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Comunes contra y m?s all? del capitalismo

Jeorge Caffentzis y Silvia Federici :: 10.03.19

Este ensayo contrasta la l?gica que subyace a la producci?n de los ?comunes? frente a la l?gica de las relaciones capitalistas y describe las condiciones bajo las cuales ?stos se convierten en las semillas de una sociedad que trasciende al mercado y al Estado. Tambi?n advierte sobre el peligro de que los ?comunes? queden cooptados por el capital para proveer formas de reproducci?n de bajo costo, y aborda el modo en que esta posible consecuencia puede ser prevenida.

Comunes contra y m?s all? del capitalismo
George Caffentzis y Silvia Federici

Resumen
Este ensayo contrasta la l?gica que subyace a la producci?n de los ?comunes? frente a la l?gica de las relaciones capitalistas y describe las condiciones bajo las cuales ?stos se convierten en las semillas de una sociedad que trasciende al mercado y al Estado. Tambi?n advierte sobre el peligro de que los ?comunes? queden cooptados por el capital para proveer formas de reproducci?n de bajo costo, y aborda el modo en que esta posible consecuencia puede ser prevenida.

Introducci?n
Cada vez m?s, el t?rmino ?com?n? tiene mayor presencia en
el lenguaje pol?tico, econ?mico e incluso en el inmobiliario.
Derecha e izquierda, neoliberales y neokeynesianos, conservadores
y anarquistas utilizan el concepto en sus intervenciones. El Banco
Mundial acogi? el t?rmino cuando, en abril de 2012, dictamin?
que toda investigaci?n que llevase su sello deb?a ser ?de libre acceso
mediante una licencia Creative Commons ?una organizaci?n sin
?nimo de lucro cuyas licencias por derechos de autor tienen como
objetivo favorecer un mayor acceso a la informaci?n a trav?s de
Internet? (Banco Mundial, 2012). Incluso The Economist, un palad?n
del neoliberalismo, ha saludado el uso de este t?rmino a trav?s de los
elogios vertidos sobre Elinor Ostrom ?decana de estudios sobre lo
com?n? en su obituario:
A ojos de Elinor Ostrom, el mundo pose?a una gran cantidad de
sentido com?n. La gente, sin nada sobre lo que apoyarse, crear?a formas
racionales de supervivencia y de entendimiento. Aunque el mundo
tuviese una cantidad limitada de tierras cultivables, de bosques, de agua
o de peces, ser?a posible compartirlo todo sin agotarlo y cuidarlo sin
necesidad de contiendas. Mientras otros autores hablaron de la tragedia
de los comunes con pesimismo, centr?ndose tan s?lo en la sobrepesca o
la explotaci?n agr?cola en una sociedad de codicia rampante, Ostrom,
con sus sonoras carcajadas, se convirti? en una alegre fuerza opositora
(The Economist, 2012).
Por ?ltimo, es dif?cil ignorar el uso tan habitual que se hace del
concepto ?com?n? o ?bienes comunes? en el actual discurso
inmobiliario sobre los campus universitarios, los centros comerciales
y las urbanizaciones cerradas. Las universidades elitistas que exigen a
los estudiantes matr?culas anuales de 50 mil d?lares, se refieren a sus
bibliotecas como ?centros comunes de informaci?n?. En la vida social
contempor?nea, parece que es ley que cuanto m?s se ataca a los comunes,
m?s fama alcanzan.
En este art?culo examinamos las razones detr?s de estas tendencias
y planteamos algunas de las principales preguntas que enfrentan hoy
en d?a los comunitaristas anticapitalistas:
t ?A qu? nos referimos cuando hablamos de ?comunes
anticapitalistas??
t ?C?mo podemos crear, a partir de los comunes que nacen de
nuestra lucha, un nuevo modo de producci?n que no est?
basado en la explotaci?n del trabajo?
t ?C?mo podemos prevenir la cooptaci?n de los comunes y su
conversi?n en plataformas desde las que la clase capitalista
decadente pueda rehacer sus fortunas?
Historia, capitalismo y comunes
Comencemos con una perspectiva hist?rica, teniendo en cuenta que
la historia en s? misma es un bien com?n, siempre y cuando las voces
que la narren sean diversas ?incluso cuando revele los modos en que
hemos sido divididos?. La historia es nuestra memoria colectiva,
nuestro cuerpo extendido que nos conecta con un amplio mundo
de luchas que otorgan significado y poder a nuestra pr?ctica pol?tica.
