Reflexiones sobre las relaciones entre capitalismo y patriarcado.
¡NINGÚN PATRIARCÓN HARÁ LA REVOLUCIÓN!
Reflexiones sobre las relaciones entre capitalismo y patriarcado
Rita Segato
http://www.opsur.org.ar
He defendido, en los últimos años, la importancia de pensar en conversación, de practicar ese arte y no dejarlo decaer bajo la presión del creciente individualismo del medio académico. El siguiente texto, que preserva un estilo coloquial y obedece al flujo de una conversación, es el resultado de un momento de esos y fue posible gracias a la interlocución potente y atenta de Ana Robayo, a quien agradezco por el precioso intercambio que mantuvimos durante la reunión del Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo convocada por la Fundación Rosa Luxemburg en Playas, Ecuador, en mayo de 2018. Rita Segato
36¿Cómo se sostiene la vida en América Latina?Este texto tuvo como punto de partida la entrevista realizada a Rita Segato en mayo de 2018, durante el encuentro del Grupo Permanente de Traba-jo sobre Alternativas al Desarrollo, realizado en Playas-Ecuador. Se puede consultar, en español, https://youtu.be/CqdFtS208T8, y con subtítulos en inglés, https://youtu.be/avRA_J0O4os.Rita Segato es doctora en Antropología Social por la Queen’s University Belfast (Gran Bretaña). En marzo de 2017 fue desta-cada como una de las cuatro intelectuales representativas del Pen-samiento Latinoamericano por la revista mexicana La Tempestad. La agencia española de noticias EsGlobal la incluyó entre los 30 intelectuales iberoamericanos más influyentes en 2017 y 2018. La Universidad de Brasilia le concedió el título de Profesora Emérita en 2018, y las Universidades Nacional de Salta y Autóno-ma de Entre Ríos le han concedido el Doctorado Honoris Causa. En 2018 recibió el Premio Latinoamericano y Caribeño de Cien-cias Sociales, Clacso 50 años.
37Desigualdad y patriarcado: una perspectiva históricaEn una perspectiva histórica, es posible pensar que el patriarcado es la forma más arcaica y fundante de la desigualdad. Solo al com-prender ese papel fundante, basal, del orden patriarcal en rela-ción con todos los órdenes desiguales, es decir, cuando percibimos que se trata de la fundación de la estructura y primera pedagogía de toda desigualdad, podremos comprender por qué hoy en día las fuerzas conservadoras que custodian el proyecto histórico del capital y el valor supremo de su teología, la meta de la acumula-ción-concentración, vuelven con tanto empeño a colocar el pa-trón patriarcal en el centro de su plataforma política. Solo de esa forma se hace inteligible la furiosa reacción fundamentalista que estamos testimoniando. ¿En qué baso esta afirmación del carácter arcaico del patriar-cado? En que una gran cantidad de pueblos narran en sus mitos de origen un evento en que la mujer comete un delito, una falta o indisciplina y es punida, sometida y conyugalizada; narran un acto de disciplinamiento de la primera mujer por una ley masculina. La variante occidental, judeocristiana, de este relato es el Génesis bíblico, en el que el castigo a Eva por su acto de desobediencia es el paso inicial del camino humano, mediante la imposición de una ley emanada de un principio patriarcal. El mito adánico muestra una estructura que se repite en una gran variedad de pueblos de los cinco continentes. Por ejemplo, se encuentra en los pueblos Onas, Piaroas, Xerentes, Massai, Baruya, etc. Varían las formas de falta o desobediencia de las mujeres que estos mitos relatan, así como las formas de castigo que consignan, pero el relato de fondo es el mis-mo, parece estar referido a una guerra arcaica en que la mujer y su cuerpo-territorio acaban siendo tomados, sometidos y expropiados de su soberanía.¡Ningún patriarcón hará la revolución!
