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Ecuador: El TLC o la trampa del “libre comercio”

Alberto Acosta :: 30.11.18

El capitalismo vive a expensas de economías coloniales; vive más exactamente de su ruina. Y si para acumular tiene absoluta necesidad de ellas, es porque estas les ofrecen la tierra nutritiva a expensas de la cual se cumple la acumulación.

El TLC o la trampa del “libre comercio”
Alberto Acosta 1

El capitalismo vive a expensas de economías coloniales; vive más exactamente de su ruina. Y si para acumular tiene absoluta necesidad de ellas, es porque estas les ofrecen la tierra nutritiva a expensas de la cual se cumple la acumulación.
Rosa Luxemburg

Es evidente que no hay, ni hubo, ninguna forma social sin intercambio. El motor del tan ansiado –y siempre esquivo– progreso ha sido el comercio. La historia de los pueblos está signada por los avatares del comercio, sobre todo de aquel flujo de bienes y servicios que rebasa las fronteras nacionales. Esto es aún más claro en países pequeños, cuyos flujos comerciales determinan marcadamente la evolución de sus sociedades y se reflejan en sus estructuras económicas, orientadas a satisfacer la demanda externa. Su historia, su presente e incluso su futuro parecen estar predefinidos por las constelaciones del comercio…

Esta es una realidad inocultable en el Ecuador. Su vida republicana, desde “los gran cacao” hasta “los capos del comercio”, está claramente atada a la evolución del comercio exterior. Las modalidades de acumulación y las consiguientes relaciones sociales dominantes están determinadas, en última instancia, por la dinámica del mercado internacional, en definitiva, por el capitalismo metropolitano. Sin minimizar o marginar otros elementos propios de la rica y compleja estructura regional del país, es preciso poner atención al nexo externo, que es el punto medular del detallado y sugerente análisis de John Cajas-Guijarro.

El comercio exterior ha constituido una suerte de velas para el navío, metáfora que representa la economía nacional tal como la graficó Germánico Salgado, uno de los economistas ecuatorianos más destacados de la segunda mitad del siglo XX. La crisis exacerbada por los problemas de algún producto de exportación dominante, el cacao, por ejemplo, fue superada con el advenimiento de otro producto: el banano. Luego, al caer el banano en crisis, el petróleo insufló nuevos vientos en la economía. Y ahora, al parecer, se esperan nuevos impulsos con la apertura a la megaminería; todo esto sin minimizar el aporte de otros productos primarios de exportación, como se comprueba en estas páginas.

En nuestra azarosa historia económica hemos vivido una permanente disputa –más o menos explícita– entre más mercado externo o más mercado interno, es decir la búsqueda de un “desarrollo” más endógeno (apuntalando también la integración regional) versus opciones claramente exógenas. Eso sí, jamás se propusieron e impulsaron respuestas autocentradas, al margen del mercado mundial. Incluso cuando se intentó tardíamente promover la industrialización vía sustitución de importaciones, la modalidad de acumulación primario-exportadora alimentaba el aparato productivo. Entonces, la exportación de productos primarios, en especial del banano, financiaba en gran medida dicha transición industrializadora, que por lo demás quedó trunca. En concreto, nunca el modelo de industrialización vía sustitución de importaciones –ni ningún otro modelo– subordinó al esquema primario exportador. Inclusive la tan promocionada transformación de la matriz productiva en el gobierno de Rafael Correa resultó otro fraude. Así, el extractivismo rentista constituye la médula de la economía –y quizá de toda la sociedad– ecuatoriana desde sus orígenes coloniales.

Esta tensión parece entrar en una nueva fase con las firmas del Tratado de Libre Comercio (TLC) con la Unión Europea (UE) y con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas inglés), que auguran –como plantea el autor de este libro– una serie de nuevos TLC con la Alianza del Pacífico, Estados Unidos, China y otros países. Con tales acuerdos –más allá del nombre con el que se los bautice– se consolida una tendencia aperturista y se condena al país a permanecer atado a una lógica primario-exportadora. No sólo eso: de hecho, se marginan las posibilidades para desplegar respuestas más autónomas e inclusive más integradoras con las economías vecinas.

