Uno de los puntos ciegos de Zo?polis se vincula a su valoraci?n de la ecolog?a. Sorprende que un libro en el cual se desarrollan an?lisis tan refinados sobre la teor?a de los derechos de los animales y los m?ltiples enfoques de la ciudadan?a, los autores ofrezcan una concepci?n tan somera, tan reduccionista y acotada de la ecolog?a. En rigor, la ecolog?a es identificada con el conservacionismo ecoc?ntrico m?s rancio, aquel que no vacilar?a en sacrificar animales para salvar un ecosistema (no solo no humanos, sino tambi?n humanos, aclaramos; algo que escapa a los autores). Y, as?, se se?ala:
?El holismo ecol?gico provee de una cr?tica a numerosas actividades que devastan a los animales, pero considera que la matanza de los animales es neutral o incluso beneficiosa cuando ?sta beneficia a los sistemas. Apunta a la protecci?n de los ecosistemas, conservaci?n y restauraci?n, en lugar de salvar las vidas individuales de los animales de especies que no est?n en peligro de expansi?n?
Zo?polis: los animales, ?nuestros conciudadanos?
C?mo pensar los derechos de los animales desde una visi?n que supere la mirada moral o ?tica con que se aborda lo permitido y prohibido frente a los animales y se sit?e expl?citamente en la dimensi?n pol?tica, es decir que ampl?e el concepto de ciudadan?a
Por Maristella Svampa Marzo 2019
Desde tiempos del Neol?tico, los seres humanos venimos usufructuando de los animales de las formas m?s diversas y crueles. La profundizaci?n de la explotaci?n y el agravamiento del sufrimiento animal, a lo que se a?ade la gran escala de ciertos modelos de matanza, parecen ser las claves de un v?nculo m?s que perdurable. Cierto es que la gran escala no es algo novedoso. Por ejemplo, antes del comienzo de la era de los combustibles f?siles, los transportes p?blicos eran tirados por caballos (hab?a m?s de 10.000 taxis de tracci?n a sangre en Londres hacia 1870). Adem?s, no solo cumpl?an un rol imprescindible en la agricultura de la ?poca, sino tambi?n en la guerra: se estima que en la Primera Guerra Mundial murieron unos 8.000.000 de caballos.
Si el cambio de modelo energ?tico benefici? sin duda a los equinos, hay que decir que las transformaciones del modelo alimentario en las ?ltimas d?cadas empeoraron las condiciones de vida de otros animales, de cara a las necesidades de un mundo cada vez m?s superpoblado. Hoy se extiende sobre los animales ?la larga sombra de la producci?n ganadera?, a la que se suma la proliferaci?n de megagranjas industriales. Actualmente, se matan 60.000 millones de animales al a?o, tres veces m?s que en 1980. En s?ntesis, la figura del holocausto cotidiano y perpetuo, ?el eterno Treblinka? como titulara de modo perturbador Charles Patterson un libro publicado en 2002, retomando la frase del escritor y premio Nobel Isaac Bashevis Singer, quien hab?a dicho que ?en lo que respecta a los animales, todos somos nazis?. Claramente, los animales, como agrega la fil?sofa francesa Elizabeth de Fontaney, ?viven en un estado de excepci?n permanente?.
En raz?n de ello, hay quienes sostienen que luego de haber logrado ciertos ?xitos, el movimiento de defensa de los derechos de los animales (gen?ricamente llamados, ?animalista?) se ha estancado. M?s a?n, visto de cerca, la expansi?n de las fronteras de derechos no parece haber conllevado progresos reales, demostrables por ejemplo ?en el desmantelamiento de la explotaci?n animal?. Para Sue Donaldson y Will Kymlicka estas limitaciones no son solo pr?cticas, sino tambi?n te?ricas. As? parte la reflexi?n de los autores de un libro ya considerado un cl?sico sobre el tema, Zoopolis. Una teor?a pol?tica para los derechos de los animales, editado originalmente en ingl?s por la Universidad de Oxford en 2011, y publicado recientemente en espa?ol, por partida doble: primero en Espa?a, a principios de 2018, por la editorial Errata Naturae, y luego en Argentina, a fines del mismo a?o, por la editorial Ad-Hoc.