La historia nos demuestra que ?producir com?n? es el principio
mediante el cual los seres humanos han organizado su existencia
durante miles de a?os. Tal y como nos recuerda Peter Linebaugh,
dif?cilmente existe una sociedad donde lo com?n no est? en su
seno (Linebaugh, 2012). A?n hoy en d?a existen muchos sistemas
de propiedad comunal en una gran cantidad de lugares del
mundo, sobre todo en ?frica y entre las comunidades ind?genas de
Latinoam?rica. As?, cuando mencionamos el principio del ?bien
com?n? o hablamos de ?comunes? como formas te?ricas o existentes
de riqueza compartida, no nos estamos refiriendo ?nicamente a
experimentos a peque?a escala. Hablamos de formaciones sociales
a gran escala que antiguamente ten?an dimensi?n continental, tales
como las redes de sociedades comunales que exist?an en la Am?rica
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precolonial, que se extend?an desde el Chile actual hasta Nicaragua
y Texas, conectadas mediante una gran variedad de intercambios
culturales y econ?micos. En Inglaterra la tierra comunal se mantuvo
como un factor econ?mico importante hasta comienzos del siglo
XX. Linebaugh estima que en 1688 un cuarto de la extensi?n total
de Inglaterra y Gales era de car?cter comunal (Linebaugh, 2008).
Sin embargo, tras m?s de dos siglos de cercamientos se profundiz?
en la privatizaci?n de millones de acres, seg?n la 11? Edici?n de la
Enciclopedia Brit?nica, para 1911 la cantidad de tierra comunal que
subsisti? representaba entre 1.5 millones y 2 millones de acres, apenas
el 5 por ciento del total del territorio ingl?s. A finales del siglo XX las
tierras comunales tan solo abarcaban el 3 por ciento del total de aquel
territorio (Naturenet, 2012).
Estas consideraciones son importantes para disipar la creencia de
que una sociedad basada en bienes comunes es una utop?a o que
tan solo pueden ser proyectos a peque?a escala, inadecuados para
brindar las bases de un nuevo modelo de producci?n. No s?lo ha
habido comunes desde hace miles de a?os, sino que a?n conservamos
elementos de una sociedad basada en ellos, aunque est?n bajo asedio
constante, ya que el desarrollo capitalista requiere la destrucci?n de
propiedades y relaciones comunales. Marx habl? de acumulaci?n
?primitiva? u ?originaria? haciendo referencia a los ?cercamientos? de
los siglos XVI y XVII, los cuales fueron responsables de la expulsi?n
de los campesinos europeos de sus tierras ?el acto que dio nacimiento
a la moderna sociedad capitalista. Pero hemos aprendido que esto
no fue un hecho aislado, circunscrito espacial y temporalmente,
sino un proceso que se mantiene vivo hoy en d?a (Midnight Notes
Collective, 1990). La ?acumulaci?n primitiva? es la estrategia a la
que la clase capitalista recurre siempre en tiempos de crisis, cuando
necesita reafirmar su dominio sobre el trabajo, y con la llegada del
neoliberalismo esta estrategia se ha profundizado, de manera que la
privatizaci?n se ha extendido a todos los ?mbitos de nuestra existencia.
Vivimos en un mundo en el que todo, desde el agua que bebemos
hasta nuestras c?lulas o nuestro genoma, tiene un precio y no se
escatima ning?n esfuerzo con tal de asegurar que las empresas
tengan el derecho de cercar los ?ltimos espacios libres en la Tierra,
oblig?ndonos a pagar para tener acceso a ellos. No son s?lo las tierras,
bosques o pesquer?as que se utilizan para fines comerciales en lo que
parece ser un nuevo ?acaparamiento de tierras? sin precedentes. De
Nueva Delhi y Nueva York a Lagos y Los ?ngeles, el espacio urbano
se est? privatizando; el ejercer la venta ambulante, sentarse en la acera
o hacer ejercicio en la playa sin pagar est? siendo prohibido. Los
r?os pasan a ser embalses, se talan los bosques, el agua y los mantos
acu?feros se embotellan para ser vendidos, los saberes tradicionales
son saqueados mediante leyes de propiedad intelectual y las escuelas
p?blicas se convierten en empresas de lucro. Esto explica por qu? la
idea de lo com?n resulta tan atractiva para nuestro imaginario colectivo:
su desaparici?n expande nuestra consciencia de su existencia, de su
importancia y aumenta nuestro deseo de conocer m?s al respecto.
