular era un verdadero peligro para la “alta cultura”. O bien, el caso de la historiadora de arte mexicana Avelina Lesper, a la que le preocupa obsesivamente que el “arte” se salga de un circuito elitista de formación académica y se ponga al servicio de un “cualquiera” que pueda producirlo. Al final, es imposible ocultar el profundo racismo y clasismo que existe en un “mundo” hecho fundamentalmente para ello, es decir, para marcar territorios culturales y definir con ello los contornos del poder que la modernidad capitalista necesita para sobrevivir. Resignificar entonces la noción desde las racionalidades producidas por la marginación y la exclusión que ha producido este orden, será la tarea de los pueblos y comunidades que, en la resistencia, se rehacen en el día a día a través del trabajo y de la objetivación de su propia subjetividad.

Notas

1. ↑ El entrecomillado tiene la intención de enfatizar que sabemos poco de la noción o que resulta muy compleja definirla, pero que, de alguna manera, todxs entendemos su significado. Se trata pues, de una forma de enfatizar lo lábil del concepto y de que al final, la idea que tenemos es la que difundió la modernidad europea.
2. ↑ En su libro “El instinto del arte” (2014) Denis Dutton sostiene que el arte forma parte del desarrollo evolutivo humano y que este ha permitido que la supervivencia de la especie. En este sentido, el arte y sus temas estarían codificado en el ADN por lo que no todo puede valer: “Los hechos contingentes relacionados con la naturaleza humana no sólo nos aseguran que ciertos aspectos de las artes serán difíciles de apreciar, sino también que apreciarlos puede resultar imposible.” (p. 282)
3. ↑ La crítica de Danto es un excelente ejemplo del pensamiento transitorio de la época que desembocará en lo que Lyotard llamó posteriormente “la condición posmoderna”. En resumidas cuentas, se trata de una crítica eurocéntrica a una modernidad que mostraba severos síntomas de agotamiento. En efecto, acudir a la teoría de Danto para cuestionar el concepto eurocéntrico de “arte” me parece un recurso elocuente de la crisis en la que yace sumergido el mundo burgués que actualmente nos domina.
4. ↑ Si bien Danto nunca relacionará explícitamente el “mundo del arte” con lo político, pienso que de cualquier forma dio un paso en esa dirección. Retomar sus postulados para sintonizarlos con una teoría política del arte, resulta pertinente en un momento en el que los aparatos ideológicos burgueses cada día hacen más sofisticada su estrategia de dominio sobre las sociedades “periféricas”.
5. ↑ Nos explica Enrique Dussel: “Podemos definir al “núcleo ético-mítico” como el complejo orgánico de posturas, concretas de un grupo ante la existencia. El “núcleo ético-mítico” engloba dos aspectos fundamentales, a saber: una visión teórica del mundo (die Weltanschauung) y una postura existencial concreta, un modo de ser, de comportarse y relacionarse (das Ethos).”
Referencias
Alcaráz León, Marí José (2006) La teoría del arte de Arthur Danto: de los objetos indiscernibles a los significados encarnados. Tesis doctoral: Universidad de Murcia. Consultada el 5-11-18 en https://www.tdx.cat/handle/10803/10823

Bugel Clio E. (1999) Arthur C. Danto: La alegría de vivir después del fin del arte. Entrevista para IPS Correspondents. Consultada el 7-11-18 en https://bit.ly/2Bbkn7n


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