Lo curioso de esta doble traducci?n casi simult?nea es lo que sugieren la tapa y los subt?tulos en cada pa?s. Mientras la edici?n espa?ola muestra en su cobertura un oso enorme y bell?simo, con el t?tulo Zoopolis, una revoluci?n animalista, indicando con ello que su destino es un p?blico m?s militante (esto es, animalista), la edici?n argentina, cuya traducci?n y pr?logo estuvo a cargo de Silvina Pezzetta, especialista en derecho y profesora en la Universidad de Buenos Aires, respeta el subt?tulo original: Una teor?a pol?tica para los derechos de los animales y ofrece otro cuadro: una portada color rosa viejo, sin fotos ni ilustraciones, en una edici?n donde todo rezuma pulcritud y sobriedad.
En todo caso, la intenci?n original de los autores es proponer una discusi?n de ?ndole m?s te?rica, cuyo objetivo es instalar la cuesti?n animal en el campo acad?mico internacional, en una doble clave que une la teor?a de los derechos de los animales con una teor?a de la ciudadan?a. En concomitancia con lo anterior, la apuesta del libro desborda el campo militante para dirigirse a un p?blico acad?mico amplio, no convencido e incluso desconocedor de los debates te?ricos y emp?ricos en torno al tema.
No es que el texto no discuta con las diversas corrientes que hoy defienden los derechos de los animales. Todo lo contrario, pues lo hace a conciencia, y con los grandes autores (y las grandes autoras) del campo. Pero la apuesta central es conectar la teor?a de los derechos de los animales con una reflexi?n situada, concreta, de la ciudadan?a.
Los animales son sujetos sintientes y por ello dotados de derechos inviolables, claro est?; pero tambi?n son sujetos pol?ticos, en la medida en que pertenecen a una comunidad (mixta o no), son interdependientes y desarrollan v?nculos con otros sujetos/especies. Este ?ltimo es sin duda el punto fuerte que Donaldson y Kymlicka explorar?n en dicho libro, para construir una original tipolog?a de la ciudadan?a animal y los mundos compartidos entre humanos y no humanos.
Hacia el giro pol?tico
Estamos ante un libro innovador en su abordaje conceptual y normativo. A?n si por momentos puede sentirse cierta tendencia a la repetici?n, el libro ofrece una claridad expositiva y un estilo elegante de escritura, que sin duda invitan a la lectura. Adem?s, aun si quien lo lee jam?s ha reflexionado sobre el tema, lo innegable es que vivimos en un mundo de comunidades mixtas. Nada de lo animal nos es ajeno.
Los ingentes ejemplos que proponen los autores para discutir o fundamentar sus argumentos no hacen m?s que reflejar esta interrelaci?n y cercan?a, sumergirnos en las comunidades mixtas, en las que coexisten humanos y animales. Es a partir de esta constataci?n propia del sentido com?n que el texto se encamina en la b?squeda de un horizonte pol?tico transformador: la expansi?n de los derechos de los animales, vistos como sujetos pol?ticos. Pues ?ninguna sociedad est? predeterminada para abrazar los derechos de los animales, pero ninguna est? predeterminada para rechazarlos?.
Podr?a decirse que el libro tiene dos partes. Una primera, donde los autores discuten las limitaciones de las teor?as de los derechos animales, a las que consideran muy acotadas o minimalistas, pues se han limitado a formular los derechos negativos (el derecho a no ser considerado propiedad, a no ser asesinado, confinado, torturado o separado de la familia), aplicable a todos los animales que tienen alg?n nivel de sintiencia. Pero dichas teor?as no abrieron el campo de los derechos positivos, no reflexionan sobre las obligaciones positivas que tenemos para con los animales.
De lo que se trata es de pensar a los animales como sujetos pol?ticos, lo que en clave liberal-democr?tica significa determinar los derechos de membrec?a de cada comunidad pol?tica espec?fica. En esta l?nea, la apuesta te?rica y normativa va m?s all? de las dos corrientes dominantes dentro de la teor?a de los derechos animales: la visi?n bienestarista (que defiende el bienestar de los animales desde una perspectiva moral, aunque muchas de ellas lo subordinen al bienestar humano), as? como aquella otra visi?n que concede ciertos derechos a los animales con capacidades cognitivas o superiores (grandes simios, delfines, ballenas, elefantes).
