Ser traidores a la masculinidad hegemónica, más temprano que tarde nos sitúa ante la pregunta que J. Azpiazu acertadamente propusiera hace seis años: “¿Qué hacemos con la masculinidad reformarla, transformarla o abolirla?”. Nuestra labor es colectiva, la respuesta no se cierra individualmente sino a través del tiempo, de las luchas, de las reflexiones, de las prácticas que realicemos quienes luchamos por ese “mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones sin Estado, ni mercado, ni heteropatriarcado”.
Hombres libertarios aliados de los feminismos
En uno de los puntos de cuidados que se organizaron durante esta última Huelga General Feminista del 8-M, uno de los presentes hizo una pregunta al resto de los hombres que en ese momento nos movíamos por el centro social: ¿Cómo os sentís o mejor cómo definiríais nuestro papel en la lucha de las mujeres, en la lucha feminista? La diversidad de respuestas (soy feminista, soy aliado de las feministas, soy feminista en la cotidianidad, etc.) ha hecho que me replantee, una vez más, el sentido de mi activismo entre/con hombres.
Hombres feministas
GERARDO ROMERO DÍAZ
El Salto
2019-06-10 13:14:00
Es indudable que los hombres heteros disfrutamos de privilegios de todo tipo (sobre el uso en libertad del espacio público), legales, laborales, sexuales, sobre el disfrute de cuidados, etc., sobre las mujeres y sobre quienes no se ajustan a la autoridad normativa del imaginario de la dominación heteropatriarcal capitalista (HPC); somos parte del problema de la explotación/opresión que sufren mujeres y las personas LGTBQ. Somos producto y estamos inmersos en una estructura social/civilización (económica, política, cultural, antropológica, etc.), una de cuyas instituciones es la socialización (individualismo ferozmente competitivo, terror al homoerotismo, desprecio a las mujeres, etc.) y los privilegios de la masculinidad hegemónica. No podemos ser feministas.
Sin embargo, los que queremos asumir, como traidores a esa masculinidad hegemónica, la interpelación de los feminismos al cuestionamiento personal y político sobre eso que ha hecho de nosotros el Estado, el mercado y el heteropatriarcado; y aún con muchas de las trazas de dominio que nos sustentan, podemos llevar la labor enfrentándonos al HPC como aliados de los feminismos.
Ahora bien, si aliados son quienes se coaligan para alcanzar un mismo fin, debemos aclarar el sentido de nuestro activismo.
No queremos ser “hombres buenos”, como les gusta a las burguesas, a las feministas de la igualdad de oportunidades y a algunos expertos en nuevas masculinidades (Cayetana A. de Toledo habla de crisis de masculinidad y su resolución desde la psicología clínica). Esta abstracta “bondad” plantea soluciones terapéutico/individuales a problemas sistémicos: corregir la “lacra” de los hombres malos machistas (tengamos en cuenta que el PP llama a los hombres a asumir las tareas domésticas) para legitimar el orden social del mejor de los mundo posibles con una nueva masculinidad funcional a la crisis y remodelación del HPC, con la vista puesta en un nuevo Contrato Social (“cambiarlo todo para que no cambie nada”): rearticular las básicas instituciones heteromórficas del HPC (el modelo familiar claro soporte del individualismo a dos, el binario homo/heterosexual en forma de “respeto” hacia los guetos, etc.) y la ruptura del techo de cristal para que algunas accedan a las direcciones de las empresas del Ibex-35 junto con la solución reaccionaria de la precariedad, el paro y pobreza para las mujeres trabajadoras, migrantes o no.
Sabemos, como señalan algunas feministas, que en nuestras organizaciones y colectivos nos encontramos con un antifeminismo ferviente no reconocido, una mezcla de feminismo de la igualdad y la creencia de que el ámbito libertario se salva de machismo por negar la opresión/explotación HPC (el uso generalizado de expresiones del tipo de “no existen gays, lesbianas, bisexuales o heterosexuales, existen personas…” puede recordar las declaraciones de P. Casado: “el partido liberal es el que pone a la mujer o al hombre en el centro, a la persona”.
Los aliados no queremos un espacio en el feminismo, sino cuestionar la masculinidad hegemónica en nuestros espacios de fraternidad masculina.
El sentido de nuestra labor es entre nuestros amigos, compañeros de trabajo, de sindicato, de centro social, etc., es aunando lo personal con lo político en ese cuestionamiento: analizar e ir desterrando nuestros privilegios machistas y luchar contra la estructura/civilización HPC (cuestionarnos decidida y responsablemente a nosotros mismos como uno de sus productos).
Nuestro compromiso implica romper con soluciones fáciles de tipo terapéutico o del tipo “añadido” (ese añadido en forma del feminismo que embellece la lucha “principal” de los “buenos hombres” libertarios; un corta/pega que nos “adorna” pero no supone reflexión ni compromiso alguno). H. Arendt decía al respecto que cuando Maquiavelo criticaba que la iglesia quería enseñar a los hombres “como ser buenos”, no decia ni quiso decir que a los hombres se les debe enseñar a ser malos, sino que la Iglesia reformada de su tiempo era peligrosa pues: “enseñaban al pueblo a ser bueno y no a “resistir el mal”, con el resultado de que los “perversos gobernantes hacen todo el mal que les place”.
Nuestras prácticas y reflexiones, entre/con otros hombres, buscan “resistir el mal” del imaginario HPC, desvelando que el carácter apremiante de las normas y reglas sociales de la masculinidad hegemónica (individualismo ferozmente competitivo muy funcional al capitalismo, terror al homoerotismo propagado por la biopolítica de los estados, desprecio a las mujeres sobre todo si luchan por su autonomía, etc.) y sus privilegios puede conducirnos a tratar nuestros acuerdos sociales como si fueran necesarios, mientras que la naturaleza oculta de esa compulsión puede hacer que los tratemos como si fuesen voluntarios, propios del llamado “libre albedrio”.
Ser aliados de las anarcofeministas y de las transfeministas, las que se cuestionan de raíz esos acuerdos sociales, las que se cuestionan la estructura civilizatoria de la dominación del imaginario HPC (lucha no reducida simplemente a la obtención de derechos y nuevas leyes, ni al cambio de roles, ni a una educación no sexista, etc.) buscando un cambio integral (político, económico, personal, etc.) y real en la vida.
Ser traidores a la masculinidad hegemónica, más temprano que tarde nos sitúa ante la pregunta que J. Azpiazu acertadamente propusiera hace seis años: “¿Qué hacemos con la masculinidad reformarla, transformarla o abolirla?”. Nuestra labor es colectiva, la respuesta no se cierra individualmente sino a través del tiempo, de las luchas, de las reflexiones, de las prácticas que realicemos quienes luchamos por ese “mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones sin Estado, ni mercado, ni heteropatriarcado”.