Comunes y lucha de clases
A pesar de todos los ataques recibidos, lo com?n no ha dejado de
existir. Como dice Massimo De Angelis, siempre ha habido comunes
?fuera? del capitalismo que han desempe?ado un papel clave en la
lucha de clases, alimentando el pensamiento radical as? como a los
cuerpos de muchos comuneros (De Angelis, 2007), las sociedades
de ayuda mutua del siglo diecinueve son un ejemplo de ello (Bieto,
2000). Lo que resulta a?n m?s importante es que contin?an surgiendo
nuevos tipos de comunes; del ?software libre? al movimiento de
?econom?a solidaria?, est? surgiendo todo un mundo de nuevas
relaciones sociales que se basan en el principio del compartir en
com?n (Bollier and Helfrich, 2012), reafirm?ndose en la observaci?n
de que el capitalismo no tiene nada m?s que aportarnos excepto
miseria y divisiones. De hecho, en estos tiempos de crisis permanente
y ataques continuos a los empleos, los salarios y los espacios sociales,
la construcci?n de comunes ?tales como bancos de tiempo, jardines
urbanos, agricultura sostenida por la comunidad, cooperativas de
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alimentos, monedas locales, licencias Creative Commons o trueques?
representa un modo de supervivencia esencial. En Grecia, en los
?ltimos dos a?os, mientras los salarios y las pensiones han sufrido
recortes del 30 por ciento y el desempleo entre los j?venes ha
alcanzado el 50 por ciento, han emergido diversas formas de ayuda
mutua, tales como servicios sanitarios sin costo, distribuci?n gratuita
de lo producido por agricultores en centros urbanos y servicios de
?reparaci?n? de cables desconectados por falta de pago.
Sin embargo, las iniciativas comunales son m?s que diques frente
al torrente neoliberal que amenaza nuestro sustento. Estas iniciativas
son la semilla, el embri?n de un modo de producci?n alternativo
que a?n se est? gestando. Es ?ste el prisma con el que tambi?n
deber?amos mirar a los movimientos emergentes de ocupaci?n
de tierras en muchas periferias urbanas, s?mbolos del aumento de
habitantes urbanos ?desconectados? de la econom?a formal mundial,
reproduci?ndose por fuera del mercado y del Estado (Zibechi, 2012).
La resistencia de los pueblos ind?genas americanos frente a la continua
privatizaci?n de sus tierras y sus aguas le ha dado un nuevo impulso a
la lucha por los comunes. Mientras los zapatistas se alzaban exigiendo
una nueva constituci?n que reconociese la propiedad colectiva, algo
que el gobierno mexicano ignor?, en 1999 la constituci?n venezolana
reconoc?a el derecho de los pueblos ind?genas a utilizar los recursos
naturales de sus regiones. Tambi?n en Bolivia, en 2009, una nueva
constituci?n reconoc?a la propiedad comunal. No mencionamos
estos ejemplos para declarar que confiamos en la maquinaria legal del
Estado como promotor de la sociedad de comunes que deseamos, sino
para destacar la fuerza con la que se ha exigido, desde las capas m?s
bajas, la creaci?n de nuevas formas de sociabilidad, organizadas en
funci?n del principio de cooperaci?n social y la defensa de las formas
de comunalismo ya existentes. Como han mostrado Raquel Guti?rrez
(2009) y Ra?l Zibechi (2012), la ?Guerra del Agua? del a?o 2000
en Bolivia no hubiese sido posible sin la compleja red de relaciones
sociales que proporcionaron los ayllus y otros sistemas comunales
aymaras y quechuas de regulaci?n de la vida.
Las iniciativas de las mujeres de abajo han desempe?ado un
papel especial en este contexto. Tal y como ha ido demostrando una
creciente literatura feminista1
, debido a su precaria relaci?n con el
empleo remunerado, las mujeres siempre han tenido mayor inter?s en
la defensa de la naturaleza com?n y en muchas regiones han sido las
primeras en salir en contra la destrucci?n del entorno: han luchado
contra la explotaci?n forestal, contra la venta de ?rboles con fines
comerciales y la privatizaci?n del agua. Las mujeres tambi?n han
dado vida a diferentes m?todos para poner en com?n los recursos,
tales como las ?tontinas?, una de las actividades m?s antiguas y
difundidas de banca popular que a?n persisten. Estas iniciativas se
han multiplicado desde los a?os setenta cuando, como respuesta
a los efectos de los planes de austeridad y la represi?n pol?tica en
varios pa?ses como Chile o Argentina, las mujeres se unieron para
crear formas comunales de reproducci?n social, pudiendo as?
