Dos de los más conocidos intelectuales de izquierda crítica del continente se unen en este artículo para tirar algunas líneas de reflexión crítica y autocrítica sobre la izquierda brasileña, en especial del PT y Lula.
La extrema derecha en Brasil: aprendiendo y desaprendiendo desde la izquierda
Por Eduardo Gudynas y Alberto Acosta
Ecuador Today
El triunfo en las elecciones presidenciales de Brasil de Jair Bolsonaro tiene muy importantes efectos en toda América Latina y plantea enormes desafíos políticos. Expresa no solo otro caso donde un gobierno progresista debe dejar el gobierno, sino también la llegada al poder de actores ultra conservadores o de la extrema derecha.
Estas implicancias exigen un análisis de los efectos de este giro político extremo, y en especial las izquierdas latinoamericanas están conminadas a aprender de lo que allí sucedió. Sea aquellos grupos que todavía gobiernan en algunos países, sea las izquierdas o progresismos que están en la oposición en otros. Todos ellos enfrentan el desafío de no repetir las contradicciones observadas en Brasil, y en otros países vecinos. Esto también es indispensable para los movimientos ciudadanos que siguen lidiando con estrategias como las extractivistas, ya que un estilo político como el propuesto por Bolsonaro solo augura una acentuación de la violencia.
Enfrentamos preguntas que deben hacerse. ¿Qué nos enseña Brasil para evitar, por ejemplo, que alcance la presidencia la extrema derecha en Ecuador o Uruguay? ¿Cómo evitar que el ejemplo Bolsonaro permita que se acentúe todavía más la deriva hacia la derecha en Chile o Colombia? Sin negar las intromisiones externas o los desvíos internos, es necesario reflexionar sobre lo sucedido.
En este texto presentamos distintas reflexiones a partir de lo sucedido en Brasil. No se pretende un análisis detallado de la política interna en ese país, sino que nuestro propósito es otro: rescatar algunos aprendizajes que sean útiles para unas izquierdas que están ubicadas en las naciones vecinas. Por esa razón también ponemos énfasis en la situación de los demás países sudamericanos. Tampoco se repite la nutrida información circulante ni se apelara a análisis simplistas, tales como achacar toda la culpa sea a la derecha, al progresismo, al imperialismo o a los grandes medios de prensa.
Son los resultados de un trabajo en marcha, desde el compromiso con la justicia, tanto social como ecológica, para evitar que otros Bolsonaros se instalen en el resto del continente, y apostando así a una renovación de las izquierdas.
Progresismos e izquierdas: son diferentes
En todo el continente, los agrupamientos políticos conservadores realizan un activo entrevero de hechos para desacreditar las opciones de cambio hacia la izquierda. Se mezclan las severas crisis de Venezuela y Nicaragua con la caída del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, para insistir en que las opciones de cambio hacia la izquierda son imposibles, fatalmente están teñidas por la corrupción, y así sucesivamente. Pero justamente la crisis brasileña muestra la necesidad de insistir en las diferencias entre progresismos e izquierdas.
Es que muchos de los problemas observados en Brasil resultan, como se verá más abajo, de programas y una gestión de gobierno del PT y sus aliados donde poco a poco olvidaron sus metas iniciales de izquierda para transformarse paulatinamente en progresismos. Esto nunca lo ocultaron, sino que hicieron de ello uno de sus atributos. Por lo tanto, una primera lección a tener en cuenta es que la distinción entre izquierdas y progresismos sigue siendo clave [1].
Humildad para entender los humores del pueblo
El Partido de los Trabajadores y el liderazgo de Lula da Silva fue repetidamente presentado como ejemplo de viraje exitoso hacia las llamadas “nuevas izquierdas” en toda América Latina y a nivel mundial, lo que es comprensible al haber ganado cuatro elecciones consecutivas. No fueron pocos los grupos políticos que en distintas naciones lo tomaron como inspiración. Es más, se insistía en que el “pueblo” en su mayoría había adherido a la izquierda y eso explicaba victorias electorales como las de Dilma Rousseff.
Sin embargo, en un proceso relativamente veloz, incluyendo los abusos de la oposición de las disposiciones jurídicas, el PT perdió el control del gobierno, Rousseff fue removida de su cargo en 2016. Ella fue reemplazada por un político poco conocido y de derecha, Michel Temer, quien había sido vicepresidente de la misma Rousseff. Los escándalos de corrupción no cedieron, se procesaron a decenas de empresarios, políticas e intermediarios, y Lula da Silva, perseguido por la justicia, fue encarcelado (ingresando en prisión en abril de 2018).
Esas y otras circunstancias desembocaron en un cambio político extremo. No sólo triunfó Bolsanaro, sino que se hizo evidente que la sociedad brasileña es más conservadora de lo pensado. Aquel mismo “pueblo” que años atrás apoyaba al PT, en unos casos lo rechazaba intensamente, y en otros, festejó a un candidato prolífico en discursos de tono fascista.
Estamos aquí ante una otra lección que impone precaución en usar categorías como “pueblo”, y que nos demanda humildad en aseverar cuáles son los pensamientos o sensibilidades prevalecientes. Quedan en evidencia las limitaciones de un “triunfalismo facilista” ante una sociedad brasileña que no era tan izquierdista como parecía y un conservadurismo que estaba mucho más extendido de lo que se suponía. En ese sentido, Maristella Svampa anota que el triunfo de Bolsonaro se “nutre de un fascismo social preexistente”, que ya estaba avanzando en el país [2]. Es una dinámica que también puede tener algunas similitudes con los derrumbes de las izquierdas y socialdemocracias europeas para dar paso a un paulatino avance de grupos ultraconservadores o fascistas [3].
Esta es una cuestión de mucho cuidado viendo cómo avanzan las creencias en una prosperidad que supuestamente descansa en el individualismo, el consumismo, y que entienden como normal y hasta necesaria la existencia de profundas diferencias sociales, y aceptan la violencia.
