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Sahel, una guerra sin fronteras en el territorio originario amazigh que alcanza también a Argelia, Sudán, Libia y Marruecos

Guadi Calvo :: 12.06.19

Los grupos integristas, que operan particularmente en Mali, Burkina Faso y Níger, están explotando las ancestrales rivalidades étnicas y tribales de las diferentes comunidades de la región, en procura de desestabilizar el ya endeble equilibrio de estas naciones, acuciadas por la pobreza, la corrupción política, la explotación occidental y el cambio climático.
Veamos algo de como asoma por todas partes el pueblo amazigh.

Sahel, una guerra sin fronteras

Guadi Calvo
Alai
11/06/2019

Tal como lo hicieron lo colonizadores europeos hace más de cien años los grupos integristas, que operan particularmente en Mali, Burkina Faso y Níger, están explotando las ancestrales rivalidades étnicas y tribales de las diferentes comunidades de la región, en procura de desestabilizar el ya endeble equilibrio de estas naciones, acuciadas por la pobreza, la corrupción política, la explotación occidental y el cambio climático.

En la mañana del lunes 10, un ataque a la aldea Dogo, Sobame Da, de unos 300 habitantes, en el distrito de Sangha, en la región de Mopti, en la frontera del Sahel, dejó al menos 100 muertos y 19 heridos, viviendas incendiadas y una gran matanza de animales. Según los sobrevivientes los atacantes habrían sido miembros de la etnia Fulani, también conocidos como Peuhl, con quienes los dogones tienen un conflicto que perdura desde hace siglos. Unos cincuenta hombres armados conduciendo varias camionetas y motocicletas ingresaron a la aldea en mitad de la noche entre el 9 y 10 de junio y comenzaron a disparar, sin respetar siquiera mujeres, niños, ni ancianos. Se especula que este ataque sea una respuesta al producido el 24 de marzo, contra la aldea Fulani, de Ogossagou, por miembros de la etnia Dogon que dejó al 160 muertos. Esta nueva oleada de violencia ya obligó el desplazamiento de más de 60 mil personas.

Desbordado por la violencia el gobierno central, prácticamente ha abandonado la región a su suerte. Desde 2012, el país se encuentra en una virtual guerra entre los grupos locales que responde a al-Qaeda y a el Daesh, por lo que Francia con su operación Barkhane, compuesta por unos cuatro mil quinientos hombres acompañada por otras naciones occidentales, especialmente los Estados Unidos, está librado una guerra silenciosa que parece moverse como las dunas, sin que se las pueda fijar en un territorio y mucho menos neutralizarla.

Tanto el Daesh en el Gran Sahara, (ISGS) o los al-qadianos del Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin, (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes, JNIM) se han establecido en una vasta zona del Sahel en los últimos años para impulsar el reclutamiento y extender su influencia en todo el territorio.

Los Fulanis, que se dedican al pastoreo y los Dogons a la agricultura, también se han puesto de uno y otro lado de esta guerra silenciosa. Los Dogon han denunciado en varias oportunidades que sus rivales cuentan con el apoyo de los terroristas, mientras que los Fulanis acusan a los Dogons de ser informantes y colaboradores de los militares extranjeros.

Bamako parece no estar decidido a impedir que las tribus conformen grupos de autodefensa, alentados por la proliferación de armas que se pueden conseguir de manos de los traficantes y las bandas integristas que han explotado las rivalidades étnicas en Mali y Burkina Faso y Níger en los últimos años han impulsado una campaña del reclutamiento, para extender su influencia sobre las vastas extensiones de un territorio en constante caos.

Antonio Guterres, el secretario general de las Naciones Unidas, en un informe sobre Mali el mes pasado se refirió a que “existe un alto riesgo de una mayor escalada que podría llevar a la comisión de delitos de atrocidad”, y dijo estar “consternado” por el aumento de la violencia y su efecto en la población civil.

Se considera que el gobierno de Malí ha perdido su control sobre ciertas regiones del país, por lo que ha dejado la lucha a los ejércitos extranjeros e incluso a empresas de mercenarios.

Prácticamente en el mismo momento del ataque contra la aldea Fulani, 19 personas eran asesinadas en el distrito de Arbinda (Burkina Faso), epicentro de la violencia que el país está viviendo desde 2015, y que ya suma más de 400 muertos civiles. En abril pasado, otras 62 personas habían sido asesinadas en ataques yihadistas y en los siguientes enfrentamientos étnicos en Arbinda. (Ver: Burkina Faso, en caída libre al terror.)

Por la ola de violencia étnica e integristas más, de 100 mil personas han sido desplazadas, además de que unas 1.2 millones están necesitando asistencia humanitaria, se estima que unas dos mil escuelas han sido cerradas entre Mali, Níger y Burkina Faso, dejando sin educación a casi medio millón de niños.

Las fronteras son solo rayas sobre papel mojado

Con el despliegue de los milicianos del Daesh en el Gran Sahara (ISGS) hacia el sur, han comenzado las preocupaciones de que los muyahidines se conviertan en una verdadera amenaza para Togo, Ghana y Benin, donde, en el norte de este último país a principios de mayo, fueron secuestrados, en el Parque Pendjari, dos turistas franceses, y su guía fue asesinado. El ataque fue atribuido a alguno de los grupos integristas que ya están operando en la región.

En la operación de rescate, mientras los turistas eran trasladados desde Benin a Mali, a través de Burkina Faso, al norte de Djibo, murieron dos infantes de marina franceses.

Daesh en el Gran Sahara se conformó a partir de la unión de varios grupos que operaban en la región, y su líder es el saharaui, Adnan Abu Walid al-Sahrawi, formado en el Frente Polisario de Liberación.