38¿Cómo se sostiene la vida en América Latina?Se trata, por lo tanto, de una fórmula mítica cuya difusión universal comprueba su gran profundidad histórica, pues permite afirmar su proveniencia de un tiempo remoto, anterior a la disper-sión humana y posiblemente coetánea con el proceso mismo de la especiación. Es imposible saber si esos mitos fundacionales de la re-ducción de la mujer a una posición disciplinada y secundarizada proceden del periodo de salida del neolítico, como ha sugerido el ideólogo kurdo Abdullah Öcalan, o son propios del proceso mismo de la especiación, o sea, de la transformación de una subordinación biológica resultante de la envergadura corporal y de la agresividad, mayores en los machos homínidos, a una subordinación de orden político en la especie Sapiens sapiens. Por eso se requiere de una na-rrativa –como es el mito– para fundamentar las razones de la do-minación. Sabemos que esa dominación no es natural, justamente porque necesita una narrativa. Si se tratara del resultado de nuestras características anatómicas, de nuestra biología, no se necesitaría una narrativa para legitimar y normar la subordinación femenina. Podríamos entender este mito como el relato del desenlace y la secuela de una primera guerra, que resulta en la primera reducción de una parte de la humanidad a una posición de subordinación; la primera conquista, en la que el cuerpo de las mujeres pasa a ser la primera colonia. Es fundacional, ya que esa posición subordinada como consecuencia del ‘error femenino’ y de la necesidad del castigo, y la sujeción de las mujeres en razón de ese error es un mito que se re-produce diariamente. Lo vemos aparecer en cualquier lugar y a toda hora, en la calle, en las familias y en nuestra propia subjetivación, cuando ingresamos al espacio público con inseguridad y aprehensi-vas de si pasaremos el examen moral que el ojo público nos impone. Esta es la reproducción diaria, la réplica diaria de ese mito basal. La extraordinaria profundidad histórica de la desigualdad de gé-nero hace que no sea posible considerar el patriarcado como una ‘cultura’. La expresión ‘cultura patriarcal’ no es adecuada. El pa-triarcado es un orden político, el orden político más arcaico, que se presenta enmascarado bajo un discurso moral y religioso. Pero es un orden político y no otra cosa. Superarlo significará finalmenteultrapasar la era que he llamado “prehistoria patriarcal de la
39humanidad” (Segato, 2003). En ese largo tiempo, la inflexión colonial impuso un giro, una torsión importante a las relaciones de género del mundo comunal de nuestro continente, y transformó la estructura dual propia del mundo precolonial en la estructura bi-naria del orden colonial-moderno. Lo que en la organización dual del mundo comunal era, y en algunos sitios sigue siendo, el espacio de las tareas masculinas, uno entre dos, se transforma en el mundo binario en una esfera pública englobante, totalizante. El ‘hombre’ con minúscula del orden comunal se transforma en el ‘Hombre’ con mayúscula, sinónimo y epítome de Humanidad. Por otro lado, el correlato de este proceso de binarización es la transformación del espacio doméstico comunal, poblado por muchas presencias y dotado de una politicidad propia, en íntimo y privado, despojado de su politicidad. La posición femenina decae abruptamente, se trans-forma en residual y es expulsada del reino de lo público y político. En la colonial-modernidad, la mujer pasa a ser el otro del hombre, así como el negro es reducido a la posición de otro del blanco por el patrón racista, y las sexualidades disidentes se tornan en el otro de la sexualidad heteronormada. La modernidad inventa la norma y la normalidad, y reduce la diferencia a anomalía (Segato, 2015a; 2015b; 2018b). Del multiculturalismo al fundamentalismo cristiano Durante el periodo multicultural, el periodo transicional que se abrió con la caída del muro de Berlín, se pensó que deshacer el patriarca-do sería inocuo para la usina del capital y para el proyecto de la acumulación-concentración. El Norte propuso una política distribu-tiva multicultural basada en el reconocimiento de identidades políti-cas o, dicho de otra forma, en la politización de identidades étnicas, raciales y de género. Esa agenda dio origen a nuevas élites marca-das por su identidad: una élite entre las mujeres, una élite entre los negros, una élite entre los indígenas, una élite LGBTTTIQ+. Se pensó, por un lapso histórico que fue desde la segunda mitad de la década de ochenta –que marcó el fin del periodo de las insurgencias antisistémicas de los años sesenta y setenta–, hasta la segunda década ¡Ningún patriarcón hará la revolución!