Derechas sin disimulos y progresismos disimulando ser izquierda
Seguidamente queda en evidencia otro aprendizaje: los riesgos de un programa que se recuesta sobre sectores y prácticas conservadoras para poder ganar la próxima elección. Una postura que asume que primero se debe “ganar” la elección presidencial, y que una vez en el palacio de gobierno se podrá “cambiar” al Estado y la sociedad. Esto se ejemplifica en Brasil con acciones que van desde la adhesión a un orden financiero (en la muy conocida Carta al Pueblo Brasileño firmada por Lula en plena campaña electoral [4]) hasta su articulación política con el PMDB (Partido Movimiento Democrático Brasileño) de centro-derecha para lograr gobernabilidad. Le siguieron otras concesiones clave en las estrategias de desarrollo, cerrando la puerta a transformaciones estructurales del aparato productivo y así repitiendo el estilo primario exportador [5]. Este es justamente uno de los aspectos que sirven para caracterizarlos como progresistas y diferenciarlos con las izquierdas.
Se cae en una situación donde el progresismo una y otra vez intenta disimular que es una izquierda, mientras que la nueva derecha nada disimula ni oculta. Bolsonaro critica abiertamente a negros o indígenas, es homofóbico y misógino, ironiza con fusilar a militantes de izquierda, defiende la tortura y la dictadura, y apuesta a reformas económicas regresivas. Es ese tipo de discurso el que es apoyado o al menos tolerado por una proporción significativa de la sociedad brasileña.
Pero a su vez, no son pocas las medidas que tomó el progresismo para obtener algunas ventajas (sean políticas, electorales o económicas) pero que en realidad eran funcionales al pensamiento conservador, como fue alentar el consumismo y el mismo individualismo. De esta manera se le allanaba el camino a un futuro conservadurismo.
Desarrollo nada nuevo sino senil
La necesidad de distinguir entre progresismos e izquierda también queda en evidencia al analizar las estrategias sobre desarrollo seguidas por el PT en Brasil. El camino de esos gobiernos, el “nuevo desarrollismo”, descansó otra vez en las exportaciones de materias primas. Para lograrlo se ampliaron las fronteras extractivistas y la captación de inversión extranjera, alejándose así de muchos reclamos de la izquierda.
De ese modo, Brasil devino en el mayor extractivista del continente, tanto minero como agropecuario (por ejemplo, las exportaciones de minerales hasta llegaron a triplicar a la suma de todos los demás países mineros sudamericanos). Esto sólo es posible aceptando una inserción subordinada en el comercio global y una acción limitada del Estado en algunos sectores como el industrial, justamente al contrario de las aspiraciones de la izquierda de sacar a nuestros países de esa dependencia en la exportación de productos primarios.
La esencia de esa estrategia de desarrollo no es diferente a que siguieron otros regímenes progresistas pero también algunas administraciones conservadoras. La adicción al petróleo, la minería y otros extractivismos es muy clara en la Venezuela bolivariana, e incluso se está profundizando con Nicolás Maduro. Algo similar se ha repetido en Argentina, Bolivia y Ecuador [6]. Tomando a este último país como ejemplo, el gobierno de Rafael Correa devino en el gran promotor de la megaminería y defensor del petróleo [7], sin lograr una transformación estructural, por lo que bien se puede hablar de “una década desperdiciada” [8].
Sin duda hay diferencias allí donde el Estado tiene una presencia mayor. Esto es evidente en Brasil con enormes empresas como Petrobras (hidrocarburos) o Vale (minería), que son en parte estatales o estaban controladas y financiadas por el gobierno. En cualquier caso persistió el componente extractivista y primario exportador, que vienen de la mano de procesos desindustrializantes y que obliga a prácticas de imposición territorial y control de movimientos sociales.
Las limitaciones de esas estrategias se disimularon en Brasil con los jugosos excedentes de la fase de altos precios de las materias primas. Aunque se publicitó la asistencia social, el grueso de la bonanza se centró en otras áreas, tales como el consumismo popular, subsidios y asistencias a sectores extractivos o el apoyo a algunas grandes corporaciones (las llamadas campeões nacionales [9]).
Esto explica que el “nuevo desarrollismo” fuese apoyado tanto por trabajadores, que disfrutaban de créditos accesibles, como por la elite empresarial que conseguía dinero estatal para internacionalizarse. Lula da Silva era aplaudido, por razones distintas, tanto en los barrios pobres de su país como en el Foro Económico de Davos [10]. El PT contribuyó sustantivamente a la defensa cultural de esas estrategias, y por ello en Brasil no ocurrieron debates que alcanzaron la misma intensidad a los vividos en los países vecinos.
Las ayudas mensuales que se otorgaban en Brasil a los sectores marginados sin duda eran importantes, pero no sacaban realmente a la gente de la pobreza, ni resolvía la excesiva concentración de la riqueza, ni impedía que mucho dinero se perdiera en redes de corrupción. La caída de los precios internacionales de las materias primas dejó todavía más en evidencia estás limitaciones. De mane-
ra análoga, la reducción de la pobreza en países como Ecuador se acompasó con un aumento de la concentración de la riqueza, con lo que los ricos estaban mejor y los pobres un poco menos mal [11].
Las izquierdas deben aprender de esa incapacidad de los progresismos para transformar la esencia de sus estrategias de desarrollo. Se profundizó la dependencia de las materias primas, con China como nuevo referente, con graves efectos en la desindustrialización y fragilidad económica y financiera. El “nuevo desarrollismo” que quiso construir el progresismo no es “nuevo”, y en verdad es tan viejo como las colonias, pues en aquel entonces arrancó el extractivismo.