Al-Sahrawi y su grupo hicieron su bayaat (juramento de lealtad) al líder del Daesh Abu Bakr al Bagdadí en 2015. El ISGS inicialmente operó en torno a la ciudad de Menaka en la región Gao, en el noroeste de Mali, extendiendo posteriormente su influencia, hacia el oeste en la región de Mopti y a Tillabery, Níger, el área donde, en octubre de 2017, tras una emboscada cerca de la aldea de Tongo-Tongo, resultaron muertos cuatro Green Berets y cinco hombres del ejército nigerino (Ver: Trump emboscado en el Sahel). Entre 2017 y 2018, el ISGS extendió su influencia a la región de Gurma (Mali) en proximidades de Burkina Faso.

Se especula que ISGS cuenta entre 100 y 150 milicianos con una red de informantes y logística que representan una fuerza de 500 hombres entre los que se incluyen seguidores de Níger y Burkina Faso.

Más allá de lo reducido plantel de combatientes, la fuerza del ISGS se encuentra en la capacidad de movilizarse, cruzando sin inconvenientes las fronteras de tres países.

Tal como otros grupos integristas que operan en África como Boko Haram, al-Shabbab o el Frente de Liberación de Macina, el ISGS ha sabido trabajar con las comunidades marginadas por los Estados, para facilitar recursos y así poder reclutar jóvenes con pocas perspectivas de trabajo y desarrollo económico, lo que tanto en Mali como en Burkina Faso pudo hacerlo entre los Fulani.

Un líder local de los Fulani declaró que, para los miembros jóvenes de la tribu, “tener armas, les da una especie de prestigio: los jóvenes de las aldeas están muy influenciados por los muyahidines bien armados, conduciendo veloces motocicletas, bien vestidos y bien alimentados y con dinero en los bolsillos, produce en los jóvenes pastores envidia y admiración”.

Entre 2017 y 2018, el ISGS atacó varios campamentos, mercados y aldeas nómades en el norte de Mali, por los general de los tuareg, a los que estos respondieron con el accionar de sus grupos de autodefensa Imghad Tuareg y el Movimiento para la Salvación de Azawad (MSA), que se vengaron atacando a pastores Fulani, agravando las tensiones entre los tuaregs y los fulanis en la región de Liptako. En febrero de 2018, las milicias tuareg, junto a otras fuerzas patrocinadas por el gobierno de Malí, lanzaron una ofensiva conjunta contra el ISGS en la región de la triple frontera entre Mali, Níger y Burkina Faso. Allí habría resultado herido el líder de los integristas Adnan al-Sahrawi. Tras la operación, si bien se redujeron las acciones de los integristas en el área fronteriza, aumentó las tensiones entre las comunidades locales.

A partir de abril de 2018, cuándo el ISGS, se responsabilizó de la matanza de unos de 40 tuaregs, de la tribu Daoussahak, sus acciones comenzaron a ser cada vez más frecuentes y violetas, contra todo aquel que colabore con “los gobiernos y los cruzados” teniendo como objetivo especial las escuelas y sus maestros y profesores. En Burkina Faso, en mayo pasado, militantes del ISGS atacaron la prisión de alta seguridad en Koutoukalé, a 45 kilómetros al norte de Niamey capital de Níger. Las tropas nigerianas que perseguían a los muyahidines fueron emboscadas cerca de la aldea de Tongo-Tongo, próxima a la frontera con Mali, en la que murieron unos 36 militares nigerinos, acción que de inmediato se adjudicó el ISGS, aunque en la región operan otras organizaciones vinculadas a al-Qaeda.

Las múltiples fuerzas occidentales que operan en la región desde hace años y los esfuerzos del grupo Sahel 5 (Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) siguen sin poder contener una guerra de múltiples caras que amenaza terminar por incendiar toda África occidental.

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

https://www.alainet.org/es/articulo/200366
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Los amazigs, supervivencia y lucha de un pueblo ancestral
Los amazigs, supervivencia y lucha de un pueblo ancestral
Marroquí con la bandera amazig. Fuente: Airy Domínguez
18 abril, 2019
Airy Domínguez
@Airydominguez
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La base del contrato entre el Estado y la sociedad parece tambalearse en el norte de África. El ancestral colectivo amazig y sus demandas han pasado a constituirse como uno de los principales retos a los que ha de hacer frente la región.

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Antes de la colonización de los europeos, los árabes e incluso los romanos, el norte de África estaba habitado por el pueblo amazig, más conocido como bereber, un exónimo derivado de bárbaro del que el propio colectivo huye por considerar que posee una carga peyorativa. Diversas comunidades conforman esta población indígena ancestral, a la que pertenecen en torno a 20 millones de personas. Los amazigófonos se encuentran geográficamente concentrados en Marruecos —en torno al 40%— y Argelia —en torno al 20%—. También cuentan con una presencia significativa en Libia —alrededor del 9%—, Túnez —2%—, el oasis de Siwas (Egipto) —unas 20.000 personas—, y en Níger y Mali, donde los nómadas tuaregs alcanzan el millón. Pese a estos porcentajes, gran parte del norte de África tiene ascendencia amazig.

Para ampliar: “Los tuaregs libios: los combatientes sin patria”, Daniel Rosselló en El Orden Mundial, 2016

Su rasgo distintivo fundamental es el lenguaje, que cuenta con 26 dialectos, entre los que destacan los grupos dialectales del cabilio en Argelia y del tamazight, el tachelhit y el tarifit o rifeño en Marruecos. Sin embargo, lo que llama la atención es la naturaleza combativa y la capacidad de supervivencia de este grupo etnolingüístico: los amazigs han conseguido permanecer en la Historia y hacer frente a más de un milenio de invasiones y regímenes políticos cambiantes sin dejar de hacer escuchar su causa. Tanto es así que en la actualidad la cuestión amazig es parte de los retos políticos, sociales y económicos a los que se enfrentan los Estados del norte de África.

