Salir del trabajo capitalista y construir autonomía.
¡Tenemos un mundo más allá del trabajo que ganar!
¡Proletarios de todo el mundo, dejadlo ya!
Salir del trabajo capitalista y construir autonomía
Mónica Gallegos Ramírez
¡Tenemos un mundo más allá del trabajo que ganar!
¡Proletarios de todo el mundo, dejadlo ya! (Grupo Krisis, 2002)
En el momento actual de la acumulación de capital, denominada globalización neoliberal, las condiciones de trabajo se han ido deterio-
rando cada vez más. Esta situación se evidencia aún en las estadísticas oficiales –que son las más conservadoras–, referidas a la precarización laboral a la que se enfrentan no sólo quienes se incorporan al trabajo por primera vez: mujeres y hombres jóvenes, entre los cuales, incluso, se presentan brechas de ingreso y condiciones laborales, siempre desfavorables para las mujeres, sino también los que en algún momento gozaron de “estabilidad” salarial, buenas prestaciones y seguridad social, en los llamados empleos formales, quienes en los últimos años han sufrido el deterioro de sus condiciones de trabajo por los cambios que introdujeron las reformas legales que se han realizado en materia laboral; no digamos los subempleados y desempleados que no cuentan con ningún tipo de respaldo para solventar sus necesidades.
La precarización del trabajo se relaciona con las políticas de austeridad o de ajuste estructural instrumentadas en América Latina desde
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hace más de cuarenta años. Éstas han tenido, entre otros objetivos, el control y abaratamiento del trabajo a través de la contención salarial, de la flexibilización de los métodos de contratación y despido, y de la supresión de las prestaciones sociales de todo tipo, lo que ha garantizado trabajo abundante –capacitado y no–, a bajo costo, y que no ejerza demandas ni formule exigencias que obliguen a los empleadores a atenderlas. Los contratos de tiempo determinado establecen bajos niveles salariales y no contemplan prestaciones adicionales de ninguna clase; la subcontratación, realizada por empresas externas que no se comprometen con l@s trabajador@s en ningún sentido; además, los sindicatos que antes se organizaron para la defensa y cumplimiento de condiciones laborales más dignas, han sufrido también ataques y, si no están en proceso de desarticulación y desaparición, se enfrentan a la “competencia” de sindicatos empresariales organizados precisamente para la defensa de las empresas.
En el capitalismo, hablar de trabajo ha implicado siempre hablar de explotación. En el momento actual supone la superexplotación, pues, junto con la disminución constante de la capacidad adquisitiva del salario (decremento del salario real), también se han ido eliminando de las prestaciones económicas las primas vacacionales y aguinaldos; el ahorro para la vivienda, los estímulos especiales, los sobresueldos y el reparto de utilidades. Al mismo tiempo, aumentan el desempleo y subempleo; se incrementan los despidos injustificados; suben las horas trabajadas sin pago extra; se intensifica el trabajo; se reducen hasta desaparecer las prestaciones de la seguridad social (atención a la salud; capacitación a jóvenes y apoyo para continuar estudios; prestaciones especiales para mujeres por embarazo y parto, lactancia, guarderías; prestaciones a adultos mayores: retiro en edad avanzada, pensiones, jubilaciones, salud, préstamos, etc.); aumenta la rotación de personal con contrataciones de corta duración y con cambios constantes en los horarios de trabajo; se multiplican los contratos “a prueba”, en especial para las personas jóvenes, contratos que se prolongan sin pago hasta que la gente se cansa y se va, o hasta que acepta las condiciones precarias, entre ellas un salario insuficiente que raramente se incrementa, y si lo hace es con montos ridículos.
Junto con todo lo anterior, se constata la facilidad con la que el capital se deshace de trabajador@s quienes son desplazados por la tecnología, principal elemento que se modifica para aumentar la productividad y la competitividad frente a otras empresas. Precisamente por esto, es manifiesta la incapacidad del capital de emplear a la totalidad de las personas que buscan trabajo; nunca lo pretende, aunque pueda ser parte de su discurso. Al respecto el Grupo Krisis señala en su Manifiesto contra el trabajo:
Era de prever que se llegaría antes o después a ese límite. Porque el sistema de producción de mercancías adolece desde su nacimiento de una contradicción incurable. Por un lado, vive de chupar energía humana en cantidades masivas mediante la dilapidación de mano de obra en su maquinaria, cuanta más mejor. Por otro lado, la ley de la competitividad empresarial impone un crecimiento constante de la productividad, en la que la fuerza de trabajo humana se sustituye con capital en forma de conocimientos científicos (2002: 18).
Tampoco podemos obviar el regreso a condiciones de esclavitud de millones de personas en el mundo. La llamada esclavitud moderna o trata laboral es un hecho documentado por distintos grupos y organizaciones sociales, además de la Organización Internacional del Trabajo (oit, 2016). Esta se relaciona con las exigencias del proceso de acumulación de riqueza en cada vez menos manos, al tiempo que se vincula con la economía criminal, considerado como un redituable sector que ha sido ampliamente explotado tanto por capitales legales como ilegales y que se dedica al tráfico de personas, de órganos, de armas, de drogas. La obtención de elevadas ganancias provenientes de estas actividades, que luego entran en el circuito legal del capital, se realiza a partir del sometimiento de estas poblaciones esclavizadas a condiciones de trabajo y de vida indignas.
Lo que estamos viviendo como trabajador@s en los últimos decenios, se contradice por completo con el paradigma que sitúa al trabajo como la actividad que dignifica a las personas; una actividad que permite el despliegue de nuestras capacidades y habilidades, de nuestra imaginación y creatividad. Las características de la actividad laboral de estos tiempos niegan la idea de que el trabajo nos enaltece y nos permite ser verdaderamente humanos. Sucede exactamente lo contrario: para miles de millones de personas en el mundo la experiencia laboral es inhumana e indigna; y, como veremos más adelante, esto no sólo tiene que ver con el deterioro creciente de las condiciones de trabajo, sino que es un problema estructural y sistémico, propio del capitalismo.
Frente a la precarización creciente del trabajo, en términos discursivos suele proponerse el promover trabajo “decente” que garantice condiciones mínimas de trabajo, salario y vida, que sean dignas para l@s trabajador@s. En este supuesto, contradictoriamente se buscaría diseñar políticas que favorezcan las condiciones de trabajo, salario y prestaciones sociales, pues como dichas políticas van a contracorriente de las reformas que en materia laboral se han instrumentado en países como el nuestro –para garantizar flexibilidad, disponibilidad y abaratamiento del trabajo–, parece absurdo y es improbable que se lleven a cabo, aunque sean recomendadas por los organismos internacionales del trabajo.
No obstante lo anterior, la lucha, la movilización y la organización de l@s trabajador@s, ya sea a través de sindicatos o no, son las únicas que pueden garantizarles condiciones de trabajo, ingreso y prestaciones sociales más justas, dignas y humanas. Resulta improbable que el estado las proporcione cuando ha sido él –junto con el capital–, quien ha promovido e impuesto condiciones de trabajo injustas y cada vez más indignas. Para much@s trabajador@s resulta claro que hay que seguir formulando demandas y exigencias, que hay que plantearlas en las instancias institucionales que supuestamente están diseñadas para atenderlas. Saben que la organización y la lucha son importantes para intentar poner límites y frenar los excesos del capital, siempre respaldado por el estado. Asimismo, tienen presente que hay que exigir todo el tiempo reconocimiento a su dignidad como trabajador@s y justicia para las condiciones de trabajo, salario y prestaciones que se correspondan con esa dignidad; que mientras exista este orden social, basado en la explotación y la injusticia, será necesario luchar para intentar reducirlas.
Sin embargo, considero que no hay que dejar de reflexionar, problematizar y tener en cuenta que al exigir y demandar al capital y al estado, nos movemos en sus espacios y tiempos, en sus modos, formas, ritmos e intereses. Por lo tanto, esa organización y lucha que se expresa con exigencias y demandas, aunque cuestiona la injusticia de nuestras condiciones de trabajo, no pone en entredicho –en lo fundamental– la existencia del orden capitalista ni la manera en que se centra en el paradigma del trabajo. Por el contrario, termina reforzándolos en la medida en que la organización y la lucha se agotan en la consecución o rechazo de nuestras peticiones. Podemos lograr mejores condiciones de vida y trabajo pero mientras no cuestionemos nuestra continuidad en el capitalismo como trabajador@s seguiremos siendo explotad@s (por el simple hecho de que una parte importante del valor que producimos trabajando se lo apropia y lo acumula el capital, siempre con ayuda del estado).
En este punto, surgen dos preguntas que nos resultan pertinentes: ¿Tendremos la fuerza de atrevernos a plantear –tal como ya lo hicieron otr@s antes– la exigencia de nuestra propia desaparición en tanto trabajador@s? ¿Seremos capaces de luchar y organizarnos para ir contra y más allá de nuestra existencia como trabajador@s? Estas interrogantes tienen que ver con la posibilidad de volvernos a plantear el descentramiento de nuestras vidas del paradigma del trabajo. Lo que no es máxima realización humana, ni despliegue y expresión plena de nuestra subjetividad, ni el espacio de generación de las condiciones justas para una sobrevivencia digna, etc. Son ideas que han calado profundo en nosotros pues en muchos momentos nuestra vida gira en torno al trabajo y a las limitaciones y frustraciones por no tenerlo. Para muchísima gente que tiene empleo, una parte importante de sus ingresos –si no es que todo–, proviene del salario y de él “dependen” sus condiciones de sobrevivencia así como sus posibilidades de participar en el mercado, es decir, de consumir; quien no tiene trabajo queda fuera de estas posibilidades.
Desde una perspectiva crítica y anticapitalista, lo que en realidad implica el trabajo es: explotación; reproducción de la relación social que da basamento al sistema capitalista; generación de riqueza social (valor) expropiada a l@s trabajador@s para ser apropiada y acumulada en forma privada; es también repetición, rutina, aburrimiento, conformismo; achatamiento de la subjetividad; anulación de la creatividad; cansancio, insatisfacción, dependencia; imposibilidad para otras realizaciones; enfermedad; y, para la gran mayoría supone, además, insuficiencia de recursos para la sobrevivencia. Partiendo de esta postura crítica, tendríamos que ir entonces mucho más allá del logro de nuestro reconocimiento como trabajador@s, y nuestra lucha y organización no contentarse o contenerse sólo con la obtención de mejoras en nuestros derechos laborales y humanos, ni con la garantía de condiciones más justas y dignas de trabajo y vida. El desafío es atrevernos a dar el siguiente paso que implica hacer un mundo sin trabajador@s ni capitalistas, por supuesto; orientado a la construcción de nuestra autonomía.
Hay varias visiones teórico-políticas que expresan esta postura, algunas de corte anarquista que fueron formuladas hace casi ciento cincuenta años. Todas ellas alertan de las contradicciones presentes en el proceso de producción de valor y de valorización del capital, y dejan claro que las luchas laborales (por reivindicaciones salariales y de todo tipo) si bien implican una presión en el proceso de distribución de la ganancia entre el trabajo y el capital, se dan en los marcos del propio capitalismo, tal y como éste se organiza, y no cuestionan la existencia del trabajo ni la existencia del capital. Lo cual significa que participamos como trabajador@s en el proceso de producción de valor acumulable por el capital –y de su valorización–, gracias a la explotación de la que somos objeto y que no la cuestionamos cuando pretendemos seguir existiendo como trabajador@s. Participamos, pues, de nuestra propia explotación, y hasta ahora la mayor parte del tiempo sólo hemos pretendido mejorar las condiciones en la que ésta se realiza. Anselm Jappe manifiesta:
Acabar con el capitalismo no puede consistir en una distribución equitativa basada en categorías como el dinero, el valor o el trabajo; es indispensable profundizar la crítica de la producción capitalista, para lograr eliminar estas categorías y no limitarse a un cambio en el régimen de su propiedad. Hoy, la cuestión del trabajo abstracto ha dejado de ser “abstracta”; se hizo directamente visible […]
[…] no se trata de pedir la “inclusión” de los excluidos en la esfera del trabajo, el dinero y el sujeto, sino de acabar con una sociedad en la cual sólo la participación en el mercado abre el derecho de ser “sujeto” […] ¿Será que vale la pena luchar por “integrarse” en la sociedad dominante (obtener o defender derechos, mejorar su situación material, etc.) o es esto simplemente imposible? (2015: 3-5).
Muchos movimientos y organizaciones sindicales, de obrer@s, cooperativistas, etc., en nuestro país pero también en otras partes, han dejado de lado esta crítica fundamental a las formas de organización y lucha que han seguido hasta ahora; y, por el momento, no parece sencillo que comiencen (comencemos) a reivindicar la necesidad de su (nuestra) propia desaparición como trabajador@s. Este es un reto que representa las mismas dificultades y potencialidades no sólo para l@s trabajador@s, sino para tod@s nosotr@s frente a la exigencia de romper con nuestras propias categorías identitarias y clasificatorias que nos atan a prácticas fetichizadas. Esta tarea anti-identitaria tendrá que apoyarse en prácticas otras, dirigidas a la construcción de autonomía, de autodeterminación, de autogestión colectiva de la vida, de autogobierno.
La perspectiva crítica y anticapitalista que hemos referido, a decir de Holloway, sostiene la idea del necesario abandono, de la huida, del escape, de la abolición del trabajo capitalista, en aras de la recuperación de nuestro propio hacer creativo (el hacer concreto), atrapado en este sistema de producción de valor y acumulación de plusvalor en la forma de trabajo abstracto (tiempo de trabajo humano, general, socialmente necesario invertido en la producción de las mercancías), y es la que queremos reivindicar. Al respecto este autor subraya:
Si va a haber un futuro para la humanidad, debemos vivir de forma diferente, debemos actuar de forma diferente […] Debemos desarrollar un hacer diferente […] Haz de forma diferente, haz contra el trabajo. No hay otro camino hacia delante […] El mundo del trabajo abstracto es un mundo de cercamientos […] Nuestro hacer es un torrente contra todo cercamiento […] (2011: 284-285).
Nuestra posible salida de la sociedad capitalista del trabajo hacia una sociedad emancipada es una cuestión compleja, pues, como hij@s de esta sociedad contradictoria y antagónica somos justo así. Sin embargo, si tenemos presente el horizonte político anticapitalista, que es el que nos anima, nuestro hacer autodeterminado buscará la construcción de una sociedad en la que nos reapropiemos de nuestras vidas y asumamos plenamente la responsabilidad de ellas, dejando fuera al capital que, tal como lo señala Holloway, “es la expropiación constante no sólo de nuestros productos, sino de nuestro hacer, pensar, decidir y vivir” (ibid.: 283). Dejar atrás la sociedad capitalista del trabajo enajenado y recuperar la autodeterminación de nuestro hacer es un desafío que, pensamos, sólo podrá asumirse a partir de la auto-organización colectiva de la vida y de nuestra sobrevivencia. Por eso es que resulta tan importante construir autonomía en todos los terrenos de nuestra existencia.
Sabemos que esta experiencia no es sencilla porque construir colectividad exige mucha disposición y un trabajo permanente para que, también en colectivo, vayamos adquiriendo conciencia de nuestra inconciencia impregnada por el capitalismo patriarcal, para que el miedo, la envidia, el resentimiento, la competencia, los celos, la necesidad de reconocimiento, la falta de respeto, el insuficiente compromiso con la acción requerida, y muchas otras cosas más que se ponen en juego al intentar construir organización, no se conviertan en obstáculos insuperables que nos impidan caminar en esa dirección. Lo importante es que también sabemos que ese proceso de organización colectiva para salir del capitalismo ya se está ensayando en comunidades, colectivos, organizaciones, barrios, familias, de nuestro país y del mundo, y que aún con sus contradicciones y dificultades, en estos espacios se están planteando formas alternativas de organizar el hacer colectivo, de resolver sus necesidades y de modificar las formas de relacionarse con el mercado capitalista. Conocer esta multiplicidad de experiencias anima una esperanza activa que exige poner en marcha ahora, y vivir en nuestras prácticas cotidianas, la sociedad que queremos para el futuro.
o performances, etc.– los pasos para salir del trabajo al hacer, y se mostraban las dificultades y contradicciones en el proceso.
Bibliografía
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Dinerstein, Ana y Michael Neary (comps.). (2009). El trabajo en debate. Una investigación sobre la teoría y la realidad del trabajo capitalista. Argentina: Herramienta Ediciones.
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Holloway, John (2009). Clase y clasificación: en contra, dentro y más allá del trabajo, en Dinerstein, Ana y Michael Neary (comps.). El trabajo en debate. Una investigación sobre la teoría y la realidad del traba- jo capitalista. Argentina: Herramienta Ediciones.
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Jappe, Anselm (diciembre de 2015). Tesis sobre las raíces del mal. Conferencia dictada en Cideci-Unitierra. San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
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— (2016). Panorama laboral 2016. América Latina y el Caribe. Perú: Oficina Regional para América Latina y el Caribe. Disponible en http:// www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—americas/—ro-lima/documents/publication/wcms_537803.pdf (consultado el 4 de marzo de 2018).