La lección para las izquierdas en el resto del continente es que la reflexión sobre las alternativas al desarrollo sigue siendo clave. Se podrá tener un discurso radical, pero si las prácticas de desarrollo repiten los conocidos estilos, se quiera o no, eso desemboca en políticas públicas convencionales, y es esa convencionalidad otro componente que apartó a los progresismos de las izquierdas.
En repetidas ocasiones han asomado los intentos de poner en discusión las bases conceptuales de ese desarrollo. Se destaca por ejemplo la propuesta que nació desde la sociedad civil ecuatoriana por una moratoria petrolera, pero algo análogo por cierto no ocurrió en Brasil durante los mandatos del PT. A su vez, la discusión en Ecuador estaba directamente vinculada con de los derechos de la naturaleza, otras de las innovaciones de la nueva constitución de ese país [12]. Romper con la dependencia con los extractivismos es un tema clave para las izquierdas, y para ello es indispensable poner en debate las concepciones del desarrollo.
Tensiones similares ocurren entre los grupos opositores en los países bajo gobiernos conservadores. Esto se ilustra en Perú, donde la oposición no-conservadora parece dividirse entre una desarrollista al estilo progresista y otra que intenta una transformación más sustancial. La primera mantendría los extractivismos asumiendo con optimismo que los podrá controlar ecológicamente, les impondría impuestos adecuados para compensar sus impactos, y podría blindarlos contra la corrupción; necesita esos extractivismos porque sigue creyendo que desarrollo es crecer económicamente. Es más o menos la receta seguida en Brasil. La otra, en cambio, apuesta a salir de la dependencia de los extractivismos, y asoma como más abierta al aceptar la necesidad de explorar alternativas al desarrollo.
En cambio, en Colombia, una parte de la oposición no-conservadora logró dar pasos sustantivos en ese tipo de reflexión en la última campaña electoral. En efecto, en el debate conocido como “petróleo versus aguacates”, más allá de cómo se lo abordó en los medios, refleja un intento muy valioso desde la Colombia Humana (liderada por Gustavo Petro), para pensar alternativas frente al inminente agotamiento de los hidrocarburos en ese país.
Todos estos casos muestran que existen opciones para una renovación de izquierda que acepte el desafío de poner en discusión estrategias de desarrollo, en particular los extractivismos, se repiten desde tiempos coloniales.
Clientelismo versus justicia social
El PT aprovechó distintas circunstancias logrando reducir la pobreza, junto a otras mejoras (como incrementos en el salario mínimo, formalización del empleo, salud, etc.), todo lo cual debe ser aplaudido [13]. Por medio de políticas sociales se puede paliar la pobreza, pero cuando prevalece el clientelismo eso se vuelve acotado. No se consigue construir ciudadanías sólidas que reclamen desde los derechos, lo que va mucho más allá de un bono mensual en dinero. El consumismo se acentúo y se lo confundió con mejoras en la calidad de vida. La bancarización y el crédito explotaron (el crédito privado trepó del 22% del PBI en 2001 al 60% en 2017). De este modo prevaleció el asistencialismo y con más extractivismos se reforzó la mercantilización de la sociedad y la Naturaleza.
El nuevo desarrollismo golpeó sobre todo a pobres y marginados en las ciudades y el campo, y en particular a los indígenas. Eso alimentó las peleas del progresismo con organizaciones campesinas, indígenas, ambientalistas, feministas, etc. En este contexto se mezclan reclamos por empleo y salud con otras, como las demandas económicas. El consumismo y las ayudas en dinero a los sectores más empobrecidos fortalecieron la lógica del clientelismo, que en otros progresismos se sustentó en un matonismo caudillista. No se construyeran o fortalecieran ciudadanías responsables y organizaciones sociales autónomas, indispensables para hacer realidad los requeridos cambios estructurales. Las mismas organizaciones sociales, pilares del PT, tuvieron que subordinar sus objetivos, tales como la distribución de la tierra, a las lógicas de “el poder por el poder” desplegadas por aquel partido.
No se quiso entender que esas estrategias obligaban a usar ciertos instrumentos económicos, sociales y políticos nada neutros, y más bien contrarios a buena parte de la esencia de izquierda. Como resultado, se generaron condiciones para el retorno de la derecha dejando servido un Estado y normas que lo harán todavía más fácil sostenerse en el poder.
Además, la fragilidad del “nuevo desarrollo” hace que los progresismos no puedan resolver sus crisis desde una perspectiva de izquierda y deriven hacia políticas públicas más conservadoras. El PT contribuyó a erosionar la calidad política y aplicó medidas abiertamente contrarias a las izquierdas que le dieron origen, tales como las flexibilizaciones ambientales y laborales para atraer a inversores. Paradojalmente, esos cambios en Brasil antecedieron, por ejemplo, a las “licencias ambientales express” de Colombia.
En el campo de la justicia social se priorizaron instrumentos de redistribución del ingreso y no tanto de la riqueza, mientras que los derechos ciudadanos y de las diversas comunidades, sobre todo indígenas, seguían siendo frágiles. El sueño de resolver las contradicciones y conflictos por medio de compensaciones económicas, entregando todo tipo de bonos, se derrumbó. En condiciones donde el consumismo genera la falsa imagen de bienestar en amplios segmentos sociales, al carecerse de espacios plurales para sopesar oposiciones, se siembra el terreno para apelar a un narcisismo nacionalista que al poco tiempo se conecta con la xenofobia. El racismo xenófobo ya no ocurre so
lamente en Brasil. Ultimamente se lo percibe y vive en ciudades de Colombia, Ecuador, Perú y Chile. Y en tanto involucra sobre todo a la migración venezolana es aprovechado para acusar al “socialismo” como la raíz de todos los males.
Tampoco se puede marginar en este breve análisis la brutal militarización de la política gubernamental para intentar frenar la delincuencia común en Brasil, sobre todo en las grandes urbes, y que provocó todavía más violencia e inseguridad.