Localización de las comunidades amazigs más grandes en África.
La marginación amazig y la política descolonial
Las luchas por la independencia y los procesos resultantes favorecieron el nacimiento de un movimiento nacionalista e independentista árabe. En este contexto, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia se autodefinieron oficialmente como “países árabes”, se unieron a la Liga de los Estados Árabes y en 1989 formaron la Unión del Magreb Árabe. El árabe fue declarado el único idioma oficial, el islam como la religión de Estado y la arabización en los ámbitos educativo y público pasó a ser prioritaria. En este contexto, el declive de la lengua amazig —fruto de las políticas de centralización y arabización— supuso el caldo de cultivo para el nacimiento de un movimiento identitario. Su demanda central será la afirmación por parte de las autoridades estatales — en África del Norte, pero también en la diáspora bereber en Europa occidental y América del Norte— de la existencia del pueblo amazig como un colectivo y de la amaziguidad del territorio Tamazgha, definido como el área que va desde el oasis de Siwa, en el desierto occidental de Egipto, hasta las islas Canarias y el Sahel.

Mapa del territorio definido como Tamazhga. Fuente: Tamazight forever
En términos prácticos, el principal objetivo del pueblo amazig es el reconocimiento oficial de su lengua y la corrección de las injusticias que considera que se han cometido contra ellos en las políticas educativas, económicas y sociales. Este movimiento, al igual que las comunidades que componen el colectivo, no ha sido uniforme en toda la región. Por ejemplo, en el caso argelino el movimiento amazig ha estado históricamente definido por su carácter abiertamente político, mientras que en Marruecos las confrontaciones entre la comunidad y el Estado y el componente político han estado menos marcados —a pesar de la deriva política que viene tomando los últimos años—.

Si bien es cierto que existen marcadas diferencias en el desarrollo del movimiento y en su relación con las autoridades en función del país y del contexto en el que se encuentra, en el momento de la independencia las élites gobernantes de los dos países que albergan el mayor colectivo de población amazig, Marruecos y Argelia, tenían la misma orientación hacia sus respectivas comunidades amazigs: la construcción exitosa del Estado y la integración nacional requerían subsumir a los heterogéneos bajo la rúbrica de la identidad araboislámica.

Amazigs en Marruecos: entre la arena política y cultural
Marruecos, el país con mayor población amazig, registra los efectos más acusados de la época poscolonial en este colectivo. La marginalización de su lengua y su cultura afectó de manera clara a la economía de las áreas rurales habitadas por amazigófonos, como puede la zona del Alto y Medio Atlas o el sur del país. Estas regiones permanecieron sin infraestructuras y sin educación, con un analfabetismo crónico —especialmente entre las mujeres—, pobreza y desempleo, un hecho cuyas consecuencias se extienden hasta la actualidad. Todo ello dio lugar al nacimiento del movimiento amazig en la década de 1960. Uno de los sucesos más destacables de este periodo fue la revuelta del Rif de finales de los años 50, duramente reprimida por el entonces príncipe Hasán. El Rif fue sometido a un estricto régimen militar que acrecentó la ya de por sí precaria situación social y empujó a los habitantes a emigrar a Europa.

La actividad del movimiento en Marruecos —vacilante entre la arena cultural y la política— cuenta con tres periodos claramente diferenciados. Los primeros pasos del movimiento comenzaron con las actividades culturales iniciadas por universitarios en diferentes ciudades con el fin de promover lo que entendían como la “cultura popular de Marruecos”. En el contexto del momento, esto podía interpretarse como un intento de recuperación de la política bereberista francesa, con la que los poderes coloniales intentaron separar a las comunidades aislando a los amazigs de las escuelas árabes y los tribunales de la ley islámica para debilitar el vínculo religioso entre los amazigs y los árabes.

Para ampliar: “‘Nosotros somos el poder’: un siglo de lucha estudiantil”, María Canora en El Orden Mundial, 2018

Acciones como la promoción francesa de la “Vulgata de Cabilia” —que postulaba que los amazigs de la región eran de origen europeo y solo estaban unidos al islam de manera nominal, por lo que estaban preparados para volver al camino cristiano-europeo a través de la “misión civilizadora” de Francia— contribuyeron a que las afirmaciones de la identidad amazig resultasen sospechosas a ojos de los nacionalistas. Junto a esta supuesta vinculación entre colonizadores y amazigs se encontraba la interpretación de la preservación y promoción de la lengua y cultura amazigs como un ataque a la unidad, por lo que estas actividades se desarrollaron en un ambiente de hostilidad. Su declive vino con la represión del régimen a partir de los 80, que obligó a las asociaciones a trabajar clandestinamente o disolverse. Sin embargo, la persistencia de estructuras de apoyo permitió el renacimiento amazig.

La firma en 1991 de la Carta de Agadir, primera compilación y difusión de la ideología amazig, será el primer paso para el comienzo de la segunda fase, en la que las discrepancias respecto a la deriva del movimiento, uno de los principales obstáculos para su avance, empezarán a ver la luz. Unos preferían continuar con el desarrollo de la actividad cultural y otros se decantaban por el activismo político como vía para una solución. Es así como durante los últimos años de reinado de Hasán II comienza a producirse en Marruecos el tránsito de una militancia cultural a un activismo político, que en Argelia estuvo presente desde los inicios.