La cr?tica apunta asimismo contra la perspectiva abolicionista, una postura que sostiene que una vez reconocidos y respetados los derechos de los animales, los no humanos deber?amos ?dejar hacer?, ?liberar a los animales?, para que ?stos puedan vivir libres en ambientes naturales, formando sus propias sociedades. Donaldson y Kymlicka consideran que esta tesis segregacionista contradice la realidad, pues hist?ricamente hemos convivido con seres no humanos; compartimos sociedad con innumerables animales y ser?a irrealista proponer la ruptura de un v?nculo que, en realidad, requiere ser reconocido desde otro lugar (?tico y pol?tico) y debe por ende ser reformulado, en funci?n de los principios fundamentales de la justicia y el derecho.
De este modo, la discusi?n incluye una conversaci?n con autores muy reconocidos dentro del campo de la teor?a animalista, entre ellos Tom Regan (el moderno fundador de la teor?a de los derechos de los animales), Paola Cavalieri, Gary Francione o inclusive la fil?sofa Martha Nussbaum, que ha hecho aportes significativos al tema. Por ?ltimo, hay escasa alusi?n al veganismo impl?cito que lo recorre (solo un p?rrafo perdido en el libro), y antes que abundar en una cr?tica al ?especismo? (que, con diversos argumentos, considera la especie humana como superior al resto de las especies y por ende justifica el dominio sobre ellas), tan en boga en los ?ltimos tiempos, los autores dan un paso m?s. La propuesta nos invita a realizar un ejercicio de ?imaginaci?n moral, de ver a los animales no solo como individuos vulnerables y sufrientes que necesitan protecci?n, sino tambi?n como amigos, conciudadanos y miembros de sus comunidades o de las nuestras?.
En realidad, se trata de una visi?n que busca superar la mirada moral o ?tica con que se aborda lo permitido y prohibido frente a los animales, para situarse expl?citamente en la dimensi?n pol?tica, lo cual solo se logra ampliando la ciudadan?a. As?, por un lado, los animales tienen derechos inviolables por ser sujetos sintientes; por el otro, esos derechos universales son vinculados con tres tipos de ciudadan?a diferenciadas: una primera categor?a abarcar?a a los animales de compa??a y dom?sticos, quienes son considerados como conciudadanos de nuestra comunidad, por lo cual tenemos para con ellos todas las obligaciones que conlleva la dependencia; la segunda categor?a se refiere a los animales liminales, aquellos que se hallan en una situaci?n intermedia entre los dom?sticos y los salvajes, y aunque coexisten en un mismo espacio con nosotros los humanos, son considerados como visitantes temporarios o residentes, pero no conciudadanos; por ?ltimo, la tercera categor?a se extiende a los animales salvajes considerados miembros de sus respectivas comunidades pol?ticas, con sus territorios y soberan?as, que deben ser respetados.
Un punto importante es que esta propuesta disuelve la dicotom?a simplista que divide entre animales salvajes y animales dom?sticos, la que es reemplazada por una divisi?n tripartita que contempla otras variaciones, como el grado de modificaci?n f?sica o de comportamiento debido a la intervenci?n humana y a los tipos de interacci?n entre las personas. Por ello existir?a esa tercera clase, los animales liminales, de por s? una categor?a laxa y heterog?nea que incluye desde animales que viven dentro del entorno humano, muchos de ellos ?oportunistas? (ardillas, ciervos, halcones, zorros); otros, sobrevivientes a la invasi?n de sus nichos o ecosistemas por parte de los seres humanos (codornices, otras aves y roedores); y en fin, animales que han sido extra?dos de su entorno de origen y que ya no pueden volver a ?l (ex?ticos) o han generado nuevas dependencia con los humanos.
Pensar los alcances normativos de esta nueva categor?a constituye uno de los grandes desaf?os del libro, porque efectivamente estos animales, que no son ciudadanos plenos pero tampoco extranjeros absolutos, son objeto de una invisibilizaci?n recurrente en t?rminos de derechos, o incluso son considerados como una amenaza, lo cual puede llevarlos a ser v?ctimas de ?limpiezas ?tnicas?. Estos animales no gozar?n de todos los derechos de un conciudadano, pero s? de residencia. Es en este punto donde los autores apelan al multiculturalismo ?perspectiva en la cual Kymlicka es reconocido internacionalmente por sus aportes?. El derecho a la residencia puede ser pensado en analog?a con los derechos de los inmigrantes o aquel de los visitantes temporarios, y apunta a dar inteligibilidad y matiz a una relaci?n de coexistencia sin comembrec?a.