Bajo estas y otras dinámicas, el énfasis en ayudas y compensaciones económicas acentuó la mercantilización de la sociedad y la Naturaleza. Con ello, el progresismo olvidó aquel principio de la izquierda de desmercantilizar la vida, justamente una de sus reacciones contra el neoliberalismo prevaleciente en el siglo pasado.
La insistencia del progresismo brasileño en el crecimiento económico como fundamento del desarrollo reforzó un mito que ahora aprovechó Bolsonaro, presentándose como el mejor mediador para alcanzar esa meta. Esa misma obsesión con el crecimiento está en los progresismos gobernantes (es muy visible tanto en Bolivia como en Uruguay, por ejemplo), como en los gobiernos conservadores. Los caminos y los instrumentos pueden ser diferentes en algunos puntos, pero todos parten de concebir al crecimiento económico como meta privilegiada, teniendo sobre todo a las inversiones extranjeras y las exportaciones como sus principales sino únicas mediaciones, con el fin de viabilizar dicho crecimiento más y más los extractivismos.
En cambio, la crítica de izquierda debe, en el siglo XXI, poner ese reduccionismo en discusión. En efecto, es necesario no quedar atados a esas visiones estrechas y caducas. Es hora de aceptar que la justicia social es mucho más que la redistribución, así como que la calidad de vida es también más que el crecimiento económico.
Ruralidades conservadoras
Las cuestiones alrededor de las ruralidades y el desarrollo agrícola, ganadero y forestal, también están repletas de lecciones a considerar. Bolsonaro llega a la presidencia apoyado entre otros por un ruralismo ultraconservador que festeja sus discursos contra los indígenas, los campesinos y los sin tierra, y que reclama el uso de las armas y la violencia. Podría argumentarse que apunta a ideas y prácticas como las que ya ocurren en muchas zonas de Colombia, donde está muy instalada esa lacerante realidad.
Bolsonaro se apoya en la llamada “bancada ruralista”, un sector que ya había llegado al parlamento con el progresismo, en tanto Rousseff colocó a una de sus líderes en su gabinete (Kátia Abreu) [14]. Este ejemplo debe alertar a la izquierda, pues distintos actores conservadores y ultraconservadores aprovechan de los progresismos para enquistarse en esos gobiernos.
Paralelamente, el progresismo fue incapaz de promover una real reforma agraria o en transformar la esencia del desarrollo agropecuario brasileño. Recordemos que bajo el primer gobierno de Lula da Silva se difundió la soja transgénica y se multiplicaron los monocultivos y la agroindustria de exportación, y no se apoyó de la misma manera a los pequeños y medianos agricultores. Otras administraciones progresistas, en especial las de Argentina, Ecuador y Uruguay, apostaron al mismo tipo de agropecuaria [15].
La problemática con el mundo rural se repite en los demás países sudamericanos, y muchas veces los progresismos han intentado esquivarlos porque entiende que cualquier opción de cambio en este campo le implicará perder votos. El caso brasileño muestra que el simplismo de apoyar los monocultivos de exportación, sostener al empresariado del campo, y si hay dinero, distribuir asistencias financieras a campesinos, finalmente erosiona la propia base electoral.
Una renovación de las izquierdas, en cambio, debe innovar en propuestas por una nueva ruralidad, abordando en serio no solo la tenencia de la tierra, sino los usos que de ella se hacen, el papel de proveedores de alimentos no sólo para el comercio global sino sobre todo para el propio país.
Esta problemática de alguna manera ha retrocedido en los progresismos gobernantes (tal como se evidencia en las política rurales de Bolivia o Ecuador), o está estancada o retrocede por el avance del agronegocio (en Argentina o Uruguay). A la vez, sigue siendo una cuestión pendiente en países como Colombia, Perú o Chile, lo que requiere que los grupos en la oposición lo aborden.
No solo estamos ante desafíos con problemática tradicionales, como la propiedad o tenencia de la tierra, sino en la necesidad de comenzar a entender al territorio como espacio de vida y no simplemente como un factor de producción, y los papeles que debe desempeñar en la prosecución del Buen Vivir.
Corrupción, violencia y derechos
No puede dejar de mencionarse la problemática de la corrupción que, como ya se indicó arriba, penetró profundamente en el gobierno de Brasil. Los esquemas de corrupción se extendieron o repitieron en las naciones vecinas, como sucedió con los negociados de Odebrecht y otras corporaciones. Sin duda que la prensa convencional aprovechó esto para insistir en la corrupción del gobierno del PT, con asociaciones simplistas tales como sostener que todo socialismo es sinónimo de corrupción. Pero a la vez ocultaba o poco decía sobre la corrupción desde los gobiernos conservadores, como en Perú o Colombia, y que llegó a extremos escandalosos en Chile por afectar al Poder Ejecutivo y a todo el Legislativo (en el primer gobierno de Sebastián Piñera).
El progresismo no supo abordar esa problemática, prevalecieron las defensas o los silencios, y las imágenes que se popularizaron fueron las de los sobornos de Petrobras, los bolsos de dinero en Argentina o los fajos de dólares en el techo de un apartamento en Quito. O sea, todos casos atados a los progresismos.
La lección ante esto es simple pero a la vez debe ser contundente. Las izquierdas deben recuperar una lucha frontal contra la corrupción. Debe ser un tema prioritario y debe estar dispuesto a tomar las medidas necesarias para que no se difunda, a todo nivel, tanto entre autoridades nacionales como a nivel local.
La corrupción puede a su vez ser interpretada como una violación de las ideas de justicia y de las salvaguarda de los derechos. En ese sentido, Brasil también muestra que el progresismo no logró evitar la criminalización de la protesta ciudadana, o la tolerancia o inoperancia ante las violaciones de los derechos. Pero lo mismo ha ocurrido con los progresismos en los países vecinos, como muestra el hostigamiento de los gobiernos de Correa o Morales a las organizaciones sociales, o el espionaje que mantenía el kirchnerismo en Argentina.
