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Subjetividad y lucha en Chile

Sergio Fiedler y Santiago De Arcos-Halyburton  :: 21.03.19

Mientras que el obrero fordista-desarrollista estaba concentrado en un solo lugar, la multitud es parte de un sistema m?s variado de reproducci?n del valor. Su subjetividad se desarrolla en diferentes puntos de producci?n integrados por la circulaci?n de capitales y est? hecha no tan solo de trabajadores de f?brica, sino de toda esa multitud trabajadora que una vez fue caracterizada como capas medias o sectores populares por la sociolog?a nacional.
El movimiento de protesta contra la dictadura no muri? con Los Prisioneros y la generaci?n de los 80. Como Mayo del 68, en Francia, no llego a triunfar como hubiese deseado, pero genero una revoluci?n molecular, una revoluci?n de sensibilidades, de diversidades y autonom?as que aun no se detiene, que es irreversible. Todos los no concertados, los desconcertados que no estaban ni ah? son parte de ella.
El antagonismo de hoy no abraza la representaci?n pol?tica donde lo m?ltiple es subordinado a lo Uno. M?s bien, el antagonismo de hoy busca ante todo experimentar con formas democr?ticas de participaci?n y acci?n directa, experimentaci?n que presupone la multiplicidad en su seno, sustray?ndose a la unidad de una ideolog?a impuesta desde arriba por muy revolucionaria que esta sea.

Por Sergio Fiedler (PhD) y Santiago De Arcos-Halyburton (PhD)

Cada aniversario del 11 Septiembre y los discursos que se generan en torno a ?l sin duda epitomizan la cultura nacional de hoy hasta su nivel m?s corporeal. Es el omnipresente y especular aniversario de un evento que se ha hecho parte permanente de nuestra subjetividad; una subjetividad que es a su vez el resultado consumado del evento mismo.

La preocupaci?n central de esta ponencia no es criticar esta subjetividad, menos a?n describirla, sino m?s bien rastrear sus posibilidades como base de nuevas alternativas de transformaci?n pol?tica, tratar de develar de qu? manera esta es capaz de potenciar una cr?tica radical y colectiva al estado de cosas existente y crear las condiciones para su superaci?n.

En otras palabras nos referimos a la posibilidad de una nueva ontolog?a revolucionaria, entendiendo por ?sta como la condici?n social del ser que hace posible la transformaci?n radical del mundo. Una condici?n social que busca su verdad en la autonom?a del sujeto frente al Estado, al capital, a las jerarqu?as partidarias y cualquier otra forma de poder que nos oprima.

Una ontolog?a de la protesta, la resistencia, la organizaci?n y el pasamonta?as, donde lo central no sea la gran narrativa pol?tica por muy revolucionaria que esta sea, sino las m?ltiples practicas colectivas que permitan a las multitudes desde la molecularidad de lo cotidiano tomar control de sus propias vidas y producir un entendimiento del mundo acorde a sus propias necesidades y deseos. ?No es ?sta la definici?n original de comunismo, que el capitalismo y el estalinismo han llenado de oprobio? S?, es la noci?n de comunismo que Marx y Engels hacen en su obra La Ideolog?a Alemana: ?Llamamos comunismo al movimiento real que destruye el estado de cosas presente?.

Desde este ?ngulo, no cabe duda afirmar que el 11 de Septiembre del 73 fue una derrota pol?tica, pero sobre todo fue tambi?n un punto de ruptura que marc? el comienzo del Chile de hoy. La real transici?n en realidad no empez? con la llegada al poder de la Concertaci?n en 1989, sino con el golpe militar.

?De qu? manera el golpe inici? el tr?nsito y se constituy? a s? mismo en el momento de violencia originaria que establece un nuevo orden de poder corporeal y discursivo?