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Resiliencia de las trabajadoras sexuales ante la violencia del crimen organizado y del Estado mexicano
Elvira Madrid Romero y Jaime Montejo
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ablar del trabajo sexual en este momento es tan difícil como hacerlo sobre otras actividades, tales como el periodismo, la defensa de los Derechos Humanos, la defensa del territorio y la cultura indígena, entre otros más. La marca de la violencia nos ha alcanzado a todos los sectores sociales, incluso a un sector de la clase política que también está pagando con sangre sus aspiraciones a ocupar los cargos de presidente municipal, regidor o haberlo sido antes de su ejecución. Asimismo, oponerse a un megaproyecto que afecta el territorio ancestral de un pueblo indígena, una comunidad o tribu, les pone en la mira de los sicarios contratados por empresarios mexicanos o políticos de carrera que ven afectados sus intereses económicos por la oposición popular a tales proyectos de muerte. Oponerse al desplazamiento de una zona de un centro histórico, turística o en manos de alguna inmobiliaria, también le ha costado la vida y la libertad a no pocas trabajadoras sexuales en México, cualquiera que sea su orientación sexual, su sexo biológico, su identidad y expresión de género.
En este momento es nota roja los asesinatos y muertes violentas de mujeres escort, acompañantes extranjeras que se anuncian en redes sociales y que están pagando muy caro las luchas por el control de la plaza de empresarios antagónicos, la presencia de sicarios emprendedores que ven en ellas grandes oportunidades de negocio a través del
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secuestro, la extorsión y de obligarlas a trabajar para ellos en condiciones más violentas. Se habla mucho de los 43 de Ayotzinapa y así tiene que ser y no olvidarnos de este agravio a las luchas populares de México y el mundo. Sin embargo, poco se habla de las 45 trabajadoras sexuales desaparecidas en Tamaulipas en el año 2015, donde se acusa al crimen organizado y al personal del Grupo de Coordinación de Tamaulipas (gct) de las desapariciones.
La Red Mexicana de Trabajo Sexual, espacio de deliberación y toma de decisiones promovido por la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer, “Elisa Martínez”, A.C. desde 1997, también ha resentido la violencia hacia las trabajadoras sexuales, que no es más que un reflejo de la que está viviendo todo el pueblo mexicano. En el sexenio de Felipe Calderón fueron asesinadas con saña, seis trabajadoras sexuales defensoras de Derechos Humanos. Tres en la Ciudad de México bajo la jefatura de Miguel Ángel Mancera, dos más en Orizaba, Veracruz bajo el gobierno estatal de Javier Duarte y una más en Guadalajara, Jalisco, bajo el mandato de Aristóteles Sandoval Díaz. En cada informe anual del Observatorio Laboral del Trabajo Sexual en México, hemos mencionado casos sobre feminicidios, transfeminicidios y otros crímenes de odio hacia quienes decidieron ganarse la vida ofreciendo servicios sexuales a quienes los necesiten. Observamos y le dimos seguimiento a 200 casos de mujeres y adolescentes desaparecidas en Ecatepec, de las cuales damos cuenta en el cómic Desaparecidas de Ecatepec y sólo once probablemente corresponden a desapariciones relacionadas con la trata de personas.
Pasa que en dicha ciudad cualquier varón se siente con el “derecho” de privar de la libertad, violar y asesinar, muchas veces con odio a cualquier mujer. ¿Por qué? Porque nadie investigará la inmensa mayoría de casos. Entonces un ex novio viola y ejecuta a la mujer con quien tuvo un romance. Un esposo matará y procurará no dejar rastro de quien fuera su pareja porque ya consiguió un empleo mejor pagado que él. El chofer de una combi se la jugará sin que nadie le diga, cuando una pasajera de la secundaria o preparatoria le guste, bajará a toda la gente, desviará su curso, violará, asesinará y tirará en un canal de aguas negras a la chiquilla que le gustó. El sicario que todos los días debe presentarse ante el jefe de plaza, “levantará” a la mujer que le guste, la violará y ejecutará porque él no fue de su gusto para ella. Y así sucesivamente muchas historias de violencia hacia las mujeres.
¿Y esas historias de violencia extrema hacia las mujeres y adolescentes, tienen que ver con el trabajo sexual, el crimen organizado y el Estado mexicano?
Lo de crimen organizado es más fácil de reflexionar. Muchos varones copian el comportamiento criminal de los sicarios del narcotráfico, de la policía, militares y marinos y al copiarles se quieren parecer a esos individuos y reproducen una forma de actuar contra las mujeres y también contra otros varones. Otros varones que ejercen dicha violencia, ya forman parte del engranaje industrial del sicariato profesional mexicano. Otros forman parte de cuerpos de seguridad del Estado. Aquí encontramos una primera relación de esos crímenes con el Estado mexicano, pero la relación es más profunda. Un Estado que ha sido incapaz de ofrecer las necesidades básicas de niños, adolescentes y varones adultos, se encontrará con una marabunta de sujetos que complacerán sus deseos a toda costa, incluso a costa de la vida de las mujeres que le rodean. Además, el clima de violencia impuesto desde Calderón hasta la fecha, no hace más que reproducir esas y otras expresiones de violencia.
Ahora, ¿qué relación tienen esos crímenes de odio contra mujeres de diferentes edades con las trabajadoras sexuales?
Si bien es cierto que las trabajadoras sexuales, representan uno de los grupos más despreciados de la sociedad, en los últimos doce años nos hemos percatado, que el desprecio es hacia todas las mujeres, que ha crecido exponencialmente gracias también a los medios informativos y que todas las mujeres hoy en día, excepto quizá la madre de cada quién, aunque no en todos los casos, son tratadas como “putas”, de las cuales se puede prescindir, al fin que no pasa nada y que hay muchas mujeres por doquier.
Las torturas, el encierro, las violaciones tumultuarias o sucesivas, que se están infringiendo a muchas mujeres son las mismas a las que habían sido sometidas las trabajadoras sexuales durante mucho tiempo pero en menor cantidad. Hemos llegado a un momento donde “puta” ya no es sólo una mujer que vive su sexualidad con libertad, sino todas las mujeres con las que me topo. Esa falta de respeto a la dignidad de las mujeres, es la misma que el capital, muchos gobernantes e individuos de a pie, han impuesto a las trabajadoras sexuales desde que la Corona española invadió los territorios ancestrales de nuestros pueblos originarios, hoy latinoamericanos.
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Se realizan declaraciones de alerta de género y no se realiza ninguna actividad afirmativa para proteger la vida de las trabajadoras sexuales en todo el territorio mexicano. Además, si un grupo de trabajadoras sexuales coloca una cámara de vigilancia en la casa de citas que dirigen de forma colectiva, a quien pagó su instalación la van a acusar de tener a sus compañeras en calidad de esclavas sexuales. Si unas trabajadoras contratan servicios de seguridad privada, a la que mejor hable la encarcelarán por trata de personas. Si una trabajadora sexual se arma para defenderse del ataque de varones violentos, la aplicarán la ley federal de armas y explosivos. Y si una trabajadora sexual promueve el mer- cadeo social de condones, esos insumos para la salud serán usados en su contra en juicios de trata de personas y delincuencia organizada. Así, se realizan múltiples operativos policiacos contra la trata de personas, se castiga a las trabajadoras sexuales, se les despoja de sus fuentes de empleos, se les inculpa porque alguien tiene que pagar y se usan los condones como prueba del delito. Y ninguna legislatura estatal o federal o regiduría municipal retoma el planteamiento de las organizaciones defensoras de las trabajadoras sexuales, excepto algunas jueces y jueces del Poder Judicial de la Federación, así como el Congreso Estatal de Coahuila de la anterior legislatura que reconoció al trabajo sexual como trabajo no asalariado.
La pregunta de Lenin, retumba en nuestros oídos en este momento: ¿Qué hacer?
Perfilar los cambios en las relaciones interpersonales, a un nivel mayor. Reproducir relaciones humanas donde el sentido de propiedad privada no sea el que les dé cuerpo y sabor y tratar de no reproducir la forma Estado en nuestras trincheras. No esperarnos a que un estallido popular deponga al régimen y tampoco apostarle a islas privadas de autonomía, al margen de la mundialización del capital. No hay que esperar a que el Estado sea destruido, sino hay que construir sociedades políticas no estatizadas.
En el caso de las trabajadoras sexuales, esto significa seguir construyendo un mundo libre de la explotación laboral, abusos, discriminación, libre de la trata de personas en cualquiera de sus modalidades y también libre de crímenes de odio. Esto significa un mundo libre de capital, todo tipo de capital y libre de trabajo, todo tipo de trabajo, incluso el trabajo sexual, así como libre de un Estado que regule dicha relación entre el capital y el trabajo. Hablamos de la abolición del trabajo, de la propiedad privada, del Estado y también del matrimonio monogámico heterosexual, institución social que se retroalimenta del comercio sexual y viceversa.
Hemos vivido tiempos donde las trabajadoras sexuales se acostumbraron a demandar derechos, marchar y realizar otras acciones directas; protestas a la orden del día. Pero hoy en día marchar contra los narcos, contra el narco-Estado y sus protectores, sería un suicidio en muchos lugares de México. Oponernos al Partido Revolucionario Institucional (pri) nos puede costar la vida. Oponernos al Partido de la Revolución Democrática (prd), también. Oponernos al Partido Acción Nacional (pan), al Verde (Partido Verde Ecologista de México), a Morena, a los paramilitares del Partido Encuentro Social, a los representantes del Movimiento Ciudadano, del Partido del Trabajo, del Partido de Nueva Alianza, y demás partidos locales puede ser el inicio de nuestra propia destrucción. Oponernos a las acciones o postulados de partidos políticos que llaman a la lucha armada, también nos pone en alerta de un ataque a nuestra vida o seguridad como ya nos ocurrió en el pasado.
Es un momento donde candidatos de la clase política, utilizan al trabajo sexual, denostándolo en la mayoría de casos para ganar votos y aprecio de la “ciudadanía” de innumerables ciudades.
¿Qué hacer entonces en este preciso momento, no dentro de diez o veinte años?
Resistirnos a perecer en la lucha a favor de las trabajadoras sexuales.
Resistirnos a que nos dobleguen y nos obliguen a aplaudir sus desmanes contra nuestras compañeras del talón.
Resistirnos a que nos impongan el miedo a morir, a ser encarceladas, a que nos quiten la patria potestad de nuestros hijos e hijas.
Y, resistirnos a traicionar a nuestra raza por una foto con el presidente o gobernador en turno, por un financiamiento, por una casa de citas dónde podamos abusar de otras compañeras.
Sin embargo, la resistencia no es suficiente.
Debemos defender las fuentes laborales, defender las conquistas laborales arrancadas al poder y el dinero, y debemos obtener mejores conquistas laborales como el reconocimiento de trabajadoras no asalariadas, obtenido gracias a la Sentencia del juicio de amparo 112/2013 del Poder Judicial de la Federación, impulsada por la Red Mexicana de
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Trabajo Sexual, la Brigada Callejera y el bufete jurídico Tierra y Libertad de los abogados Bárbara Zamora y el licenciado Santos García.
Debemos burlarnos de la vida y de nosotros y nosotras mismas, sin dejar el coraje de sabernos eje de la humillación de muchas otras mujeres.
Debemos ser como las palmeras que ante el vendaval, nos doblamos a voluntad expresa no por imposición, casi tocando el piso y al pasar los aires furibundos, nos erguimos nuevamente, valoramos la situación y con mucha imaginación planeamos las acciones a seguir.
Eso que ahora llaman “resiliencia”, Brigada Callejera lo aprendió de las trabajadoras sexuales y muchas de ellas de sus pueblos originarios de donde proviene la mayoría, no de la industria de la filantropía, tampoco de la industria de la fe y menos aún de la industria del rescate de víctimas de trata de personas.
En una de esas, dejamos de retroceder ante los ataques del capital proxeneta y el Estado lenón, dejamos de cuidarnos de las líderes charras que nos apuñalan por la espalda, dejamos de observar a las compañeras que esperan que la rebelión les reditúe todos sus esfuerzos y sacrificios, dejamos de sólo llorar por nuestras presas y encarceladas y de estar a la defensiva porque ya nos está costando la vida de mucha gente amada y entrañable, y a lo mejor nos toca presenciar el golpe final sobre la civilización de la mercancía.
Hoy, ayer y mañana, sumaremos esfuerzos para que el trabajo sexual pueda ser nombrado sin odio y encono. Por ello hoy pueden contar con el libro Pliego petitorio de la Red Mexicana de Trabajo Sexual: 20 años de movilización contra el vih, Sida, el silencio, la trata de personas y la discriminación.
Caminando preguntamos.
Balance del Sindicato Mexicano de Electricistas a la propuesta del Concejo Indígena de Gobierno
José Humberto Montes de Oca Luna
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l 24 de enero pasado se celebró en las instalaciones del Sindicato
Mexicano de Electricistas (sme), en la Ciudad de México, el Primer Encuentro Nacional de Trabajadoras y Trabajadores Anticapitalistas del Campo y la Ciudad, convocado por el Concejo Indígena de Gobierno (cig), en el cual confluimos concejales, representantes de diversos pueblos originarios y trabajadores asalariados y no asalariados de la Nueva Central de Trabajadores (nct). Meses antes, el sme acordó en su Asamblea General del 11 de octubre de 2017, apoyar la candidatura independiente de la compañera María de Jesús Patricio “Marichuy”. Reconocimos en esta iniciativa política una alternativa de izquierda anticapitalista para hacerle frente al proceso de descomposición de la clase política, los partidos e instituciones del régimen, avanzando en la articulación de nuestras resistencias a la sobreexplotación del trabajo, al despojo de nuestros bienes comunes, a la cancelación de nuestros derechos sociales y el recrudecimiento de la represión del Estado.
En el Encuentro del 24 de enero identificamos aspectos de intersección entre las luchas de los trabajadores y los pueblos indígenas, y también observamos, entre nosotros, la existencia de distintas formas de organización y experiencias de lucha. Sin embargo, trabajadores y pueblos indígenas, hemos sufrido desde una perspectiva histórica, el mismo proceso de despojo de la tierra, el agua y nuestros recursos na-
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turales. En el caso de los trabajadores del sme, este despojo viene de generaciones anteriores. Para la construcción del complejo hidroeléctrico de Necaxa, se desalojaron a los pueblos originarios, que fueron convertidos en los primeros trabajadores asalariados de origen campesino e indígena en la región de la sierra norte de Puebla; quienes al vivir el despojo de sus tierras sólo tuvieron como alternativa: el trabajo asalariado. La lucha que los pueblos originarios hoy están dando por la defensa del agua y el territorio la entendemos, existe un vínculo entre el trabajo asalariado, el trabajo asociado y la autogestión de los pueblos.
¿La lucha por las reivindicaciones inmediatas es en sí misma reproductora del sistema? ¿Debemos dejar de luchar por reivindicaciones laborales inmediatas para concentrar nuestra lucha anticapitalista en una nueva construcción social? Nosotros no concebimos a las luchas reivindicativas como algo contrapuesto a la lucha anticapitalista. Creemos que es importante luchar por las reivindicaciones, pues la lucha organiza y concientiza, siempre y cuando, se tenga en estas luchas una concepción rupturista con el capital y la explotación. Hoy la clase trabajadora de la ciudad y el campo vive una situación verdaderamente difícil. La globalización del capital han impuesto una tendencia mundial hacia la profundización del trabajo precario con salarios de hambre, pérdida de derechos y prestaciones sociales, flexibilidad e inestabilidad laboral, sustitución de la contratación colectiva por una individual sin seguridad social (como es el outsourcing y la llamada tercerización del trabajo), desempleo creciente y persecución de los sindicatos autónomos y democráticos. En suma, vivimos una especie de regresión histórica hacia la sobreexplotación del trabajo.
En nuestra historia nacional podemos observar como a finales del siglo xix y principios del siglo xx, el capital extranjero llegó a apoderarse de las industrias nacionales y no permitía ni la organización, ni la lucha de los trabajadores. Tuvieron que pasar muchas luchas históricas (como la de Cananea, Río Blanco, y la de los propios electricistas) para que los trabajadores pudieran legitimar su organización. En aquellos tiempos no existía la contratación colectiva, la normatividad de seguridad e higiene, ni las formas de pago que aseguraran al trabajador un ingreso económico estable. En ese contexto surgieron las primeras organizaciones mutualistas, cooperativas y sindicatos. Desde aquel momento se estableció una gran diferencia en el seno del sindicalismo: por una parte, el sindicalismo patronal y corporativo que se organizaba en torno a la Casa del Obrero Mundial, empleado por Carranza para combatir al ejército zapatista y cuyas expresiones evolucionaron a lo que hoy conocemos como sindicatos “corporativos-charros”; por otro lado, los sindicatos autónomos y democráticos que libraban una lucha frontal contra el capital extranjero y que se negaron a combatir a nuestros hermanos indígenas y campesinos. El sme fue fundado en 1914 por anarcosindicalistas y socialistas. En los años treinta estuvo hegemonizada por miembros del Partido Comunista que en la huelga histórica de 1936 nos permitió obtener uno de los mejores Contratos Colectivos de Trabajo de América Latina. En 1960 participamos en la nacionalización de la industria eléctrica, y a partir de los gobiernos neoliberales libró una lucha permanente en contra de la privatización del sector eléctrico y en el último periodo en contra de las reformas energética y laboral.