Tampoco puede obviarse que Brasil, por ejemplo lidera los indicadores mundiales en asesinatos de defensores de la tierra, teniendo a Colombia en tercer lugar (57 en el primer caso y 24 en el segundo, según Global Witness) [16].
Se vuelve evidente que la criminalización de los movimientos ciudadanos y sociales no puede ser tolerada por una renovación de la izquierda. Una verdadera izquierda debe promover y fortalecer el marco de los derechos humanos en todo momento y en todo lugar, más aún desde el gobierno, aún si ello le significa perder una elección, ya que es su única garantía no sólo de su esencia democrática sino de retornar al gobierno.
Radicalizar la democracia
La debacle política brasileña también confirma la enorme importancia de una radicalización de la democracia, una de las metas del empuje de las izquierdas de años atrás y que precisamente el progresismo abandonó. Aquella incluía, por ejemplo, hacer efectiva la participación ciudadana en la política y mejorar la institucionalidad partidaria. Sin embargo, el PT de Brasil concentró cada vez más el poder en el gobierno federal, tuvo un desempeño confuso y hasta perverso: en unos casos volvieron a usar los sobornos a los legisladores (recordemos el primer gobierno del Partido de los Trabajadores con el mensalão); persistió el verticalismo partidario (por ejemplo, con Lula eligiendo a su “sucesora”); poco a poco se desmontaron experimentos vigorosos (como los presupuestos participativos); y se usaron las obras públicas en una enorme red de corrupción al servicio de los partidos políticos.
El caudillismo partidario se repitió en otros progresismos (como en Ecuador, donde Correa eligió a su sucesor, o en Argentina donde lo mismo hizo Cristina Fernández de Kirchner).
Es evidente que una renovación de las izquierdas necesita aprender de esa dinámica, y no puede renunciar a democratizar tanto la sociedad como sus propias estructuras y prácticas partidarias. Si no lo hace, solo facilita el surgimiento de oportunistas. Las estructuras políticas de izquierda deben, de una vez por todas, ser dignas representantes de sus bases y no meros trampolines desde los que ascienden figuras individuales, con claros rasgos caudillescos.
Otra lección surge de comprender que la obsesión electoralista lleva a prácticas que impiden esa democratización. En efecto, el “miedo a perder la próxima elección” hace que el núcleo gobernante (tanto sus políticos como tecnócratas) se abroquelen, rechacen los reclamos de cambio y apertura, y se inmovilicen. Un temor de ese tipo se evidencia en el progresismo boliviano con su imposición de una nueva re-elección de dudosa legalidad. Del mismo modo, en Ecuador, Correa también quiso introducir la posibilidad de una reelección indefinida violentando la Constitución, pero que luego, cuando entendió que su candidatura no avizoraba éxito, retrocedió con una transitoria que postergaba la posibilidad. Esta realidad, en parte debida a la incapacidad de fortalecer al propio partido político alentando sucesores y renovaciones, es otra muestra de debilidad democrática.
Un reto aún mayor para las izquierdas, sobre todo luego de las experiencias progresistas, es reconocer el papel político de los pueblos indígenas en una democratización real.
Simplificaciones esencialistas
Muchos de los problemas señalados hasta aquí fueron desestimados en buena parte de los debates en los que participaban militantes y académicos progresistas. En cambio, prevalecían descripciones esencialistas y simplistas tanto dentro de Brasil como en los países vecinos. Los gobiernos del PT eran presentados, tanto desde otras izquierdas como incluso por conservadores, como una maravilla, se insistía en logros rutilantes (como la sustantiva reducción de la pobreza), y eran considerados como un ejemplo a seguir para las izquierdas de los países vecinos. Se agregaba que Lula da Silva representaba una izquierda seria, de tipo socialdemócrata, y lejos de los desvaríos, por ejemplo, de Hugo Chávez en Venezuela. Hoy en día cambiaron los argumentos y las voces, pero se repite ese esencialismo totalizante: Brasil ahora se habría convertido en ejemplo de la peor extrema derecha.
Abordajes esquemáticos de este tipo se repiten entre quienes años atrás afirmaban que el “pueblo” empujaba hacia la izquierda, para ahora alarmarse por lo que interpretan como mayorías que festejan el uso de armas, se burlan de migrantes o indígenas, o se refugian en el dogmatismo religioso. Aquí ocurre, como ya alertamos, un uso superficial de categorías como “pueblo”.
Estos problemas se repiten en varios países sudamericanos. Es así que en Argentina muchos intelectuales y líderes sociales sostenían que los gobiernos del matrimonio Kirchner habían cambiado para siempre a la sociedad argentina, mientras que en Bolivia se publicita la creación de un estado “plurinacional” con predominancia de los “indígenas”. Ahora sabemos, años atrás, que las dos posiciones son tanto simplificaciones como exageraciones.
Nuestro punto no es adentrarse en sopesar cada uno de los componentes, sea de las alabanzas como de las críticas, sino en dejar en claro que muchos de esos análisis eran apenas simplificaciones. Es más, en los últimos años se perdió la rigurosidad en los análisis, y seguramente también la humildad y la mesura. Una renovación de las izquierdas, por lo tanto, no puede caer en esos esquematismos, sino que debe reconocer, entender y respetar la diversidad dentro de la sociedad.
Cuando se cae en las simplificaciones que insisten en presentar como que casi todo es o fue positivo, ya no hay lugar ni para advertencias o críticas, ni para los ajustes y cambios. En el Brasil del PT y su base aliada, así como en los progresismos de los países vecinos, hay muchos ejemplos de esto. Se minimizaron muchos problemas, e incluso se negaban las contradicciones. La crítica y la autocrítica estaban suspendidas para muchos. Era más sencillo minimizar u ocultar los problemas, negar los enfrenamientos, o recurrir a slogans mientras duró el auge de las materias primas.
