La masacre en El Paso forma parte de un ya largo registro de ataques –la mayor parte en los Estados Unidos– a mano de hombres que se identifican como nacionalistas blancos. Según lo que se sabe hasta ahora, Patrick Crusius, de 21 años, dejó 22 muertos después de abrir fuego en un Walmart, de entre ellos, ocho connacionales. El ataque ha provocado fuertes discusiones sobre el papel del discurso de odio racista y misógina y sobre el control de armas en Estados Unidos. En México, ha provocado una respuesta del gobierno mexicano que, aunque firme en su apoyo a connacionales, otra vez refleja la relación enfermiza entre los dos países (gobiernos) y los peligros que esto implica para su gente. Cada uno de estos tres puntos requiere un análisis más allá de repetir lugares comunes.
Fronteras Abiertas
Nacionalismo blanco, misoginia y masacres
Laura Carlsen
Desinformémonos
7 agosto 2019 0
La masacre en El Paso forma parte de un ya largo registro de ataques –la mayor parte en los Estados Unidos– a mano de hombres que se identifican como nacionalistas blancos. Según lo que se sabe hasta ahora, Patrick Crusius, de 21 años, dejó 22 muertos después de abrir fuego en un Walmart, de entre ellos, ocho connacionales. El ataque ha provocado fuertes discusiones sobre el papel del discurso de odio racista y misógina y sobre el control de armas en Estados Unidos. En México, ha provocado una respuesta del gobierno mexicano que, aunque firme en su apoyo a connacionales, otra vez refleja la relación enfermiza entre los dos países (gobiernos) y los peligros que esto implica para su gente. Cada uno de estos tres puntos requiere un análisis más allá de repetir lugares comunes.
En su discurso enlatado, Trump lamentó la pérdida de vida en El Paso y en otro ataque en Dayton, Ohio, el mismo fin de semana, y condenó el racismo y la supremacía blanca. Sin embargo, terminó con la frase: “La enfermedad mental y el odio es lo que aprieta el gatillo”, desestimando el impacto de la falta de control sobre armas de alto calibre y obviando por completo su papel en animar la división y el rechazo a los mexicanos, otros hispanohablantes y afroamericanos. Culpó, además de a la enfermedad como un problema individual, a las redes sociales y los videojuegos violentos.
Detectives y periodistas encontraron un manifiesto de cuatro páginas y otros mensajes en las cuentas sociales de Patrick Crusius, identificado como el sospechoso en la masacre de El Paso. En el manifiesto, que parece exponer el racismo tras el ataque, escribió:
“En general, yo apoyo el tirador de Christchurch y su manifiesto. Este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas. Ellos son los instigadores, no yo. Yo simplemente estoy defendiendo mi país del remplazo cultural y étnico que se ve con esta invasión.”
Los demócratas en Estados Unidos señalaron que los ataques son resultado directo del ambiente de polarización y odio que se vive en el país con el gobierno de Trump. En los medios y en las calles crece el debate del «¿quiénes somos?» y de hacia dónde la presidencia de Trump está llevando a la sociedad.
Otro componente de los crímenes menos comentado es la misoginia. El asesino que se suicidó después de matar a nueve personas en Dayton tuvo una larga historia de odio y violencia contra mujeres. Fue suspendido de la escuela por tener una lista con nombres de alumnas que quería violar sexualmente y varias conocidas suyas reportaron comportamientos y comentarios extremadamente violentos contra las mujeres. Investigadores han analizado el vínculo entre el racismo, la xenofobia y la misoginia de los asesinos de la ultra-derecha, o alt-right.