En México, los trabajadores hemos sufrido no sólo el desmantelamiento de los contratos colectivos y la mutilación constante de la Ley Federal de Trabajo. Además, hemos recibido duros golpes en contra del sindicalismo democrático, como fue el decreto de extinción de la empresa pública descentralizada Luz y Fuerza (lf) del Centro por Felipe Calderón en 2009. Esta agresión significó el despido masivo de 44 mil trabajadores, después de una campaña de linchamiento mediático de la empresa y el sindicato, además de la reforma patronal de la Ley Federal del Trabajo (2012). Todo lo anterior en el marco de la imposición de ese capitalismo salvaje que hoy conocemos como neoliberalismo.
Ante este escenario, tenemos que reflexionar acerca de cómo podemos articular nuestras luchas de resistencia al capital: respetando sus orígenes, experiencias y formas de actuar. Para eso necesitamos avanzar en la unidad.
En el año 2015 realizamos la Caravana nacional por el agua, el territorio, el trabajo y la vida convocada por los compañeros de la tribu yaqui, en el marco de la campaña por la liberación del compañero Mario Luna. La Caravana fue una experiencia muy interesante, porque éramos sindicatos y pueblos originarios con un solo propósito. En el camino tuvimos dificultades, pues no siempre nos poníamos de acuerdo, había roces en cuanto a las formas de cómo actuar en la práctica y cómo organizarnos, pero a final de cuentas con unidad, tolerancia e inventiva
Balance del Sindicato Mexicano de Electricistas… 189
logramos el objetivo; terminamos el recorrido reivindicando estas cuestiones centrales: Territorio, Agua, Trabajo y Vida.
Nos parece muy importante el seminario, pues creemos que debemos encontrar las intersecciones entre las diferentes resistencias, para poder articularnos en una lucha más organizada, más frontal, con más perspectiva. Creemos que en el tema del trabajo sigue siendo válido plantearse la recuperación de los derechos históricos de los trabajadores, al mismo tiempo, que reivindicamos la defensa de la autonomía de nuestras organizaciones y promovemos formas autogestivas en la organización del trabajo, tareas que en su conjunto y en distintos planos desafíen la dominación del capital.
Después del desenlace de ocho años de resistencia, el sme está construyendo la Cooperativa Luz y Fuerza del Centro, con infraestructura de lf que pudimos recuperar con la lucha de resistencia, arrebatándoselas al gobierno y a la Comisión Federal de Electricidad por medio de la movilización y la negociación. Ahora nos planteamos reorganizar el trabajo con una perspectiva autogestionaria. Esto lo estamos ensayando con muchas dificultades porque venimos de otra cultura, del trabajo asalariado y es difícil hacer esa transición, pero es parte de un proceso de organización y concientización que avanza poco a poco. Creemos que no hay que esperar a que caiga o derrumbemos al capitalismo, sino que hay que ir ensayando formas de vida, organización y toma de decisiones anticapitalistas, para ir generando los embriones de una sociedad con justicia, democracia y libertad. Esto es indispensable en la construcción del poder popular revolucionario.
En el Encuentro del 24 de enero que tuvimos en el sme, los concejales de los pueblos originarios pudieron exponer sus experiencias en la construcción de autonomía, por nuestra parte pudimos transmitir la experiencia de los trabajadores que estamos en la resistencia en contra del capital. La experiencia que nos transmitieron nos pareció muy invaluable, quedando pendientes algunas tareas para dar seguimiento al Encuentro. Para nosotros queda claro que es fundamental una alianza estratégica entre la clase trabajadora y los pueblos originarios.
La migración como nueva forma de esclavitud: experiencias y esperanzas
Inés Durán Matute
U
na problemática que atraviesa a distintos sectores del México de abajo es cómo lo diferente es oprimido y marginado, es decir, cómo
un sistema capitalista moldeado a la imagen de la modernidad y la colonialidad impone etiquetas para perpetuar la dominación y explotación de ciertos sectores. Los migrantes y desplazados son parte de ello y, por tal motivo, es importante escuchar sus razones para migrar y sus experiencias para conectarlas a la reproducción del sistema y poder actuar y luchar contra sus tácticas y funcionamiento. Es por esto que me gustaría comenzar compartiéndoles la historia de Tomás y su paso a Estados Unidos:
Llegamos a Houston, a Houston Texas. Y de ahí de Houston nos llevaron en una van hasta Carolina del Norte, Wilson. […] se suponía que íbamos a estar bien, que nos iban a dar alojamiento bien y todo… pero al final salió pura mentira. Sí nos daban dónde quedarnos pero estaban unas condiciones bien deplorables, era como una bodega y solamente había tablas sin colchón ni nada, ni almohada ni cobija ni nada, y así nos dormíamos. No traíamos nada porque obvio no salimos con nada de allá. Entonces estábamos nomás con lo que traíamos puesto, así duramos buen tiempo. [Trabajábamos] piscando chile y diferentes así cosas. Que al final de cuentas te digo, no salió cierto nada de lo que decían, que íbamos a ganar que disque 500 dólares a la semana, ¿¡cuál!? ¡nada! No, no, no, piscábamos una cubeta de 11 galones de chile, creo que la pagaban como a 35 centavos algo así.
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O sea, era muy, muy, muy poco dinero, y para eso, te digo, nos tenían ahí viviendo y ellos nos cobraban la comida obvio, entonces lo poquito que ganábamos era más o menos para pagar la comida nomás que estábamos consumiendo. Ahí duré como 3 meses, ya después cada semana nos llevaban al centro del pueblo para hablar por teléfono, y para esto nos tenían vigilados, ¿me entiendes? Tenían gente vigilándonos para que no nos fuéramos, y una persona que estuvo ahí se acercó a nosotros a otros compañeros y yo, y dijo que si nos queríamos ir con él, y así es que nos escapamos de ahí.
En 1996, Tomás junto con 20 otros mezcalenses fueron atraídos a estos campos en Carolina del Norte con la promesa de trabajo. Él tuvo suerte y pudo escapar, pero como él, la Organización Internacional del Trabajo (oit) estima que son 25 millones las personas víctimas de trabajo forzoso a nivel mundial (ilo, 2017). Claro que esta estimación hay que tomarla con precaución, pues, tal como lo argumenta un estudio en Estados Unidos existe una gran dificultad para calcular el número de víctimas debido a que es una práctica encubierta, inhumana, extendida y criminal (Free the Slaves y Human Rights Center, 2004). Ésta sucede principalmente en lugares atravesados por rutas de viajeros internacionales o con importantes comunidades de migrantes y en los sectores de la prostitución, el trabajo doméstico, la agricultura y las maquiladoras (idem). Uno de los mayores obstáculos para hacer frente a esta práctica es la indiferencia de varios gobiernos e instituciones, pero también las recomendaciones elaboradas están lejos de acabar de raíz con el problema, puesto que se enfocan en cuestiones de educación (Bales, 2012; Free the Slaves y Human Rights Center, 2004), servicios sociales, seguridad y control (Free the Slaves y Human Rights Center, 2004), y no realmente en la deconstrucción de jerarquías que legitiman dichos abusos. En este escrito es justo a lo que quiero llegar, es decir, abrir el debate para pensar formas de organización para acabar con un sistema capitalista que recoloniza y relocaliza, poniendo a comunidades en situaciones para su deshumanización y explotación. Para esto quiero compartirles las experiencias de la comunidad indígena coca de Mezcala, con quienes he trabajado y me he solidarizado desde 2008. Esto es, sus razones para migrar, las situaciones con las que se encuentran y sus desilusiones, pero también sus esperanzas, técnicas de sobrevivencia y luchas por su respeto y reconocimiento.
Los orígenes de la migración
Aunque la migración de mezcalenses parece haber iniciado desde principios del siglo xix como consecuencia de los procesos de industrialización y urbanización de la región, fue con la llegada de la Revolución Verde que se consolidó. Tal como en otras comunidades de México, la agricultura se vio afectada pues dejó de ser productiva y la tierra comenzó a erosionarse con el uso de agroquímicos. Justo mientras esto sucedía se lanzó el Programa Bracero (1942-1964) para reclutar jornaleros que fueran a Estados Unidos a levantar las cosechas, y así hacer frente a la escasez de mano de obra a causa de la guerra. Un gran número de habitantes de la comunidad fueron parte de los 5 millones de mexicanos que se enlistaron y emprendieron el viaje. En las contrataciones se les hacían escaneos de seguridad y exámenes médicos que atentaban contra su integridad, pues se les desnudaba y examinaba minuciosamente para después ser fumigados (Astorga Morales, 2017), mientras que una vez allá se violaban sus contratos en cuanto a los pagos, las horas, el hospedaje, la salud y la alimentación (Calavita, 2006; Stephen, 2013). Asimismo, los sentimientos anti-migrantes comenzaban a surgir (Chavez, 2013) a la par de una imagen distorsionada y un tratamiento discriminatorio hacia los mexicanos (Stephen, 2008) que perpetuaban su criminalización y exclusión.
Este hecho debe ser considerado en un contexto histórico de larga duración pues desde el tratado de Guadalupe Hidalgo no sólo se creó una frontera geográfica sino también se crearon fronteras legales, culturales, raciales y políticas (Stephen, 2013) que han venido a impactar la configuración social en México y Estados Unidos. Es decir, que desde un inicio se denigró a los mexicanos con base en la raza, sosteniendo así una supuesta homogeneidad en Estados Unidos que perpetua la supremacía blanca dentro de los dos países (De Genova, 1998). Con el paso del Programa Bracero esto se acentúo al cambiar la percepción hacia los migrantes mexicanos de héroes que levantaban las cosechas a ilegales o mojados, expandiendo un discurso que amalgamaba la ilegalidad, criminalidad y mexicanidad (Stephen, 2013). Siguiendo la lógica que nos plantea Silvia Federici (2004) la acumulación primitiva despliega estrategias para abaratar la mano de obra, denigrando la naturaleza de quienes explota y acumulando diferencias y divisiones a través de la construcción de jerarquías basadas en el género, la etnia, la raza, la sexualidad y la edad. A los mexicanos se les impuso un estatus de subordinación y se les retrató como indeseables, lo cual sirvió para justificar y sustentar su explotación. De hecho, este programa mantuvo un suministro de mano de obra barata y desesperada, por ejemplo, don Ramiro, un bracero me contó que:
yo trabajé temporaditas unos 2, 3 meses ya me venía porque no crea no se halla uno por la forma que los trabajos son muy duros. … En el field, en la naranja, en la pera, todo eso piscaba uno, la uva, todo eso, son trabajos siempre duritos no crea y allá es temprano. … [Aquí] no son más que 8 horas las que trabajan, y allá, no pos allá, por contrato pero a veces unos que somos muy… que no le hallamos a piscar la naranja o la fruta que sea, no hace nada, saca cualquier cosita, cualquier cosa va sacando malmente, malmente para ir pagando las rentas. Allá se tiene que pagar rentas, allá no quieren que te pases. No, por eso yo así iba ratos, así temporaditas y me venía corriendo.
Así, como lo comenta, don Fausto, otro bracero, “a Estados Unidos todos los braceros de México los hicimos ricos”. Además, este programa le dio mayor predictibilidad, estabilidad y control al gobierno estadounidense sobre los trabajadores y el proceso de producción, mientras que se asoció el trabajo de los braceros con trabajo esclavo y la servidumbre (Calavita, 2006). El capitalismo creó formas de esclavitud más brutales y perniciosas, imponiendo el trabajo forzado como relación dominante (Federici, 2004). Se vive una nueva esclavitud, en donde los esclavos son temporales, no cuestan tanto y nadie es responsable, lo que los hace más fácilmente desechables, y permite que las ganancias sean mucho más altas (Bales, 2012). Al mismo tiempo, el discurso de “desarrollo” ha ido ganando terreno impactando en la forma e intensidad del flujo migratorio desde la comunidad. Por ejemplo, don José, un migrante me cuenta como fue atraído por el estilo de vida estadounidense:
Mi tío Casimiro […] nos contaba historias, siempre. Cuando él tenía 15 años se vino de bracero y decía […], ‘no allá Estados Unidos es bien práctico. Todo está muy bien, si tú quieres un café, nomás le abres la llave de agua caliente pones el café y ya está’, y el baño y pues todo, todo muy bien’.
El “sueño americano” ha hecho creer a los migrantes en la posibilidad de riqueza y una mejor vida, y de subir también en la estructura económica y social (Ruiz, 2002; Weyland, 2004). No sólo son atraídos por los lujos y facilidades sino que buscan mejorar sus condiciones, las de su familia y su comunidad. Lamentablemente no ha sido así, pues muchos no han logrado escapar de la pobreza y de la exclusión, y batallan en obtener mejores condiciones y eliminar las nuevas formas de racismo y diferenciación, como detallo a continuación.
Situación actual
Con el paso del tiempo se comenzaron a establecer programas de control fronterizo, que aunque estaban marcados por la indiferencia del gobierno estadounidense hacia la migración ilegal (Calavita, 1994), parecía una estrategia para recibir a los migrantes con condiciones cada vez más deplorables. Aquí se fue desdibujando la posición de los mexicanos en el mercado laboral internacional, siendo mano de obra barata y aceptando condiciones duras y de explotación. Varios mezcalenses trastocados por una economía deteriorada, aceptaron estas condiciones, estableciendo un flujo migratorio continuo a Estados Unidos donde muchos se asentaron permanentemente. Al estar ahí se dieron cuenta que aquel “sueño americano” era más difícil de conseguir de lo que se imaginaban, pues muchas veces sus salarios son bajos, trabajan arduamente, reciben maltratos, viven segregados y son víctimas de discriminación. Por ejemplo, trabajan en los turnos nocturnos, o tienen horarios de 12 horas sin parar, y muchas veces se les paga por cantidad no por hora. Además, los trabajos son duros, por lo que muchos se quejan de problemas de salud. Tan sólo, escuchando las experiencias de don Luis en los campos de fresa, en la costura o en una fábrica de galletas, podemos conocer cómo viven estas formas de trabajo y explotación. Ya sea doblado todo el día recogiendo fresas, haciendo prendas sin parar fuera de las horas de trabajo, o poniéndole semillitas a galletas una por una a la velocidad de una máquina. No es sólo lo pesado de los trabajos sino los abusos de sus empleadores. En una ocasión me contó que su empleador no le quería pagar y él le dijo que se iba a quejar pues se estaba aprovechando explotando a sus trabajadores con horas extra no pagadas y quitando parte de sus salarios, mientras que todos se quedaban callados. Además, como cuenta doña Juana, aún son víctimas de discriminación y de salarios más bajos de lo que la ley establece, y esto se acentúa por el hecho de ser ilegal. Mientras unos lo aguantan porque lo necesitan, también nos explica que uno se tiene que poner ciertos límites:
Todavía hay discriminación porque yo fui a buscar trabajo ahí [en una fábrica], quieren pagar una miseria, como que si uno lo miran muy bajo. Yo ese día me salí muy enojada de ahí, le digo a [mi esposo], “pero uno mismo también tiene la culpa por qué no, por qué se pone a trabajar por unos tan poquitos dólares, si hay leyes que a uno… la ley tiene que ser el mínimo, cuando menos el mínimo”. Pero no, hay gente que trabaja mucho menos del mínimo, le digo a él “pero uno, mismo también tiene la culpa, ¿para qué trabajan así?”
Muchos aceptan estas condiciones por miedo a reclamar sus derechos, mientras que consideran una mejora, aunque posiblemente modesta, es sus condiciones de vida y oportunidades, sintiéndose más cerca de alcanzar ese “sueño americano”. Tal como don Santos nos comenta:
Hemos ahí sobrevivido, porque es lo que está haciendo uno más sobrevivir, más que decir “Tengo un buen trabajo, tengo esto muy bueno y esto otro”. Y esta es la vida del americano que decimos, somos el sueño americano. Lo que viene a hacer uno acá y, venimos a lo que nos den de trabajo.
Es así que este sueño a veces pareciera más bien pesadilla, pues muchos migrantes continúan viviendo un escenario marcado por la criminalización, las deportaciones masivas, los sentimientos anti-migrantes, el racismo, la exclusión y la marginalización. Además, en la frontera, la situación se ha ido endureciendo, provocando que el cruce sea aún más difícil y peligroso. Los coyotes se han integrado a las redes de narcotráfico y trata de personas apoderándose y explotando los cuerpos y trabajo de quien intenta cruzar. Así, se aumentan los riesgos, y se establece quién y cuándo puede cruzar (McClennen, 2011) y las condiciones que tendrán. De hecho, las fronteras actúan como mecanismos que reproducen el sistema capitalista al obtener mano de obra barata (o cada vez más, mano de obra esclava) a través de su criminalización (Sassen, 1988). Los migrantes son puestos fuera del orden jurídico, permitiendo acciones contra ellos mientras que las autoridades están exentas de las obligaciones hacia ellos (Hea Kil y Menjívar, 2006). Lo que afecta sus condiciones no sólo laboralmente sino en cuanto a la vivienda, educación, salud y seguridad. Es decir que no son sólo las fronteras donde se vive esta reproducción y se manifiesta la desigualdad sino que llega a cruzar y conectarse a través de distintas esferas y espacios.