aumentar sus presupuestos y al mismo tiempo romper la sensaci?n
de par?lisis que el aislamiento y la derrota produc?an. En Chile, tras
el golpe de Estado de Pinochet, las mujeres comenzaron con los
comedores populares, cocinando de forma colectiva en sus barrios
para alimentar a sus familias y a los miembros de la comunidad
que no ten?an recursos suficientes. La experiencia de los comedores
populares fue tan poderosa para romper la cortina de miedo que
hab?a descendido sobre el pa?s tras el golpe de Estado, que el gobierno
los prohibi? y envi? a la polic?a a destruir las ollas comunes y acus?
a las mujeres de comunistas (Fisher, 1993). De una u otra manera,
esta es una experiencia que se ha repetido a lo largo de los a?os 80 y
90 en muchos lugares de Latinoam?rica. Tal y como indica Zibechi
(2012), en Per? y Venezuela han aparecido miles de organizaciones
populares, cooperativas y espacios comunitarios para tratar asuntos
como la comida, la tierra, el agua, la salud o la cultura, en su mayor?a
organizados por mujeres. Estos espacios han sentado las bases para
1 Para una revisi?n del papel de las mujeres en la construcci?n de formas de
reproducci?n social cooperativas, ver Federici (2010). Ver tambi?n Shiva (1989,
2005), as? como Bennholdt-Tomsen y Mies (1999).
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un sistema de producci?n cooperativo basado en el valor de uso y
operando de manera aut?noma frente al Estado y el mercado. Tambi?n
en Argentina, confrontadas con la cercan?a del colapso financiero en
2001, las mujeres salieron a la calle ?comunalizando? las carreteras y
los barrios, llevando sus cazuelas a los piquetes, asegurando de esta
manera la continuidad de las barricadas y organizando asambleas
populares y consejos ciudadanos (Rauber, 2002).
De la misma manera, en muchas ciudades de los Estados Unidos,
como por ejemplo en Chicago, una nueva econom?a est? creciendo
por debajo del radar de la econom?a formal; por una parte por pura
necesidad y por otra para restituir el tejido social que la reestructuraci?n
econ?mica y la ?gentrificaci?n? han da?ado. Principalmente han
sido las mujeres quienes han organizado varias formas de comercio,
trueque y ayuda mutua fuera del alcance de las redes comerciales.
Cooptando los comunes
Ante todos estos avances, nuestra tarea es entender c?mo podemos
conectar estas realidades diferentes y c?mo asegurar que los comunes
que producimos transformen realmente nuestras relaciones sociales y
no puedan ser cooptados. Es un peligro real. Durante a?os, parte de
la clase dirigente capitalista internacional ha promovido un modelo
de privatizaci?n m?s suave, apelando al principio de lo com?n como
un remedio para el intento neoliberal de someter todas las relaciones
econ?micas a las m?ximas del mercado. Ha podido constatarse que
la l?gica del mercado, llevada al extremo, resulta contraproducente
incluso desde el punto de vista de la acumulaci?n de capital,
imposibilitando la cooperaci?n necesaria para un sistema de
producci?n eficiente. Basta observar la situaci?n de las universidades
estadounidenses, donde la subordinaci?n de las investigaciones
cient?ficas ante los intereses comerciales ha reducido la comunicaci?n
entre cient?ficos, forz?ndolos al secretismo acerca de sus proyectos o
resultados.
Deseoso de aparecer como el gran benefactor, incluso el Banco
Mundial utiliza el lenguaje sobre lo com?n para dar un toque positivo
a la privatizaci?n y limar el filo a la resistencia esperada. Tras esa
imagen de gran protector de ?los bienes comunes mundiales?, el Banco
Mundial expulsa a pueblos de las selvas y los bosques en los que han
vivido durante generaciones para, posteriormente, permitir el acceso
a aquellos que puedan pagarlo, una vez construidos parques tem?ticos
u otro tipo de atracciones comerciales. El principal argumento es que
el mercado es el instrumento de conservaci?n m?s racional que existe
(Isla, 2009). La Organizaci?n de las Naciones Unidas tambi?n ha
reafirmado su derecho de gestionar los principales ecosistemas del
planeta (la atm?sfera, los oc?anos y la selva amaz?nica) para abrirlos
a la explotaci?n comercial; una vez m?s a nombre de ?preservar? la
herencia com?n de la humanidad.