La segunda parte ya aborda de modo espec?fico los tres tipos de ciudadan?a y procura problematizar y desmontar varios lugares comunes, de los cuales solo nombrar? uno. Los autores distinguen tres funciones de la ciudadan?a: nacionalidad (membrec?a a una comunidad espec?fica, con su estado y territorio); soberan?a popular (la legitimidad del Estado se deriva de su rol como encarnaci?n de la soberan?a del pueblo) y, por ?ltimo, agencia pol?tica democr?tica (lo cual implica el derecho y responsabilidad de hacer la legislaci?n, esto es, ideas sobre la participaci?n pol?tica).
El ?ltimo punto aparece problematizado pues claramente los animales no son agentes con capacidad para participar de la vida pol?tica, en t?rminos deliberativos o como agentes legislativos. Ahora bien, ?carecer de esta capacidad de agencia los excluye entonces como ciudadanos? Donaldson y Kymlicka desconf?an del car?cter absoluto de las teor?as racionalistas y deliberativas de la ciudadan?a, al estilo John Rawls y J?rgen Habermas. En realidad, su reflexi?n se halla en consonancia con otras corrientes que buscan pensar la ampliaci?n de la ciudadan?a, por ejemplo, aquellas que se proponen incluir sujetos con capacidades diferentes (incluso con discapacidad mental severa).
?Cualquier concepci?n plausible de la ciudadan?a debe reconocer el valor de la agencia, pero debe reconocer tambi?n que las capacidades de agencia se ampl?an y contraen con el tiempo y var?an seg?n las personas y que un tema central de una teor?a de la ciudadan?a es apoyar y permitir lo que es a menudo un logro parcial y fr?gil?, escriben los autores. Dicho de otro modo, para pensar la heterogeneidad de situaciones humanas y no humanas, hay que replantear la idea de agencia y considerarla como un espacio de geometr?a variable. Es posible hablar entonces modelos de ?agencia dependiente?, ?asistida? o ?interdependiente?. En consecuencia, el status de ciudadano de los animales no est? determinado por sus capacidades cognitivas sino por la naturaleza de sus relaciones con una comunidad pol?tica particular.
Ecolog?a y derechos animales: relaciones poco exploradas
En un mundo en el cual la pobreza y las desigualdades entre los seres humanos se multiplican (en t?rminos socioecon?micos, socioambientales, de g?nero, ?tnicos y geopol?ticos) y adquieren niveles m?s que aberrantes, pareciera que pensar una comunidad pol?tica, una zo?polis, en la cual se regulen las relaciones entre humanos y no humanos, bajo principios de justicia y en clave de derechos, constituye una falta de realismo. Cierto es que las propuestas de Donaldson y Kymlicka est?n atravesadas por una fuerte dosis de voluntarismo pol?tico, pero esto no las invalida.
Antes que una reflexi?n propia de ?almas bellas?, estamos ante el esfuerzo comprometido por pensar en la construcci?n una sociedad transhumana, una zo?polis, de m?s largo plazo, que tome en cuenta las relaciones de interdependencia entre animales humanos y no humanos, explorando y abrazando el conjunto de estas relaciones. Un punto a favor que se?alan los autores es que m?s all? de las aberraciones y abusos de los humanos cometidos contra los animales, estos tienen poco registro intergeneracional o memoria colectiva. Esto abre la puerta para un nuevo pacto humano-no humano, una suerte de borr?n y cuenta nueva; algo dif?cilmente imaginable para el caso de las comunidades humanas.
Uno de los puntos ciegos de Zo?polis se vincula a su valoraci?n de la ecolog?a. Sorprende que un libro en el cual se desarrollan an?lisis tan refinados sobre la teor?a de los derechos de los animales y los m?ltiples enfoques de la ciudadan?a, los autores ofrezcan una concepci?n tan somera, tan reduccionista y acotada de la ecolog?a. En rigor, la ecolog?a es identificada con el conservacionismo ecoc?ntrico m?s rancio, aquel que no vacilar?a en sacrificar animales para salvar un ecosistema (no solo no humanos, sino tambi?n humanos, aclaramos; algo que escapa a los autores). Y, as?, se se?ala:
?El holismo ecol?gico provee de una cr?tica a numerosas actividades que devastan a los animales, pero considera que la matanza de los animales es neutral o incluso beneficiosa cuando ?sta beneficia a los sistemas. Apunta a la protecci?n de los ecosistemas, conservaci?n y restauraci?n, en lugar de salvar las vidas individuales de los animales de especies que no est?n en peligro de expansi?n?