En este contexto, los migrantes constituyen un ahorro en el costo de mano de obra a la par que subsidian las consecuencias de las políticas neoliberales, permitiendo la reproducción de desigualdades y la expansión del capitalismo. Es así que las condiciones de los mexicanos en Estados Unidos se han visto gravemente impactadas con la criminalización, el racismo y el establecimiento de jerarquías sociales que justifican los abusos perpetrados y establecen la posición que ocupan. Hay ganadores y perdedores tanto en los dos lados de la frontera, lo que demuestra cómo las jerarquías se interpenetran y una estructura internacional de clase se establece (Portes y Walton, 1981). Se ha determinado por el estatus legal, la nacionalidad, el género, la raza, la etnicidad y la clase una división internacional del trabajo al servicio del capital que permite una forma de esclavitud moderna. Tal como nos contaba Tomás, se busca el control de los cuerpos y el trabajo a través de la violencia, la criminalización, la discriminación, la represión y la privación de la libertad.
Tejiendo redes de sobrevivencia y solidaridad
Ante este escenario, muchos han resistido, como lo mencionaba con las narrativas anteriores, ya sea escapando, exigiendo u rehusándose. De hecho, desde el inicio, conforme los mezcalenses fueron migrando, fueron construyendo una red transnacional de apoyo, que les ayudó a encontrar techo, trabajo, comida y compañía y sortear distintos obstácu- los con los que Estados Unidos los recibía y el sistema les imponía. Se establecieron en comunidades satélite, logrando crear una forma de capital social que les daba seguridad antes las hostilidades de afuera y para no ser expuestos a su vulnerabilidad. Ellos así han recreado su comunidad de origen, siempre cuando ha sido posible, pero esto no quiere decir que sus vidas no hayan sido modificadas y que no extrañen sus familias, su tierra, su lengua, y en sí su vida en la comunidad. Sin embargo, muchos migrantes se han organizado para compartir los beneficios a quienes se quedaron y puedan escalar en esta estructura social, así me lo contó doña Ino:
Aunque no haya beneficios de los trabajadores o algo, pero por lo menos pueden mandar a sus familias aunque sea cada mes un dinero para el sustento de ellos.
Al migrar no quieren dejar a la comunidad estancada y fuera de los beneficios del progreso, entonces, muchos muestran apego, dan continuidad al sentido de comunidad, organizan nuevas formas de apoyo y crean nuevas expresiones de ciudadanía. Así, aunque varios mezcalenses se pueden dar cuenta que el “sueño americano” es una ilusión, no han desmentido del todo este mito. Siguen viendo en la migración la posibilidad de adherirse a una cultura “más avanzada”, en progresar y asegurar mejores oportunidades para sus familias, y por lo tanto en subir en la estructura social mientras se transforman en sujetos “modernos”. De hecho, en Estados Unidos, los migrantes buscan su integración al respetar las leyes, aprender su lengua, prácticas y valores, y a través de la educación y la participación política, lo que crea ciertas paradojas y complejidades en sus comportamientos, valores y estilos de vida. Don Roberto, en este sentido me comentó:
Yo no me siento en desventaja, porque a la mejor sí, antes sí, por lo mismo de que pues no hablaba inglés o no podía entender, pero yo pienso que para eso estamos luchando diariamente, en estar compitiendo. No compitiendo sino que tratar de tener esa educación de que nos tenemos que adaptar a la vida americana. Entonces, digo por, adaptar a la vida americana y seguir sus reglas, me refiero a esto porque una vez sentimos la discriminación fea.
Muchos sueñan con su blanqueamiento o mestizaje, pues Estados Unidos al haber construido una supuesta homogeneidad racial, como lo mencioné anteriormente, identifica a los mexicanos como sujetos indeseables y hasta una amenaza a los “valores americanos”. Los Estados buscan tener el poder para definir a las poblaciones itinerantes y construir sus propias caracterizaciones para otorgar derechos parciales con el fin de preservar las estructuras y jerarquías. Así, muchos migrantes no logran cambiar su estatus legal o cumplir con el estereotipo de “americano”. Además, estos sueños no se quedan únicamente en Estados Unidos, pues como lo comenté las jerarquías se conectan e interpenetran y a la par que fluyen las personas y el dinero, también lo hacen las ideas y los valores. Se trata de remesas sociales que han ido redefiniendo la forma de pensar, las relaciones y aspiraciones en las comunidades marcadas por las ideas del progreso y el mito del “sueño americano”.
En este contexto, muchos migrantes se han ido involucrando políticamente para abrir espacios tanto en México como Estados Unidos. Negocian mejoras y confrontan a gobiernos indiferentes, ejerciendo su influencia y peso político y económico en las campañas, como cuando exigen una reforma migratoria a favor de la comunidad latina en Estados Unidos o una biblioteca en su comunidad de origen. Aunque se han tratado de cooptar estos esfuerzos con la creación de clubes de oriundos, absorbiendo a los migrantes en las redes institucionales de poder al servicio de una gobernanza neoliberal, se han conseguido importantes logros: cada vez más los migrantes están concientizándose de los problemas de trabajar con los gobiernos y de los abusos que perpetúan. Por ejemplo, en Mezcala, el Club junto con la comunidad logró construir una biblioteca, que aunque lo que buscó el gobierno y hasta algunos de los migrantes fue mostrar una imagen de “progreso” y “riqueza”, también fue vista como una forma de darles armas a los jóvenes para que no vivan las mismas condiciones. Aún más, las posibilidades de trabajar autónomamente incrementaron, al tejer redes de solidaridad transnacionales. Este es el caso de la organización Unidos por La Cuesta, que se creó justo después de un sinfín de obstáculos para la realización de la biblioteca. Esta organización, aunque apenas va iniciando, ha mostrado interés de trabajar autónomamente con su barrio, llevando actualmente un proyecto para la construcción de una clínica de salud comunitaria.
Este podría ser un primer indicio para construir no sólo proyectos productivos que den trabajo y mejores condiciones a la comunidad, sino que se obtengan financiamientos de largo plazo que sustenten su funcionamiento al servicio de la comunidad, y sus habitantes tengan la posibilidad de decidir si migrar o no. El estado ha intentado desviar las remesas económicas para favorecer su imagen y proyecto neoliberal, y ésta podría ser una forma para que las comunidades se reapropien de ellas y decidan el camino de sus proyectos y vidas. Para los mezcalenses el dignificar su identidad a través de una recuperación histórica ha sido un pilar fundamental para lograr esto, lo cual ha impactado hasta en aquellos que están del otro lado de la frontera, pues se han ido acercando más a su comunidad, reforzando su sentido de comunidad, pero también su activismo y sus reclamos para acabar con las desigualdades y jerarquías, con la subordinación y exclusión históricamente sufrida. Las redes de solidaridad internas, aunque también externas, son cruciales para hacer frente al proyecto neoliberal, retar al Estado y la complicidad de las élites, y abordar de raíz sus condiciones. Ellos están dándole un nuevo significado a lo que es ser indígena hoy en día, mostrando la discriminación sufrida en sus múltiples lugares y varias formas, buscando asegurar una mejor posición y estableciendo mayores posibilidades de acción.
Conclusiones
Lo que quise resaltar aquí, es cómo el trabajo no está realmente determinado por las experiencias y habilidades de uno, sino que principalmente por la diferenciación social. La perpetuación de jerarquías sostenidas en la diferenciación, criminalización, exclusión y explotación de ciertos sectores dan pie a que se vivan formas cada vez más violentas de empleo o, más precisamente, una esclavitud moderna. No sólo viven con bajos y ocasionales salarios y condiciones deplorables, sino que se establecen posiciones subordinadas que permiten la discriminación, degradación y abuso de manera extendida en las distintas esferas de la vida. Al mismo tiempo, el discurso de “desarrollo” o “progreso” actúa como una fantasía que los impulsa a aceptar estas condiciones y hasta hacerse responsables de ellas (Cypher y Delgado Wise, 2010). Así, los migrantes anhelan el “sueño americano” pero se han encontrado que las relaciones de poder prevalecen y las categorizaciones rígidas continúan a través de la frontera. Son puestos en una posición degradada y enmarcados en otras perspectivas racistas, por lo que ellos sufren múltiples discriminaciones, no sólo en el sentido de que son ejercidas en diferentes espacios sino que son asociados a varias categorías.
Aquí valdría la pena preguntarse si es posible mejorar la situación de los migrantes a través de políticas migratorias cuando no se cambian las relaciones económicas y sociales capitalistas; además, ¿cómo podemos detener la seducción que promueve el discurso de desarrollo para sostener el capitalismo?, ¿qué estrategias pueden utilizarse para deconstruir las jerarquías sociales que legitiman la recolonización y relocalización de ciertas comunidades e individuos? Lo que yo observo es la posibilidad de utilizar las redes de solidaridad para hacer frente. Es decir, los migrantes han ido avanzando en el uso del capital social como una estrategia de sobrevivencia y un proyecto de cambio (Bauder, 2008). Así la transnacionalización de sus redes de solidaridad han ido mostrando cómo la dignificación de su identidad puede servir para el bienestar de los mezcalenses, uniéndose para transformar sus realidades, eliminar la fragmentación, defender la tierra, y sobre todo cambiar las percepciones, trasgredir las estratificaciones y exclusiones, y redefinir las etiquetas, identificaciones y marcas impuestas. De esta forma pueden volverse una fuerza importante para desafiar el poder del Estado, pero también para deconstruir las jerarquías étnicas y económicas marcadas por construcciones sociales colonialistas. Claro que los riesgos de obtener resultados contrarios están ahí, pero si somos conscientes de cómo nosotros mismos reproducimos y perpetuamos el funcionamiento de este sistema en nuestras mentes, prácticas, relaciones y culturas, y atacamos la deshumanización y explotación de raíz, quizás nuestras posibilidades de transformar las relaciones capitalistas aumenten. Es aquí donde el Concejo Indígena de Gobierno tiene una importante labor, pues ha hecho una propuesta para el mundo con el fin de crear un nuevo proyecto de gobierno y de sociedad, donde se confrontan las formas jerárquicas y la regulación de vidas, espacios y mentes. Juntos caminemos.
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Desplazamiento forzado de mujeres por Guadalajara
Rafael Alonso Hernández López, Manuela Camus Bergareche, María Eugenia de la O Martínez, Elizabeth Juárez Cerdi, José Pablo Mora Gómez, Alejandra Buitrón Cabello2
Introducción
La migración en tránsito es un fenómeno relativamente reciente en las dinámicas que se desarrollan en la zona metropolitana de Guadalajara (zmg), al no ser ésta una vía utilizada por quienes se dirigen a Estados Unidos. Con la presencia de Los Zetas, una organización delictiva asociada al narcotráfico, y la violencia implacable en el este de México, la ruta más corta en dirección a Estados Unidos se ha convertido en la más violenta y sanguinaria. En ese sentido, la zmg se imagina como una ruta más segura y se encuentra prácticamente a la mitad del trayecto migratorio por la ruta ferroviaria de Occidente o del Pacífico, cruza históricamente la ciudad y la atraviesa a través de 40 kilómetros. Es la ruta más larga con 4 137 kilómetros, suponiendo casi el doble de distancia desde el sur en relación con las rutas central y poniente.
Nuestro trabajo acompañando a personas migrantes data del año 2007, cuando un grupo de jóvenes universitarios que habían tenido experiencias en Casas del Migrante en diversos puntos del país decidieron empezar a construir un proyecto de intervención en la zmg para que atendiera a las personas migrantes. Fue así que en mayo de 2010
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se abrió el primer Centro de Atención al Migrante (cam) de nuestra organización, en el que se ofrecía por las tardes servicio diario de comida, ropa, un espacio de aseo, descanso, así como asesoría médica básica. En julio de 2015 se tuvo que cerrar este lugar por razones de seguridad y el 26 de octubre del mismo año se abrió el nuevo Centro de Atención a Migrantes y Refugiados en otro punto de la ciudad, a la par de las vías del tren, en un espacio estratégico para aquellos que van con dirección al norte del país. A este espacio llegan quienes han arribado a la ciudad en el tren de carga o desde la central camionera. El 8 de diciembre de 2016 se realizó la inauguración de la sección de albergue en el cam, con lo que inició una nueva etapa para el servicio de las personas migrantes, pues ahora pueden pernoctar en un lugar seguro, adicional a la ayuda humanitaria que podían recibir (tres alimentos, ropa, insumos para higiene personal, regaderas, sanitarios, llamadas humanitarias, acceso a internet), además de asesoría y acompañamiento médico, psicológico y jurídico.
En esta investigación nos propusimos trabajar sobre el paso de las mujeres migrantes tanto mexicanas como centroamericanas, estas últimas sin documentos migratorios y con la intención de llegar a Estados Unidos. La mirada se dirige a las experiencias de este conjunto de mujeres dentro de una diáspora masiva, que tiene como fin, el sobrevivir. Como se dijo antes, nuestro punto de observación se sitúa en la ciudad de Guadalajara, en donde estas mujeres se encuentran a medio camino de su trayecto ideal hacia Estados Unidos. Aunque la cifra de éstas sea menor en comparación con el enorme volumen de hombres, ya que en los años de trabajo y registro de FM4 Paso Libre no alcanzan 5% de las personas atendidas, las mujeres son relevantes porque nos muestran historias y problemáticas que son invisibles.
Las mujeres que llegan a Guadalajara han sido moldeadas por sus experiencias en el camino. El espacio geográfico donde se ubican las Casas del Migrante influye en ellas según el lugar que ocupa en la ruta migratoria hacia el Norte. Por un lado, estas mujeres tienen la esperanza de un viaje redentor que les permita reiniciar sus vidas sin violencias, por otro lado, se encuentran en situación de vulnerabilidad por el desconocimiento del camino y la falta de una estrategia ya que para la mayoría es la primera vez que migran. Las reflexiones aquí vertidas emanan no sólo de la experiencia de acompañamiento desde el año 2010, sino también de la realización de 15 entrevistas a mujeres que pasaron por el cam de marzo a julio del año pasado, así como 77 mujeres que fueron entrevistadas durante 2016 en el programa impulsado por el Instituto Municipal de las Mujeres de Guadalajara. Se entrevistó también a 30 hombres en el mismo periodo de 2017 a fin de indagar sobre su propia perspectiva en temas relativos a las dinámicas de género en la migración.
Para el análisis estadístico generamos cuatro bases de datos. Una denominada general con las principales características de la población atendida, sus rutas migratorias y eventos de deportación y agresión desde 2010, año en que abrimos el primer Centro de Atención a Migrantes hasta 2017. La segunda base de datos contiene 77 perfiles de mujeres y sus entrevistas en 2016 durante la ejecución del proyecto conjunto con el Instituto Municipal de las Mujeres de Guadalajara. Una tercera base cualitativa es la creada a partir de las 15 entrevistas realizadas a mujeres migrantes en el cam durante el primer y segundo semestre de 2017. La última de nuestras bases fue construida a partir de 30 entrevistas llevadas a cabo con hombres migrantes durante el primer y segundo semestre de 2017.
En los márgenes de la vida misma: el contexto centroamericano y las mujeres
Centroamérica ha servido como un espacio de experimentación para el dominio colonialista e imperialista, sea por la Corona española o por Estados Unidos, Gran Bretaña u otros. Se trata de países complejos por su diversidad ecológica, su composición multicultural con presencia de pueblos indígenas, afros y otros, su posición estratégica. Países dedicados a la agricultura, sus mejores tierras fueron tomadas como botín y se desarrollaron unas élites blancas que han reproducido su poder desde el racismo, el patriarcalismo y la violencia.
La injerencia histórica de Estados Unidos en todos estos países ha sido reconocida por los estudiosos y demostrada sobre los tiempos de guerra fría a través de los informes sobre los papeles desclasificados de la Central Intelligence Agency (cia) en cada país de Centroamérica. En estas intervenciones se obstaculiza la movilidad social y se promueve la persistencia de estas recalcitrantes élites, sosteniéndose unas políticas conservadoras del status quo para la dominación interna y externa. Estos enfrentamientos sangrientos y sus poblaciones desplazadas son cruciales para explicar las salidas de centroamericanos desde entonces hacia otro futuro en Estados Unidos, aunque ya desde décadas antes se venía dando este flujo, especialmente en las ciudades.
El conflicto que se desarrolla en la década de los años ochenta del siglo pasado se generalizó en la región con la guerra de tierra arrasada en Guatemala y el levantamiento del Frente Farabundo Martí en El Salvador, mientras en Honduras no hay una guerra interna reconocida, pero “la contra” o Resistencia Nicaragüense –fuerza guerrillera antirrevolucionaria financiada por la cia– se organiza desde aquí frente a la Nicaragua sandinista. Es una Honduras militarizada donde coinciden tres fuerzas: la hondureña, la estadunidense y “la contra”.