El segundo punto es el control de las armas. Cuando dice Trump que el arma no tiene la culpa, está repitiendo el argumento de la poderosa Asociación Nacional de Rifles que ha logrado bloquear cualquier intento real de reglamentar las armas en Estados Unidos a pesar de la protesta de millones de voces a favor. El argumento es falso. CNN reportó que el asesino de Dayton, Connor Betts, logró disparar 41 balazos en 30 segundos. El sospechoso en El Paso, Crusius, llevaba un rifle de .223 calibre y la policía calcula que tenía 250 rondas de municiones. Locos o no, si no fuera por su acceso a este tipo de armas que tienen ningún uso más allá de matar al máximo número de seres humanos en el tiempo más breve posible, sería imposible acabar con la vida de tanta gente. Los asesinos de este fin de semana dejaron focos rojos en muchos lados, pero sin verificación de antecedentes, sin restricciones, y sin la prohibición de armas de alto calibre, nada les impidió actuar.
El ataque de El Paso fue un ataque frontal contra México, mexicanos y mexicanas y migrantes. Fue un ataque sembrado por el discurso de odio que fomenta Donald Trump y las constantes medidas que rechazan, criminalizan, castigan y expulsan a las personas migrantes. Fue un ataque facilitado por la falta de control de armas.
Ante estos hechos, el gobierno de AMLO se limitó a modificar ligeramente su estrategia de llamar a todo lo que pasa en Trumplandia “políticas domésticas” y tratar a Trump con pinzas. Condenó el ataque y el secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard presentó una serie de medidas, las cuales tienen que ver con acompañar a las familias, participar en las investigaciones, trabajar con los cónsules para la protección de mexicanos y mexicanas en Estados Unidos y que son sólidas. La propuesta de tomar acción en contra de los responsables de la venta del arma no tiene mucho sentido, ya que los medios ya reportaron que las ventas fueron legales.
La respuesta de López Obrador fue profundamente decepcionante. Si bien abogó por un mayor control de ventas, no hubo un compromiso para aplicar medidas y sanciones más estrictas al tráfico ilegal de armas desde este lado. El presidente se negó a “personalizar para no mandar mensajes con dedicatoria”. Jugando al Videgaray, dijo que “tenemos que procurar relaciones de buena vecindad” y dijo que no quería entrometerse en lo que podría verse con tintes electorales o de partidos. Esta postura lleva agua al molino de Trump.
La masacre de El Paso debe ser un punto de inflexión. No conviene a nadie apoyar explícita o implícitamente a un presidente que se demuestra día tras día ser todo menos un amigo de México y su pueblo. El discurso de Trump y sus constantes acciones contra las personas migrantes ha validado la acción abierta de supremacistas blancos y ha alimentado las redes de hombres inestables que encuentran una manera de sentirse poderosos y de sacar su rabia. El espacio político y social que ha creado el gobierno de Trump para este tipo de expresiones da oxígeno a los extremistas más violentos.
Los pactos sobre migración que ha hecho el gobierno de AMLO con Trump que llevan a una cacería de migrantes en este país para que no lleguen a la frontera validan la idea de que las personas migrantes son un elemento indeseable. Al replicar las acciones antimigrantes en territorio mexicano con mayor despliegue de las fuerzas armadas y la Guardia Nacional ,en nombre de parar el flujo de migrantes hacia el norte, envía el mensaje de que México comparte el análisis antimigrante de Trump.
Podrían salir avances de la tragedia. Si los crímenes de odio se convierten en una llamada de atención fuerte para la población estadounidense y reducen la posibilidad de utilizar el racismo y el sentimiento antiMéxico en las campañas, no habrán muerto en vano. Si se moviliza a la gente a controlar la venta de armas, no habrán muerto en vano. Si llevan a mayor repudiación de Donald Trump, Steven Miller y su agenda, no habrán muerto en vano.
Y si finalmente logran convencer al gobierno de López Obrador de que México no tiene que fingir ser gran amigo de un gobierno que ataca sus intereses (y su gente), que provoca masacres con discursos de odio contra el pueblo mexicano, que deshumaniza a las mujeres y los extranjeros, no habrán muerto en vano. Sólo una ruptura limpia con la narrativa y la práctica de criminalizar a migrantes puede poner fin estas masacres.
Laura Carlsen
(mexicana/estadounidense) es directora del Programa de las Américas, analista política y periodista