La respuesta reaccionaria del 11 no puede verse sino en el contexto de la situaci?n de la pol?tica mundial desde fines de los sesenta. En realidad, la derrota que signific? la dictadura fue quiz?s uno de los comienzos de la derrota global de la clase obrera de la post-guerra, derrota que hubo de expresarse de diferentes maneras en diferentes pa?ses. En el curso de los a?os 70, la subjetividad del obrero masa, en la lucha por su liberaci?n seria destruida, despu?s del impresionante ciclo de enfrentamientos que durante los 60′ y 70′ conmocionaron al sistema capitalista mundial en su totalidad. Hasta ese momento el r?gimen capitalista se hab?a caracterizado por adherir el axioma obrero a su l?gica de dominaci?n. Es decir, producto de las luchas obreras de d?cadas, el modo de acumulaci?n tuvo que reconocer el poder del proletariado dentro de los marcos institucionales de lo que se conocer?a como el Estado de bienestar, planificado y desarrollista. En el caso chileno como en otros, este reconocimiento que el Estado capitalista hac?a del poder de los trabajadores apuntaba sin duda a integrarlos al mercado dom?stico por medio de la legalidad de las organizaciones sindicales, y del compromiso de clase entre el capital y el trabajo. Por medio de este compromiso los patronos le daban garant?as sal?riales y derechos a los trabajadores y estos a su vez se compromet?an a no levantar demandas revolucionarias.

El reformismo fue siempre el resultado directo de la movilizaci?n de los trabajadores, jam?s de la buena voluntad de los caudillos y los capitalistas. Sin embargo, la axiom?tica reformista en la versi?n chilena del desarrollismo estatal signific? que no toda la poblaci?n del pa?s fuese integrada, dejando a importantes sectores de la multitud proletaria sin garant?as pol?ticas y sociales, como los campesinos, los ind?genas, los pobladores y las mujeres. A pesar de los derechos sociales reconocidos por el Estado de bienestar, ?ste ?ltimo ocupaba una posici?n perif?rica en relaci?n a los Estados de bienestar que comandaban el sistema capitalista mundial.

Al buscar la integraci?n de toda la poblaci?n a un nuevo proyecto de capitalismo de Estado, la Unidad Popular se convierte en el Estado planificador de bienestar en su apogeo m?ximo. La crisis de este proyecto no fue resultado del Golpe de Estado, sino de la radicalizaci?n del proletariado mismo, cuyas demandas y practicas colectivas autogestionarias ?en la forma de los cordones industriales y las tomas de fundos y terrenos? tend?an a rebasar el marco institucional de transformaciones establecido por la Unidad Popular (UP) y anunciaban un posible nuevo mundo por venir. Era precisamente esta posibilidad la que se?ala la saturaci?n m?xima de las relaciones de clase existentes en el marco desarrollista. El Golpe de Estado marca de manera definitiva el fin de la axiom?tica capitalista del compromiso de clase, y la llegada de la axiom?tica de guerra y exclusi?n con el objetivo estrat?gico de detener el derrumbe del sistema de acumulaci?n por cualquier medio necesario. Tanto a nivel nacional como internacional, el capitalismo confronta los l?mites que el mismo hab?a establecido por la v?a del Estado de bienestar, y no ve otra salida que destruir al actor social que le dio a este Estado su dinamismo fundamental: la clase obrera industrial y sus organizaciones. Se trata de desmantelar de una vez por todas la rigidez que el poder obrero le hab?a impuesto al capital durante la previa etapa desarrollista. De aqu? que en Chile la violencia represiva de las fuerzas armadas sea acompa?ada por la violencia desestructuradora del neo-liberalismo en un solo agenciamiento maqu?nico de terror. La violencia del golpe se convierte en la condici?n esencial para que el capital inicie en el pa?s una segunda acumulaci?n originaria que posteriormente ser?a sancionada legalmente por la Constituci?n del 80 y por las posteriores reformas llevadas a cabo por la Concertaci?n.

Se puede decir entonces que la derrota del imaginario pol?tico obrero que lleg? a la c?spide a comienzos de los 70′, fue ante todo tambi?n una derrota ontol?gica, en la que toda una concepci?n del ser, de la realidad cotidiana que viene de las bases, de las formas de hacer pol?tica revolucionaria. La identidad obrera se derrumb? de manera tan profunda que se hace imposible hoy seguir hablando como antes en los t?rminos de los grandes discursos obreros teleol?gicos, tanto revolucionarios como reformistas, orientados a un fin ut?pico pre-establecido de antemano sin consideraci?n a las pr?cticas cotidianas de los sujetos en la lucha.

Por supuesto, la derrota pol?tica y ontol?gica del 11 de Septiembre y de la revoluci?n mundial, no significa como muchos argumentan, la desaparici?n de los antagonismos, sino m?s bien la entrada en escena de una nueva constituci?n social, de una nueva ontolog?a que se desprende de las condiciones sociales mismas que el golpe desencadeno hace cuatro d?cadas atr?s. Si el sujeto portador de los antagonismos de clase del periodo desarrollista hab?a sido derrotado, no significaba que otro no estuviera tomando su puesto portando nuevas luchas y alternativas pol?ticas.