A finales de la década de los ochenta se vislumbra el cambio de paradigma del modelo político y económico. En 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz en El Salvador y en 1996 lo hacían en Guatemala. Pero los procesos de pacificación y de instalación de democracias formales no llegaron a enfrentar los pendientes que provocaron las guerras que van a quedar irresueltos. La transición política y el recurrente sueño de un futuro promisorio fueron un despropósito porque el proceso de paz coincidió con la apuesta de las élites por la apertura a la globalización y el abandono de los esfuerzos por la independencia judicial y la desmilitarización de la “seguridad” que cobrarán otras funciones.
Los procesos de paz pronto derivaron en un posconflicto armado. Se produce en la región la paradoja de una democracia formal eleccionaria junto a una alarmante desconfianza en la política y en las instituciones. Según se retoma cierta “normalidad” política se entra a un sistema político con presidencia de civiles donde las luchas ideológicas se diluyen pero la violencia no cesa y la violencia represiva del Estado se transforma en una violencia “social”. A más de tres décadas de los primeros gobiernos civiles, Honduras –como El Salvador o Guatemala–, exigen “repensar la experiencia concreta del paradigma liberal de democratización y de pacificación, que ha transcurrido en un contexto de continuidades de estructuras de poder y de consentimiento de amplias zonas grises de interacción de las élites económicas, las redes criminales, los poderes (ex)militares y la clase política” (Waxenecker, 2016: 1).
El experimento político en la región ha consistido en aplicar las recetas neoliberales al extremo. A nivel mundial se producen medidas de ajuste estructural y el patrón de sustitución de importaciones en América Latina es traslapado por el de inserción al mercado global desde la exportación de materias primas y recursos naturales y la mano de obra a través de la migración internacional.
Las renovadas fuerzas capitalistas producen otras articulaciones, políticas, geografías, culturas y relaciones como las de género donde la mujer va a ver aumentada su desventaja. La arquitectura jurídica: leyes de maquila, de zonas francas, privatizaciones de empresas públicas, desregulación de la banca, exoneraciones de impuestos que generan ventajas para las empresas transnacionales, los Tratados de Libre Comercio, llevan al colapso a los Estados de la zona que se retiran de su función de regulación del mercado. Las medidas de laissez faire se han materializado en la injerencia y participación más directa de la élite económica en estructuras partidarias y estatales, dejando como resultado un (des)equilibrio enorme que coloca al Estado en el centro de las disputas, especialmente a partir de infinitas modalidades que canalizan privilegios y recursos para beneficio particular. Es el fin del Estado autoritario desarrollista, el Estado se desliga de la protección social y los individuos quedan abandonados a las incertidumbres del mercado, mientras los canales tradicionales de integración y movilidad se debilitan.
Las élites se transnacionalizaron, mientras otros grupos emergentes político-económicos se aprovecharon de la laxitud de estas leyes y de la debilidad institucional creada con la desestatalización. El crimen organizado, el narcotráfico y otras fuerzas paralegales se ven así beneficiadas. Son los nuevos rubros económicos propios del capitalismo gore (Valencia, 2010): corrupción por saqueo del dinero público, secuestros o asaltos, prostitución, robo de vehículos, narcotráfico, tráfico de armas, contrabandos, transas variadas, industrias de despojo como la maquila, las mineras, las hidroeléctricas o agroindustrias como el azúcar, algodón y la extensiva palma africana, también por el turismo entendido como depredación. Todos ellos generan nuevos y reciclados sectores enriquecidos que muchas veces requieren su autoprotección armada y su contraparte de sectores pauperizados.6
Es la omnipresencia del “Mercado Libre” en países sin sectores sociales amplios que pudieran incorporarse al consumo. Así, mientras hacen su aparición los centros comerciales más glamurosos y hay crecimiento económico y ampliación de beneficios para el capital, la mayoría de la población queda subordinada al sistema necropolítico (Mbembe, 2011) del dejar morir por las políticas de austeridad y exclusión (o expresión extrema de las desigualdades), con la reducción de derechos laborales y una precarización e informalización mayor en el trabajo, condenados a las listas de espera en salud y a la falta de medicamentos, a procesos de descampesinización y al desmantelamiento de la ya precaria educación pública.
Se puede decir que se establece una condición de precariedad extrema como una experiencia generalizada y normalizada dentro de un insoportable régimen de violencias consecuencia de la creciente desigualdad y de esa metamorfosis de los poderes armados que permiten su reproducción. Los programas de ajuste estructural van a profundizar procesos de exclusión social y de pobreza al aterrizarlos en las ciudades fracturadas de Latinoamérica (Koonings y Kruijt, 2007; Camus, 2015).7
la realidad… Estos microsistemas sociales no son una entidad gubernamental ni privada, son entidades adaptativas mixtas, y por ello, se desplazan entre lo público y lo privado, entre lo gubernamental y lo empresarial, entre lo lícito y lo ilícito, entre lo formal y lo informal, realizando acciones típicas como: espiar, cohechar, coludir, confabular, captar, transportar, contrabandear, corromper, lavar activos, asesinar, etcétera…” (Velásquez citado en Waxenecker, 2016: 7-8).
6 Sayak Valencia (2010) califica al capitalismo gore porque, como en este género cinematográfico, prima el derramamiento de sangre y vísceras explícito e injustificable. Esta omnipresencia de la sangre se habría trasladado a nuestra realidad regida por el narcotráfico y otras empresas entre lo legal y lo ilegal, entre ellas la del cuerpo humano que se convierte en mercancía y se introduce a circuitos de ganancia y de poder, colocándose así en el centro explicativo de las violencias como herramientas de necroempoderamiento neoliberales.
7 Según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, para
Los escenarios populares son parte de la geografía de la violencia como áreas “rojas” de crimen y marginalidad por la “retirada combinada del Estado y del mercado” (Auyero, 2001: 21).
La violencia política de los ochenta –y previa– se ha transformado en una violencia criminal armada donde las víctimas y victimarios son, principalmente, jóvenes varones. Sobre el sector juvenil se hace recaer la fuente de todos los males, son vagos, mareros, drogadictos, delincuentes… parecen responsables de los actos de violencia, aunque no todos los actos de violencia puedan achacarse a este grupo de edad. La juventud ha pasado de ser la esperanza de la sociedad a ser la amenaza; de ser identificada con el comunismo pasa a serlo con el marerismo.
La violencia omnipresente hace que se respire un aire enrarecido y denso, cunde la desconfianza en el vecindario y los centros de socialización: canchas de hacer deporte, fiestas patronales, procesiones, se ven medio desolados. Iglesias y escuelas que serían espacios de protección, solidaridad y socialidad, se encuentran sin herramientas ni recursos para enfrentar los efectos de la violencia sobre feligreses y estudiantes (Dary, 2016). En las tardes noches no hace falta toque de queda oficial: el tránsito es inexistente y la oscuridad por falta de luminarias acompaña aún más la impunidad.
En el escenario de “las periferias” de las ciudades centroamericanas la ortodoxia y lo políticamente correcto no son pertinentes. Son espacios complejos donde sus habitantes y otros actores e instituciones se mueven, emparentan, cruzan, intervienen, vadean, transmutan, entre diferentes circunstancias y papeles que son difíciles de evaluar éticamente. Hay una convivencia e imbricación entre delincuentes, victimarios, viudas, huérfanos, funcionarios, extorsionadores, trabajadores, sicarios, amas de casa, policías y de articulaciones capilares entre diversos grupos armados oficiales y no oficiales.
A nivel de composición familiar se trata de una realidad de arreglos diversos con hijos de diferentes padres y madres, entenados, poligamias, orfandades o abuelas, hijas y nietas juntas. Las familias están enredadas y llenas de tensiones y conflictos, pero se crean fuertes lazos
2016 San Pedro Sula es la tercera ciudad más violenta del mundo (después de Caracas y Acapulco); el Distrito Central de Honduras la cuarta; San Salvador la séptima y Ciudad de Guatemala la 23ava. El índice de homicidios por 100 mil habitantes de 112, 85, 83 y 52, respectivamente.
afectivos basados en la sangre que permiten por ejemplo reconocerse hermanos a pesar de ser de padres o madres diferentes, identificar un ancestro que tiende a ser el abuelo, suficientemente cercano y lejano, dándose una preocupación por los apellidos, lo que muestra que existen una conciencia y deseo de referencia.
El fuerte impacto del “abandono” en sus miembros se mantiene por la persistencia de las consuetudinarias prácticas masculinas a la prostitución, la bigamia, la infidelidad y la cantina. También se mantiene por otras circunstancias desgarradoras como las diásporas familiares por el contexto que llevó a la violencia política con exilios, desapariciones, secuestros y persecuciones o la emigración a Estados Unidos. Así la inestabilidad del núcleo familiar es intensa. Dentro de ello es importante destacar el papel de la mujer por las responsabilidades que ha debido asumir y que asume de hecho logrando mantener desde la sobrevivencia las vinculaciones y los afectos entre drásticas presencias y ausencias.
La precarización del trabajo y el desempleo masculino hace que las mujeres asuman más responsabilidades movidas por la necesidad y por el ideal de mujer y de madre. La fuerza de la ideología de la supremacía patriarcal sobre hombres y mujeres parece dificultar la constitución de relaciones de pareja medianamente horizontales y equitativas.
Para los adolescentes, la presión es fuerte porque ahora las pandillas buscan reclutar más miembros para sostener su sobrevivencia y la de sus allegados. Los muchachos desde edad temprana son su objetivo y, si son reclutados o se brincan, pasan a ejercer la función de halcones o de cobrar las rentas o extorsiones. Las muchachas, como veremos, entran en la mira como botín sexual y por otros servicios (Valencia, 2014). No todos los jóvenes están metidos en pandillas, pero conviven con ellas y los pandilleros pueden ser sus vecinos, sus primos, sus compañeros de escuela o de deporte.
El objetivo vital de las clicas, a pesar de momentos de tregua, es el enfrentamiento a muerte con las pandillas “enemigas” –para quienes lo vemos desde fuera es una guerra entre indistinguibles–. La división territorial entre ellas es fluida pero radical. Los pobladores son considerados enemigos si atraviesan esas fronteras invisibles, algo que han de hacer si quieren trasladarse a cualquier parte. Es una dinámica de poder violento sin proyecto social, de amenaza e intimidación, pueden hacer lo que quieran: son omnipotentes y todopoderosos en estos espacios de autoexclusión.
En su rígida y jerárquica estructura la violencia está integrada a las relaciones y al control que se ejercen entre sí. “Los pandilleros se afirman, resisten y se ganan ‘respeto’ a través de actividades de trasgresión a la legalidad y de violencia” (Reséndiz, 2017: 117). Entre sus integrantes deben probarse continuamente en osadía para ser reconocidos, tienen que mostrarse temibles y comportarse fríos y sin piedad.
La vida de los pandilleros indica que pasan por experiencias muy diversas e inclasificables: la escuela, los robos, los asaltos, el ser ayudantes de camionetas, el trabajo en talleres o de mensajeros, y el internamiento en los centros de prevención donde se van especializando y perfeccionando en el mundo del crimen y/o la pandilla y/o narcotráfico y/o de redes de crimen diversas –que son cercanos pero no los mismos (Escobar y Orantes, 2004). Entran y salen de los centros con fluidez, roban furgones, reparten almuerzos, venden ropa, desnudan a homosexuales por diversión, secuestran a miembros de su propia familia, violan a trabajadoras de maquila a las que pueden matar por no dejarse, se meten de porros en protestas de la calle, asaltan camiones, asesinan a otros pandilleros, violan niños por venganzas de otros, beben alcohol y se drogan con los cuates.
Muchas mujeres son reclutadas a la fuerza por las clicas –entre otras razones para fungir como esclavas sexuales–, quizás cada vez más, pero muchas otras lo hacen por su cuenta. Ellas, al igual que los hombres, permiten que la violencia conduzca su identidad y buscan instrumentalizar la misma porque les da cierto poder y ventajas al obtener recursos simbólicos y materiales para sobrevivir y por ser un mecanismo de defensa personal. Pueden refugiarse en la pandilla y fortalecerse frente a las agresiones de su entorno, muchas veces provocado por las mismas pandillas. Para Reséndiz al incorporarse al grupo y a la vida loca resignifican las agresiones que han sufrido previamente en el continuo de violencias y pobreza en que han vivido (2017: 68).
Como pandilleras, ellas rompen estereotipos de género y se muestran con un aspecto y un comportamiento masculinizado, agresivo y retador, transforman su devenir, rechazan lo que la sociedad asigna y toman el espacio público, pero en esta dinámica son sujetas y no actoras (Reséndiz, 2017). Al entrar en el grupo asumen también su subordinación al rígido y hasta atávico sistema patriarcal que los pandilleros manejan y cooperan con sus reglas de violentar y con la dominación masculina.
Además de las labores típicas de la mujer de cuidado, reproducción doméstica y compañera erótica, las pandilleras tienen funciones y responsabilidades operativas. Ellas han de ser osadas, pero no las remuneran ni les dan reconocimiento como a sus pares masculinos. Ellas ocupan un lugar secundario y no alcanzan puestos altos en la jerarquía, apenas se sabe de mujeres palabreras o líderes de clica; no pueden tener parejas que no sean de la clica, mientras los hombres sí tienen jainas o parejas no pandilleras. Intervienen en operativos contra otras mujeres –feminicidios– en sus violaciones, sus secuestros, homicidios; además pueden servir de mulas, participar en robos y en cobros de extorsiones.
El siguiente testimonio es una buena síntesis de lo expuesto, una mujer salvadoreña que pasó en 2016 por FM4 Paso Libre. Ella venía huyendo del marido que la golpeaba y la quería obligar a vender drogas para la mara para la cual él trabajaba, facilitaba que otros compañeros tuvieran relaciones con ella y siempre el tema de los hijos: “te voy a quitar a los niños y no sé qué”. Esta joven dijo que nunca quiso pertenecer a una pandilla. Era víctima de violencia en su casa y por ello repite la típica historia de conocer a un muchacho que le pinta el mundo hermoso y se sale a los 16 años de casa para sufrir nuevamente de golpes y demás agravios. Ella inicia el viaje hacia Estados Unidos con unos primos, en México ella es víctima de violación sexual frente a sus primos y a ellos los golpean. En el camino se pierden de vista y ella continúa sola, ya no sabe ni a dónde va ni qué está haciendo, sólo sabe que hay que subirse a los trenes que van para el norte.
Mujeres migrantes en tránsito por la zona metropolitana de Guadalajara
Las condiciones señaladas atrás se convierten en factores fundamentales que explican el proceso de expulsión de población desde la región centroamericana, con especial énfasis en el caso de las mujeres. Desde esa perspectiva, las migraciones hacia Estados Unidos han ido conformando un gran corredor entre Centroamérica y México en el que miles de personas dejan sus hogares, transitan por diferentes espacios, intentan llegar a sus destinos y afrontan procesos de retorno voluntario e involuntario. Hombres y mujeres buscan alternativas que les permitan alcanzar una mejor calidad de vida, aunque éstas enfrentan falta de oportunidades y una alta vulnerabilidad que no se originan necesariamente durante el proceso migratorio, se trata de un hecho que se une a una cadena de desventajas que han ido acumulando las mujeres. Por ello, describimos el comportamiento del flujo de migrantes en su tránsito por la ciudad de Guadalajara enfatizando la dinámica femenina a partir de los registros de FM4 Paso Libre para el periodo 2010-2017.
De acuerdo con datos de FM4 Paso Libre, el flujo de migrantes atendidos en el albergue se ha incrementado en los últimos seis años, al pasar de 804 personas registradas en 2010 a 6 223 en 2016. No obstante, la tasa de crecimiento para esta población muestra importantes variaciones durante el periodo 2010-2016, de tal forma que hubo un crecimiento notable en los primeros años pero con variaciones negativas en 2013 y, sobre todo, en 2015 para recuperarse rápidamente en 2016. Lo que tiene explicación en dos acontecimientos principalmente; por un lado, el 14 de junio de 2014 entró en vigor el Programa Integral Frontera Sur que buscó intensificar las acciones de detección, aseguramiento y repatriación de migrantes en tránsito por México (Hiskey et al., 2016). Lo que impactó al flujo de migrantes centroamericanos hacia México, disminuyendo la población que recibía atención en el Centro de Atención a Migrantes y Refugiados (cam). Esta condición se prolongó aproximadamente hasta inicios de 2016. Por otro lado, el cam permaneció cerrado por razones de seguridad durante varios meses en 2015, lo que afectó el registro de migrantes para dicho periodo aunque se mantuvo la atención a éstos en campo abierto, mediante brigadas humanitarias en las vías del tren por la zona metropolitana de Guadalajara.
La presencia de mujeres migrantes en FM4 Paso Libre también se puede dimensionar a través de la relación entre el número de mujeres con respecto al número de varones, lo que se conoce como índice de feminidad. Para el periodo 2010-2017, los años de mayor presencia femenina fueron en 2013 y 2014 con 4.8 mujeres por cada 100 varones y de 5.1 mujeres por cada 100 varones, respectivamente, aunque en 2016 se observó una menor composición con 2.5 mujeres por cada 100 varones. Al observar la relación del número de mujeres con respecto a los varones en los países de mayor flujo migratorio constatamos que las mujeres de El Salvador presentaron el índice más alto en 2014 con casi 8 mujeres por cada 100 varones. En tanto las mujeres de Honduras han disminuido sus índices a partir de 2015. Mientras que las mujeres mexicanas incrementaron su relación al pasar de 2.6 mujeres por cada 100 varones en 2010 a casi 6 mujeres por cada 100 varones en 2017.