La última década del reinado de Hasán, con quien la cuestión amazig fue tabú, vino marcada por el aumento de los cambios políticos, sociales y económicos destinados a mantener la estabilidad del país y preparar el terreno para la sucesión del trono en un contexto regional en el que, al otro lado de la frontera, Argelia implosionaba en un enfrentamiento civil. Esta posición tuvo una importante repercusión en la cuestión amazig, aunque en 1994 el arresto y la condena de activistas por promover la identidad bereber llevó a Hasán a abrazar parcialmente la herencia amazig de Marruecos para calmar los ánimos y comprometerse a que los dialectos en Marruecos se enseñasen en las escuelas. Al mismo tiempo, la liberalización gradual de la esfera pública aumentó la competencia entre un movimiento amazig y un islamismo cada vez más activo cuyo impacto en la esfera pública marroquí no hacía sino aumentar —en gran parte, de manera no violenta, frente al caos en Argelia—.

Amazigs en Argelia: una reivindicación más política

En el caso argelino, segundo país con mayor población amazig, las primeras alarmas saltaron en la década de los 30 y 40, cuando el componente amazig de la sociedad se puso a la defensiva con la emergencia del movimiento nacionalista. En un contexto de contestación a las potencias coloniales en el que se huía de todo aquello que vinculase la región con los colonizadores, los bereberes cabilios fueron ampliamente marginados por el Estado. El mensaje del primer presidente argelino Ahmed ben Bella, no dio lugar a dudas: “Nosotros somos árabes”. El modo de construcción nacional del partido gobernante, el Frente de Liberación Nacional (FLN), se basó en una identidad nacional uniforme centrada en la hegemonía del árabe y un régimen de partido único antiimperialista y anticolonial alineado con las llamadas “fuerzas progresistas” en el mundo árabe.

Pese a las señales previas, la consideración del cabilio como el otro y las tensiones con el FLN se vieron de manera clara con la revuelta de 1962, protagonizada por los disidentes cabilios que participaron en la guerra de independencia del FLN y que ahora respondían a su situación de marginación. Sin embargo, será la conocida como primavera bereber —iniciada tras la decisión del Gobierno en 1979 de aumentar la arabización del sistema educativo— la que supondrá el gran reto para la hegemonía política y cultural del FLN y provocará una dura contestación del régimen. Este hecho resulta crucial: a partir de ese momento, los esfuerzos de arabización del régimen empezaron a fracasar y las acciones de los cabiles civiles y etnoculturales comenzaron a ganar fuerza, aunque no irrumpieron en la esfera pública hasta finales de los años ochenta.

En Argelia la década de los 90 vendrá marcada por el enfrentamiento violento —que resultará en una guerra civil— entre islamistas y las nacientes fuerzas de seguridad tras el colapso del sistema de partido único en 1988. En este contexto, la identidad moderna de los amazigs cabilios se convirtió en una alternativa en la que se representaban las dimensiones nacional y étnica. El crecimiento de las asociaciones culturales fue notable: en julio de 1989 se habían establecido 154 en Cabilia y existían en casi todos los pueblos grandes, además de otras regiones de habla bereber. Pese a ello, la política lingüística y cultural del país se mantuvo orientada hacia los árabes prácticamente en su totalidad, al menos hasta mediados de los noventa. La principal prioridad del régimen era competir con la oposición islamista en la arena de los valores y de los principios islámicos. Ello se tradujo en la marginación y el olvido de la población cabilia.

Poco a poco se fueron dando pequeños pasos. Las huelgas generales de 1994, que apoyaban la demanda de reconocimiento oficial del idioma y la cultura amazigs, suponen un punto clave, así como la huelga escolar en Cabilia un año después. Las autoridades argelinas reconocieron la legitimidad de la identidad amazig con el establecimiento en 1995 del Alto Comisariado para la Amaziguidad y en 1996 se añadió a la Constitución el reconocimiento del componente amazig de la identidad argelina, aunque en el fondo no dejó de advertirse la escasez de recursos y la falta de voluntad de las autoridades.

Un movimiento en auge
A la llegada del nuevo siglo, la cuestión amazig seguía sin resolverse. La sociedad argelina en general y la región de Cabilia en particular estaban profundamente alejadas de sus gobernantes. En la primavera de 2001 esta situación estalló en Cabilia de un modo nunca antes visto en una gran revuelta conocida como la primavera negra. El resultado fue la constitucionalización en 2002 de la condición del tamazight como lengua del país tras la muerte de 123 manifestantes y la disolución de las élites políticas nacientes que intentaron liderar el movimiento, encabezadas por el Movimiento Ciudadano de los Aarchs. No obstante, el cambio no estuvo acompañado por acciones efectivas para la instauración del bilingüismo. Al igual que en el siglo anterior, la cooptación, la manipulación y concesiones vagas volvieron a jugar su papel aislando la causa cabilia de las grandes cuestiones del país. La enseñanza del tamazight se limitará a las escuelas de la región de Cabilia y estará ausente en otras regiones amazigófonas y en las principales ciudades. En cuanto a los medios de comunicación, tanto la radio como la televisión permanecerán vigiladas.

Algo parecido parece haber sucedido en Marruecos, donde el gran impulso a la identidad amazig se produjo después del ascenso al poder en 1999 del rey Mohamed VI. Como parte de una estrategia para contrarrestar el resurgimiento del movimiento islamista y mantener la hegemonía de Palacio sobre un sistema político cada vez más liberalizado, el rey abrazó el movimiento amazig. Será precisamente a finales de siglo cuando el tercer estadio del movimiento amazig en el país empiece su curso con la firma por estudiantes y militantes del Manifiesto Amazig, que perseguía encontrar una posición común de la militancia. En este periodo la creación de un partido político se convirtió en una asunto prominente que aún no se ha visto materializado.