Todavía recordamos como se tildaba a las alertas como expresiones de oposición conservadora, de ser una izquierda infantil, o servir al imperialismo extranjero, tan solo para citar algunas de las expresiones peyorativas. Así, simplemente cualquier crítica era de antemano devaluada porque se hacía el juego a la derecha, decían.
Esa negación de la autocrítica y el blindaje irracional también se observa, con distintas intensidades, en los países donde los progresismos todavía gobiernan. Esto va desde la persecución directa a la disidencia partidaria y el desmoronamiento de las garantías democráticas en Venezuela, el colapso político del gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua, pasa por el abuso electoral como ocurre con el Movimiento al Socialismo de Bolivia que califica a cualquier voz de alerta de neoliberal, opositora o de derecha, y llega a la postura del gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay que simplemente se refugia en una postura pedante y silenciosa.
Se puede retrucar que los agrupamientos partidarios progresistas promueven la crítica, que realizan seminarios invitando a todo tipo de panelistas, que discuten con los movimientos sociales, y así sucesivamente. Pero en realidad, una vez ganado el gobierno, todos ellos han avanzado hacia el encerramiento y blindaje. Y lo que es más grave, grupos de pensamiento otrora críticos, terminaron por orquestar posiciones que, incapaces de tomar otros caminos, terminarán muriendo por la nostalgia del poder que perdieron.
Por momento la situación se volvió muy extraña, ya que habían muchas discusiones sobre distintas variedades de desarrollo, pero se impedía pensar más allá del desarrollo, ni se aceptan sus límites sociales o ecológicos. El debate crítico y plural se empobreció.
En síntesis, los conflictos y las contradicciones proliferan, y si se observan con atención han estado presentes en Brasil y en los otros gobiernos progresistas. Lo que sucede ahora es que este tipo de situaciones son ahora más difíciles de ocultar, y llegó a tales extremos en Brasil que ese inmovilismo del progresismo se convirtió en uno de los tantos factores que seguramente explican la victoria de Bolsonaro.
Erosionando a las izquierdas y la política
Cuando se rechazan las alertas y se silencia el debate, los problemas no se resuelven. Por ello, bajo los progresismos aumentaron las contradicciones entre distintos grupos sociales, o entre el capital y la naturaleza, o entre la soberanía nacional y la subordinación a la globalización, para mencionar apenas tres situaciones. Esas contradicciones siguen su marcha, se suman tensiones, la gente se cansa, se irrita, se enoja, y llega un momento en que se erosiona gran parte de la base de sustento ciudadano del progresismo. Una situación que se agudiza cuando los precios de las materias primas decaen en el marco mundial y se frena bruscamente la insostenible bonanza consumista y disminuyen las aportaciones sociales de corte clientelar. Todo esto, en un escenario de creciente corrupción, desemboca en cada vez más amplios rechazos ciudadanos a los progresismos.
Aquí se agregan otros problemas. Si bien insistimos en que progresismo e izquierda son distintos, los cuestionamientos y cansancios ciudadanos termina englobando a la izquierda. Es entendible que para buena parte de la opinión pública izquierda y progresismo sean lo mismo, sobre todo por la insistencia de los progresismos en autocalificarse como una nueva izquierda por un lado, y por la sistemática acción de confusión y demolición ideológica que llevan adelante las fuerzas de la derecha por el otro lado. Entonces, la debacle de progresismos como el PT en Brasil o el kirchnerismo en Argentina tiene una consecuencia asociada que hace todavía más dificultosa la reconstrucción de unas izquierdas que sean realmente nuevas.
En este deterioro no ha sido nada menor el papel de los escándalos de corrupción que salpican a todos estos gobiernos, tal como indicamos arriba, aunque de distinta manera. Es una situación que ha sido aprovechada por los medios convencionales insistiendo una y otra vez en tramas como las de Petrobras y las corporaciones constructoras como un exclusivo problema de la izquierda.
No puede dejar de sorprender que el mismo país que hace pocos años atrás era presentado como ejemplo de la “marea hacia la izquierda”, de un “nuevo” desarrollismo y de un liderazgo popular, pasara ahora a ser un caso de estudio en el sentido contrario. Una tendencia que para algunos además anuncia una catástrofe democrática.
Esos y otros factores generan un desencanto y enojo con los progresismos, tanto en Brasil como en otros países, y con ello se fecta a la calidad de la política como un todo. Observamos una caída de la confianza ciudadana con los partidos políticos, los poderes legislativos o los ejecutivos. Como anota el reporte Latinobarómetro 2018 el apoyo a la democracia declina de manera sistemática desde el año 2010, alcanzando el 48% en 2018 [17]. Al tiempo que ha comenzado a crecer el porcentaje de quienes preferirían un régimen autoritario, ese mismo análisis advierte que “los ciudadanos de la región que han abandonado el apoyo al régimen democrático prefieren ser indiferentes al tipo de régimen, alejándose de la política, la democracia y sus instituciones. Este indicador nos muestra un declive por indiferencia. Son estos indiferentes que votan los que están produciendo los cambios políticos, sin lealtad ideológica ni partidaria y con volatilidad”. Se alimentan posturas anti-políticas que preparan un terreno fértil para aventuras ultra conservadoras como las que expresan Bolsonaro.
Intelectuales y democracia
En estos golpes contra la democracia y la política han jugado papeles importantes la escasez de análisis rigurosos y críticos sobre las particularidades de los progresismos, la exageración con etiquetas tales como “populismo” para todo tipo de régimen político, y otras formas de simplificaciones. La falta de autocrítica, incluso la activa oposición a ella, dificultaba remontar estas situaciones. Es por lo tanto importante explorar algunas lecciones sobre el papel de los intelectuales y el mandato por la democracia.