En cuanto a la edad promedio un hecho relevante es su disminución tanto en varones como en mujeres. En 2010 la edad promedio de los varones fue de 31.5 años y para las mujeres de 31.8 años, para 2016 ambos presentaban un promedio de 27 años. Este promedio de edad indica que se trata de una población con mayores posibilidades de insertarse en la actividad económica y que posiblemente cuenten con hijos y dependientes económicos. También casi la mitad de las mujeres eran solteras pero si se suma el número de aquellas que están en unión libre con las casadas se observará casi igual importancia entre el número de solteras y el número de unidas. Llama la atención el bajo número de mujeres que declararon estar divorciadas o separadas, que suele ser un elemento que impulsa la migración de las mujeres.
Debido al promedio de edades que presentan hombres y mujeres era de esperar que tuvieran hijos y dependientes económicos. Por un lado, casi la mitad de las mujeres entre 2014 y 2017 declararon no tener hijos, pero la otra mitad, afirmó tener entre uno y tres hijos, siendo los casos extremos aquellas mujeres que dijeron tener más de siete hijos. Si a esta información se añade el promedio de dependientes económicos, se observa que los varones tienen en promedio más dependientes declarados que las mujeres, quienes tienen entre uno y dos dependientes económicos en promedio y los varones entre dos y tres dependientes.
El conjunto de información recabada por FM4 Paso Libre nos permite afirmar que las mujeres que transitan por Guadalajara provienen en su mayoría de Centroamérica, son jóvenes, y casi en igual magnitud son solteras y en unión libre, sin hijos, y si los tienen suelen ser de uno a tres en promedio. También cuentan con dependientes económicos que no necesariamente son hijos sino padres o miembros de la familia extensa. A partir de estas características cabe preguntarse con que escolaridad y capacidades laborales cuentan estas mujeres para asumir la crianza de los hijos y ayudar a los dependientes económicos. Por un lado, más de la mitad de las mujeres son analfabetas o con bajo nivel de instrucción formal como son primaria incompleta o finalizada, por otro lado, menos de la mitad presentan más grados de estudios que incluyen secundaria y preparatoria, este perfil se mantiene durante el periodo 2010-2017. La escolaridad es un factor que contribuye a la integración de los migrantes en los países de destino e incide en reducir la propensión a un eventual retorno, por lo que una educación deficiente impacta negativamente las posibilidades de una mejor vida para estas mujeres.
En cuanto al tipo de ocupaciones que las mujeres tuvieron antes de migrar contamos con datos desagregados que obtuvo FM4 Paso Libre de 2010 a 2013. Esta información permitió identificar una alta participación de las mujeres en ocupaciones y responsabilidades altamente feminizadas. Es decir, un número importante de mujeres eran amas de casa y estaban ocupadas en actividades de apoyo como empleadas domésticas, en la limpieza de oficinas, como lavanderas, ayudantes en la preparación de alimentos y vendedoras ambulantes de diferentes productos. Además de ofrecer sus servicios personales como cuidadoras de niños, y en menor medida, como trabajadoras agrícolas, obreras en las maquiladoras y pequeñas fábricas. Este perfil es más claro para las mujeres centroamericanas con respecto a las mexicanas, quienes además de ser amas de casa antes de migrar también eran agricultoras, artesanas, empleadas en negocios, en servicios de limpieza, obreras y vendedoras en establecimientos. A lo largo del periodo se observa la disminución de mujeres que eran amas de casa aumentando aquellas ocupadas en actividades de apoyo y comerciantes.
Para el periodo 2014-201714 observamos que más de la mitad de las mujeres se insertaron en los sectores de actividad terciarios y secundarios seguidos del sector primario. Es relevante la población femenina que era inactiva antes de migrar, que incluye amas de casa y estudiantes. De esta forma, la ocupación de las mujeres antes de migrar muestra un sentido amplio de la feminización entendida como el proceso de incorporación de las mujeres al mercado laboral en sectores feminizados, lo que evidencia cómo el género se entrecruza con las formas de segregación laboral y los futuros procesos de incorporación de las mujeres en mercados laborales similares fuera de sus países. Resulta interesante articular la escasa escolaridad que presentan las mujeres migrantes con su experiencia en trabajos precarios y altamente feminizados y un contexto de migración igualmente precario.
una construcción propia debido a las actividades que reportaban las mujeres; 0 Ama de casa, 1 Funcionarios directores y jefes de información, 2 Profesionistas y técnicos de información, 3 Trabajadores auxiliares en actividades administrativas, 4 Comerciantes, empleados en ventas y agentes de ventas, 5 Trabajadores en servicios personales y vigilancia, 6 Trabajadores en actividades agrícolas, ganaderas, forestales, caza y pesca, 7 Trabajadores artesanales, 8 Operadores de maquinaria industrial, ensambladores, choferes y conductores, 9 Trabajadores en actividades elementales y de apoyo, 10 Estudiante, 11 Desempleado, 12 Varios oficios, 13 No específico, 14 Jubilado.
14 Los datos recabados para el periodo 2014-2017 respondieron a una nueva clasificación por lo que no se cuenta con datos desagregados.
De acuerdo con FM4 Paso Libre la migración proveniente de Honduras, Guatemala y El Salvador destacan por su importancia numérica en su paso por Guadalajara. Lo que es comprensible si se considera que Honduras es un país con profundos problemas económicos y sociales. En 2004, se calculó que 64.3% de los hogares en dicho país estaban en condiciones de pobreza, y que los ingresos que recibían estaban por debajo del costo de la canasta básica. De estos hogares, casi la mitad (44.6%) estaban en condición de extrema pobreza, siendo más intensa en áreas rurales (Encuesta Permanente de Hogares citado por cepal, 2005: 18). El desempleo era mayormente urbano al igual que el subempleo y el desempleo abierto, aunque la tasa de desempleo abierto fue menor entre los hombres (4.7%) y casi el doble entre las mujeres (8.3%), ya que el mercado laboral absorbe más rápidamente la mano de obra masculina (ine, 2004 citado por cepal, 2005: 4). Por lo que las mujeres desarrollan actividades compensatorias de subsistencia como el trabajo por cuenta propia para enfrentar el desempleo abierto. Más tarde, la crisis económica mundial de 2008 junto con acontecimientos políticos internos, propició que Honduras sufriera el declive de sus indicadores económicos, laborales y de pobreza lo que supuso una mayor migración (oit, 2013).
En tanto Guatemala atravesó por periodos de guerra y posguerra, de crisis económicas y de penetración del narcotráfico y del crimen organizado, lo que contribuyó al deterioro del mercado laboral y de la calidad de vida de sus pobladores. Para 2011, en las áreas rurales predominaban varones, indígenas y jóvenes trabajadores con baja escolaridad, en tanto en los ámbitos urbanos había población tanto indígena como no indígena adulta con presencia de numerosas mujeres (enei, 2011: 20). La población se emplea mayormente en la agricultura, los servicios, el comercio y la industria, en orden de importancia (ibid.: 22).
En El Salvador existe una alta concentración poblacional en áreas urbanas y un alto índice de población joven y migrante. Como vimos antes, este país atravesó por fuertes conflictos políticos y armados en un contexto de economía pequeña, lenta industrialización y alta dependencia externa. Y en los noventa, el impacto de las políticas de ajuste estructural significó el estancamiento de sus salarios (Escoto, 2010). Su mercado laboral está altamente terciarizado con una fuerte participación de empleo informal y una tasa de desempleo relativamente baja.
En 2009, la economía de El Salvador se contrajo debido al impacto de la crisis económica de 2008, lo que se reflejó en la caída de las remesas familiares de los trabajadores salvadoreños en el extranjero, la baja de las exportaciones salvadoreñas y la caída de la inversión extranjera directa (Rubio y Valencia, 2010). Por lo que la maquila y las remesas actuaron como fuentes para enfrentar estos desajustes, especialmente la maquiladora se expandió en este país haciendo contrataciones masivas de mujeres y jóvenes en empleos de baja calidad con malas condiciones laborales.
De acuerdo con información de FM4 Paso Libre pudimos identificar los lugares de procedencia de los migrantes provenientes de Centroamérica. En el caso de los hondureños éstos provenían principalmente de tres departamentos: Francisco Morazán, Yoro y Cortés, en orden de importancia, seguidos de Comayagua, Atlántida, Olancho, Santa Bárbara, Colón y Copán. Tanto Francisco Morazán como Cortés y Yoro son los departamentos más densamente poblados de Honduras, con una importante población de desplazados de retorno (acnur, 2014a). Las mujeres emigran de estos mismos departamentos –Francisco Morazán, Cortés y Yoro– seguidos de la Atlántida, Santa Bárbara y Comayagua, de acuerdo con algunas investigaciones Cortés, Olancho, Yoro y Morazán concentraron el mayor número de mujeres retornadas en 2015 (ceniss, 2015). Asimismo, las mujeres de Honduras migran principalmente por razones económicas tales como la falta de empleo y malas condiciones laborales, seguido de factores de violencia que incluye un contexto generalizado de riesgo, acciones del crimen organizado y de maras, violencia doméstica y discriminación por razones de orientación sexual. Un menor peso lo tienen los factores sociales y personales. Aunque en numerosas ocasiones la migración no responde a una sola causa sino a la mezcla de varios factores al momento de tomar la decisión de migrar.
En tanto en Guatemala, los departamentos con mayor expulsión son Guatemala, Escuintla y San Marcos, seguidos de Izabal, Jalapa, Jutiapa, Suchitepéquez y Petén. Las mujeres emigran, al igual que los varones, de Guatemala, San Marcos y Escuintla, seguidos de Izabal, Jalapa y Suchitepéquez, pero una zona de mayor expulsión femenina es El Progreso. Según la Encuesta sobre Migración en la Frontera Sur (emif-Sur, 2014) el Departamento de San Marcos es de donde proceden siete de cada diez mujeres del flujo temporal y nueve de cada diez del flujo diario registrado. Asimismo, en San Marcos un 68.5% de su población es pobre y 15.1 está considerada en pobreza extrema (acnur, 2014b: 25), lo que explica de manera contundente que las razones para migrar de las mujeres fueran por factores económicos. Este motivo es consistente a lo largo del tiempo y se combina en menor medida con factores de violencia que incluyen homicidios, amenazas e intimidación en su país de origen, lo que influye en la decisión de migrar.
En el caso de El Salvador los departamentos de mayor emigración son San Salvador, Sonsonate, Santa Ana y La Libertad. Este mismo patrón lo comparten las mujeres oriundas de los mismos departamentos expulsores de la población total como son Sonsonate, Santa Ana, San Salvador y San Miguel. De acuerdo con algunos reportes de investigación, los municipios que más expulsaron población entre 2012 y 2013 fueron San Miguel, Santa Ana, San Francisco Menéndez, Soyapango y San Salvador, además los municipios más violentos se concentran en el Departamento de San Salvador (ibid.: 44). Esto explica las razones para migrar de las mujeres de El Salvador, quienes lo hacían principalmente por falta de oportunidades económicas, pero desde 2014 la migración se asoció cada vez más a la violencia hasta llegar a ser la causa principal de la migración. Es decir, en 2009 se dio una importante desaceleración económica en el país, lo que significó una lenta recuperación, pero pronto se sumó el aumento del crimen organizado y de la violencia que representan los niveles más altos en la región. Según datos del programa de las Naciones Unidas de Lucha contra el Crimen y las Drogas (unodc, 2013) entre 2012 y 2013 dicho país alcanzó la cifra de 40.2 homicidios por cada 100 mil habitantes. Durante este periodo también se registró un importante número de deportaciones de salvadoreños con antecedentes criminales en Estados Unidos, estos factores en conjunto pudieron haber incidido en el incremento de las organizaciones delictivas en dicho país.
Para el caso de México, los estados de mayor emigración se encuentran extendidos por todo el país, destacan Michoacán, Chiapas, Veracruz y Jalisco que tradicionalmente son entidades con fuerte migración. Pero si observamos el mapa se verá una movilidad que proviene del sur, centro, occidente y pacífico, destacando la punta norte y sur casi sin casos de migración (Baja California Sur y Yucatán). Las mujeres provienen mayormente de los estados referidos además de los estados del norte del país como Sinaloa, Baja California y Coahuila. Lo que indica diferentes dinámicas entre la población mexicana ya que muchas responden a procesos de retorno por deportación, su paso por la ciudad de Guadalajara como un punto de tránsito hacia lugares de mayor trabajo y por la cercanía de las vías del tren que les permite continuar sus viajes hacia distintos puntos del país, por lo que no todos los usuarios del albergue responden a una migración sur-norte. También identificamos que más de la mitad de las mujeres que migraron lo hicieron por razones económicas, seguidas de razones familiares y por violencia, y en menor medida por factores sociales y personales.
En síntesis, podemos afirmar que el conjunto de mujeres migrantes registradas en FM4 Paso Libre en su mayoría son jóvenes, con baja escolaridad, con experiencia en ocupaciones feminizadas y precarias y provienen de contextos de pobreza y de violencia, especialmente las centroamericanas. Estas condiciones influyeron en su decisión de abandonar sus comunidades de origen y buscan mejores condiciones de vida y de seguridad en otros destinos, ya sea en México, Estados Unidos y más recientemente Canadá. El avance de la violencia como una de las razones más recientes para migrar es un hecho relevante para explicar los procesos migratorios recientes, más cercanos a desplazamientos forzados que a migraciones laborales. Además, se debe considerar el impacto de las políticas migratorias de México y de Estados Unidos en los flujos de deportación y retorno voluntario. Se trata de múltiples situaciones migratorias en contextos de alta vulnerabilidad que exacerban las condiciones de desigualdad que enfrentan las mujeres. La evidencia recabada por FM4 Paso Libre muestra que las mujeres cada vez más emigran por razones económicas y de seguridad antes que por motivos familiares, lo que pone en tela de juicio la imagen de las mujeres migrantes como acompañantes para dar paso a una figura más autónoma en sus decisiones.
Violencia como norma de vida: motivos de salida durante el tránsito y en el destino
Estudios previos indican que la migración de las mujeres se producía por los precarios empleos en las industrias maquiladoras, en el comercio informal o en el servicio doméstico, pero cada vez es más notorio que lo hacen por violencias acumuladas, de carácter físico, emocional, sexual, material o simbólico, en algunos casos todas juntas. Así, la migración de las mujeres “responde a problemas estructurales en los países de origen… [Pero] Se observa una violencia sistemática que en general las personas van enfrentando, pero que en las mujeres tiene una particularidad: es una violencia sistemática de género que existe tanto en su comunidad como en su hogar, tanto en su país como en sus relaciones sociales” (coami-indesol, 2015). Ellas huyen de una “muerte en vida” donde el ser mujer en un contexto criminal de violencia machista y patriarcal significa que los hombres podrán usar sus cuerpos como territorio de escritura para venganzas o demostración de fuerzas (Varela, 2016: 4). Son “violencias estructurales inscritas en los cuerpos de estas fugitivas, violencias que además no acaban en el éxodo, pues en el tránsito se exacerban infinitamente” (Carcedo citado en Varela, 2016: 17).
Las migrantes entrevistadas han vivido diferentes tipos de violencias, entre ellas la intrafamiliar que se entreteje con otras formas de violencia a nivel social, laboral y económico. En los hogares la violencia se produce tanto por parte de hombres como de mujeres, quienes también ejercen poder, situación que tiene efecto en los discursos sobre valores y maternidad.
Yadira se quejó de malos tratos y de un proceso continuo de inferiorización de parte de su padre que se incrementaron, a los 12 años, cuando muere su madre.
Al cumplir mis 16 años, que fue hace poco, antes de pasar la Navidad, él [su padre] empezó a pegarme, a ser grosero conmigo. La verdad tenía una vida muy difícil porque no paraba de llorar. Iba a trabajar, llegaba de mi trabajo y me encerraba en mi cuarto. Y cuando él venía, yo estaba cansada y no podía hacer tal oficio y me regañaba. Una vez, hubo un límite, donde me regañó y me dijo que yo iba ser una criada para él. Que tenía que tenerle toda su ropa lavada y de mis hermanos, todo, y tenía que tenerle comida y aún a veces él no dejaba [para la] comida y no había de dónde agarrar… Yo trabajaba, pero para mí, y no era posible que trabajara y que estuviera manteniendo a ellos. Fue por eso que me salí. Tenía muchos problemas. Antes de venirme tuve una pelea con mi hermano, no puedo decir que me quebró la nariz, pero me la desacomodó. Yo sangré mucho, la verdad. Y toda la culpa me la echaron a mí. Todos mis hermanos estaban en contra mía, que yo era la del problema y que mi hermano lo único que hacía era cuidarme. Y eso no es cierto… Pienso tantas cosas en mi cabeza que uno, cuando tiene problemas, es tan sensible, y lo único que hice fue tomarme pastillas, me intoxiqué, y me llevaron al hospital. El único que estuvo allí fue mi tío [con el que viaja al Norte]. Él es el único que me apoyó. Mi papá se sentó en la cama y me dijo que me iba ver morir porque ya no hallaba qué hacer conmigo. Y [en] algunas partes sí era malcriada, pero si era así era porque ellos me provocaron de tanta violencia… Yo me salí porque ya no aguantaba estar allí.