Estos tratados de “libre comercio” terminarán por reforzar el patrón de comercio vigente. Ecuador seguirá siendo un país primario exportador (con un comercio dominado por hidrocarburos, productos agrícolas y pesqueros, minerales), al tiempo que continuará su

dependencia importadora en maquinarias, herramientas, todo tipo de manufacturas de origen industrial e inclusive productos alimenticios. Es más, cuando todavía es poco el tiempo transcurrido desde la entraba en vigor del TLC con la UE, es inocultable la creciente concentración de flujos comerciales en pocas manos. De esto trata en esencia este libro.

El autor nos introduce con agudeza en el mundo de los “grandes exportadores e importadores que lucran de la condición extractivista y dependiente del capitalismo periférico ecuatoriano”. En esta obra nos encontramos con los “capos” del comercio y sus empresas, e incluso con sus serviciales intermediarios –presentados con nombres y apellidos–, presentes y actuantes desde antes del gobierno de Correa y, por supuesto, también en tiempos “correístas” y “morenistas”. Este continuismo explica, entonces, más allá de algunas escaramuzas en ciertos ámbitos gubernamentales, los pasos dados por Rafael Correa para la firma –por convicción– del TLC con la UE: una decisión que no puede verse como una simple medida pragmática ante los problemas económicos vividos en los últimos años de su gestión. En realidad, como demuestra documentadamente el autor,

“nunca hubo una ruptura total [en las negociaciones del acuerdo comercial durante el gobierno de Correa, en 2009], sino una interrupción temporal que se usó como presión para conseguir ventajas en las exportaciones bananeras. Es decir, la interrupción no fue porque el gobierno de Correa estaba en contra de un Tratado de Libre Comercio –que, a la larga, eso es el acuerdo comercial con la UE– o en contra del “colonialismo”, sino simplemente buscó defender los intereses particularmente de aquellos nueve grandes capos que controlan más de la mitad de las exportaciones de banano al bloque europeo (…). En otras palabras, el TLC con la UE no fue más que el resultado de toda una lógica que el correísmo nunca rompió: la (neo)liberalización comercial a toda costa.”

En consecuencia, olvidados los sonoros discursos correístas a favor de la soberanía nacional, con la firma del TLC con la UE pierden cada vez más terreno las posibilidades para desplegar una estrategia de vida autónoma y autosuficiente, que demandaría, por ejemplo, impulsar procesos de desenvolvimiento endógeno con la industria nacional, en especial aquellos de pequeña y mediana escala. El agro no exportador –en particular el campesinado– será el gran perjudicado. Al ampliarse los extractivismos se enraizará aún más la perversa situación que nos condena a exportar Naturaleza sin considerar los costos socioambientales: esto, en tanto clara tendencia global, significa en la práctica aceptar que los países ricos sigan ampliando los límites ambientales hacia otras regiones, sobre todo al mundo empobrecido, a través del tan promocionado ̈libre comercio”.

Además, esta realidad consolida el imaginario nacional de que el “libre comercio” es el único camino para alcanzar el (fantasma del) desarrollo y, por cierto, el engañoso progreso. Así se revitalizará aún más el mito del “libre comercio”, tema con el que empieza de manera vibrante este libro. Es bueno entender que tenemos entre manos un trabajo que combina magistralmente la claridad y profundidad para desmenuzar lo que ya significa el TLC con la UE, a la vez que anticipa lo que significarán los otros TLC que se perfilan en el horizonte.

Es claro que a gran parte de la sociedad no le interesa para nada la experiencia internacional, de cómo el comercio fue una importante herramienta transformadora para unos países y un eslabón más de la cadena de la dependenciapara otros. A esa escala nunca hubo una real libertad de comercio. Ni siquiera Gran Bretaña, para recordar a la primera nación capitalista industrializada con vocación global, practicó la libertadcomercial; con su flota impuso sus intereses en varios rincones del planeta. Igual senda transitaron los estadounidenses. Los alemanes, los franceses y otros países europeos también lograron su bienestar con un proteccionismo contrario al discurso librecambista dominante en el siglo XIX. Los países asiáticos, Japón y ahora China, tampoco fueron ni son librecambistas. Y todos estos países centrales, unos más que otros, apuntalaron sus logros económicos en la explotación colonial y neocolonial de naciones débiles, cada vez más debilitadas por efecto del “libre comercio”, que de libre no tiene un pelo.