?Comunalismo? es, tambi?n, la jerga utilizada para enganchar
trabajadores no remunerados. Un ejemplo t?pico es el programa Big
Society [Gran Sociedad] del Primer Ministro brit?nico David Cameron,
cuyo objetivo es movilizar las energ?as de las personas en programas de
voluntariado, compensando as? los recortes en servicios sociales que
su administraci?n introdujo a nombre de la crisis econ?mica. Siendo
una ruptura ideol?gica con la tradici?n que Margaret Thatcher inici?
en los a?os 80, cuando declar? que ?la Sociedad no existe?, el programa
Big Society instruye a organizaciones patrocinadas por el gobierno
?desde guarder?as hasta librer?as, pasando por cl?nicas? a reclutar
artistas locales y a j?venes para que, sin ning?n salario a cambio, se
impliquen en actividades que aumenten el ?valor social?, entendido
?ste como cohesi?n social y, sobre todo, como reducci?n de los costos
de la reproducci?n social. Esto significa que las organizaciones no
gubernamentales que realizan programas para los ancianos pueden
percibir fondos del gobierno si son capaces de crear ?valor social?,
el cual se mide siguiendo unos c?lculos especiales con base en las
ventajas de una sociedad sostenible, en t?rminos medioambientales
y sociales, incrustada en una econom?a capitalista (Dowling, 2012).
De esta manera, los esfuerzos comunitarios para construir formas de
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existencia solidarias y cooperativas fuera del control del mercado, se
pueden utilizar para abaratar el costo de la reproducci?n social e incluso
para acelerar los despidos de empleados p?blicos.
Comunes productores de mercanc?as
Un tipo diferente de problema para la definici?n de los comunes
anticapitalistas, es el planteado por la existencia de comunes que
producen para el mercado, orientados por la motivaci?n de la ganancia,
por el ?af?n de lucro?. Un ejemplo cl?sico lo encontramos en las
praderas alpinas suizas no cercadas, que cada verano se convierten en
zonas de pastoreo para vacas lecheras que producen para la poderosa
industria l?ctea suiza. Asambleas de ganaderos dedicados a la lecher?a,
sumamente cooperativos en sus esfuerzos, gestionan estos prados. De
hecho, Garret Hardin no podr?a haber escrito ?La tragedia de los
comunes? si hubiese decidido investigar c?mo llegaba el queso suizo
hasta su nevera (Netting, 1981).
Otro ejemplo habitual de comunes produciendo para el mercado
es el de los m?s de mil pescadores de langostas de Maine, los cuales
operan a lo largo de cientos de millas de aguas costeras donde
millones de langostas viven, nacen y mueren cada a?o. En m?s de un
siglo, los pescadores de langostas han construido un sistema comunal
para compartir la pesca bas?ndose en acuerdos previos para dividir
la costa en zonas ?cada una de las cuales est? controlada por grupos
locales? y l?mites autoimpuestos sobre la cantidad de langostas
que se pueden pescar. No siempre ha sido un proceso pac?fico. Los
habitantes de Maine est?n orgullosos de su fuerte individualismo,
por lo que los acuerdos entre los diferentes grupos se han roto en
ocasiones; cuando esto ha sucedido, se han producido estallidos de
violencia para expandir las zonas adjudicadas de pesca o para rebasar
los vol?menes permitidos. Pero los pescadores pronto aprendieron
que las consecuencias de ese tipo de conflictos merman el stock de
langostas y con el tiempo han recuperado el sistema de comunes
(Woodward, 2004).
Incluso el Departamento Estatal de Ordenaci?n de la Pesca de
Maine acepta en la actualidad este sistema comunal de pesca, despu?s
de haber sido proscrito durante d?cadas como una vulneraci?n de
las leyes antimonopolistas (Caffentzis, 2012). Una de las razones de
este cambio en la conducta oficial es el contraste entre la situaci?n
del sector dedicado a la pesca de la langosta frente al de la pesca de
peces de profundidad (i.e. el bacalao, la merluza, la platija y especies
similares) que se lleva a cabo en el golfo de Maine y en el banco de
Georges, donde el golfo conecta con el oc?ano. Mientras que este
?ltimo sector ha conseguido ser sostenible de forma continua durante
el ?ltimo cuarto de siglo, incluso durante tiempos de dificultad
econ?mica, desde los a?os noventa una especie tras otra de peces
de profundidad se han visto afectadas por culpa de la sobrepesca, en
ocasiones dando lugar al cierre oficial del banco de Georges durante
a?os (Woodward, 2004). En el fondo de la cuesti?n se observan
diferencias en la tecnolog?a empleada por los dos sectores pesqueros
y, por encima de todo, una diferencia en los lugares donde se ejerce
la pesca. La pesca de la langosta tiene la ventaja de contar con zonas
de uso com?n cerca de la costa y dentro de las aguas territoriales del
Estado, lo que permite la repartici?n de las zonas entre los grupos,
mientras que las aguas profundas del banco de Georges no pueden
ser repartidas tan f?cilmente. Hasta finales de 1977, el hecho de que
el banco de Georges se encontrase 20 millas por fuera del l?mite
territorial permiti? que grupos externos pescaran en la zona con
redes, lo que contribuy? en gran medida al agotamiento de la pesca;
sin embargo, despu?s de ese a?o el l?mite territorial fue ampliado en
200 millas. Por otro lado, la tecnolog?a arcaica que empleaban los
pescadores de langostas desanim? a la competencia. En contraste a
ello, a comienzos de los 90, los ?avances? tecnol?gicos en la pesca
de profundidad ??mejores? redes y equipamiento el?ctrico capaz de
detectar peces de un modo m?s ?efectivo?? trajeron el caos a una
industria organizada bajo el principio del libre acceso: ?consigue
una barca y podr?s pescar?. El hecho de disponer de una tecnolog?a
de detecci?n y captura m?s avanzada y m?s barata choc? con la
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Y M?S ALL? DEL CAPITALISMO
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organizaci?n competitiva de la industria que se hab?a guiado por el
lema: ?unos contra otros y la naturaleza contra todos?, finalizando
con la ?Tragedia de los Comunes? que Hardin hab?a previsto en 1968.