Grupos etnolingüísticos mayoritarios en Marruecos: árabes —ocre—, amazigs —naranja— y ambos —amarillo—. Fuente: Joshua Project
Las revueltas de 2011 en Marruecos vuelven a manifestar el avance de la lucha amazig, esta vez a través de la reforma constitucional que reconoce el tamazight como lengua oficial de Marruecos, seguida por Argelia. Sin embargo, la implementación parece haber decepcionado a muchos. Un importante grupo de activistas, particularmente los más jóvenes, entiende que los cambios constitucionales fueron un lavado de cara, otra serie de medidas destinadas a cooptar y contener al movimiento y prevenir la democratización genuina y la amaziguidad de la vida del país. Las protestas también han servido para manifestar las discrepancias dentro del propio movimiento. En Marruecos ha surgido un nuevo dilema: continuar rechazando la participación en la política oficial o buscar un modo de inclusión en las instituciones políticas mediante la creación de un partido político.

Las primaveras árabes son, por tanto, también primaveras amazigs. En este sentido, los cambios y oportunidades resultantes no se reducen a Marruecos, sino que podemos encontrarlos en toda la región. Ese verano tuvo lugar en otros países del norte de África el llamado verano amazig, durante el cual la población amazig libia mostró una gran capacidad de movilización y emprendió acciones en las zonas liberadas para consolidar su presencia en la arena pública y el sistema político naciente aprovechando la caída del régimen de Gadafi en 2011. Durante 42 años, el coronel había prohibido su lengua y las manifestaciones culturales del pueblo amazig.

Para ampliar: “La primavera del Rif”, David Hernández en El Orden Mundial, 2017

Resulta destacable que algunos de los avances más importantes de los últimos años han venido de los márgenes geográficos del territorio en el que se encuentran los amazigs, como Libia y el norte de Mali, mientras que en la tradicionalmente pujante Argelia la vanguardia tradicional de los cabilios ha sido fundamentalmente pasiva. Junto a la nuevas oportunidades ofrecidas por el contexto se encuentra el aumento de los retos, en gran parte debido al fortalecimiento del islam político. Si en la etapa anterior el obstáculo principal de estos movimientos eran las autoridades estatales, en la actualidad son los movimientos islamistas que han desafiado profundamente a los Estados en crisis. Los amaziguistas se alinean con las fuerzas liberales que buscan las democratización y la expansión de los derechos humanos, el otro polo fundamental de la sociedad civil tanto en Argelia como en Marruecos.

Hay lugar para el optimismo
Exceptuando a los tuaregs, la lucha armada no forma parte de las herramientas del movimiento amazig. Históricamente, ha optado por la vía pacífica para su reconocimiento e inclusión igualitaria en los Estados en los que se encuentran. Las negociaciones e interacciones con los regímenes cambiantes y la consecución de un equilibrio entre su capacidad de resistencia y la evolución de su grupo identitario les ha permitido sobrevivir y avanzar en una tensión constante con el desarrollo gradual de una identidad arabo-islámica desde la invasión árabe del siglo VII.

Independientemente de los avances, el éxito de la causa no será fácil. El colectivo cuenta con deficiencias y problemas que debe resolver, entre ellas la falta de cohesión, una escasa capacidad de movilización a gran escala y la debilidad de alianzas con otras fuerzas sociales y políticas. En este contexto, hay dos adversarios fundamentales: los gobernantes y la corriente islamista.

Pese a ello, hay motivos para el optimismo. Si bien las primeras olas de globalización ayudaron a la marginación de las comunidades amazigs, la última ha favorecido su fomento y ha reforzado una identidad etnopolítica frente a estos obstáculos. Internet en particular se ha convertido en una herramienta importante para la construcción de una comunidad amazig a lo largo del mundo. La difusión de discursos favorables a los derechos humanos y los grupos minoritarios que inciden en la necesidad de promocionar un sistema democrático y multicultural favorece el avance del movimiento. Para la corriente liberal en el norte de África, avanzar en la causa amazig encaja con la visión más amplia de promover una sociedad pluralista y democrática en la que la tradición y la religión, si bien tienen su lugar, no serán dominantes.

Airy Domínguez
Airy Domínguez
Nacida en Barcelona (1991) y educada en Madrid. Graduada en Periodismo y Comunicación Audiovisual (USPCEU), especializada en Conflictos Políticos y Armados (UOC) y Máster en Relaciones Internacionales, Seguridad y Desarrollo (UAB). Codirectora de MENAnalisis. Amante del mundo árabe y musulmán e interesada en género, movimientos sociales, conflictos y geopolítica

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Los tuaregs libios: los combatientes sin patria
14 junio, 2016
Daniel Rosselló
@DanRossello

Nunca en el mismo lugar, siempre en movimiento. Siempre arena bajo el ardiente sol. Temperaturas que rebasan los 50 grados a mediodía y que descienden a bajo cero durante la noche. Así es el Sáhara, un ecosistema único, un desierto que se extiende del Atlántico hasta el Índico, ocupando un territorio mayor al de los Estados Unidos. Muy pocos se atreven a adentrarse en su inmensidad, y no todos los valientes regresan. Y menos todavía son aquellos que han osado hacerlo su hogar, su patria, su forma de vida. Entre estos pocos elegidos se encuentran los tuaregs, que a lo largo de más de mil años, en constante navegación, y siguiendo el ritmo de las dunas, del viento y de los astros, han convertido el vasto territorio sahariano en una parte de sí mismos.

Los tuaregs, Libia y Gadafi
Se cree que los tuaregs emigraron desde Libia en el siglo VII d.C. ante la presión de los invasores árabes. Organizados en una especie de sistema confederal, formado por unidades políticas llamadas kels, desde entonces habrían llevado una vida seminómada, dedicándose al pastoreo, al comercio de todo tipo –incluidos esclavos, armas y estupefacientes– y a la agricultura, desplazándose entre las regiones desérticas de lo que a día de hoy serían Argelia, Níger, Burkina Faso, Libia y Mali. Constituyen al menos el 10% de la población en todos los países por los que se mueven, alcanzando los 900.000 individuos en Níger o en Mali. En Libia, en cambio, las cifras son mucho mayores, con números que los sitúan en alrededor de 17.000 en condición de extranjeros, 600.000 documentados y más de un millón indocumentados. Esta notable presencia no es casual, y sus efectos, a lo largo de las últimas cinco décadas, vendrían a condicionar la política Libia tanto a nivel interno como regional, hasta la misma revolución de 2011.