Toda contra-revoluci?n es una revoluci?n pero al rev?s, queriendo decir con esto que el objetivo central de todo proceso contra-revolucionario no es destruir los valores y las energ?as populares operando en el proceso revolucionario, sino m?s bien re-apropiarlas para darle otra direcci?n y volverlas en contra de los revolucionarios mismos.

El periodo revolucionario entre 1970 y 1973, fue caracterizado en primer lugar por la organizaci?n social cooperativa de amplios sectores obreros de manera aut?noma del capital y el Estado; en segundo lugar por un masivo y concreto rechazo obrero a continuar sometido al yugo del trabajo asalariado, rechazo expresado en la masiva ca?da de la productividad del trabajo durante este periodo; en tercer lugar por un rol m?s protag?nico de actores sociales considerados como marginales dentro de la estructura productiva como los pobladores y campesinos; y finalmente por el aumento r?pido y espectacular de un consumo de masa que excedi? la disciplina productiva de los trabajadores. En este contexto, la lucha de clases estaba no solo caracterizada por la confrontaci?n entre dos campos irreconciliables, sino tambi?n por m?ltiples espacios de ?xodo, en que la multitud hac?a del proceso revolucionario una comuni?n festiva aut?noma del poder establecido, y en la que el sistema de dominaci?n existente dejaba de operar y la experiencia de una sociedad diversa, sin clases y solidaria se viv?a en el aqu? y en el ahora de las relaciones cotidianas.

La dictadura y su plan de refundaci?n capitalista, no destruye estas tendencias, m?s bien las desterritorializa, las mercantiliza, porque ve en ellas su poder ontol?gico creativo y transformador que es preciso canalizar para renovar la extracci?n de plusvalor. Las tareas de socializaci?n de la producci?n que no pudo llevar a cabo la clase obrera por medio de la autogesti?n, las llevo a cabo el capital a trav?s del mercantilismo neo-liberal. La contra-revoluci?n invirti? las relaciones de clase de tal manera que estas tendencias subsistieran en la forma de su propia aberraci?n. Consideremos, por ejemplo, el proceso de desindustrializaci?n en los a?os posteriores al golpe. Este destruy? un agenciamiento productivo que hasta el 73 era central al proceso de desarrollismo capitalista: la f?brica. Por medio de la ca?da del sector industrial, el rechazo obrero al trabajo asalariado durante el periodo revolucionario fue transformado en desempleo masivo como arma pol?tica para destruir el poder de la clase obrera en esfera de la producci?n. En la l?gica del neo-liberalismo, era darle a los trabajadores lo que ellos quer?an, pero de una manera que fueran ellos mismos los perdedores. En virtud de la misma inversi?n neo-liberal de la autonom?a obrera, los sectores ?marginales? al proceso productivo dejan de ser tales y se hacen centrales a ?ste en la medida que la flexibilizaci?n y temporalizaci?n del trabajo incrementa y la econom?a informal se desarrolla. El consumo de masas es por otra parte es disociado de sus pr?cticas colectivas de contestaci?n revolucionaria por medio del consumismo competitivo y atomizante del mercado y la expansi?n masiva del cr?dito como instrumento de control financiero de la poblaci?n.

La comuni?n festiva de la revoluci?n es remplazada por la comuni?n festiva del mercado.

M?s aun, los lazos de cooperaci?n social y autonom?a obrera establecidos durante el periodo 70-73 entre diferentes unidades de producci?n sirven ir?nica y trastocadamente para modelar la pol?tica neo-liberal a nivel macro-econ?mico, donde la f?brica en el sentido amplio de la palabra deja de ser el lugar hegem?nico del modelo de acumulaci?n solo para que la sociedad devenga en su totalidad productiva, donde no haya ninguna esfera de trabajo, ni el dom?stico, ni el estudiantil, ni el informal, ni el inform?tico, que no est? sometido al dominio directo del capital. El capital todo lo invade, todo lo coloniza. En la f?brica social postfordista que es el Chile de hoy, el proceso productivo ha dejado de estar concentrado en ciertas ?reas de producci?n ?el cobre por ejemplo? y se hace cada vez m?s disperso, m?s diverso y m?s globalizado, ya que hasta el internacionalismo proletario devino en globalizaci?n capitalista despu?s de la contra-revoluci?n de los 70′.