En este caso vemos que hay actitudes de los miembros de la familia que llevan a la ruptura de los vínculos y redes familiares que son detonantes importantes para la salida de Yadira de su país. La mayoría de las mujeres en Centroamérica están experimentando violencias procedentes del contexto socioterritorial. En todas las entrevistas sobre las migrantes, aparece la violencia pandilleril como protagonista de sus expulsiones; en cinco casos se añade la presión de pagar la cuota, renta o extorsión y la amenaza de muerte si no se cumple el pago. Sólo en dos casos no se percibe una presión de parte de las maras. Yadira hace menos referencia a una presión directa de las pandillas, aunque su cotidianidad y socialización ya estaba afectada por las mismas:
Después de que mi mamá murió, empecé a trabajar en tienda. Y después empecé a trabajar de casa porque ya me había mudado de Danlí a Tegucigalpa. Entonces tuve que trabajar de casa porque ya no me daba en tienda porque era bastante peligroso. Aquí, tenía 15 años. En Danlí también las pandillas, pero a mí nunca me dijeron nada porque yo de mi trabajo a mi casa, de mi casa al colegio y del colegio a mi casa.
Carmelina, aunque procede de un ambiente rural de pobreza extrema, no menciona a las pandillas, pero sí a la cultura de la pistola entre los hombres de Jutiapa: “los de Jutiapa sí matan”, de hecho, balacearon a su esposo hace 20 años y como no lo mataron, aún están a la espera de que aparezca otro sicario a repetir el intento. En cinco casos entrevistados, la salida clara y explícitamente se relaciona con ser mujer en un territorio agresivamente masculinista. Situación que se relaciona con lo que Segato llama femigenocidio (2016) y lo que Carcedo, los nuevos escenarios del feminicidio (2010). Rubí es un ejemplo de esto. Ella se hizo novia de un hombre de Chinandega. A los 19 años tuvo a Ángel, poco después la pareja se separó, ella se fue con sus padres a Puerto Cabezas. Al año de nacer el niño su expareja llegó y se llevó en avión al niño. Cuando ella se entera viaja en aventón 1 500 km hasta Chinandega. Su expareja le regresa al niño, pero la amenaza “Te lo doy, pero te lo voy a quitar”. Ella y el niño salen para el Norte. Este caso refiere situaciones de violencia de pareja, se trataría de un escenario clásico de feminicidio, aunque sorprende el miedo y la seguridad de ella de que su expareja la va a perseguir hasta donde esté, “cómo él tiene recursos”.
Lucero, de 20 años, tiene una familia con la que parece haber llegado al entendimiento, pero tuvo que pasar por malos momentos. Siempre vivió con sus padres y sus seis hermanos. Su padre es albañil y campesino, y Lucero le ayudaba a cultivar la milpa. A los 8 años sus familiares la golpeaban, insultaban, regañaban, pero “lo hacían por mi bien”, porque se daban cuenta que las personas transgénero tenían “mala calidad de vida”. No podía ser ella misma y se escondía para maquillarse. Una vez se fue de casa y pasó tres días en la calle, de ahí la relación con sus padres se calmó y decidieron que la iban a respetar pero que no la iban a apoyar. Pero, dice, también la querían. Echa de menos a sus padres y hermanos y quiere superarse para “ayudar a su familia”. También los vecinos molestaban, “te tachan, nos señalaban”; igual en el instituto donde estudió hasta 3° básico. Los hombres en la calle, así como los policías o los mareros, les gritaban: “vístanse normal, háganse hombres”. El rechazo la lleva a un intento de suicidio a los 16 años, pero pudo superarlo y seguir adelante. Ha tenido diferentes empleos, todos dentro del limitado mercado laboral que tienen las “bichas” –como se dice Lucero–. Como ayudante de cocina en la Feria en la capital aprendió a cuidar niños y hacer garnachas y buñuelos, aseo, depilación y cortes de pelo, y prostitución en la calle, algo que hacía por dinero. En esta actividad sufrió mucha violencia, la asaltaron seis veces, algunas a mano armada, o le robaban la ropa dejándola desnuda. Son muchas las razones del salir: discriminación, racismo, no les permiten el trabajo en empresas, no hay igualdad de derechos. Su sueño: poner un negocio en Guatemala. Es decir, tiene vínculos importantes que le permiten pensar en volver.
Para comprender el nivel de vulnerabilidad que enfrentan las mujeres migrantes centroamericanas y mexicanas durante su paso por México, resulta indispensable comprender como en el país se vive una crisis de violencia, que se manifiesta en homicidios, desapariciones forzadas, secuestros, extorsiones y violaciones a los Derechos Humanos. Se trata de un contexto altamente riesgoso para mexicanos y extranjeros, en donde se desarrolla el paso de las mujeres migrantes. Se trata de un escenario de por sí convulso e influenciado por el crimen organizado, el narcotráfico, la corrupción de las autoridades y la impunidad.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, en México ocurren 19 homicidios por cada 100 mil habitantes, esta cifra superó el promedio de asesinatos para América durante 2017 (oms, 2017: 82). Asimismo, las organizaciones de la sociedad civil y los organismos internacionales de defensa de Derechos Humanos estiman cifras mucho más altas, un total de 36 056 homicidios cometidos entre 20162017 (Amnistía Internacional, 2017: 308). Basta recordar la masacre de 72 migrantes encontrados en fosas comunes en San Fernando en Tamaulipas, la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa o las agresiones sistemáticas cometidas contra los defensores de Derechos Humanos.
Cuando se consultan los datos sobre violencia basada en el sexo, se identifica que durante 2014 ocurrieron un total de 2 289 casos de defunciones femeninas por homicidio en México, en promedio 6.3 por cada 100 de estas defunciones femeninas al día. Aunque el periodo donde se registraron más homicidios contra mujeres fue en 2012, con una tasa de 4.6 por cada 100 mujeres, es decir, 2 594 de estos delitos se cometieron en aquel año (segob, inmujeres y onu mujeres, 2016: 10). En tanto el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi, 2016), reportó durante el año 2016, 23 953 homicidios, de los cuales 2 735 fueron contra mujeres. En el mismo año, 235 homicidios se registraron en contra de extranjeros, de éstos, 34 homicidios fueron de mujeres.
Para el caso de los migrantes en tránsito por México, la Red de Documentación de Organizaciones Defensoras de Migrantes (redodem) (2017: 36) atendió durante todo el año 2016 a 34 234 migrantes en tránsito. Durante ese mismo año se registraron 5 239 eventos delictivos en contra de migrantes, es decir, 15.47% de los migrantes que transitan por el país es víctima o testigo de la comisión de algún delito o violación a los Derechos Humanos, ya sea en contra suya o de compañeros de viaje. En el caso de las mujeres éstas fueron víctimas o testigos en 291 eventos delictivos, especialmente para el grupo transgénero se reportaron 17 casos (redodem, 2017: 98). Este dato representa un aumento significativo en comparación a 2015, donde 2 091 personas migrantes reportaron haber sido víctimas o testigos de delitos o violaciones a los Derechos Humanos (ibid.: 57). Lo que muestra que la violencia que se vive en todo el país afecta a los migrantes y que ésta ha aumentado considerablemente en el último año. Los tipos de delitos que sufrieron los migrantes en México durante 2016 van desde el robo (4 341 casos), las lesiones (215 casos), la extorsión (166 casos), el secuestro (141 registros) y el abuso de autoridad (76 casos) (ibid.: 100). El tránsito por México representa un verdadero peligro para la vida de los migrantes, esta situación se agudiza en el caso de las mujeres pero hay otro factor que vulnera aún más el camino que recorren las migrantes y que se vincula con las políticas migratorias de México.
Desarrollo de herramientas de supervivencia
Si bien las mujeres migrantes han pasado por muchas situaciones difíciles desde su lugar de origen hasta su lugar de destino, es cierto que durante el proceso, sus recursos personales se han visto a prueba y han hecho que a partir de su resiliencia, es decir, a partir de su habilidad para confrontar la adversidad, puedan adaptarse y acceder a una vida significativa y productiva (Sacipa, Tovar y Galindo, 2005). Dentro de estos mecanismos de resiliencia, algunos de los cuales ya hemos mencionado con anterioridad, el principal es quizá la formulación de redes de apoyo que probablemente en el inicio de su viaje no existían y, que conforme se trasladan de un lugar a otro, van generando alianzas y afinidades con otras personas. Entre las personas migrantes, sobre todo para los que nunca han realizado el viaje, el desconocimiento y la falta de información pueden ser letales, al no tener la mínima idea de lo que significa el trayecto de Sur a Norte (López, 2013). México tiene una gran diversidad geográfica, cultural y climática, misma que deben afrontar las y los migrantes; aquellas que dependen del conocimiento ajeno recorren el país sin tener información al respecto de los peligros y las contingencias que les depara el territorio mexicano (López, 2013).
Una particularidad que encontramos en los testimonios recabados reside en el hecho de que todas las mujeres usaron frecuentemente los albergues para satisfacer necesidades básicas como seguridad, comida, aseo personal y de ropa, así como para recibir atención médica. Los albergues, casas y organizaciones defensoras de migrantes funcionan como espacio estratégico para la contención emocional, la atención humanitaria y la reflexión sobre el proyecto trayecto migratorio, es decir, un espacio para fortalecer la resiliencia. En México funcionan “más de 50 albergues y comedores que brindan apoyo a los migrantes en su tránsito hacia el norte” (Ramírez, 2013). Estas casas y albergues son “infraestructuras sociales fundamentales de mitigación del riesgo esparcidas por todo el país, de manera particular en las fronteras y en las rutas de tránsito” (París et al., 2016), brindan protección y ayuda, particularmente a los migrantes más vulnerables que cuentan con pocas redes migratorias y escasos recursos.
En los albergues la hospitalidad se vuelve un elemento de vital importancia para el fortalecimiento de la resiliencia. Se trata de espacios que ofrecen buena acogida y recibimiento, estos sitios fomentan la inclusión y posibilita generar espacios seguros, integrales y dignos. A pesar de que cada albergue y casa cuenta con sus propias normas de funcionamiento, reglamentos, organización, horarios de entrada y de salida, por lo general los servicios que proporcionan son similares: “espacios seguros donde la persona migrante puede descansar, curarse y recuperar sus fuerzas para seguir adelante” (Ramírez, 2013). Además de los servicios, los alberges son el espacio idóneo para el intercambio de información sobre los riesgos del camino, así como para dar a conocer los servicios y derechos a los que las personas migrantes tienen acceso según la legislación migratoria mexicana. Así también, algunos albergues cuentan con los recursos necesarios para ofrecer apoyos médicos y psicológicos.
Son estos servicios psicológicos los que han demostrado ser de particular importancia para las mujeres migrantes que utilizan los albergues. De acuerdo con los testimonios emanados del equipo de acompañamiento integral de FM4 Paso Libre, el principal objetivo de este apoyo es lograr transformar los sentimientos de culpa y tristeza –que predominan en la población migrante femenina– en empoderamiento, logrando así otorgarles un mayor control sobre su proceso migratorio. Los síntomas que se observan con más frecuencia en las mujeres migrantes que participan de estas intervenciones son la ansiedad, la depresión y el tercero tiene que ver con síntomas psicosomáticos o estrés postraumático. Sin embargo, una singularidad de este fenómeno es que a pesar de que estos síntomas están presentes en los diferentes puntos de la ruta, los motivos o causas varían según el punto en el que son atendidos. De acuerdo con el testimonio de una de las colaboradoras en la atención a migrantes, al inicio de la ruta la ansiedad y depresión se explica por el inicio del viaje, “posiblemente en este pequeño recorrido ‘ya fui asaltado’, ‘ya me pidieron la cuota’, comienza el estrés del viaje y la depresión está relacionada con ‘que acabo de dejar a mi familia’, es un punto donde todavía se les extraña mucho” (Equipo de Acompañamiento FM4 Paso Libre).
En el centro del país nuevamente hay síntomas psicosomáticos, de ansiedad y depresión; “en el trayecto hasta aquí ya he sufrido todo tipo de violencia, desde asaltos y secuestros, he visto accidentes, quizás yo logré escapar, pero nos estaban correteando para hacernos algo” (Equipo de Acompañamiento FM4 Paso Libre). Estos sentimientos se canalizan más hacia un sentimiento de culpa, de “si yo no hubiera hecho este viaje tal vez no me hubiera pasado nada de esto” (Equipo de Acompañamiento FM4 Paso Libre). Esto mismo lleva a pesadillas, insomnio o dejar de comer. Más adelante, cerca de la frontera, los mismos síntomas se presentan, pero ahora van relacionados al desconocimiento de la frontera, a la finalidad del recorrido y al miedo de ser deportados tan cerca de la meta.
El proceso migratorio complementa una parte de la historia de vida de la persona involucrada, logrando que la percepción que cada migrante tiene de sí varíe dependiendo de cómo haya sido su proceso migratorio y cuál sea su historia personal en términos de circunstancias de sumisión, pobreza, violencia vivida, reconocimiento y/o habilidades desarrolladas. Por otro lado, es importante destacar que frecuentemente se reducen y desvalorizan los proyectos migratorios-emancipadores de estas mujeres, este tratamiento reduccionista deja de lado la oportunidad de entender que las mujeres migrantes se transforman en los agentes activos y protagonistas de los procesos migratorios contemporáneos (Maqueda, 2008).
Frente a lo adverso que resulta dejar su contexto, desplazarse en condiciones de riesgo, llegar a lugares donde no se les reconoce, las mujeres migrantes desarrollan estrategias que les ayudan a seguir en camino, afirmando la necesidad de seguir con su camino y de visualizarse en el destino. La mayoría de ellas habló sobre sus saberes culinarios, sus conocimientos en temas de belleza y cómo estas herramientas podrían ser la fuente de ingresos que les permitirían continuar su camino o la inserción en el lugar al que se dirigen. Para hacer frente a las necesidades y circunstancias del tránsito es común que tengan que recurrir a charolear en las calles o vender algunas de sus pertenencias para obtener dinero o comida; de entre ellas, la mayoría indicó que esto no era algo que les gustara hacer, más bien es su último recurso al no encontrar otra forma de sustentarse. Un grupo pequeño de entre las mujeres admitió estar recibiendo apoyos económicos de sus familiares, ya sea desde Estados Unidos, desde sus lugares de origen, o de haber traído algo de dinero consigo desde sus países.
A pesar de la compleja temática que acarrean las historias de las mujeres migrantes es importante resaltar la capacidad de resiliencia que tienen ellas. Muchas logran transformar esa culpa en responsabilidad, devolviéndole así control sobre su decisión de partir, lo que resulta en un sentimiento de empoderamiento. Ya sea que tuvieron que salir de su lugar de origen solas, como también mujeres que durante su camino han ido tejiendo redes de apoyo y al final, han ido acompañándose entre sí, las historias de estas mujeres tienen matices únicos y dignos de ser visibilizados.
Finalmente conviene precisar el papel que juega la religión, en sus múltiples expresiones y denominaciones como una herramienta constantemente utilizada por las mujeres migrantes. Como hemos visto, la movilidad internacional originada por factores como la violencia (en cualquiera de sus expresiones), el despojo, la persecución y la agresión, tiene una motivación y connotación diferente de aquella que persigue fines exclusivamente laborales y económicos. La primera conlleva un alto grado de tristeza, de miedo, de incertidumbre y angustia pues muchas veces se tiene poco tiempo –a veces, ninguno– para planear y preparar (económica y psicológicamente) el inicio del viaje; es un proceso en el que emergen sentimientos de desarraigo, de desterritorialización, pues se deja el lugar donde se ha vivido toda la vida; las familias se separan, dividiéndose los afectos –porque una parte se queda en el lugar de origen y otra parte, se la lleva el que se va–, y multiplicándose las preocupaciones y temores; se transforma el tejido social y se modifican los referentes culturales y simbólicos de quien tiene que migrar obligado por esas condiciones. En estas situaciones límite, que pueden llevar a los individuos a lo que Berger y Luckmann (1996) han llamado “crisis de sentido”, juegan un papel importante la fe, las creencias y prácticas religiosas para explicar y dar significado a las experiencias vividas. Por ello es necesario enfocarse en el análisis de la dimensión religiosa durante el proceso de migración, acercándose a las prácticas religiosas no por sí mismas, sino como parte de éste.
Reflexiones finales
Con este texto hemos dado cuenta de pautas para seguir reflexionando en torno al nada halagador escenario que se vive en la región centroamericana, con especial énfasis en Honduras, El Salvador y Guatemala. El sistema neoliberal, la pauperización de las sociedades en Centroamérica y la proliferación e intensificación de las violencias, aunados a los regímenes de deportación y sus políticas migratorias profundamente racistas y clasistas, han ido acotando las posibilidades de vida. Constatamos que la precariedad extrema condiciona que mujeres y hombres vivan al límite en un marco muy estrecho de opciones. Una de esas posibilidades se produce con la migración, la cual sin duda es también un desplazamiento en la exposición.