Cuando Gadafi conquistara el poder en 1969 iniciaría una política de marginalización de las tribus que perduraría durante los diez primeros años de su gobierno, con el objetivo de minimizar la influencia de éstas, a las que consideraba un factor de desunión nacional. En general, los tuaregs se verían inmersos en un ambiente hostil, reprimidos culturalmente y sometidos a procesos de éxodo rural en el que se verían alejados de sus círculos familiares y tribales, generando procesos de exclusión social y económica, vistos siempre por los habitantes árabes del norte como barbaros del desierto. A su vez, Gadafi articularía una política nacionalista centrada en el elemento árabe, lo que terminaría creando una estructura política que favorecía a las tribus de esta etnia frente al resto. Así, tribus como los warfallah, los maghariha o los Gaddafah, a la que pertenecía el dictador, serían las que ocuparían posiciones de importancia en el ejército, en el cuerpo burocrático y en el gobierno. A pesar de todo, las identidades de afiliación tribal prevalecerían, sobreponiéndose a la fidelidad al Estado libio incluso hasta finales de los años, aunque el proceso de urbanismo las minimizaría algo en la década de los 80.

Y es que con Gadafi el tribalismo libio viviría su definitiva fusión con la conceptualización y las prácticas políticas del país africano. Éste se manifestaría no solo en la praxis y en la organización del Estado, sino en la propia simbología utilizada por el gobernante, que fomentaría una visión mítica del nómada, con la tienda sahariana como espacio para encuentros diplomáticos internacionales, y que vendería como una muestra de su humildad y de su posicionamiento igualitario en relación a su pueblo.

El mapa tribal libio, fundamental para entender el país.
El mapa tribal libio, fundamental para entender el país. Fuente: Geopolitical Atlas

En cuanto a los tuaregs, Gadafi proclamaría en numerosas ocasiones su afinidad con el pueblo tuareg, llegando incluso a afirmar haber heredado sangre tuareg de su madre, y considerándoles aliados en su utópico proyecto panafricanista de convertir el Sáhara en un espacio sin fronteras unido por la cultura árabe y el Islam. Además, se convertirían en un actor fundamental para el gobernante, que los utilizaría como combatientes para culminar sus propios intereses geoestratégicos de la zona, haciéndoles participes, por ejemplo, de las intervenciones militares de Libia en Sudán y Chad a principios de los 80. Sin embargo, esto se entremezclaría con prácticas de exclusión y represión dentro de las fronteras libias, así como con verdaderas muestras de desprecio hacia la cultura bereber, de la que los tuaregs forman parte, llegando a afirmar que ensenar lengua amazigh a los niños era equivalente a inyectarles veneno.

En cualquier caso, a nivel regional Gadafi sin duda alguna se convertiría en un claro aliado de los tuaregs, apoyándoles en sus aspiraciones nacionalistas. Éstas se manifestarían en forma de movimientos independentistas en Níger y Mali en la década de los 90, con el propósito de desembarazarse de unas autoridades estatales que habían desarrollado tradicionalmente políticas represivas y de marginación hacia la minoría. Gadafi defendería la causa en las conferencias internacionales, actuaría como mediador en las negociaciones de paz con los respectivos gobiernos, ofrecería el territorio libio como base para los distintos movimientos y aportaría armas y suministros a los rebeldes.

Asimismo, tras un fallido golpe de estado y en medio de una crisis de popularidad Gadafi crearía el Consejo de Liderazgo Social Popular (CLSP), una organización formada por los líderes tribales y los jefes de las familias más importantes del país. Aunque el objetivo de esta nueva institución sería el asegurar la fidelidad de las tribus al régimen para mantener la estabilidad, lo cierto es que la inclusión en la misma de las principales tribus de la zona noroccidental de Tripolitania –de mayoría árabe– crearía un sentimiento de marginalización entre las tribus orientales de Cirenaica y del Fezzan (al sur) –especialmente entre los tebu y los tuaregs–. Esta institución se combinaría con unas agresivas políticas de asimilación arabizante hacia las tribus de etnia bereber –la más fuerte en todo el Magreb– y la represión hacia determinadas tribus, cuya existencia intentaría borrar de la historia de Libia a la vez que reprimía sus derechos. Con todo ello el tribalismo se intensificaría, pero también la posición privilegiada de los árabes frente al resto de etnias del país.

En el caso de los tuaregs, y como ya había ocurrido en los 80, el dictador intentaría reclutarlos para el ejército y los servicios de inteligencia, prometiéndoles trabajo y derechos de ciudadanía. A pesar de todo las promesas serían en su mayor parte incumplidas, negándoseles los documentos identificativos y, por lo tanto, convirtiéndoles en apátridas, lo que les impediría acceder al sistema educativo, a gran parte de las oportunidades de empleo, a una cuenta bancaria o al derecho al voto y a la representación política. Todo ello derivaría en tasas de alfabetización muy bajas, en una enorme precariedad laboral y a la reclusión en el ámbito de la economía informal y de las actividades ilegales, creándose más núcleos de pobreza en el seno de las comunidades tuaregs que en el resto del país.

Aunque los tuaregs jamás lograrían culminar sus aspiraciones nacionalistas, ni tampoco poner fin a la discriminación que sufrían en los estados africanos, sí que conseguirían cierto bienestar económico, especialmente en los 80 y 90, particularmente gracias al desarrollo del turismo en la zona. Si bien las sociedades tuaregs seguirían marcadas por profundas desigualdades económicas, enfrentándose a duras sequias y al desempleo.

