Estamos observando actualmente en Francia, desde hace 4 semanas, un fenómeno de lucha social tremendamente interesante y original, que se ha definido como la rebelión de los “Chalecos amarillos”, por ese simbolismo que han escogido. Más allá de la reflexión acerca de ciertas formas de lucha que tienen connotaciones violentas, es innegable que la inmensa cantidad de sus acciones son noviolentas y masivas. Pero lo sustantivo, en relación a la construcción de una esperanza real que estamos reflexionando para México actualmente, está en la determinación moral y material de una gran porción mayoritaria de la sociedad francesa (incluidos diputados…) de ejercer su propio poder y enfrentar con sus cuerpos los abusos del poder autoritario gobernante.
México: la distancia entre la ilusión y la esperanza está en nosotr@s
Pietro Ameglio
14 diciembre 2018 0
Desinformémonos
Me tocó ver la ceremonia de unción tlatoánica de López Obrador en el zócalo de la capital, desde la India en la universidad Gujarat Vidyapith, fundada por Gandhi en 1920, presentando una idea de “Paz Desobediente”. Con indios de la India viendo una ceremonia encabezada por indios mexicanos. Lo simbólico de ese acto escenográfico en sí mismo podría ser positivo, si fueran a ser verdad las palabras de AMLO en el sentido que los indios serán su prioridad en todos los programas de gobierno, pero la lectura política no necesariamente lo será pues no estaban allí presentes los representantes de organizaciones indias más auténticas y reales del país, más apegadas a la defensa de sus territorios, cultura, usos y costumbres. La verdad -valor supremo en las culturas indias latinoamericanas y de la India- de esos indios allí presentes, y de las palabras de López Obrador, se verá pronto con sus posturas y resistencias ante los avances de los megaproyectos en sus regiones (tren maya e Istmo), totalmente contradictorios con la primacía que se le quiere dar a los pueblos indios en los nuevos proyectos de gobierno.
Participé en la lucha contra el escandaloso fraude electoral del 2006 yendo a muchas manifestaciones, dando talleres y aportando textos de acción y filosofía noviolenta, aprendiendo de la gente en la calle con una enorme determinación moral y material, intentando reflexionar colectivamente cómo la acción de desobediencia civil de tomar un espacio significativo de la vida política relacionado con los autores del fraude era fundamental de hacer, pero no ocupando Reforma sino rodeando Los Pinos para impedir que una de las principales cabezas del fraude -Fox- pudiera salir de allí. La toma de Reforma sólo atacó a la sociedad civil que “pasaba por allí” (Aute dixit), mientras el verdadero adversario despachaba tranquilo en otro lado y construía una gran campaña de deslegitimación moral e ilegalidad jurídica.
También me involucré con el movimiento sobre todo de jóvenes -entre ellos muchos conocidos y alumnos- del #Yo Soy 132 de 2012, contra un nuevo fraude electoral, esa vez mucho más sofisticado que el de seis años antes. Allí pude también compartir varios talleres, donde se planteaba la necesidad de rebasar las acciones simbólicas masivas, para pasar a las de no-cooperación y desobediencia civil, pues la magnitud del objetivo de la lucha y la determinación de los hacedores del fraude lo ameritaban.
Este hecho histórico de la sociedad mexicana del 1° de diciembre pasado, y el proceso social que seguirá, abren una posibilidad que alcanzaría a ser -en parte- relativamente original e inédita. Podría tratarse de una frontera entre la esperanza y la ilusión, misma que muchas veces en la historia o la vida personal es muy delgada. La diferencia radica en el “principio de realidad” que sustenta a cada una: mientas la ilusión carece de un principio de realidad con reflejos empíricos y mínimamente objetivos, la esperanza al menos se construye sobre ciertos registros, mediciones, hipótesis y reflexiones con cierta base empírica e histórica. Claro que ésta puede resultar ilusoria, pero de origen tiene un principio de realidad más objetivo. No se basa en los simples deseos, en los discursos del empirismo lógico, en las ideologías, en los mecanicismos históricos o sociales, sino en hechos sociales posibles de registro.