Esta contradicci?n no es ?nica a la pesca de profundidad de Maine,
ha afectado a comunidades pesqueras de todo el mundo que en la
actualidad se ven cada vez m?s desplazadas por la industrializaci?n
en la pesca y el poder de los grandes barcos pesqueros, cuyas redes de
arrastre abarrotan los oc?anos (Dalla Costa, 2005). Los pescadores
en Terranova han enfrentado una situaci?n similar a los del banco
de Georges, con resultados desastrosos para el sustento de sus
comunidades.
Hasta ahora, los pescadores de langostas de Maine han sido
considerados una excepci?n inofensiva que confirma la regla
neoliberal de que los comunes pueden sobrevivir tan s?lo bajo
circunstancias especiales y limitadas. Sin embargo, visto a trav?s del
prisma de la lucha de clases, la organizaci?n comunal de Maine tiene
elementos propios de un com?n anticapitalista, en cuanto involucra
el control de los trabajadores en la toma de decisiones importantes
sobre el proceso laboral y sobre sus resultados. Esta experiencia
supone un entrenamiento sin precedentes y proporciona ejemplos de
c?mo pueden operar los comunes a gran escala. Al mismo tiempo, el
destino de los comunes en la pesca de la langosta contin?a estando
determinado por el mercado internacional de mariscos al cual
pertenecen. Si el mercado estadounidense se derrumba o el Estado
permite la perforaci?n petrol?fera submarina en el golfo de Maine,
ser?n disueltos. Por tanto, estos comunes dedicados a la pesca de
langosta no pueden ser nuestro modelo.
Comunes como el ?tercer sector?: ?una convivencia pac?fica?
Mientras que los comunes para el mercado pueden ser vistos como
vestigios de antiguas formas de cooperaci?n laboral, el inter?s
creciente por lo com?n tambi?n viene de un amplio rango de
fuerzas socialdem?cratas que est?n preocupadas por los extremos
a los que lleva el neoliberalismo y/o reconocen las ventajas de las
relaciones comunales para la reproducci?n de la vida cotidiana. En
este contexto, los comunes aparecen como un posible ?tercer? espacio
adem?s de y al mismo nivel que el Estado y el mercado. En palabras
de David Boller y Burns Weston en su debate sobre una ?gobernanza
ecol?gica?:
El objetivo general tiene que ser la reconceptualizaci?n del mercado y
el Estado neoliberales, para dar lugar a una ?triarqu?a? con los comunes:
Estado-mercado-comunes, para redirigir la autoridad y conseguir
sustento de nuevas formas m?s beneficiosas. El Estado mantendr?a
su compromiso por una gobernanza representativa y la gesti?n de la
propiedad p?blica, de igual modo que el sector privado continuar?a
poseyendo capital para la producci?n y posterior venta de bienes y
servicio en el mercado (Bollier y Weston, 2012: 350).
En esa misma l?nea de actuaci?n, una gran variedad de grupos,
organizaciones y te?ricos perciben a los comunes hoy en d?a como
una fuente de seguridad, sociabilidad y poder econ?mico. Esto
incluye grupos de consumidores, quienes creen que una organizaci?n
comunal puede proporcionarles mejores opciones de compra; as?
como a compradores de vivienda que, junto con la compra de un
hogar, buscan una comunidad como garant?a de seguridad y de un
mayor campo de posibilidades en la medida que lo permitan los
espacios y actividades existentes. A medida que crece el deseo de
consumir alimentos frescos y conocer su origen, muchos huertos
urbanos tambi?n encajan en esta categor?a. Los hogares con servicios
de asistencia tambi?n pueden concebirse como parte de lo com?n.