40¿Cómo se sostiene la vida en América Latina?del nuevo siglo, que era posible desmontar el patriarcado y levantar la bandera de lo ‘políticamente correcto’ sin afectar el proyecto his-tórico de la acumulación-concentración, o sea, sin atacar las bases del capital (Segato, 2007b).Sin embargo, en los últimos años, esta agenda cambió. Es prác-ticamente imposible observar el poder, ya que su compañero más irreductible es el secreto. Es imposible conocer cómo el poder deci-de, cómo el poder agenda, cómo el poder pacta. Solo por sus con-secuencias conocemos el rumbo del poder. Es un gran interrogante entender cómo y por qué esa agenda multicultural fue cancelada, por qué ocurrió un nuevo cambio de rumbo en el camino que había sido negociado y admitido para el campo crítico después del final de la Guerra Fría. ¿De qué manera el desmonte del patriarcado ataca-ba las bases del capital? ¿Por qué se activó hoy una reacción funda-mentalista patriarcal tan fuerte, con motores a pleno? ¿Por qué han pasado a circular con profusión por América Latina discursos que evocan y se aproximan peligrosamente a retóricas fundamentalistas propias del mundo islámico, que antes hacían horrorizar a las masas y ahora las seducen? La respuesta que podemos dar es que nuestros antagonistas de proyecto histórico, aquellos que defienden el proyecto de los dueños del mundo, nos están diciendo que la cuestión patriarcal es central. Ellos están colocando la pauta patriarcal en ese lugar de bastión que debe ser defendido por todos los medios. Eso es observable. Como antropóloga, me he formado en la práctica de la observación y aná-lisis de escenas ininteligibles a primera vista, la etnografía. Y esta es una de estas escenas que, como piezas combinadas de un complejo rompecabezas, revelan la súbita medio-orientalización, en el sentido de la inoculación en nuestro mundo de un fundamentalismo mono-teísta agresivo que antes era ajeno al espacio latinoamericano. Un fundamentalismo belicista, se podría decir, a partir de la experiencia de la ‘guerra santa’ que las iglesias de origen norteamericano han introducido en Brasil contra las religiones de origen africano. Este implante fue gradual e imperceptible, porque era impensable, para muchos, a medida que se desdoblaba su proceso. Las marchas por la familia en México, la tergiversación de la construcción de la categoría analítica ‘género’ como una ‘ideología’,
que la agenda cristiana ultraconservadora, tanto católica como evangélica, está colocando hoy mancomunadamente a circular entre nosotros, no son movimientos espontáneos de la sociedad. No pue-den ser vistas como la contrapartida del feminismo, como su con-tradiscurso naturalmente emanado de sectores sociales inconformes con la propuesta feminista. No es posible comparar el discurso fun-damentalista que defiende activamente la preservación de la matriz patriarcal con el discurso y las acciones del movimiento de las mu-jeres, porque estos últimos son el momento contemporáneo de un larguísimo proceso de construcción, de una postura que se alimenta de más de 60 años de producción de pensamiento con gran densidad teórica, elaborado en diálogo con las sociedades en todo el mundo. Las marchas de las mujeres hoy son el resultado de un largo pro-ceso, compuesto por una secuencia prolongada y compleja de de-bates constantes a lo largo de casi siete décadas. Si hay un campo que ha construido su teoría con inmensa sofisticación, es el campo feminista, que llena estantes de paredes enteras de las grandes li-brerías físicas y virtuales del mundo. Ha sido un largo camino en el cual mujeres de las más diversas disciplinas, desde las humanidades a las ciencias duras, han contribuido para formar un caudal de ca-tegorías, un pensamiento cuyos resultados fueron absorbidos por la sociedad muy lentamente, con el paso del tiempo. Eso no puede ser comparado con estas marchas que súbitamente salen hoy a las calles diciendo defender la familia, patrullando la obediencia a la matriz de poder patriarcal y a la norma de la heterosexualidad. Ese ‘movi-miento’ se gestó y manifestó en las calles en menos de una década. La velocidad de su instalación, el mancomunamiento, pero sobre todo la similitud de los eslóganes y formatos, indican que se trata de un proceso orquestado, que solo puede ser el resultado de una agen-da para captar la opinión pública por medio de un plan estratégico conducido con premeditación y con el concurso de medios masivos de información.Aquello que habíamos condenado con tanta fuerza allá, en los países de Oriente Medio tomados por el fundamentalismo, que no es sino la corriente más occidentalizada del islam porque reactiva a las presiones de Occidente, se encuentra de repente inoculado en nuestro medio, con su agenda esencialista de subordinación de las ¡Ningún patriarcón hará la revolución!