Como resultado de la globalizaci?n, todas las polaridades nacionales del viejo sistema imperialista han sido fragmentadas, intercept?ndose y fusion?ndose la una con la otra en combinaciones complejas que ya no pueden ser reducidas a categor?as como las de periferia y metr?polis, o primer y tercer mundo. M?s bien las configuraciones de control capitalista se han multiplicado. El capital no tiene un solo centro de conducci?n, sino que se ha hecho poli-c?ntrico por medio ?como dir?a Foucault? de una micro-pol?tica de poderes, los cuales se distribuyen con sus tent?culos cibern?ticos y medi?ticos por todo el planeta hasta afectar la m?s ?ntima fibra de la sensibilidad humana. El capitalismo ha dejado de ser un modo de producci?n para convertirse en un modo de existencia.

Sin duda, Marx esboz? la posibilidad de este tr?nsito en la estructura del capitalismo, donde el sistema de acumulaci?n transita de la subsunci?n formal del trabajo a la subsunci?n real. Bajo la subsunci?n real, el capital invade todas las esferas de la actividad humana, pero al mismo tiempo se hace a?n m?s parasitario ya que ejerce un comando ?nicamente pol?tico que no escatima ning?n medio para conseguir sus objetivos. En esta transici?n, la naturaleza del trabajo explotado cambia radicalmente.

La informalizaci?n del trabajo esta simult?neamente ligada a la creciente hegemon?a del trabajo inmaterial donde el proceso de comunicaci?n como cooperaci?n social constituye el n?cleo central de la nueva red productiva como as? lo demuestra el desarrollo de la inform?tica, la publicidad, la universidad como empresa privada y la expansi?n de las actividades asociadas con el sector servicios. Como consecuencia se desarrolla una nueva pobreza que no es ya la de los marginados excluidos de la producci?n, sino la de una mano de obra altamente cualificada pero completamente desprotegida y con poca capacidad de asegurar un ingreso digno en un mercado laboral absolutamente flexibilizado.

?Hay salida de esta situaci?n en la que el capitalismo postmoderno parece dejar no salidas posibles? Es posible reconocer en las nuevas condiciones una nueva ontolog?a de resistencia y rebeli?n? Creemos absolutamente que s?. Como dec?a el anarquista Mark Lagasse: ?El viento de la derrota transporta la semilla de la subversi?n?. El capital ha suturado el cuerpo social de tal manera que tan solo ha abierto nuevas heridas. La desestructuraci?n del sujeto obrero fordista-desarrollista por la violencia dictatorial y neo-liberal generada desde el 1973 en adelante no ha acabado con el antagonismo de clases sino que, a trav?s de la dispersi?n del proceso productivo, lo ha reproducido a todas las esferas del trabajo.

La llegada del capitalismo neo-liberal no significa la muerte de la clase obrera, sino su reconstituci?n en una nueva base. Una f?brica difusa invade lo social, y con ella emerge una nueva composici?n de clase y una nueva ontolog?a revolucionaria: la de la multitud y lo com?n.

Mientras que el obrero fordista-desarrollista estaba concentrado en un solo lugar, la multitud es parte de un sistema m?s variado de reproducci?n del valor. Su subjetividad se desarrolla en diferentes puntos de producci?n integrados por la circulaci?n de capitales y est? hecha no tan solo de trabajadores de f?brica, sino de toda esa multitud trabajadora que una vez fue caracterizada como capas medias o sectores populares por la sociolog?a nacional, tales como los profesores, los empleados en sector terciario, los vendedores de tienda, los bancarios, los temporeros de la fruta, los vendedores callejeros, las due?as de casa, el trabajador inform?tico, los estudiantes y los desempleados, dando vida al cognitariado.

Por supuesto muchos dir?n que todos estos sectores siempre han existido y que siempre han participado de la lucha social. Eso es innegable, pero nunca han jugado el mismo rol dentro del proceso productivo como el de ahora. Los micro-empresa familiares en las poblaciones son un buen ejemplo. Ellas pueden funcionar con tecnolog?as que no son de punta o inspirarse en la cultura popular o tradiciones ind?genas, pero tambi?n operan en muchas ?reas con un m?s alto nivel de productividad que la de industrias con mayor inversi?n en infraestructura, y proveen a grandes casas comerciales y compa??as con servicios de subcontrataci?n que reducen la dependencia del capital en el trabajo asalariado.