Ya en 1841, Friedrich List descubrió los entretelones de esta realidad refiriéndose a los mensajes librecambistas de los británicos:

“Una vez que se ha alcanzado la cima de la gloria, es una argucia muy común darle una patada a la escalera por la que se ha subido, privando así a otros de la posibilidad de subir detrás. Aquí está el secreto de la doctrina cosmopolita de Adam Smith (…). Para cualquier nación que, por medio de aranceles proteccionistas y restricciones a la navegación, haya elevado su poder industrial y su capacidad de transporte marítimo hasta tal grado de desarrollo que ninguna otra nación pueda sostener una libre competencia con ella, nada será más sabio que eliminar esa escalera por la que subió a las alturas y predicar a otras naciones los beneficios del libre comercio, declarando en tono penitente que siempre estuvo equivocada vagando en la senda de la perdición, mientras que ahora, por primera vez, ha descubierto la senda de la verdad.”

Entonces, muy bien señala el autor que los TLC “no son libres, pues quienes los negocian, así como los términos en los que se negocian, no pueden actuar por encima de los intereses de los grandes grupos que controlan el comercio exterior”.Tampoco son libres si constatamos que los países enriquecidos –en gran medida gracias a un comercio mundial desequilibrado y desequilibrador– no están dispuestos a desmontar sus estructuras proteccionistas para muchas de sus actividades económicas, como las agrícolas, por ejemplo. Además, es bueno insistir hasta el cansancio que estos tratados llamados de “libre comercio”, no son solo comerciales, algo que Cajas-Guijarro, lo demuestra de manera contundente. El autor nos recuerda que el papel del TLC-UE como herramienta para la acumulación de capital local y transnacional no es solo comercial. Dicho papel se extiende a los derechos de propiedad –pública y privada–, la liberalización del movimiento de capitales, el aprovechamiento de los recursos del Estado en beneficio de grandes proveedores extranjeros, y hasta el entreguismo en términos de propiedad intelectual. En definitiva, el acuerdo con la Unión Europea menoscaba las posibilidades futuras de que el Ecuador fortalezca su economía local, y más bien consolida el extractivismo y la dependencia.

Lo cierto es que una vez que los países ricos obtuvieron sus objetivos, han reclamado de otros la adopción del “libre comercio”, la desregulación de las economías, la apertura de los mercados de bienes, el ingreso libre a los inversionistas extranjeros, el archivo de aspiraciones soberanistas que suelen fastidiar a los capitales foráneos, en fin, la adopción de instituciones adecuadas a la racionalidad empresarial, a su cultura empresarial transnacional, se entiende. Así, las recetas del “libre comercio”, que en la actualidad se cobijan bajo la teología neoliberal, han sido exitosas en su búsqueda de consolidar una nueva división internacional del trabajo globalizada en función de las demandas del capital transnacional.

Ahora, debe quedar claro que el que no haya existido ni exista un mercado mundial libre no implica que su establecimiento asegure los objetivos planteados por sus defensores. Además, hay que tener presente que, en la actualidad, existen a escala planetaria un sinfín de regulaciones y prácticas –como las que se derivan de los propio TLC– que norman el comercio mundial, elaborado por y para los países más poderosos. Más allá del discurso de la libertad de los mercados, el mercado mundial es un espacio administrado por diversos intereses transnacionales. Las declaraciones de los gobiernos de los países ricos, ofreciendo supuestos beneficios a los países empobrecidos del Sur con la posibilidad de suscribir los TLC para resolver su subdesarrollo, se contradicen con la realidad, más aún cuando, con sus políticas comerciales, los países ricos incluso marginan las exportaciones de los empobrecidos y crean condiciones para mantenerlos por siempre como suministradores sumisos de materias primas o, a lo sumo, de algunos bienes con poco valor tecnológico (salvo algunos enclaves excepcionales, como la industria automotriz en México).