Sin embargo, a todo ello seguirían una serie de profundos cambios que se producirían en el Sahel a raíz del inicio de la guerra contra el terror islamista en el escenario post 11-S. Temiendo la conversión de la zona en un nicho para la ocultación y el entrenamiento de militantes jihadistas, las potencias internacionales, con EEUU y Francia a la cabeza, iniciarían un proceso de securitización de la zona, que afectaría de manera determinante al modo de vida de los tuaregs. La economía del turismo colapsaría y las leyes contra el contrabando y los controles fronterizos se reforzarían, dejando a las comunidades tuaregs sin sus principales fuentes de riqueza y destruyendo su modo de vida tradicionalmente nómada. Los gobiernos que por lo general habían marginado a los tuaregs intensificarían la represión, acusando a los tuaregs de tener lazos con los grupos terroristas. Todo derivaría en una sucesión de protestas y levantamientos tuaregs entre 2004 y 2008.

En este contexto, en 2005 Gadafi intentaría cooptarlos de nuevo, afirmando que Libia era la patria de los tuaregs, ofreciendo residencia a los tuaregs refugiados de las guerras en Níger y Mali. El líder libio llegaría a ofrecer hasta 1000 dólares mensuales a los tuaregs que quisieran unirse al ejercito –lo que multiplicaba por veinte sus ingresos habituales– afirmando en declaraciones públicas su vital importancia para poner freno al terrorismo yihadista en el Sáhara.

En definitiva, a pesar de la exclusión socioeconómica y política de los tuaregs en Libia durante más de cuatro décadas, lo cierto es que Gadafi conseguiría posicionarse como el único aliado para un pueblo que no recibía más que represión por parte del resto de actores internacionales y regionales, alimentando sus esperanzas de salir de su condición de apátridas. Por todo ello, no debe sorprendernos que con la llegada de la revolución en 2011 muchos tuaregs se unieran a las filas del régimen.

La revolución de 2011
La revolución supondría no solo la caída del régimen de la jamahiriyya y la muerte de Gadafi, sino la decadencia de la tribu del regente, la Ghaddafa, cuyos negocios y espacios políticos –que hasta entonces habían cuasi monopolizado– fueron ocupados por las tribus locales del Fezzan. Negocios informales como el contrabando cambiarían de manos, alterando totalmente las rutas y quién las controlaba.

La muerte de Gadafi provocó, además de la descomposición del país, todo un caos regional.
La muerte de Gadafi provocó, además de la descomposición del país, todo un caos regional. Fuente: Le Monde diplomatique

Por otra parte, Gadafi volvería a acudir a los tuaregs como en el pasado, siguiendo con las mismas promesas tanto tiempo incumplidas, aferrándose a ellos como última esperanza para evitar su caída. Aunque la respuesta no sería unitaria, los principales líderes tuaregs de Libia, Níger y Mali acudirían a su llamada, y hasta 10.000 combatientes tuaregs combatirían en las filas del régimen, y de hecho serían los que ayudarían al líder libio a esconderse tras su huida de Trípoli.

Finalmente, la estrategia de Gadafi fue en vano, y tras la revolución los tuaregs simplemente se harían cargo de lo que había sido tradicionalmente suyo, haciéndose fuertes en sus territorios del sur y organizándose como un actor rebelde mas. A pesar de todo, su colaboracionismo con el régimen durante las décadas anteriores y su respuesta no unitaria a la revuelta también les pasaría factura, y tras la revolución vendrían a verse perseguidos tanto por los grupos leales al antiguo régimen como por los grupos rebeldes, llegándose a producir denuncias de genocidio por parte de las asociaciones tuaregs, y viéndose forzados cientos de ellos a huir y pedir asilo como refugiados en la vecina Argelia.

El petróleo libio y los intereses geoeconómicos han sido fundamentales en este conflicto.
El petróleo libio y los intereses geoeconómicos han sido fundamentales en este conflicto. Fuente: Geopolitical Atlas
Los tuaregs, la geopolítica y las potencias internacionales
Con la muerte de Gadafi, y tras el alzamiento independentista tuareg en el norte de Mali de 2012, muchos combatientes tuaregs marcharían a luchar al país africano, entremezclándose con los independistas, pero también con grupos islamistas como Ansar al-Dine. Sin embargo, tras la intervención francesa, junto a las luchas intestinas que surgirían en el seno la rebelión, al comprobarse la diferencia de objetivos entre los tuaregs en búsqueda de la autodeterminación y los grupos islamistas, muchos de los tuaregs volverían a una Libia sumida ya totalmente en guerra civil.

Para ampliar: «Malí, ¿el pivote geoestratégico del África Occidental?«, Fernando Arancón en El Orden Mundial

A esto se uniría el enfrentamiento contra los Tebu en el suroeste libio, tras más de cien años de paz entre ambas tribus gracias a una cuerdo –el Midi Midi, «amigo amigo»–, sellado a finales del siglo XIX, por el cual ambas se repartieron las rutas comerciales y de contrabando de la región. Con este tratado, los tuaregs vendrían a dominar las rutas hacia Argelia y Mali, mientras los Tebu se quedaban con las de Níger y Chad. La guerra estallaría a raíz de la competencia por el control de los recursos petrolíferos de la zona, así como del oasis de Ubari, punto geoestratégico clave para el control de las rutas por el desierto. En agosto de 2014 las tensiones alcanzarían su punto álgido, iniciándose los combates en el oasis de Ubari, y llegando a Sebha, capital del Fezzan, un año después. La primera chispa de este conflicto la prendería una decisión del Consejo Nacional de Transición al dar el control de las fronteras del sur a los tebu como recompensa por haberse posicionado mayoritariamente contra Gadafi en el proceso revolucionario. Asimismo, los tebu se harían con el control de la plataforma petrolífera de el-Shehara, privando a los tuaregs del acceso a sus beneficios a la vez que monopolizaban las rutas de contrabando, gracias al apoyo desde Bengasi. Todo ello, unido al incremento de los controles fronterizos y de seguridad por parte de actores como Argelia, alteraría las rutas tradicionales y haría colisionar los intereses de ambas tribus, rompiendo el pacto tradicional y las relaciones de poder tribal asentadas durante décadas. A pesar de todo, en noviembre de 2015 los tuaregs recuperarían el control del el-Shehara y el conflicto se estancaría, con Ubari como centro del mismo.