Es importante resaltar sobre todo la nueva naturaleza de la lucha de clases que estos sectores dinamizan y que marca un quiebre con las demandas productivistas de la vieja subjetividad obrera. En la medida que el proletariado se diversifica y se amplia, tambi?n lo hace la lucha de clases. La multitud profesa nuevas demandas, nuevas necesidades, nuevos deseos. Estos no est?n solamente ligados a mejores salarios y condiciones de trabajo, sino a cuestiones de calidad de vida tales como la salud, la educaci?n, el ocio, la sexualidad, los medios de comunicaci?n, la ecolog?a, la comunidad, el control del conocimiento, etc.

El conflicto de clase no est? confinado a la lucha entre obreros y patrones, sino m?s bien es el enfrentamiento entre comunidades enteras y el nuevo orden empresarial del capitalismo globalizado. Los antagonismos se manifiestan en la formaci?n de movimientos de protesta abrazando un espectro variado de tem?ticas; ya no localizados en el punto inmediato de producci?n, sino que tambi?n la reproducci?n de la fuerza laboral; no solo en los puestos de trabajo asalariado, sino que tambi?n en colegios y universidades, la familia, colectivos culturales, etc.

Ya que en realidad nos encontramos frente a un proceso atravesado por m?ltiples procesos de singularizaci?n productiva, el antagonismo proletario en la era de la f?brica difusa carece de una sola identidad deviniendo permanentemente en un crisol de subjetividades. Aqu? no podemos sino recordar eso a?os vivos de protesta popular contra la dictadura donde la multitud libro sus primeras batallas macrosc?picas, pero aun entendi?ndose as? mismo con el lenguaje del obrero fordista-desarrollista.

Esa rebeli?n de hombres, mujeres y ni?os en nueva comuni?n festiva en contra el autoritarismo y el mercado, genero sobre s? misma una nueva posibilidad de autonom?a, sospechosa de todas las formas de poder. Esta es un tipo de autonom?a que demarco el futuro de las luchas que se libran hoy. Una autonom?a que deviene Mapuche defendiendo sus tierras, que deviene estudiante luchando por el derecho a conocer libremente, que deviene poblacional y juvenil en las esquinas libertarias de Santiago. Una autonom?a que deviene Queer reclamando su derecho a amar libremente. Una autonom?a que deviene feminista. El movimiento de protesta contra la dictadura no muri? con Los Prisioneros y la generaci?n de los 80. Como Mayo del 68, en Francia, no llego a triunfar como hubiese deseado, pero genero una revoluci?n molecular, una revoluci?n de sensibilidades, de diversidades y autonom?as que aun no se detiene, que es irreversible. Todos los no concertados, los desconcertados que no estaban ni ah? son parte de ella.

La autonom?a proletaria en el periodo de subsunci?n real es entonces m?s que nunca la realizaci?n y el respeto de la singularidad y, como dir?an los zapatistas, de la dignidad. Las luchas de la multitud son luchas particulares que buscan reconocer y abrazar la diversidad interna de la multitud trabajadora contra la subordinaci?n de esta diversidad al proyecto unidimensional del capital: la ganancia. Cada lucha representa una resistencia aut?noma, especifica, pero cuyo ?xito final depende en su capacidad de establecer conexiones mutuas y alianzas con otras resistencias. Su fortaleza, sin embargo, esta en su car?cter diferenciado. Esta diferenciaci?n no solamente entra en conflicto con el intento del sistema de acumulaci?n de reducir la pluralidad del trabajo a la funci?n de valorizar el capital, sino que tambi?n presupone que ni un solo acto de represi?n puede destruir el nuevo movimiento social. Mientras la rebeli?n puede ser aplastada en un lugar, siempre habr? m?s rebeliones en desarrollo en otras partes.

Las luchas han cambiado y demandan nuevos m?todos de organizaci?n y nuevos revolucionarios. La contra-violencia de diversidad y autonom?a que se opone a la violencia del capital globalizado, no puede reproducir las mismas formas jer?rquicas y totalizantes de este ?ltimo si espera conseguir su victoria. Quedan descartadas la lucha armada terrorista y la forma partido como las disposiciones estrat?gicas de los nuevos antagonismos. La multitud ha inventado nuevas formas de hacer pol?tica, haciendo actuar la nueva ontolog?a existente como el proyecto pol?tico que necesitamos. Despu?s de todo, el antagonismo de hoy no abraza la representaci?n pol?tica donde lo m?ltiple es subordinado a lo Uno. M?s bien, el antagonismo de hoy busca ante todo experimentar con formas democr?ticas de participaci?n y acci?n directa, experimentaci?n que presupone la multiplicidad en su seno, sustray?ndose a la unidad de una ideolog?a impuesta desde arriba por muy revolucionaria que esta sea.