42¿Cómo se sostiene la vida en América Latina?mujeres y de sus luchas. Surgió repentinamente, en un lapso muy corto, y cundió a gran velocidad de norte a sur del continente. Per-cibirlo debe encender una señal de alerta, pues nos permite suponer que se trata del resultado de una agenda que capturó fácilmente, con consignas morales elementales, a una población que nunca alcanzó una participación política real y cuyas consciencias no fueron traba-jadas por el momento de los progresismos.Podemos afirmar que son nuestros antagonistas de proyecto his-tórico quienes nos están indicando la magnitud de la amenaza que la desobediencia al patrón patriarcal de poder representa. Nos están mostrando la centralidad del régimen patriarcal para la permanen-cia de un mundo desigual, como plataforma permanente que res-palda y educa para todas las desigualdades. Ese campo antagónico es monopólico: instituye un único dios, una única verdad, una única forma del bien, una única justicia, un único modelo de futuro, mien-tras el campo crítico debe permanecer atento al valor del pluralismo de dioses, verdades y formas del bien. Una democracia que no es pluralista es una dictadura de la mayoría. El orden patriarcal es funcional al capital El capitalismo necesita del orden patriarcal; eso nos muestra con su em-bestida fundamentalista. Desmontar este orden sería una contrape-dagogía del poder, demostraría que es posible eliminar la primera pedagogía de desigualdad, el orden de género. Es muy importante percibir que el capitalismo necesita del patriarcado. Quienes diseñan su agenda enuncian que el desacato al orden patriarcal representa una amenaza para este. Entendemos, entonces, que desacatar, ero-sionar, desmontar el patriarcado es un gesto revolucionario de una magnitud que otras gestas revolucionarias no percibieron. Podemos suponer que, a pesar de la nobleza ética de las consignas revolucio-narias que han pasado por la historia, fueron incapaces de notar la centralidad del orden patriarcal para mantener el orden desigual. No entendieron que la lucha contra el orden patriarcal es central y primordial en todo movimiento.Por esta razón, al marchar en Madrid el 8 de marzo de 2017, cuando me solicitaron una consigna, propuse decir que Ningún
43patriarcón hará la revolución. A los patriarcas revolucionarios hasta hoy les ha faltado identificar la pieza central del orden desigual. De la misma forma que nuestras repúblicas criollas fueron mal fundadas desde el momento en que no vincularon el orden republicano en las Américas con la abolición de la esclavitud y de todo orden servil, las revoluciones son imposibles y mal concebidas si no se vinculan desde su inicio con la desarticulación definitiva del orden patriarcal. La historia enseña que no ha sido posible hacer una revolución exitosa con el patriarcado adentro. Por eso, hoy la historia cae en nuestras manos y nos hace respon-sables de pensar qué características tiene la revolución feminista; en qué consiste el camino feminista hacia un cambio de la historia; cómo procede el movimiento de las mujeres para reorientar la historia hacia un futuro en el que más gente pueda vivir con más bienestar. Esa reo-rientación de la historia dependerá de nuestra capacidad de entender cómo se hace una revolución en otros moldes, una revolución que no revisita el viejo método, siempre fracasado, que parte de que la toma del Estado permitirá reconducir la historia en otra dirección más be-néfica. Porque el Estado, como ya he argumentado,tiene un ADN patriarcal, su naturaleza es patriarcal, ya que constituye el último mo-mento, la última estructura generada por la historia de la masculi-nidad. Por esta razón, nunca funcionó el viejo método de acumular fuerzas para tomar el Estado y desde allí cambiar la historia. La positividad de las derrotas del presenteEn su última entrevista, Aníbal Quijano, al ser interrogado sobre la coyuntura política del presente, caracterizó el momento como una derrota: “Hemos sido derrotados”, fue su respuesta. Cuando llegó mi turno para comentar, completé: “Acabamos de escuchar aquí el elogio de la derrota” (Lander, Segato, Mejía y Germaná, 2017). Y así lo comprendí porque esta época ha colocado al descubierto aspectos de la realidad que nos permiten ver con mayor claridad los errores de los progresismos y las fallas de los procesos revolucionarios, a par-tir de la fundación misma de nuestras repúblicas. Género y raza se liberan por fin de su invisibilidad en las gestas históricas revoluciona-rias que nunca alcanzaron el destino deseado. ¡Ningún patriarcón hará la revolución!