Por otra parte, tras la conformación de dos gobiernos en competición por el poder, los tuaregs se verían de nuevo envueltos en las dinámicas nacionalistas, así como en los juegos geopolíticos de las distintas potencias internacionales. Por un lado, el gobierno de Tripoli les apoyaría con armas y municiones, así como ayuda médica y combustible. Por otro lado los tebu recibirían apoyo desde Tobruk, así como de los Tebu chadianos y Francia. Por tanto, lo que podría haberse interpretado en un primer vistazo como un simple conflicto tribal tomaría carácter regional y, de nuevo, se entremezclaría con el desarrollo general del conflicto libio.

La situación libia actual, un caótico quién es quién
La situación libia actual, un caótico quién es quién. Fuente: Geopolitical Atlas

Tuaregs y grupos extremistas en el Sáhara y el Magreb
A todo este conflicto interno puramente libio, y a las intervenciones de potencias internacionales externas a la región, se añadiría el hecho de que las dinámicas tribales de los tuaregs quedaría marcadas también por la emergencia de grupos radicales islámicos como Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) que, aprovechándose del carácter remoto del Fezzan y de la porosidad de las fronteras entre los estados de la región del Sahel, encontrarían ahí un nicho seguro para llevar a cabo sus actividades, así como un excelente puente en su camino hacia los frentes de combate en las ciudades del litoral libio. Una tendencia que se acentuaría especialmente tras el empuje militar francés en Mali. La presencia de estos grupos constituye una preocupación más para los tuaregs, que ven como las generaciones más jóvenes podrían observar un futuro mejor en estos militantes que en la precariedad del contrabando en los límites del desierto al que la historia ha condenado a estos nómadas de las arenas, así como una vía de escape de las difíciles condiciones que su situación de apátridas les impone.

Flujos ilícitos entre el Atlántico y el Mediterráneo a través de África. Fuente: Global Initiative http://www.globalinitiative.net/programs/governance/atom-illicit-trafficking-from-the-atlantic-to-the-mediterranean/
Flujos ilícitos entre el Atlántico y el Mediterráneo a través de África. Fuente: Global Initiative
El propio Estado Islámico (EI) proclamaría en su revista Dabiq que diversos grupos islamistas de tipo jihadista, asentados en Libia, habían jurado lealtad a la causa del califato, incluyendo en el propio Fezzan. A pesar de todo, y aun sabiendo que varios tuaregs han jurado lealtad al grupo, lo cierto es que sus progresos han sido mucho más reducidos que en el norte del país, y han sido precisamente las particularidades de los tuaregs las que han protegido la zona contra el radicalismo. Y es que los vínculos de los tuaregs con el EI y otros grupos jihadistas parece deberse más a factores de tipo económico y logístico que a simpatías ideológicas. La alta capacidad de financiación del EI habría sido aprovechada para conseguir la lealtad a corto plazo de las tribus tuaregs, que habrían ofrecido a cambio sus conocimientos sobre las rutas comerciales y de navegación por el duro ecosistema sahariano. No obstante, el Islam practicado por los tuaregs, de tendencia sufí y marcado por un fuerte sincretismo resulta muy incompatible con el islam salafí. Por otra parte, la estricta y primordial lealtad a la familia y a la tribu también dificultan la adherencia a una ideología que proclama la lealtad exclusiva a la comunidad universal de la umma y a la sumisión al califa.

El futuro: paz con integración
Más allá del conflicto tribal y de las dinámicas políticas, el contexto post-Gadafi ha permitido la configuración de un espacio en el que, sin la represión del régimen, se han multiplicado las organizaciones tuaregs en pro de la reivindicación de sus derechos tanto como minoría étnica como de tipo económico y social. El acceso a documentos que acrediten su ciudadanía, la cesión de espacios de representación política en las instituciones y el fin de la exclusión del sistema educativo son las principales demandas de un pueblo que lleva ya muchas décadas escuchando promesas nunca cumplidas.

Por todo ello, en definitiva, si las condiciones de los tuaregs no mejoran y su sentimiento de exclusión prevalece, se podría fomentar su deseo a buscar la autonomía política, añadiéndose un factor de inestabilidad más a la ya de por sí convulsa región. De forma similar a como ocurrió con el Movimiento de Liberación Nacional del Azawad en Mali, que terminaría tornándose en un conflicto regional al contar con el apoyo de toda la población tuareg distribuida por los estados de la región. Con todo, el gobierno que se encargue de la transición a la paz deberá tenerlos en cuenta, combinando derechos sociales, económicos y ciudadanos con reformas que reduzcan el miedo y la xenofobia de los libios del litoral hacia las poblaciones tuaregs, y que también fomentan su exclusión.

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Daniel Rosselló
Daniel Rosselló
Palma de Mallorca, 1992. Graduado en Relaciones Internacionales. Másteres de especialización en el mundo árabe e islámico y en comercio internacional. Me gustan las minorías, los grupos insurgentes y los movimientos revolucionarios. Actualmente asentado en Egipto.


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