No es que todas las categor?as de pasado deban ser remplazadas. La tarea m?s bien es que cada concepto sea repensado y revivido como un devenir n?mada y se escape del control del logos trascendental presente en el Estado, el mercado o el partido. No se trata de encontrar un nuevo c?digo para la revoluci?n. Se trata de encaramarse sobre las potencias y energ?as subterr?neas que la multitud genera desde su creatividad productiva. No se trata de un discurso pol?tico solamente, sino de una l?nea de barricadas trazadas al interior de nuestras ciudades como puntos de fuga permanente.

El hoy se abre ante una posibilidad, que la movilizaci?n estudiantil, con sus ocupaciones, con sus asambleas, con la pr?ctica de un territorio y movimiento com?n, plantea el despliegue de la imaginaci?n, de la innovaci?n, de la colaboraci?n en torno a las luchas, acallando los sectarismos. Tenemos entonces entre los estudiantes, y en la sociedad chilena en su conjunto (basta mirar los movimientos de pobladores de Aysen, Freirina, los pescadores artesanales, las comunidades que se oponen a la mega miner?a, a las termoel?ctricas y a la destrucci?n del medio ambiente) una enorme potencia que no puede ser reducidas y limitadas al accionar de una vanguardia. Corresponde a una multitud que ya no teme sublevarse, dispuesta a gestionar desde s? misma, desde su deseo, y proyectar junto al colectivo de los que luchan su potencial constituyente. El poder-sobre es el fin de la autonom?a e instala la interdicci?n del deseo, la producci?n de reglas por fuera del sujeto. En nuestro concepto somos nosotros, sujetos productores y producidos del com?n, quienes organizamos la potencia y la proyectamos en la colaboraci?n del hacer para transformar. Y en ese despliegue nos reconocernos como sujetos. En el estudiantado chileno, as? como en ciertos sectores de la sociedad que han iniciado su proceso de constituci?n hay, hoy en d?a, la riqueza del com?n, de la potencia que rompe con todo lo viejo buscando destruir el orden de cosas actuales, constituyendo las nuevas instituciones del com?n en la pr?ctica cotidiana. Los estudiantes chilenos, as? como los canadienses, mexicanos, o las multitudes que pueblan Tahrir, Syntagma, Gezi, las calles del Brasil durante el Junho de 2013, y que pululan por los barrios de sus ciudades como esporas de subversi?n, nos proponen que busquemos en esta potencia de la multitud las herramientas para trazar los mapas de las luchas, y las asociaciones que el com?n construye en torno a ellas, haciendo, porque nada est? hecho, ni preconcebido.

Vemos como d?a a d?a se hace el com?n buscando la apertura y destrucci?n de la propiedad privada, explorando la posibilidad de transformaci?n en com?n de la propiedad estatal o p?blica, todo esto experimentando en medio de las luchas los mecanismos de gesti?n y desarrollo de esa riqueza, son las asambleas barriales, de colectivos, estudiantiles quienes en su democracia han ido conformando estas nuevas instituciones creando las condiciones para poder sostener y garantizar la libertad de intercambio del conocimiento. Esta potencia es la que funda la capacidad de constitucion de una nueva sociedad que se basa en el compartir los bienes comunes.

La ontolog?a de una comunidad que no se gesta en sus determinaciones de poder, sino en su ?xodo del poder.

El viento de la derrota transporta la semilla de la subversi?n. El 11 de Septiembre fue el inici? de una transici?n la cual a?n vivimos. Un evento, que arrasando con las posibilidades hist?ricas de un sujeto de clase, nos dej? perplejos, sin referentes ni pol?ticos ni simb?licos. Pero la constituci?n de una nueva subjetividad antag?nica reaparece en la figura del com?n, ni siquiera el capitalismo terrorista que aun vivimos puede subsistir sin ella. Despu?s de todo el horror, no cabe duda que cada sutura siempre abrir? una nueva herida, una herida que no es nuestra sino la de ellos.


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