Los autores ignoran los debates que atraviesan la ?tica ambiental, la ecolog?a pol?tica, las ontolog?as relacionales. Muy especialmente desconocen la relevancia que han adquirido las perspectivas bioc?ntricas, hoy bandera de lucha de numerosos movimientos socioambientales, que incluso se conectan con el llamado giro ontol?gico de la antropolog?a cr?tica, as? como con la reflexi?n m?s general sobre la crisis del Antropoceno. La perspectiva bioc?ntrica va m?s all? de la dicotom?a holismo/individualismo, pues como dice el ambientalista uruguayo Eduardo Gudynas, esta ?apunta a colocar los valores propios en la vida, sea en individuos, especies o ecosistemas?.
Para ser sincera, la incomprensi?n e incomunicaci?n es rec?proca. En l?neas generales los animalistas se preocupan poco por la salud de los ecosistemas (la preocupaci?n es m?s social que ecol?gica, en relaci?n a los animales), o de modo somero algunos consideran que ?una teor?a de los derechos de los animales expandida puede hacerse cargo de asuntos fundamentales como el h?bitat y el ecosistema? ?como afirman Donaldson y Kymlicka?; por otro lado, la lucha ecologista poco se ha preocupado por la condici?n de los animales, m?s all? de colocar en el centro de sus campa?as aquellos que est?n en peligro de extinci?n.
Por ejemplo, en Am?rica latina, los ?ltimos quince a?os, pese a estar tan marcados por las luchas contra el neoextractivismo y la sanci?n de nuevos derechos (tal el caso de los derechos de la naturaleza, en Ecuador), poco y nada se ha hablado de tender puentes con ciertos planteos animalistas. Eduardo Gudynas, aborda el tema el libro ya citado libro Derechos de la naturaleza. Etica bioc?ntrica y pol?ticas ambientales, pero lo hace muy r?pidamente, criticando los planteos bienestaristas y aquellos que defienden los derechos de los animales superiores ?los grandes simios, como ocurri? con la orangutana Sandra, en el zool?gico de Buenos Aires, que en 2015 fue declarada por una jueza como ?una persona no humana?, portadora de derechos fundamentales? aunque rescata las posiciones de Tom Regan, que considera valores intr?nsecos en los animales. Desde la perspectiva de Gudynas, ?los derechos de los animales pueden ser interpretados como un subconjunto de los derechos de la naturaleza?. En realidad, el autor uruguayo desliza el mismo tipo de cuestionamiento que Donaldson y Kymlicka hacen al conservacionismo ecol?gico, pero apuntando contra ciertos planteos animalistas acerca de la ausencia de una valoraci?n intr?nseca de los sujetos, a lo que agrega como cr?tica, una perseverante postura antropoc?ntrica.
Para terminar, es importante agregar que la perspectiva multiculturalista de Kymlicka, reconocida en todo el mundo suscita gran desconfianza en nuestras latitudes, y ello con raz?n. Si bien en los tempranos a?os 90 el multiculturalismo fue bienvenido (y muchos aprendieron de Kymlicka), luego, al conocerse que ven?a de la mano del neoliberalismo, con las pol?ticas del Banco Mundial y sus asesores, gener? fuertes cuestionamientos. Por otro lado, como hemos desarrollado en el libro Debates latinoamericanos, el multiculturalismo presenta una base liberal que apunta a limitar ?y al mismo tiempo a redefinir y encapsular? las demandas de autonom?a de los pueblos ind?genas. Quiz? este cortocircuito previo sea parte de la actual desconexi?n y hasta de cierta indiferencia que sus escritos generan en una parte del campo intelectual y militante de las ciencias sociales cr?ticas latinoamericanas.
En suma, habr?a que ver, a la hora de repensar las imprescindibles conexiones entre derechos de los animales y derechos de la naturaleza, hasta d?nde la visi?n individualista y liberal de la democracia no presenta limitaciones. Sin embargo, propuestas tan innovadoras como las de Donaldson y Kymlicka impulsan una apertura te?rica. Y m?s a?n, generan la urgencia de pensar la imprescindible vinculaci?n entre derechos de los animales y derechos de la naturaleza, de tender puentes, de iniciar una conversaci?n inter y transdisciplinaria, al menos de parte de todos aquellos ecologistas preocupado por la expansi?n de la frontera de derechos y la ?tica ambiental.
Nota: agradezco los comentarios de Silvina Ram?rez.