44¿Cómo se sostiene la vida en América Latina?Los males del presente, la “derrota” en los términos de Aníbal, tienen sus raíces históricas en el pasado colonial, que se reactualiza cada día –la conquistualidad y la colonialidad atraviesan la historia y se replican hasta hoy. En el caso de nuestras repúblicas, es posible afirmar que padecen de un mal de fundación común a todas ellas, a pesar de las diferencias en sus procesos históricos. Las independen-cias nacionales no fueron otra cosa que la transferencia de la admi-nistración de los bienes coloniales desde las metrópolis ultramarinas hacia la sede administrativa ‘estatal’, en territorio. Se diseñaron Esta-dos republicanos no monárquicos, pero solamente para que las élites criollas pudieran construir un receptáculo para recibir la transferen-cia de los bienes coloniales, la riqueza colonial: territorios, bienes na-turales, mano de obra. De esa forma, nuestros Estados continuaron el proceso de conquista sobre territorios y pueblos. Por eso se dio el caso de pueblos, como los Tupinambá en Brasil y los Huarpes en Ar-gentina, que iniciaron una larguísima época de clandestinidad con el establecimiento de las repúblicas, una clandestinidad de 200 años, durante los cuales cronistas e intelectuales republicanos afirmaron sin dudarlo que esos pueblos se habían extinguido. Sin embargo, volvieron a la superficie con el periodo multicultural, y dijeron “aquí estamos”, justamente para recibir los recursos y derechos que la fase multicultural les ofreció. A la par de esta reemergencia de pueblos sucedió otra más: la ruptura de las subjetividades blanqueadas y de la criollización inducida por la colonialidad. Vemos en el presen-te que mucha gente inicia un proceso de ‘desmestización’ (Segato, 2016b). Se constata, sin duda, que hay una nueva comprensión del mestizaje y también una deconstrucción Esas repúblicas, diseñadas para recibir en territorio la herencia de los bienes coloniales de ultramar, construyeron su Derecho –cons-tituciones y códigos–, pero lo hicieron de una manera en que las éli-tes criollas nunca perdieran por completo el control de la máquina administrativa estatal. Por lo tanto, sus leyes, su discurso como ‘es-tado de derecho’, siempre fueron en alguna medida ‘ficcionales’. Generaron una gramática que, como sistema de creencias, permitió suponer que las relaciones sociales habían alcanzado una estabili-dad y una previsibilidad, pero nunca dejaron de convivir con altos
45niveles de violencia y muerte, y con el recurso permanente y cíclico a las acciones represivas del Estado a lo largo de su historia. Las guerras de la independencia seguidas por un largo periodo de gue-rras federales en Hispanoamérica; las guerras de Contestado (como Canudos, entre muchas otras) y las guerras separatistas en Brasil, y las guerras difusas y permanentes de las diversas formas de crimi-nalidad a lo largo de la historia demuestran que la estabilización de nuestras sociedades nunca se alcanzó por el camino legislativo, a pesar de la producción de una gramática legal que permitió creer en la previsibilidad de la expectativa del comportamiento en la es-cena social. Sin embargo, no se trata más que de una ficción, una falsa consciencia. Solo conferir las cifras oscuras del derecho en nuestros países permite constatar que la proporción de crímenes que concluyen en condenas es ínfima, es decir, nos muestra la bajísima eficiencia ma-terial del ‘derecho’. A su vez, al observar el perfil racial y de clase de quienes son efectivamente sentenciados, es fácil percibir la selectivi-dad de la justicia, es decir, en qué casos la así llamada ‘justicia’ llega a destino. Siempre son casos en los que sectores sociales pobres y no blancos quedan entre rejas; la ‘justicia’ continúa el trabajo del geno-cidio conquistual-colonial