Para ello es oportuno rescatar reflexiones del gran sociólogo brasileño Florestan Fernandes. En una conferencia ofrecida en 1965, que aunque tiene medio siglo reviste mucha actualidad, le decía a los estudiantes de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo, que “en verdad, es casi nula la diferencia que separa el presente del pasado en muchas comunidades humanas brasileñas, donde todavía impera formas arcaicas de despotismo”, agregando que tres experiencias republicanas “fallaron en el plano elemental de garantizar un régimen democrático de viabilidad histórica y normalidad de funcionamiento” [18]. Siguiendo esas ideas, habría que preguntarse si regresó en Brasil ese despotismo arcaico que describe Fernandes, o si este más reciente ciclo republicano volvió a fallar en garantizar y fortalecer la democracia.
Fernandes también afirmó no tener dudas que el “único elemento realmente positivo” en la historia reciente de Brasil estaba en los “pequeños progresos que alcanzamos en la esfera de la democratización del poder”. Desde allí postula que “el mayor deber del intelectual, en su tentativa de ajustarse creadoramente a la sociedad brasileña, se objetiva en una obligación permanente de contribuir, como pueda, a extender y profundizar el apego del hombre medio a un estilo democrático de vida”.
Ese pensamiento alumbra sobre la situación actual, ya que lo ocurrido con los progresismos es que se volvieron cada vez más comunes los intelectuales que abandonaban la reflexión independiente y se sumaban a los coros de apoyo, en lugar de los análisis que escucharan los reclamos de comunidades locales prefirieron las visiones y argumentos de la burocracia desarrollista estatal, y así sucesivamente. Ese deterioro de las capacidades de análisis crítico y autocrítico es un factor muy importante en explicar el agotamiento de los progresismos.
Se cayó en el simplismo de creer que bastaba conquistar la presidencia para cambiarlo todo. Pero, una vez en el palacio de gobierno, al asumirse portadores de la voluntad colectiva y casi propietarios de la verdad, creyeron que ya no era necesario seguir profundizando la democracia. Posiciones que, sin duda alguna, se revelaron no solamente ajenas a la izquierda, sino que terminan siendo funcionales en el mediano plazo a la extrema derecha. La democratización en buscar alternativas al desarrollo no puede ser confundida ni reducida a la nacionalización de recursos o a sostener empresas estatales.
Fernandes insistía en que los “intelectuales brasileños deben ser paladines convencidos e intransigentes en la causa de la democracia”. En ese compromiso democrático está la necesidad de aceptar, reconocer y escuchar las advertencias, los reclamos y las críticas. Allí se abren las puertas para una renovación desde la izquierda.
Renovación de las izquierdas
El triunfo de la extrema derecha en Brasil debe ser denunciado y enfrentado en ese país, como también deben fortalecerse las barreras que impidan otro tanto en los países vecinos. El caso brasileño además muestra que para entender las condiciones actuales se debe también considerar lo realizado por los gobiernos del PT, por sus aspectos positivos, por su duración (recordemos otra vez que ganaron cuatro elecciones), pero también por sus contradicciones. Las alertas sobre la deriva de ese partido y algunos aliados hacia un progresismo que se alejaba de la izquierda fueron desoídas.
Cuestionamientos sobre temas fundamentales como los impactos del “nuevo desarrollismo” primarizado fueron no sólo desatendidos, sino que además se combatieron los debates y se marginaron los ensayos que buscaban las alternativas al desarrollo. Persistían problemas como el debilitamiento en la cobertura de derechos, la violencia en el campo y la ciudades, el destrato de los pueblos indígenas, y todo tipo de impactos ambientales. Pero distintos actores, tanto dentro de esos países como desde el exterior, aplaudían complacientes incapaces de escuchar las voces de alarma con el pretexto perverso de ser funcionales a la oposición.
A pesar de todo, en Brasil como en el resto del continente, se encuentran múltiples resistencias y alternativas que se construyen cotidianamente, especialmente desde espacios comunitarios. Ellas ofrecen inspiraciones para una recuperación de las izquierdas, desde la crítica al desarrollismo, los empeños para abandonar la dependencia extractivista o los esfuerzos para salvaguardar los derechos ciudadanos. Allí están los insumos para una nueva izquierda comprometida con horizontes emancipatorios.
Entendemos eso como necesario y posible. Por ello no compartimos el pesimismo extremo que existe entre algunos actores, aunque podemos comprenderlo. Un pesimismo que considera que el capitalismo alcanzó una victoria total en América Latina y que cualquier opción de izquierda se volvió inviable. Al contrario, entendemos que el derrumbe que observamos afecta a los progresismos, y que ellos deberían permitir nuevas opciones para reconstruir las izquierdas.
Esa renovación implica incorporar nuevas cuestiones y no caer en las viejas contradicciones, como negar la problemática ambiental, asumir que todo se solucionará con estatizar los recursos naturales o los medios de producción, esconder los vicios patriarcales o ser indiferente a la multiplicidad cultural expresada por los pueblos indígenas y afro.
La renovación de las izquierdas debe asumir la crítica y la autocrítica, cueste lo que cueste, para aprender, desaprender y reaprender de las experiencias recientes. Se mantienen conocidos desafíos y se suman nuevas urgencias. La izquierda latinoamericana debe avanzar en alternativas al desarrollo, debe ser ambientalista en tanto busca una convivencia armónica con la Naturaleza y feminista para enfrentar el patriarcado, persistir en el compromiso socialista con remontar la inequidad social, y decolonial para superar el racismo, la exclusión y la marginación. Todo esto demanda siempre más democracia.
Distintos actores sociales seguramente tienen, a su vez, diferentes papeles y responsabilidades, pero todas ellas deben estar articuladas con la causa intransigente con la causa de la democracia, tal como reclamaba tiempo atrás Fernandes. Sin la democracia, se corre el riesgo que el capitalismo genere en Brasil, dice Fernandes, como en los demás países latinoamericanos agregamos nosotros, unas formas de explotación e inequidades tan “chocantes, deshumanizadas y degradantes” como otras que ya existieron en el pasado agrario del país. Nos alarma que tal vez eso es justamente lo que está ocurriendo en nuestro continente.