La feminización de las migraciones es más que un incremento en los números de mujeres mexicanas y centroamericanas recorriendo nuestro país, inmersas en complejos, multidireccionales y diversos flujos migratorios, es además, un cambio cualitativo en los objetivos, modalidades de viaje, y estrategias de migración de las mujeres desplazándose por nuestro país. Las mujeres migrantes no son significativas por su presencia numérica en la Casa de Atención al Migrante de Guadalajara, pero son claves porque muestran procesos graves de desvinculación del tejido social en sus lugares de origen, y más cuando las vemos salir con sus hijos y estar expuestas como cuerpos y mercancía en un contexto masculino y depredador. Ellas son quienes reelaboran los lazos sociales en los nuevos espacios de asentamiento si es que logran estabilidad. Así se puede pensar que para ellas y sus hijos la permanencia en el limbo es difícil de sobrellevar. Esta hipótesis será algo a lo que habrá que dar seguimiento dentro de las posibilidades de la organización de ofrecer acompañamiento jurídico y una posibilidad de inserción en la sociedad jalisciense.
Las mujeres migrantes que se desplazan en condición irregular por nuestro país son comúnmente representadas como parte de una masa desposeída, sin poder y homogénea. Como lo ha señalado Saskia Sassen: “powerlessness (…) no siempre se traduce en ausencia de poder” e incluso, bajo ciertas circunstancias éste “contiene la posibilidad de escribir una historia política y cívica” (Sassen, 2013: 213). Tal como lo ha reflejado este texto y una decena de reportes de organizaciones internacionales, las mujeres migrantes que encontramos en la zmg son víctimas del Estado, del crimen organizado y de las numerosas y cotidianas violencias que se suceden en el tránsito. Sin embargo, a pesar de estas condiciones, hacen frente a esa realidad apropiándose hasta donde pueden de su proceso y tratando de seguir en marcha. Visibilizar las historias de estas mujeres, sus mecanismos de afrontamiento, prácticas y luchas por sobrevivir resulta imprescindible para cuestionar las narrativas y discursos, aparentemente coherentes y homogéneos, que han caracterizado a la migración “en tránsito” y en su lugar dar cuenta de las diversas historias, voces, trayectorias, e historias de las mujeres como sujetos políticos, como sujetos de la historia.
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Migración
Magdalena García Durán
Q
uizá yo no fui a la escuela, la escuela ha sido mi propia vida, y poco a poquito he estado aprendiendo. Voy a compartir mi experiencia
como indígena Mazahua, como pueblo mazahua que resido en la Ciudad de México, que residimos en la Ciudad de México, que nos dicen migrantes. Yo digo que el migrante no ha sido a penas ha sido siglos, han migrado por todos lados, y todas las grandes ciudades que vemos, vemos que hay mucha gente que son migrantes. Pero nos pega más a nosotras, a nosotros, cuando nos ven como nos vestimos porque nos ven diferente y entonces ahí nos dicen que somos migrantes, no tenemos territorio y todo eso.
Pues en la Ciudad de México nuestros abuelos llegaron desde 1940, viviendo en unas cuevitas por ahí en las lomas de Chapultepec, que no había donde quedarse. Y sin saber leer ni escribir, pues en la comunidad siempre ha sido lo que es el comercio, es vender fruta, es vender dulces o a ver que vendimia. Entonces ellos pudieron conquistar un pedacito de banqueta donde ellos vendían la fruta, la semilla, frutas temporales, semillas y todo eso. Pero no fue fácil de que ellos ganaran la vida con dignidad porque recibieron mucho hostigamiento. Pues les trataban muy mal, yo la verdad ahorita después del año de 1970-1975, alcancé de cómo nos trataban. Nos quitaban la mercancía, nos cortaban las trenzas, nos llevaban 15 días a la cárcel, pisaban nuestra mercancía,
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le echaban petróleo, le echaban gasolina, nos quitaban nuestros bebés, los que tenían bebé. Y para nosotros decimos, pues bueno, “¿por qué?” Si toda la gente tanto mujer, hombre llegaron y estamos en la ciudad en un mejor nivel de vida que buscamos para subsistir a nuestra familia. A las mujeres vendiendo, a los hombres de albañil, o aseadores de calzado, o cargadores que llevan los marchantes para ganarse la vida, o si no los que limpian parabrisas. Y entonces de una u otra manera buscamos cómo ganarnos la vida con mucha dignidad. Pero desgraciadamente pues eso no ven, qué hacemos en la ciudad, ven que ensuciamos a la ciudad, y de ahí nos despojan de esos espacios para que un tal, el más rico de México, rescate todo lo que es el centro histórico.
Me acuerdo de la compañera que estuve escuchando su versión, cuando andábamos, las mujeres, que les decían prostituta, vendíamos al San Juan cuando venía la racia ellas las cargaba. Y venía la Julia y nosotros los cachábamos. Y era así de esa manera que nos han tratado siempre y por eso ha sido una resistencia incansable, de seguir arrastrando, de seguir ganando la vida misma. No es que seamos necios, no es que seamos aferradas o tercas, pero, de qué vamos a ganar. ¿Cómo vamos a ganar la vida? No vamos a ir a robar porque mis abuelos nunca me enseñaron a robar, nos enseñaron a trabajar. No, tampoco nos enseñaron a estirar la mano, aunque muchos ya están empezando a estirar la mano. Nos enseñaron a ganar el pan de cada día con el sudor de la frente, con mucha dignidad. Y con las autoridades correspondientes, vas, solicitas permiso porque queremos pagar el derecho de piso, no hay permiso, y no va haber permiso y no hay ninguna alternativa que dé solución a este problema.
Le estoy hablando de los años setenta hasta la actualidad. Ahorita dicen que ha cambiado, qué va a cambiar. Ahora es más corrupción, ahora nos ponen más granadero, ahora nos persiguen, nos corretean, nos tratan peor que los delincuentes, como si fuéramos conejos que nos andan correteando para arrebatarnos la mercancía y aparte de eso no nos arrebatan para que nos lleven al juez cívico, si no que nos roban mismo, la policía nos roba nuestra mercancía. Y si te llevan, pues ya tienes que pagar 300 pesos de multa y entonces ellos tienen su estrategia de hacer las leyes que ellos le dicen al banco… que no permiten defender comerciantes, o los que vendían algodones, los que vendían fruta, los que vendían… todos no pueden estar en las casas, en las calles, en las avenidas. Cuánta gente que ahora después del levantamiento del centro histórico de 2007 por la ley, que le dicen ley cultura cívica, esa ley es nada más para los gobiernos, es para echarnos a pelear entre nosotros mismos porque quitan a unos y ponen a otros. Entonces, es la manera de confrontarnos, para decir que somos nosotros los violentos, que somos nosotros los que golpeamos y hacemos, y si se pelean pues ni uno ni otro, los levantan. Les damos el gusto a los gobiernos para que nos levanten.
Entonces nosotros como mazahuas, en ese tiempo veíamos que las mazahuas florecieron el centro histórico con sus vestimentas en los años setenta, setenta y cinco. Y muchos creyeron que ya estábamos muertas pero cuando ya nuestra vestimenta que daba colorido, son colores fuertes que usamos nosotros, porque creemos que… bueno, esos colores nos gustan porque es la naturaleza que ha dado nuestra madre tierra. Si vemos las flores cuántos coloridos hay, ¿no? Y entonces nosotros decimos que cuando estamos en la calle, al mismo tiempo que estamos en la calle, le estamos dando vida a la ciudad. Porque tenemos una cultura propia, porque también tenemos nuestra lengua, o sea, todo lo que tenemos… Pero a las autoridades pues nomás no les parece eso, han llegado momentos cuando estaban los años setenta, setenta y cinco, nos querían regresar para nuestra comunidad, que cuántos camiones queríamos para regresar y no estuviéramos aquí. Y hace poco, no tiene ni cinco años, nos volvió a decir que para dar solución a este problema nada más que digamos cuántos camiones necesitamos porque nos van a regresar a nuestro pueblo. Y entonces yo digo que también esas autoridades que nos dicen así también son migrantes, no son del D.F., no nacieron ahí, nada más que tienen el poder, y como tienen el poder, pues quieren mandar. Pero como también nosotros que decimos “somos pueblo”, la calle no es de nadie, es del pueblo, es de quien la trabaje y entonces así de esa manera tenemos que ganarnos la vida, ¿no?
Ahora que si nos quieren atender y si no pero nosotros seguimos adelante. Entonces eso es cuestión de trabajo, que por más que le busquemos por todo, nos atacan. No puedes ser comerciante, no puedes ser artesana, no puedes ser diablero, no puedes ser aseador de calzado, no puedes ser que limpie parabrisas, no puedes ser que están parando ahí los carros para cuidar los carros y le den una monedita, 2-3 pesos.
No puedes ser nada porque todo ellos le buscan. Y ahora las calles donde paraban los carros ya ahorita le ponen ese parquímetro algo así, todo así para que ellos echen su moneda, y ahí le caiga. Los bicitaxi que estaban ahí en el zócalo, los quitaron y ahora ellos ya tienen su bicitaxi como gobierno. O sea, todo nos ha golpeado y la verdad nosotros por esa razón decimos que ya van más de quinientos veinticuatro años resistiendo ¿por qué no vamos a resistir? Porque tampoco no queremos trabajar en las tiendas de los otros que si lo reciben a uno a mano llena porque hasta les ponen bien las tiendas para que todos los que quitaron vayamos y trabajemos para que ahora sí seamos explotados de gente que ni siquiera es de nuestro país. Y así está en eso y por eso nosotros decimos que tenemos que organizarnos: tenemos que decir ya no, ya no más a esos golpes, ya no más a esos insultos, ya no más a esos encarcelamientos. Tenemos que encontrar formas para fortalecernos y para agarrar fuerza y que esos trabajos se respeten por derecho. Porque tenemos derecho al trabajo. Y entonces a lo mejor se puede hacer, yo digo, leyes que ellos hacen con…leyes estatales son beneficio para ellos, leyes nacionales son beneficio para ellos. Y entonces la verdad no nos queda de otra más que seguir adelante para ver todo eso.
En cuestión de salud, cuando nosotros o nosotras… antes nuestras madres, nuestras abuelas, nunca les gustó de ir a dar a luz en un hospital porque para ellas era sagrado su cuerpo, que no querían que les vieran nada. Simplemente querían dar a luz en su comunidad con su partera y ya después iban a traer a su bebe aquí en la ciudad. Y después ya como mi generación, a veces ya no nos queda de otra más que acercarnos a esos hospitales y todo eso. Pero, por ser morenita, por ser indígena, por ser lo que uno es, te mandan a bañar dos tres veces para que te atiendan. Y si tú te vas a ir a bañar ya cuando regresas ya tu bebé ya está muerto porque te dicen que todavía falta. O se mueren las madres de familia porque no hubo atención. Ahora en la actualidad que si hay atención no hay medicina, no hay medicamento. Entonces todo eso es lo que vemos.
Y en cuanto también en la vivienda digna, nos ha tocado organizarnos con varios compañeros porque ahorita nos hemos dado cuenta, que ahorita no nada más los mazahua, hay de todos los pueblos en la Ciudad de México, como artesanos de diferentes lenguas, de diferentes vestimentas. Y cuando damos una lucha para obtener una vivienda tenemos que marchar, tenemos que dejar el trabajo y caminar y hasta volar, pero años, años para que te puedan dar una vivienda. De 1999 a 2000 daban una vivienda bien pequeñita, chiquita y entonces los que hacen su taller, los que hacen su telar, los que hacen su bordado y tienen eso, tuvimos que hacer foro para que se consiguiera un poquito más grande la vivienda. Bueno yo, me gusta dar la lucha pero ni vivienda tengo, ni vivienda tengo. Entonces eso se puede lograr, pero es una vivienda que vas a pagar no es una vivienda que te regalen. Simplemente decimos queremos vivienda pagada no regalada, pero si nos dan esa vivienda y aplican su estrategia de que te levantan tu trabajo, pues de dónde vas agarrar para pagar tu vivienda. Al rato la andas traspasando, y si eres pobre, te vas a quedar más pobre de lo que estabas.
Y en cuanto a la educación me he dado cuenta de que sufrimos mucho, mucho por ser mujer, principalmente las mujeres, por la discriminación, y los niños por no hablar bien la lengua. Todavía ahorita actualmente existe eso, si un niño no sabe hablar bien la lengua pues dicen que está loco, dicen que necesita un psicólogo porque no entiende. Y luego a mí me tocó, les voy a compartir esto otro… y no les voy a aburrir. Me tocó cuando mis hijos, soy madre de 6 hijos, por la persona o personaje que tenían en la tele de la india María no nos bajaban de la india María patarrajada, “regrésese a su pueblo”. Y eso tuvimos un miedo y nos escondimos, fuimos obligados a cambiar nuestra ropa, teníamos que poner pantalón, enchinarnos las pestañas, usar tacones para poder ir a las reuniones de nuestros hijos para que no les dijeran que eran hijos de la india María y siempre así. Y entonces la verdad yo digo pues no sé por qué es así en este sistema, en este sistema capitalista, en estas personas que supuestamente nos representa, pues eso es lo que más duele.
Ahora gracias a los compañeros zapatistas que se levantaron en armas en 1994, que me di cuenta que era la misma lucha que ellos hacían y empezamos a pasar por esa lucha. Porque decimos si ellos están hasta allá, no tienen eso, lo que nosotros tenemos aquí enfrente está bonito, y los hombres de nosotros trabajaron esos hospitales, esas clínicas y no nos aceptan, y entonces pues ¿qué vamos hacer? Pues vamos a seguir luchando. Y luego las autoridades decían “es que ustedes no se acerquen con esa lucha, eso es de los zapatistas, eso es de allá, no es de aquí. Aquí no les va venir a salvar ellos”. Pero pues no porque en nuestro corazón sentimos de qué lado estamos. Y entonces gracias a ellos, desde 1996 recuperé lo que yo soy, como me ven ahorita, con mi ropa, con lo que realmente soy, no me interesa lo que digan los demás. Me siento orgullosa porque aunque me cambiaran de ropa pero lo que llevo adentro, en la sangre, nadie me lo podía arrebatar. Y gracias a esa lucha que dieron los compañeros que decían que no iba a servir, sirvió nacionalmente e internacional, y entonces, gracias a esa lucha ahí estamos.
En cuanto a lo de la justicia, porque te ven que vistes diferente, porque te ven que tú no te vas a saber defender y entonces te detienen, te encierran, te hacen. Como les acabo de decir yo no fui a la escuela pero pasé a ser como abogada. ¿Cuántos presos liberé que estaban injustamente en los reclusorios? ¿Por qué los liberé? Porque no tenían parte acusadora, nada más los tienen ahí porque no saben hablar, no se saben a defender. Y entonces yo exigía que trajeran a la parte acusadora y la persona quien robo, quien esto, pues nunca te presentaban, por lo tanto no podían estar ahí. Pero eso porque tenía mi guardadito pues, por eso me encarcelaron creo.
Y entonces es así, pero nos damos cuenta que no nada más la Ciudad de México, son todas las ciudades, todas las ciudades así pasan nuestras hermanas, nuestros hermanos. Y por eso nosotros decimos que eso es la discriminación, la humillación, el desprecio, el racismo, eso es lo que tienen los de allá arriba y no nos va poder porque no somos trabajadores de ellos, de dónde vamos a tener para pagarles a ellos. Por eso decimos nosotras y nosotros que es por eso que luchamos, y es por eso que nos estamos encontrando y nos vamos a encontrar porque no nada más son a los pueblos indígenas. Nos estamos dando cuenta que aquí están los estudiantes, que aunque tengan estudio no tienen trabajo, como ellos hay miles y muchos más. Si ustedes ahorita me permiten un rato, yo les dije que yo no sé leer pero hice un resumito a ver si lo puedo leer. Y ustedes lo escuchan, ¿no? Yo puse datos sobre la migración:
1. La migración es una única opción para la sobrevivencia.
2. Migramos por la pobreza, por falta de escuela, trabajo.
3. Una de cada tres mujeres está en alguna ciudad del país como es Guadalajara, Monterrey.
4. En la ciudad vivimos discriminación, marginación, violación constante de nuestros derechos, abusos y las autoridades nos criminalizan por ser diferentes.
5. Las grandes ciudades como Guadalajara son espacios de encuentro de diversas culturas.
6. Debemos exigir que se cumplan nuestros derechos que están reconocidos en las leyes locales y nacionales.
7. Las propuestas de los pueblos indígenas que viven en las ciudades enriquecen a todos los habitantes que vivimos en esas ciudades.
8. Proponemos el encuentro del respeto de quienes habitamos en las ciudades y aportamos nuestra riqueza cultural y valores como el respeto al medio ambiente. Los ancianos sabedores que nos heredaron, los abuelos, las abuelas, de estos trabajos de estas tierras.
9. Construir una ciudad donde respeten las diversas culturas y nos ayude a ser mejores seres humanos entre nosotros mismos donde quiera que nos encontramos.
Eso es lo poquito que escribí y discúlpame que no lo sé leer pero algo se entendió.
Y entonces, es así, y les doy muchas gracias. Es la escuela de la vida, de la calle, de mi trabajo, pues ¡gracias!