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Interregno global y derechas reaccionarias

Jaime Pastor :: 08.07.19

En medio de la crisis de una globalización neoliberal que, ante un estancamiento secular, intensifica la competencia entre antiguas y nuevas grandes potencias, entramos en un ciclo reaccionario que no deja de generar “monstruos” en muchos lugares del planeta. Su propósito es desviar la frustración popular y canalizarla contra la consolidación de un establishment cosmopolita y corrupto, y también contra movimientos como el feminista, que desafían tanto al neoliberalismo como al neoconservadurismo.

Interregno global y derechas reaccionarias

Jaime Pastor
https://ladiaria.com.uy/articulo/2019/7/interregno-global-y-derechas-reaccionarias/
8 de julio de 2019

En pocos años, pasamos de la perplejidad a la explosión de la mayor crisis sistémica del capitalismo desde la década de 1930, lo que llevó a la falsa promesa de la “refundación del capitalismo” y a un nuevo retorno radical a la austeridad autoritaria y antidemocrática. Esto a su vez provocó una ola de movilizaciones y populismo de izquierda, especialmente poderoso en América Latina, que no fue lo suficientemente fuerte como para alcanzar una escala internacional.

Por lo tanto, en medio de la crisis de una globalización neoliberal que, ante un estancamiento secular, intensifica la competencia entre antiguas y nuevas grandes potencias, entramos en un ciclo reaccionario que no deja de generar “monstruos” en muchos lugares del planeta. Su propósito es desviar la frustración popular y canalizarla contra la consolidación de un establishment cosmopolita y corrupto, y también contra movimientos como el feminista, que desafían tanto al neoliberalismo como al neoconservadurismo. Su objetivo también se expone sin ninguna ambigüedad: promover proyectos para la reconstrucción del etnonacionalismo estatal, que recupere la “identidad” y la “seguridad” perdidas.

El trumpismo parece haberse convertido en la referencia principal, y por eso es importante reconocer con Daniel Tanuro (autor del libro Frankenstein en la Casa Blanca, 2018) que es un fenómeno que “no cae en las categorías clásicas. Es un nuevo proyecto autoritario, específico y complejo, inestable, típico de la era neoliberal […] que combina aspectos fascistas y plutocráticos”. Cabe destacar, entre sus características ideológicas, el nacionalismo autoritario, la xenofobia, la islamofobia, el machismo y el negacionismo climático. Una combinación que busca dialogar con una fracción del capital y los sectores estadounidenses de la pequeña burguesía y la clase obrera blanca para formar un nuevo bloque histórico capaz de “mantener a Estados Unidos grande” frente a sus enemigos internos y externos (China, Irán, el terrorismo). Es cierto que sería un error considerar el trumpismo como fascismo o neofascismo, pero parece claro que nos enfrentamos a una derecha neoconservadora que busca destruir los logros sociales y democráticos de las últimas décadas para formar un nuevo régimen, cuyas fronteras con una dictadura, respecto del tratamiento de la disidencia política, serían muy permeables.

La victoria electoral de Trump fue, sin duda, un estímulo para el surgimiento de la derecha radical y agresiva en muchos países europeos, así como en América Latina y Asia, confirmando la crisis de la gobernanza mundial y los sistemas políticos que, bien o mal, había asegurado cierta estabilidad política en el centro y la semiperiferia de la economía mundial. Por lo tanto, nos enfrentamos a nuevas formas de dominación política, basadas en nuevos bloques históricos entre clases, subordinados a la necesidad de la creciente fusión de intereses entre el Estado y el capital para competir por un lugar mejor en el marco de la transición global geoeconómica y geopolítica. Un proyecto que, a su vez, ayuda a neutralizar el malestar de una clase media y trabajadora autóctona en declive con la garantía de continuar satisfaciendo sus deseos como sujetos de consumo, incluso si es por medio del endeudamiento… y esto, por supuesto, en detrimento de las grandes mayorías del sur del planeta y con el agravamiento de la crisis climática.

Es obvio que esta conciliación de intereses fuerza un equilibrio que difícilmente es estable y que genera contradicciones dentro de este bloque. Por eso el papel de los líderes hiperactivos como aglutinadores de la “gente” es de suma importancia. Sin embargo, su gran ventaja sigue siendo la debilidad de sus enemigos en el campo político y electoral, ya que el desgaste que han sufrido en los últimos años es innegable.

Este es el caso, por ejemplo, del centro en Francia. Allí hemos visto el surgimiento de un movimiento singular y heterogéneo ideológicamente, como el de los chalecos amarillos, con una composición social basada en sectores de la clase media y de los trabajadores de la periferia, que cuestiona las políticas autoritarias de la austeridad de Emmanuel Macron y apuesta por una redemocratización de la política. Un movimiento que enfrenta una brutal represión por parte del gobierno, que recuerda los peores momentos de la historia contemporánea del país. No es sorprendente, por lo tanto, que mientras la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon pierde terreno, víctima de sus propias contradicciones, aparezca el populismo de extrema derecha de Marine Le Pen –junto con una ola de abstención, que no se puede ignorar– como una expresión válida de este movimiento y de las clases populares.

Tampoco podemos olvidar la derrota sufrida en Grecia en julio de 2015, que tuvo un serio impacto en la Unión Europea y sirvió a las elites del continente para reforzar su ya antiguo discurso TINA (acrónimo de que no hay alternativa, en inglés), como tampoco podemos olvidar la evolución que ha tenido Podemos, que también ha estado cediendo a la moderación desde entonces.

En un período en el que los viejos partidos sistémicos pierden centralidad, mientras que la izquierda no puede reconstruir los cimientos de un bloque social y político capaz de ofrecer una alternativa a un horizonte neoliberal, en un sistema de “razón política única”, no es difícil entender tanto la creciente abstención electoral entre los sectores más vulnerables de la población como la atracción que pueden generar en ellas los demagogos antiestablishment y las diferentes variantes de la derecha radical, cada uno con sus particularidades según los contextos nacional-estatales respectivos.

En este contexto, es conveniente tomar nota de las observaciones críticas de Corey Robin, quien sostiene que “una de las grandes virtudes de la izquierda es que es la única capaz de entender que los desequilibrios de la política y las victorias de una clase significan necesariamente pérdidas para otros. Sin embargo, a medida que esta idea de conflicto se debilita en la izquierda, la derecha ha comenzado a recordar a los votantes que hay verdaderos perdedores en la política y que son ellos, y sólo ellos, quienes les hablan a estas personas” 1.

Jaime Pastor es politólogo español y editor de la página web Viento Sur.

Fragmento del libro La mente reaccionaria. ↩


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