permanente, siempre renovado (Segato, 2007a; 2016a). Creer que una cárcel, allá en el final del camino, en una cloaca de la sociedad, garantiza la previsibilidad y la esta-bilidad en las relaciones sociales es una ficción colonial. Las élites criollas que fundaron nuestros estados nacionales para apropiarse de los bienes naturales y del trabajo humano, que antes fueron pro-piedad de la administración ultramarina, son élites inevitablemente criminales. Los estados son, por otro lado, inevitablemente infrac-tores, porque se encuentran en deuda con el cumplimiento de las leyes que los rigen, en contravención con leyes como la de Ejecu-ción Penal, y de los pactos, convenciones y protocolos de DerechosHumanos constitucionalizados por la adhesión a estos por las naciones del continente.Pero ¿cuál es el efecto contemporáneo de ese ‘mal de funda-ción’? Tuvimos un grupo de gobiernos progresistas que, creyendo que tomar el Estado les permitiría reencaminar la historia desde ¡Ningún patriarcón hará la revolución!
46¿Cómo se sostiene la vida en América Latina?allí, pensaron que podrían llevarnos a una revolución pacífica, una revolución democrática. Han perdido esa batalla, “hemos sido de-rrotados”. Entre otras cosas, porque los progresismos entendieron que el bienestar sería el resultado de la expansión del consumo. Equipararon expansión del consumo con expansión de la ciudada-nía, y se equivocaron. Las consecuencias de ese error fueron nefastas de dos maneras. Por un lado, “el proyecto histórico de las cosas”, como lo he llamado en otra parte (Segato, 2018b), en oposición al “proyecto histórico de los vínculos”, produjo individuos capturados y encapsulados en su aspiración por ‘las cosas’, que progresivamente se desvincularon y desinteresaron de la vida comunal. Produjo la ruptura de los lazos de reciprocidad propios de la sociabilidad comu-nal. Por otro lado, la expansión del consumo, la ‘democratización’ del acceso a bienes nunca antes adquiridos por las clases populares, hicieron necesaria la entrega de los bienes naturales en forma de commodities al mercado global. Los progresismos no aprendieron de Potosí, que fue la ciudad más rica del mundo por prácticamente un siglo, pero hoy es una localidad depauperada. Sin reducir la concentración de forma con-tundente, la única forma de alimentar la capacidad de consumo de los pueblos es vendiendo la riqueza del territorio en el mercado glo-bal. Para expandir el consumo y ofrecer un mayor bienestar social sin disminuir la desigualdad, y sin limitar el proceso de acumulación-concentración, solo hay una alternativa: vender commodities en el mercado global para hacer ingresar divisas a los cofres del Estado y, con ellas, subsidiar, a través de una variedad de caminos, el poder de compra de los que antes se encontraban excluidos del consumo. Esa venta de las riquezas naturales en el mercado global posibilitó la expansión del consumo y un bienestar social mayor pero efímero, que creyeron llevaría a victorias electorales eternas. Se olvidaron de que la pulsión consumista, es decir, el deseo por ‘las cosas’ nunca alcanza satisfacción, pues en el mismo momento en que se adquiere un objeto comienza su proceso de obsolescencia y el deseo transita hacia otro lugar. El proyecto histórico de ‘las cosas’ conduce el deseo a un proceso de insatisfacción permanente, de avidez permanen-te; no habrá jamás riqueza natural suficiente que pueda venderse