Todas estas instituciones se refieren, sin lugar a dudas, a deseos
leg?timos; pero el l?mite y el peligro de tales iniciativas es que pueden
generar f?cilmente una nueva forma de cercamiento: los ?comunes?
que son construidos en funci?n de la homogeneidad de sus miembros,
a menudo han dado lugar a comunidades cerradas que proporcionan
protecci?n frente a lo ?otro?; todo lo contrario de lo que implica el
principio de los comunes para nosotros.
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Redefinir los comunes
Entonces, ?qu? puede calificarse como comunes anticapitalistas?
En contraste con lo ejemplos que hemos presentado, los comunes
que pretendemos construir tienen por objetivo la transformaci?n
de nuestras relaciones sociales y la creaci?n de una alternativa al
capitalismo. No est?n centrados ?nicamente en proporcionar servicios
sociales o en amortiguar el impacto destructivo del capitalismo y son
mucho m?s que una gesti?n comunal de recursos. En resumen, no
son senderos hacia un capitalismo con rostro humano. Los comunes
tienen que ser el medio para la creaci?n de una sociedad igualitaria y
cooperativa o se arriesgan a profundizar las divisiones sociales, creando
para?sos para quienes se lo puedan permitir y que, por ende, puedan
ignorar m?s f?cilmente la miseria por la que se encuentran rodeados.
En este sentido, los comunes anticapitalistas deber?an ser
percibidos tanto como espacios aut?nomos desde donde reclamar
las prerrogativas sobre las condiciones de reproducci?n de la vida,
as? como el n?cleo desde las cuales contrarrestar los procesos de
cercamiento a la reproducci?n de la vida y de esta manera desarticular
de forma sostenida nuestra existencia del Estado y del mercado. Por
lo tanto, estos comunes difieren de los defendidos por Ostrom, para
quien los comunes coexistir?an con la esfera p?blica y la privada.
Idealmente, los comunes anticapitalistas ejemplifican la visi?n a la
que marxistas y anarquistas han aspirado pero sin ?xito: una sociedad
constituida por ?asociaciones libres de productores?, autogobernadas
y organizadas para asegurar, no una igualdad abstracta, sino la
satisfacci?n de las necesidades y deseos de las personas. Hoy en d?a
tan solo vemos fragmentos de este mundo (del mismo modo que en
la Europa medieval tard?a quiz? solo se observaban fragmentos del
capitalismo), pero los sistemas comunales que construyamos deber?an
permitirnos alcanzar mayor poder sobre el capital y el Estado, y
prefigurar, aunque sea de modo embrionario, un nuevo modo de
producci?n basado en el principio de la solidaridad colectiva y no en
un principio competitivo.
?C?mo alcanzar esta meta? Algunos criterios generales pueden dar
unas primeras respuestas a esta pregunta, teniendo presente que en
un mundo dominado por las relaciones capitalistas los comunes que
producimos son, necesariamente, formas de transici?n:
i. Los comunes no est?n dados, son producidos. Aunque digamos que
estamos rodeados de bienes comunes ?el aire que respiramos
y los idiomas que usamos son ejemplos elocuentes de bienes
que compartimos?, tan solo podemos crearlos mediante la
cooperaci?n en la producci?n de nuestra vida. Esto es as? porque
los bienes comunes no son necesariamente objetos materiales,
sino relaciones sociales, pr?cticas sociales constitutivas. Esta es
la raz?n por la cual algunos prefieren hablar de ?comunalizar? o
de ?lo com?n?, justamente para remarcar el car?cter relacional
de este proyecto pol?tico (Linebaugh, 2008). Sin embargo, los
comunes deben garantizar la reproducci?n de nuestras vidas; una
confianza exclusiva en los comunes inmateriales, como Internet,
no funcionar?. Los sistemas de suministro de agua, las tierras, los
bosques, las playas, as? como diversas formas del espacio urbano
son indispensables para nuestra supervivencia. Lo que tambi?n
cuenta es la naturaleza colectiva del trabajo reproductivo y los
medios de reproducci?n implicados.
ii. Para garantizar la reproducci?n, los ?comunes? tienen que incluir
una ?riqueza com?n? en forma de recursos naturales o sociales
compartidos: las tierras, los bosques, el agua, los espacios urbanos,
los sistemas de comunicaci?n y conocimiento, todo para ser
utilizado sin fines comerciales. A menudo utilizamos el concepto
de ?lo com?n? para referirnos a una serie de ?bienes p?blicos?
que con el tiempo hemos acabado considerando como parte
de nosotros, tales como las pensiones, los sistemas sanitarios, la
educaci?n. Sin embargo, hay una diferencia crucial entre lo com?n
y lo p?blico, pues esto ?ltimo lo controla el Estado y no nosotros.