Es más, todavía existe una gran gama de mecanismos que frenan abiertamente el flujo comercial: aranceles de todo tipo, barreras no arancelarias, medidas antidumping o fitosanitarias, entre otras herramientas destinadas a cerrar abierta o veladamente los mercados. Y no sólo eso: en el último tiempo han vuelto a aflorar prácticas proteccionistas directas, como se constata en la política del presidente estadounidense Donald Trump, que incluso ha atropellado sin empacho al tratado de “libre comercio” suscrito hace más de dos décadas con sus vecinos de América del Norte.

En este contexto, el “libre comercio” en el campo económico y social en general, con sus correspondientes implicaciones políticas, consolidará una modalidad de acumulación primario-exportadora sustentada sobre todo en diversas formas de “competitividad espuria”, particularmente en la sobreexplotación de la Naturaleza y de la fuerza de trabajo. Esto a su vez ahondará la dependencia de una demanda externa volátil, con los consiguientes impactos en las cuentas externas e incluso mantendrá o hasta aumentará el endeudamiento externo, que para el Ecuador dolarizado es una de las principales fuentes de financiamiento. Y este tipo de inserción internacional conduce a la desintegración nacional: de hecho, la creciente concentración de los ingresos de exportadores e importadores, dada en pocos grupos económicos, también se realiza en una indudable concentración en pocas regiones del país, una cuestión que sin duda merece una investigación futura. En síntesis, se diluirán aún más las posibilidades para un proyecto de vida sustentable y equitativo, inclusive en términos regionales, sociales, ambientales… incluso económicos.

Aquí también urge anticipar los problemas que se ciernen sobre la región por la competencia desatada entre los países que ingenua y hasta torpemente pretenden suscribir como sea los TLC. El “libre comercio” provoca conflictos múltiples entre los países del Sur, en tanto cada país, envuelto en un enfrentamiento comercial fratricida con sus vecinos, intenta disputar a costa de ellos y a dentelladas un mercado finito. Este enfrentamiento, que también se registra en el ámbito financiero para atraer inversión extranjera –sacrificando cada vez más el impulso a respuestas propias–, se agudiza en la actualidad por efecto de la competencia desatada en medio de las diversas negociaciones bilaterales en marcha.

En estas condiciones, una respuesta adecuada exige buscar un régimen social de acumulación diferente al neoliberal y, por cierto, al capitalista, que no tenga como su eje y meta la inserción sumisa en el mercado mundial. Esto conduce a diseñar una concepción estratégica de participación en el mercado mundial, como parte de procesos nacional-locales apuntalados en una real integración regional. Una tarea por demás complicada si consideramos que las fuerzas sociales, que a inicios del siglo frenaron el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y el TLC con los Estados Unidos, ahora están como adormecidas e incluso en extremo fragmentadas luego de un largo período gubernamental donde se las debilitó y confundió con acciones y discursos que ocultaban las verdaderas intenciones aperturistas en marcha. Es importante tener presente, como anota el autor, que

“el fracaso y la estafa del progresismo creó el espacio político perfecto para el retorno de la mitología neoliberal. Es más, en el caso ecuatoriano, fue el propio correísmo el que arrancó ese retorno neoliberal, mientras que el “morenismo” se ha encargado de acelerarlo.”

Toda esta discusión nos plantea de manera urgente, como demanda John Cajas-Guijarro, una acción que vaya más allá de las lamentaciones y que conduzca a una reconstitución de las fuerzas populares capaces de cambiar el curso de esta larga y triste historia. Este es, en suma, un libro indispensable para analizar lo pasado y, sobre todo, para entender mejor lo que estamos viviendo y, en especial, entender las sombras que se avecinan.

Octubre de 2018

1 Economista ecuatoriano. Profesor universitario. Exministro de Energía y Minas.

Expresidente de la Asamblea Constituyente.


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