47en el mercado global capaz de contener la avidez de los sujetos malogrados por la pulsión consumista. Por lo tanto, juzgado desde una perspectiva crítica, el proyecto progresista fue desatinado e irreflexivo. Gobiernos bien intenciona-dos, los mejores que hemos tenido, sin duda, hicieron leyes progresis-tas, leyes que apuntaban a la devolución de recursos y derechos a la población: la plurinacionalidad, el reconocimiento de la jurisdicción comunitaria en términos de un pluralismo jurídico; los derechos de la naturaleza; la democratización del acceso a los bienes y servicios; etc. Sin embargo, todo ese proyecto beneficente, cuando fue captu-rado, secuestrado por el aparato estatal, se encontró con los límites de la estructura misma del Estado republicano, criollo, construido con una finalidad monopólica, concentradora e indisociable del pro-yecto colonial moderno capitalista. Por eso afirmo que los escenarios del presente son escenarios de más verdad, porque cancelan una historia que nos aprisionaba en la fe estatal y en un vocabulario de la política siempre referido al Es-tado. Sin embargo, las luchas de hoy son mucho más pulverizadas, más plurales, más locales. La propia palabra ‘desigualdad’ ya no es suficiente para designar la extrema acumulación tan desproporcional que vivimos y su alu-cinado ritmo, ya que ningún freno legal o institucional es capaz de poner un límite a la capacidad de compra de los dueños de la rique-za del planeta. El mundo de hoy es un mundo de dueños. La palabra precisa para describirlo, como he argumentado en otra parte (Sega-to, 2018d),es “dueñidad” o señorío, porque el panorama correspon-de más a una refeudalización del planeta en la cual las propiedades tienen magnitudes nunca antes conocidas, y el espacio común ha desaparecido prácticamente, es avasallado, rapiñado y engolfado a diario por este patrón de “conquistualidad”.Dueñidad y patriarcadoLos regímenes de la dueñidad y del poder patriarcal son afines, porque el patriarcado es un esquema de poder constelado alrededor de due-ños de la vida, cuyo poderío se expresa justamente en el control que ¡Ningún patriarcón hará la revolución!
48¿Cómo se sostiene la vida en América Latina?detentan sobre el cuerpo de las mujeres. Contrariando nuestra fe moderna, se constata un agravamiento del poder patriarcal hacia el presente. Eso contradice nuestro prejuicio negativo con respecto a la vida comunal y nuestro prejuicio positivo respecto al ‘progreso’ propio de la modernización, siempre colonial. Ambos son prejuicios. El patriarcado se ha agravado y se ha vuelto más letal, más cruel en tiempos recientes. Hay allí una mutua funcionalidad, que motiva la custodia que los sectores propietarios ejercen sobre la manutención del patrón de poder patriarcal en esta fase del capital, y el brote fundamentalista que está siendo inoculado en el continente. Por eso debemos asimilar la idea de que las luchas feministas no son un agre-gado que apenas extiende las luchas sociales por un mundo mejor para más gente y meramente incluye en la agenda la lucha por la igualdad de las mujeres. Esa es una comprensión errónea de lo que se trata. Las derrotas de la historia reciente nos van mostrando que sin colocar en foco y dar centralidad al desmonte del mandato de masculinidad y a la desarticulación del orden político patriarcal, no será posible reorientar la historia hacia un mundo capaz de traer más bienestar para más gentes.ReferenciasLander, E.; Segato, R.L.; Mejía Navarrete, J., y Germaná, C. (2017). Diálogo con Aníbal Quijano. Jueves 6 y viernes 7 de julio de 2017, Universidad Ricardo Palma, Lima, Perú.Segato, R.L. (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires: Prometeo. _______. (2007a). ‘El color de la cárcel en América Latina. Apuntes sobre la colonialidad de la justicia en un continente en des-construcción’. Nueva Sociedad 208._______. (2007b). La Nación y sus Otros. Raza, identidad y diversidad reli-giosa en tiempos de política de la identidad. Buenos Aires: Prometeo._______. (2015a). ‘El Sexo y la Norma’. En La crítica de la colonialidad en ocho ensayos y una antropología por demanda, de Rita Laura Segato. Buenos Aires: Prometeo.