Distintas versiones resumidas del presente análisis se publicaron en el semanario Voces (Uruguay), Página Siete (Bolivia), Desde Abajo (Colombia), Wayka (Perú), Plan V (Ecuador) y Correio da Cidadania (Brasil). Esta versión final se publicó en la serie Política y Democracia, Documentos de Trabajo, D3E CLAES, diciembre 2019, en www.DemocraciaSur.com
E. Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social en Uruguay. A. Acosta es profesor universitario, fue presidente de la Asamblea Constituyente de Ecuador y candidato a la presidencia por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas.
[1] Sobre la distinción entre izquierdas y progresismos, ver por ejemplo,
La identidad del progresismo, su agotamiento y los relanzamientos de las izquierdas, E. Gudynas, ALAI, 7 octubre 2015, https://www.alainet.org/es/articulo/172855
[2] La peligrosa legitimación del “fascismo social”, M. Svampa, Río Negro,
https://www.rionegro.com.ar/debates/la-peligrosa-legitimacion-del-fascismo-social-EG5932017?fbclid=IwAR1AoVKoevhfdgGP8LuycKft7KKnPDpjNG4CwlzLcdJwxz5UX9VH_zI376U
[3] Alejando Teitelbaum ve un paralelismo entre lo que sucede en Europa con los que está aconteciendo en América Latina: “El Progresismo colapsado en América Latina, la socialdemocracia en Europa, están dejando la mesa servida a gobiernos ultraconservadores y fascistoides. El caso de Brasil” http://www.elsalmon.co/2018/11/el-progresismo-colapsado-en-america.html?m=1
[4] Carta ao Povo Brasileiro, junio 2002, disponible en Leia íntegra da carta de Lula para
acalmar o mercado financiero, Folha S. Paulo, 24 junio 2002, https://www1.folha.uol.com.br/folha/brasil/ult96u33908.shtml
[5] Sobre algunos balances realizados dentro de Brasil sobre el desempeño del PT, véase entre otros a A. Singer e I. Loureiro (orgs), As contradições do Lulismo. A que ponto chegamos?, Boi Tempo, São Paulo, 2016; también a Francisco de Oliveira, Brasil: uma biografia não autorizada, Boi Tempo, São Paulo, 2018.
[6] De la resaca del neoextractivismo y los extravíos del progresismo, a los acechos del neofascismo, H. Machado Aráoz, Servindi (Perpu),
https://www.servindi.org/actualidad-noticias/29/10/2018/de-la-resaca-del-neoextractivismo-y-los-extravios-del-progresismo-los
[7] Véase De la violación del Mandato Minero al festín minero del siglo XXI, A. Acosta y F. Hurtado Caicedo, Rebelión, 30 junio 2016,
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=215028
[8] Una década desperdiciada – Las sombras del correismo, A. Acosta y J. Cajas-Guijarro, La Línea de Fuego, Quito, 2018 https://lalineadefuego.files.wordpress.com/2018/06/libro_la_decada_desperdiciada.pdf
[9] Véase una explicación dada por el Banco Nacional de Desarrollo Económico
Social (BNDES), quien fuera uno de los principales financiadores de esos “campeones, en: Livro verde. 65 anos. Nossa história tal como ela é, BNDES, Rio de Janeiro, 2017.
[10] Por ejemplo el Foro Económico Mundial de Davos le dio el primer premio de “estadista global” a Lula en 2010; en Ambito Financiero, B. Aires, 29 enero 2010,
https://www.ambito.com/el-foro-davos-consagro-un-lula-ausente-como-estadista-global-n3605459
[11] Esto corresponde a la tendencia que Jürgen Schuldt denomina como
“hocico de lagarto”, analizado para el caso ecuatoriano en el artículo del mismo nombre por A. Acosta y J. Cajas-Guijarro (2018). https://es.scribd.com/document/391301168/El-gran-fraude-59-76-Alberto-Acosta-y-John-Cajas-Guijarro-Incluye-Links
[12] De la amplia bibliografía existente sobre el tema se puede consultar : Dejar el crudo en tierra o la búsqueda del paraíso perdido – Elementos para una propuesta política y económica para la Iniciativa de no explotación del crudo del ITT, A. Acosta, E. Gudynas, E. Martínez y J. Vogel, Revista de la Universidad Bolivariana 8 (23), 2009, https://scielo.conicyt.cl/pdf/polis/v8n23/art19.pdf
[13] Véanse por ejemplo los detallados análisis de Lena Lavinas, tales como The takeover of social policy by financialization. The Brazilian paradox, Palgrave McMillan, 2017; y en colaboración con D.L. Gentil, Brasil anos 2000. A política social sob regencia da financierização, Novos Estudos Cebrap, 2018.
[14] Sobre K. Abreu en la administración Rousseff: Dilma confirma escolha polêmica para Agricultura: saiba por quê, BBC Brasil, 23 diciembre 2014, https://www.bbc.com/portuguese/noticias/2014/12/141215_katia_abreu_nomeacao_rm
El Movimiento Sin Tierra se oponía a la designación: Los Sin Tierra piden a Rousseff que no nombre ministra a polémica senadora, El Diario. Madrid, 15 diciembre 2014,
https://www.eldiario.es/politica/Tierra-Rousseff-ministra-polemica-senadora_0_335267481.html
[15] Una revision en: Sacred groves, sacrifice zones and soy production: globalization,
intensification and neo-nature in South America, Journal Peasant Studies 43 (2): 251-285, 2016.
[16] Los reportes están disponibles en www.globalwitness.org
[17] Latinobarómetro 2018. Corporación Latinobarómetro, Santiago de Chile.
[18] Fernandes, F. Sociedade de clases e subdesenvolvimento. 5ª edición, Global, São Paulo, 2008.