Asimismo, no se puede luchar bien sin la esperanza, mientras la ilusión puede hacer mucho daño y generar gran riesgo. La esperanza está también asociada a la utopía (no-lugar), donde algo no existe pero puede existir; mientras la ilusión se instala en la quimera: ni tiene lugar ni puede tenerlo con el conocimiento disponible en ese momento como sociedad y como especie. También es cierto que en la historia de la larga duración, muchas quimeras se han ido transformando en utopías, y muchas de éstas en realidades.
Al igual que una parte importante de la actual sociedad mexicana le apuesto a la esperanza en este momento, sin caer en formas ilusorias ni perdiendo la capacidad crítica, de enfrentamiento y “desobediencia a toda orden inhumana e injusta”. Nos atraviesan inmediatamente hechos sociales que nos señalarán el alcance real de esta esperanza: Comisión de la Verdad sobre la acción genocida en Iguala; verdad, justicia y reparación en los casos de más de 40 mil desaparecidos y cientos de miles de muertos y desplazados; megaproyectos de expansión neoliberal que avasallen comunidades y territorios; militarización de la seguridad pública y violación de los DDHH…
El nuevo gobierno ha encuadrado todas sus acciones en lo que ha llamado “Pacificación”, y agregaríamos “en un país en guerra”, ya que sin este complemento se corre el riesgo de no dimensionar bien la tarea. En este sentido, será fundamental observar para saber si la esperanza tiene fundamentos hacia la paz o hacia la reproducción del gran negocio que son la violencia y la guerra, si lo que se busca es una “construcción de paz con justicia, dignidad y co-operación ciudadana”, o si se sigue en el mismo camino de los últimos doce años de confundir la idea de paz con la de seguridad, y optar así por un modelo pacificador militarista y autoritario sin la ciudadanía involucrada y consultada en las decisiones y acciones. Ojalá los Foros de pacificación no hayan sido sólo una acción más de catarsis colectiva improvisada y simulación con decisiones ya tomadas de antemano -como ha perecido-, y realmente se haya escuchado a las víctimas y a muchos sectores de la sociedad, para tomarlos en cuenta en las decisiones que vienen. De palabra claro que así será, pero veremos los hechos: ilusión o esperanza.
Una prueba fundamental será el lugar que en este proceso ocupen los familiares de víctimas de esta guerra, las policías o guardias comunitarias que son las únicas que han logrado en algo detener el delito organizado en sus territorios, las organizaciones civiles y de derechos humanos realmente comprometidas con un modelo de paz justiciero y de reconstrucción del tejido social, así como el desmantelamiento con justicia de todas las inacabables redes sociales de impunidad y asociación delictiva entre autoridades, empresarios y bandas.
En estas semanas tendremos también unas buenas pruebas al respecto, según se atiendan las demandas de tres dramáticas caravanas mexicanas: la de los “Pies cansados” –iniciada el 19 de noviembre- de 400 indígenas mayas desplazados de Chenalhó, Ocosingo y Zinacantán (Chiapas) que luchan por el cumplimiento de acuerdos establecidos para su retorno a las comunidades; la de 1800 desplazados de los municipios de Leonardo Bravo y Eduardo Neri de Guerrero que fueron baleados cuando regresaban a sus comunidades escoltados por el ejército (17 noviembre); la de la “IV Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas” que se realizará en Guerrero a partir del 19 de enero próximo, organizada por la red de familiares de víctimas Enlaces Nacionales.
¿Qué marcará la diferencia o frontera entre la esperanza y la ilusión?