Esto no significa que no nos tenga que importar la defensa de los
bienes p?blicos. Lo p?blico es el terreno en el que se encuentra
EL APANTLE COMUNES CONTRA
Y M?S ALL? DEL CAPITALISMO
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una gran parte del trabajo invertido y, por nuestro propio inter?s,
no nos conviene que las empresas privadas se lo apropien. Pero
para el bien de la lucha por los comunes anticapitalistas, es crucial
que no perdamos de vista esta distinci?n.
iii. Uno de los desaf?os a los que nos enfrentamos hoy en d?a es
conectar la lucha por lo p?blico con aquellas por la construcci?n
de lo com?n, de modo que puedan fortalecerse unas a otras.
Esto es m?s que un imperativo ideol?gico. Reiter?moslo: lo que
llamamos ?p?blico? es la riqueza que hemos producido nosotros
y tenemos que reapropiarnos de ella. Tambi?n resulta evidente
que las luchas de los trabajadores p?blicos no pueden tener ?xito
sin el apoyo de la comunidad; al mismo tiempo, su experiencia
puede ayudarnos a reconstruir nuestra reproducci?n, a decidir,
por ejemplo, lo que se supone que es un buen sistema sanitario,
qu? tipo de conocimientos se requieren y as? sucesivamente. No
obstante, es muy importante mantener la distinci?n entre lo
p?blico y lo com?n, pues lo p?blico es una instituci?n estatal
que asume la existencia de una esfera privada de relaciones
econ?micas y sociales que no podemos controlar.
iv. Los comunes requieren una comunidad. Esta comunidad no debiera
seleccionarse en funci?n de ning?n privilegio sino en funci?n
del trabajo de cuidado realizado para reproducir los comunes
y regenerar lo que se toma de ellos. De hecho, los comunes
entra?an tantas obligaciones como derechos. As?, el principio
tiene que ser que aquellos que pertenezcan a lo com?nmente
compartido contribuyan a su mantenimiento: es por este motivo
que no podemos hablar de ?comunes globales?, como ya hemos
visto anteriormente, pues ?stos asumen la existencia de una
colectividad global que no existe en la actualidad y que quiz?s
no exista jam?s, ya que no la vemos como posible o deseable.
De este modo, cuando decimos ?ning?n com?n sin comunidad?
pensamos en c?mo se crea una comunidad espec?fica en la
producci?n de relaciones mediante la cual se establece un com?n
particular y se mantiene.
v. Los comunes requieren de reglas que indiquen c?mo utilizar y cuidar
la riqueza que compartimos; los principios rectores tienen que ser:
un acceso igualitario, reciprocidad entre lo que se da y lo que
se toma, decisiones colectivas y un poder que surja desde abajo,
derivado de las capacidades probadas y con un continuo cambio
de temas en funci?n de las tareas requeridas.
vi. Igualdad de acceso a los medios de (re)producci?n y la toma igualitaria
de decisiones deben ser la base de los comunes. Es necesario destacar
este aspecto porque hist?ricamente los comunes no han sido
excelentes ejemplos de relaciones igualitarias. A menudo se han
organizado de un modo patriarcal, muchos comunes discriminan
en funci?n del g?nero. En ?frica, conforme va disminuyendo
la porci?n de tierra disponible, se introducen nuevas reglas,
prohibiendo el acceso a quienes no pertenecen al clan originario.
Pero en estos casos las relaciones no igualitarias suponen el fin de
los comunes, pues generan desigualdades, envidias y divisiones,
permitiendo que algunos miembros de la comunidad cooperen
con procesos de cercamiento.
Conclusiones
En conclusi?n, los comunes no son ?nicamente medios a trav?s
de los cuales compartimos de manera igualitaria los recursos que
producimos, sino tambi?n un compromiso para la creaci?n de
elementos colectivos, un compromiso para fomentar los intereses
comunes en cualquier aspecto de nuestras vidas. Los comunes
anticapitalistas no son el punto final en la lucha para construir un
mundo no capitalista, sino el medio para ello. Ninguna batalla por
cambiar el mundo puede resultar victoriosa si no nos organizamos
para tener un sistema de reproducci?n comunal, no s?lo para
compartir el tiempo y el espacio en reuniones y manifestaciones, sino
para poner nuestras vidas en com?n, organiz?ndonos en funci?n de
nuestras diferentes necesidades y posibilidades, y rechazando todo
principio de exclusi?n o jerarquizaci?n.
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