Como hemos dicho, por un lado sí las acciones reales de las autoridades por la democracia, la verdad, la justicia con paz; pero más aún la marcarán nuestras propias acciones, individuales y colectivas. Hemos afirmado varias veces que la idea de “ciudadano” y “sociedad civil” en México, y muchos otros países, es un “punto de llegada” y no de “partida”, y esta podría ser una muy buena coyuntura histórica para darle una vuelta de tuerca a este proceso de podernos ir convirtiendo cada vez más en individuos libres, autónomos, organizados, con capacidad de “control social”, y como consecuencia de “control de nuestras vidas”.
Creemos que en esta práctica del ejercicio de nuestro propio poder -individual y colectivo- radica la verdadera esperanza de que este nuevo proceso político, económico y social mexicano signifique un avance real de una mayor verdad, justicia y humanización en nuestro país. La base del gandhismo, del zapatismo, de cualquier lucha social legítima, está justamente en esto: construir cuerpos como “armas morales” con capacidad de reflexión autónoma y acción colectiva. Y para ello, primero debemos tomar conciencia del poder que tenemos, y segundo debemos ejercer ese poder. Son dos acciones y procesos epistémicos diferentes, pero la brutalidad de nuestra guerra en México nos obliga a construir ambos casi al mismo tiempo. Tomémosle, además, la palabra a AMLO que pide que “no me dejen solo” ya que los “ciudadanos son el sustento del cambio que buscamos”, pero no en un sentido de “obediencia ciega, mesiánica y a priori a la autoridad” sino de control e igualación social.
No se trata tampoco de oscilar entre el fatalismo del fracaso anunciado o darle el beneficio de la duda al nuevo gobierno, sino de “meter el cuerpo” -individual y colectivamente- en este nuevo proceso social, donde nos toque estar o nos atraviese. La verdadera construcción de paz y noviolencia implican disminuir las “asimetrías de poder” en el orden social para construir una mayor “igualación social”, y eso sólo se logrará si conocemos y “ejercemos nuestro poder” organizadamente. Partimos del principio que las injusticias y los actores que las sostienen están allí porque nosotros lo permitimos -desde el silencio, indiferencia, miedo o interés-, y si retiramos nuestra obediencia y dinero entonces esas situaciones acabarán.
Estamos observando actualmente en Francia, desde hace 4 semanas, un fenómeno de lucha social tremendamente interesante y original, que se ha definido como la rebelión de los “Chalecos amarillos”, por ese simbolismo que han escogido. Más allá de la reflexión acerca de ciertas formas de lucha que tienen connotaciones violentas, es innegable que la inmensa cantidad de sus acciones son noviolentas y masivas. Pero lo sustantivo, en relación a la construcción de una esperanza real que estamos reflexionando para México actualmente, está en la determinación moral y material de una gran porción mayoritaria de la sociedad francesa (incluidos diputados…) de ejercer su propio poder y enfrentar con sus cuerpos los abusos del poder autoritario gobernante, en cuanto a medidas económicas que afectan gravemente su vida cotidiana y nacional, empezando por un “No al Gasolinazo”. La legitimidad y determinación son tantas que el gobierno ya ha cedido en algunas de esas demandas, y no se sabe aún hasta dónde llegará esta movilización social.
En ese sentido me pregunto: ¿El ex_fiscal de Veracruz, Arturo Bermúdez, seguirá libre porque el delito de Desaparición Forzada no es grave en Veracruz, o sea, porque la ley y la fuerza vienen antes que la conciencia y la legitimidad en ese Estado? ¿el Poder Judicial seguirá cobrando esos sueldos ofensivos e inmorales -que les pagamos nosotros- en un país con los niveles de pobreza de México, gracias a que “está en la ley” (hecha por ellos mismos y sus socios políticos de la corrupción moral)? Vivo en Morelos y me pregunto también: ¿Graco Ramírez seguirá libre después de haber atacado brutalmente la educación pública superior en Morelos y ocultado las fosas clandestinas oficiales de desaparecidos?